El gordo precoz (8)

CAPÍTULO VIII: LA PAREJA IMBATIBLE. “Tú me la quieres meter!” Dijo apavorado. Más que una pregunta pareció ser una afirmación.

EL GORDO PRECOZ (8)

CAPÍTULO VIII: LA PAREJA IMBATIBLE.

Desperté en mitad de la noche, para darme cuenta que Juan no estaba en la cama ocupando su lugar a mi lado. Miré hacia el baño y vi que la puerta estaba entornada y había luz en el interior.

Aparentemente ninguno de los dos podía conciliar el sueño.

Rememoré los instantes posteriores a mi llegada al departamento de Juan hacía apenas un par de horas.

Luego de confesar que me necesitaba, mi amigo me abrazó con mucha fuerza, como temiendo perderme.

Me contó que se había puesto en contacto telefónico con el abogado y que se verían a la tarde siguiente para hablar de todos los detalles referentes a su divorcio. Toda la conversación la mantuvo aferrándose a mi de una forma casi desesperada.

Cuando le pregunté qué le sucedía, me contestó que me admiraba mucho.

"Juan, no quiero que me admires. Me gustaría que el sentimiento que tengas hacia mí, sea más fuerte aún. Pero no tengo ningún derecho a pedírtelo. No te puedo pedir que me quieras como yo a ti." Dije y nuestras miradas colisionaron.

Perdí la noción del tiempo.

No sé exactamente qué tanto nos mantuvimos mirándonos a los ojos.

Sólo sé que estuvimos así hasta que él quebró el silencio.

"Qué es lo que me estás haciendo, Zesna?" Preguntó de repente.

"A qué te refieres?" Dije sorprendido.

"Es que estoy todo el tiempo pensando en ti." Confesó.

No vi ningún atisbo de sonrisa en su rostro.

Es más aún, él aparentaba estar preocupado por lo que acababa de decir y no lo veía muy convencido de que él realmente quisiera hacer lo que dijo.

"Estás hablando en serio?" Dije para convencerme de ello.

Asintió con la cabeza.

Apretó el abrazo aún más fuerte.

"Por favor, quédate conmigo esta noche, si?" Me suplicó.

No hacía falta que me lo rogara. Hasta estaba dispuesto a pagarle para que me lo permitiera hacer.

Fuimos a dormir juntos, nuevamente en su cama matrimonial de la misma forma que antes: él con sus calzoncillos y otra remera igualmente gastada a la que ya le conocía. Y de nuevo fuertemente abrazados, pero ahora, apoyó uno de sus gruesos muslos, y con él me aprisionó contra la cama.

Mis pensamientos se esfumaron repentinamente cuando escuché un lloriqueo que provenía del baño.

Juan se había levantado en medio de la madrugada y yo pensé que estaba orinando, pero para decir la verdad, ya hacía un rato bastante largo que no tenía noticias de él.

Me levanté de la cama, y fui sigilosamente hacia el lugar donde se encontraba mi amigo.

A medida que me acercaba, escuchaba que los lloriqueos iban acompañados de palabras ininteligibles.

Me asusté.

Abrí la puerta cautelosamente para ver si Juan necesitaba ayuda, y lo vi de espaldas vistiendo tan sólo la remera gastada y completamente desnudo de la cintura para abajo con los calzoncillos caídos hasta los tobillos; con su mano izquierda levantando su panza y con la otra escondida debajo de su imponente vientre moviéndola frenéticamente. Intentaba masturbarse en forma desesperada y casi salvaje, de una manera por demás violenta, mientras entre jadeos emitía unas palabras que aún no lograba distinguir, una y otra vez.

Acerqué mi oído lo más dentro que pude para lograr escuchar qué era lo que decía, o más literalmente, qué era lo que escupía, ya que entre sollozos, despedía saliva a granel, cada vez que balbuceaba esa frase que aún no entendía.

Abrí un poco más la puerta para poder ingresar al baño lo más silenciosamente posible, y poder finalmente escucharlo sin que se percatara de mi presencia, mientras todo su cuerpo se sacudía y temblaba descontroladamente para todos lados.

"Yo no soy un gordo puto! Yo no soy un gordo puto! Por favor, no puedo! Alguien que me ayude!" Gemía lloriqueando mientras con cada palabra que pronunciaba seguía escapándose gran cantidad de segregación de su boca, al tiempo que no paraba de mover la mano salvajemente debajo de su vientre.

Ahora me aterré y mis ojos se llenaron de lágrimas instantáneamente.

"Por lo que más quieras, Juan, déjame ayudarte con lo que te pasa." Le rogué sin poder evitarlo, interrumpiendo desesperadamente a mi amigo y deseando fervientemente tener la posibilidad de poder hacer algo por él. Me hacía mucho daño ver con ese sufrimiento a alguien a quien yo quería mucho.

"Oh, Dios mío. Qué estás haciendo aquí?" Dijo cancelando rápidamente la acción, y presa de una vergüenza mayúscula debido a haberse quedado completamente al descubierto en tal incómoda situación, al mismo tiempo que quitaba inmediatamente la mano de su miembro y con la otra tomaba su bata que estaba colgada cerca suyo y se cubría parcialmente.

Me acerqué hasta tener su cara a dos centímetros de la mía. Un rostro completamente avergonzado y lloriqueando sin parar, como un chico al que se le ha sorprendido en plena travesura,.

