El gordito y la ciega

Nuestro cachondo personaje inicia en los placeres del trío a sus huéspedes.

El gordito y la ciega

Después de quince años mi matrimonio se deshizo. No me molestaba en absoluto, pues la vida con mi esposa había sido muy aburrida, en lo sexual y en todo lo demás.

Yo había sido un adolescente y un joven muy cachondo, que había tenido muchas aventuras sexuales con chicas y chicos de mi edad (y mayores también, cómo no), hasta que un embarazo no deseado me obligó a casarme con una chava con la cual ni siquiera había disfrutado de un buen coito.

Y así pasaron quince años de vida aburrida, rota sólo de vez en vez por alguna aventura que ligaba por aquí y por allá, pero nada serio o duradero.

Con el divorcio perdí la casa que había comprado durante el matrimonio, y con la pensión que debía dar me quedaba con menos de la tercera parte de mi salario, así que no me quedó más remedio que ocupar la gran casona que heredé de mis padres y decidí rentar un anexo de la misma, que era una pequeña casa por sí sola.

Puse anuncios en el periódico y esperé tener algo de suerte. Así fue. Menos de tres días después llegaron los primeros solicitantes.

Se trataba de un matrimonio extraño, sui géneris. Una pareja dispareja, por así decir. Era él un gordo, de carnes fofas, con una panza prominente, grandes nalgas y lonjas. Su cara también era gorda, mofletuda y floja. Mediría a lo más 1.60, de piel pálida y gruesos anteojos. Sus modales eran demasiado finos, tímidos, medrosos... todo él era blando. Rondaría los 40 años.

En cambio su esposa era un portento de mujer: medía lo mismo que yo (1.75) y era joven, 25 años cuando mucho. Blanca, pero con un tono bronceado delicioso, cabello negro y corto para enmarcar una cara preciosa... nariz pequeña, labios gruesos, barbilla afilada.

Y su cuerpo... ¡qué maravilla! Nunca la medí, pero no me extrañaría saber que sus medidas fueran 90-50-100... La mujer perfecta.

Sus tetas, grandes y desafiantemente erguidas, su cintura brevísima, sus nalgas rotundas y orgullosas... sus caderas anchas y unas piernas de infarto que, además, lucía con una brevísima minifalda. Tenía, además, una personalidad muy fuerte... de esas personas que llaman la atención donde quiera que van.

Era ciega. Sus gafas negras y el bastón plegable así lo decían.

Eran Nacho y Paty, la pareja más dispareja que puede haber. Los hice pasar a la sala para explicarles las condiciones del alquiler y luego les mostré el anexo; durante todo ese tiempo, no pude despegar la vista de las monumentales piernas de Paty. Finalmente llegamos a un acuerdo monetario y la siguiente semana se instalaron en el anexo.

Un día después de su mudanza, domingo por la mañana, empecé a disfrutar mi nueva vida a costa de la sexualidad de mis huéspedes.

Aunque yo ya estaba despierto, seguía remoloneando en la cama, tomando fuerzas para comenzar el día. En eso, escuché unas tímidas llamadas en la pequeña puerta que comunicaba mi casa con el anexo rentado a Nacho y Paty.

Me levanté y fui a abrir. Fue toda una sorpresa ver ahí a Nacho, desnudo, cubierto sólo con una toalla enrollada a la cintura. Su gordura, que, por cierto, no me desagradaba, era mucho más evidente con él así, casi en cueros, que cuando estaba vestido. Sus músculos pectorales, grandes y flojos, semejaban unas tetas colgantes; su protuberante panza apenas hacía juego con sus lonjas... en fin, era todo un espectáculo. Además, el tono blanco, pálido, de su piel, se veía ligeramente rojizo, no sólo en la cara, pues Nacho estaba ruborizado de presentarse así ante mí.

--Pe... perdón por molestarlo—dijo, evidentemente apenado.

--¿Qué pasa?—pregunté entre somnoliento e intrigado.

--Pe... perdone por molestarlo, pero es que no consigo que salga agua caliente en la regadera—dijo, ruborizándose aún más.

