El gordo precoz (7)

CAPÍTULO VII: REVELACIÓN. Respiró hondo, aún apoyado en mi pecho, y ya totalmente resignado a compartir conmigo algo que se resistía a hacer, pero que yo estaba siendo demasiado incisivo en mi empeño por querer averiguar.

EL GORDO PRECOZ (7)

CAPÍTULO VII: REVELACIÓN.

Fui a la oficina de mi jefe que estaba reunido con Juan.

"Tengo idea de qué fue lo que finalmente sucedió aquí." Dije apenas entré.

"Hay algún culpable?" Fue lo primero que preguntó mi patrón organizador del torneo de truco.

"Sí, usted mismo." Dije.

"Qué???" Dijo totalmente sorprendido. "Quieres decir que yo soy el ladrón de mi propia mercadería?"

"Nadie habló de ladrones, señor, sino de culpables." Contesté.

"Sigo sin entender." Dijo y miró atónito a Juan que también parecía estar perplejo y sin comprender nada.

"Estoy seguro que no recuerda porque también yo lo había olvidado, pero en el inventario del año pasado tuvimos una diferencia que resultó ser de mercadería fallada y devuelta a los proveedores. Aquí encontré la nota con mi letra que quedó adjunto con el inventario anterior. Esos artículos quedaron en suspenso para ver si se restaban del stock en caso que las fábricas mandaran las notas de crédito, o bien se agregarían sin alterar el stock en caso que repusieran las prendas. Cómo hubo una demora en la solución de ese tema, supongo que usted no lo resolvió. Aquí tengo el memo firmado por usted mismo por las 125 prendas faltantes del año anterior, que acabo de confirmar que las fábricas nos enviaron las notas de crédito seis meses después y contaduría no ordenó restar de los stocks. Supongo que la diferencia debe ser por las reclamadas durante este año, de todas formas, están chequeando si coinciden las cantidades." Dije satisfecho con mi trabajo realizado.

El jefe se quedó sin habla.

De pronto noté que Juan me miraba con la misma admiración que ya había notado cuando lo conocí.

Le hice un guiño, y recibí una sonrisa de respuesta.

"La puta madre que me parió!" Dijo mi jefe enojado consigo mismo. "Me comporté como un idiota con todo el personal, y todo resultó ser un error mío."

"Eso no es ningún problema. Casi todos estaban convencidos que yo mismo era el culpable de la falta." Dije con una sonrisa.

"Qué? Pero eso no puede ser! Escucha, necesito que te quedes para aclarar todo con el personal y dejarte limpio ante ellos." Rogó.

"No es necesario, jefe. En realidad no me interesa. Ya hablé con ellos y está todo bien. Es más, detesto tener que pasar por semejante situación otra vez." Dije hablando muy en serio. "Realmente no es ningún problema para mí, porque siempre supe que soy inocente, pero no me haga pasar por esa incomodidad, please!"

Como sea, no insistió, y luego que Juan terminó de hablar de su problema, y llevarse los números telefónicos del abogado, nos retiramos de la tienda, mientras los empleados se disponían a cerrar y aguardar para reunirse con el patrón.

"Qué vas a hacer ahora?" Preguntó Juan apenas nos sentamos en mi automóvil, y antes de poner en marcha el motor.

"No tengo nada pensado. Supongo que me iré a casa y me dormiré temprano, ya que éste fue un día bastante agitado." Contesté y lo miré por si él tenía otro plan diferente.

"No quieres pasar por mi departamento? Te invito a cenar y de paso conversamos un poco." Me preguntó.

Eso que dijo no era para nada extraño, pero sí me llamó la atención la forma en que lo hizo.

Estaría él finalmente dispuesto a hacer alguna cosa conmigo, sexualmente hablando?

Como había decidido no tener nada en estado ambiguo, pregunté para sacarme la duda.

"Me vas a dar finalmente el beso que tanto estoy esperando de ti?" Pregunté sabiendo que sólo necesitaba de ese comienzo para dejarnos secuestrar posteriormente por la lujuria.

Necesitaba un arranque, para que el vehículo siguiera luego en punto muerto descendiendo lentamente por la pendiente, sin prisa pero sin pausa.

Estaba seguro que luego de ese primer beso todo lo demás vendría como por arte de magia, en forma natural, como siempre me había gustado que fueran las cosas, sin forzar absolutamente nada ni a nadie.

Encendí el motor y puse el vehículo en movimiento.

"Zesna, te tengo mucho aprecio. Mi admiración por ti traspasa la mesa de juego..." Dijo y se ruborizó esta vez sin desviar la mirada.

Eso era una buena señal, porque habitualmente le daba vergüenza cada vez que hablábamos de temas sexuales, o concernientes a sus partes íntimas.

No sería que él estaría pensando exactamente en eso en este momento?

Albricias!

Eso de dejar todo en claro, me estaba dando buenos resultados por lo que nuevamente no me iba a quedar con la intriga.

"Te pusiste colorado, Juan. En qué pensaste exactamente para que te pusieras así?" No quería acorralarlo, pero imperiosamente necesitaba saber.

"Juan, dime de una vez lo que me gustaría escuchar de ti. Por lo menos dime que deseas hacer algo conmigo, aunque no sepas muy bien qué es."

"Sí, Zesna. Eso es lo que me sucede." Dijo poniéndose completamente rojo de vergüenza. "Me gusta mucho tu compañía, pero ya sabes..."

"Sí, Juan, tú no eres un gordo puto:" Lo interrumpí. "Pero por qué siempre me dices eso? Por qué te avergüenzas? La sexualidad es lo más lindo que hay, Juan. Y si me dejas demostrártelo, sabrás por qué me gustan los hombres gordos como tú. Olvídate de los rótulos, por lo menos por una noche. Tú no eres ni homosexual, ni heterosexual, ni bisexual, eres un hombre que desea satisfacerse sexualmente con una persona que lo ame, que le brinde placer, que lo cuide y que lo mime."

