El gordo precoz (6)

CAPÍTULO VI: REENCUENTRO La sola idea de estar apretado entre ambos obesos, haciéndome un sandwich entre sus cuerpos completamente desnudos, me hizo tener una erección considerable.

EL GORDO PRECOZ (6)

CAPÍTULO VI: REENCUENTRO

"Me surgió un inconveniente de carácter personal, y si fuera posible quería pedir el día libre." Pregunté tras comunicarme por teléfono con mi patrón llamándolo por la mañana temprano a su casa.

"Por supuesto, Zesna. No te hagas problemas, ya que hoy tendremos inventario de stock casi todo el día. Espero que puedas solucionarlo de la mejor manera."

"Gracias, jefe."

Colgué el tubo del teléfono.

"Inconveniente de carácter personal?" Preguntó Juan.

"Sí, no te he dicho ya que los problemas de mis amigos eran también los míos?" Le sonreí mientras me miraba con la boca abierta.

Le miré el rostro, y lo veía aún más lindo que el día anterior. No sé si era por la barba rubia de tres días o por su cara de recién levantado, pero me gustaba, y mucho.

Noté que a pesar de que no estaba completamente desnudo y aún seguíamos ambos en la cama, se había tapado hasta el cuello con las sábanas. Ya no estaba oscuro, la luz matinal entraba por la ventana a través de las cortinas entreabiertas.

Deslicé una mano hacia su muslo, lo acaricié, y me miró. Yo no intenté avanzar de allí y él no intentó quitarme la mano nuevamente de ese lugar.

"Eres consciente de lo mucho que te deseo?" Le pregunté.

No recibí respuesta. Supongo que aún necesitaba más tiempo para asimilar todo de golpe. De todas formas, ya había logrado demasiado para lo que aspiraba. Y todo se fue dando como me gusta a mi, en forma natural, nada forzado. Debo reconocer que más lento que otras veces, demasiado, pero íbamos progresando poco a poco.

No habían transcurrido aún 48 horas desde que nos conocimos, y ya habíamos compartido el lecho dos veces.

"No vas a salir de la cama?" Le pregunté con ansias de que lo hiciera para poder verle aunque más no fuera bambolear ese gigantesco culo mismo teniendo puesta su prenda íntima.

"No." Dijo. "Ve tú primero al baño. No quiero que me veas así."

"Quieres explicarme a qué te refieres con ‘así’ si ni siquiera estás completamente desnudo?" Dije fingiendo estar al borde de enojarme.

"Ya lo sabes, así de gordo." Contestó.

"Otra vez? No te demostré ya que me gusta como eres. Que me atraen los gordos como tú, y cuanto más gordos, tanto mejor?" No encontraba otra manera de explicarle que yo era la única persona en el mundo que lo haría sentirse totalmente confortable si me permitiera admirarle, tocarle y explorarle la totalidad de su obeso cuerpo.

Como no contestó, ni se movió de su lugar, me dispuse finalmente a entrar al baño.

"No quieres tomar una ducha conmigo?" Pregunté por última vez.

Negó con la cabeza horrorizado.

Cuando salí de la ducha, él ya estaba levantado vistiendo su bata blanca y preparando el desayuno. Ya había exprimido dos vasos de jugo de naranjas y el café estaba casi pronto en la cafetera. Cargó la tostadora con pan, y en la mesa de la cocina había margarina, un pote de mi preferido dulce de leche y un plato con fiambres, además de algunas frutas de estación.

"Sírvete a gusto mientras me ducho." Dijo y fue en dirección al baño, donde se encerró.

Escuché al agua correr y envidié al líquido elemento por poder recorrer todo su obeso cuerpo sin impedimento alguno.

Cuando finalmente salió, aún con la bata puesta nuevamente, se sorprendió de que yo lo hubiera estado esperando para desayunar.

"No me gusta hacerlo sólo, y menos cuando un bombón como tú ha compartido la cama conmigo." Dije sonriendo.

"Eso sonó bastante feo." Hizo notar.

"Feo para ti? Por qué? Si tú sabes que realmente no sucedió nada entre nosotros, y no fue porque yo no lo haya querido. O me equivoco?" Pregunté con una sonrisa maligna.

"No, pero compartir la cama con otro hombre, no es exactamente lo que se hace habitualmente." Dijo totalmente consciente de lo que había hecho.

"Sí, tienes razón, aunque a mi me gustaría hacerlo todas las noches, siempre y cuando ese alguien sea como tú." Dije y en ese momento, vi su primer rubor del día.

Le pedí permiso para hacer una nueva llamada después del desayuno. Otra vez se enojó por habérselo pedido.

"Ya te dije que te sientas como en tu casa." Volvió a decirme.

No estaba seguro qué iría a suceder con este llamado, pero definitivamente, tenía la obligación de hacerlo, por Juan, mi amigo. Porque para ellos, siempre quiero lo mejor.

"Hola, Eduardo?" Pregunté ya sabiendo que era él quien había atendido su número privado.

"Zesna? Habla Zesna? Mi niño?" Preguntó más que dudando, eufórico. Indudablemente recordaba mi voz como si nunca hubiéramos dejado de hablarnos.

"Sí abuelito, el mismo. Cómo está usted?" Pregunté y no pude dejar de emocionarme al volver a hablar con él.

"Abuelito?" preguntó Juan con una cara de desconcertado como para haberle tomado un foto instantánea para el recuerdo.