Ciertamente el anexo que había rentado aún necesitaba algunas reparaciones, entre ellas la del grifo del agua caliente, que sólo podía abrirlo quien supiera cierta maña.

--No hay problema, enseguida te enseño cómo abrirlo-- dije y eché a andar hacia su casa, pese a que yo sólo iba vestido con calzón y camiseta.

Conforme avanzaba hacia el anexo, volteé a mirar a Nacho para hacerle un poco de conversación, y noté cómo no separaba la vista de mis nalgas y piernas. Eso me hizo sonreír halagado y a él, desviar la mirada más abochornado.

Conversando banalidades llegamos al baño de su casa y ahí le indiqué cómo debía manipular las llaves del agua para que saliera caliente. Para explicarle bien lo que debía hacer tuve que pedirle que se aproximara y viera de cerca, lo que hizo que nuestros cuerpos se aproximaran, que mi brazo rozara levemente su pecho y que pudiéramos sentir nuestras respiraciones.

No pude evitar que mi verga empezara a reaccionar. Y por la protuberancia que vi en su toalla, la de él también. Ahí supe que podía ocurrir algo "interesante" entre nosotros y me decidí a dar el primer paso.

Una vez que el agua de la ducha estuvo templada, lo animé a entrar:

--¡Anda! ¡Métete bajo el agua, a ver si la temperatura está bien!-- y, tomando la iniciativa, de un rápido tirón le quité la toalla.

Su cara se puso roja al tiempo que su pito saltaba erguido hacia delante... un pito normal, común y corriente, pero que en esos momentos estaba duro como piedra; mis ojos pasearon detenidamente de su cara roja a sus pito parado y de ahí a sus nalgas, algo vencidas por el peso, pero aun así carnosas y apetitosas.

Con algo de timidez y movimientos torpes, Nacho se metió bajo el chorro de agua y se quedó ahí, quieto, dejando que el agua caliente escurriera por su cuerpo.

Yo me quedé parado frente a él, sólo viéndolo. Dejé pasar unos segundos en silencio, esperando alguna reacción de Nacho. Pero nada. Decidí dar el siguiente paso.

--¿Quieres que te ayude a enjabonarte? Nacho siguió inmóvil, ruborizado, tímido, mudo... pero su verga apuntaba al cielo, lo cual interpreté como una respuesta afirmativa.

Rápidamente me quité la camiseta y el calzón, gracias a lo cual Nacho pudo ver mi pito bien parado, y me metí a la ducho junto a él.

Ya no había nada que disimular... bajo el chorro de agua caliente lo abracé de frente, de modo que nuestras vergas paradas se tocaron y sintieron cada una el calor de la otra. Pasé mis manos alrededor de su tórax y, como por descuido, dejé que mis manos cayeran sobre sus grandes y apetitosas nalgas. Nacho cerró los ojos y dejó escapar un suspiro que sonó como música para mis oídos.

Entonces lo besé. Fue un gran beso. Un beso caliente, con duelo de lenguas e intercambio de saliva. Un beso como el que se darían los recién casados al empezar su luna de miel. Y Nacho besaba muy bien. Sin dejar de besarnos empecé a masajear las nalgotas de Nacho y él, perdiendo un poco la timidez, llevó sus dedos a mis tetillas, con las que empezó a jugar. Me encantaban los besos de Nacho... sentía como si estuviera besando a una quinceañera tímida ante su primer encuentro sexual. Poco a poco mis manos se fueron abriendo paso entre sus nalgas, hasta que mi dedo índice hizo contacto con el apretado hoyito de su ano. Nacho empezó a jadear.

--¿Te gusta?

--Mmmjú-- alcanzó a jadear.

Presioné un poco mi índice enjabonado, que se deslizó sin dificultad en el ano de Nacho. Una gran sonrisa me indicó que le gustaba ese tratamiento anal.

Poco a poco más desinhibido, Nacho empezó a actuar también: bajó la mano y aferró mi verga con una mano y la suya con la otra: las empezó a pajear ambas y las frotaba también una contra la otra.