Levantó la vista, se quitó los anteojos para secarlos con su pañuelo, y mientras lo hacía esos ojitos de color miel claros, completamente vidriosos, a punto de estallar en lágrimas, miraron directamente a los míos.

"Y tú harías todo eso por mi?" Preguntó aún incrédulo.

"Pero por qué te cuesta tanto entenderlo? Déjame de una buena vez disfrutar de tu cuerpo, Juan. Me muero de ganas de explorarte, de conocerte mejor." Le dije mirándole a los pechos, moviendo mis ojos hasta alcanzar su vientre y deteniéndolos en sus muslos, mientras lo dejaba percatarse de lo que estaba haciendo y dejando bien en claro qué le estaba admirando en cada oportunidad.

Nuevamente se ruborizó, aunque esta vez no me tomó de sorpresa, ya estaba completamente seguro de que lo volvería a hacer.

Estábamos promediando el trayecto a su edificio de apartamentos, y nos detuvimos por la luz roja de un semáforo.

"Tú no tienes novia?" Preguntó de pronto.

"No."

"Y cómo haces para satisfacerte sexualmente?" Preguntó intrigado.

Ya de por sí, me sorprendió que tocara ese tema específicamente.

"Tú dices cuando no consigo un gordito como tú con quien nos podamos satisfacer mutuamente?" Dije malvadamente.

Su cara pasó de su aspecto levemente vergonzozo a otra de horror total.

No le dejé articular palabra, si es que esa iba a ser su intención.

"Si no logro encontrar a nadie, simplemente me masturbo." Y a sabiendas, provoqué un nuevo rubor fuerte en su rostro. "Y qué haces tú?"

Terriblemente avergonzado, no pudo abrir su boca.

"Juan, me encantaría ayudarte con ello. Déjame hacerlo, por favor. No me quiero aprovechar para nada de tu situación actual, pero qué vas a hacer ahora que estás sólo?" Supliqué y le puse una mano sobre su muslo, sólo para que se fuera acostumbrando.

Sólo la miró, sin decir palabras, noté que estaba temblando, pero ni siquiera intentó quitármela de allí.

Por lo menos íbamos progresando.

"Estoy tan seguro de lo inevitable, exactamente tal como lo estuve antes de ganar el torneo de truco contigo. No lo dilatemos más, Juan." Dije y miré cómo levantaba la vista, aún avergonzado.

"Yo no soy un gordo puto!" Dijo por enésima vez balbuceando.

"Hubiera jurado que nuevamente ibas a decir eso. Pero quién te dijo que lo eres?" pregunté.

Cambió la luz a verde, y sin mediar más palabras reinicié la marcha rumbo a nuestro destino.

Su muslo lo llevaba apoyado contra la palanca de cambios y cada vez que yo la utilizaba, deliberadamente lo rozaba con mis dedos. En determinado momento, apoyé la mano sobre él nuevamente, y otra vez me la miró sin decir absolutamente nada.

Llegamos a su edificio.

Subimos a su piso.

Entramos a su departamento.

En todo momento del trayecto, lo noté como bastante asustado. Era lógico. Supongo que deseaba hacerlo, quería experimentar conmigo, pero lo prohibido lo hacía sentirse temeroso.

"Yo no soy un gordo puto!" Me repetía una y otra vez, como si alguien lo hubiera tildado de tal en alguna oportunidad, y seguramente eso era lo que lo tenía asustado. Posiblemente el rótulo, la etiqueta, pero definitivamente eso mismo era lo que lo perjudicaba en cualquier tipo de relación que tuviera, incluida la heterosexual.

Estaba seguro que él era virgen, que nunca había estado con otro hombre, y que jamás le habían hecho las cosas que acostumbro hacerles a mis gordos. Hubiera jurado que ni siquiera su mujer.

Para qué se casa la gente si no logra tener una plena actividad sexual?

"Ven, Juan. Siéntate a mi lado." Le dije tras ubicarme en una punta del gran sofá de la sala de estar, dejándole todo el resto del espacio disponible para él.

Tímidamente hizo lo que le pedí.

"Lo que más deseo, es que estés cómodo en todo momento, Juan. No quisiera que te sintieras mal conmigo en ningún instante. Lo único que te pido, es que me dejes demostrarte cuánto quiero a mis gordos cuando estoy en la intimidad con ellos. Para mi, brindarles satisfacción sexual tiene máxima prioridad por sobre recibirla. Yo disfruto viéndolos retorcerse de satisfacción. Y que quede claro algo. Ninguno de los dos debe sentirse intimidado en absoluto. Somos amigos y queremos hacer lo que deseamos. Sin compromisos ni obligaciones. Si por algún motivo no quieres mi compañía o lo que podamos realizar, sólo me lo tienes que decir." No sabía que más decir para que tuviera idea de lo que le estaba hablando. Sabía que no debía espantarlo porque sino todo se iría al carajo y tendríamos que comenzar nuevamente otro día.

Le pasé mis brazos por su cuello, acerqué mis labios a los suyos, y esperé.

Miró mis labios y levantó su vista hacia mis ojos.

"Tú debes dar el primer paso, Juan." Dije convencido de que debería ser así. "No te apresures, tómate todo el tiempo que creas conveniente, pero tú debes darme el primer beso."

Miró nuevamente mis labios.

Su respiración comenzó a agitarse lentamente.

Adiviné que dentro de su obeso cuerpo, debería sentir exactamente las mismas sensaciones y alteraciones que yo mismo estaba sintiendo en ese preciso momento.

Lo que se dice ponerse la piel de gallina, erizándose toda la piel hasta en los lugares más recónditos y escondidos.

Ritmo cardíaco acelerado.