"Muy bien querido; antes ya estaba muy bien, y ahora estoy mucho mejor con tu llamado. Pero que agradable sorpresa me has dado." Dijo Eduardo del otro lado del tubo, franco como siempre. "Cómo estás tú?"

"Bien gracias. Todo bien. Resulta que tengo la necesidad de recurrir a sus servicios. Necesito hacerle un par de consultas profesionales." Confesé.

"Tú? Mi Zesna? Hmmmmmm, no lo creo. Qué ha pasado en tu vida que necesitas de mi ayuda profesional?" Seguía siendo tan buena persona como lo recordaba.

"Jajajajaja, bueno en realidad, no es para mi, sino para un amigo muy especial." Quería ir directamente al grano para que no le quedaran dudas con respecto al motivo de mi llamada.

"No me cuentes qué tan amigo es ese ‘muy especial’ así no me pongo celoso. Te siguen gustando los gorditos, mi niño?" Preguntó en forma pícara.

"Si, claro, eso no es algo que yo pudiera cambiar, aunque si tuviera la facultad de hacerlo, creo que ni siquiera lo intentaría." Contesté.

"Ya lo creo. Cuál es el motivo de tu llamada, querido?" preguntó finalmente.

"Quisiera ir con él mismo para una consulta. Necesita alguna especie de ayuda, y quiero que usted lo aconseje. Lo único que le ruego es que de ser posible tendría que ser hoy mismo, ya que he pedido el día libre para poder acompañarlo."

"Veo que tu amigo te ha pegado muy fuerte. A ver déjame revisar mi agenda." Dijo y escuché que pasaba hojas de una agenda. "Tienes alguna preferencia por algún horario en particular?

"No en realidad, pero preferiría que fuera lo más temprano posible."

"Mónica." Escuché que hablaba a su secretaria por el intercomunicador. " Con qué frecuencia viene el señor Fagúndez?..... Ajá!..... Bueno.... Muy bien, cancélale la cita que tiene hoy y que venga mañana a la misma hora." Y ahora dirigiéndose a mi. "Zesna, te viene bien dentro de una hora?"

"Sí, Eduardo, perfecto. Nos vemos en un rato."

Juan estaba considerablemente asustado.

"No te preocupes, Juan. Eduardo es uno de los mejores sicólogos del país, y es una maravilla de persona. Estoy seguro que él es la persona indicada para ayudarte.

"No estoy tan seguro, Zesna." Dijo preocupado.

"Por qué no?" Pregunté para que me diera las razones de su duda.

"Es que ya he ido a un sicólogo antes. En realidad no confío en ellos. Me da la sensación de que lo único que quieren es sacarte el dinero de las consultas sin importarles demasiado el poder ayudarte." Dijo muy tristemente. "Zesna, me sería muy difícil confiar en él, ya que tú sabes, te hacen desnudar hasta el alma. Esto no va a funcionar, no creo que haya alguno que pueda ayudar a alguien como yo."

"Por qué no?" Dije intrigado.

"Solo mírame!"

Lo hice. Volví a hacerlo. Y una tercera vez, y en esta oportunidad de arriba abajo, y viceversa.

"No termino de entender. Es que eres un extraterrestre camuflado?" Dije y le sonreí.

"No te burles, Zesna. No ves lo gordo que estoy?" Dijo sin haber cambiado su rostro, ni siquiera por mi jocoso comentario.

"Perdona pero sigo sin ver el problema."

"No me vas a decir ahora que a ese sicólogo también le gustan los muy gordos?" Preguntó, y ahora finalmente terminé de comprender.

"No exactamente. Lo que me quieres decir es que no cualquiera podría entender un problema de alguien que sea muy gordo, verdad?" Pregunté ahora con una sonrisa de oreja a oreja.

"Claro. No es posible." Contestó. "A menos que sea alguien como tú al que le gustan los gordos y se preocupan por ellos."

Ahora respiré completamente aliviado y le sonreí, ya que finalmente comprendió mi interés por él, y estaba seguro que ya no le quedaban dudas respecto a mi intención de querer ayudarlo.

"No te preocupes. Sólo te digo que se te está escapando una posibilidad." Dije aún sonriendo, y haciéndole comprender que yo sabía perfectamente lo que estaba haciendo.

"No te entiendo, Zesna."

"No te preocupes, ya lograrás hacerlo a su debido tiempo. Confías en mí?" Pregunté sólo para deleitarme con su voz, ya que definitivamente conocía la respuesta que me llenaba el alma.

"Sí!" Dijo simplemente y sin dudarlo ni un solo segundo.

Es que puede existir un obsequio más valioso que ése?

Llegamos a la sala de espera del consultorio de Eduardo diez minutos antes de la hora de la cita y la secretaria nos anunció por el intercomunicador.

"Dice el doctor que ya puede pasar el señor, pero sólo." Dijo la secretaria.

"No, Zesna, me gustaría que entres conmigo. Me da vergüenza." Dijo Juan, visiblemente aterrorizado y totalmente ruborizado.

"Déjame hablar primero con él." Le contesté y entré sólo al consultorio cerrando la puerta detrás de mi.

Eduardo apenas me vio, se levantó de su asiento, y literalmente corrió a fundirse en un abrazo conmigo.

"No sabes cuánto te he extrañando, mi niño." Dijo, y lo noté visiblemente emocionado.

"Yo también lo he hecho." Contesté y unas lágrimas también rodaron cuesta abajo por mis mejillas.

Nos separamos mirándonos directamente a los ojos.

La atracción que sentía por él seguía intacta.

Me besó en los labios.

"Cómo está su hijo?" Pregunté con absoluto interés por saber su situación.

