El glamour de un masaje con aroma de canela.
Tu mejor amigo sabe muy bien dónde presionar, cuándo detenerse... y cuándo continuar hasta el final. Tu mejor amigo sabe cuándo usar sólo las manos... y cuándo necesitas "algo más".
Bordiol tomó un sorbo de su copa mientras contemplaba el cuerpo bien formado de su amigo. Tal vez por el hecho de que Magnolia y él llevaban algunas semanas alejados, por lo tanto sin hacer el amor, o porque la inminente llegada de Falcó encendía su imaginación, de repente sentía una especie de hormigueo de los sentidos, que le hacían más sensible a la belleza de Xipell, quien había sido su amante años atrás. Xipell se percató de ello, y amplió su sonrisa.
—Alcánzame mi copa —y cuando Bordiol se la tendió, Xipell la alzó en el aire, mirándole fijamente a los ojos—. Por los viejos amigos… y por los viejos tiempos.
Apuró la copa y se metió en el agua.
—Si de veras quieres que recordemos viejos tiempos —dijo Bordiol con suavidad—, voy a prepararte un buen masaje. Tengo un magnífico óleo con aroma a canela, muy relajante.
Xipell le miró con los ojos brillantes. Sus ojos recayeron en el diván alto que había en un rincón, junto a la cama. Bordiol era un sibarita y seguro que se abandonaba regularmente al placer sensual de recibir allí sus masajes, hasta era probable que tuviera su propio masajista. Sus mejillas enrojecieron levemente al imaginar las fuertes manos de su amigo recorriendo su cuerpo, como en alguna ocasión años atrás.
—Lléname la copa con ese buen vino tuyo —dijo, con la voz turbia.
Llenaron y vaciaron las copas varias veces, mientras recordaban viejos tiempos, antiguas batallas, o charlaban de banalidades sobre sus parejas. Xipell salió por fin de la bañera. Bordiol le recibió con una gran toalla de gamuza perfumada, y Xipell le tomó la cara entre las manos para alcanzar su boca y besarle suavemente. Bordiol estrechó el abrazo: mientras besaba aquellos labios, no dejaba de pensar en otros labios, y no eran los de Magnolia, sino los de Falcó, a quien había besado una sola vez. Bordiol siempre había sentido algo muy especial por el joven duque de Alanzell, aunque nunca logró nada con él, más allá de aquel lejano beso. En realidad, al pensarlo más detenidamente, tal vez Falcó, a pesar de ser humano, tenía su propio glamour, pues muchos fueron los hombres y mujeres que se enamoraron de Falcó durante sus aventuras años atrás, aunque fue Jasíone quien se comió aquella fruta, y no la compartió con nadie.
Cuando regresó de su ensoñación se percató de que Xipell había empezado a quitarle la ropa, y se dejó hacer. Al quedar ambos desnudos se abrazaron de nuevo, acariciándose mutuamente, con caricias largas y suaves. Los dos exhibían una fuerte erección, y Bordiol introdujo los dedos en un recipiente de porcelana que contenía el óleo de canela, y tomó los penes de ambos como si fueran uno solo y empezó a acariciarlos y estrujarlos dulcemente con la mano derecha, deslizándola arriba y abajo y retorciéndola con suavidad sobre ambos glandes. Los dos hombres se abrazaron de nuevo, entre suspiros, frotando sus miembros cada uno contra el vientre del otro con goce sin medida.
Gentilmente Bordiol tumbó a Xipell de espaldas sobre el diván, y empezó a masajearle los hombros, el cuello, el pecho, un brazo, luego el otro. No cabía duda de que Bordiol sabía dónde presionar y dónde detenerse, y se tomaba su tiempo. El aroma a canela del óleo sobre la piel de Xipell llenaba sus sentidos. Al pasar sus manos sobre los músculos del firme vientre de Xipell, Bordiol sentía un agradable cosquilleo desde la nuca hasta la cintura. Cuando empezó a trabajar sobre sus hermosos muslos la erección de su amigo quedó ante sus ojos, firme y palpitante, invitadora, y Bordiol no se resistió y la tomó con sus labios, arrancándole un ronco gemido a Xipell: las manos de Bordiol seguían masajeándole los muslos, mientras sus labios se deslizaban a lo largo de su verga, lentamente.
—Me estás volviendo loco… —dijo Xipell entre suspiros.
—No hables —dijo Bordiol, alzándose, y le obligó a volverse, quedando Xipell tumbado de espaldas—. Relájate. Tómate otra copa.
Bordiol abrió otra botella, escanció en la copa y apoyó el borde en los labios de Xipell.
