El Gran Kazam

El despertar sexual de un chico, un artista de la magia y un padre que descubre el placer de una buena zurra en el trasero.

EL GRAN KAZAM

Muy pocas cosas recuerdo de mi niñez, pero entre esas pocas, hay una en especial que mantengo brillante como una moneda nueva, y es el momento en que conocí al Gran Kazam.

Mi padre, esforzado vendedor de electrodomésticos, había decidido festejar mi treceavo aniversario con una gran fiesta, sin reparar en gastos y, como le gustaba pomposamente decir "echando la casa por la ventana". Mi madre lo secundó con inusitado entusiasmo, y yo, en el filo aún entre la niñez y la pubertad, no pude sino contagiarme de todos aquellos preparativos en mi honor.

Se rentó un gran salón, se mandaron a hacer invitaciones y por supuesto la elaboración de un gran pastel y todo lo que ese tipo de fiestas suele incluir. Hasta allí todo marchaba a las mil maravillas. Recuerdo a papá y a mamá discutiendo los pormenores en la sala, mientras yo hacía la tarea y les seguía atentamente en los mil y un detalles de la preparación de la fiesta.

Justo entonces, salió el tema del payaso.

No quiero ningún payaso – salté al instante.

Mis padres me miraron, con una de esas miradas transparentes que suelen echarnos cuando de repente reparan en nuestra existencia.

Que dijiste, hijo? – preguntó mi mamá.

Que no quiero a ningún payaso en la fiesta – repetí muy seguro. – Eso es cosa de niños – completé al ver la cara de desconcierto que pusieron.

Mi padre dejó la libreta donde tomaba notas y me miró seriamente.

Y se puede saber tú qué eres? – preguntó condescendiente, en ese tono irritante que suele usar a veces para hacerme notar lo tonto que soy.

Pues niño – acepté conciliatorio – pero no tan niño como para tener una fiesta con payasos.

Papá aventó la libreta sobre la mesa. Sabía perfectamente que no le gustaba que se le contradijera, pero el payaso era punto aparte, y nada mas de pensar en las burlas de mis amigos me armé de valor y me mantuve en mis trece a pesar del aparatoso gesto de la libreta.

Qué te parece, mujer? – recurrió entonces mi padre al socorrido chantaje – me mato por organizarle una fiesta – se quejó con su mejor tono plañidero – me gasto hasta lo que no tengo en él – y resulta que mi hijo ya no es niño – completó teatralmente.

No es eso, cariño – con voz acaramelada, mujer tan inteligente mi madre – es que está creciendo.

Así terminó el tema del payaso y me sentí vencedor, al menos hasta ese momento.

La revancha vino al día siguiente. El payaso había sido sustituido por un mago. Tómala barbón! Y hazte a la idea porque ganarle dos de dos a mi padre estaba en chino.

Por mucho que me escociera, tuve que hacerme a la idea de que habría mago en la fiesta y que tendría que apechugar estoicamente con los conejitos en el sombrero, y con las incontenibles burlas en la escuela al día siguiente.

El grandioso día llegó. La comida, los regalos, los amigos, todo a pedir de boca. Y luego, a media fiesta, la triunfal entrada del Gran Kazam. Vergüenza pública, a todo color y a nivel nacional. Me sentí horrorizado al verlo aparecer, con aquella capa negra y los ojos maquillados haciéndole juego. No podía faltar la famosa varita mágica y el reconocidísimo sombrero de donde ya casi me parecía ver aparecer las blancas orejas del puto conejo.

El ruedo de chiquillos se armó inmediatamente alrededor de una pequeña cabina de negros cortinajes que el mago se encargó de armar en un santiamén.

Y quién es el cumpleañero? – preguntó poco después con profunda voz teatral, mientras yo deseaba que se abriera una grieta en medio del salón y me tragara al instante, completito y en el acto. Pero no sucedió. Mi padre me llevó casi a rastras, ante la innegable sonrisa burlona de todos mis compañeros.

Este es! – dijo mi solícito padre, como si no bastara para reconocerme el destellante rojo avergonzado de mi rostro.

Pues tú serás mi ayudante por esta noche – exclamó el mago, y desee que de verdad su varita funcionara y les provocara amnesia a todos los presentes o ya de perdida me volviera invisible, lo que por supuesto no sucedió.

Me metió en la pequeña cabina negra y al cerrar las cortinas quedamos en absoluta oscuridad.

Vas a hacer exactamente todo lo que te diga – me susurró al oído.

Su aliento olía a menta y me hizo cosquillas en la oreja, de tan cerca que lo tenía. El aroma almizclado de su colonia, dentro del pequeño recinto era casi palpable. Me explicó que debía esconderme en un pequeño espacio y luego él diría que yo había desaparecido, para reaparecer cuando él me lo indicara.

Eso es muy estúpido – le dije a la oscuridad.

No me contestó. En su lugar, una mano se metió entre mi camisa y palpando llegó hasta una de mis tetillas. Estupefacto, no atiné ni a moverme, hasta que la mano pellizcó con fuerza mi pequeño pezón y solté un alarido que el diligente mago supo apagar con la mano que le quedaba libre.

Ningún niñito pendejo me va a arruinar mi acto – me advirtió la melosa voz olorosa a menta, sin dejar de retorcer mi castigado pezón – así se trate del mismísimo cumpleañero – puntualizó.