"Quieres que te demuestre lo mucho que me gustas? Quieres que te demuestre las ganas que tengo de darte placer? Quieres dejarme ayudarte con lo que te sucede? Quieres que sea yo el que te dé lo que tanto necesitas? Quieres permitirme ayudarte y mostrarte que me gustaría ser tu esclavo en la intimidad para satisfacerte en todo lo que necesites, en todas tus fantasías y en todas tus necesidades? Quieres de una vez por todas comprobar que no hay absolutamente nada que yo no haría por ti?" Le dije con lágrimas en los ojos. "Me permitirás darte todo el placer que no te han dado antes, y que yo estoy dispuesto a hacértelo sentir solamente para tu propia satisfacción? Juan, me permitirás llegar a donde nunca nadie ha llegado antes, jamás?" Finalicé más como una súplica que como un pedido expreso.

Obviamente no recibí respuesta, por lo que intenté tomarle la mano que sostenía la bata para volver a dejarlo desnudo, forcejeando con él duramente ya que nuevamente se resistía.

Yo ya estaba dispuesto a no esperar más. No por mi, sino por él mismo. Se estaba haciendo mucho daño, y yo estaba seguro que lo podía ayudar con esto que le pasaba.

Lo miré fijamente mientras le posaba una mano debajo de su abdomen por sobre la bata cerca de donde deberían estar sus genitales. Sus pequeños ojos color miel claro se agrandaron como nunca los había visto antes, mezcla de sorpresa, incredulidad y quizás algo de rechazo, no pudiendo creer lo que yo le estaba haciendo. Supe que su vergüenza ya no le iría a desaparecer de su rostro, pero no me importó en absoluto, ya que debía irse acostumbrando poco a poco y de una buena vez a que mis palabras siempre reflejaban la verdad absoluta acerca de mis sentimientos hacia él.

"No hay absolutamente nada que yo no haría por ti."

"Juan, me permitirás llegar a donde nunca nadie ha llegado antes?" Rogué con todo mi ser y terminé la frase con un "Por favor!"

Creo que esas dos frases reflejaban íntegramente mis propósitos, mis anhelos, mis más sucias fantasías, pero sobre todo, y como ya es una constante en mí, que antepongo el placer de mi gordo frente a mis propias satisfacciones, esas dos cláusulas deberían despertarle el bichito de la curiosidad, hacerle volar la imaginación, juguetear con sus más recónditas y morbosas fantasías, poner en práctica aquellas cosas que nunca se habría animado a hacer y quizás ya se hubiera resignado a no realizarlo jamás; o en todo caso, aprender de experiencias nuevas que lo podrían transportar a límites nunca antes sospechados, como yo tenía la plena certeza de que debería ser.

Nuestras miradas se estaban estudiando como para reconocer cada pulgada de nuestros ojos, y de repente le pedí que se diera vuelta, lo que lo puso extremadamente nervioso.

"Tú me la quieres meter!" Dijo apavorado. Más que una pregunta pareció ser una afirmación.

"No, si tú no quieres. Eso es lo que te ha tenido preocupado todo este tiempo?" Pregunté comprendiendo finalmente. "Mira, yo no voy a hacerte nada que tu no desees. En este momento, tenía pensado lamerte el culo con la lengua." Dije sabiendo que posiblemente se volvería a ruborizar. "No te resistas más, Juan. Entrégate de una vez por todas a tus sentimientos. Deja de resistirte a gozar plenamente."

Quiso negarse, pero lo guié para que se diera vuelta, esta vez sin ofrecer demasiada resistencia.

Me arrodillé y toqué ambas nalgas con mis manos y las separé. Saqué la lengua lo más estirada posible y con ella me abrí camino por su raja terriblemente húmeda y visiblemente profunda hacia su orificio.

Mientras le rozaba el sector con la lengua, Juan comenzó a temblar, y mucho más aún cuando alcancé a llegar a su agujero tantas veces anhelado, por lo que aproveché y deslicé una de mis manos por debajo y abriéndole los muslos apretados, para lograr asirle los genitales por detrás. Llegué apenas con el tiempo suficiente como para rozar sus testículos, cuando dos segundos después un diluvio de líquido viscoso y caliente comenzó a mojarme toda la mano, mientras violentas convulsiones hicieron sacudir de forma nerviosa a mi obeso amigo, al mismo tiempo que descontrolados espasmos y gemidos guturales quebraban completamente el silencio del cuarto de baño y denotaban una explosión de placer, pero que sospechaba que aún hacía un esfuerzo supremo por resistirse a reconocer y por ende también a negarse a disfrutarlo plenamente.

Era posible que cada vez que comenzábamos a hacer algo, él eyaculaba? No me equivocaba en lo absoluto en afirmar que este desorden tenía algo que ver con lo que le había hecho el hijo de puta del sacerdote.

"Juan, nuevamente quiero que seas sincero conmigo, como lo has hecho siempre." Le dije mientras me ponía de pie. "Te gustó?"

Tras mirarlo por un momento que me pareció una eternidad, asintió.

Llevé mi mano seca a su pecho, y lo apoyé sobre su remera gastada. Comencé a moverla en círculos, mirándolo a los ojos. Los suyos iban y venían viéndome directamente, y a veces haciéndolo de reojo con intermitencia hacia mi mano tocándole las gigantescas tetas. Otras veces, alternaba bajando la mirada y volviendo a repetir la secuencia. Sabía de su nerviosismo. Estaba seguro que estaba luchando fuertemente contra ello.

Rocé su pezón por sobre su remera.

Se puso en un estado de tensión completo. Vi cómo apretó sus puños.

Pellizqué dulcemente su erecta tetilla con el pulgar y mi dedo índice, siempre por sobre su prenda.

"Sé que te gusta mucho." Dije sonriendo. "Sólo dímelo para que pueda seguir confiado que no te hago sufrir. De lo contrario me vuelvo a la cama." Sabía que estaba siendo perverso, pero quería que fuera participativo. No deseaba que se mantuviera completamente pasivo o ajeno a todo lo que le hacía.