"Muy bien, gracias. Desde que volvimos de Disneyworld, nuestra relación ha cambiado sensiblemente. Es como que recién lo empecé a conocer en el viaje mismo, sentía que era completamente desconocido para mí, y estoy tratando por todos los medios de subsanar el error que había cometido durante tanto tiempo." Dijo con los ojos humedecidos.

"No sabe cuánto me alegro. Estoy seguro que lo va a lograr. Me gustaría no perder el contacto con usted, poder verlo aunque más no fuera una vez cada tanto para conversar. Aún le sigo teniendo mucho afecto y respeto." Dije honestamente.

"Estoy seguro de ello." Me dijo, y me dio otro beso en el mismo lugar." Ahora dime qué te trae por aquí." Mientras se enjugaba las lágrimas con su pañuelo.

"Tengo a mi amigo allí afuera pero le da vergüenza entrar sólo."

Abrió la puerta apenas para poder verlo sin que ser visto.

"Veo que no dejas tus hábitos." Dijo, y me sonrió. "Puedes quedarte con él dentro del consultorio. Dile que entre."

Y fue a sentarse detrás del escritorio, mientras yo abría la puerta y lo llamaba para que entrara.

Apenas Juan vio a Eduardo, le cambió la cara. No se esperaba que fuera obeso como él, y yo deliberadamente no se lo había dicho en ningún momento para que le fuera una grata sorpresa.

Juan me miró, sonrió, y noté que se le nubló la vista de la emoción. Finalmente comprendió. Me convencí en ese momento que iba a confiar en Eduardo plenamente, que le iba a contar todo lo que le pasaba, y que este doctor iba a hacer hasta lo imposible por entender, comprender, buscar, encontrar y finalmente resolver todos los problemas que aquejaban a mi amigo.

Ambos se presentaron estrechándose la mano y tomamos asiento al otro lado del escritorio de frente al doctor.

"Tú fumas?" Fue la primera pregunta que le hizo Eduardo a Juan.

"No!" Contestó simplemente.

"Noté que te sorprendiste al verme, por lo que deduzco que no sabías de antemano que yo era así de grandote y hermoso tanto como tú. Quiero que sepas que cualquier problema que tú tengas, se puede solucionar, y que yo más que nadie comprendo mucho de lo que te pueda estar pasando a ti en particular. Sé que nuestra vida no es muy fácil, y estoy seguro que todo lo que te esté sucediendo no me va a ser desconocido en lo absoluto. No necesariamente he tenido que pasar por todo aquello que te trae por aquí, pero seguramente ya debo haber escuchado acerca de eso con anterioridad; pero lo más importante, y mejor diría aún que lo único necesario e imprescindible es que confíes en mi. Crees que puedes hacerlo?"

"Creo que sí." Contestó, visiblemente emocionado.

"Muy bien. Tú que opinas, Zesna?" Me preguntó sorprendiéndome completamente por el hecho de que me involucrara directamente en la conversación.

"Yo creo que..."

"Tú ya te has recibido, verdad?" Me preguntó interrumpiendo abruptamente lo que le iba a decir.

"Cómo? No entiendo." Dije sorprendido completamente.

"Claro. Te pregunto si ya obtuviste tu título." Quiso saber.

"Qué título?" Reí nerviosamente ya que seguía sin comprender absolutamente nada.

"El de sicólogo." Preguntó muy seriamente.

Quedé mudo por la sorpresa. Seguía sin comprender.

"Pero de qué me está hablando?" Dije finalmente, buscando una señal en su rostro que me confirmara que me estaba gastando una broma.

No vislumbré ninguna.

"Entonces debo suponer que aún no lo tienes, verdad?" Preguntó.

"No, por supuesto que no." Contesté y rogué por que finalmente sonriera y me dijera que estaba siendo víctima de una broma pesada.

"Entonces lamento tener que decirte que no puedes estar presente. Esta conversación debe permanecer confidencial entre el cliente y su profesional." Me dijo dejándome totalmente atónito. "Espera afuera, que hay unas revistas con fotos muy hermosas que puedes hojear mientras atiendo a tu amigo."

No salía de mi asombro, me estaba echando del lugar!

Miré a Juan con la boca abierta, buscando alguna señal de complicidad para que intercediera y no me dejara ir; no podía creer que Eduardo me estuviera pidiendo que me fuera; y Juan, ante mi asombro total, asintió con la cabeza como diciéndome que todo estaría bien, que podía dejarlo sólo en el consultorio sin ningún problema.

Me levanté de mi asiento aún sin comprender, y miré a Eduardo a la cara, cuando sonrió y me hizo un guiño.

Cuando iba hacia la puerta, comencé a sonreír cayendo en la cuenta lentamente de la manera por demás inteligente que Eduardo había logrado quedarse sólo con Juan. Pudo haberme impedido el ingreso con él desde el primer momento, pero eso hubiera hecho lesionar la confianza que buscaba con su cliente desde el comienzo. Ya estuve completamente seguro que Juan confiaría ciegamente en él, y que de ser posible, Eduardo sería la única persona indicada capaz de solucionarle todos sus problemas, tanto como que jamás tuve ni la más mínima duda acerca de que ello iba a ocurrir así.

"Zesna, avísame si vas a venir más seguido, así para la próxima vez te prometo conseguir algunas revista de lucha de sumo para que te entretengas mejor." Dijo Eduardo a mis espaldas mientras salía, y además de la intención de confirmarme que él aún recordaba uno de mis pasatiempos preferidos, entendí el mensaje que le envió a Juan. No volvería a dejarme pasar al consultorio junto con él.