Hubiera querido concordar con él, pero con la mano en la boca era difícil demostrar mi aceptación, por lo que asentí torpemente a pesar del doloroso pellizco en mi tetilla.

Te vas a esconder aquí, cabroncito – continuó – y te vas a quedar quietecito – dijo con esa voz calmada y que sin embargo provocaba miedo – meterás este culito – me dijo, agarrándome las nalgas, por si había alguna duda de a qué culito se refería – y no moverás ni este bracito, ni esta piernecita – y me tocaba justo lo que iba nombrando – y mucho menos este pitito y estos huevitos.

Ante el pitito y los huevitos me quedé aún mas tieso que una estatua. Ya tenía trece años, y como cualquiera a esa edad me sentía lo suficientemente grande como para que alguien viniera a expresarse en esos términos de mis partes privadas, que si bien aun no eran muy grandes, tampoco estaban como para que se les denominara con semejantes diminutivos.

El caso es que consiguió meterme donde quería y me mantuve quieto, tal vez más por la sorpresa que por otra cosa. El pitito, como él lo llamaba, estaba duro, y excitado, me mantuve en mi sitio sin prestar gran atención a lo que el Gran Kazam hacía afuera.

Finalmente llegó la señal y estuve a punto de echarlo todo a perder por tratar de ocultar el engrosamiento inoportuno de aquella parte que todos conocemos. Los mas chiquillos aplaudieron al verme aparecer y yo salí más rojo de vergüenza que como había entrado.

El acto del mago continuó un par de minutos más y yo aproveché para irme derechito al baño, a rememorar aquella mano mágica que había despertado en mí tanta inquietud y que necesitaba por fuerza apaciguar. Apenas llegué me desabroché los pantalones y comencé a masturbarme, incapaz de contenerme ni un segundo más.

Allí continuaba entretenido en lo mío, cuando escuché que alguien más entraba al baño. Con la culpa propia de la edad, subí los pies a la taza para quienquiera que fuese no me viera y supiera, con esa mirada escrutadora de los mañosos adultos, el estado en que me encontraba y lo qué estaba haciendo.

Seguro que no hay nadie? – escuché a una voz masculina preguntar.

Nadie – contestó la voz de menta, reconocida al instante.

Pon el seguro entonces – pidió la otra voz, remotamente familiar a mis oídos.

Escuché el pestillo de la puerta, y me repegué a la pared, consciente de que si me descubrían la pasaría tremendamente mal. Algunos sonidos, algunos jadeos, y la curiosidad pudo más que cualquier temor a ser descubierto. Lentamente me paré sobre la taza, a fin de poder observar por una pequeña rendija al mago y a quienquiera que lo acompañase.

Recargado en los lavabos estaba el Gran Kazam, con los maquillados ojos muy bien cerrados, en absoluta concentración, aunque no parecía estar realizando ningún acto de magia. Mas abajo y de rodillas, mi padrino Manuel, compadre y uno de los mejores amigos de mi padre, tenía la mano metida en la bragueta abierta del mago, y rebuscando y rebuscando, terminó por sacar una enorme tripa blanca, que no era precisamente un conejo.

A que te gusta lo que encontraste? – preguntó el Gran Kazam aun con los ojos cerrados.

Mi padrino Manuel no tuvo a bien contestar, pero seguramente sí le gustaba porque comenzó a besar la gorda cabeza, lamiéndola con suaves lengüetazos, mientras la sobaba por todos lados.

Es enorme – fue su único comentario, antes de metérsela completamente en la boca.

Aquello era mejor que cualquier truco de magia, pensé al ver desaparecer la enorme verga en la garganta de mi padrino, y seguramente el mago pensaba lo mismo, pues agarró los cabellos de mi padrino y lo jaloneó con fuerza, haciéndosela tragar cada vez con mayor fuerza. Los ruidos de la mamada y mi respiración contenida eran los únicos ruidos en la habitación.

Ven acá – dijo un rato después el mago, jalando a mi padrino de los brazos y poniéndolo de pie.

Cambiaron de lugar, y ahora era mi padrino quien se recargaba en los lavabos, aunque de frente al espejo. A sus espaldas, el Gran Kazam parecía abrazarle, aunque en realidad le estaba desabrochando los pantalones, y con su destreza manual, muy pronto le fueron bajados hasta los tobillos. Desnudo de cintura para abajo, mi querido padrino Manuel sólo gimió al sentir las caricias del mago en su desnudo trasero.

Que nalgotas más ricas tienes – dijo el mago con voz ronca, mientras rudamente se las manoseaba.

Todas tuyas – contestó Manuel, nada envidioso.

El Gran Kazam comenzó a deslizar su enorme tranca en el surco velludo del trasero de mi padrino, que rápido arqueó la espalda, como queriendo atraerla. El mago se mojó los dedos con saliva y se la esparció en el ano y sin más demora ni mayores preliminares comenzó a ensartarlo. Mi padrino gemía, pero no parecía de dolor, a pesar de que la gorda cabeza parecía entrarle con demasiada dificultad.

Toda, toda – pedía Manuel aferrado a los bordes del lavamanos.

Y el mago volvió a hacer el truco, esta vez desapareciendo su blanca verga entre las suculentas nalgas abiertas de mi padrino.

Resoplidos, metidas y empujones, y comencé a cascármela porque simplemente ya no aguantaba más. Seguramente se me escapó algún involuntario gemido, porque el mago volteó de repente y me descubrió atisbando sobre el cubículo del baño. Me miró muy serio, pero no dijo nada. Se llevó un dedo a la boca indicándome guardar silencio, y yo asentí, mientras él continuaba con lo suyo sin perder el ritmo, continuando implacable el asalto al bien dispuesto culo de mi padrino, que jamás se dio por enterado de mi presencia.

