El gordo mayor (1)
El tamaño de esa persona era descomunal. No debía bajar de los 190 ó 200 kilos de peso para lo que aparentaban alrededor de 1.80 metros de altura.
EL GORDO MAYOR (1)
CAPITULO I: AMBIGÜEDAD
AÑO 1985.
Mi sexualidad quedó exclusivamente limitada a masturbaciones solitarias que con el tiempo dejaron de satisfacerme. La rutina de dichas acciones las realizaba casi siempre con alguna revista deportiva en mis manos regodeándome con la imagen del anónimo luchador de sumo semidesnudo imaginando que sólo posaba exclusivamente para mi. A veces esa página resultaba empapada con mi esperma, acción que realizaba adrede para luego secar la hoja con mi lengua, fantaseando que lamía el semen del propio obeso.
Suplanté mis contactos de piel con este tipo de fantasías producto de los juegos que desarrollaba mi lujuria. Pero se tornaron rápidamente en simples excusas rutinarias para conseguir saciar mi apetito sexual inmediato. Y nada más.
Algo me estaba faltando. Me encontraba vacío.
Cada tanto me ahogaba en mi propia tristeza.
Nada se compara al contacto corporal con la piel de un obeso desnudo.
.
Nuevamente decidí internarme de lleno en mi trabajo. Necesitaba tomarlo como terapia, y lo conseguí, aunque a medias. Pero ayudó a distraerme un poco de mi vida sin perspectivas cercanas futuras de satisfacción de ninguna otra índole diferente a la relatada.
Cabe agregar aquí, que no me gusta frecuentar el ambiente gay, nada personal, pero siempre prefería conocer a mis gordos fuera de él. Al menos en ese momento.
Desde que volví de la Argentina, había conseguido un trabajo de vendedor en una gran tienda. Grande en dimensión, y en ítems. Allí se vendía de todo. Bueno, casi.
Como todo lo que hago lo realizo con mucha seriedad y dedicación, y en honor a la verdad, realmente me hicieron sentir muy cómodo allí desde el primer momento, tomé el empleo con la misma responsabilidad como si yo mismo fuera el dueño del lugar.
Esto no pasó inadvertido para nadie y mucho menos para mis patrones.
Al principio me solicitaron intervenir en las reuniones que ellos mantenían asiduamente con los encargados y jefes de sección, al que acepté con el mayor gusto. Planteé algunas inquietudes siempre por el bien de la tienda, y varias posibles soluciones para las mismas.
Yo siempre digo que es muy fácil criticar cuando uno no se involucra en el problema. Pero la crítica constructiva es otra cosa. Cada vez que algo está mal, no sólo hay que decirlo, sino que se deben plantear diferentes opciones para subsanar el mismo problema, y estar abierto para cuando alguien más proponga otra solución aún mejor que la de uno mismo. También reconocer que muchas veces la idea de los demás puede ser mejor que la propia. En un trabajo grupal, es muy importante saber escuchar. Dos cabezas piensan más que una, y cuantas más sean, las ideas serán mayores y mejores. Así es como debería funcionar.
Yo era como una esponja, ya que absorbía todas las experiencias, comentarios e ideas de todos. Lo bueno, para repetirlo, y lo malo para descartarlo.
Realmente aprendí muchísimo en ese trabajo, con esa gente. Todos muy profesionales e inteligentes.
Yo era muy participativo en todas las reuniones, y un buen día, por expreso pedido de los mismos dueños, y pasando por encima de el encargado de personal, me solicitaron una entrevista privada, lo que alcanzó para que el pobre hombre me tomara antipatía de inmediato.
Yo no tenía la posibilidad de cómo controlar esa situación, simplemente estaba siendo completamente honesto con mi empleo, y alguien más se había percatado de ello.
Las entrevistas privadas se mantuvieron paralelamente a las reuniones con todo el personal jerárquico de la tienda.
Mis opiniones fueron siempre escuchadas con sumo interés, pero con distintos grados de aceptación. Algunas veces mis sugerencias eran realizadas y otras no, en cuyo caso me explicaban invariablemente los motivos. Lejos de sentirme frustrado cuando esto último sucedía, me alentaba aún más tener mejores ideas para la siguiente reunión. Verdaderamente, me sentía como parte de esta empresa.