—Este no es tu vino —protestó Xipell, tras paladearlo—. Pero está delicioso. ¿Qué licor es?
—Bébetelo todo. Te relajará y te ayudará a disfrutar más.
Xipell apuró la copa, y Bordiol la apartó a un lado. Empezó a acariciarle el cuello y le hizo volver la cabeza a un lado, haciéndola reposar sobre la mejilla. Luego le acarició los labios con su dedo pulgar impregnado de óleo, y le obligó a abrir la boca; inclinó la cabeza y puso sus labios sobre los de él, en un beso largo y voluptuoso. Luego se alzó y apuntó con su pene al rostro de Xipell, que así tumbado quedaba a la altura justa. Bordiol acarició tiernamente los labios de Xipell con su hinchado glande, como dibujando su boca con él, y Xipell se dejó hacer. Bordiol le introdujo el miembro lentamente. Xipell estaba tan relajado que el duro pene rozaba sus dientes, resbalaba sobre su lengua y llegaba hasta su garganta, con toda suavidad. Bordiol empujaba y se retiraba, deleitándose con el contraste entre la suavidad de la lengua acariciadora y el rudo roce de los dientes.
Tras unos instantes Bordiol se apartó, tomó el recipiente con óleo y lo derramó abundantemente sobre la espalda de Xipell. Dejó el recipiente y se tumbó cuan largo era sobre su amigo, dejando reposar todo su peso sobre su espalda, apoyándose sobre Xipell por completo; agarró sus manos, enlazando sus dedos, y comenzó un lento vaivén con el que todo su pecho y su pene, al rozar a Xipell en la espalda empapada, se untó con el óleo aromático. Entonces, Bordiol elevó levemente las caderas, apoyó el glande entre las lubricadas nalgas de Xipell, y empujó lentamente, abriéndose paso poco a poco. Xipell suspiró lánguidamente, y emitió un pequeño quejido cuando Bordiol estuvo todo dentro de él.
Bordiol empezó a moverse rítmicamente, primero muy despacio, sacando todo el miembro para volver a introducirlo después. Poco a poco aumentó el ritmo, con lo que Xipell empezó a gemir en sincronización con las embestidas de Bordiol. Éstas se hicieron más fuertes, casi violentas, provocando un sonido como de palmadas húmedas cuando el pubis de Bordiol chocaba contra las prietas nalgas de Xipell, y cuando éste exhaló un grito Bordiol le pasó los brazos bajo las axilas para abrazarlo tiernamente, mientras seguía penetrándole, pegando totalmente su pecho a la espalda de Xipell mientras bajaba el ritmo, haciendo la penetración más larga y profunda. Xipell volvió su cabeza para buscar los labios de Bordiol, y se besaron apasionadamente.
—Vuélvete —susurró Bordiol, mientras se levantaba—. Quiero verte la cara.
Xipell quedó tendido de espaldas. Bordiol le movió ligeramente, para situarse entre sus piernas mientras permanecía en pie. Tomó a Xipell de los muslos y le hizo colocar los tobillos sobre sus hombros, mientras su ariete se introducía de nuevo en él. El sexo de Xipell, completamente erecto, saltaba sobre su vientre a cada embestida de Bordiol, quien, al notar que el orgasmo estaba próximo, lo tomó con la mano y empezó a masturbarlo siguiendo el mismo ritmo que sus propias embestidas. Xipell jadeaba cada vez más rápido, soltando algún gemido cuando Bordiol empujaba más profundamente, deteniendo un momento el vaivén para sentir cómo su verga se retorcía y palpitaba dentro de Xipell. De pronto, el miembro de Xipell empezó a latir en la mano de Bordiol, lanzando entonces el primer chorro de una larga eyaculación. Bordiol se excitó tanto que no pudo evitar eyacular a su vez, dando un empujón muy fuerte, enterrando su verga tan profundamente que hizo boquear a Xipell. Ambos gritaron al unísono. Aún dentro, Bordiol se inclinó sobre Xipell y le besó de nuevo, la frente, los párpados, las mejillas, los labios, besos cortos y blandos, repletos de ternura. Al cabo de un rato, aún jadeando, Xipell susurró:
—Oh, qué bebida tan fuerte me has dado. Necesito tomar el aire.
Bordiol le besó por última vez, antes de separarse de él.
(Este relato forma parte de una novela de aventuras con ilustraciones de mi propia mano (Demonios de Formentera). Podéis ver las ilustraciones no censuradas en mi fanpage LOVENGRIN).
Joana Pol