El gordo mayor (2)
Me pidió pasar al probador más alejado como lo hacían habitualmente nueve de cada diez obesos. Ambos entramos.
EL GORDO MAYOR (2)
CAPITULO II: DONDE SE COME NO SE CAGA?
Me pidió pasar al probador más alejado como lo hacían habitualmente nueve de cada diez obesos.
Ambos entramos.
Sin ningún preámbulo ni advertencia de ningún tipo, se quitó la camisa y casi me caigo de espaldas como en las historietas.
En mis manos tenía las prendas que se iba a probar, y las tuve que bajar para con ellas ocultar de su vista mi ya tremendamente abultada entrepierna.
Sus pechos gordísimos me hicieron inundar la boca con mi propia saliva.
No iba a poder soportar esto. Me dije a mi mismo.
Qué carajo estaba yo haciendo allí?
Trataba de mantener la calma, mi motor interno se estaba acelerando, y debía tener mi cara sin más emoción que una estúpida sonrisa, ya que sentía que me miraba de tanto en tanto. Llegué a dudar si él se estaba sintiendo cómodo conmigo allí en ese momento, o no.
A esta altura, yo estaba completamente desconcertado.
Lo ayudé a ponerse la camisa nueva. Cuando me puse detrás de él para permitirle que pasara un brazo por la manga, admiré su gigante espalda y acerqué mi nariz hacia ella para aspirar sus olores. Deliciosamente perfumado con un suave aroma a colonia importada. Toda su espalda, pecho y brazos carecían totalmente de vello alguno.
Lo ayudé con la otra manga.
Me separé para verlo, mientras él mismo se abotonaba la camisa.
"Le queda bien, señor." Atiné a decir. "Le gusta?" pregunté.
"Sí. Me gustan la tela y los colores." Confesó.
Sin sacarse la camisa, desabrochó su cinturón y dejó caer sus pantalones. Me agaché para terminar de quitárselos, quedando mi rostro allí mismo por debajo de su abdomen. Miré de reojo evitando que me viera hacerlo pero la camisa me ocultaba completamente la visión que quería tener y me concentré en sus pantalones que quedaron atascados en su calzado.
"Tome asiento, señor, que yo lo ayudo." dije con espíritu algo más que cooperativo.
Lo hizo.
Nuevamente me agaché, le desaté los cordones de sus zapatos. Mientras se los quitaba, miré otra vez disimuladamente su entrepierna que ahora yacía por sobre la silla a la altura de mi lujuriosa mirada. Ahora logré ver la abertura de sus calzoncillos que me permitían disfrutar solamente unos pendejos grisáceos.
Le terminé de quitar los pantalones.
Se volvió a poner de pie.
Me dio la espalda y se bajó los calzoncillos hasta donde pudo y con las piernas los empujó él mismo hasta quitárselos totalmente y dejarlos sobre el piso. Sentí el impulso de levantarlo y poner mi cara dentro.
La camisa le ocultaba casi todo el trasero y obviamente no podía ver nada, pero el sólo hecho de estar encerrado en un espacio reducido únicamente con un obeso de casi 200 kilos sin pantalones ni calzoncillos al lado mío, hizo que mi corazón se pasara de revoluciones. La transpiración casi me caía a chorros por la cara.
Levantó un pie para que le pusiera los calzoncillos nuevos, luego el otro, y se los subí rozándole las piernas descaradamente durante todo el recorrido hasta las rodillas.
Noté algo de pudor en él, y a partir de allí prosiguió él mismo hasta subírselo completamente. No alcancé a ver nada, pero la dureza de mi pene era inaudita.
Aunque parezca mentira, todo fue natural. Nada pareció extraño ni forzado de mi parte.
Continué con los pantalones.
Nuevamente le ayudé para que pudiera meter ambas piernas, una a la vez.
Le quedaba chico pero igual insistí en intentar subírselo, para rozar más de su piel.
Me ofrecí al fin traerle algún talle más.
