El Gran Danés de Kassandra

Kassandra y la zoofilia

Cuando vio mi eyaculación próxima, enredó sus piernas a mi torso para no dejar que me separase, de modo que todo mi jugo fue a parar al interior de su fértil útero, colmándolo y desbordándolo cuando me dejó separarme, luego, contrariamente a la fogosidad de su acto previo me apartó de un empujón y pegó un grito que resonó con fuerza por todo el piso:

-¡Ares!

Pocos segundos después apareció aquella bestia por la puerta, y Kassandra se puso a cuatro patas y se dio una palmadita en El Monte de Venus, que el perro entendió a la primera. Se subió encima y la penetró. Con cada embestida parecía que la muchacha iba a ceder bajo esos 80 kilos de animal, y con cada embestida pegaba un estrepitoso gemido, como si no hubiera otra cosa en este mundo que quisiera o que le causara más placer que eso.

Ante aquella grotesca escena, yo no podía evitar sentir cierta excitación, Kassandra, con su escuálido cuerpo siendo sodomizada por aquel perro y la expresión de satisfacción en su rostro, pero lo cierto es que ya no pintaba nada en esa escena así que me dispuse a irme.

-!Espera! No te vayas aún -dijo jadeando entre gemidos- ya termino.

Pocas embestidas después, Ares pegó un último placaje contra las pálidas nalgas de Kassandra donde se mantuvo unos instantes. Cuando empezó a sentir la calidez del semen del animal llenar su recto, emitió un leve quejido de alivio y se derrumbó. El perro se apartó y se tumbó a su lado. El macilento cuerpo exhausto y sudado se quedó allí despatarrado, satisfecho por haber perdido toda la humanidad y la dignidad, mientras que de su ano y su vagina seguían brotando nuestras corridas, la mía, la suya y la del perro.