El Gran Kazam terminó llenándole el culo de leche a mi padrino, que frente al espejo admiraba su propio rostro transfigurado de placer, desconocido tal vez hasta para él mismo. Yo hice lo propio, regando con mi modesta contribución las paredes del baño, y seguramente mi padrino se vino también, aunque ya no tuve tiempo de presenciarlo, pues me escondí antes de que él también me descubriera.

No salí del baño hasta que estuve seguro que ellos habían ya salido. La fiesta seguía y nadie había notado mi ausencia. Rogué no toparme con ninguno de ellos, y casi lo consigo. Pero mi padre, el oportuno debería ser su apodo, vino en mi busca.

No has saludado a tu padrino – dijo empujándome casi a los brazos de su compadre Manuel.

Lo abracé torpemente. Casi alcancé a oler en sus ropas el característico olor del semen, o a lo mejor eran sólo figuraciones mías.

Pero mira cómo has crecido! – exclamó mi padrino soltándome de su abrazo para mirarme bien.

Traté de verlo como el padrino de siempre, pero no podía apartar de mi mente sus nalgas velludas, abiertas y con una verga enorme metida en ellas. Un comienzo de erección me obligó a apartarme de él, y corrí buscando a mis amigos para escapar de aquella insidiosa imagen, topándome de pronto con el Gran Kazam.

A dónde con tanta prisa? – preguntó el mago aferrándome por los brazos.

Enmudecí. El mero contacto de sus dedos en mis brazos desnudos me cortaba el aliento.

Te gustó lo que viste en el baño? – preguntó a bocajarro.

Si – balbuceé, incapaz de mentir ante su dura mirada.

Me miró de arriba abajo. Me sentí como un niño pequeño, desnudo e indefenso. Me asustaba, pero me gustaba esa sensación. Temblaba sin darme cuenta.

Toma mi tarjeta – dijo extendiéndomela – llámame un día de estos. Puedo enseñarte más cosas – prometió.

Y se fue. La negra capa volando en sus espaldas. El ruido de la fiesta, los muchachos gritando, todo quedó en un segundo plano. Yo sólo pensaba en esas otras cosas que el Gran Kazam podía enseñarme.

Y por supuesto le llamé.

Vivía en un amplio departamento en una céntrica zona de la ciudad. Me escabullí de casa con el pretexto de ir a hacer una tarea escolar en casa de un compañero. Me sentía nervioso, aunque más bien excitado. La tarjeta del mago estaba ya arrugada y descolorida, de tantas vueltas que le había dado en mis manos. Me había debatido toda la semana tomado la decisión de llamarle o no hacerlo. Por supuesto me ganó la calentura. De nada valieron las tres pajas diarias que me hacía, porque finalmente tomé el teléfono y como corderito al matadero enfilé a la dirección que la voz de menta me indicó.

Pasa, cumpleañero – fueron sus palabras de bienvenida al abrirme la puerta.

Me llamo Javier – dije corrigiéndolo, de pronto congelado en el vano de la puerta, indeciso de pasar.

Me empujó dentro, con las suaves pero firmes manos puestas en mis hombros.

Para mí serás siendo el cumpleañero – me dijo al oído, envolviéndome con el aura de su aliento y su perfume – el de los huevitos y el pitito – completó para mi total vergüenza.

Nada de pitito! – reclamé envalentonado, pero me arrepentí al instante al sentir su mano en mi entrepierna.

Eso vamos a comprobarlo – dijo tanteando tranquilamente mis partes.

La luz de la tarde entrando por el ventanal, como mágico aliado cubrió el salón de un halo de claridad que aun perdura en mi recuerdo. El Gran Kazam, con la pasmosa tranquilidad de un sueño me fue despojando de todas mis ropas, hasta dejarme completamente desnudo. Me tocó de arriba abajo, sin titubeos, sin prisas. Me besó los cabellos, los párpados, los labios y continuó inexorable bajando por mi piel ansiosa. No emitió el menor juicio ni hizo ningún comentario sobre el tamaño de mis genitales, simplemente se los metió en la boca y me sentí morir de placer con la novedosa sensación de una cálida lengua en aquellas partes. Me dio mil vueltas, y la luz de la tarde me envolvió a mí también sin tiempo ni hora. Cuando me vine a dar cuenta, ya casi se hacía de noche.

Debo irme – le advertí alarmado – mi papá me va a matar por regresar tan tarde a casa.

Un poco mas – pidió el Gran Kazam, comenzando a desvestirse.

No puedo – le dije sin mucha convicción, hipnotizado por el cuerpo que recién comenzaba a mostrarse.

No puedes dejarme así, muchachito – dijo abriéndose la bragueta, mostrándome el enorme bulto apenas cubierto por los calzoncillos de algodón.

Y claro, no pude.

Kazam quedó desnudo y me maravillé con la oportunidad de explorar a mis anchas aquel cuerpo de adulto. Me guió pacientemente. Llevó mis manos a su verga y la sentí palpitar entre mis dedos como si fuera una cosa viva. Algo grande y fascinante que el mago me hizo conocer palmo a palmo, primero con mis dedos, luego con mi boca y con mi lengua. Me gustó mamársela y hubiera seguido haciéndolo sino hubiera sentido que se hacía de noche y la posibilidad de que mi padre me castigara era cada vez más cierta.