"Sí." Dijo solamente, y fue suficiente para darme más ánimos.

"Por favor, quítate la remera!" Le pedí sin saber si lo iría a hacer o no.

Ante mi sorpresa, se tomó la remera gastada con ambas manos y se la fue levantando lentamente sin apartar su vista de mis ojos. Supongo que lo deseaba hacer, pero temía que me mofase de él.

Cuando finalmente sus pectorales lograron quedar completamente desnudos, mis ojos se agrandaron, y mi boca necesitó un babero para contener todo el líquido que chorreaba por entre las comisuras de mis labios. Por vez primera pude apreciar todo su descomunal pecho con unos pocos pelos rubios, suaves y finos desparramados por entre sus tetas, cuyos tamaños junto a los de sus pezones casi me hacen desmayar de la emoción. Casi diez centímetros de cada una de sus aureolas ovaladas por estiramiento estaban deleitando mi visión, resignándome a que no podría meterme en la boca cada una de ellas en forma completa. Aunque como no soy tan glotón, igualmente me iría a conformar con una gran porción.

No pude menos que mirarle a los ojos que estaban expectantes de mis reacciones ante su cuerpo. Intentó agachar la cabeza nuevamente avergonzado y comenzó a sonrojarse.

"No, Juan. Nunca más!" Le dije mientras con esa misma mano seca le devolvía el rostro a su posición inicial. "Nunca más te avergüences de tu cuerpo cuando estés conmigo. Eres hermoso, te mire por donde te mire." Le dije apoyando ahora mi mano mojada de su propio semen por encima de su pezón derecho y pintándolo literalmente con su leche; y acto seguido hice lo mismo con el izquierdo chupándolos y lamiéndolos a discreción, demostrándole sin ningún lugar a dudas mediante mi desesperación por secarle esos descomunales senos con mi boca, todo lo mucho que me gustaba su cuerpo.

Los retorcijones de Juan no eran de esperarse en absoluto cuando succioné ambas tetas hasta que le quité completamente todo resto de esperma de allí.

Hasta percibí que le temblaban las piernas y tuve temor de que se pudiera caer por la excitación.

Lamí todo el pecho, a lo ancho, largo y alto.

Chupé todo lo que estuvo a mi alcance, y cada vez que le rozaba las tetillas con la lengua o los labios, él se desesperaba de placer. Tenía esa parte sumamente sensible. Y me alegré por ello.

Estuve seguro que nunca nadie le había hecho esto. Jamás.

Cuando hube finalizado, acerqué mi boca a la suya, y nuestras respiraciones se volvieron más intensas, casi diría furiosas, o tal vez salvajes.

Le miré sus labios con lujuria mientras me mordía los míos. Él lo notó, pero esta vez no apartó la vista de mi rostro. Miró mi boca y acercó su rostro inundándome con su aliento. Cerré los ojos esperando lo inevitable.

Sus labios se posaron encima de los míos, y un beso como un chasquido sonó en el silencio.

Nuevamente tímido, breve y torpe, como la primera vez.

Pero otro beso, al fin.

"Juan, quiero ducharme contigo." Le dije.

No estuvo muy convencido, pero definitivamente no se estaba resistiendo más a mis pedidos.

Abrí el grifo de la ducha.

Me arrodillé y permití salirse completamente a los calzoncillos de sus pies, y tomé un poco de distancia para verlo mejor.

"Juan, estoy seguro que nunca te han dicho lo hermoso que eres." Dije, y de pronto recordé algo que él mismo me había dicho en una oportunidad, y le pregunté acerca de ello como para quedarme completamente seguro. "Dime la verdad, alguna vez alguien te ha visto así desnudo, quiero decir, así, siendo adulto, completamente desnudo?"

"No." dijo simplemente.

Le creí.

Fuera de su madre, que le habría bañado cuando era un niño, y descontando la experiencia del sacerdote degenerado, aunque tampoco era un hombre en ese entonces, nunca había dejado a ninguna otra persona verlo así siendo un adulto.

Me emocioné por ser la única persona en tener ese privilegio, aún por encima de sus dos ex esposas, sabiendo que él era consciente de todo lo que yo le estaba haciendo, y que no hubiera podido realizarlo de ningún modo si él no estuviera plenamente dispuesto a permitírmelo. Le di las gracias por ello, y nuevamente su rubor salió a flote, pero ya no oponía resistencia, y eso era muy importante.

Eso era lo más importante.

Me quité los calzoncillos, lo tomé de una mano, y lo conduje debajo de la ducha caliente.

Quedé de pronto hipnotizado por segunda vez al verle esos hermosos ojos debajo de la lluvia. Hasta pude sentir un click imaginario en ese preciso instante.

Nos miramos por largos diez o quince minutos como explorándonos los ojos primero y luego toda la cara, sólo sosteniéndonos fuertemente por nuestros brazos como para que ninguno de los dos se fuera a resbalar y caer.

"Qué te sucede?"

Todo iría a suponer que había sido yo el que formuló esa pregunta, pero no, fue Juan el que la hizo esta vez.

"Juan, eres una de las personas más hermosas que he conocido en mi vida. Y no hablo sólo de tu cuerpo, sino también de tu interior." Le confesé.

"Estás bromeando, verdad?" Preguntó comenzando a sonreír a causa de lo que creyó que era una broma.

Un diálogo silencioso hubo entre nosotros, como para evitar que ni siquiera las paredes oyeran.

Negué con la cabeza muy seriamente, confirmándole para que no le quedara ninguna duda y mis ojos le rogaron que hiciera algo por mí. Adiviné que me preguntaba con su mirada qué podía hacer, y simplemente bajé la vista hacia su boca levemente, y le volví a depositar la mirada lentamente sobre los ojos.