Le pregunté si también deseaba un cinturón.
Me dijo que sí.
Salí del probador y cerré la puerta detrás de mí.
Solicité los artículos a un vendedor y fui al baño a secar mis genitales con papel higiénico.
Cuando salí, di la orden de cerrar el local y que se podía retirar todo el personal.
Volví al probador con las prendas y golpeé antes de entrar.
"Soy yo, señor." Dije y me pidió que pasara.
"Veo que también eres muy bien educado, hijo." Dijo y me puse colorado. "Otro en tu lugar hubiera pasado sin preguntar antes. No es que me hubiera importado, pero me gusta tu actitud."
Me retumbó la palabra "hijo" saliendo de boca de él.
Aparentemente no se le escapaba nada a Eduardo. Parecía como si estuviera siempre pendiente de la gente que lo rodeaba. En verdad no sé si de toda la gente en general, pero daba completamente por seguro que sí lo estaba de mí en particular.
Volvimos a repetir todo el proceso de sacar y poner los pantalones. Este último sí le cupo.
No así el cinturón.
"Lo siento, Eduardo..." Me quedé helado, se me había escapado el nombre en lugar de señor como hubiera sido más normal. Para disimular, continué. "Es el cinto más grande que tenemos de momento. Pero le prometo que le voy a conseguir uno que sí le sirva."
"Sí? "Me preguntó sorprendido. "Mira que siempre tengo problemas con el cinturón."
"Si me deja tomarle las medidas, se lo mando hacer especialmente para usted."
"En verdad harías eso por mi?" preguntó sin disimular su sorpresa.
"Si, por supuesto." Dije "Me gustaría que se fuera completamente complacido de aquí". Sonó medio feo, pero en honor a toda la ambigüedad que allí reinaba, me di el lujo de expresarlo de ese modo. Aunque sinceramente fue lo que me vino de pronto a la mente, y aunque sea difícil de creer, no pensé en nada más que en lo estrictamente comercial.
Volví a salir del probador.
Retorné a los pocos segundos con la cinta métrica para tomarle la medida, sabiendo de antemano que el metro y medio no iba a alcanzar para cubrir toda la dimensión de la cintura.
Por Dios, aún hoy recuerdo la sensación de acariciarle en forma tan descarada con ambas manos lo más abiertas posible toda su cintura por sobre la camisa, mientras le iba pasando la cinta métrica. Sentí como que le estaba violando la intimidad y sin que él sospechara en lo absoluto lo que en verdad le estaba haciendo.
Un poco más de dos metros de cinturón, era el que necesitaba Eduardo.
"Consígueme tres unidades" me dijo "uno negro, otro marrón oscuro, y uno beige claro."
"Cómo no." Le contesté mientras hacía algunas anotaciones. "Quiere darme su número telefónico, para poder avisarle apenas me los entreguen, o prefiere llamarme usted la semana entrante?" dije realmente excitado por tener alguna otra información más de él.
Sacó la billetera del bolsillo de sus pantalones que estaban aún colgados en el perchero, extrajo una tarjeta, me pidió la lapicera y después de anotar algo en la parte trasera me la entregó.
"Ahí tienes impresos los números de mi consultorio. Allí te va a atender mi secretaria. Del otro lado, los dos que te he anotado. El primero es el directo de mi escritorio y el de abajo el de mi casa, aunque prefiero que no me llames allí. Si deseas, mejor llámame al privado así te atiendo yo directamente." Me dijo "Me llevo todo esto que me he probado."
Casa, consultorio, número privado Esto era más de lo que yo aspiraba.
Y me lo había dado todo como si fuéramos conocido de años.
Seguía siendo todo demasiado ambiguo, muy extraño.
Dejó caer los pantalones que se acababa de probar.
