El gordo precoz (3)

CAPÍTULO III: NOCHE INTERMINABLE (PARTE 1)Me concentré en ese baño cerrado con el obeso de 180 kilos evacuando su vientre dentro de él. Hubiera pagado para verlo, escucharlo y olerlo.

EL GORDO PRECOZ (3)

CAPÍTULO III: NOCHE INTERMINABLE (PARTE 1)

Tenía frente a mis ojos la oreja más erótica que jamás haya visto antes, y me vi tentado a lamérsela y a chuparla; pero decidí no hacerlo por culpa de la proximidad de casi toda la concurrencia, lo que me llevó finalmente a acercarme lo más posible, rozándole casi el lóbulo con mis labios en forma deliberada y le expresé el motivo por el cual me había dado cuenta de la intención de engaño de los rivales que acabábamos de vencer.

La mirada que me devolvió fue de admiración, pero seguía viendo la cuantiosa ternura que despedían sus ojitos, mezcladas con una tristeza bastante acentuada, que no congeniaban para nada con la tremenda sonrisa sincera que dibujaban sus labios, y que me estaba obsequiando segura respuesta de agradecimiento por haberle contado mi secreto.

"Soy Juan, el esposo de María." Dijo y me ofreció la mano.

Obviamente ya lo sabía, no necesité de esa presentación para saber quién era él. Apenas lo vi, apenas lo escuché, apenas sentí su mano posada en mi hombro, me había dado cuenta que ésa era la persona que había estado esperando conocer durante los últimos tres meses, y tan sólo con mirarle a los ojos por primera vez, tuve la extraña sensación como que a esta persona ya la conocía desde siempre.

Le tomé la mano con las dos mías, y para cerrar aún más el circuito de energía que recorría nuestros cuerpos, y suponiendo, sin estar totalmente seguro, de que él también lo debería sentir, le di un beso en la mejilla.

"Yo soy Zesna." Dije simplemente, temiendo derretirme completamente, resbalar de mi asiento e ir a parar de culo directamente al piso.

"María me ha hablado de ti." Dijo siempre en forma muy tímida, pero devolviéndome el beso.

"Oh, espero que te haya dicho solamente lo bueno." Dije en tono de broma, aunque medio nervioso y expectante por lo que le hubiera podido decir esa puta.

"Me contó que tú juegas muy bien al truco." Dijo, dejándome aliviado. "No soy de venir a este tipo de reuniones, pero sinceramente en esta oportunidad lo he hecho sólo por el torneo, ya que es un juego que me apasiona, y mucho. He estado viéndote jugar desde hace un rato, y realmente me llama la atención y me sorprende ver lo bien que lo haces cuando no tienes buenos naipes. No estuve de acuerdo con muchas de tus decisiones antes de ver los resultados, y debo reconocer que yo hubiera jugado bastante diferente en la mayoría de las veces, y obviamente perdiendo la posibilidad de obtener los puntos que tu ganaste. Me gusta realmente tu forma de jugar."

Fuera del significado de sus palabras, que me emocionaban totalmente, el sonido de su voz era como música para mis oídos.

Cuánto tiempo podría pasar hasta que finalmente alguien se terminara de dar cuenta del fuerte sentimiento que yo tenía hacia esta persona?

"Bueno, Zesna. Lamento informarte que ya llegó mi compañero de siempre, por lo que tendrás que buscarte una nueva pareja." Me dijo el dueño de casa, viendo que mi otro patrón hacía un largo rato que estaba parado al costado de la mesa de juego.

Miré para todos lados buscando a Julio, mi compañero desde el problema con Andrés, y no lo vi.

"Hey, alguien sabe si Julio ya vino?" Grité mirando para todos lados, para confirmar finalmente que él aún no había llegado.

"Jajajajaja, el día del torneo y te quedaste sin pareja, Zesna?" Se burló uno de mis patrones.

"Bueno, supongo que ya va a llegar de un momento a otro." Dije convenciéndome a mi mismo que así debería de ser.

"Espero que no se demore demasiado, porque no podremos esperarlo por mucho tiempo más. Ya estamos casi todos." Dijo uno de mis jefes.

Andrés, mi ex compañero, se acercó a mi, y me pidió disculpas nuevamente por lo grosero que había sido conmigo anteriormente y casi me rogó para que jugara el torneo con él. En un momento hasta llegué a pensar que se iba a poner a llorar, y en un segundo de debilidad casi acepto su propuesta.

Noté que estaba arrepentido sinceramente, pero definitivamente ya no iba a ser lo mismo si formara pareja otra vez con él. Es como cuando se rompe un plato, intentas arreglarlo, y por más bien que se vea luego, nunca quedará como antes. Es que sin confianza, no hay esa parte mística que se forma entre los buenos compañeros de juego.

Lo lamento mucho, pero no. Le acepté las disculpas, pero sinceramente no quería volver a jugar con él, y como no soy rencoroso y mucho menos quería pecar de antipático, intentaba buscar una excusa valedera para decirle, una que fuera la más simpática posible, y realmente no se me ocurría ninguna.

Me odié a mi mismo, porque muy pocas veces me dejaba de venir a la mente una excusa, pero en esta ocasión, estaba como bloqueado, con la mente en blanco, talvez conmovido por lo inesperado de la forma cómo se disculpó conmigo.

La puta madre, y yo que miraba desesperadamente hacia el portón de entrada deseando ver llegar a mi compañero lo antes posible, y todo inútilmente, para convencerme finalmente que quizás Julio no vendría en esta oportunidad. Justamente hoy que era el día del torneo; y para peor estaba Andrés que se me había pegado como mosca a la miel para intentar convencerme.

De pronto escuché la misma voz gruesa, pausada, dulce, tierna e igualmente tímida detrás de mí.

"Lo siento, amigo, pero Zesna ya me prometió que si no llegaba Julio, jugaría el torneo conmigo." Dijo dirigiéndose a Andrés, dejándome totalmente sorprendido y desconociendo cuál fue el motivo mayor de mi euforia, si el haberme hecho zafar de la situación con Andrés, ya que me brindó la excusa perfecta para no jugar con él, o el estar siendo consciente paulatina y lentamente de que el obeso iba a ser mi pareja en el torneo. Acompañó sus palabras con la misma mano apoyada en mi hombro, y haciéndome sentir exactamente todas las mismas sensaciones que me habían inundado anteriormente.

Andrés se retiró cabizbajo.

"Gracias, Juan." Dije simplemente, pero nuestros ojos que se miraban casi sin parpadear hicieron acrecentar la fuerza del agradecimiento que le intentaba comunicar y que era sensiblemente mucho mayor que las meras palabras emitidas.

"Perdona el atrevimiento, pero vi que estabas en un aprieto y quise poder ayudar. Espero que no te haya molestado." Dijo con la voz temerosa que lo caracterizaba.

La única respuesta que encontré, además de la sonrisa, fue buscar con la vista al dueño de casa.

"Ya tengo nuevo compañero!" Le grité, para que se apurara a organizar los juegos, y antes de que llegara Julio, mi más reciente "EX" compañero.