Siempre intentaba ser optimista con todo ya que el clima era muy cordial, y en una oportunidad, entre otras cosas, planteé la posibilidad de agregar ropa para obesos entre los ítems de la tienda, ya que era uno de los pocos que carecían.
Los dueños se miraron sorprendidos, se les borró de pronto la sonrisa de los labios cuando se percataron enseguida que lo mío no había sido una broma, y comentaron entre ellos si eso iría a ser productivo para la empresa.
Yo estaba hablando muy en serio.
Tras discutir unos minutos los puntos de mi inquietud, y cuáles serían los pasos a seguir, finalmente decidieron que lo iban a implementar solamente como prueba por algún tiempo, y como les había contado de mi experiencia en el tema en Buenos Aires, me pusieron a cargo del proyecto, organizando yo mismo todo lo referente al tema, incluidas las compras.
Me aferré al proyecto con uñas y dientes, ya que eso era muy importante para mi, en más de un sentido.
El sentimiento de antipatía del encargado se transformó en odio en poco tiempo más. Sentí pena por él, pero no demasiada, ya que había intentado hacerme la vida imposible desde mi primera reunión con los dueños.
Mi suplicio duró muy poco, porque como eso afectó su punto de vista, y por ende su propio trabajo, lo despidieron casi enseguida y me dieron su cargo y la tarea de organizar y seleccionar al personal adecuado para la nueva sección.
Mi conciencia siempre estuvo tranquila, porque yo no moví un solo dedo para conseguir su puesto. Era vox populi que ese tipo no me dejaba en paz sin motivo alguno.
De ese cargo, pasé a encargado general casi sin darme cuenta, hecho que sucedió al poco tiempo que fueron evaluadas las utilidades de mi sugerencia.
Reconocí que los gordos no dejaban de brindarme satisfacciones nunca.
Teníamos prendas para obesos de muy buena calidad.
La visita de ellos se potenció con respecto a lo acostumbrado, y esta vez las compras no eran solo para un tercero, sino para sí mismos y yo me regodeaba únicamente con verlos.
Recibí felicitaciones de las autoridades de la casa.
Eran dos hermanos que estaban siempre en sana rivalidad.
Lo notaba cuando se decían entre ellos cosas como: "A ti nunca se te habría ocurrido lo de la ropa para obesos."
"Cuánto hace que tú no tienes una buena idea como esa? Estás en franca decadencia."
Todo delante de mi y en tono muy jocoso siempre. Ya que la relación entre ambos era excelente.
No, no es lo que se puede pensar.
Ninguno de ellos era obeso.
Tampoco lo era alguno de los empleados que estaban a mi cargo, ni nadie del depósito, ni siquiera los proveedores que de a poco me fue incorporada la atención también del resto de las otras secciones de la tienda, ya que estaba ganando más confianza en la empresa con el correr del tiempo.
Mi pasión por los gordos no tenía límites. Por supuesto que eso no ha cambiado ahora, y dudo mucho que vaya a suceder en el futuro.
Otra sugerencia que planteé fue mandar a hacer el maniquí de un obeso para poder exhibir mejor las prendas. Cuando se lo propuse a los dueños, nuevamente sorprendidos abrieron los ojos de par en par. Luego de visualizar mi idea y de discutirlo entre ellos, hicieron una llamada telefónica.
"El que hace maniquíes, ya viene para aquí. Dale instrucciones de cómo lo quieres. Sin restricciones." Me dijo. "Me encantó la idea. Va a ser un golpe publicitario muy grande a favor de nuestro local."
Comencé a explicarle qué era exactamente lo que tenía en mente a la persona que lo iba a fabricar, y se me quedó mirando entre desconcertado y atónito por el pedido. Nunca había hecho nada semejante en su vida. Para ser honesto, yo tampoco lo había visto jamás, pero me gustaba la idea de hacer más conocida la casa entre los obesos para tener a la mayor cantidad de ellos como clientes. Mi lujuria me estaba haciendo ir en esa dirección, pero de ninguna manera lo hubiera insinuado siquiera si no hubiera tenido la certeza que eso iba a ser en beneficio de la propia empresa.