Se lo estaba suplicando en verdad, y él entendió perfectamente.

El agua de la ducha actuó como único testigo de nuestro primer beso apasionado e interminable. La intensa lluvia hizo correr las lágrimas que brotaban de nuestros ojos haciendo disimular el llanto de felicidad que ambos teníamos en ese momento.

Lo sabía!

Él también lo estaba deseando desde el mismo día en que nos conocimos. Desde el mismo momento que puso su mano sobre mi hombro para susurrarme "Cómo te diste cuenta?". Desde el mismísimo instante en que el cortocircuito delató la mutua empatía que se generaba entre nosotros. Ese era mi más preciado secreto para conocer de antemano acerca de la atracción que podría sentir un obeso hacia mí. Yo sentía esa misma sensación por casi todos los gordos que veía, pero no siempre percibía la misma intensidad de retorno cuando llegaba el contacto físico.

Además, él sabía besar.

Por supuesto que sabía!

Los tímidos besos anteriores, me habían hecho dudar de ello. Habían sido tan cortos y torpes, debido posiblemente a su nerviosismo, a su total falta de experiencia con un hombre, o quizás a su temor por ser tildado de "gordo puto", tal como un cura hijo de mil putas le había dicho para atemorizarlo, sólo creyendo que lo hacía por un breve lapso de tiempo para evitar ser delatado por ese inocente niño regordete que muy poco sabía de la vida, ignorando y mucho menos importándole que ese estigma que depositó en el crío, le podría durar posiblemente para el resto de su vida. Juan se negaba a ser catalogado como "un gordo puto." Él no lo era en absoluto. Era un hombre hecho y derecho pero que recordaba esa desagradable experiencia que lo perseguía como una pesadilla, y que rogaba encarecidamente para que Eduardo pudiera hacer algo al respecto.

Él no era un gordo puto, ni yo mismo me consideraba puto en absoluto. A mi me gustan sólo los obesos, pero también las obesas. No me gusta otra clase de hombres ni de mujeres. Y a él, juraría que tampoco le gustaba cualquier hombre que pasara por la calle. Para ser sincero totalmente, dudo mucho que alguna vez se le hubiera cruzado por la cabeza tener alguna clase de relación con otro hombre, salvo la de amistad. Pero nunca sexo, nunca un beso en la boca, nunca un manoseo en los genitales. Esto se dio de una manera lenta y natural, como deberían darse todas las relaciones que pretenden ser serias. Nunca ir a coger a los cinco minutos de haberse conocido. Eso sería sacarse una calentura y ya. Eso a mi nunca me gustó. Dónde quedaría la pasión, que es en definitiva lo que hace que fluyan todos los líquidos corporales internos cuando se está con una persona, para poder disfrutar el sexo mucho mejor?

Aunque el sexo no es todo en la vida.

Su beso sin ser demasiado húmedo, era jugoso. Su lengua aún no se introducía en mi boca, pero me exploraba los labios como queriendo hacerlo, pero aún sin atreverse.

Le ofrecí mi ayuda.

Entreabrí apenas mis labios y dejé que mi lengua apenas rozara la suya, permitiéndome comenzar a jugar con ella. Lo tocaba y la volvía a guardar, una y otra vez, notando su desesperación por querer seguir sintiéndola en contacto con la suya. Abrí mis ojos y comprobé que él los tenía cerrados. Le gustaba sobremanera, lo estaba disfrutando y tan sólo anhelaba que lo hiciera tanto como yo.

La lluvia continuaba cayendo sobre nuestros cada vez más excitados cuerpos y nuestras bocas estaban muy lejos de despegarse.

Repentinamente sentí que sus gordas manos me tomaban por la espalda, y comenzaban a explorarme apretándome muy fuertemente contra él. Sentir esos dedos cortos y regordetes recorrerme la piel, me hacía temblar de gozo y satisfacción. Levanté mi miembro duro y lo apoyé entre nuestros vientres apretados entre sí, y el franeleo me volvía terriblemente loco. Se me aflojaron las piernas y casi me fui al piso en más de una oportunidad, si él no hubiera estado sosteniéndome firmemente contra su cuerpo.

Su lengua ya entraba, exploraba, jugueteaba y volvía a salir de mi boca una y otra vez, como si ella fuera su madriguera. Sus labios succionaban los míos, a veces con delicadeza, otras con potencia, fuerza y desesperación, como cayendo en las garras de la lujuria y de una excitación incontrolable en forma intermitente.

Mi saliva se unió a la suya y se hicieron una sola que pasaba de una boca a la otra acrecentándose en determinados momentos, hasta que uno de los dos tragaba un tanto, y volvía a repetirse el proceso.

Su respiración agitada me golpeteaba la nariz, y viceversa. Los jadeos de ambos se incrementaron, la sangre empezó a alcanzar su máximo grado de ebullición, los descontroles estaban a punto de tomar riendas en el asunto, y nuestras manos no se aguantaron más, y comenzaron a explorar en forma desesperada absolutamente todo el torso del otro.

Sus dedos me palpaban el pecho, apretujaban mis tetillas, refregaban mi vientre, se hundían debajo de mis brazos asiéndome las axilas, y todo eso con su lengua inquieta palpitando dentro de mi boca y manteniendo en jaque a la mía impidiéndome volver a introducirla dentro suyo, dándome a entender un silencioso mensaje: "Ahora estoy en control de la situación." Me alegré de que fuera así, y no pretendí obstaculizarlo en absoluto.

Finalmente logró una intensa excitación que muy pronto dejó paso a la desesperación mezclada con euforia, y que hizo que aumentara el ritmo frenético de los manoseos.

Mis manos se llenaron con sus pezones, y los pellizcaban con frenesí, dándole un placer indescriptible y nunca antes conocido.