Noté cómo a Juan se le abrieron los ojos de par en par, y supuse que bien podría ser por la emoción de jugar conmigo, ya que sentí que se transformó en mi admirador casi al instante de verme jugar.

Yo tenía una alegría interior que intentaba por todos los medios que no se me desbordara por los poros. Era como un niño con juguete nuevo.

Ya hasta estaba temiendo que alguien se percatara de que algo muy extraño estaba sucediendo entre nosotros.

Sentí en lo más hondo de mi ser que él también debía sentir algún tipo de atracción hacia mi, y no necesariamente homosexual, porque definitivamente se puso muy contento cuando acepté jugar con él.

Verdaderamente, y lo juro por lo más sagrado, en ningún momento desde hacía tres meses hasta unos segundos atrás, había pensado seriamente en la posibilidad de tener a Juan como pareja de truco, sencillamente no me lo había imaginado ni se me había ocurrido para nada, por lo que me fue muy grato en el mejor sentido; fue algo que me excitó sobremanera, y mucho más aún si fuéramos a tener la posibilidad de ganar los trofeos y poder festejar ya sea con un abrazo, o dándonos un beso aunque más no fuera en la mejilla, tal como eran las formas más habituales de demostrar euforia tras una victoria.

Sólo con pensar apenas en abrazarlo el mismo día de haberlo conocido, me llenó los calzoncillos de líquido.

"Hey, eso no lo podemos permitir." Dijo de pronto mi otro jefe. "Esa pareja no puede jugar junta."

Me quedé estupefacto, contuve la respiración y se me congeló la sangre.

Por qué no?

Qué era lo que acontecía? Se habría dado cuenta de mis sentimientos hacia él.?

"Por qué no podemos jugar juntos?" Preguntó Juan cambiando completamente el rostro y con temor a perderme como compañero. "Qué es lo que sucede?"

"Esto no va a ser para nada divertido." Contestó.

"Qué cosa? Por qué no?" Volvió a cuestionar Juan, que por una fracción de segundo me pareció que iba a romper a llorar.

Este tipo era uno de los más tiernos que había visto. Muy educado en su forma de hablar, terriblemente tímido, como no queriendo molestar nunca, y de pronto sentí que él hasta mataría para poder jugar conmigo como compañero.

Acto seguido mis dos jefes se echaron a reír a carcajadas, por lo que comprendí que le estaban gastando una broma al gordo.

"Jajajaja, porque les vamos a romper el culo a los dos juntos, Juan." Dijo, y todos se pusieron a reír, María incluida.

Todos rieron con la excepción de Juan y mía, que ya habíamos iniciado un grado de complicidad sólo con la mirada. Nos vimos a los ojos y nos sonreímos mutuamente como diciéndonos en silencio "ellos no saben con quienes se meten". La química que se había formado entre nosotros, mismo sin haber transcurrido ni siquiera media hora de habernos conocido, realmente casi rondaba lo sobrenatural.

Mientras organizaban las partidas, Juan fue a traer un asiento para sentarse junto a mi. Fue en ese preciso instante que pude observar mejor el resto de su cuerpo.

Me impactó el espectacular trasero gordo y parado hacia arriba y hacia fuera que bamboleaba como si fuera al son de la música, el cual era extremadamente grande al igual que sus muslos que además de muy gruesos, parecían como que ambos estuvieran unidos desde siempre, y que frotaba de un lado a otro a medida que caminaba. Imaginé lo oscuros que los debería tener producto de la fricción entre ellos. Supuse también una posible razón por la cual había devuelto los calzoncillos sucios. Ahora que lo veía así, caminando y meneando ese gigantesco trasero, adivinaba lo muy difícil que le debía resultar limpiarse el culo él sólo, por supuesto que existen formas como el bidet de asearse mejor, pero posiblemente algún apuro o mismo un pedito mal tirado podrían haber causado el desgraciado accidente que siempre estuve totalmente convencido de que había ocurrido. No parecía un gordo sucio como para creer que siempre andaba con el culo mal aseado. Sonreí pensando en que yo le podría ayudar honestamente y sin pedirle nada a cambio dándole literalmente una mano para solucionarle ese problema cada vez que me lo solicitara. Mi lengua se salía de la vaina para probar esa raja que se adivinaba muy profunda y sumamente deliciosa.

Volví a sonreír cuando finalmente puse atención a la prenda que cubría ese trasero; llevaba puestos los pantalones con elástico que yo le había vendido a su mujer. Mi miembro se puso duro nuevamente al recordar que tenía en mi casa la ropa interior que él se había probado y que había estado en contacto directo con esas voluminosas nalgas y con toda su zona genital.

La espalda cubierta por la remera que también nos había comprado su esposa, era igualmente muy grande, un poco encorvada y su andar era lento, arrastrando los pies, tal como si estuviera bastante cansado. Movía las piernas hacia delante y levemente hacia sus costados, apoyando todo su pesado cuerpo sobre ellas lentamente sobre una y luego sobre la otra, haciendo un movimiento que me resultaba sumamente erótico, más aún cuando intentaba desnudarlo con la mirada.

Cuando volvía con su asiento, pude verlo de frente por primera vez. Sus pechos ya me hacían babear antes mismo de terminar de observarlo mejor. La remera de manga corta dejaba al descubierto sus gordos brazos apenas con algunos tímidos pelos en su antebrazo, y su panza le llegaba hasta la mitad los muslos tapando totalmente el lugar donde estaban sus genitales, que me los adivinaba minúsculos en extremo, ya que debían estar engullidos casi totalmente dentro de su abdomen. Rogaba por que fuera así, porque son mucho más deliciosos cuando los encuentro de esa forma.

Me sorprendió en plena inspección de su cuerpo, y le sonreí, pero noté que se ruborizó aunque igualmente me devolvió una mueca lo más parecido a una sonrisa; de todas formas tanto su rostro como su cuerpo me seguían desarmando completamente. No creía poder levantarme de esa silla sin desplomarme directamente al piso ya que a mis piernas aún las sentía flojas.

Se sentó delante de mí y conversamos casi exclusivamente de temas de trabajo. Me contó que él antes era proveedor de la tienda en la cual yo trabajaba, y que ahora era vendedor del interior del país. Viajaba casi todos los días de la semana y cuando volvía tenía encima un cansancio tremendo lo que prácticamente lo obligaba a dormir todo el tiempo.

Me preguntó acerca de mi empleo, y le dije que yo le había vendido las prendas a María. La intención mía fue terminar de confirmar y archivar definitivamente el tema de su prenda interior. En ese mismo instante, me sedujo la idea de que él bien pudo haber ensuciado sus calzoncillos adrede, lo que lo desenmascararía como un perverso total. Rogué hasta que fuera así, aunque viéndolo bien, dudaba mucho que lo hubiera hecho de ex profeso, porque realmente no daba el phisique du rol. Lo lamenté mucho, y como no se ruborizó en absoluto, confirmé definitivamente lo que pensaba, que él ni siquiera se había dado cuenta del estado en que devolvieron la prenda, así que cambié de tema sin antes decirle que me gustaría que fuera él mismo por la tienda para poder mostrarle la amplia variedad de artículos que teníamos para él, y si así lo decidiera, me gustaría atenderlo personalmente para hacerlo sentir en su propia casa.