De verdad tengo que irme – le dije balbuceante, con la punta de la verga dentro de la boca.

De acuerdo – dijo el Gran Kazam sonriente – pero prométeme que volverás para terminar esto que estas dejando a medias – sentenció con la dura verga en la mano.

Asentí mientras me daba vuelta para buscar mi ropa. El mago se acercó por detrás, una mano en mi cintura y la otra en mi trasero. Lo acarició brevemente, mientras me retenía y yo hacía un débil intento de alcanzar mi ropa. Con un dedo humedecido de saliva me acarició el ano. La sensación fue extraña y perturbadora. De pronto me metió el dedo profundamente y grité de forma involuntaria.

Prométeme que volverás – volvió a repetirme, insertándome el dedo en el culito con más fuerza.

Sí, sí – acepté confundido y excitado – lo prometo.

Aun así no me dejó escapar tan fácilmente. Me sentía como deben sentirse los peces tras morder el anzuelo. Me tenía atrapado y no tuve otra opción que esperar a que el Gran Kazam quisiera sacar el dedo de mi culo para ser libre de nuevo. Finalmente lo retiró, y noté mi enorme erección, y por supuesto la suya.

La próxima vez no será mi dedo – dijo acariciándose su enorme verga.

Corrí por las aceras de regreso a casa con aquellas palabras dando vueltas y vueltas en mi cabeza. Ni hablar de lo excitado que me ponía repetirlas una y otra vez. Mi padre estaba en la sala, la cara seria y el cinturón enrollado en la mesita de centro.

Sabes que no tienes permiso para llegar tan tarde – me recriminó nada más entrar.

Si, señor – acepté humildemente, en un último esfuerzo de causarle lástima y escapar al castigo, cosa que lamentablemente no funcionó.

A tu recámara – ordenó tomando el cinturón para seguirme.

Mi padre no solía golpearnos, pero cuando la falta cometida lo ameritaba tampoco dudaba en hacerlo, y por lo mismo, temblé al verlo tomar el cinturón con la clara intención de utilizarlo.

Aquí – dijo señalando el centro de la habitación – manos en la cabeza y derechito.

El cinto silbó en el aire y me dio en las nalgas. Salté ante la dolorosa y repentina sensación, pero no me quejé, porque sabía que eso lo molestaba aun más. Un par de cintarazos mas y vi que aventaba el cinturón sobre la cama. Pensé que todo había terminado, pero me equivoqué.

Ven acá – ordenó sentándose sobre el borde de la cama.

Me acerqué obediente y él me tomó de los brazos y me hizo acostarme boca abajo sobre sus rodillas. Todavía confundido, me sorprendió de pronto con una nalgada que resonó potente en la habitación cerrada. Se me escapó un grito, pequeño, pero grito al fin.

Silencio, jovencito! – me regañó al instante, propinándome una segunda nalgada.

Esta vez me contuve, pues tras la sorpresa inicial, sabía que vendría una nalgada mas y luego otra, y otra más. Me habría dado tal vez media docena cuando comenzó a desabrocharme los pantalones. No me atreví a moverme ni a quejarme, y únicamente alcé las caderas para que pudiera bajármelos. Con los calzones como única protección, sus palmadas se sentían más fuertes que antes. Me dio una docena más, hasta que sentí mi trasero ardía con el castigo. Para mi total consternación, mi padre terminó bajándome los calzones también, y el castigo continuó sobre mi trasero desnudo.

El sonido de las palmadas en mis nalgas y el consecuente escozor en aquella parte lograron excitarme, sobre todo al recordar que no hacía ni una hora que tenía el dedo del mago bien metido en ese mismo culito que ahora mi padre castigaba con tanta determinación. Por un momento imaginé que mi padre podía de pronto abrir mis nalgas y de algún modo darse cuenta de que alguien había estado hurgando en mi agujerito. Afortunadamente no lo hizo, y sólo se limitó a nalguearme duro por unos minutos más. Las lagrimas escaparon sin querer, pero lo hice en silencio, tratando de no provocarlo más.

Finalmente el castigo terminó, con la advertencia de que la próxima vez que llegara tarde lo pasaría peor. Me acomodé la ropa antes de que mi padre viera la tremenda erección que el castigo me había provocado. Apenas salió de la habitación corrí al baño y me masturbé, sintiendo el calor que las nalgadas habían dejado en mi trasero, y me metí un dedito en el culo, para recordar la sensación que el Gran Kazam me había causado esa misma tarde.

Me hubiera gustado ver al mago al día siguiente, pero se me hizo demasiado arriesgado intentarlo después de haber sido castigado. Me contrariaba mucho no poder hacer lo que deseaba, y le eché toda la culpa a mi padre por supuesto. Ya no me consideraba un niño, y el hecho de que él me tratara de esa forma únicamente generaba un gran resentimiento. Esperé hasta el fin de semana siguiente para llamar al mago. Me dijo que quería verme y yo acepté encantado. Las horas se me hicieron eternas hasta la hora convenida.

Esta vez el Gran Kazam me llevó directamente a la recámara. Me desnudó rápidamente, con esa mirada penetrante, casi animal, olisqueándome por todos lados.

Porque tienes las nalgas tan coloradas? – me preguntó al ponerme boca abajo.

Mi padre me castigó por llegar tarde el otro día – le dije, no con cierto rencor en la voz.