Puse la tarjeta en el bolsillo de mi camisa, y me arrodillé para ayudar a quitárselos. Con mi rostro de frente y más cerca que nunca de sus genitales ocultos bajo los calzoncillos, aspiré fuerte, y siempre disimuladamente para conocer si su aroma denotaba excitación. No fue así. Todo parecía normal. Levantó una pierna, y casi pierde el equilibrio. Se apoyó en mi hombro y por muy poco me voy al piso. Él apoyó rápidamente ambos pies en el suelo y me sujetó impidiendo que me cayera.
"Discúlpame, hijo." Me dijo. "Hubiera estado complicado si me hubiera caído encima de ti. Jajajajaajaja. Los calzoncillos nuevos me llevo puestos."
Él ni sospechaba que yo hasta hubiera matado para estar revolcado con él en el piso.
Le ayudé a ponerse sus propios pantalones, y no pude evitar rozarle las gordas piernas nuevamente. Él mismo se los terminó de colocar. Luego le ayudé a sacarse esa camisa, y a ponerse la suya.
Se sentó para que pudiera ponerle los zapatos.
Busqué algún signo de una erección o de una excitación en su entrepierna, que no vi en absoluto.
Tomé un pie con mi mano derecha. Fuerte, poderoso, grueso. Lo hice entrar en su ancho zapato, le anudé los cordones y repetí el trabajo con el otro. En ningún momento se percató de mis caricias disimuladas.
Salimos del probador.
Me dio su tarjeta de crédito.
Realicé la transacción, y le hice firmar.
"Te han dejado sólo?" preguntó de pronto.
"Sí, siempre sucede cuando me quedo fuera de hora." Respondí
Me dio la mano, y preguntó mi nombre.
"Muchas gracias, Zesna." Me dijo." Estoy muy conforme con tu atención y preocupación. Te has ganado un cliente. En verdad me sentí muy cómodo aquí. Tú fuiste el que hizo que yo me sintiera muy cómodo en este lugar."
Me apretó la mano un tanto más fuerte que las veces anteriores, y lo acompañé hasta la puerta cerrada. Iba delante mío con la bolsa conteniendo su compra, mientras bamboleaba ese trasero de película, que un momento antes estaba sin calzoncillos frente a mi.
Antes de llegar a la puerta de salida, uno de los dueños bajaba casualmente de su oficina. Me sorprendió que aún siguiera aquí. Usualmente cerraba yo mismo cuando nos quedábamos fuera de hora. Agradecí el no haber actuado de ninguna forma en el probador que me hubiera hecho arrepentir luego.
"Doctor, cómo le va?" le gritó a Eduardo mientras iba en su dirección y le estrechaba la mano.
Se conocían?
Se pusieron a conversar, por lo que pedí permiso y me fui a cerrar la caja del día.
Lo primero que hice al estar a solas fue sacar la tarjeta que tenía en mi bolsillo y la leí:
EDUARDO (su apellido)
DOCTOR EN PSICOLOGIA
Volví a mirar al obeso y a mi patrón que seguían hablando hasta que se despidieron y fue él quien finalmente le abrió la puerta.
Mientras encendía su auto, el jefe me llamó y me preguntó si sabía quién era el gordo.
Ante mi negativa, me explicó que era uno de los mejores psicólogos del país.
"Hay una cosa más que quiero decirte. Él me felicitó por tenerte en mi empresa. Me dijo que quedó realmente muy conforme con tu atención."
No tenía idea de quien era el obeso, por lo que cuando llegué a mi casa le pregunté a mi madre si lo conocía proporcionándole tan sólo el nombre.
"Sí, no lo conozco personalmente, pero sé que es un psicólogo muy renombrado y de los mejores." Me contestó.
Tenía muchas preguntas sin respuestas.
Y muchos temores acompañando mi ignorancia.
Al final, debía reconocer que todo lo que supuse que pasaría era simplemente fruto de mi imaginación y excitación. No sé que me pasaba porque lo único que hacía era pensar sólo en el sexo. No sucedió absolutamente nada. Por suerte no soy de las personas que se insinúan sexualmente en forma tan evidente. Me podría haber muerto de vergüenza si hubiera quedado expuesto inútilmente. Menos mal que eso no sucedió.