Nuestras miradas se chocaron en más de una oportunidad, y siempre él desviaba la mirada hacia el piso, o mismo hacia sus manos, como temiendo tener que mirarme directamente a los ojos.

Mi respiración seguía muy agitada, tan sólo por estar conversando con ese gordo frente a frente.

Cada tanto, la mirada se me iba inevitablemente hacia esos muslos que en la posición de sentado se veían infinitamente más grandes aún, al igual que sus tetas que descansaban muy generosamente sobre su panza y su culo, el que le sobresalía por los cuatro costados del asiento.

No podía resistirme a la tentación de mirarle esos pechos tremendos, pero él continuaba mirándome intermitentemente a los ojos antes de cambiar la vista nuevamente de lugar, por lo que el esfuerzo para evitar posar mis ojos sobre alguna parte de su cuerpo y que él me descubriera mientras lo hacía, me hizo comenzar a transpirar.

Recordé que en mi sueño estábamos en una situación parecida a ésta y que cuando le dije al oído abiertamente mi atracción hacia él, fue el momento exacto en que habían comenzado sus gritos y sus insultos. Estaba cien por ciento seguro que Juan no reaccionaría como en mi pesadilla. Él definitivamente no era ese tipo de persona, pero igualmente decidí no hacerlo y ponerme nuevamente a descansar en manos del destino para ver qué oportunidades tendría posteriormente, si es que iría a tener alguna, de poder brindarle todo el amor que deseaba darle a este hombre..

Aguanté todo lo que pude, hasta que mi vista no se pudo contener más, y viendo un breve instante en que él apartaba su mirada, mis ojos se posaron sobre sus pechos. Lamenté haberlo hecho, porque quedé realmente hipnotizado porque se le traslucían los pezones gordos y erectos por detrás de la prenda. Las aureolas oscuras parecían dos tremendas manchas incrustadas en esa remera blanca. Traté por todos los medios de no sacar la lengua, de no ponerme a mamar esas tetas por encima de su ropa, de no morderme los labios, y lo logré, pero no pude quitar mi vista de allí por unos segundos más disfrutando de ese panorama; y cuando finalmente volví a verle a los ojos, éste ya me había estado mirando nuevamente, y ahora otra vez totalmente ruborizado dándose real cuenta de lo que yo le había estado viendo sin pestañear. Bajó la mirada y su rostro se tiñó de color rojo fuerte, producto de la terrible vergüenza que eso le causó.

"No, Juan." Le dije suavemente, intentando que no se sintiera mal, y le apoyé una mano sobre su muslo, dispuesto ya a terminar con mi suplicio y decidido a no disimular más los sentimientos que tenía hacia él; quería finalmente gritar a los cuatro vientos que me gustaba muchísimo que fuera así de tetón y culón, y dejando a partir de ahí cualquier cosa que pudiera suceder librado completamente al azar. Decidí en ese momento transmitirle lo que le había dicho al oído en mis sueños, y ver su reacción. Yo ya no aguantaba esta situación ni un segundo más.

Me miró con los ojos humedecidos, en el preciso momento que con un grito nos estaban nombrando a ambos para acercarnos a jugar nuestro primer partido y que rompió el clima que tenía la certeza que se estaba formando finalmente entre nosotros.

La puta madre.

Qué momento más inoportuno!

Mirándonos directamente a los ojos, nos levantamos juntos, extrajo un pañuelo de su bolsillo y disimuladamente secó sus anteojos empañados, mientras yo lo cubría deliberadamente del resto de la gente, mientras íbamos a conocer a nuestros primeros rivales del torneo.

Nunca en mi vida estuve tan seguro de una victoria como jugando con Juan, mismo antes siquiera de terminar de sentarnos a la mesa y comenzar la partida; y ya desde el primer encuentro que compartimos juntos, él se ganó mi absoluta confianza, ya que lo apoyé desde la primera decisión que él tomó por su cuenta. Nos consultamos casi en todo momento, y él me devolvió la cortesía también, confiando plenamente en mi instinto, y preguntándome más de una vez "qué te parece tal o cual cosa?" o bien, más concretamente "te parece que ellos estarán mintiendo en este momento?".

A los dos minutos de estar jugando con Juanl, me pareció que él ya había sido mi compañero de truco de toda la vida.

Creí que ya sabía todo acerca del juego, pero Juan me enseñó entre otras cosas, a usar la sicología con los rivales de una forma distinta a la que yo utilizaba. Ese era su fuerte.

Apenas apoyó su gigantesco culo en el asiento, le dijo a uno de los contrincantes que era conocido suyo, mientras le señalaba con el corto pero gordo dedo índice:

"Tú trata de no mentir, porque se te nota en la mirada."

Tan sólo eso, absolutamente nada más y lo destrozó para toda la noche. Esa persona mintió muy pocas veces en la partida, y cuando lo hizo estaba tan cohibido que lo realizó de la manera más torpe que se pueda lograr, pareciendo realmente un principiante sin serlo, lo que lo dejó totalmente al descubierto en todo momento que intentaba engañarnos y fácilmente los pudimos vencer.

Cuando Juan tomaba el control del juego, era invencible. Nunca había visto jugar a otra persona de la forma lo más parecida posible a mi mismo. Era como si yo estuviera jugando de pareja conmigo mismo.

Desde la primera partida que jugamos juntos, ambos las tomamos como si fueran de vida o muerte. Sé que no es para tanto, pero me excitaba en demasía jugar con él, y mucho más aún cuando le hacía las señas de los naipes. Un beso, un guiño, mostrarle la puntita de la lengua, una mordida del labio inferior como diciendo "me vuelves loco!", y siempre en la misma forma disimulada, ya que nuestra mesa estaba siempre rodeada de público. Fantaseaba de igual manera cuando era él quien me hacía idénticas señas.

Ganamos las dos partidas que disputamos esa noche, todas con sus correspondientes revanchas, mientras otros partidos se fueron jugando simultáneamente en otras mesas.

Hicimos un alto para cenar, cuando finalizaron también las demás partidas.

Nos sentamos juntos, y su esposa lo hizo frente a nosotros.

"Veo que se han hecho amigos." Dijo en un tono que me seguía sonando a raro. No sé si seguía con intenciones de seducirme, pero me pareció que disfrutaba de esa especie de extraña morbosidad, tal vez porque finalmente yo había logrado conocer a su marido y nos llevábamos tan bien.

"Sí, y realmente hacemos una muy buena pareja." Dijo Juan. "Ya pueden ir grabando nuestros nombres en los trofeos." Concluyó.

Me gustó lo de "Hacemos una muy buena pareja." Aunque yo lo registré en un significado muy diferente al que él le dio.

"Tú también te diste cuenta que resultaremos vencedores del torneo?" Pregunté, teniendo en cuenta que aún faltaban varias partidas por disputar.

"Por supuesto." contestó su mujer. "Juan está acostumbrado a ganar siempre, por eso se casó conmigo."