"Usted cree que se puede lograr? "Le pregunté luego de decirle que lo que quería tenía que ser realmente inmenso, como si tuviera unos 200 kilos de peso.
La cara del tipo pasó de sorpresa a estupor, pero me dijo que si algo así era posible, seguro que él era la persona indicada para ello. Su seguridad me dejó tranquilo.
Me solicitó ir un par de veces al taller para pedir mi opinión, y le sugerí algunos cambios, ya que adiviné que él nunca había visto a nadie tan gordo.
Cuando entregaron el trabajo terminado en el mismo local de ventas, quedé plenamente satisfecho, se veía verosímil y me humedecí apenas vi al muñeco por primera vez. Hice vaciar totalmente una de las vidrieras principales para ubicarlo allí. Por supuesto que el peso del maniquí no era ni aproximado al que aparentaba, pero igualmente no me pude resistir a la tentación de vestirlo yo mismo, hecho que me mantuvo con el temor de que alguien pudiera descubrir la terrible erección que escondían mis pantalones mientras lo hacía.
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Una hora más tarde. Escuché desde la vidriera.
"Dios mío."
Era uno de los dueños, que recién llegaba.
Fue corriendo a llamar a su socio por teléfono.
"Deja todo lo que estás haciendo y ven ya mismo para aquí. Tienes que ver esto."
A los pocos minutos, llegó mi otro patrón, y la reacción fue exactamente igual.
"Dios mío."
La vidriera fue la sensación de la zona por mucho tiempo. No pasaba nadie delante de ella que no se detuviera a mirarla por largos minutos.
Las ventas se dispararon.
Mi sueldo se vio incrementado con creces.
Anteriormente, no tenía mucho trato con el público en general, salvo raras excepciones. Las mañanas las tenía ocupadas atendiendo a los proveedores y por las tardes, intentaba atender a la mayor cantidad de gordos posible, siempre que mis otras tareas no me lo impidieran, sólo por el simple hecho de estar más cerca de ellos. Los empleados no tenían ningún inconveniente con ello, ya que no perdían sus comisiones. Yo no lo hacía por el dinero. Ellos eran los que comenzaban la atención, y luego iba siempre a saludar a los clientes, dándoles la mano como para hacerles sentir lo más cómodos posible, yo experimentar el cosquilleo eterno del apretón de manos con un obeso, y muchas veces terminaba la venta yo mismo.
No todos me hacían sentir lo mismo. Existía por supuesto sensaciones de distintas intensidades con el contacto de piel, algunas muy fuerte, otras no tanto. Los había de distintos tamaños, edades, aspectos, colores y hasta grados de pulcritud.
A nadie le parecía nada fuera de lo normal, al contrario, lo mío era francamente una atención personalizada. Los clientes se iban muy contentos, muchos de los cuales me decían que nunca habían sido tratados con semejante dedicación y amabilidad, lo cual era justo porque todo era verdadero y sincero de mi parte.
Clientes satisfechos.
Personal contento.
Patrones felices.
Yo recaliente.
En muchos sentidos.
"Donde se come no se caga." Me decía una y otra vez, en cada oportunidad que me vi tentado a llegar más lejos.
Mi apetito sexual, lo seguían satisfaciendo mis eternas pajas, algunas de las cuales ya me las hacía en el mismo baño de la tienda tras despedir a algún cliente que me había hecho humedecer en demasía.
Muchas veces debía ingresar al probador con el gordo en cuestión, para ayudarlo con las prendas. Ese "gran sacrificio" lo debía hacer menos veces de las que realmente hubiera querido. En esas pocas oportunidades, no perdía la posibilidad de acariciar levemente, o hasta manosear casi descaradamente, depende del obeso que se tratara, alguna parte desprevenida de esos inmensos cuerpos. Manos, brazos, cuellos, piernas y hasta algún abdomen y trasero rozado muy disimuladamente, no pudieron resistirse a mi lujuria insatisfecha.
Esa era mi nueva rutina.