Adrenalina corriendo a velocidad de vértigo por todo su cuerpo.

Cosquilleo en la zona genital.

Pequeña cantidad de líquido escapándose de su pene en señal de excitación.

Sangre acumulándose en su miembro logrando finalmente pararlo y mantenerlo erecto.

Sabía que nuevamente no iba a recibir su beso, por lo que cerré los ojos, esperando que se retirara en cualquier momento, como ya había sucedido anteriormente, y contuve la respiración.

"No soy un gordo puto!" Repitió una vez más mientras continuaba con su llanto, y eso me volvió a convencer que nuevamente todo se iría al carajo.

Su conflicto interno no disminuía.

Me resigné a que se alejaría nuevamente, y mi tensión desapareció asl tiempo que soltaba mi expiración aunque aún mantenía mis párpados pegados.

De repente su aliento se apoderó de mi boca y nariz, y sentí dos labios húmedos posarse encima de los míos, estar apenas unos breves segundos allí, y soltar un tímido y torpe beso.

Abrí los ojos totalmente sorprendido, para alcanzar a ver la cara de Juan que comenzaba a sonreír mientras se alejaba de mi rostro.

"No fue tan desagradable, verdad?" Pregunté dudando si su sorpresa sería más grande que la mía propia, ya que tal vez él estaba esperando sentir algún tipo de rechazo; y tras verle su sonrisa descarté de inmediato.

Negó con la cabeza, y fue él mismo el que me tomó con sus brazos, me llevó hacia él y me abrazó muy fuertemente, dejando mi cara contra su oído derecho mientras él apoyaba su cabeza en mi hombro.

"Juan." le susurré al oído. "Has dado un pequeño gran paso, que espero que no se detenga allí. Olvídate del hecho de que seamos dos hombres, olvídate que se trata de ti y de mí. Piensa que somos dos personas que nos gustamos mucho, que nos deseamos en demasía. Dime qué te gustaría? Qué parte de tu cuerpo quieres que te bese? Qué quieres que te acaricie? Dónde quieres que pase mi lengua? Qué deseas que te chupe?" Adiviné que nuevamente estaría horrorizado. Intenté romper el hielo, que me contestara algo acerca de su sexo. "La tienes parada en este momento?"

Noté que estaba dudando entre contestarme o no.

Sentía cómo temblaba su enorme cuerpo en contacto con el mío, mientras me sostenía fuertemente apretado contra él.

Estaba seguro que su conflicto seguía intacto, y nuevamente adiviné el color de su rostro, aunque debo reconocer que otra vez me sorprendió, porque pensé que no escucharía una respuesta a mi pregunta cuando finalmente ocurrió.

"Sí!" Dijo tímidamente.

Bueno. Albricias nuevamente!

No sólo por haber sido el culpable de su erección, sino por haber logrado que finalmente me contestara.

"Quieres explorarme?" Pregunté sin estar convencido de proponérselo en ese momento o talvez debería haber esperado aún un poco más.

"No!" Dijo.

"Me permites a mi explorarte?" Casi con seguridad conocía su respuesta.

Demoraba en contestar.

En realidad no lo hizo.

Otra vez la sorpresa, porque sinceramente esperaba una contestación negativa a mi pregunta.

Me animé y sin sacar mi cabeza de su hombro, llevé la mano a su muslo. La primera reacción que tuvo, como si fuera un reflejo, fue de cerrarlo apretando una rodilla contra la otra. Entonces lo acaricié en el mismo lugar donde había posado la mano, formando círculos.

Su piel hervía y notaba cómo comenzó a temblequear aunque casi imperceptiblemente.

Fui subiendo lentamente, y siempre con movimientos circulares desde casi su rodilla, hasta chocarme con su panza que descansaba sobre ambos muslos.

La levanté gentilmente, y continué mi camino hacia la unión de sus piernas que continuaban cerradas, apretadas y muy calientes. No lograría llegar a sus genitales de ese modo, pero ya era un progreso bastante mayor del que esperaba a priori.

Llegué al límite que su posición me lo permitía, y eso era debajo de su ombligo exactamente sobre la conjunción de sus gordos muslos pero sensiblemente alejado de sus órganos reproductores propiamente dichos. No lograría alcanzarlos a menos que encontrara la llave para abrir esa puerta que los tenía aprisionados fuertemente.

Miré su oreja y la besé.

No conforme con eso, le lamí el lóbulo.

Sin estar satisfecho, le introduje la lengua dentro de su oído, y comenzaron los jadeos y retorcijones. Se le salieron los anteojos del lugar, los cuales tomó con su mano antes que se le cayesen y los apoyó sobre la mesa ratona.

Mordisqueé levemente, tironeando su lóbulo suavemente para no dañarlo, y volví a meter mi lengua lo más dentro que su aparato auditivo me lo permitió.

Sentí como le temblaban los muslos dos segundos antes de que comenzara a abrirlos muy pero muy lentamente, como para permitir el acceso a mi mano que continuaba aguardando allí mismo en el umbral de sus partes más privadas.

Me emocioné al comprobar que Juan me estaba permitiendo llegar a donde tanto anhelaba. Estaba seguro que él también lo deseaba, pero se esforzaba por resistirse una y otra vez.

Sería este el fin de tanta espera?

Lenta, muy lentamente mi mano comenzó a deslizarse rumbo a lo desconocido siempre por sobre sus pantalones. Hacia abajo. Hacia el sur. Hacia sus partes más preciadas. Pero también hacia sus partes menos exploradas, menos acariciadas y menos estimuladas por algo ajeno a él mismo. Estaba convencido de que sus dos esposas también habrían tenido demasiada dificultad de acceder a sus partes íntimas. Él me lo había hecho sospechar cuando me dijo que ni siquiera a ellas les había permitido verlo completamente desnudo, por más que lo habrían masturbado en alguna oportunidad. Pero yo no pretendía sólo masturbarlo. Yo quería demostrarle mi amor, excitarlo en lo más hondo de su ser, tocarle sobre todo sus fibras más íntimas, además de darle placer sexual.