Te hizo algo mas? – preguntó el mago suspicaz.

Qué más podría hacerme? – pregunté a mi vez.

Algo como esto – dijo el Gran Kazam metiéndome un dedo ensalivado en el ano.

Brinqué azorado ante su intempestivo movimiento. Traté de zafarme, pero me mantuvo en mi sitio.

No – me quejé, quedándome quieto tal como quería – cómo se te ocurre?

Yo lo hubiera hecho – dijo metiéndome el dedo hasta el fondo.

Pero tu no eres mi padre – le dije con los dientes apretados, aguantando.

Ya no contestó. Me acarició las nalgas con la otra mano, sin retirar el dedo de mi apretado culo.

Ya nos vengaremos – dijo sin dejar de acariciarme, y yo estuve tan de acuerdo que dejé de quejarme y empecé a disfrutar con ese dedo que experto hurgaba en mis entrañas.

Me metió el dedo, luego dos, después la lengua, la nariz y cuanto quiso. Un pequeño consolador que vibraba dentro de mi cuerpo me hizo reír y me hizo excitar más todavía. Alzó mis piernas para lamerme el ano y los huevos casi al mismo tiempo. Me mamaba la verga, tan dura todo el tiempo, me daba vueltas, me enderezaba, me paraba y me sentaba, y finalmente, tan calientes los dos, se preparó para penetrarme.

Mira – me dijo mientras se engrasaba la enorme verga con mucho lubricante – tal vez pensarás que es demasiado grande para caber en ese pequeño agujerito tuyo – y asentí temeroso y excitado – pero créeme cuando te digo que cabrá perfectamente – continuó, embarrándome una generosa cantidad de lubricante en mi ano, introduciéndolo también en mi recto con un dedo.

Dolerá? – pregunté con recelo.

Un poquito, al principio – aceptó – pero luego sentirás un placer distinto y magnífico.

Decidí creerle y me tendí en la cama, con el culo en alto, esperando que el Gran Kazam hiciera su acto de magia, esta vez en mi cuerpo, tal como lo había visto hacérselo a mi padrino. La lubricada punta de su verga tocó suave pero firmemente mi apretado esfínter. La presión fue incrementándose poco a poco, dolorosa y lentamente, hasta que la gruesa cabeza entró en mi recto. No grité únicamente porque recordé que tal vez como a mi padre, tampoco le gustaran los gritos, pero estuve a punto de hacerlo. Aguanté esa primera parte del acto, esperando aquel maravilloso placer prometido. El tronco comenzó a deslizarse también adentro y parecía simplemente no tener fin, resbalando lentamente, como una monumental inyección de fuerza y caliente introducción.

Ya – me susurró el Gran Kazam al oído – la tienes toda adentro.

Increíble, pensé. Y entonces comenzó a moverse, y la sensación fue tan extraña que pensé en esas mariposas que los coleccionistas clavan en un exhibidor. Cómo podía ese hombre pensar que la mariposa se iba a mover con la aguja clavada en su cuerpo?. Pues eso fue lo que hice. Comencé a moverme, persiguiendo ese latido que taladraba la parte inferior de mi cuerpo, ese fuego que irradiaba desde mi culo hacia adentro y hacia fuera, y pronto me descubrí brincando en la cama, aplastado entre el colchón y ese hombre que me tenía ensartado y con mi agujero tan lleno de él.

El placer vino finalmente. Era algo oscuro y tenso. Algo que te hacía odiarlo y a la vez quererlo. Algo vivo que latía desde dentro y de repente te hacía sentir ansias de gritar y de encerrarlo para siempre dentro.

Sabía que terminaría gustándote – dijo el Gran Kazam con la verga encajada en mi cuerpo.

Quién se lo iba a rebatir?. Yo no, por supuesto. Me dejé coger tanto como el hombre quiso. Me dio la vuelta sin sacar su enorme verga y quedé montado sobre él. Atornillado, sería la palabra. Con sus manos en mi cintura, me hizo saltar sobre el enorme pistón, siempre listo para recibirme amorosamente y meterse dentro una vez más. Aquello era increíble. Me sentía partido en dos, con una quemante y deliciosa sensación que me corría desde el culito hasta los huevos.

El Gran Kazam comenzó a masturbarme, mientras yo rebotaba feliz sobre su gordo pito, culeando como si siempre lo hubiera hecho, y de esa forma, enloquecedora y febril, me vine sobre su pecho, y él acompasó su orgasmo con el mío, llenándome mi maltratado pero feliz culito con un torrente de caliente semen.

Nos dimos un baño, y me aplicó una crema que dijo me ayudaría a recuperarme. Seguramente la necesitaría, pues el solo hecho de caminar era una agonía.

Cuando me despedía en la puerta, una traviesa sonrisa cruzó de pronto en su rostro.

Tengo una excelente idea para vengarte de lo que te hizo tu padre – dijo de pronto. Yo ya ni me acordaba del asunto. Me dolía el culo y ninguna otra cosa me importaba.

En que estas pensando? – pregunté de todas maneras.

Llámame la semana entrante – dijo en ese tono misterioso que tanto le gustaba usar.

Se lo prometí, y me apresuré a volver a casa a tiempo para no ganarme un nuevo castigo. Mi padre aun no llegaba y de hecho volvió bastante tarde. Le escuché entrar a su recámara y discutir por algo con mi madre. Al poco rato se apareció en mi recámara con cara de pocos amigos, despeinado y vestido sólo con sus calzones y camiseta. Me di cuenta que estaba algo bebido. Mi padre no acostumbra a beber alcohol, y cuando llega a hacerlo le sienta realmente mal.