Habría sido sensacional si nos hubiéramos revolcado en el probador como deseaba haberlo hecho. Pero esto no era el guión de una película. Era la realidad. No pasaba de una fantasía mía de muy difícil realización. Al final, quién carajo me dijo a mi que este gordo se iba a fijar en alguien de su propio sexo. Si hasta era casado y con hijos. Era casi imposible que le atrajeran las relaciones homosexuales.
Y algo peor aún. Él conocía por lo menos a uno de mis patrones.
Agradecí a Dios el no haber ido más allá de alguna mirada inofensiva en sus partes íntimas, o un roce como al pasar. No me hubiera gustado que por algo así, pudiera haber tenido algún inconveniente en mi empleo.
"Donde se come no se caga."
Pero mi cabeza se negaba a dejar de trabajar.
Eduardo era psicólogo.
No se habría dado cuenta ya de mi predilección por la gente como él?
Me negaba a conformarme que aquí no estaba sucediendo algo más.
La incertidumbre me estaba carcomiendo las entrañas.
A los dos días, me entregaron los kilométricos cinturones para Eduardo.
"Estás seguro que tomaste bien las medidas?" me habían preguntado cuando hice el pedido especial.
Lo llamé al teléfono privado para avisarle que podía pasar cuando quisiese por ellos.
Demoró casi una semana en aparecer por la tienda a recogerlos.
Él no tenía ningún apuro. Yo sí.
Cuando por fin entró al local ese día, tenía puesta toda la vestimenta que había comprado allí los otros días. Bueno no sabía realmente si también llevaba los calzoncillos. Mi curiosidad salió a flote, y se mantuvo allí esperando el momento oportuno para preguntarle por ellos.
Volvió a venir casi a la hora de cierre, al filo de las 8 PM.
Nuevamente el "PUM PUM PUM PUM".
Nuevamente el apretón de manos que me hizo sentir otra vez ese shock, pero en esta oportunidad aún más intenso todavía. Mi atracción hacia él continuaba acrecentándose.
"Me voy a llevar un par de camisas más, y de paso me pruebo los cinturones." Dijo, ya conociendo el camino hacia el probador.
"De qué color desea las camisas, señor?" Pregunté.
"Elígemelas tú, ya que tienes buen gusto. Sólo que sean diferentes a la que tengo puesta." Dijo, sorprendiéndome nuevamente.
Pasó al mismo probador.
Le solicité a un vendedor las que seleccioné por él, y me las alcanzó.
Hice cerrar el local, y nuevamente permití irse a todo el personal.
Pregunté si alguno de los patrones aún estaba en las oficinas, y la contestación fue negativa.
Cuando fui al probador, Eduardo estaba sentado con la camisa desabotonada.
"Te estaba esperando para que me ayudes, hijo." Dijo. "Recuerdas que no puedo yo solo, verdad?" y sonrió.
Nuevamente la palabra "hijo".
Otra vez algo no me parecía normal. Posiblemente estuviera equivocado con respecto a lo sexual, pero definitivamente había algo más aquí que la simple relación de vendedor y cliente. Tal vez fuera por el tono. Demasiado paternal.
Lo ayudé con ambas camisas, intentando rozarle la espalda, el brazo o el pecho en toda oportunidad que no despertara sospecha alguna.
Yo seguía excitadísimo realmente, tal como la vez anterior que había estado encerrado con él.
Pero sobre todo, la mezcla de incertidumbre y ambigüedad que todo esto despedía era lo que me tenía así.
Era posible que me estuviese equivocando tanto? Nuevamente?
Ya se había probado los cinturones, y me agradeció por haberle hecho el favor de solucionarle ese problema.
"Todo lo que llevó el otro día le quedó bien y a gusto, señor?" Pregunté para saber lo que me tenía intrigado.