Lo que supuso ser un comentario gracioso, me resultó lo más sucio y desagradable que ella pudiera haber dicho. Juan tampoco sonrió por ese comentario y le devolví a María una de mis más serias miradas, para que se diera cuenta totalmente que a mi tampoco me había causado ninguna gracia lo que dijo.

Durante toda la cena tuve una erección que no disminuía, producto de más de una razón. Su asiento estaba a mi derecha, y parte de su panza descansaba sobre mi propio muslo. Su brazo y codo izquierdos golpeaban suavemente sobre los míos en forma accidental cada vez que los movía para comer. En determinados momentos escuchaba su respiración que se agitaba por instantes, y verlo masticar y tragar la comida también impedían que mi miembro se calmara.

Lo escuché eructar disimuladamente en más de una oportunidad, producto de su apresuramiento por comer. Eso me resultaba terriblemente erótico y muy excitante. Hasta rogué para que se echara un pedo para poder aspirarlo.

Ahora comenzaba a levantar un vaso con refresco para beber. Deseaba tomar el líquido directamente de su boca mezclada con su saliva, chupando esos labios y esa carnosa lengua.

Cada vez que levantaba mi vista en dirección a María, ella me estaba mirando y me sonreía. No quería este triángulo bajo ningún concepto que estaba convencido que ella quería formar. No lo quise antes, y mucho menos lo quería ahora que conocía a su marido, el culpable de hacerme sentir tantas emociones en tan corto lapso de tiempo, que compensaba con creces todo lo que me había hecho esperar este instante, que hasta en determinado momento llegué a pensar que nunca iría a hacerse realidad.

Estaba decidido completamente a cortar de una vez por todas con cualquier tipo de insinuación de parte de ella. No sabía cómo, pero lo iba a hacer. Por supuesto que no le iba a decir que estaba enamorado de su marido. Supongo que sería catastrófico, porque eso podría también separarme de Juan. Pero ya se me ocurriría la forma de despegarla de mí, sin alejarme de su esposo.

Luego de la cena, Hicimos una sobremesa, y yo aproveché para ir al baño a orinar. Me miré el rostro al espejo, y noté que no era el de siempre.

Me notaba contento, excitado y nervioso al mismo tiempo. Estaba jugando en pareja con la persona que me excitaba sexualmente de una forma muy poco usual, y no encontraba la manera de hablar del tema. Seguía temiendo espantarlo de mi lado, aún sabiendo que no me haría un escándalo como en mi pesadilla.

Me lavé la cara, volví a verla reflejándose en el espejo y me pregunté que era imposible que nadie se diera cuenta de qué era lo que me estaba pasando con sólo verme ese rostro.

Decir que este gordo era el más deseado de los que haya tenido, el que me inundaba con más sensaciones y el que me despertaba más ganas de tenerlo en mi cama para siempre, sería una total falta de respeto hacia los otros gordos que han estado conmigo, pero definitivamente, éste ocupaba uno de los primeros lugares de la lista, sin ninguna duda.

Sin terminar de conocerlo, o mejor dicho, apenas comenzando a conocerlo, ya intuía que esta persona iba a ser alguien muy especial.

Me sequé el rostro finalmente y decidí volver a la sala.

Cuando abrí la puerta del baño para salir, un empujón me devolvió al interior del lugar que pretendía abandonar.

María entró abruptamente al baño y pasó el cerrojo a la puerta.

Comenzó a desabotonarse la blusa.

"Qué estás haciendo? Estás loca?" Pregunté más enfadado que asustado. "Tú marido está a unos pasos de aquí."

"Sí, estoy loca por ti." Me dijo y se quitó el corpiño, dejando al descubierto dos tetas hambrientas.

"Estás completamente equivocada, María." Expresé y me dirigía hacia la puerta cuando ella se puso en medio, obstaculizándome la salida.

"Por favor, Zesna, te necesito." Me suplicó.

"Lo siento, María. Ya hablamos de este tema. No le puedo hacer algo así a tu esposo." Contesté.

"Ya lo conociste. Ya viste lo que es!" Dijo.

Ya viste lo que es!

Ya viste lo que es!!

Ya viste lo que es!!!

YA VISTE LO QUE ES!!!!!

Esa última frase fue como un eco.

"Que dijiste?" Pregunté al borde del enojo. Ya había logrado sacarme literalmente de las casillas con su ‘Ya viste lo que es!’ El significado sumado al tono, me sonó demasiado despectivo, y ello motivó que la furia venciera al enojo primario. "Déjame salir."

"No." Contestó rotundamente.

"Escúchame bien..." Me detuve un segundo, pensé hasta en contarle de una vez por todas que ella no me gustaba para nada sino que su marido era el que me tenía loco, para que me dejara en paz de una buena vez..

Mi cara ya había cambiado totalmente el semblante, por primera vez no me importó maltratar a esta puta de mierda; despedía desprecio hacia esta persona, y si fuera un dragón, ya le hubiera escupido todo el fuego que tuviera dentro para incinerarla y borrarla completamente del mapa.

Aunque me resistía a contarle la verdad, lo iba a hacer finalmente si no encontraba otra excusa en forma urgente. Mi mente estaba funcionando a velocidad de vértigo para encontrar otra solución rápida y definitiva al asunto sin necesidad de quedar totalmente expuesto con los sentimientos que tenía hacia su marido.

La ira ya me había abrazado en sus brazos completamente y temí por un instante ser capaz de hacer algo por lo que pudiera arrepentirme después.

"María, tu marido..."

"Qué carajo te pasa con mi marido?" Quiso saber de una buena vez.

Ese fue el momento exacto en que encontré la respuesta que había estado buscando. Es que cuanto más presionado estoy, más me fluyen las soluciones a los problemas.

"María, tu marido se va a enterar de todo lo que estás haciendo." Dije aún con el rostro enfadado, pero más aliviado interiormente.

"Qué quieres decir?" Dijo conteniendo el aliento.

"Que le voy a decir lo que intentas hacer conmigo." Le dije mirándola fijamente a los ojos.

"Tú no serías capaz de hacerlo." Dijo desencajando su rostro completamente, como si la noticia que le di hubiera sido un balde de agua fría que no esperaba en lo más mínimo.

"Veo que tú no me conoces. Ya lograste enfadarme. Te lo advertí la última vez que lo intentaste, cuando te llevé en mi automóvil." Ahora que había tomado el control de la situación, realmente hasta lo estaba disfrutando. "Además nunca traiciono a mis amigos, y Juan, definitivamente ya lo es."

Me miró nuevamente repitiéndome que yo no sería capaz de hacerlo.

"Voy a contar hasta tres, y si no te apartas de la puerta, cuando salga iré directamente a decírselo." Amenacé. "Uno... dos... y tres."

No se apartó ni un milímetro, por lo que la tomé fuertemente de los brazos, la levanté en vilo mientras pataleaba e intentaba pegarme y la moví del lugar en que estaba obstaculizando mi salida, destrabé el cerrojo, abrí la puerta y giré en dirección a ella.

"No le voy a decir nada sino hasta mañana después que ganemos el torneo." Dije. "No quiero que nada se interponga en su concentración. Pero cuando vuelva a tu casa, sabrá con qué clase de mujer está casada." Dije y salí del baño dando un fuerte portazo dejándola aún con las tetas al aire.