Dudé realmente que pudiera haber tenido un orgasmo alguna vez.

Alguna acabada rápida, por supuesto que sí!

Alguna masturbación, también!

Pero un orgasmo como los que yo suelo brindar a mis gordos?

No! Definitivamente creo que no.

Sinceramente, pensándolo mejor y viendo lo tan reservado que era en cuanto a su sexualidad, llegué a dudar hasta que hubiera gozado alguna vez mientras lo masturbaban. Supuse que las masturbaciones a las que había estado sometido solamente habían sido extracciones de leche para dejarlo conforme y quitarlo del medio.

Por Dios, yo nunca hice eso, y creo que jamás sería capaz de hacerlo.

Ahora, por suerte estaba en camino de darle el placer a mi delicioso gordo, que tanto necesitaba.

Seguía intentando alcanzar su añorado y presumiblemente diminuto miembro, pero aún no lograba llegar a él. Mi mano continuaba el camino, frotando todo lo que estuviera a su alcance en la búsqueda del preciado tesoro escondido.

Llegué lo más lejos que mi posición me lo permitió, y sentí que aún restaba demasiado camino por recorrer para alcanzar mi objetivo.

Me separé de su oreja, y me dejé llevar por mi mano como si ella fuera la locomotora que arrastraba a todo mi cuerpo cual vagones de un tren en pos de alcanzar el andén de destino.

El lugar que tocaban mis dedos estaba terriblemente hirviendo y muy húmedo. Seguramente producto de su transpiración.

Lo notaba muy tenso por lo que todos mis movimientos seguían siendo muy lentos, sin ningún apuro ni brusquedad, temiendo constantemente que se arrepintiera en cualquier momento; deseaba no echar todo a perder antes de hacerle sentir lo mucho que tenía para darle exclusivamente para su propia satisfacción.

No estaba seguro si ya había llegado a sus genitales. En realidad todos los rollos que tenía en ese lugar, me hacían dudar una y otra vez si había o no alcanzado al fin mi objetivo.

En determinado momento y temiendo asustarlo, pero ya desesperado por concretar lo que tanto buscaba, le pregunté si me faltaba mucho. Como única respuesta, abrió aún más sus piernas y elevó un poco su abdomen hacia arriba y hacia adelante, permitiéndome internar mucho más por debajo y bastante más profundo.

Continué mi camino y toqué una protuberancia sumamente gruesa, del tamaño de una ciruela grande y apenas sobresaliendo de su vientre. Reconocí su glande, voluminoso y extremadamente grueso, el cual estaba sumamente duro cuando lo toqué, y en forma instintiva Juan cerró fuertemente los muslos para impedir el movimiento de mi brazo lo que me hizo apresar lo que estaba tocando con firmeza, sentí dos latidos en mi mano, tuvo un par de espasmos, alaridos y sacudidas muy violentas y la protuberancia literalmente explotó en mi mano, desapareciendo instantáneamente dentro de su abdomen y suplantándolo rápidamente por un gran lago de líquido que mojó totalmente todo ese sector de sus pantalones y me inundó la toda la palma y los dedos.

No! Otra vez, no!

Lloró por casi media hora apoyándose en mi pecho.

"Quieres hablar, Juan?" Mi pregunta no recibió respuestas, por lo que continué. "Quisiera que me digas por qué te empeñas en repetirme a cada momento que tú no eres un gordo puto, si yo sé que no lo eres. Cuéntame por favor, qué es lo que aún no sé de ti."

Respiró hondo, aún apoyado en mi pecho, y ya totalmente resignado a compartir conmigo algo que se resistía a hacer, pero que yo estaba siendo demasiado incisivo en mi empeño por querer averiguar.

Cuando finalmente comenzó con su relato, no pudo parar de escupir todo lo que guardaba dentro suyo tal como si hubiera llevado un puñal clavado en sus entrañas desde hacía demasiado tiempo. Mientras me contaba, con su cabeza apoyada en mi hombro como para no tener que mirarme a los ojos sumido en su tremenda vergüenza, no pude cerrar mi propia boca presa del asombro.

Mis lágrimas cayeron sobre su cabello mientras lo acariciaba con la mano y le permitía sinceramente sentirse querido, amado, protegido.

"Y qué te dijo Eduardo al respecto, cuando se le contaste? Pregunté apenas terminó con su largo monólogo que jamás interrumpí.

"No se lo dije!" Contestó simplemente.

"Qué? Cómo que no? Pero por qué no compartiste con él esto que es muy importante?" Dije asombrado y a la vez desesperado. "Es información fundamental que él tiene que conocer. Cuándo se lo vas a contar?"

"No. Nunca! Por favor. Me moriría de vergüenza si él se entera acerca de esto." Dijo con temor.

"Pero debes decirle, Juan. Esto es imperativo para él pueda ayudarte a resolver parte de tus problemas." Insistí.

"No! Y no quiero que tú le digas tampoco. Yo confié en ti, por favor no me humilles en contarle lo que te acabo de decir." Me rogó.

"No te puedo prometer eso." Le dije, y como un reflejo, se apartó de mí.

Se puso de pie.

"Serías capaz de traicionarme?" Preguntó enojado. "Serías tan hijo de puta como todos los que se han acercado a mi y me han lastimado tanto?"

"No, Juan. Como me dices eso? No te das cuenta que yo quiero ayudarte? Quisiera que tú mismo se lo dijeras, porque estoy seguro que esto le facilitará poder encontrar los motivos de tu problema. Qué sucede? Ya no confías en tu doctor? Te olvidas que él es gordo como tú y que entiende perfectamente todos los problemas por lo que estás pasando? Pero debes darle toda la información que posees. Por favor, no le ocultes nada. Es por tu propio bien." No sabía ya que más decirle para poder convencerlo.