Cierta tarde, estaciona un automóvil Mercedes Benz de último modelo, color azul claro metalizado, con los vidrios polarizados oscuros en la puerta de la tienda.
Una mujer desciende del asiento trasero con un niño de unos doce o trece años, terriblemente obeso. Calculé que debía pesar entre unos 120 ó 130 kilos más o menos.
"Hola." Dijo la señora con una postura de total suficiencia que no me gustaba para nada." Quiero un par de pantalones y una camisa para éste." Dijo señalando al muchacho con algo de desdén.
La clienta debía estar rondando los 30 años, muy bien vestida. El aspecto era muy agradable, pero sentí rechazo inmediatamente al ver cómo trataba a quien luego supe que era su hijo.
Pasaron al probador. Seguí el bamboleo del delicioso culo de ese adolescente con mi lasciva mirada.
Por Dios, Zesna, compórtate, que no es más que un niño.
Sacudí la cabeza para vestir nuevamente ese trasero que mi imaginación se había encargado de dejarlo completamente desnudo.
Estuvieron largo rato allí dentro.
Me acerqué al vendedor que estaba cerca de la puerta esperando, y le dije que yo continuaría con ellos.
Me aproximé más al probador intentando poder escuchar algo.
"Apúrate, que no tengo todo el día para perder contigo. Eres casi tan pelotudo como tu papá." Le dijo de pronto. "Mírate, que deseas? Alcanzar a tu padre?".
Me sorprendí. Por un instante supuse que debería estar hablando de su gordura.
No, tal vez había escuchado mal, o quizás me perdí parte de la conversación y por eso no sabía a qué se refería con "alcanzar a tu padre."
Si, eso es, pensé. No se refería a la gordura, sino a lo pelotudo. Hilvané nuevamente la frase que escuché y quedó así:
"Eres casi tan pelotudo como tu papá. Mírate, qué deseas?, alcanzar a ser lo muy pelotudo que es tu padre?"
Se abrió la puerta del probador, el chico estaba en calzoncillos y con todo el hermoso pecho gordo al descubierto y las gigantescas tetas colgando. Me vio, se puso totalmente rojo de vergüenza y agachó la cabeza.
"Tráigame un talle más." Me ordenó la señora dándome los pantalones.
Se lo pedí al vendedor, me lo trajo y golpeé la puerta del probador.
Nuevamente se abrió de par en par, dejando en la misma situación incómoda al muchacho. Éste me miró nuevamente muy avergonzado. Le sonreí mientras le entregaba los pantalones a la madre y le hice un guiño. Intentó una mueca, pero no le salió la sonrisa por el estado nervioso en que se encontraba.
A los pocos minutos, salió la madre dejando nuevamente el probador abierto de par en par mientras el gordito intentaba ponerse sus propios pantalones aún con todo el torso al descubierto.
La mujer se dirigió a la salida sin decir nada.
El niño me veía de reojo, con mirada entre tierna y triste, como pidiéndome disculpas por algún motivo, pero inundado de vergüenza.
Me acerqué al probador, y entrecerré la puerta.
No pude evitar escuchar un lloriqueo del niño.
"Está todo bien?" pregunté, conociendo de antemano que la respuesta debía ser negativa.
"Sí." Dijo, sin embargo. "Ya salgo en un minuto."
"No te preocupes. No tengo ningún apuro." Dije para darle tranquilidad. "Tómate todo el tiempo que sea necesario."
La mujer se quedó mirando las vidrieras.
Finalmente se abrió la puerta del probador.
"Muchas gracias." Fue lo único que me dijo, que significó demasiado para mi.
Volví a regalarle una guiñada y esta vez su mueca sí se asemejó a la sonrisa que intentaba devolverme.
"Ve a decirle al idiota de tu padre que venga a pagar." Le ordenó su madre apenas lo vio mientras se dirigía hacia ella, y sin más se dispusieron ambos a ingresar al vehículo.
Yo me quedé boquiabierta. No podía creer el maltrato de esta mujer a todo el mundo, que además de a su hijo y marido, no se le escapó ni un gracias, ni signos de amabilidad con nadie del personal, ni mucho menos se le soltó una simple sonrisa en momento alguno.