Juan estaba contemplando los trofeos, premios para la pareja vencedora del torneo.

Me acerqué, le puse un brazo en el hombro, sentí el cortocircuito que esperaba y le dije: "Imagínate nomás, que ahí en esa plaqueta, encima de donde está grabado ‘La Pareja Imbatible’, mañana van a estar nuestros nombres."

"Sabes que nunca gané nada en mi vida?" Confesó con una sonrisa que me dieron ganas de abrazarlo por lo tierno. "Ni a la lotería, ni la única vez que fui al casino, ni en las máquinas tragamonedas, ni siquiera un mísero sorteo de figuritas cuando iba a la escuela. Y ahora estoy tan convencido que este torneo va a ser nuestro que me emociona hasta las lágrimas."

"No te quepa la menor duda, Juan. Definitivamente tu suerte va a cambiar." Dije para darle aún más ánimos, y sin confesarle todos los motivos que me indujeron a aventurar ese presagio. "Yo estuve seguro que sería así desde que nos sentamos a la mesa ante nuestros primeros rivales y te vi jugar. Me siento muy orgulloso de la forma en que lo haces."

"Oh, gracias, Zesna. El sentimiento es recíproco. Te he admirado desde la primera vez que te he visto jugar y me emocioné mucho cuando aceptaste ser mi pareja." Dijo y nuestras miradas se chocaron nuevamente y no se podían despegar.

Por Dios, estaba seguro que él sentía alguna atracción hacia mi.

Si hasta parecía como que fuéramos dos enamorados.

Podría ser que estuviera equivocándome.

"Sí. Me gustaría ser tu pareja para todo, mi gordito divino." Lástima que esto solamente fue producto de mi pensamiento, ya que no me atreví a hacerlo público.

Seguimos mirándonos a los ojos como intentando explorarnos interiormente. Cada vez que esto sucedía, las sonrisa desaparecía de nuestros labios. La mirada era muy seria, pero igualmente intensa, aunque no duró demasiado como a mi me hubiera gustado ya que desgraciadamente el hechizo se cortó a los pocos segundos, debido a que el organizador del evento, mi más reciente pesadilla, nuevamente estaba gritando nuestros nombres para jugar nuestra próxima partida.

Interiormente comencé a odiar este torneo.

Nos dirigimos hacia la mesa de juego, yo aún pensando en lo comprometido de la situación en la que intentaba ponerme su esposa.

"Está todo bien?" Preguntó Juan apenas nos disponíamos a sentarnos en nuestros lugares correspondientes, luego de verme el rostro y adivinando que algo no estaba del todo correcto.

"Después te cuento." Le dije. No le podía mentir a un amigo. Realmente no quería hacerlo de ninguna manera. Sonreí, dándome cuenta que él ya se había percatado de que algo me había sucedido. Lo nuestro ya era sumamente fuerte. La química y el grado de complicidad estaban por encima de lo aconsejable, también la atracción física, pero bueno, esto último por lo menos sólo de mi parte ya que no podía hablar aún por él hasta no confirmarlo.

"Hace rato que no veo a mi mujer." Dijo buscándola por todos lados.

"Me la crucé cuando yo estaba saliendo del baño. Posiblemente siga allí." Dije sin abundar en detalles, pero sin faltar a la verdad. "La necesitas para algo?" Pregunté mirándole directamente a los ojos, y tratando de mandarle un comentario telepático que decía "No la necesitas para nada, Juan. Aquí estoy yo para poder hacerte todo lo que ella nunca te ha hecho."

Apartó su vista de la mía, y nuevamente se ruborizó.

Qué demonios hacía que se ruborizara tanto.

Habrá recibido mi mensaje telepático?

Desconocía que yo tuviera esos poderes.

"No, en realidad no." Dijo finalmente.

"A qué te refieres?" Pregunté temiendo ahora que sí se hubiera dado cuenta de mis pensamientos.

"Que no necesito a mi mujer para nada." Dijo.

"Tu quieres decir que no la necesitas ahora, o que no la volverás a necesitar nunca más?" Bueno, esto tampoco abandonó mi mente en ningún momento. Nunca salieron esas palabras de mi boca. Jamás hubiera sido tan grosero.

Aunque tenía ganas de comenzar a serlo.

Nuestros nuevos rivales ocuparon igualmente sus asientos, a los que también vencimos sin ninguna clase de complicaciones. Ambos fuimos sus más terribles pesadillas por todo el lapso de tiempo que duró la partida. Mentíamos a fuego cruzado. Cuando Juan decía la verdad, el que los cagaba a mentiras era yo, y viceversa, desorientándolos continuamente y venciéndolos inexorablemente.

Luego jugamos una partida más que duró hasta las 3 de la madrugada, la que también ganamos, aunque esta vez en forma demasiado complicada y muy pareja en el tanteador.

Ambos terminamos esa particular partida sumamente exhaustos.

"Vayamos a dormir y retornamos temprano en la mañana." Sugirió el dueño de casa luego que finalizamos victoriosamente ese último encuentro.

"Yo me voy a dormir a mi casa." Dijo Juan levantándose de la mesa.

"No seas tonto, Juan." Dijo mi jefe. "Tú eres uno de los que vive más lejos. Allí están los colchones que vamos a poner en el suelo para los que se queden." Dijo señalando hacia la pared donde seguían estando.

"Sí pero prefiero ir a casa. Es que tengo que ir al baño." Contestó, pareciendo una pobre excusa para no quedarse.

"Y cuál es el problema?" Respondió. "Mira que aquí también tenemos baños, eh?" Dijo y algunos se echaron a reír.

"Anda, Juan." Dijo su mujer que había permanecido casi invisible durante las últimas horas. "Yo me vuelvo para casa, y tú quédate así no tienes que preocuparte por volver en la mañana temprano."

Juan no insistió, pero no pude dejar de notar un atisbo de pena en su rostro, casi imperceptible.

María preguntó hasta cuando duraría el campeonato, y el dueño de casa le contestó que posiblemente sería hasta el atardecer del día siguiente.

Aún quedaban varias partidas que seguían siendo de eliminación directa. Cada pareja que perdía un juego y su revancha quedaba automáticamente fuera de competencia y además desayunaríamos y almorzaríamos allí.

Todavía quedábamos cinco parejas en carrera, entre ellas Andrés que había formado yunta con el gordito de los 100 kilos y mis jefes que aún seguían siendo los favoritos del torneo para la mayoría de los concursantes ya que habitualmente jugaban juntos y se conocían sus respectivas formas de juego casi de memoria.

María le dio un beso a su esposo en la mejilla, diciéndole que no se preocupara, que ella estaría esperándolo llegar con el trofeo en el apartamento para festejar la victoria, y me lanzó una mirada como para darme celos.

La ignoré por completo, registrando solamente que el beso se lo había dado en la mejilla y no donde se lo hubiera querido dar yo, y decidí concentrarme en Juan, que contándolo a él, éramos ocho hombres para dormir sobre cinco colchones.