Mientras esperaba en el cómodo sillón, recordé mi primera visita al lugar, cuando apenas conocí al gordo mayor, y todo lo que compartimos allí mismo en el consultorio.

Dudaba mucho que pudiéramos volver a tener ese tipo de relación, pero no descartaba verlo algunas veces, aunque más no fuera solamente para mantener alguna conversación. Eduardo era una persona sumamente inteligente. Me hacía muy bien verlo, escucharlo, fuera de sentir su cuerpo pegado al mío.

En ese momento no deseaba tener sexo con él, sino que solamente quería evitar perder el contacto.

Nunca lo había visto trabajar en su profesión, y realmente me gustó mucho en la forma como manejó y acomodó todas las piezas como para hacer su trabajo sin distracciones de ningún tipo.

Con razón era uno de los mejores del país. Su ética profesional estaba ente todo, aún por encima de la amistad que seguramente nos seguía uniendo, y muy lejos de sentirme incómodo con que me hubiera hecho salir de su despacho, me alegró finalmente que se logró crear ese vínculo entre paciente y doctor que en algún momento dudé que se formaría con tal celeridad.

Mejor así, para que se pudiera aprovechar todo el mayor tiempo posible en solucionar los problemas de mi amigo.

Hojeé todas las revistas disponibles durante las casi dos horas que duró la consulta, y no encontré una sola foto de un gordo en ninguna de ellas, ni siquiera vestido. Sólo encontré un artículo acerca de la muerte de un actor conocido que me llamó la atención. El hecho había ocurrido el 2 de octubre de 1985, pero la dejé separada para pedirle a Eduardo que me la prestase para leerla con mayor tranquilidad en casa.

Distraje mi mente imaginando que de gustarme los encuentros grupales, seguramente los dos que estaban en el cuarto contiguo serían los elegidos como para experimentar con ello. La sola idea de estar apretado entre ambos obesos, haciéndome un sandwich entre sus cuerpos completamente desnudos, me hizo tener una erección considerable.

Utilicé las revistas para ocultar mi entrepierna de la vista de la secretaria, a quien miraba cada tanto para asegurarme que no advertía nada, devolviéndome ella en cada oportunidad la misma sonrisa falsa de compromiso que sigo tildando de estúpida cada vez que alguien me la da.

Desnudé mentalmente a los dos obesos, uno al lado del otro como si estuvieran en una vitrina para ofrecérseme. Ambos eran muy apetecibles. Eduardo era más gordo, y ya le conocía todo el cuerpo y hasta cada uno de sus agujeros que los recordaba como deliciosos. A Juan, aún no había podido verlo completamente desnudo, pero su cuerpo me excitaba en grado sumo, aún vestido. No era tan alto como Eduardo, lo que lo hacía más gordo que aquél, y su pecho, abdomen y culo eran generosamente más grandes que las del doctor, y no dudaba que este último sería igual de sabroso que el de aquél.

Cuando finalmente Juan dejó el consultorio, su rostro estaba mucho más tranquilo. Había dejado allí dentro un peso muy grande que estuvo cargando sobre sus espaldas durante casi toda su vida.

Su sonrisa de oreja a oreja me confirmó que Eduardo iba a ser su confidente de aquí en más.

"Zesna, es muy posible que vaya con mi hijo por la tienda, ya que él necesita comprarse ropa, y debe ser antes del sábado ya que es su cumpleaños." Dijo el doctor.

"Los espero gustosos por allí cuando quieran." Contesté. "Eduardo, me presta esta revista que hay una noticia que quiero leer con detenimiento?"

"Sí, querido, llévatela. Te la regalo." Contestó.

Nos despedimos con un apretón fuerte de manos.

"No deje de llamarme cuando usted quiera." Le dije.

"Prometo que lo haré!" Me respondió.

Cuando íbamos bajando por el ascensor, le pregunté a Juan cómo se había sentido con Eduardo.

"Oh, Zesna. No sabes cuánto te agradezco que me hayas contactado con este doctor. Estoy seguro que él verdaderamente comprende mis problemas. Sólo tengo un inconveniente." Confesó.

"A qué te refieres?" pregunté intrigado.

"Cuando le pregunté si no me iba a recetar algún medicamento, me dijo que para lo que yo tenía, por ahora sólo me iba a pedir que me comprara pastillas de menta?" Dijo sorprendido.

No pude dejar de sonreír, aunque sin entender. Pero estaba seguro que eso tenía una explicación valedera.

Apenas salimos del edificio, Juan fue al kiosco más cercano y compró dos paquetes de las pastillas mencionadas.

Llegamos al departamento de Juan, y éste me invitó a almorzar a un restaurante. Antes ingresó al baño, por lo que no me pude contener y tomé el teléfono e hice una llamada.

"Eduardo, perdone la molestia, pero qué fue eso de las ‘pastillas de menta’ que le recetó a Juan?" Pregunté apenas confirmé que no estaba ocupado.

"Jajajaaj, Bueno, lo que sucede es que lo de él no se arregla con pastillas, y cuando un paciente te pregunta por ellas, lo peor que le puedes hacer es decirle que ningún medicamento es adecuado para su problema. Hasta hace bien sicológicamente que tenga algo que piense que le va a hacer bien. Es como un soporte. Compró realmente las pastillas?" Preguntó dudando.

"Por supuesto. Y dos paquetes! Además no se imagina lo contento que está por haberlo conocido." Le confesé.