Me dijo tu madre que anduviste fuera toda la mañana – me reclamó con tono agresivo.

No tanto, papá – le expliqué – sólo salí un rato a ver a un cuate de la escuela.

Un rato? – dijo acercándose - toda la pinche mañana fuera – gritó – y se supone que aun estabas castigado.

Traté de explicarle, pero simplemente no me escuchaba. Me sacó de la cama y me zarandeó con fuerza. Como ya se había desvestido no tuvo esta vez ningún cinturón a mano, por lo que se saltó esa parte del castigo y simplemente me acomodó sobre sus rodillas, igual que la vez anterior. Me quedé quieto sobre sus piernas peludas, esperando la primera tanda de nalgadas, que no tardaron en llegar. El conocido calorcillo comenzó a correr desde mis castigadas asentaderas hasta una parte indefinida entre mis huevos y mi ano. Un cosquilleo, no del todo desagradable corrió por todo mi cuerpo.

Cuándo entenderás? – decía mi padre dejando caer su mano una y otra vez. Pero lo decía con una voz ronca que me recordaba a la del mago. Esa voz ronroneante que tanto se parece al placer.

Poco tardó en bajarme los calzones y azotarme las nalgas desnudas. Una de sus manos me sostenía en equilibrio sobre sus piernas, apoyada en la parte baja de la espalda, mientras con la otra me castigaba. La mano de la espalda comenzó a descender. Ahora estaba en mi nalga izquierda, y jalaba hacia un costado, separando mis glúteos, y comprendí que mi padre atisbaba entre mis nalgas, mirando seguramente mi enrojecido ano. Me preocupó que pudiera notar algo irregular en mi culito, pero si así fue, no comentó nada.

Prometes portarte bien? – preguntó deteniendo el castigo y sobando suavemente mis nalgas.

Yo le juraba que sí. Para no caerme de su regazo, apoyaba un brazo en el piso. La otra mano descansaba entre sus muslos velludos. Moví esa mano, con el pretexto de acomodarme para no caer al piso y rocé el bulto de su entrepierna. No podía verlo, pero sí sentirlo. De inmediato noté su dureza, pero no me atreví a tocarlo más abiertamente.

El castigo al parecer había terminado. Me bajé de sus piernas y me puse de espaldas, tratando de encubrir mi erección. De reojo espié a mi padre. Tenía un enorme bulto bajo los calzones y el morbo de observarlo me excitó sobremanera.

Ya duérmete – dijo mi padre saliendo de prisa de mi habitación, apagando la luz en su partida.

Me quedé temblando de deseo y frustración. Sabía que si él me lo hubiera pedido o permitido hubiera hecho cualquier cosa con él, y seguramente él lo sabía y por eso se había mejor marchado. Me quedé pegado a la puerta, atento a cualquier sonido. Escuché que encendía el televisor de la sala, y cuando lo consideré prudente salí de puntillas para espiarlo.

Bajo el azulado brillo de la pantalla, vi que mi padre, con los ojos cerrados y los calzones bajados hasta los tobillos se masturbaba. Su gordo y erecto miembro en la mano, la tensión en sus piernas rígidas, la respiración agitada, y por último el estallido violento de su semen saliendo a borbotones. Corrí a mi cuarto a hacer lo mismo, con la imagen aun fresca de lo que le había visto hacer.

Ese tema me dio para muchas y placenteras sesiones masturbatorias. Traté de portarme bien y los castigos no se repitieron. Mi padre llegaba tarde todos los días, con un humor taciturno y callado, muy poco característico en él. Una semana después, excitado y calenturiento de nuevo, le llamé al Gran Kazam.

Te tengo un regalo muy especial – me dijo al teléfono.

Qué es? – pregunté de inmediato.

Ven a mi casa – dijo la voz ronroneante – regálame ese par de nalguitas una vez más y será tuyo.

Me acordé de la enorme verga blanca y el daño severo que podía causar en mi apenas recuperado esfínter, pero también el goce que venía junto con ella, y acepté de inmediato. Tuve que esperar todavía algunos días. Mi padre llevaba ya varios días de pésimo humor y no quería provocarlo. Finalmente una visita con los tíos, donde a última hora me enfermé me dio el pretexto que esperaba para escaparme. El Gran Kazam y su gran verga me esperaban. Casi me arrepentí de haber aceptado. El mago estaba deseoso de sexo y me cogió sin tregua ni descanso. El culo ya me ardía de tanta cogida y la cosa parecía no tener fin. Dos horas después, agotado y bien cogido, buscaba mi ropa regada por todo el departamento.

No olvides el regalo – dijo el mago, con la enorme verga por fin flácida y todavía goteando leche.

Ya ni me acordaba – dije cojeando hacia la salida.

Yo creo que te va a encantar – dijo entregándome un paquete envuelto en una bolsa plástica.

Que es? – pregunté nada mas por preguntar, porque de verdad estaba molido y lo único que quería era regresar a casa.

Es una sorpresa – contestó enigmático – velo en tu casa, y asegúrate de estar completamente sólo cuando lo hagas.