"No. Me siento muy avergonzado. Yo no soy un gordo puto!" Finalizó.

Estuve toda la mañana siguiente en la tienda con la mente ocupada en decidir qué hacer.

Juan no le contaría a Eduardo, por más que eso facilitaría el trabajo de éste, y si eso ocurría, entonces era yo el que debía hacerlo, aunque eso seguramente me haría perder la amistad tan anhelada que había alcanzado con este gordo.

Nuevamente una disyuntiva de difícil solución.

Sería traición si le contara a Eduardo lo que Juan me había confiado? O debía ocultarle semejante información crucial para ayudar a mi amigo, sólo con el único fin de no perder su amistad?

No, eso sería demasiado egoísta de mi parte!

Cualquiera de las dos opciones por las que optara me dolería demasiado, aunque sinceramente en esta ocasión, no tenía ninguna duda por cual inclinarme.

No pude concentrarme en el trabajo por más que intentaba.

"Zesna, hay una persona que te busca." Escuché por el intercomunicador.

"Hombre o mujer?" Pregunté.

"Hombre y muy gordo." Me contestó.

Qué extraño.

Juan por aquí?

Aunque quizás podría ser Eduardo.

Bajé al instante, y vi que la persona miraba para todos lados con una timidez considerable, como temiendo que alguien se pudiera burlar de él en cualquier momento.

"Hola, cómo te va?" Le pregunté dándole la mano y regalándole una sonrisa.

Recibí un terrible shock eléctrico con el saludo, y sinceramente me sorprendió por completo.

"Hola. Usted se acuerda de mí?" Preguntó con su voz de adolescente sin desarrollarse, sorprendido porque pensó que seguramente no le recordaría.

"Por supuesto, Quién se puede olvidar de esa carita tan simpática." Dije, aún sonriendo y esperando que se ruborizara, sin embargo muy lejos de que eso ocurriera, me devolvió su propia sonrisa sincera, muy agradable, sencillamente encantadora.

"Es que como nos vimos sólo una vez cuando vine con mi madre el año pasado pensé que talvez se habría olvidado de mí." Me dijo.

"No." Rectifiqué. "Te olvidas que también nos vimos en el aeropuerto cuando te ibas con tu padre para Disneyworld?"

"Sí, es cierto! Tiene razón!" Reconoció y su sonrisa se acrecentó aún más.

"Viniste sólo?" Pregunté no viendo a nadie más.

"Sí, mi padre no pudo acompañarme, y me pidió que pasara a probarme las prendas, y en lo posible que usted me las deje reservadas así el viene después apenas pueda para retirarlas." Dijo.

Lástima que era un niño, pero ya adivinaba que cuando creciera, bien podría ocupar varios de mis sueños eróticos, ya que además de lindo era amoroso.

"Sabes que nunca supe como te llamas?" Pregunté para saber realmente el nombre del hijo de mi gordo mayor.

"Claro que lo sabe!" Me dijo sorprendiéndome.

"No, en serio, tu padre nunca me lo dijo."

"Me llamo Eduardo, como mi papá, aunque mis amigos me dicen Junior." Contestó.

"Te puedo llamar Junior, entonces?" Le dije aunque la pregunta original que iba a salir de mi boca en lugar de ésa, era ‘Puedo ser tu amigo?’

"Sí! Por supuesto!" Dijo, y se puso loco de contento.

"Muchas gracias! Dime qué estabas necesitando?" Le pregunté.

Mientras me indicaba la ropa que quería, notaba que su voz de niño derrochaba dulzura y estaba terriblemente emocionado. Sus buenos modos me indicaban lo muy bien educado que era, dando gracias y pidiendo disculpas a cada rato, muy por el contrario a como recordaba a su madre. Por suerte había heredado todo lo bueno de su padre. Ese comentario no tuvo nada sexual oculto por más que ya resultaba sumamente apetecible.

Estaba mucho más gordo que hace un año. Supongo que debería pesar unos 140 kilos, o tal vez más.

Zesna, compórtate que no es más que un niño!

Elegí las prendas que me pidió personalmente ya que dejó a mi criterio la elección del color de la camisa, y después lo acompañé al probador.

Abrí la puerta, introduje la indumentaria, y salí sin antes decirle que estaría afuera por si me necesitaba para algo.

Aguardé como diez minutos, y de pronto la puerta se entreabrió y salió su cabecita por allí.

"Zesna." dijo en voz muy baja. "Me podrías ayudar?"

Sonreí e ingresé al probador.

Junior intentaba probarse la camisa, y tenía dificultad para introducir el segundo brazo por la manga.

Solamente miré como al pasar las fabulosos tetas desnudas que ya se veían deliciosas, y que prometerían ser mucho más aún cuando adquirieran más volumen.

Lo extraño fue que no pareció incómodo para nada con que yo estuviera allí viéndole los tremendos pechos totalmente lampiños mientras lo ayudaba a terminar de ponerse la prenda

"Te queda bien!" Le dije. "Te gusta el color?"

"Sí! Qué buen gusto que tiene! Gracias!" Contestó y dejó caer sus pantalones, para probarse los nuevos sin mi ayuda.

Sonreí ya que definitivamente no tenía vergüenza de mi.

"Te sientes cómodo, verdad?" Pregunté.

"Sí. Mi papá me dijo que si necesitaba ayuda, no tuviera problemas en confiar sólo en usted." Dijo y me emocionó hasta las lágrimas. No sólo por lo que Eduardo le había dicho, sino porque él mismo lo hizo sin dudar ni un solo segundo.

Esos regalos que te da la vida no tienen precio.