Mi pene duro seguía apretado entre ambos y sólo con sus movimientos reiterados que me rozaba el glande contra nuestra piel, logré eyacular en una sensación muy pocas veces alcanzada anteriormente. Es que además su lengua no dejaba de saborearme por dentro como nunca lo había hecho nadie anteriormente, mientras sus manos me recorrían por todo el cuerpo; e inexplicablemente no me importó en absoluto el haber explotado con tanta anticipación en esta oportunidad.

Él estaba como desaforado, desenfadado, y salvaje. Seguía caliente. Finalmente se había entregado con todo su cuerpo a sus instintos humanos. De una vez por todas había dejado de lado su pudor, su vergüenza, su timidez, su desagradable experiencia que lo rotulaba como "gordo puto" y que le impedía disfrutar de la sexualidad más linda, más grande y más deseada: la correspondida; no importándole en absoluto el qué dirán, o en todo caso confiando ciegamente en mi, como su amigo, su real amigo, su amigo para todo, que deseaba tan sólo compartir muchas más cosas aún con él. El cariño, el afecto, la amistad, el amor, el sexo, la lujuria, el placer, su satisfacción y la mía propia.

Por primera vez en mi vida, continuaba sumamente excitado tras eyacular. Nunca antes me había sucedido esto. Mi pene había perdido dureza, pero no estaba completamente fláccido. Continuaba la desesperación de seguir sintiendo su lengua en mi boca, que me mortificaba cada vez que la quitaba por unos segundos, antes de volverla a introducir para continuar con las lamidas interbucales. Sintió el gusto de mi paladar y la sensación de sentirlo tocándome esa parte tan sensible, me seguían provocando cosquilleos.

Su mano llegó a mi muslo derecho por detrás, y lentamente fue acariciándomelo hacia delante, donde fue directamente a apoyarse sobre mis testículos. Los tomó, los sopesó, los acarició y apretó suavemente. Acto seguido fue en busca de mi miembro semierecto. Lo asió con temor y lo tuvo en su mano ligeramente apretada.

Su lengua aún continuaba hurgando dentro de mi boca, y sumado a la sensación de tener mi pene tomado con firmeza bajo la ducha, hizo que éste volviera a cobrar lentamente una dureza que tras varios movimientos de vaivén, volvió a ser extrema. Lejos de retirar su mano de allí, ejerció aún más presión sobre mi excitado miembro, sintiéndolo palpitar de suma excitación.

Mi respiración que había descendido su ritmo, reinició la agitada secuencia. La suya no menguaba ni un solo segundo, denotando que estaba sumergido en una vorágine de lujuria, o tal vez de pasión por haberse rendido finalmente a realizar lo largamente anhelado e igualmente dilatado.

Como respuesta a mis instintos, dejé que mi mano liberara su pecho y fui en dirección a su ombligo, grande y profundo, donde jugueteé un instante con mi dedo. Continué camino hacia más abajo, llegando al límite de su tremenda panza. Sorteé el obstáculo de su doblez levantándolo, y proseguí el trayecto hacia sus partes más pudendas, más recónditas y escondidas, que guardaba con extremo recelo.

Su lengua se detuvo expectante cuando sintió a mi mano hurgarle cerca de la entrepierna, y mi pene sintió una presión de su mano que continuaba apretándolo paulatinamente cada vez más, mientras mis dedos exploraban toda su zona inguinal hirviendo.

Alcancé por sobre su gran rollo, un matorral de suaves pendejos desperdigados, que no eran demasiados, apenas unos pocos que alcanzaban para dejar al descubierto que estaba ante el umbral de sus genitales.

Detuvo su respiración, se apaciguó su jadeo, aún noté su lengua que seguía sin moverse dentro de mi boca y su mano continuaba apretando mi erección, sintiendo el palpitar de mi órgano.

Deseaba con todo mi ser, poder lograr sentir su erección en mi propia mano. Algo que había anhelado durante tanto tiempo. Lograr llegar a asirle con firmeza su corto pene, como ya había intuido que sería, pero volvía a temer que nuevamente fuera víctima de una eyaculación precoz que tirara por la borda todos mis intentos de darle aún más placer masajeando su glande.

Tuve que agacharme un poco para poder alcanzar más allá de sus pendejos. Supuse por unos segundos que él podría ofrecer algún grado de resistencia, pero aunque eso no ocurrió, lo noté como expectante, con la posibilidad de detenerme en cualquier momento.

Ojalá que eso no suceda!

Por favor!

Mis dedos dejaron su vellosidad para chocarse con una protuberancia rocosamente dura.

Esperé su reacción antes de proseguir.

Silencio.

Quietud.

Todo estaba bien.

Escalé la protuberancia con mis dedos índice y medio.

Apenas tres centímetros de un glande grueso en forma inverosímil, comparado con lo que yo había conocido anteriormente, era lo único que sobresalía de su abdomen. Agregué mi pulgar para asirlo con firmeza, y finalmente toda la palma de mi mano se sumó para apretarlo lo más fuerte que pude y para intentar transmitirle toda la emoción que me embargaba en ese momento.

Grande fue mi sorpresa cuando no eyaculó como era de esperarse. Ahora no quería que nada se interpusiera en esta agradable sensación que ambos estábamos compartiendo juntos.

Aún estaba expectante, acostumbrándose a la idea de que alguien fuera de él mismo le estaba acariciando su partes íntimas guardadas recelosamente por tanto tiempo.