"Sí." me dijo. Y como si me hubiera leído el pensamiento, se desabrochó el cinturón, desabotonó el primer botón de la bragueta del pantalón, sólo para dejarme ver los calzoncillos que también había adquirido.
Sonreí satisfecho, dejando ver mi cara avergonzada por haber logrado saciar mi curiosidad, y porque él mismo se hubiera percatado del destino de mi pregunta.
Sólo me llamó la atención la forma de cómo me enteré. Únicamente con habérmelo dicho me hubiera dejado plenamente satisfecho.
Salimos del probador. Algunas secciones de luces estaban apagadas .Sacó su tarjeta de crédito.
"Zesna, parece que te dejaron solo otra vez." Dijo mirando para todos lados, buscando a alguna persona más que nunca encontró.
"Sí." contesté. "Ya se fueron hace un rato."
"Es que tú mismo cierras el local?" preguntó interesado.
"Sí, la mayoría de las veces." Le contesté explicándole que yo era el encargado general."
Me hizo notar su sorpresa por ser entonces yo mismo el que lo atendiera personalmente desde la primera vez, ya que tenía personal a mi cargo que lo podría haber hecho tranquilamente en mi lugar.
"No, señor. Es que realmente me gusta muchísimo la atención al público, y no pierdo la oportunidad de hacerlo muy de vez en cuando con clientes especiales." Dije ocultando parte de la información. "Además, realmente me encantó atenderlo personalmente."
"No sabía que yo fuera un cliente especial. Muchas gracias, por hacerme sentir especial, entonces. Te agradezco otra vez que hayas sido tú el que me esté atendiendo con tal dedicación y hoy en particular que te hayas quedado otra vez pasada la hora de cierre solo por mi culpa" dijo.
"No, en verdad no es nada. Lo hago con el mayor gusto." Dije, agregando "Y ahora soy yo el que le agradece a usted por los comentarios y elogios que le hizo a mi patrón sobre mi atención del otro día."
"Sí, realmente me vi en la necesidad de hacer esa justicia contigo, hijo. No hice otra cosa que ser honesto" y nuevamente me sorprendió "me gustaría poder al menos compensarte en algo, por ejemplo te podría llevar hasta tu casa ahora, si no te molesta."
"No, gracias no es necesario." Le dije, y me arrepentí inmediatamente de haberlo dicho sin pensar.. Como un relámpago me hice la idea de verlo manejar ese auto, sentado al lado mío con las piernas bien abiertas, la panza tocando el volante, y los pies gordos descansando sobre los pedales..
"Pero insisto. Vives muy lejos de aquí?" preguntó interesado.
"A una media hora en autobús." Contesté dispuesto a no negarme más a que me lleve en su Mercedes.
Realmente deseaba que pasara algo con este gordo. Ya no me importaba nada que fuera conocido de mi jefe, ni que supiera dónde trabajaba, ni que él fuera una persona muy conocida en el país, ni que no supiera qué clase de relación buscaba él conmigo, si es que buscaba alguna, ni mucho menos deseaba en este momento seguir cumpliendo mi regla de oro, o al menos, en honor a la verdad, estaba dispuesto a modificarla:
"Donde se come no se caga, pero bien podríamos ir a cagar a otro lado."
Por suerte volvió a insistir una vez más, y acepté entonces a que me llevara en su automóvil antes que se arrepintiera.
Primero abrió la puerta del acompañante, por lo que me senté en el vehículo antes que él lo hiciera.
Y no me perdí de nada.
Una delicia ver acomodar ese hermoso culo en el asiento. Luego introducir la pierna derecha, y finalmente la izquierda.
Cerró la puerta. Su abultado abdomen chocaba contra el volante, tal cual me lo había imaginado, volante el cual tomó con su mano izquierda, mientras que con su derecha encendió el vehículo y tomó la palanca de cambios automática para sacarlo de la posición neutral.
Comenzamos a movernos silenciosamente.
Él rompió el silencio.