Al salir de su casa abrí la bolsa. Era un videocasete. Alguna película porno, pensé ilusionado, porque a pesar de toda la jodienda, la idea de tener una película porno me encantaba. Llegué corriendo a casa, deseando que mis padres aun no hubieran regresado. La casa estaba sola y corrí a prender la videocasetera. El casette no tenía ninguna etiqueta y expectante, esperé con ansias que las conocidas rayas grises dieran paso a las imágenes. Me quedé sin aliento. La imagen de mi padre estaba en la pantalla.

Qué hacía mi padre en esa película?. Cómo había llegado a las manos del Gran Kazam?. De qué se trataba todo aquello?. Traté de quitarme todas esas preguntas de la cabeza y subí el volumen, porque vi que mi padre estaba hablando con alguien y yo no había puesto atención a sus palabras.

Pero compadre – le escuché decir – qué le voy a decir a este señor?

Pues la verdad, compadre – le contestaba una voz masculina a mi papá, y reconocí a mi padrino Manuel al instante – que no tiene el dinero todavía y que le dé mas tiempo para conseguirlo.

No chingue, compadre – decía preocupado mi papá – ya me ha esperado bastante.

La platica continuó por el estilo. La toma era fija, no se movía. Nadie estaba filmando. Seguramente la cámara había sido colocada en algún lugar y reconocí entonces el sillón negro del departamento del mago. Y entonces apareció en escena, tan teatral como le gustaba, vistiendo una colorida bata de seda roja con un enorme dragón verde en la espalda, que desfiló frente a la cámara con estudiada lentitud.

Y bien, Sr. Sánchez – dijo la conocidísima y gutural voz – espero que me haya traído lo que me debe.

Mi padre carraspeó en el sillón. Sentí pena por él. Sabía que no le gustaba deberle a nadie y que era muy formal en sus compromisos.

La fiesta de mi hijo excedió mi presupuesto – explicó mi padre nerviosamente – créame, le voy a pagar.

De eso no tengo la menor duda – contestó el Gran Kazam acercándose, peligroso al sillón.

La toma se amplió, como por arte de magia. El mago tenía mas de un truco bajo la manga. O bajo la bata, que para el caso es lo mismo. Ahora podía ver también a mi padrino Manuel. Estaba junto a mi padre y cruzaba miradas con el mago, cómplice seguro de lo que iba a suceder. Me excité al instante. Sabía lo que había sucedido entre aquellos dos, y con mi padre en medio, no podía sino esperar con la boca seca y la verga dura ver qué sucedería.

La discusión siguió. El mago cada vez más molesto, o al menos eso quería que mi padre creyera. Mi padrino contribuía haciendo sentir peor a mi padre, y entre ambos fueron creando una atmósfera donde ya lo que menos importaba era el dinero que mi padre debía, centrándose en cómo castigarían su imperdonable demora.

Estoy dispuesto a lo que quiera – aceptaba mi padre, de pronto muy mansito.

Lo que sea? – preguntaba el Gran Kazam engrandecido.

Si, lo que sea – completaba mi padrino – usted tiene todo el derecho a castigarlo por no cumplir con lo prometido.

Por primera vez salió la palabra castigo, y al parecer no fui el único en notarlo. Mi padre cambió al instante. El rostro pasó de la preocupación a una extraña mueca que me resultaba vagamente familiar.

Merezco un castigo, lo sé – aceptó contrito aquel señor de pronto con gestos propios de un niño.

El Gran Kazam se puso de pie. Pasó frente a la cámara y pareció mirarme directamente, como advirtiéndome de no perderme nada. Regresó un minuto después. Traía un cinturón en la mano.

De pie – ordenó el mago haciendo restallar el cinturón en el aire. Mi padre le miraba casi hipnotizado.

Venga, compadre – le animó mi padrino – hay que ser fuerte y aguantar como machito que es. Y con estas palabras empujó a mi padre que parecía pegado al sillón, obligándole a ponerse de pie y aprovechando su pasiva aceptación le dio la media vuelta, dando la espalda a la cámara, y por supuesto al Gran Kazam y su temible cinto.

Apoya los brazos en el sillón y empínate un poco – le instruyó el mago, con esa voz que aun a través del video tenía el poder de conseguir lo que pedía.

Mi padre obedeció. Me hubiera gustado ver su rostro, pero de espaldas a la cámara, lo único visible eran sus anchas espaldas y su trasero. Traté de imaginar lo que sentía él en esos momentos, y mi verga dura fue la respuesta. Seguramente estaba tan excitado como yo mismo lo estaba en este momento.

El sonido del cinturón rasgando el aire me sacó de mis pensamientos. Vi a mi padre brincar ante el certero golpe, que le cruzó el trasero con efectiva precisión. Sus brazos se tensaron sobre el sillón, mientras los cintarazos seguían cayendo, lenta pero inexorablemente. El rostro de mi padrino lo mostraba todo. Los ojos fijos en el mago, una mano sobre la espalda de mi papá y la otra acariciándose la bragueta, que sin lugar a dudas mostraba ya un exagerado bulto debajo.

Demasiada ropa encima – comentó el Gran Kazam deteniendo el castigo de repente.

Parecía ser la señal esperada por mi padrino, que rápidamente comenzó a desabotonar los pantalones de mi padre. Hubo un momento de duda, una breve vacilación en que mi padre, aferrado a los pantalones trataba de salvar algo de la cordura que sin duda aun le quedaba, pero pudo más la excitación de mi padrino y seguramente la suya propia, y terminó abandonando toda resistencia, permitiendo que los pantalones le fueran bajados hasta los tobillos y como cordero en el matadero asumió de nuevo la posición reclinada, dejando el trasero listo para seguir siendo castigado. Los cintarazos continuaron, esta vez cayendo sobre los muslos desnudos, dejando marcas rosadas en ellos y también sobre las nalgas, cubiertas apenas por los boxers de algodón.