"Ya veo que sí. Parece un buen tipo. Me alegro por ti."

"Por mí?" Dije sorprendido.

"No me vas a decir que no es algo más que un amigo tuyo." Preguntó.

"Realmente eso es lo único que es, por lo menos por ahora. Aunque apenas lo conocí ayer, y ya he vivido con él bastante más que..."

"Sí, ya me comentó." Me interrumpió." No te voy a contar nada por ser secreto profesional, pero te digo que esta persona necesita demasiado afecto. Tú lo puedes ayudar mucho, Zesna. Bueno, eso ya lo debes saber. Quién no necesita afecto, y mucho más aún tratándose de personas como nosotros."

"Lo sé, Eduardo, sólo que soy consciente que me va a llevar más tiempo del necesario para que él decida dejarme darle todo el afecto que necesita y el que yo tengo para darle." Escuché correr el agua del inodoro. "Tengo que cortar. Realmente me gustaría seguir en contacto con usted. Muchas gracias por todo lo que hace por mi."

"No, mi niño. No es ni la mínima parte de lo que tú has hecho por mi y por mi muchacho. Soy yo el que aún estoy en deuda contigo. Nunca dudes en llamarme si te puedo ser útil en lo que necesites."

"Pierda cuidado, aunque usted no me debe nada. Pero sinceramente quisiera que estemos más en contacto." Concluí.

Nos volvimos a despedir hasta pronto y colgué.

Juan salió del baño, con el rostro y cabello húmedo.

"Te encuentras bien?" Pregunté.

"Sí. Quisiera hablar contigo." Dijo y me alegró, porque supuse que la conversación tocaría temas que él había estado evitando hasta el momento.

"Qué sucede?" Pregunté ansioso.

"Estoy seguro que quieres ayudarme y te lo agradezco mucho, Zesna. Aunque aún tengo algunas dudas respecto al motivo. Qué es lo que pretendes de mi?" Su aspecto me convenció que posiblemente haya estado pensando en eso todo el tiempo.

"Mira, ya me dijiste que no eres homosexual, y yo no quiero cambiar eso si tú no quieres. Me gusta estar contigo, quisiera jugar al truco contigo de compañero por el resto de mi vida. Me siento muy bien sólo con la posibilidad de poderte ayudar. Me pongo muy contento cada vez que necesitas un abrazo y yo estoy cerca de ti para dártelo. No quisiera que hagas algo que te incomode, pero a mi me gustaría que pudiéramos hacer muchísimo más de lo que estuvimos haciendo hasta ahora." Me puse muy contento de poder decirle directamente a la cara lo que me pasaba con él, sin ocultarle ningún sentimiento.

"Zesna, a mi me gustan las mujeres." Dijo con tristeza.

Algo me desconcertó totalmente, porque dudé si su tristeza se debía a que por gustarle las mujeres se estaba perdiendo de lo que yo le pudiera dar, o bien estaba triste porque le gustaban las mujeres, las que no lograban satisfacerlo.

"No te preocupes, que te puedo esperar todo el tiempo del mundo. Cuando finalmente te des cuenta de lo mucho que yo te puedo dar, y que hasta ahora ninguna mujer te ha dado, estoy seguro que hasta me pedirás por favor para que te lo pueda demostrar." Quise dejarlo con la incógnita.

Pero él no pudo resistirse a la tentación, y preguntó.

"Y qué sería eso?" Dijo y sonreí pensando en lo que habíamos hecho en el colchón la madrugada del domingo, y adivinando que la atracción de él hacia mi estaba latente, esperando el momento oportuno que yo buscaba infructuosamente para hacerlo aflorar.

"Cosas que estoy seguro que nunca te han hecho, como por ejemplo, alguna vez te chuparon el culo?" Pregunté y me arrepentí de inmediato cuando se puso rojo de vergüenza por primera vez desde que habíamos comenzado esta conversación, y comenzó a temblar. Sabía que eso no estaba dentro de sus experiencias, pero también era consciente que cada vez que le mencionaba algo relacionado con sus partes íntimas, se ponía de ese modo. "No te pongas así, Juan. Ya te dije que te estás perdiendo de algo maravilloso. Ambos lo estamos perdiendo. No es muy común que yo le diga a alguien que me gusta mucho, y tú me gustas demasiado. No hay ningún límite en lo que podría hacer contigo para darte placer sexual." Su rostro a esta altura denotaba pavor.

Lo dejé asimilar mis palabras.

"Juan, aún necesito saber qué sientes por mí. Nunca me lo has dicho. Sé que yo te atraigo de alguna manera, y eso ya es muy importante. Estoy dispuesto, como ya te dije, a esperarte, pero si quieres hablarme de lo que te ocurre conmigo, me gustaría saberlo. No quiero acelerar las cosas, pero ya tengo alguna experiencia en cuanto a que lograremos arrepentirnos luego por haber desperdiciado un tiempo precioso." No sabía como hacer para que se diera cuenta de lo que era inevitable. Lo presentía. Estaba cien por ciento seguro que este gordo terminaría conociendo todo lo que estaba seguro que podría enseñarle por primera vez. La duda era cuánto tiempo más tendría que esperar.

"Eduardo me ha hablado muy bien de ti." Me dijo de pronto sorprendiéndome. "Me contó sin dar detalles lo mucho que lo has ayudado. Y me aseguró que si yo confiara en ti, no saldría defraudado." Eso que dijo me emocionó mucho.

"Sí, él me conoce mucho y sé que me quiere bien." Dije con alguna lágrima en mis ojos.