Se quitó la camisa él sólo y me dejó observarle sus poderosos brazos e inmensos pectorales tan solo unos segundos más antes de que se pusiera la prenda que había traído puesta. Acto seguido hizo lo mismo con los pantalones, dejándome ver dos muslos sumamente gruesos e igualmente lampiños.

Dios mío, encima me pagan por hacer este trabajo.

Salimos juntos del probador, y se despidió de mí, repitiéndome que su padre vendría a retirar todo en cuanto pudiera.

Le pedí que aguardara unos minutos, y al volver le entregué una bolsa con todo lo que se había probado.

"Llévatelo, y que tu padre no se preocupe, que no hay ningún apuro. Sé que vendrá cuando tenga un momento libre." Le dije y le regalé una sonrisa.

"No, mi papá se enojará conmigo." Dijo asustado.

"Por qué? Te aseguro que no. Yo confío en él. Dile que cualquier cosa no dude en llamarme. Oye, tu padre está en tu casa en este momento?"

"Sí, hoy no tiene que ir al consultorio." Contestó.

Me vi tentado a despedirlo con un beso, pero en su lugar le di la mano.

Otro shock eléctrico.

Noté que se miró la palma de la mano por una fracción de segundo.

"Me gustaría que usted fuera el sábado a mi cumpleaños." Su pedido fue casi un ruego.

"Cuántos cumples?" Pregunté por curiosidad.

"Quince!" Confesó.

"Tu padre te pidió que me invitaras?" Quise saber.

"No." Contestó. "Después le digo que lo invité. Estoy seguro que se pondrá muy contento con que yo lo haya hecho."

"Gracias!" Le dije y lo miré con lujuria mientras se retiraba bamboleando el inmenso trasero de una forma tal, que logró humedecerme los calzoncillos.

De pronto giró sobre sus talones.

"No me dijo si irá a mi cumpleaños." Preguntó y sospeché que él realmente esperaba que yo fuera. Su mirada rogaba por una contestación afirmativa.

"Claro que sí!" Le dije, y su rostro se iluminó y literalmente estalló en una sonrisa de satisfacción antes de volver a girar para salir de la tienda.

"Hola? El señor Eduardo?" Pregunté por teléfono.

"Un momento, por favor." Dijo una voz femenina. "Quién le habla?"

"Habla Zesna. Dígale por favor que es muy urgente." Dije.

Odié tener que hacer esto, pero estaba desesperado por ayudar a mi amigo. No me importó que ello me fuera a costar su amistad porque estaba anteponiendo su bienestar, por lo que mi consciencia quedó por demás tranquila.

Sabía que Juan no sospecharía acerca de mi llamado a Eduardo, ya que él no daba consulta en este día, y nunca se imaginaría que lo haría directamente a su propia casa.

"Zesna, querido. Qué sucede?" Dijo Eduardo preocupado.

"Necesito hablar con usted sobre Juan. Tengo información que creo que puede ser vital para ayudar a encontrar una solución a sus problemas." Dije desesperado.

"Te reitero que por ética profesional no puedo hablar contigo de los problemas de mis pacientes, pero nada me impide escuchar lo que tienes que decirme." Dijo dejándome tranquilo, ya que eso era exactamente lo único que yo necesitaba.

"Dónde podemos vernos?"

"Puedes venir a mi casa si lo deseas hoy mismo a la noche. Por qué no te vienes a cenar? En verdad me gustaría." Confesó.

"Está bien, iré cuando salga del trabajo. Nos vemos luego. Gracias, Eduardo." Mis gracias siempre iban cargadas de la mayor sinceridad.

Llegué a la mansión de Eduardo a las 8:45 pm.

Me estaban esperando para cenar.

Junior apenas me vio, se puso loco de contento, eufórico. Estaba como cuando uno está frente a una superestrella del cine y se le escapa la excitación por los poros. Casi como un perro con dos colas.

Realmente no sabía por qué yo le causaba tanta admiración a este muchacho. Supuse que su padre le habría hablado de mi, pero qué le habría dicho para que me tuviera casi en un pedestal; por supuesto que la sensación no me resultaba para nada incómoda, al contrario, me hacía sentir muy bien.

Cenamos, mientras Junior me contaba su experiencia en Disneyworld.

Luego de los postres, el muchacho me mostró las fotos que tomaron en el viaje, me contó algunas anécdotas y finalmente se retiró a su habitación para dormir, sorprendiéndome completamente cuando se despidió de mi con un beso.

"Qué le ha contado de mi a este muchacho que me tiene en un alto grado de estima?" Pregunté a Eduardo apenas quedamos a solas.

"Solamente la verdad!" Contestó.

"La verdad?" Pregunté horrorizado.

"Jajajajjajaja, Sí, pero no toda, eh?" Dijo riéndose a carcajadas. Y continuó, ahora con mucha seriedad. "Le dije que tú habías sido muy importante en mi vida, y que estuviste conmigo toda la noche cuando él estuvo internado. Zesna, él sabe lo mucho que yo te quiero."

"Hoy me ha invitado a su cumpleaños." Dije desconociendo si él ya lo sabría.

"No me digas? Aún no me dicho nada. Es extraño porque su grupo de amistades es muy reducido, aunque igualmente me alegro muchísimo." Dijo sin dejar de sorprenderse. "Te agradezco por lo que has hecho hoy con sus prendas, tuve mucho trabajo en casa y me fue imposible acompañarlo. En cualquier momento paso por la tienda a abonar la compra."

"No se preocupe por eso. Tómese su tiempo." Dije.

Me hizo pasar a su despacho para conversar sin interrupciones.

Se sentó detrás de un escritorio y yo ocupé un asiento frente a él.