De pronto un coro de jadeos y gemidos quebró el silencio. Sus piernas se aflojaron, y por primera vez desde que comenzamos a besarnos, nuestras bocas se despegaron abruptamente cuando Juan comenzó a deslizarse suavemente apoyado sobre los azulejos, que fue el verdadero motivo por el cual llegó hasta el piso y no cayó pudiéndose lastimar con la caída, ante la imposibilidad mía de poder ayudarlo que a pesar de que intenté sostenerlo con fuerza, me llevó con él directamente hacia el piso

Atónito, lo miré sentado de culo en el suelo mientras la ducha caliente seguía corriendo por sobre su obesa humanidad. No sabía si finalmente se había hecho daño, lo cual descarté de inmediato tras verlo comenzar a reírse a carcajadas por lo sucedido.

Admirarlo en esa posición, con sus ojitos color miel claros mirándome tiernamente bajo la lluvia, me excitó aún más de lo que estaba anteriormente, y sólo me dejé caer encima de él, lo que lo obligó a recostarse un poco más hacia atrás apoyándose sobre los azulejos de la ducha.

Nuevamente fui con mi boca en busca de la suya, y con mi mano en pos de su erección.

Sus muslos habían ocultado otra vez sus genitales, pero ante mis caricias en esos lares, él los abrió de par en par para permitirme llegar a ellos. Fui más por debajo hasta hallar la zona levemente peluda y al dar un paso más llegué para encontrar su glande en el mismo estado en que lo había dejado un momento antes. Cerré mi puño alrededor de él, y Juan buscó mi pene con su mano al mismo tiempo y volvió a sujetarla con fuerza.

Nos vimos a los ojos fijamente mientras sosteníamos nuestros respectivos miembros erectos en nuestras manos.

Esto era muy fuerte!

"Juan, dime lo mucho que te gusta, por favor. Lo necesito." Le rogué.

Su mirada y su respiración terriblemente agitada lo estaba diciendo todo, pero precisaba de su voz gruesa y dulce que me lo terminara de confirmar.

"No te resistas, por favor. Esto va a ser algo entre nosotros. Nadie más tiene que saberlo jamás. Qué temores tienes?" Pregunté insistiendo en mi deseo por conocer qué pensamientos tenía dentro suyo. "Tú no eres un gordo puto, ni yo soy un flaco puto. Simplemente nos gustamos y nos disfrutamos. Qué hay de malo en eso?"

Demoró en responder.

"Sí, me gusta mucho." Confirmó finalmente. "Sabes lo mucho que me cuesta aceptar eso, verdad?"

"Sí, lo sé." Contesté y apreté aún más mi puño sobre su glande que latía fuertemente. Y como si fuera poco le confesé algo que lo sorprendió. "Te amo, Juan!"

Tomó mi órgano genital que tenía aprisionado con mucha más fuerza aún, y lo fue acercando hacia su entrepierna.

"Quita la mano de mi pito." Ordenó.

Obedecí sin pedir explicaciones.

Me tiró toda la piel del pene hacia atrás dejando mi glande completamente al descubierto, y comenzó a frotarlo contra el suyo propio. Glande contra glande.

Por Dios santo!

Nunca había hecho nada semejante.

La excitación me desbordaba!

Además de que la sensación era totalmente insólita para mí. El placer me estaba llegando al grado máximo en cuestión apenas de unos segundos de haber comenzado ese frotamiento.

Mis lágrimas comenzaron a correr nuevamente por sobre mis mejillas aunque se perdían totalmente en la lluvia que corría sin cesar proveniente del duchero.

Ya se había despertado completamente mi gordo, estaba dispuesto a disfrutarme, a entregarse por completo a sus fantasías, a sus juegos deseados o imaginados. Eso que estaba haciendo me llenaba de placer, y sabía lo que intentaba lograr.

Aceleró el ritmo de frotación. Mi glande besaba literalmente el suyo en forma desesperada, y traté de disfrutar más el momento antes de llegar al clímax, pero anhelaba hacerlo cuanto antes, y mi lujuria no se pudo contener.

"Voy a acabar en cualquier momento, Juan." Le dije entre jadeos que ya me eran incontrolables y al borde de comenzar con los espasmos.

Apuró aún más el ritmo, y de pronto de su uretra comenzó a salir esperma a borbotones mientras se sacudía nerviosamente contra los azulejos, y aún así, no cesó de refregar mi glande inundado ahora con su semen, contra el suyo. Por una diferencia de unos pocos segundos mi eyaculación no coincidió plenamente con la de él. Pero se juntó por sobre y alrededor de su miembro que comenzaba lentamente a ser engullido por su tremendo vientre.

Ambos casi compartimos al mismo tiempo nuestras explosiones espasmódicas; casi eyaculamos en el mismo instante, y eso siempre es muy fuerte para mi. Es como estar en la misma sintonía.

La ducha limpió completamente la mezcla de líquidos producto de nuestro acto amoroso e hizo desaparecer lentamente la prueba del delito por el desagüe.

Nos volvimos a mirar a los ojos y nos fundimos nuevamente en un beso apasionado.

Sentí que su mano palpaba nuevamente mi entrepierna, y sólo encontró mis testículos colgando de un miembro totalmente sin vida. Los tomó sintiendo su peso, presionó levemente, los frotó y los sostuvo allí apretándolos contra mi cuerpo.

Hice lo propio tomando sus grandes bolsas las que sopesé, así con firmeza sin apretar para evitar dañarlo, y también del mismo modo que él, los apreté contra su propio abdomen. Ni rastros de su pene.

Apoyé mi rostro en su hombro, y sentimos mutuamente como se calmaban lentamente nuestros respectivos jadeos y respiraciones mientras ambos llorábamos.

No dejé de besarlo por todos los lados donde me era posible desde esa posición, para demostrarle mi gratitud por lo que me había hecho sentir esa madrugada.

Ambos estábamos exhaustos.

La calma se apoderó de nosotros, aunque continuábamos abrazados con una mano, y aún sintiéndonos los genitales con la otra. Esto era como una comunión entre dos grandes amigos.