Bueno qué se le va a hacer. No todo el mundo es como uno.
A veces hay que...
Interrumpí mi pensamiento cuando vi al marido de la señora que bajaba del asiento del conductor del Mercedes.
Alrededor de 60 años, pero la edad no fue precisamente lo que hizo detener mis pensamientos.
Inmediatamente tuvo sentido la frase que escuché en el probador. No era la que yo pensaba, sino:
"Eres casi tan pelotudo como tu papá. Mírate lo gordo que estás. Que deseas? Alcanzar la gordura de tu padre?".
El tamaño de esa persona era descomunal. No debía bajar de los 190 ó 200 kilos de peso para lo que aparentaban alrededor de 1.80 metros de altura.
El obeso venía caminado hacia mi pesadamente, apoyando alternativamente todo su inmenso cuerpo sobre cada una de sus gruesas piernas que ponía delante suyo y ligeramente hacia los costados derecho e izquierdo alternativamente tal cual como si se trataba de mismísimo King Kong. Sólo faltaban los efectos especiales de resonancia de sus pesados pasos. Mis fluidos comenzaron a mojar mi slip mucho antes de que se me terminara de acercar.
"Buenas tardes, señor." Le dije con mi mejor sonrisa, y le ofrecí mi mano temblorosa..
La miró, me vio a los ojos y me la estrechó.
Noté una mirada un poco triste, que hizo que su apretón de manos casi me electrocutara.
Nunca tuve predilección por los obesos tan mayores. Aunque para hacer honor a la verdad nunca me importaba la edad de los gordos, no así el tamaño, y sólo hacía caso a lo que me iba dictando el destino. El contacto de piel era muy importante para mis relaciones.
"Donde se come no se caga."
Otra vez me volvía la regla de oro a la mente.
Intentando convencerme de que debía concentrarme en mi trabajo pensé:
"Nunca va a pasar nada con este obeso"
Sin preguntar cuánto era lo que debía abonar, me dio la tarjeta de crédito y su identificación. Obviamente y viendo su automóvil, esta persona no tenía ningún inconveniente con el dinero.
Mientras hacía los trámites de venta, el gordo se puso a mirar el local, y se acercó a ver algunas prendas. Observé detenidamente su tarjeta de crédito ávido de información sobre él. Se llamaba Eduardo. Miré su documento para averiguar su fecha de nacimiento. Había nacido en el año 1923. Calculé mentalmente. Tenía 62 años. Realmente aparentaba algunos menos. No había perdido el cabello con los años. Lo tenía abundante, pero prolijo y muy corto. Color grisáceo tirando a canoso. Ojos color miel. Piel bronceada. Pechos muy abultados que por la parte superior abierta de su camisa permitían adivinar sus riquísimas tetas. Un culo enorme, brazos, muslos y piernas gruesas y gordas. Una cintura kilométrica me hizo dudar un segundo si el cinturón más largo que teníamos para la venta le iría a servir.
Lo llamé por su nombre, para que firmara su compra.
Lo hizo.
Me detuve admirando sus dedos. Cada uno de ellos eran como cinco órganos sexuales masculinos incrustados en cada una de sus inmensas manos. Mi propio pene era algo gordito, pero tendría que medirlo para estar seguro que el meñique de él no fuera aún más grueso. Ni hablar de los otros. Los dedos del centro eran como tres salchichas muy gordas y gruesas cada uno. El pulgar era algo aún más descomunal. De pronto pensé: cinco gordos consoladores en cada una de sus extremidades. Por un momento envidié a su esposa.
Me agradeció, y fue él esta vez que me ofreció su mano para que yo se la estrechase. Lo hice y literalmente la mía desapareció dentro de la suya.
Mi erección de antología y la humedad que tenía entre las piernas amenazaban hacerme pasar vergüenza entre el personal a mi cargo y los clientes.
Sentí a alguien tocar la bocina del Mercedes reiterada e impacientemente.
Se despidió con un hasta pronto y giró para retirarse hacia la puerta de salida.