"Eduardo, antes que nada, no debe decirle a Juan bajo ningún concepto lo que estoy a punto de contarle. Eso iría a lesionar la confianza que él me tiene." Tras una pausa, y pensándolo mejor, continué. "Aunque si por cualquier motivo no puede ocultárselo, de todas formas no me importa, se lo voy a contar igual porque realmente creo que es muy relevante para descubrir los orígenes de sus problemas."

"Igual me contarías si eso pone en peligro tu amistad con él?" Preguntó dudando si había entendido bien lo que le acababa de decir.

"Sin ninguna duda. El bienestar de él está ante todo. Aún al mío propio." Dije.

"Mi niño, estás seguro que tú no eres un extraterrestre?" Bromeó.

"Qué se le va a hacer. Uno es como es." Dije y comencé a relatarle. "Juan me contó que desde muy chico ya era extremadamente obeso y que toda la primaria la hizo en un instituto católico, estando en contacto continuo con sacerdotes. No recuerda si fue a los siete u ocho años, cuando el cura rector que era una persona muy severa, lo llevó junto a tres compañeritos más a su oficina por travesuras de chicos; los sorprendió tirándose tizas en el recreo. Todos ellos estuvieron en penitencia parados en un rincón de la rectoría mirando hacia la pared por casi tres largas horas, y sólo como castigo por esa falta menor, mientras el cura hacía su trabajo en el escritorio. De pronto ordenó que se retiraran todos, excepto Juan. Cuando los otros niños abandonaron el lugar, el sacerdote pasó llave a la puerta, y se sentó en la silla detrás de su escritorio. Lo llamó diciéndole ‘ven aquí, gordito’ y lo hizo sentarse sobre su muslo. Comenzó diciéndole cosas como ‘por qué se porta mal un gordito tan lindo como tú?’ mientras le tocaba el rostro con una mano, que después la pasó a su pecho, y la detuvo en su pierna. Se percató que de estar sentado encima de su muslo, de repente el cura lo movió un poco más al centro, hasta que sintió que algo muy duro le estaba haciendo daño. El sacerdote al sentirlo molesto, le permitió bajarse de allí, pero continuó tocándole, esta vez las manos y brazos, y preguntándole si tenía novia. Él, por supuesto contestó que no, ya que estaba completamente aterrado. Y la mano del cura se deslizó hacia sus muslos frotándoselos en una forma muy extraña, hasta que fue en busca de sus nalgas atrayéndolo hacia él. Juan estaba temblando, lleno de miedo y de vergüenza, ya que nunca nadie le había tocado esas partes y además le tenía terror absoluto a ese sacerdote mucho antes de ese día. Mientras le acariciaba los glúteos e iba más hacia el centro, comenzó a hostigarlo con ‘Tú eres un gordito putito, verdad?’ Tras varios minutos de tocarlo descaradamente por todos lados, acentuando cada vez más su vergüenza, comenzó a hurgarle en su entrepierna, hasta que consiguió endurecerle el miembro. Lentamente le quitó los pantalones y Juan no dejaba de temblar, ahora temiendo por lo desconocido ya que no le gustaba para nada que lo vieran en paños menores. Estaba realmente petrificado del miedo. No conforme con los pantalones, el sacerdote le bajó también los calzoncillos, dejándolo como Dios lo trajo al mundo, y fue en ese momento que Juan comenzó a llorar lo que puso muy nervioso al cura. Lo silenció diciéndole ‘Cállate gordo puto, qué quieres, que alguien te escuche y te vea así?’. El cura se arrodilló frente a él, y comenzó a lamerle el pito, mientras con una mano le rozaba el orificio anal."

"Le introdujo el dedo en algún momento?" Interrumpió Eduardo.

"Él cree que no, ya que no recuerda heridas físicas." Acoté y continué con la historia contada por Juan. "Luego de lamerlo, lo comenzó a succionar, mientras continuaba con la exploración de su agujero con la yema de un dedo. Acto seguido, el sacerdote volvió a sentarse, y levantó completamente su sotana para dejar al descubierto un monstruoso pene erecto que salía por su bragueta abierta. Se lo tomó con una mano, y lo puso sobre los labios de Juan, diciéndole ‘Anda gordo putito, dale un besito.’ Como Juan se resistió, el sacerdote lo amenazó con decirle a todos sus compañeritos que él era un gordo puto si no hacía lo que le pedía. Llorando, ahora en silencio, como nunca recordó haberlo hecho antes, le dio un beso a ese gigantesco miembro. Mientras el sacerdote comenzó a mover su pene de arriba abajo, y cada vez más rápido, le pidió ‘pásale la lengua gordito puto.’ Lo que hizo en varias oportunidades muerto de miedo y sin resistirse. En un momento le hizo el último pedido ‘abre la boca bien grande gordo puto de mierda, la puta que te parió’ y un líquido blanco y muy espeso comenzó a llenarle la boca lo que provocó que vomitara en forma muy violenta. El cura se asustó. Sacó su pañuelo con el que limpió todo rastro de semen de la cara de Juan secándose la verga posteriormente y guardándola finalmente dentro de sus pantalones. Se levantó de su asiento. Miró a Juan con desprecio, y le dijo ‘Mírate, si pareces un cerdo´ mientras le manoseaba descaradamente las tetas que le colgaban. ‘Tú quieres que tu madre se entere que su hijo es un gordo puto?’ le preguntó. Nuevamente inundado en un llanto interminable Juan le rogó ‘No, no por favor. Mi mamita, no.’ Lo más grave fue que ese pervertido no se conformó con esa única vez para saciar sus bajos instintos."

En este preciso momento me percataba que Eduardo estaba llorando al igual que yo.

"Zesna, es muy importante lo que te voy a preguntar." Dijo e hizo una pausa mientras yo asentía para contarle todo lo que estuviera a mi alcance. "En algún momento el hijo de mil putas lo violó, aunque fuera con el dedo?"