Dar y recibir placer.

Mis ojos continuaban inundados de lágrimas, pero brotaron aún muchas más cuando escuché la única palabra que podía lograr emocionarme en ese momento.

"Gracias!" Fue lo único que salió de su boca.

Estaba finalmente reconociendo lo bien que le hacía estar conmigo.

Por lo más sagrado, deseé que finalmente saliera de una vez por todas del trauma que acarreaba desde su infancia para gozar plenamente y sin obstáculos de todo lo que seguramente podríamos lograr hacer juntos.

Luego de tomar la ducha demorada propiamente dicha, y tras enjabonarlo, enjuagarlo y comprobarle que no le quedó jabón en ningún lugar, incluido ninguno de sus rollos ni agujeros, fuimos a compartir nuevamente el lecho nupcial.

Nos introdujimos dentro de la cama completamente desnudos por primera vez y luego de apagar al luz ambos nos pusimos de costado frente a frente.

"Juan, debes convencerte que Eduardo se tiene que enterar de tu problema de la niñez." Dije rogándole que recapacitara por su negativa anterior.

"Ya lo he pensado, y haré lo que me pidas. No me cabe ninguna duda que tú me quieres bien. Pero te tengo que pedir un favor. Acompáñame una vez más. No me animo a decírselo sólo. Aún me da mucha vergüenza compartir eso que me sucedió con alguien más, por más que sí confío en el doctor." Dijo entre sollozos ante mi asombro, aunque me dejó aliviado y contento a la vez.

"Mira, no quiero que haya ningún secreto entre nosotros, y por más que te vayas a enojar conmigo, tengo algo que confesarte. Antes quiero que sepas, que jamás, y vuelvo a repetir, jamás de los jamases haría algo que te perjudicara en lo más mínimo. Juan yo te amo con todo mi corazón." Dije y le conté de mi conversación telefónica con Eduardo esa tarde. De todo lo que le dije, y de lo que él me contestó.

Se hizo un silencio, mientras contenía mi respiración.

No lograba verle el rostro debido a la oscuridad.

Deseaba ser muy sincero con mi amigo, y no quería tener secretos con él, ya que aspiraba que él tampoco los tuviera conmigo.

Demoraba en contestar.

"No estás enojado conmigo por haberle contado, verdad?" Pregunté dubitativamente.

"Debería?" Preguntó.

"No lo sé, es que lo hice a pesar de que tú no querías que se enterara." Dije aún no demasiado convencido de haber compartido en ese momento con él la charla que había mantenido con el doctor.

"Estás arrepentido de haberlo hecho?" Quiso saber.

"No." Le dije simplemente. "Si estuviera seguro que te irías a enojar, igual se lo hubiera contado a él. Posiblemente lo que cambiaría sería que tú no te enterarías nunca." Dije.

Comenzó a reír a carcajadas.

"En verdad que tú eres alguien especial, Zesna." Dijo finalmente. "No, es imposible que yo pudiera estar enojado con alguien como tú." Y buscó mi boca en la oscuridad para regalarme un beso.

A la mañana siguiente, tenía una euforia que me desbordaba por los poros, sin embargo todo estuvo anormal en la tienda y nada me salía bien

Reclamaba pedidos que debían haber entregado días anteriores, todos los clientes gordos solicitaban mi atención y parecía que absolutamente todo el personal tenía algo para preguntarme como para no dejarme en paz en ningún momento. Eso finalmente me puso de mal humor.

De pronto un cadete pasó por detrás mío y giré y le lancé una mirada que lo intimidó.

"Y tú no tienes nada qué preguntarme?" Le dije, ya que parecía que no era su intención hacerlo.

"Qué hora es?" Preguntó como por obligación, sin salir de su asombro por la forma casi violenta, muy inusual en mí, que había utilizado para preguntarle.

Miré el reloj y...

La puta madre!

Era casi medio día, y me había olvidado de llamar a Eduardo para comunicarle que Juan ya sabía de nuestra conversación antes de que tuviera la cita con él.

Fui corriendo donde un teléfono y marqué su número privado para saltearme a su secretaria.

"Hola!" Dijo su voz que reconocí de inmediato.

"Habla Zesna, Eduardo. Quería avisarle que Juan ya conoce nuestra charla por teléfono. Anoche se lo comuniqué y está todo bien con que lo haya hecho. Sólo quería que usted lo supiese antes de que..."

"Como no, señor Fernández." Me interrumpió. "Le agradezco su llamado. En cuanto me desocupe le devuelvo la gentileza y conversamos más tranquilos." Dijo y colgó sin más.

No tuve ni la más mínima duda de que Juan estaba allí con él en su consultorio en ese mismo momento.

Sonreí.

El cadete continuaba petrificado en el mismo lugar que lo había dejado antes de hacer mi llamado telefónico. Me acerqué a él y le pedí disculpas.

"Es que hoy tuve una mañana muy difícil." Le dije, y le puse la mano en el hombro como para que se percatara que realmente sentía por haberle hablado de la forma tan estúpida como lo había hecho.

Aceptó mis disculpas y se retiró.

Volví a sonreír ahora completamente aliviado, sin saber que en unos momentos más iba a ser víctima de otro desagradable momento.

"Zesna, hay una señora aquí que desea hablar contigo." Dijo una voz femenina por el intercomunicador.

"Por qué asunto es?" Pregunté.

"Sólo dijo que es algo personal."

Y ahora?

Quién carajo tenía algo personal de qué hablar conmigo. Y mucho menos tratándose de una mujer. Yo no estaba involucrado con ninguna, y ahora, sinceramente no lo deseaba hacer en lo más mínimo.

