El gimnasio

Una tímida chica entra en un vestuario masculino y se encuentra con algo que no se esperaba.

EL GIM NASIO

El calor se hacía tan insoportable que muchos socios habían decidido tomarse un descanso durante el verano. Éramos cinco en el gimnasio y se respiraba un ambiente tranquilo. El vestuario femenino estaba cerrado por reforma y las chicas que quisieran ducharse habrían de hacerlo en el masculino. Claro está, cuando no hubiera ningún chico dentro. Esto ayudó a que fueran pocas las que se decidieran a hacerlo. Sólo dos fueron a hacer pesas y una de ellas se marchó a casa sin ducharse. Como tenía el coche en la puerta se subió en él y se fue.

A medida que avanzaba la tarde, la gente se iba cansando de sudar de más y al final quedamos solo dos en el recinto. Media hora más tarde dejé a la chica y me fui a duchar. ¡Qué sensación más relajante! Cerré los grifos de la ducha y me estaba secando cuando oí los pasos de unas chanclas entrando en el vestuario.

Cuando salí de la ducha con la toalla en la mano me di de frente con un cuerpo escultural, desnudo y bien contorneado de cabellos largos y rubios recogidos sobre la cabeza. Su cara expresó una gran sorpresa y sus ojos no se atrevían a mirar más debajo de los míos. Luego, con gesto de timidez miró a un lado y a otro, como esperando no ver a nadie más y bajó la vista para dar su aprobación de todo lo que tenía delante.

Empezó a subirme la temperatura como si no hubiera entrado nunca en la ducha fría que tenía a mi espalda. Inevitablemente mi verga aumentó de tamaño hasta marcar una distancia prudencial entre la chica y yo. Ella sonrió y retrocedió un paso cerrando los párpados con pudor. No, no iba a marcharse. En lugar de eso se acuclilló lentamente y me la cogió con suavidad.

Una lengua húmeda y sensible recorrió mi polla de atrás adelante con delicadeza y sensualidad hasta que la introdujo en su boca. Y succionó acompañando el movimiento de su mano una y otra vez. Después de una exhalación de placer no pude aguantar más el gemido.

Al final consiguió lo que buscada durante un rato. Levantó mi verga y la dirigió hacia un lado sin detener su movimiento manual. Me miraba desafiante y besaba mis huevos hasta que la polla, inyectada en sangre se corrió con una incontrolable lluvia de semen.

Entre pícaras sonrisas la atrevida ascendió besándome el ombligo, el pecho, el cuello.... y me susurró al oído:

Y ahora, ¿vas a ser capaz de acabar la faena, guapo?

No hubo respuesta, la cogí entre mis brazos musculosos y morenos y la metí en la ducha. Abrí el grifo y bajo el agua nos besamos desesperadamente.

Sus pechos descarados y pequeños rozaban sus duros pezones contra mi cuerpo. Su respiración se aceleraba por momentos y sus costillas se marcaban bajo mis manos. La recorrí a besos y pequeños mordisquitos y lametones jugueteaban con sus pezones, su ombligo, su clítoris...

Abrió la boca con sorpresa y luego apoyando sus manos sobre la pared de la ducha que quedaba a mi espalda abrió sus piernas. Inclinó la cabeza y el agua recorrió todo su cuerpo por delante. Para mí era más fácil así y mi lengua encontró su sexo húmedo y atractivo. Disfrutaba haciendo aquello y ella más aún. Cada vez gemía más y más acelerando su respiración. Sus pechos habían encontrado su estado de firmeza y su coño tembloroso rebosante de placer explotó en un derrame húmedo sobre mi boca. Era el momento, pensé.

Me levanté y la penetré sin contemplaciones. Bajó la cabeza. No se podía creer que ya estuviera ahí. Notó mi enorme verga cálida en su interior que la poseía. Se abrazó a mí y me besó sin temor.

-Sigue, sigue, sig... oh, oh, ohj... síiiii....

Su mandíbula ya no podía articular ninguna palabra más. Todo era resumido en una, PLACER.

Las suaves sacudidas se volvieron lujuriosas y desesperadas. Sus piernas ya no tocaban el suelo de la ducha, me rodeaban completamente la cintura. Y, contra la pared la inundé de mi semen. Me corrí con fuerza y le di mi calor interior.

Cuando salimos de la ducha la chica apenas podía creer lo que había hecho. Me miró, sonrió tímidamente, se secó y se vistió a toda prisa para salir rápidamente de allí.

Entonces la detuve:

-Oye, pero, dime al menos como te llamas.

-Es mejor que no lo sepas. No creo que nos volvamos a ver. Adiós.

Y efectivamente se fue, y como bien dijo, ya no volví a verla jamás.

*NOTA: para dar vuestras opiniones sobre el relato podéis hacerlo a ahiva74@mixmail.com . Gracias