--¿Sabes, Nacho? Me gustaría que me enjabonaras muy bien la verga.

El gordito sonrió y, zafándose de mi abrazo, se puso de rodillas.

--¿No prefieres que te la lave con saliva?

--Hazlo-- le urgí.

Nacho abrió la boca, empuñó mi verga con la mano y se la metió de un solo movimiento, completa, en la boca. Era evidente que el gordo estaba acostumbrado a mamar. Y empezó a hacerlo muy bien.

Movía la cabeza hacia delante y hacia atrás envolviendo mi verga con la lengua mientras me sobaba los huevos con una mano y buscaba con la otra mi culo.

Le facilité la tarea abriendo un poco las piernas. Al encontrar mi ano, Nacho empezó a juguetear con el índice alrededor de él, haciéndome vibrar de placer.

--Métemelo-- le urgí.

Nacho deslizó el dedo en mi ano y me hizo ver las estrellas.

Continuamos así un rato... Nacho me la mamaba y al mismo tiempo me dedeaba. Sentí que iba a venirme y no quería hacerlo todavía.

--Detente, Nacho... te la voy a clavar.

--Sí papito-- dijo el muy cachondo.

Estando aún los dos bajo el chorro de la regadera, Nacho se acomodó en cuatro patas y se aferró con las dos manos a la jabonera para resistir los embates que iba a recibir en breve.

Me hinqué detrás de sus redondas y bellas nalgas y empecé a sobarlas, a amasarlas y a pasear mis dedos por la raja que las separa. Luego se las abrí y admiré el hoyito de su culo, prieto y expectante... no me pude contener y acerqué mi cara a su ano, saqué la lengua y con la punta empecé a toquetearlo. Nacho gimió: "Síííííí.... qué rico!" Poco a poco mis caricias linguales se hicieron más atrevidas e intensas, le lamía las nalgas, se las mordisqueaba despacio, besaba su ano y se lo chupaba, sintiendo el agua y la saliva mezclándose en su apretado culito, mientras con una mano le sobaba los huevos y con la otra empecé a chaquetearlo.

--¿Me quieres adentro?-- pregunté, sabiendo de antemano la respuesta.

--Sí, papito... pero apúrate, antes de que despierte Paty.

--De acuerdo.

Me acomodé detrás de él y apunté la cabeza de mi verga hacia su entrada posterior. Con la punta del pito toqué su ano y Nacho gimió. Luego contuvo la respiración, en espera de mi embestida.

No lo hice esperar... aferrándome a sus caderas le di un fuerte empujón y la mitad de mi miembro se deslizó sin dificultad en el recto del gordo.

--¡Ahhhhhhhh!-- gimió.

--¿Aguantas más?

--Métemela toda, por favor.

Y con un certero empujón se la clavé entera. Soltó el aire en un sonoro pujido. Y yo también.

Me afiancé muy bien sobre su espalda y empecé el clásico movimiento de entrada y salida. Mi verga se deslizaba con facilidad hacia adentro, hasta que mis huevos chocaban con los suyos, y hacia fuera, hasta que sólo la cabeza de mi verga quedaba dentro de su culo.

El metisaca delicioso continuó varios minutos, mientras Nacho ladeaba la cabeza para que pudiera lamer sus labios y mordisquearle la oreja. Al mismo tiempo, mi mano derecha masajeaba su pito, tremendamente duro.

Nuestra gimnasia erótica estaba en su apogeo cuando, asustados, escuchamos unos toquidos en la puerta.

--¿Nacho? ¿Puedo entrar?—era la voz de Paty.

Nos quedamos paralizados y, al unísono, nuestras erecciones desaparecieron. Mi verga se deslizó, flácida, fuera de su culo.

--¿Nacho?—repitió Paty mientras tocaba la puerta del baño.

--Me estoy bañando, mi vida—atinó a responder el gordo.

--Es que me urge entrar—dijo Paty... y abrió la puerta.

El ruido del agua de la regadera seguía sonando, por lo que la chica, ciega, no sospechó nada y entró al baño.

