El gozoso descubrimiento de Loli

El gozoso descubrimiento de Loli.

EL GOZOSO DESCUBRIMIENTO DE LOLI

Me llaman Loli, según dicen, soy una mujer, de encantadoras virtudes con un metro ochenta, cabello rubio y un físico qué a cualquier hombre vuelvo loco; casi siempre trabajo por el placer y la diversión para llegar al orgasmo que por el dinero en sí.

Hoy tenia que atender a un Alberto un amigo de Carla, me contó que era algo especial, le gustaba encontrar a la mujer con poca ropa, que lo provocara, que fuera lo mas puta y atorranta que se pueda, por lo tanto me puse un portaligas con medias rojas de látex, unas sandalias de acrílico muy altas, una cadena de acero en la cintura a modo de cinto, un poco de perfume y una camisola de seda por encima para recibir a mi huésped.

Estaba recostada en el sofá cuando escuche el timbre. Al abrir la puerta me quedé asombrada, yo esperaba algo diferente, pero lo que vi fue un joven de unos treinta y cinco años, moreno de intensos ojos negros, con aspecto de deportista y muy atractivo.

Me dije que se llamaba Alberto y que lo enviaba Carla. Lo hice pasar y le preparé un Martín. Mientras estaba sentado, tomándose la copa, yo reparé en un paquete que Alberto había dejado sobre el sofá, a su lado, y que hasta entonces yo no había visto.

Alberto me dijo que tenía un problema, le costaba mucho excitarse lo suficiente como para que su verga estuviera en disposición de penetrar a una mujer, por eso recurría siempre a profesionales, pues para conseguirlo tenía que valerse de ciertos juegos. Me puse un poco nerviosa, pero no sabía si era porque hacía calor, por lo que Alberto me había dicho, por la vista del misterioso paquete, o simplemente porque Alberto estaba muy bien y ya se le empezaba a mojar la concha de pensar en lo que podía hacer con él.

Me quito la camisola de un tirón y comprobé al ver esto que Alberto no era demasiado delicado, inmediatamente se despojó de toda su ropa. Al verlo desnudo, casi doy un grito, por la sorpresa que me causó su verga, enorme y ya muy tiesa. Pensé que el comentario anterior sólo lo había hecho para tener una disculpa si algo fallaba, o sencillamente para quedarse con migo.

Alberto sé hecho sobre mí y empezó a acariciarme los muslos, hasta llegar a mí vagina, y entonces empezó a pellizcarme. Yo grité y le dije que me hacía daño, y la respuesta de Alberto me dejó helada.

  • Esto forma parte de mis juegos. Si no causo dolor, no me excito lo suficiente.

Y ya me di cuenta, era un sádico, y no un sadomasoquista, con lo que me quedo muy claro quien iba a maltratar a quien y porque Carla me dijo que debía cobrarle muy bien, entonces me horrorizó pensar en lo que podía contener el paquete.

Alberto siguió pellizcándome la vagina, y lo mismo con mis tetas.

Cada grito de dolor mío hacía aumentar el tamaño de su verga de una manera impresionante.

  • Sufre puta. Sufre mientras yo me pongo caliente. Después, cuando te destroce con mi verga, ya te tocará disfrutar a ti.

Ahora ya no pellizcaba, ahora, después de lamer todo mi cuerpo, me mordía.

A cada mordisco, seguido de un grito mío, su verga aumentaba y se ponía más y más dura, pero también yo empezaba a temblar de deseo por aquel pené, y sentía como mi concha estaba cada vez más mojada. Sentía que empezaba a faltarme el aire, y mi pecho subía y bajaba respirando a gran velocidad, para contener el orgasmo que estaba a punto de sentir. No podía más, me dolían las tetas, de tantos pellizcos y mordidas, pero mis pezones estaban tiesos y duros, desafiantes al hombre que empezaba a respirar también agitadamente. Mi vagina completamente mojada y dolorida ya no podía aguantar más, y grité.

  • Penétrame, no-vez que ya no puedo más, voy a acabar sin haber sentido tu verga dentro de mi concha, y no lo resisto más.

  • Cállate puta - me contesto Alberto - ha que no sabías que eras una masoquista, pues ya ves somos una pareja perfecta. Pero tendrás que esperar, yo todavía no estoy a punto.

Y entonces fue cuando abrió el paquete. De su interior sacó un pequeño látigo y mis ojos brillaron cuando lo hizo restallar.

Yo asustada me separó un poco de él, pero estaba demasiado caliente, deseaba con locura aquella verga y estaba dispuesta a cualquier cosa para sentirla en lo mas profundo de mi cueva.

  • Ponte en cuatro patas.

Y yo obedecí. Alberto estrelló el látigo contra mi culo una y otra vez, hasta que vio que a mi se me saltaban las lágrimas. Y le suplique.

  • Por favor, pégame, muérdeme, haz lo que quieras, pero hunde tu verga en lo más profundo de mi concha. No puedo más ¡No puedo más! Me duele la concha de tanto desear que me cojas. Cógeme. ¡Cógeme!

  • Ahora puta. Ahora te cogeré. Yo tampoco puedo más, me duelen los huevos y necesito descargar dentro de tu caliente sexo.

Me dio la vuelta y se lanzó sobre mi como un animal en celo. Me clavó la verga en mi concha hasta que los huevos tropezaron con mi culo. Y empezó a moverse como un poseído mientras seguía mordiéndome los pezones.

  • Sigue, sigue - grité. Me duele, pero como disfruto, nunca había sentido tanto placer. Sigue. Ya no aguanto más, ya acabo ¡acabo!

  • Acaba Loli, acaba. Yo tampoco puedo más. Tus tetas me enloquecen, tu concha me pone a cien, mis huevos me duelen, tengo la verga a punto de estallar.

  • Acabo yo también acabo.

Los dos llegamos al clímax juntos. El semen de Alberto inundó mi concha y se mezcló con mi corrida. Descansamos un rato, pero pronto sentimos de nuevo deseos de gozar, y esta vez fui yo quien le entregó a Alberto el látigo.

Cuando Alberto se fue, me dejé caer en el sofá exhausta. Me dolía todo el cuerpo, pero estaba feliz. Entonces fue cuando reparé en que mi cliente había dejado el látigo, acerqué mi mano temblorosa, y lo tomé. Al sentir su tacto sentí una punzada de deseo en lo más profundo de mi sexo. Alberto se había ido, pero no importaba, él estaba allí y eso era suficiente. Yo misma fustigué mi redondo culo, y mientras lo hacía, sentía que oleadas de gusto me inundaban, y me revolqué por el suelo retorciéndome de placer. Moje la alfombra y el látigo con mi flujo y mis lágrimas. Era una masoquista total, y me gustaba el descubrimiento.

Cuando, por fin, completamente agotada me tranquilicé, llamé a Carla y le conté todo lo ocurrido esa tarde. A partir de aquel día mis clientes comenzaron a ser tan sádicos o más que Alberto.

Este volvió a visitarme alguna vez, pero yo nunca dejé que se le llevara el pequeño látigo, éste se convirtió en mi mejor amante y compañero.

Loli 3