"Tu jefe me ha dicho que tú eres el que le sugirió el tema de la indumentaria para obesos. Es verdad?" Preguntó de pronto y sin sacar la vista del camino.
"Sí." Dije y tragué saliva. Ahora rogué que se diera cuenta de mis gustos de una buena vez.
"Eso es bueno, porque así uno como yo sabe a dónde recurrir cada vez que necesita algo para ponerse." Dijo. Y agregó "Cómo se te ocurrió semejante idea?"
Volví a tragar saliva, y me dije que este era el momento.
"Es que yo trabajé en Buenos Aires en una tienda que también vendía ropa para gordos. La verdad es que me gusta mucho atenderlos. Son diferentes a todos los demás clientes y..."
"Qué tenemos nosotros de diferentes?" interrumpió denotando sumo interés.
"La verdad es que no le podría explicar con mucha claridad." Decidí no abundar en detalles. "Realmente me siento muchísimo más cómodo atendiendo a alguien muy gordo."
"Ah, es eso. Te gusta la gente como yo, verdad?" preguntó ante mi asombro.
Lo miré medio avergonzado sin estar aún muy seguro si ya había quedado completamente al descubierto, por más que casi estaba rogando para que ello sucediera finalmente.
Él también me miraba ahora, como estudiando mi reacción.
"Se nota en tus acciones, hijo. "Continuó. "He notado la forma como me atiendes, como me hablas, como me miras, y hasta la forma como me estrechas la mano. Sé que hay algunas personas que se sienten fascinadas por la gente como nosotros."
"Fascinadas" no sería exactamente la palabra que yo hubiera utilizado, sino "atraídas", pero de todas formas, sí, debía reconocer que estaba en camino de conocer al fin mi secreto. Lo que yo no tenía ni idea era que hubiera alguien más que le ocurría lo mismo que a mi Yo hasta ese momento pensaba que era el único ser en el mundo al que le gustaba la gente muy gorda.
Lejos de aterrarme que se fuera dando cuenta de mis predilecciones, me alegré de que ello aconteciera de una vez por todas.
Me volví a detener en la palabra "hijo", que utilizaba constantemente, pero me gustó mucho la forma en que lo pronunció esta vez.
No debía olvidarme que no podía engañar a Eduardo, ni era mi intención. Él era psicólogo, y parecía que absolutamente nada se le escapaba.
"Tú me trataste bien desde el primer momento." Continuó. "Es habitual que a cualquier persona que se nos acerca se le dibuje una mueca de repugnancia o desprecio hacia nosotros. La discriminación de todo lo diferente a los estándares es un problema de proporciones mundiales. No sólo que eso no lo noté en ti, sino que hasta me ayudaste a probarme las prendas. Tú me tratas como si fuera una persona normal. Me tratas como a un ser humano. Tú no sabes lo que eso significa para mí. Tienes que sentir algo realmente por una persona como yo para ayudarla a vestirse, no puedes hacerlo con alguien totalmente desconocido como tú lo has hecho y menos si se trata de alguien completamente desagradable como yo."
"Un momento." Ahora el que interrumpió fui yo, "Por supuesto que usted es un ser humano y una persona normal, y no es desagradable en lo más mínimo. Quién le dijo eso?"
"Ves, lo que te digo? Tú sientes algún aprecio por nosotros." Y agregó "la yegua de mi mujer es la que me recuerda continuamente y día tras día que soy desagradable."
No supe qué contestar. Quería gritarle que yo sentía mucho más que aprecio por la gente como él.
"Mira, es algo muy extraño que me sucede cada vez que nos estrechamos la mano. No sé lo que es, ya que hay sensaciones que hace tiempo que no las experimento." Se sinceró.
Decidí preguntarle a boca de jarro.
"Usted me está hablando de algo sexual?"
"No, no. No te asustes. No soy un depravado. Yo no haría eso. Supongo que debido a mi obesidad es que desde hace un buen tiempo que estoy impotente. No recuerdo cuándo fue la última vez que logré tener una erección. Mi mujer hace años que ni siquiera me toca. Ni un beso, ni una caricia. Ya perdí casi toda sensibilidad. La única satisfacción la logro con..." y se interrumpió." Tal vez este no sea el momento para hablar de ello."