Tratando de no hacer ningún ruido, lentamente, me puse de pie y me repegué en un rincón de la regadera, al tiempo que Nacho se incorporaba también. Ambos teníamos cara de susto.

Entonces vi el espectáculo más erótico de mi vida. Paty, ese bombón, que vestía sólo una camiseta larga y sus pantaletitas, llegó al excusado, se bajó las pantaletas y se sentó a defecar y a orinar.

Nacho y yo estábamos quietos y mudos, viendo a la chica.

Ella, creyendo que sólo su marido la acompañaba, orinó y defecó desinhibidamente mientras trababa conversación con Nacho.

--¿Qué tal dormiste, mi amor?

--Muy bien... ¿y tú?

--Bien... oye—dijo mientras se limpiaba la vagina y el culo –yo también me quiero bañar... hazme lugar.

A todo esto, el olor de la mierda de la chica había invadido el cuarto de baño y el hecho de verla así me había vuelto a provocar una erección... creo que, desde ese día, el olor a mierda se me ha hecho afrodisiaco.

Tras limpiarse, Paty se despojó de la ropa. ¡Qué belleza! Su cuerpo era un poema al erotismo: sus grandes tetas, sus pezones negrísimos apuntando al cielo, su estrecha cintura, sus grandes caderas y sus apetecibles nalgas, toda ella era una invitación a la lujuria.

Desnuda se aproximó a la ducha y se metió. Yo estaba repegado a la pared en un extremo y Nacho se interpuso entre los dos, para que ella no notara nada. Nada más meterse bajo la regadera, Paty buscó el abrazo de su esposo y se fundieron en un beso cálido e interminable. Sus manos jugueteaban con sus cuerpos... ella sobaba la verga de Nacho y él amasaba sus pechos. La escena, a medio metro de mí, me seguía calentando.

Paty empezó a jadear, sus pezones se endurecieron más y le empezó a susurrar cosas al oído a Nacho: "Papito, me tienes muy caliente... ¿me vas a coger, verdad?" Nacho llevó una de sus manos a la entrepierna de su esposa y la sobó a conciencia.

--Estás mojada, mi vida... acomódate, que te la quiero meter ya.

Galantemente Nacho ayudó a su esposa a acomodarse en cuatro patas dentro de la ducha... exactamente en la posición en que había quedado él minutos antes, cuando yo me lo estaba cogiendo. Y luego hizo lo mismo que yo le hice a él... le separó las nalgas a Paty y empezó a mamarle el culo.

Mi verga casi reventaba de la calentura que me estaba produciendo la pareja.

Nacho le mamaba el culo a su esposa y le metía dos dedos en la vagina... las caderas de la chica se movían frenéticas, adelante y atrás y hacia los lados... ella estaba realmente caliente.

--El culo... métemela en el culo mi vida—suplicó Paty.

Entonces ocurrió lo que yo nunca me hubiera imaginado... Nacho volteó a mirarme y con un gesto de la mano me invitó a coger a su esposa.

Se agachó a lamerle el ano por última vez y le dijo: "En seguida te la voy a meter".

Se levantó y se hizo a un lado.

Yo no iba a desaprovechar ese manjar, así que ocupé de inmediato el lugar de Nacho y también me agaché a mamar el ano de Paty, que gemía y pujaba como poseída.

Aproveché, por supuesto, para meterle dos dedos en la vagina... ¡qué delicia! Apretada y caliente... mi verga no daba más... tenía que desahogarme ya.

Me acomodé tras ella y dirigí mi verga a su culo. Debo aclarar que mi pito y el de Nacho eran muy parecidos en forma y tamaño, así que Paty no podría notar la diferencia.

Me aferré a esas alucinantes caderas y empecé a deslizar mi pito en su ano.

--Sí, mi vida... qué rico—dijo Paty creyendo que era Nacho el que la perforaba.

Nacho pegó su cara a la mía y le dijo: "¿Te gusta?"

--Síííííí.

Entonces me dediqué a mi faena. Comencé el metisaca en el culo de Paty mientras, a mi lado, Nacho se masturbaba, nos miraba y, ocasionalmente, acariciaba mi espalda o mis nalgas.