"Has hecho algo sexual con él, verdad?" Dijo de repente y luego de pensar un instante.

"Él te ha dicho eso?" Pregunté sin negarlo.

"No, tú sabes que él es un profesional en todo el sentido de la palabra. Jamás me lo diría si así hubiera sido. Sólo que como me dijiste que te gustan los muy gordos, pensé que quizás... No te enojes por ello, si?" Noté que se arrepintió inmediatamente por habérmelo preguntado.

"Concentrémonos en lo nuestro, ok?" Dije para evadir contestarle. "No creo que te haría nada bien si conocieras a tu doctor. Deja que él sea el que te conozca a ti." Respiré aliviado al encontrar al respuesta adecuada sin tener que mentir.

"Tienes razón." Continuó. "Mira, tú sabes que algo me pasa contigo. Ya te he dicho que no sé qué es. Nunca me había pasado con nadie." Hizo una pausa. "Al principio pensé que era admiración por cómo te vi jugar a los naipes. No quiero engañarme, Zesna. Sé que eso no es verdad. Por lo menos ahora que te conozco un poco más, sé que siento algo por ti, que me resulta difícil de comprender."

"Sabes por qué es eso? Porque te resistes. Por qué no te dejas llevar por tus impulsos, por tu consciencia?" Buscaba la forma de hacerlo pensar en lo correcto. "Cada vez que te sucede me dices que no eres un gordo puto como para alejar de inmediato cualquier pensamiento que tienes hacia mí."

"Es que mi consciencia me dice que esto no está bien." Confesó.

"Qué es lo que no está bien, Juan? Que los dos seamos hombres? No sabes lo hermoso que es sentir que alguien que te ama te haga el amor, te chupe todo el cuerpo, te explore con los dedos y con la lengua, te haga explotar de placer como nunca antes lo has sentido. Ya sé, te volverás a ruborizar, te volverás a avergonzar, bajarás la mirada, te pondrás rojo como un tomate, y finalmente todo volverá a empezar. Llegaremos a esta instancia, y nuevamente lo mismo. Hasta cuando? Cuando te darás cuenta, que no debes ponerte un rótulo. Tú no tienes una etiqueta que diga: ‘Soy heterosexual’, o ‘Soy Homosexual’. A quién le importa? A mi, hace mucho que me dejó de preocupar la etiqueta, hago lo que siento, soy una persona sana, honesta y sobre todo libre que me enamoro muy fácil, sólo basta con mirar a los ojos a mi gordo, así como te estoy mirando en este momento, para darme cuenta que siento algo muy especial por él." Todas las sensaciones que describí, las vi en su rostro mientras hablaba, rubor, vergüenza, bajada de mirada, etc.

Lo tomé de ambos brazos, y lo sacudí suavemente, sorprendiéndolo.

"Despierta, Juan y dame un beso de una vez por todas, por favor. Aunque sea un breve pico, pero quiero sentir tus labios sobre los míos." Dije ya desesperado para hacerlo reaccionar.

Ambos nos miramos a los ojos, le miré los labios, él miró los míos, y sus ojos estaban aterrorizados.

Acerqué mis labios lo más cerca que pude de los suyos.

"Yo no lo voy a hacer, Juan, quiero que tú poses tus labios sobre los míos, no voy a forzarte a nada que tú no quieras hacer." Dije y esperé.

"Lo siento, Zesna." Dijo y se apartó llorando.

Estuve convencido en un 100 por ciento que aún había algo que no conocía acerca de él.

Salimos a almorzar.

Durante todo el resto de la tarde nos sentamos a charlar en el banco de una plaza.

Entendió perfectamente que yo lo quería ayudar realmente, y me lo agradeció otra vez.

Me contó que éste había sido su segundo fracaso matrimonial. Su primera esposa le pidió el divorcio a él, apenas al año de haberse casado.

"Yo la amaba mucho." Repitió más de una vez.

"Qué la motivó a pedirte el divorcio, Juan.?" Pregunté, explicándole que no me lo tenía que decir si en verdad no lo quería hacer.

"Siempre es el mismo problema. Ellas quieren coger todo el tiempo. Y yo no puedo. No puedo seguirles el ritmo. Todas quieren mucho juego previo pero a mi me fatiga, me cansa. Soy un fracaso como esposo, soy un fracaso como hombre." Unas lágrimas asomaron por sus ojos y se deslizaron por sobre sus gordos cachetes.

Se quitó los anteojos para secarlos.

"Hablaste de este tema con Eduardo?" Quise estar seguro que no le estaba ocultando nada.

"Sí, él me lo preguntó, y se lo dije." Confesó.

Me quedé tranquilo, porque confiaba plenamente en mi abuelito. Sabía que él conocía todo acerca de la sexualidad de los obesos y los posibles problemas, ya que él era uno de ellos.

Pensé en lo agradecido que tendría que estar a la vida, que me estaba llevando por su camino de una manera que en primera instancia parecía producto de un capricho. Fui consciente que si no hubiera conocido a Eduardo antes que a Juan, muy difícilmente lo hubiera podido ayudar de esta forma. Qué hubiera sucedido si mi encuentro con Juan lo hubiera tenido antes de conocer al doctor.

Qué hubiera pasado si nunca hubiera conocido a Eduardo, ni a Juan.

Posiblemente dos tragedias, que tal vez hubieran pasado desapercibidas para casi todos, resultando meras noticias rutinarias perdidas en algún rincón de las páginas de algún periódico de la capital, como inevitable resultado de no haberlos conocido a tiempo.

