El gitano de ojos verdes (2)
Un amigo del Fierro se divierte con nosotros.
Aquella voz desencadenó una serie de escalofríos subiendo por mi columna vertebral. Era una voz profunda y grave, de esas que imponen. La sonrisa lujuriosa de Fierro indicaba que sabía bien de quién se trataba. Hasta la esquina en la que estábamos se acercó una mole, un tío enorme de casi 1'90 con unas espaldas casi igual de anchas, con una mandíbula cuadrada, la nariz rota y unos ojos tan verdes como los de mi compañero de jergón.
-¿Cuándo te han soltado?- preguntó Fierro.
-Esta mañana- cuando no te he visto en casa, sabía donde venir a buscarte. Hacía mucho que necesitaba tu culo... aunque veo que ya vas bien servido por hoy- dijo mirándome con cierto desprecio. -¿Así que ahora dejas que te folle cualquier payo?
Yo me sentía diminuto a su lado, consciente de mi propia debilidad a la hora de compararme con aquél maromo cuyos poros exudaban la palabra "macho".
-Eres tan puta que siempre tienes que tener el culo bien lleno ¿verdad?
-Sí...- respondió Fierro, que ahora parecía tímido y apocado, nada que ver con el decidido machote que me había estado follando unos minutos antes. La presencia de aquél tipo parecía convertirle en un ser sumiso, pero la verdad es que merecía la pena someterse ante semejante portento de la naturaleza. Su paquete parecía a punto de reventar los vaqueros que se ceñían a sus musculosas piernas como una segunda piel.
-Pues por una temporada vas a tener mi pinga bien enterrada en tu tierno trasero, mañana, tarde y noche. Pero antes...- su mirada se posó en mi. -Voy a tomar una aperitivo.
Me cogió de un brazo y una pierna y me dio la vuelta, dejando completamente expuesto mi trasero a su merced.
-¡Fierro, ven aquí!- rugió el desconocido. Sabía lo que estaba a punto de hacer y la sensación de peligro me estaba calentando como una perra. Fierro se colocó junto a aquel titánico macho, justo a mi espalda.
Ahí estaba yo tumbado boca abajo, con mi culo expuesto a aquel par de tíos, uno que apenas conocía y otro que parecía que nada se interponía en su camino.
-Por lo menos has escogido a uno con un buen orto- dijo el desconocido refiriéndose a mis glúteos musculosos y duros. Sentí cómo se agachaba, obligando a Fierro a agacharse con él. Sentí su mano acariciándome el trasero, casi con una dulzura inusitada en un hombre tan tosco. De repente, me pegó un fuerte cachete. Me quejé un poco mientras notaba como mi culo empezaba calentarse. -Vamos a hacer que se relaje un poco nuestro amigo- afirmó volviendo a acariciar mi culo. Se pasó cinco minutos entre la ternura de las caricias y la brusquedad de los azotes, cada vez más fuertes. Entonces cogió a Fierro por la cabeza y le obligó a poner la cara entre mis cachetes. -Ahora lámelo, quiero que esté bien limpio.
Al principio, tímidamente, la lengua de Fierro se fue adentrando en mi. Yo notaba como aquel pavo utilizaba su fuerza para obligar a mi fugaz amante a llegar más adentro.
-Te he dicho que lo quiero bien limpio.- Y con mas fuerza empujaba al gitanillo contra mi culo. Yo estaba a punto de reventar de placer, con la polla dura como el acero porque a pesar de haberme corrido hacía unos momentos, la situación era extremadamente caliente y con cierto cariz de peligro, lo que la hacía aún más excitante. -Creo que voy a tener que dilatar a esta mierdecilla a base de bien- anunció el recién llegado. -Si no no creo que vaya a haber forma de follárselo.- Bruscamente, empujó a un lado a Fierro y empezó a comerme el culo con lengüetazos largos y bruscos. Pronto sustituyó la lengua por uno de sus dedos, tan gordo como algunas de las pollas que he probado en mi vida. Añadiendo algún escupitajo a mi ano, siguió dilatándome, añadiendo otro dedo y más saliva y aún otro dedo. Mi culo estaba en llamas, pero sólo deseaba que me culeara como un animal. Pensé que ya había llegado el momento, pero me equivoqué.
Se incorporó y se tumbó justo a mi lado. Su paquete había adquirido dimensiones grotescas, se había ido poniendo a tono y parecía que aquella polla iba a reventar los pantalones de un momento a otro.
-Fierro- dijo con una voz seca.
El gitanillo se incorporó y, sabiendo exactamente qué hacer, desató el cinturón del cabronazo y luego los pantalones. Lo que tenía aquél hombre entre las piernas iba más allá de las palabras, no era una polla, era un pollón con todas las letras, un órgano que no habrá desentonado en un caballo, largo y grueso, enmarañado de venas palpitantes y con un glande oblongo y brillante que escupía furiosamente líquido preseminal. En ese momento me invadió el pánico: era materialmente imposible que aquello entrara en mi culo: aunque me pasara siendo follado durante el resto de mi vida, eso no podría entrarme jamás. Sin embargo, para mi sorpresa, Fierro pasó uno de sus pies sobre aquél macho y se empezó a poner de cuclillas. Agarró el bate de carne de aquél semental y poco a poco se fue empalando en él. No daba crédito a mis ojos. Parecía imposible, pero se había metido aquél fenómeno dentro como si no fuera nada.
-Así me gusta maricón, veo que no has perdido la práctica.- Fierro subía y bajaba con aquel poste bien clavado dentro. En un momento dado, el follador le hizo quitarse, le tumbó, se paso sus piernas sobre sus anchos hombros y empezó a bombearle el culo sin misericordia. -Joder, cómo echaba de menos tu culito de maricon vicioso. Parece hecho a medida para esta polla. Toma polla mierdecilla. Te vas a hartar, te la voy a sacar por la boca.- A cada una de sus palabras, embestía con más fuerza. Los ojos de Fierro parecían salirse de sus órbitas perdido, como estaba, en un torbellino de placer. -Eh tú,- dijo el follador con voz entrecortada. -Ven aquí y lámeme el mastil mientras le doy candela a ésta perra.
Sin dudarlo, me acerqué hasta ellos y metí la cabeza entre las piernas del semental, lamiendo sus pelotas y la raiz de su falo mientras bombeaba el trasero de Fierro. El tío estaba a punto de correrse, se envaró, atrapando mi cabeza entre sus poderosas piernas y empezó a llenar de leche el ojete que estaba castigando. Sus gemidos se debían oír a manzanas de distancia y yo estaba atrapado allí sin poder escapar, a merced de aquél semental incansable.