Por Dios, que trasero más grande. El más grande, pensé. Hacía juego con sus muslos y piernas, y el resto de ese hermoso cuerpo. Qué daría yo por estar con mi lengua hurgando por allí.
Intentaba ocultarme detrás del mostrador para evitar que alguien advirtiera mi miembro erecto que asomaba al costado y por casi toda la extensión de mi bragueta, en el preciso momento en que Eduardo se detuvo en la vidriera cuando se percató de la presencia del obeso maniquí. Lo observó durante un instante.
Volvió sobre sus pasos, para nuevamente escuchar los bocinazos impacientes provenientes de su automóvil.
"Tienen realmente ropa como para mí?" Preguntó como dudando.
"Sí, señor." Le contesté sin salir de detrás del mueble, para que no se diera cuenta de la protuberancia que amenazaba con romper mis pantalones.
"Hasta qué hora permanece abierta esta tienda?" preguntó.
"Hasta las 8.00 PM." Le contesté.
"Voy a dejar a esa yegua en casa y si me da el tiempo vuelvo luego." Finalizó, y dio nuevamente la vuelta hacia la salida.
Volví a admirar su traste, hasta que se introdujo en el vehículo y se marchó.
Recién me percataba de la diferencia de edades entre ambos. Él bien podría ser el padre de ella. Y por poco hasta su abuelo.
Dios, casi podría ser mi propio abuelo.
"Yegua"
Me quedé pensando.
Claro, no había que ser demasiado inteligente para saber que definitivamente había problemas matrimoniales allí. Supuse también que haría bastante tiempo que este hombre no tendría sexo con nadie. Quise visualizar a este tipo haciéndose una paja. Intenté verlo desnudo, pero realmente no pude hacer ni una cosa ni la otra. Escapaba totalmente a mi imaginación.
Fui al baño y me masturbé para matar mi tremenda excitación.
Estuve el resto de la tarde expectante y ansioso por volver a ver a Eduardo. Pero no sucedió.
Llegué a mi casa.
Me volví a masturbar sólo con el recuerdo de esa imponente figura vestida, sin intentar siquiera desnudarlo nuevamente. Simplemente no podía. Eduardo era una clase de persona con la que nunca había siquiera fantaseado antes. Más gordo que el más gordo. Más viejo que el más viejo. Más grande que el más grande. Y me estaba calentando más que cualquier otro gordo. Supuse que esto sucedía por no haber tenido contacto físico por mucho tiempo, pero por las dudas, dejé abierta la posibilidad de que el motivo fuera algún otro que desconocía hasta el momento.
Al día siguiente tuve la leve sensación que ahora sí, vendría el obeso.
Pero tampoco.
Finalmente deduje que los clientes a veces te dicen "Ya vuelvo", o "Vengo enseguida" sólo por el simple hecho de quedar simpáticos.
Me olvidé de él.
Probablemente nunca lo volvería a ver.
Eran cerca de las 8.00 PM del tercer día, cuando el Mercedes azul estacionó en la puerta.
Eduardo bajó de él.
Pesado como la vez anterior. Yo me hacía el "PUM PUM PUM PUM" dentro de mi cabeza a cada paso de él.
Se introdujo en la tienda, mirando nuevamente el obeso maniquí.
"Hola." me dijo dándome la mano. "Se acuerda de mí?"
"Por supuesto. Eduardo, verdad?" dije entregándole la mía para que literalmente me la devorase con la suya.
"Sí." Dijo sorprendido que me recordara hasta su nombre. "Disculpa que no haya podido venir antes como te dije."
"Está todo bien. En qué le puedo servir?" pregunté deseando que la respuesta fuera alguna otra además de la obvia.
"Espero estar bien con el horario. No quisiera ser inoportuno, ya que se me hizo tarde." Expresó con algo de preocupación. "Me gustaría ver algunas prendas para mí si realmente no es ningún problema. De todos modos podría volver otro día."
"No se preocupe, en verdad, está todo bien. No es la primera vez que me quedo fuera de hora. Lo hago con mucho gusto." Respondí dejando entrever con mi mejor sonrisa, la sinceridad de mi comentario. "Qué es concretamente lo que necesita?"