En cierto momento Nacho tomó una de mis manos y la acercó al pecho de Paty. Entendí el mensaje y me lancé a sobarle las tetas sin control.

Ahí estaba yo, cogiendo por el culo a Paty, sobándole ambas tetas a placer y lamiéndole el cuello con lujuria, cuando de pronto perdí de vista a Nacho durante unos segundos. No le di importancia hasta que me di cuenta de que el muy cabrón se estaba acomodando detrás de mi para hacerme lo que yo le hacía a ella.

Me relajé, deseando que su pito invadiera mis entrañas... pero primero, Nacho sobó mis nalgas y jugueteó entre ellas, buscando el ano que ya lo esperaba dilatado.

Su ataque no demoró mucho. Aprovechando el movimiento de vaivén con el que yo perforaba a su mujer, Nacho lo único que hizo fue poner su verga a la entrada de mi ano y yo solo hice el trabajo de metérmela y sacármela al mismo delicioso ritmo de mi cogida... creí que me iba a desmayar de placer.

El ritmo de mis embestidas se fue haciendo más rápido poco a poco al tiempo que Paty jadeaba y gemía cada vez más intensamente. Yo trataba de no emitir sonido alguno, para que ella no se diera cuenta de quién se la estaba cogiendo.

Mi ritmo acelerado hizo que Nacho se excitara más, lo cual comprobé al sentir su verga hincharse más en mi culo... supe que estaba próximo a explotar por lo que empecé a moverme más rápido.

De este modo, el orgasmo de los tres se aceleró y fue casi simultáneo. Creo que el primero en terminar fui yo, bufando en silencio... regué con mi semen el intestino de Paty que, al sentirme venir abrió sus compuertas y se estremeció con un prolongado orgasmo acompañado de grititos y gemidos deliciosos... luego vino el final de Nacho, que con una última y más potente estocada me la clavó hasta los huevos y soltó chorro tras chorro de leche en mi interior.

Cuando terminamos los tres, tratando de hacerlo con rapidez se la saqué a Paty y me incorporé para que Nacho tomara mi lugar, lo que él hizo de inmediato para abrazar a su mujer y hablarle al oído.

Yo volví a repegarme al otro extremo de la ducha, mientras Paty y Nacho se incorporaban, se abrazaban, se besaban y se hacían arrumacos.

Pero Paty no estaba satisfecha todavía, así que con una mano empezó a sobar el pito de su marido y lo besó mientras le decía: "dame más, papi... dame más... cógeme".

De pie, uno frente a la otra, se besaban con ardor y se metían mano por todas partes. En cierto momento, Paty alzó una pierna y rodeó con ella la cintura de su marido y dejó así abierta la entrada de su cueva del placer, lo que Nacho aprovechó: se la clavó de un solo golpe hasta el fondo. Ella lanzó un grito de placer que me excitó sobremanera.

A menos de medio metro de mí, la pareja se puso a coger y yo me empecé a masturbar.

Y así, de pie, deteniéndose de la jabonera o de los grifos, la pareja realizó un delicioso coito acompañado de gemidos, jadeos y pugidos que sonaban como música celestial.

Yo me masturbé hasta terminar y arrojar un chorro de semen que cayó, junto con el agua de la ducha, en las deliciosas nalgas de Nacho.

El gordo me miraba de reojo y sonreía con picardía mientras elevaba a su mujer a la cima del placer. Conmigo como mudo testigo, ambos llegaron al clímax.

Una vez hubieron terminado, se enjabonaron mutuamente y se enjuagaron... yo seguía repegado en un extremo para que Paty no me notara. Al fin, Nacho cerró las llaves del agua, la pareja salió de la ducha y empezó a secarse.

Abrazados y envueltos en las toallas, ambos se dirigieron a su habitación, pero antes de salir del cuarto de baño Paty nos asombró a los dos: se detuvo un segundo, esbozando una gran sonrisa, y dijo volteando hacia atrás, "soy ciega pero no tonta ni sorda... gracias, Javier, por ese palo tan rico que me echaste".

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