Me contó que su núcleo familiar se componía de tíos, primos, sobrinos y dos hermanos que vivían desde hacía algunos años en España.

"Se fueron juntos a trabajar, y les va bien." Dijo, con un tono de extrema tristeza que afloró de repente. "Cada tanto me llaman por teléfono."

Tuve algunas dudas por el motivo de su cambio de humor apenas nombró a sus hermanos, sin embargo me imaginé la razón, pero no quise quedarme con la incógnita, así que le pregunté.

"Y por qué no te fuiste con ellos, Juan?"

Nuevamente comenzó a llorar, y esta vez demoró en frenar su llanto.

"No ves que soy un desgraciado? Primero que todo, ellos son solteros, y yo ya me había casado. Después, tengo que pensarlo dos veces antes de viajar en avión ya que me cobran doble pasaje. Ellos comenzaron una nueva vida allí, se fueron con casa y trabajo asegurados, y yo me quedé aquí estancado, para seguir como siempre." Finalizó y se vio inundado en un mar de lágrimas.

Quise abrazarlo y besarlo allí mismo en la plaza al aire libre. No lo hice como hubiera querido, pero le intenté abrazar lo mejor que pude, haciéndole apoyar su cabeza en mi hombro y le di un beso en la mejilla que tenía a un costado de mi boca.

Cuando iba cayendo la tarde, decidimos pasar por la tienda para que él pudiera averiguar acerca del abogado para los trámites de divorcio y de paso ver si me necesitaban para algo.

Apenas ingresamos al local, una de las vendedoras vino corriendo a mi encuentro.

"Zesna, Zesna, no sabes lo que pasó!" Me dijo en un tono que indicaba que nada bueno era lo que debía enterarme. "Están los contadores reunidos con los patrones, porque hay una falta de artículos demasiado importante en el stock.

"Qué?" dije atónito.

"Sí, aparentemente alguien ha estado robando prendas. Porque son demasiadas las que faltan." Dijo asustada.

"Tú has robado algo de aquí alguna vez?" Le pregunté.

"No, cómo se te ocurre?" Preguntó perpleja.

"Entonces, no sé por qué te pones de esa forma desesperada siendo inocente. Pareciera que tú fueras la culpable que ha estado robando por lo nerviosa que estás." Le dije como para calmarla.

"No, es que los patrones se fueron a la oficina puteando a los cuatro vientos, diciendo que esto nunca puede suceder en su tienda." Dijo sin salir de su nerviosismo.

"Creo que no es un buen momento para que vaya a hablar de mis problemas." Dijo Juan.

"Quédate aquí, que voy a ver qué es lo que sucedió realmente." Dije y subí corriendo por las escaleras para llegar a la oficina en la cual estaban reunidos.

Golpeé la puerta y me hicieron pasar.

"Zesna, por suerte estás aquí!" Exclamó uno de mis patrones.

"Él es Zesna?" Preguntó uno de los contadores que yo no conocía.

Le di la mano a todos.

"Qué sucede aquí que toda la tienda está convulsionada?" Dije sin dejar de demostrar mi asombro ante la noticia que recibí.

"Zesna, tenemos un gran problema hoy aquí." Comenzó mi jefe. "En el inventario nos está dando faltantes en el stock."

"Y cuáles podrían ser las razones?" Pregunté inocentemente.

Jefes y contadores se miraron entre sí.

"Es seguro que alguien ha estado robando, Zesna." Dijo mi otro jefe.

"Déjenme ver los número, por favor, para ver de qué cifra estamos hablando." Me alcanzaron los papeles. "Trescientas cincuenta y dos prendas???" Dije atónito. "Pero esto es casi imposible. Quiere decir que el que está robando debe haberse llevado casi una prenda al día durante todo un año. Esto no puede ser."

"Hay alguien del personal en que usted podría desconfiar?" preguntó uno de los contadores.

"No, señor, si fuera así, ya hubiera hecho la denuncia antes que sucediera esto." Pensaba en otra razón que justificara la falta, pero no se me podía ocurrir ninguna que no fuera el robo.

"Quieres hacerte cargo, Zesna? Puedes hacer lo que creas necesario para averiguar qué es lo que sucede aquí. Hasta tienes la potestad de despedir a quien sea si logras descubrir al culpable del hurto." Dijo uno de mis patrones.

Me emocioné al darme a entender que yo no era ni siquiera sospechoso. Por supuesto que era totalmente inocente, pero en estos casos se estila desconfiar de absolutamente todos.

"Muchas gracias por la confianza, jefe. Pero quisiera descartar cualquier cosa antes de pensar que esto fue un hurto, si no se enojan. Quisiera saber si también tengo la absoluta confianza de todos los presentes." Pregunté mirando a cada uno de los contadores.

Uno de ellos pidió la palabra.

"Zesna, debes saber que esto es muy delicado. Nos han dicho tus jefes que ellos confían en ti plenamente y que no serías capaz de hacer nada contra la empresa, pero mirando fríamente, tú has hecho el inventario anterior y te ha dado sin ninguna diferencia. No te acuso de nada, por lo que más quieras no es mi intención, pero quiero darte todos los elementos que se han hablado hoy aquí. Quiero dejarte tranquilo que nadie, absolutamente nadie te hace responsable de nada, tus jefes no dudan de ti, y están seguros que hay una explicación para esto, pero quería que supieras los hechos tal cuales son." Finalizó.