"Dile que bajo en un minuto." Le dije, y guardé el trabajo que estaba realizando para dejar todo el escritorio ordenado.

Fui descendiendo por la escalera sin siquiera suponer quién podría ser esa persona, hasta que la vi sin ser visto antes de bajar el último escalón.

No fue un gusto para nada que María estuviera por la tienda, por lo que no le pude mentir.

"Hola!" Le dije simplemente.

"Podemos hablar en privado?" Preguntó sin saludar.

"No. Todo lo que tengas que decirme, deberás hacerlo aquí." Contesté.

"Dios te va a castigar por lo que has hecho!" Dijo enseguida.

"Dios ya me ha castigado por el sólo hecho de haberte conocido." Dije, y agregué. "Aunque no tengo la menor idea de por qué lo dices."

"No? No puedes ser tan hijo de puta todavía como para negarlo." Dijo alzando un poco la voz.

"No tengo problemas en hablar contigo, por ahora, pero si no mantienes la conversación en un tono bajo, te voy a hacer echar por el guardia de seguridad." La amenacé.

"Tú eres el culpable de que Juan se quiera divorciar de mí." Dijo ya en un tono más privado.

"Estás totalmente equivocada. Tú eres la única culpable de ello, mismo aún si le hubiera contado lo que nunca hice." Noté que su rostro denotó sorpresa ante lo que le decía.

"Estás mintiendo." Dijo totalmente desconcertada. "No, felizmente no tuve que darle la triste noticia. Supongo que él ya lo sospechaba." Me contuve de sonreírme.

"Yo aún lo quiero." Dijo.

"Lo siento mucho." Le dije y me vi tentado a agregar: "...perdiste, porque yo lo amo." Sin embargo sólo dije." Las mentiras tienen patas cortas, y tú lamentablemente te pasaste de la raya. Por suerte no fui cómplice de tus provocaciones. Ahora si me permites, hoy justamente estoy con mucho trabajo. Si deseas comprar algo, te envío a una vendedora."

Se dio medio vuelta, y salió furiosa del local.

Llamé por el interno a mi jefe y le pedí hablar con él.

De camino a su oficina, me comunicaron que tenía un llamado telefónico.

Le pedí a la que me avisó, que le comunicara al jefe que me iba a demorar en ir a verlo tanto tiempo como me llevara tomar la llamada.

"Zesna, habla Eduardo." Dijo y luego de confirmarme lo que yo había supuesto acerca de que no había podido hablar en el momento de mi llamado por hallarse en compañía de Juan, prosiguió. "No sé cómo lograste convencerlo de que era imperativo que me tenía que enterar de su experiencia con el sacerdote, pero quiero que sepas que hoy adelantamos mucho gracias a ello. Ahora está aún más comunicativo conmigo evidenciando que has influido en forma por demás positiva en él. Comprende que no te puedo hacer partícipe de lo que hablamos aquí, pero no peco en lo absoluto diciéndote que hoy logramos avanzar muchísimo en muchos de sus problemas gracias a ti. Estoy muy seguro que tú serías de gran ayuda, sobre todo por lo que conozco de ti con respecto a él.

"Me gustaría ayudar en todo lo que yo pueda hacer. Eduardo, usted ya sabe lo mucho que siento por él."

"Sí, hijo. Estoy muy seguro." Hizo una pausa. "Por si estás interesado, mira que ahora cambiamos las pastillas de menta por las de limón." Concluyó.

"De qué te ríes?" Preguntó mi jefe apenas ingresé a su oficina.

"De nada, es que acabo de tener una conversación telefónica que me alegró el día y no puedo dejar de reír por lo que me dijo antes de colgar. Pero yo le pedí hablar con usted por otro tema." Y ya más seriamente, le dije que había estado María en la tienda hacía unos minutos, le conté todo lo que me había dicho y de paso le hablé de todos los intentos que ella había hecho anteriormente para llevarme a la cama, y que por supuesto no le había correspondido en absoluto.

"Le has contado a Juan?" Me preguntó.

"Realmente no quise agregar más leña al fuego, pero ahora estoy decidido a no ocultárselo por más tiempo."

"Lo de ustedes es realmente asombroso." Dijo.

Oh, Dios! Seguro que algo estaba sospechando.

Es que es imposible que cualquiera que nos viera juntos no se percatara de que algo extraño sucedía entre nosotros. La atracción mutua que sentíamos hasta debería verse desde lejos. De todas formas, siempre me gustaba mantener mis relaciones dentro de la intimidad. No soy de los que se deleitan con gritar a los cuatro vientos lo feliz que soy, y sinceramente si fuera con una mujer, sería exactamente igual. La felicidad mía, sólo le importa a mi pareja además de a mi mismo. Y a nadie más.

"A qué se refiere?" Pregunté para que me dijera concretamente a qué se estaba refiriendo y no quedarme con la incógnita.

"Tú te diste cuenta que no tuvieron la necesidad de jugar un tercer partido definitorio en ninguno de los encuentros que tuvieron en el torneo de truco?" Dijo admirado.

Respiré aliviado, y tuve que reconocer de que tenía toda la razón, aunque realmente no me había percatado de ello con anterioridad.

"Nosotros mismos que jugamos la final contra ustedes, tuvimos que dejar por el camino a cuatro parejas rivales en una tercera partida. Ustedes resultaron totalmente invictos en el real sentido de la palabra." Dijo.

"Sí." Dije. "Somos la pareja imbatible." Finalicé.

Luego de la reunión con mi jefe, iba a tomar mi hora de descanso para almorzar, pero cuando bajé las escaleras, cambié de opinión por lo que vi en el salón de ventas.

CONTINUARÁ.

Si escriben algún comentario aquí o me mandan un email, estaré muy agradecido.