Mierda.
No solo que él no me asustaba sino que deseaba con todas mis fuerzas que ojalá él fuera un depravado.
De todas formas, me hubiera gustado que la contestación hubiera sido otra diferente a la que recibí.
De todos modos, ya se estaba sincerando demasiado conmigo. Y a mi mente no le pasó desapercibido en lo absoluto toda la información íntima que me acababa de confesar.
"Sí, me gustaría saberlo." Dije en forma muy honesta.
"Tal vez te cuente algún día, pero no en este momento." Dijo finalmente. "Dime, hijo, que sientes exactamente por mi?"
"No lo sé realmente. "decidí finalmente dejar fluir la conversación en forma natural. "Pero sí, estoy seguro que siento algo por usted. Algo que me pasa cada vez que estoy con una persona gorda, y es algo más que aprecio."
"No sientes ningún tipo de asco?." Preguntó con ganas de saber exactamente, como si todo fuera algo completamente nuevo para él, y ante mi negativa agregó "Tú me has visto bien, verdad? Me gustaría sinceramente poder entender, a mi mismo me causa repugnancia mi propio cuerpo cuando me miro al espejo."
Me imaginé lo difícil que debería ser para él comprender lo que yo le estaba diciendo, teniendo en cuenta la innumerable cantidad de discriminaciones que debía haber sufrido en su vida. Incluida la de su propia esposa.
"Qué quisieras realmente en este momento?" preguntó.
Nuevamente tenía temor de malinterpretar lo que él decía. Debía reconocer que todo seguía siendo un tanto ambiguo. Rocé el tema sexual, y la conversación se había ido para otro lado.
"A qué se refiere exactamente.?" Pregunté para evacuar mis dudas de una vez por todas.
"Qué te gustaría hacer en este momento? "reformuló su pregunta.
"Me encantaría darle un abrazo." Dije honestamente lo primero inofensivo que me vino a la mente.
"Qué nada te detenga entonces, hijo." Dijo, y abrió su brazo derecho para cobijarme entre él y su tremendo cuerpo.
Intenté agarrar lo más que pude de su cuerpo en ese simulacro de abrazo, pero él fue el que me terminó de abrazar con el brazo desocupado y atraerme hacia sí mismo.
Miré hacia afuera por la ventanilla, y me tranquilizó diciendo que los vidrios polarizados impedían la visión desde el exterior.
Apenas detuvo el vehículo, sumó su otro brazo para hacerme sentir ahora completamente su fuerza, y algo pasó dentro de mi. Realmente me transmitió su sensación de querer protegerme.
Finalmente empezaba a entender.
No era una relación homosexual lo que él buscaba, sino una que parecía ser de padre-hijo, o más exactamente de abuelo-nieto.
Ambos estábamos hablando de dos cosas completamente diferentes.
No sentí rechazo con la idea. Muy por el contrario, me entregué completamente a disfrutar del momento, dispuesto como siempre a dejar que el destino me marcara la siguiente movida como si de un juego de ajedrez se tratara.
Era una experiencia totalmente nueva y algo que había pasado completamente inadvertido en mi vida hasta ese momento.
Mi rostro estaba apoyado sobre su pecho aspirando su aroma que ya me resultaba familiar. Él me sostenía con ambos brazos, muy firmemente pero sin fuerza para evitar dañarme.
Mi tensión desapareció, me sentí completamente aliviado. Protegido.
Todo era paz y tranquilidad, excepto en mi entrepierna.