"Bueno, le agradezco, y aprecio mucho su franqueza. Deben quedarse tranquilos, los que no lo están, que sería incapaz de llevarme un pañuelo sin pagar. No tengo problemas de dinero aquí, y me siento muy cómodo en este trabajo. Voy a hacer hasta lo imposible por averiguar qué está sucediendo aquí. Antes que nada quisiera hablar con el que me suplantó en el control del inventario de hoy." Dije sin perder la tranquilidad.

Creo que ellos hicieron lo correcto, analizaron todas las posibilidades, y efectivamente, el tema del inventario anterior pudo haberme puesto como eventual sospechoso. Decidí concentrarme en que mis jefes me daban plena confianza para proseguir con mi trabajo sin tener ningún obstáculo que me pudiera distraer la mente.

"Aún tienes el día libre, Zesna. No tienes por qué quedarte, y todo lo que tienes que hacer hoy, lo podrías hacer igualmente mañana." Dijo mi jefe.

"De ninguna manera, no podría dormir esta noche sin resolver este problema." Dije totalmente convencido de que debería ser así. Los contadores se miraron entre sí, mientras mis patrones sonrieron. "A propósito, abajo está Juan que lo espera a usted por el asunto del abogado. Dígale que después me espere, ya que no sé cuanto me puedo demorar con esto."

Averigüé quién había sido el que se encargó del inventario, y fui a su encuentro.

Estaba muy asustado.

"Discúlpame, Zesna. No sabía que esto sucedería." Dijo temeroso.

"De qué te tendría que disculpar?" Pregunté sorprendido.

"Cómo que ‘de qué’? No quise dejarte al descubierto."

"De qué carajo estás hablando?" Dije a punto de enojarme.

"Zesna, si lo hubiera sabido, por lo menos te hubiera llamado antes." Dijo poniéndome más furioso aún.

"Antes de qué? Quieres decirme de qué mierda me estás hablando de una vez?" Ya estaba rojo de furia.

"Antes de entregar los stocks. No sabía que tú estarías involucrado. En la tienda se comenta que tú has estado robando desde hace tiempo y que por eso te había dado bien el inventario anterior que tú mismo hiciste. Nadie quiso pensar mal de ti, Zesna. Todos te queremos porque te portas muy bien con nosotros y haríamos cualquier cosa por ti, pero no hay otra posibilidad. Si lo hubiera sospechado, te hubiera llamado para que me dijeras qué hacer antes de entregar éste con los resultados terminados." Dijo y eso terminó de irritarme.

"Ah, no! Esto sí que no! Uno se rompe el culo por la empresa y por el bienestar del personal para que ante el menor problema pongan en duda tu honestidad? Escúchame bien lo que te tengo que decir. Si tú sospechas de alguien, de cualquiera, sea yo o no, no tienes que cubrirlo, debes denunciarlo, me entiendes." Dije totalmente enfurecido.

"No, cómo quieres que pueda dormir después si tu pierdes el trabajo por mi culpa?" Dijo.

"No, querido. No es así la cosa. Si yo robo, tú me denuncias y me echan, el único culpable soy yo por haber robado. Tú serías un héroe por haberme denunciado y proteger a tus otros compañeros de trabajo que son inocentes. Es así como siempre debe funcionar una empresa honesta con empleados honestos; si yo fuera culpable y tu me cubrieras, serías cómplice de ello, por lo tanto serías tan delincuente como el ladrón." Finalicé y razoné que en realidad él no quería perjudicarme, sólo que su forma de pensar no era la correcta. "Reúneme aquí mismo a todos los que no estén en la sala de ventas en este momento." Le ordené.

"No te han echado?" Preguntó atónito.

"No, en absoluto. Es más aún, estoy a cargo de la investigación." Dije para que se apurara que mi orden iba en serio.

Mientras iban llegando uno a uno los administrativos y los que trabajaban en los depósitos, seguía revisando el inventario, lo más minuciosamente que pude para intentar ver lo que no logré en mi primera observación.

"Ya estamos todos, Zesna. Sólo falta parte del personal de ventas." Dijo el encargado de reunirlos.

"Bueno, muchachos, yo les agradezco que todos me quieran mucho. Yo los quiero a ustedes. Pero hay algo que me gustaría que sepan, si alguno está seguro de que soy un ladrón, debería denunciarme. Si no lo hace, eso no sería nada bueno para el excelente grupo que aquí formamos, porque si yo fuera un delincuente, porque un ladrón lo es, haría mucho daño a todos los inocentes, haciendo que los patrones desconfíen de cualquiera de ustedes. Como éste no es mi caso, ya que yo soy completamente inocente, y por supuesto que nadie aquí podría probar algo que nunca hice, vamos a aclarar que yo acusaría a cualquiera de ustedes sin ninguna duda, por el bien de los demás, pero por supuesto corroborándolo primero y únicamente estando plenamente seguro. Vamos a terminar con este tema esperando que haya quedado todo muy claro." Sin excepción asintieron en silencio y los despedí del lugar con la palabra que me gustaba utilizar cada vez que lo hacía: "Piérdanse!"

Le pedí al que había hecho el inventario que se quedara conmigo para revisar nuevamente los papeles.

"Tráeme el inventario anterior que hice yo mismo. A ver qué diferencias me da." Le solicité.

Una media hora después, fui a la oficina de mi jefe que estaba reunido con Juan.

"Tengo idea de qué fue lo que finalmente sucedió aquí." Dije apenas entré.

"Hay algún culpable?" Fue lo primero que preguntó mi patrón organizador del torneo de truco.

"Sí, usted mismo." Dije.

CONTINUARÁ

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