El dueño de casa, obviamente, durmió con su esposa dentro de la casa, al igual que mi otro patrón que supongo que debería quedarse muy a menudo en la vivienda de su socio.

Corrimos las mesas, los asientos y las mesas de billar y ping pong para hacer espacio y poder ubicar los colchones entre ellas, que quedaron ubicados de la siguiente manera:

Dos de ellos fueron puestos casi juntos en el centro mismo del salón, que era el espacio más amplio que se obtuvo, rodeado de mesas y sillas. Los tres colchones restantes fueron ubicados bastante más apartados entre sí, y completamente separados de los centrales, uno al norte, otro al este y el último al sur siendo éste el más alejado de todos, rodeados también de más mesas y asientos. La puerta de entrada estaba al norte, apenas a tres pasos del colchón, y el baño al costado de la parrilla y al oeste del salón.

Me estaba orinando encima, pues había tomado demasiado líquido esa noche, y cuando intenté ir al baño, éste ya estaba ocupado.

Juan me preguntó si yo había dormido allí anteriormente, y le dije que no, que ésta iba a ser la primera vez.

Inmediatamente, por ser demasiado vergonzoso, él pidió dormir en el colchón del lado sur, que era el más apartado y escondido.

Cuando el baño se desocupó, entró otra persona más corriendo, y riéndose de mí que sabía que necesitaba entrar con urgencia.

"La puta madre." Grité. "Encima me toman el pelo."

"No te preocupes." Dijo Juan. "Eso nos pasa porque saben que perderán ante nosotros al truco." Y me sonrió en forma cómplice.

Cuando se desocupó, le pregunté al gordo si él iba a utilizar el baño, y me contestó que sí, pero que me veía con urgencia y me invitó a pasar primero ya que él iba a demorar bastante más tiempo dándome a entender que no iría sólo a orinar.

No insistí, aunque me hubiera gustado haber entrado después de él, así que corrí hacia el baño ya que en realidad casi me orinaba en los calzoncillos.

El baño tenía un fresco y agradable aroma a lavanda. Los azulejos, el inodoro, el bidet y la pileta eran de color celeste, y una mampara cerrada del mismo color ocultaba la ducha.

Respiré aliviado mientras seguía orinando, y el miembro se me paró cuando me di cuenta que iba a compartir la misma habitación con ese dulce gordote. Me ganó la excitación y comencé a acariciarme primero y lentamente a masturbarme. Lo estaba disfrutando hasta que comencé con el ritmo frenético y a segundos de alcanzar el éxtasis, me detuve con un "Pero, qué estoy haciendo?".

Me calmé y apreté el botón del inodoro.

Miré mi rostro reflejado en el espejo denotando una excitación latente, y mojé mi cara repetidamente, logrando alcanzar mi objetivo. Tras calmarme y bajarme la erección completamente, volví nuevamente al salón.

"Zesna, estás bien?" Me preguntó Juan demostrando que notó algo en mi rostro que lo llevó a hacerme esa pregunta. Tras contestarle que todo estaba correctamente, se encerró dentro del baño.

La excitación de imaginarme qué estaba haciendo ese obeso allí dentro, volvió a endurecerme el pene. Traté de distraer mi mente, mirando los colchones que ya estaban ocupados. Los dos centrales ya tenían a dos personas acostadas en cada uno de ellos, y el del norte y el del este ya estaban con sus ocupantes roncando sonoramente y en forma solitaria.

Juan ocuparía el colchón del sur, y me moría de ganas de que lo compartiera conmigo, pero no sabía como reaccionaría él ante mi pedido. En realidad era casi hasta ridículo que eligiera compartir su lugar, pues lo más lógico y razonable sería que lo hiciera en cualquiera de los otros dos lugares disponibles, ya que inevitablemente había mucho más espacio. Me imaginé al gordo acostado allí, ocupando casi la totalidad de ese colchón, y no pude resistirme a pensar en cómo harían para dormir juntos con su esposa en la misma cama.

Demoraba más de la cuenta en salir del baño, y yo seguía pensando en la excusa más adecuada y la más natural posible, para poder compartir su lecho y no quedar tan al descubierto demostrando mis sentimientos hacia él. Hasta me imaginé haciéndole el amor allí mismo, si él accediera, ya que al estar tan apartado de los otros y completamente rodeado de mesas, nadie se enteraría de nada de lo que hiciéramos en ese colchón casi privado.

"Juan, puedo dormir contigo?"

Cómo sonaría eso realmente?

En realidad, y para ser honesto, quedaría como un prostituto sediento de sexo.

Me concentré en ese baño cerrado con el obeso de 180 kilos evacuando su vientre dentro de él.

Hubiera pagado para verlo, escucharlo y olerlo.

Mi mente volvió a la realidad cuando escuchó accionar el botón que hizo correr el agua del inodoro, y nuevamente mi miembro reaccionó a mis pensamientos. Sentí un impulso irrefrenable de saciar mi morbo, debía encontrar un motivo para volver a entrar a ese baño usado por él.

Escuché correr el agua de la canilla por largo rato y se me ocurrió que debería ensuciarme las manos para poder volver a ingresar con la excusa de poder lavármelas; entonces fui hacia la parrilla, me tropecé a propósito para meter deliberadamente ambas manos dentro de ella y ensuciármelas con los restos de las cenizas, en el preciso instante en que la puerta del baño se abría no sin antes oír cómo pulsaba nuevamente el botón del agua del inodoro como dejando sospechar que lo evacuado había sido cuantioso y que no había alcanzado para hacer desaparecer todo con una única vez.

Finalmente Juan salió de allí.

"Qué te sucedió?" Preguntó mirándome las manos.

"Me las ensucié de la forma más torpe. No te preocupes, está todo bien, salvo que necesito lavarlas." Contesté satisfecho de haber encontrado la excusa perfecta para volver a entrar al baño.

Apenas entré y cerré la puerta, aspiré profundamente, y mi miembro endureció ya que me parecía estar dentro de un "jardín de rosas". Sé que nadie más pensaría lo mismo, pero quiero aclarar nuevamente el grado máximo de excitación y atracción que me provocaba este gordo. Tanto que, sin comparar con nadie con el cual haya estado anteriormente, tenía la convicción de que no podría poner ningún tipo de límites en cuanto a juegos sexuales, morbosidad y lujuria, si tuviera la oportunidad de demostrarlo, y dije exactamente lo que quiero decir, absolutamente sin ningún tipo de límites.

Todo lo relacionado con este obeso me resultaba extremadamente erótico y excitante.

Me lavé las manos y revisé el inodoro, que estaba totalmente limpio. Toqué donde su culo se había sentado hacía unos momentos, y aún estaba tibio. Apoyé mi cara allí y sentí el calor en mi rostro que comenzó a intensificarse paulatinamente, y por un instante temí que me quemaría. y supe en ese instante que tenía que hacer algo urgentemente y esa misma noche. No podía esperar ni siquiera hasta la mañana siguiente. Ya había aguardado por tres largos meses tan sólo para conocerlo.

Nuevamente me vino a la mente la regla que me había impuesto. Nunca más tener relaciones con alguien casado o con compromisos, para no tener que sufrir luego.

Pero las reglas están hechas para poder romperlas.