Allí se desataba una guerra sin cuartel donde un miembro endurecido luchaba para escapar de la oscuridad, y para permitir a un puñado de espermatozoides prisioneros, muy lejos de buscar su libertad, trasladarse hacia otra prisión más grande, más confortable, más húmeda. Otros presos habían experimentado ya la libertad con anterioridad, terminando en una cloaca. Ahora, esta nueva generación de cautivos espermatozoides deseaba poder luchar contra una gorda lengua evitando ser escupidos hacia el exterior, y seguir su camino hacia una garganta, para posteriormente diluirse en un estómago. O quizás pasar por entre otro par de labios diferentes a los primeros, más apretados, haciendo caso omiso a los olores nauseabundos, abriéndose paso por entre las materias oscuras camino a los esfínteres, para finalmente esparcirse esta vez entre alguna obesa próstata y unos muy gruesos intestinos.
Para que quede claro, quería coger, o al menos conformarme con una mamada.
Quería sentir algo alrededor de mi miembro que no fuera mi propia mano.
Nunca antes había tenido esta desesperación interna. Nada en mi exterior lo dejaba en evidencia, pero me carcomía el deseo urgente de encontrar algún obeso al cual culear, y Eduardo tenía todos los números del sorteo.
Iríamos finalmente a retomar el tema sexual?
Deseaba que lo hiciera él, pero de no ser así, ya estaba convencido que era imperativo que lo intentara yo mismo nuevamente.
Repentinamente, sentí un beso en mi cabeza.
En realidad, me sorprendió.
Miré su muslo.
Tenía la desesperación de explorar su entrepierna.
De conocer los genitales de una persona de estas dimensiones. Estaba seguro de por qué no me pude imaginar a este hombre desnudo, como lo hacía habitualmente con el resto de los obesos. No sabía con qué me iba a encontrar realmente entre esas gordas piernas, entre esos gruesos muslos. La excitación seguía creciendo, aún cuando creí que estaba ya al límite de lo que podía sentir.
Fui en dirección contraria, y apoyé una mano sobre la suya que me sostenía mi cabeza, para tener contacto directo con él.
Tomé su mano, la acaricié y fui por uno de sus dedos. Reconociendo con el tacto lo gordos y grandes que ya había visto que eran todos y cada uno de ellos. Tomé su índice de la misma forma que tomaba habitualmente mi pene para masturbarlo, cerrando mi puño alrededor de él, pero mi pulgar apenas llegó a tocar mis dedos restantes. Eso daba la real dimensión del tamaño, no ya solamente de sus propios dedos sino de toda su inmensa mano.
Otro flujo de líquido fue despedido por mi uretra.
Teniendo ese dedo asido con fuerza, lo acaricié, pensando que me gustaría sentirlo en mi culo algún día. Nunca me habían penetrado antes, y este gordo parecía que tampoco lo iría a hacer con su órgano genital, pero estaba deseando en este momento sentir esos dedos monstruosos en mis entrañas, sentarme sobre ellos cabalgarlos frenéticamente y que los estuviera moviendo cual vibrador humano.
Estaba seguro que lograría unos orgasmos increíbles con él. Otras sensaciones totalmente insospechadas, que siempre estuvieron ajenas aún a mi imaginación.
Sentía su respiración normal, para nada agitada. Su estar se veía sereno. Con extrema tranquilidad. Como sintiéndose en total control de la situación. Y del mismo modo careciendo de excitación alguna.
Todo lo contrario a lo que yo sentía.
Yo estaba al borde de la locura, con temor a eyacular dentro de mis pantalones de tanta pérdida de líquido pegajoso. Mi respiración estaba al borde del jadeo, solo me faltaba sacar la lengua para parecerme a un perro agitado. Pero no me consideraba para nada incómodo en esta situación totalmente inesperada.
Estaba convencido que los próximos minutos iban a ser fundamentales para marcar las pautas de todo lo concerniente a esta relación, si es que finalmente habría alguna.
Yo ardía de deseos de que así fuera.
Este tipo me tenía al borde de la locura, y ya no estaba dispuesto a dilatarlo más.
CONTINUARÁ
Comentarios a zesna@lycos.com
Si no desean escribirme, por favor dejen un mensaje en ésta página.