Quítale todo – fue la orden siguiente. Esta vez mi padre no opuso ninguna resistencia, y dejó que su diligente compadre le quitara la camisa, la camiseta y los calzoncillos.

Desnudo completamente, fue obvio lo excitado que estaba. Su verga erecta y tiesa era una prueba irrefutable. Parecía avergonzarse de ella, y sin que se lo pidieran volvió a inclinarse sobre el sillón, dejando las nalgas desnudas y tensas a la vista de su verdugo. Un par de cintarazos mas le hicieron gemir, y no supe si era de dolor o de gusto. Mi padrino metió una mano por el frente, acariciándole la verga seguramente. Mi padre no dijo nada, tan callado y tan sumiso que apenas le reconocía.

Veamos si el castigo es suficiente – dijo el Gran Kazam soltando el cinto y acercándose a mi padre.

Le agarró las nalgas con absoluta confianza, como se agarra algo que a uno le pertenece. Mi padre no se movió de su sitio. Parecía entender muy bien su papel y lo que de él se esperaba. El mago jugó con su culo un poco. Le abrió las nalgas y le acarició el ojo del culo con absoluta calma.

Desnúdate también – le ordenó el Gran Kazam a mi padrino Manuel. No fue necesario decírselo dos veces. En un santiamén estaba tan desnudo como mi padre.

El mago se humedeció los dedos y con esta humedad acarició el agujero, peludo y oscuro de mi padre. Le trabajó el hoyito un buen rato, consiguiendo primero que se acostumbrara a la sensación y aumentando su excitación aún mas todavía.

Mámale la verga – ordenó el mago a Manuel, que se apresuró a meterse bajo mi padre y se metió su tieso rabo sin la menor vacilación.

Ya para entonces me masturbaba como un loco. Sabía cual sería el desenlace, y me preguntaba si mi padre se habría atrevido a llegar hasta el final. La respuesta la obtuve poco después, cuando vi la enorme y gruesa verga del Gran Kazam enfilándose hacia aquel pequeño y apretado destino que era el culo paterno. Todavía en aquellos momentos tuvo el vicioso mago los ánimos suficientes para enfocar a distancia la dichosa cámara, haciendo un acercamiento brutalmente claro a las nalgas de mi padre. Todo lo ancho de la pantalla se llenó con el perfecto aro de rosados pliegues del ano de mi padre, y poco después, con el colosal glande, a todo color, del mago. Idiotizado, vi la chata punta y el colorado ojito de su reata topar con aquella puerta que parecía negarle la entrada. Vi su empuje, violento y decidido, la presión que parecía achatarle aun más la gruesa cabeza, y el momento sublime en que el arrugado ojete era finalmente vencido, obligado a abrirse por la poderosa presión de la venosa verga, dejándola entrar en su total longitud, hasta que los vellos púbicos del Gran Kazam llenaron totalmente la pantalla.

La cámara volvió entonces a su encuadre inicial, mostrando la escena en su totalidad, con los tres cuerpos desnudos bailando aquel vals sin música pero con total coordinación silenciosa. Los gemidos era lo único que se escuchaba, y de verdad que no hacía falta nada más.

El Gran Kazam le estaba dando verga a mi progenitor con vigorosas arremetidas, mientras el canalla de su compadre le mamaba la verga también con mucho gusto. Ese era la descripción sucinta de lo que pasaba en la pantalla y la cruda verdad no hizo sino excitarme a tal grado que me vine justo en ese momento, mientras que ellos, en su propio lugar y espacio llegaban a un idéntico final.

Mientras buscaba con que limpiar el semen que me encharcaba las manos y el vientre, vi a mi padre tomar sus ropas y vestirse en mudo silencio. El Gran Kazam, desnudo y ahíto, como cualquier semental, lo miraba satisfecho. Mi padrino no sabía si ayudar a mi padre o preocuparse por vestirse también. Finalmente estuvieron ya vestidos, sin saber como despedirse de aquel hombre, que desnudo todavía les miraba con aquella media sonrisa, gozando seguramente de su incomodidad.

Bueno – carraspeó mi padrino anunciando su despedida – pues ya nos vamos.

El mago se puso de pie. La verga le goteaba todavía. Con absoluta calma, se llevó un dedo a la punta chorreante y atajó el hilo de semen que amenazaba con caer al suelo. Llevó aquel dedo pringoso a los labios de mi padre, que no pudo sino abrir la boca y lamer lo que el otro le daba.

Y mi dinero cuando? – preguntó quedamente, retirando el dedo de la boca de mi padre.

Le prometo que muy pronto – contestó éste con un hilo de voz, aún relamiéndose los labios.

Mas te vale – amenazó el Gran Kazam, reforzando sus palabras con una sonora nalgada, que reverberó en la habitación y en mi cuerpo también.

Mi padre y Manuel se marcharon entonces. El Gran Kazam miró directamente a la cámara.

Y yo espero que tu padre no consiga ese dinero demasiado pronto – sonrió lascivo, relamiéndose los labios como un gato – y ni modo, tendré que volver a castigarlo.

Si te gustó, házmelo saber.

altair7@hotmail.com