Qué joder!

Total el único que se iría a perjudicar con eso sería yo mismo.

Evalué la situación de él para que no me quedaran dudas al respecto.

Qué tanto podría sufrir ese gordo, si su mirada ya denotaba una tristeza oculta, o a lo sumo disfrazada. No podría yo hacerle más bien que mal teniendo en cuenta la clase de mujer que tenía como esposa? Sabría él que ella podría ser una persona que se acostaría con cualquier desconocido sólo con el fin de saciar su apetito sexual?

"Ya viste lo que es?"

Por Dios, me venía a la mente esa frase aparentemente inocente y desapercibida para cualquiera que ella me había dicho en el baño, pero yo capté todo el significado que se traducía en un absoluto desprecio hacia él. Tengo la plena certeza que no fue la intención de ella cuando lo dijo, pero se le escapó la frase, y estoy cien por ciento seguro que se estaba mofando de su gordura.

"Ya viste lo que es?"

La puta madre que la parió. Me vinieron ganas de irla a buscar y darle vuelta la cara de un sopapo.

Entonces eso la descubría como una farsante. Estaba fingiendo ante él.

Sabría Juan del hallazgo que yo había hecho?

Lo habría descubierto ya?

Lo estaría sospechando?

Sería ese el motivo de su triste mirada constante?

Yo no lo sabía realmente.

Pero, definitivamente quería averiguarlo.

Deseaba que terminara de una vez el maldito torneo para poder decírselo.

Me repetí una frase que acababa de pensar hacía unos minutos: "No podía esperar ni siquiera hasta la mañana siguiente."

Salí del baño.

Las luces estaban totalmente apagadas, y solamente se adivinaban algunas siluetas de mesas y sillas, que se dibujaban bajo la luz de la luna que entraba por los dos amplios ventanales del salón.

Acostumbré mi vista a la oscuridad, y pude entonces distinguir aún un poco mejor el ambiente.

Había un concierto de ronquidos en el lugar, y me dirigí lentamente hacia el colchón donde había decidido pasar la noche evitando tropezarme con algún obstáculo.

Llegué al sur de la habitación, y vi que Juan estaba boca arriba, inmóvil pero sin roncar, ocupando más de las tres cuartas partes del espacio disponible.

Dios mío.

Aún en la penumbra se veía que el volumen que ocupaba sobre el colchón era tremendo. A lo largo, a lo ancho y a lo alto.

Sólo se había quitado los zapatos, y distinguí que no estaba usando ninguna sábana o frazada para cubrir su figura. Sólo llevaba puesta la ropa que había traído.

Hice lo mismo, me quité los zapatos, y me senté en el borde del colchón. Me acosté al lado suyo, y por el poco espacio que allí quedaba, una pierna me quedó afuera tocando las frías baldosas.

"Juan, estás despierto?" Pregunté casi como un susurro.

No contestó a mi pregunta.

Le puse una mano en su hombro y lo sentí extremadamente caliente aún por sobre su remera. Sacudí un poco la mano suavemente sobre él y me acerqué lo más que pude a su oído para volver a preguntarle.

Qué idiota que soy, pensé.

Cómo me iría a contestar si estuviera dormido.

Me maldije porque cada tanto me pongo a hacer estupideces como éstas.

Me volví a acostar boca arriba casi pegado a él, no pudiendo evitar tocar su muslo con el mío, el cual empujé delicadamente intentando por última vez hacer algo para que se corriera aunque más no fuera unos milímetros.

Nada.

Ni siquiera un movimiento.

Intenté ubicarme en la posición más cómoda posible, y cuando la encontré, cerré los ojos, y disfruté plenamente del contacto que tenía contra su muslo y su brazo. Sentía cómo la corriente de energía pasaba de su cuerpo al mío y viceversa. Era una sensación como ya la había sentido en varias oportunidades anteriores, pero en este caso era algo muy diferente por las características del contacto.

Ya estaba durmiendo con mi gordo y no habían pasado siquiera 10 horas desde que nos conocimos.

Comencé a dormitar e intentaba inducir a tener un sueño sexual con Juan. Verlo sacarse la ropa delante de mí ya me dejaría plenamente satisfecho, pero eso no me haría detener allí ni por casualidad.

Mi lengua pedía a gritos un chaleco de fuerza para ella misma por lo loca que estaba. Mi miembro que ya había comenzado a agrandarse desde que me había sentado sobre ese colchón, comenzó a ponerse en lo que yo llamo de una dureza extrema.

Mis fantasías lujuriosas ya no tenían límites pues comencé a imaginarme a este obeso en mi propia habitación, en mi propia casa. Por casi una hora de juego previo, exploré dentro de mi sueño todo ese cuerpo con dedos y manos, franeleándonos mutuamente antes de quedar completamente desnudos, para volver a acariciarle todo esa enorme humanidad ahora sin ropas, agregando mis labios y lengua al protagonismo de esa irrealizable experiencia, mientras él se retorcía de placer. Fue en ese preciso momento cuando un cosquilleo suave y muy agradable comenzó a recorrerme el muslo de camino a mi entrepierna. Mi sueño se evaporó instantáneamente porque esa sensación la sentía verdaderamente en la realidad.

Aún con los ojos cerrados, sentí cómo una mano recorría mi muslo muy pero muy lentamente, y seguía enfilándose hacia mis genitales.

La sorpresa mía fue mayúscula, ya que absolutamente nada de esto estaba dentro de mis planes, y ni siquiera era una remota posibilidad de que algo así pudiera suceder por lo menos en esta oportunidad.

No necesité ver de quién era esa mano hirviendo, ya que reconocía la energía que ella despedía. Intenté por todos los medios disimular mis temblores, ya que todo mi cuerpo lo estaba haciendo en ese instante. Cuando cinco dedos cortos y gordos llegaron finalmente a mi entrepierna y apenas me tocaron el miembro dándose cuenta que éste estaba en estado rocoso, se retiraron velozmente del lugar, como sorprendiéndose el haberlo encontrarlo en ese estado que me delataba estar muy excitado e inevitablemente despierto, como casi con seguridad él había descartado esa posibilidad totalmente.

En ese instante abrí los ojos, para percatarme que Juan comenzaba a girar hacia su izquierda para quedarse de costado apoyado sobre su lado, y dándome la espalda, o el culo, dependiendo de cómo se mire, pero ambos extremadamente inmensos.

Me quedé atónito y perplejo a la vez.

Realmente no sabía qué pensar.

Esto quería decir que Juan era homosexual?

Intenté recordar cualquier cosa que me hubiera dicho su mujer, alguna pista que me indujera a dudar de su heterosexualidad o alguna que me señalase, en el mejor de los casos, que hasta bien podría ser bisexual.

Hurgué en mis recuerdos.

"Basta que le nombres la piscina, para que ponga cualquier excusa para no venir."

"Le da mucha vergüenza ir a comprarse ropa."

"Sí, le tengo una fe ciega a mi gordo, él no me engañaría con otra persona."

"Si me llego a enterar que Juan me engaña, se lo perdonaría porque él me quiere de la misma forma que yo a él."