"Yo le pregunté lo mismo, y él cree que no, porque en ningún momento recuerda haber tenido algún dolor anal. También le pregunté si le había introducido el pene en la boca, y también me lo negó. Nunca pasó de forzarlo a besarle o bien a lamerle el miembro." Dije con los ojos llenos de lágrimas.

"El degenerado hijo de puta tuvo sumo cuidado de no dejarle secuelas que lo pudieran acusar." Comentó Eduardo.

"Tampoco volvió a acabarle en la boca." Continué. "En otras oportunidades lo hizo en el pecho, o mismo en sus genitales, que gozaba tocárselos con su propio pene, otra vez eyaculó en la mano de Juan y lo obligó a embadurnarse las tetas con su leche; y algunas veces lo hacía darse vuelta para salpicarle el culo con su esperma. Invariablemente pasaban al baño después que él llegaba al orgasmo, donde cuidadosamente le lavaba todo el cuerpo para quitarle todo rastro de semen que lo pudiera incriminar."

"Dios mío!" Dijo Eduardo horrorizado. "Y después hay que creer en todos los curas. Por supuesto que no son todos así, pero ya me he topado con varios casos involucrando a la curia que cobija a pervertidos de este tipo."

Eduardo me miró a los ojos antes de hablarme.

"Zesna, tengo que ser muy sincero contigo. Debido a la gravedad de lo que me cuentas, si no logras que él mismo me lo diga, vas a quedar al descubierto, no puedo ignorar semejante información, porque retrasaría terriblemente todo el tratamiento." Me dijo y me miró como pidiéndome disculpas. "Perdóname por ser honesto."

"Abuelito, en verdad no me importaría si es por el bien de él." Repetí una vez más dejando bien en claro que ciertamente ya lo tenía decidido.

"Lo amas mucho, verdad?" Preguntó conociendo la respuesta.

"Desde antes mismo de conocerlo." Confesé.

"Cómo me gustaría poder tratarte a ti para poder descubrir qué es lo que te pasa en realidad con nosotros, los gordos. Pero no lo podría hacer aunque quisiese, te conozco demasiado como para poder ser objetivo."

"No podríamos aunque sea tener alguna charla sobre el tema, nada demasiado profundo. Es que a veces realmente me preocupa ser como soy. Los gordos me nublan la razón. A veces hasta pienso que soy un desgraciado. Sabe que pensé el otro día? Qué sucedería si algún día conociera a un obeso que fuera un hijo de puta? Se imagina? Que me manipulara a su antojo, que fuera una mala persona. Sería el fin de Zesna, porque inevitablemente me enamoraría igual de él, no distinguiendo el mal que me podría causar. Espero no toparme nunca con alguien así."

"Dios no lo permita!" Dijo imaginándose la situación.

Nos miramos por unos segundos a los ojos. Se levantó y fue hacia la puerta de su despacho. Le pasó llave y fue a sentarse en un sillón.

"Ven aquí mi niño!" Me pidió, y fui a sentarme sobre su muslo, pasándole mis brazos sobre su cabeza y fundiéndonos en un beso como los de antes.

Llegué a mi casa cerca de la una de la mañana. Y fui directamente a darme una ducha reparadora.

Iba a comenzar a enjabonarme cuando escuché la voz de mi madre del otro lado de la puerta cerrada.

"Zesna, hace un momento te llamó un amigo que solamente me dejó un mensaje para ti: ‘Ven que te necesito!’ Podrías explicarme qué significa ese mensaje? Qué clase de amigos tienes, Zesna?" Dijo y continuó con algo más que no escuché.

"Ven que te necesito!" Me repetí a mi mismo esa frase como un eco, y me agarró una desesperación tal que dejé de oír todo lo que me seguía diciendo mi madre a continuación.

Dios mío!

Me quité todo el jabón que se hallaba en mi cuerpo a máxima velocidad, me enjuagué y cerré el grifo de la ducha antes que mi progenitora terminara de hablar.

Salí corriendo del baño y mientras me vestía le pedí a mi mamá que me disculpara y que tenía que salir urgente, que luego cuando volviera le contaría.

Fui raudamente hacia el edificio de Juan, y cuando me faltaban dos cuadras, aminoré la marcha.

Allí estaba, el inspector de tránsito nuevamente.

Es que este hombre no duerme nunca?

Me hizo señas para que me detuviera.

La putísima madre que lo parió!

Otra vez!

"Cuál fue la infracción esta vez, oficial?" Pregunté para que me dijera por qué me había detenido, a sabiendas que no había infringido ninguna ordenanza de tránsito.

"No te preocupes, no hay infracción esta vez. Solo quería saber si nuevamente ibas a salvar una vida?" Preguntó con ironía ante mi mirada atónita.

Sin entrar en detalles, le dije que me disculpara que estaba muy apurado, y proseguí la marcha.

La reputísima madre que te recontramil parió!

Cuando llegué a la entrada del edificio, el portero me vio llegar y me abrió la puerta sonriéndome. Le pregunté si Juan había salido, y me dijo que no.

El ascensor no estaba en la planta baja, por lo que decidí correr por las escaleras. No recuerdo cuánto tardé en llegar, pero supongo que debo haber batido todos los records de velocidad en subir los dos primeros pisos, en donde vi la puerta del elevador abierta, y terminé subiendo los restantes en él.

Finalmente el pasillo del quinto piso estaba ante mi.

Qué había sucedido que Juan me necesitaba?

Parecía que todo estaba bien con él, y de pronto esta urgencia.

Toqué timbre en su apartamento repetidas veces, golpeando al mismo tiempo con mis nudillos desesperadamente.

.

Escuché el pesado andar de Juan a través de la puerta cerrada.

"Qué te sucede, Juan?" Pregunté apenas se abrió la puerta.

"Zesna, te necesito!" fue lo único que dijo.

CONTINUARÁ

Muchas gracias por todos los emails y comentarios.