"Bueno, muchas gracias." Dijo mientras me guiaba hacia el maniquí de la vidriera. "Se ve bien este muñeco. Me gustaría que me muestres todas las prendas que lleva puesto."
"Incluida la ropa interior?" pregunté.
"Qué?" Me dijo. "A quién se le ocurre ponerle calzoncillos a un maniquí?"
"A mi, señor." Le contesté.
"Tú mismo has vestido al muñeco?" preguntó sorprendido y mirándolo nuevamente.
"Sí, siempre lo hago." Dije honestamente.
"Tienes buen gusto." Me dijo. "Ya le tengo envidia al maniquí" bromeó "Definitivamente me gusta todo lo que tiene puesto. Muéstrame también los calzoncillos que ya veo que deben ser de mis medidas." Me pidió.
Cuando volvíamos a ingresar al local, dos hombres lo estaban mirando, y se decían cosas al oído riéndose entre dientes.
"Algún problema, muchachos?" preguntó Eduardo de repente mostrando mucha autoridad.
Sin responder, las dos personas se pusieron serias y se fueron presurosamente
Eduardo sonrió, y continuamos ingresando al local.
No me pasó para nada desapercibido lo que acababa de ocurrir allí.
Seguramente se estaban burlando de él, y los puso en su lugar. Sospeché que por su poder adquisitivo y su postura debía ser por lo menos un empresario muy exitoso, algún gerente de banco, o algo por el estilo. Me interesó conocer más de él, pero no quería ser tan evidente.
Le pedí a uno de los vendedores que se encargara de traer lo que Eduardo solicitaba, y le pregunté si deseaba ingresar al probador.
"No, gracias. Porque tengo dificultad para vestirme sólo." Dijo lamentándose. "Por eso te dije que envidio al maniquí."
No le había entendido cuando lo dijo la primera vez. Rebobiné:
"Tienes buen gusto. Ya le tengo envidia al maniquí. Definitivamente me gusta todo lo que tiene puesto. Muéstrame también los calzoncillos."
Era posible que me estuviera seduciendo? No, seguro que no. Y si me equivocaba?
"Usted necesita ayuda para poder probarse la ropa?" le pregunté temiendo decir algo que no fuera correcto, y aterrado realmente que mi suposición no fuera la verdadera intención de él.
"Es un poco complicado." Comenzó diciendo. "Debes saber que tengo algún que otro problema con la gordura. En casa tengo una persona que además de hacer la limpieza se encarga en ayudarme a poner la ropa. Le tengo que pagar dinero extra, para poder soportar la asquerosidad de tocarme y verme desnudo." Concluyó riendo, dejando entrever que lo último que agregó fue realmente una broma.
Mi miembro ya había comenzando a despertar hacía un rato.
"Te habrás dado cuenta ya que ni pensar que lo haga la yegua de mi mujer. Ella ya ni siquiera me toca desde hace años."
Me sorprendió que me contara eso de su intimidad. Estaba teniendo la certeza que posiblemente este gordo estuviera buscando algo más que prendas de vestir.
"Verdaderamente no tendrías inconvenientes en ayudarme?" preguntó de pronto sorprendiéndome, ya que pensé que mi ofrecimiento le había pasado completamente inadvertido.
"No, señor. En absoluto. Ya lo he hecho en alguna oportunidad anterior" Dije casi al borde de suplicarle por favor para entrar al probador de una buena vez. "Estamos para servirle."
"No." dijo, "No los demás."
No entendí eso que dijo.
"No los demás, no quiero que nadie más me atienda aquí." Dijo ante mi sorpresa. "Yo me doy cuenta cuando a alguien no le agrado, y he notado que las miradas de algunos realmente no me hacen sentir muy cómodo. Contigo sí lo estoy, y si eres capaz de ayudarme a probar la ropa, me quedaría gratamente convencido que todo lo que tú haces es con mucha dedicación y responsabilidad."
Seguía pensando en toda la ambigüedad del asunto. Estabamos hablando de algo más que de una simple compra-venta de ropa o todo era fruto de mi imaginación?
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CONTINUARÁ
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