"La última vez que se pesó estaba en los 178 kilos, y hoy está aún más gordo todavía. Es que se pasa todo el día comiendo. Nunca había estado así tan gordo."

"Juan no vino porque estaba muy cansado y prefirió acostarse temprano."

"El gordo es maravilloso y funciona bien en la cama la mayoría de las veces. El problema es que los ritmos de él son muy diferentes a los míos."

"Cuando hacemos el amor, me satisface plenamente. Es muy cariñoso. El único problema es que yo necesito hacerlo más veces de lo que él lo necesita. Es que se pasa viajando al interior del país, y muchas veces viene cansado y prefiere dormirse temprano, dejándome con las ganas. Y eso está sucediendo cada vez con más frecuencia a medida que pasan los años."

"Juan? Mi Juan? Estoy segura que no tiene a nadie más. Lo sabría de inmediato. Tú te refieres a que mi gordo quizás estaría cogiendo con otra? Te aseguro que no."

"Como él es viajante, llega a casa cuando termina la tarde, y se va a dormir temprano porque siempre está muerto de cansancio."

"Lo sigo queriendo mucho a mi gordo, pero estoy muy caliente y de un tiempo a esta parte él no puede sacarme la calentura, y lo que es más triste es que todo está empeorando entre nosotros."

"Claro que me quiere, y mucho. Es por eso que lo inunda una amargura extrema cada vez que no me puede satisfacer de la forma en que yo lo necesito."

"No, él no es impotente para nada. Mi gordito logra hacerlo, pero no todas las veces que yo lo necesito. A veces pienso que no soy capaz de excitarlo todas las veces. No sé qué es lo que sucede. Algunas veces todo está bien, y otras, no."

Ahora que recuerdo esos comentarios de María, podría caber la posibilidad de que Juan hasta tuviera una doble vida. Era recurrente en lo que su esposa me había dicho, que estaba siempre cansado, y sin apetito sexual.

Tal vez lo saciara en sus viajes.

Tal vez con alguna otra mujer.

Tal vez con algún hombre.

Me carcomía interiormente el hecho de ignorarlo. Quería saber.

Noté que Juan no se movía.

"Juan." Le susurré muy despacio.

Ninguna contestación.

Me incorporé y llevé mi boca directamente sobre su oído derecho. "Juan. Estás despierto?" Me odié nuevamente por formular esa pregunta tan estúpida por segunda vez, pero era imposible que no me estuviera escuchando.

Decidí no fingir más, abrirme por completo, sin importarme ya en quedar totalmente expuesto ante él y teniendo en cuenta lo que acababa de suceder, permitirle que se percatara de mi condición.

No me pude resistir a la tentación, y esta vez le di un beso en el lóbulo.

Estaba seguro que él estaba despierto. Quién se podría dormir tan rápidamente luego de intentar hacer lo que había hecho?

Le puse una mano en su brazo, lo sacudí llamándolo otra vez, y tampoco me contestó. Obviamente estaba muy avergonzado y por eso no quería contestar.

Trasladé mi mano en dirección a su pecho, teniendo casi que estar arrodillado a sus espaldas para lograrlo. Muy suavemente le apoyé la mano por sobre la remera, hasta lograr alcanzar una de sus descomunales tetas. Ya no había marcha atrás. Fui en busca de su pezón. Toqué apenas con un dedo lo que adiviné que era su aureola inmensa, gigante, y una tremenda tetilla yacía allí, erecta y muy dura e hice varios movimientos circulares sobre ella.

No escuché ni un solo jadeo, ni una queja, ni un gemido. Pero tampoco hubo ningún tipo de movimientos, ni siquiera de rechazo.

Completamente seguro que Juan continuaba despierto y totalmente consciente de todo lo que yo le estaba haciendo sin oponer resistencia, decidí averiguar qué tan lejos me permitiría llegar.

Me volví a acostar detrás de él, y le acaricié toda esa tremenda espalda por sobre la remera con ambas manos. Más que masajes, parecía una rigurosa exploración. Por Dios santo, qué espalda tenía este tipo! Cuando fui descendiendo y llegué al límite con su cadera donde comienza su raja, continué la exploración de sus abultadas nalgas por sobre los pantalones; manoseé un gordo glúteo primero, y luego el otro. Llegué a sus muslos, igualmente fortísimos y los froté uno con cada mano.

.

.

Continuaba el silencio y la calma. Ni sonidos ni movimientos hacían prever que él estuviera despierto y sintiéndolo todo. Por un breve instante llegué a dudar, hasta que noté que su respiración comenzaba a cambiar y ya me convencí por completo al respecto.

Volví a la unión de sus nalgas y fui más profundo, ya camino a su orificio, y apreté para introducirme aún más entre sus apretados glúteos lo que me permitió a continuar mi camino. Sin tener la certeza de haber llegado a su agujero, sentí dos leves gemidos casi imperceptibles que salieron de sus labios, acompañados por dos leves temblores y sacudidas casi imperceptibles para cualquiera menos para mí que estaba en contacto tan directo con su cuerpo.

Volví hacia su oído.

"Juan, por favor. No te parece que debemos hablar acerca de lo que nos está pasando?" Pregunté con un susurro casi lamiéndole la oreja, con la convicción de que ahora sí me contestaría.

Nuevamente me equivoqué por completo.

Tenía la certeza de que todo recién comenzaba. De que estaba por iniciar una de mis noche más inolvidables e interminables, teniendo en cuenta el escenario donde estaba ocurriendo todo y a pocos metros de algún ocasional testigo de mi lujuria, que seguramente permanecería ajeno a todo ello, por estar en el tercer sueño.

Decidí llegar lo más lejos que me lo permitiera; me arrodillé apoyando mis piernas contra su culo para poder alcanzar su vientre por delante, donde puse mi mano por encima de sus pantalones y la fui llevando hacia su ombligo, el cual reconocí cuando toqué un agujero muy profundo casi al límite de su panza, notando que todo ese lugar estaba terriblemente húmedo.

Qué excitación tenía este hombre que le llegaba hasta allí!

Fui descendiendo lentamente un poco más e intenté levantar un poco ese monumental vientre hasta que comprobé que a medida que me internaba más hacia abajo la humedad era ostensiblemente mayor, hasta que toqué una parte de su pantalón que estaba terriblemente mojado.

Qué extraño!

Nunca había visto tanta excitación.

Quité la mano empapada y me la llevé a la boca para conocer qué tan rico serían los líquidos preseminales de ese gordo. Ya mismo antes de alcanzar mi boca, su olor me hizo descubrir ante mi tremenda sorpresa, que lo que estaba a punto de lamer era directamente el semen de Juan.

Qué tonto soy!

Apenas le había tocado el culo, ese par de gemidos, temblores y sacudidas habían sido definitivamente producto de los espasmos que tendrían que haberme delatado su eyaculación.

Mientras lamía y chupaba mi mano secándola del esperma del obeso, que aún seguía dudando de absolutamente todo lo referente a su sexualidad, me terminaba de convencer de algo que comenzó a preocuparme sobremanera.

Este gordo inevitablemente tenía un problema.

CONTINUARÁ

Se agradecen los comentarios o emails.