El gimnasio

Otra historia de temática de luchadores y hombretones grandes.

EL GIMNASIO.

NOTA: He incluido algunas fotos de tíos que han inspirado el relato. Las palabras no hacen justicia a ciertas imágenes. No corresponden a los personajes, pero uno puede dejar volar la imaginación en el sentido que quiera.

El lugar estaba afincado en el barrio viejo de Barcelona. Al contrario que muchos gimnasios pequeños, que se construyen en lo que eran cocheras o tiendas, este estaba hecho en lo que había sido un piso bastante grande. Solo entrar ya entendí que aquellas paredes habían visto de todo. El papel de las paredes del pasillo estaba apelmazado y blando, rezumando de la humedad que se escapaba de los baños y el sudor de los clientes en el aire. Olía a viejo, a mohoso, pero era el único gimnasio que encontré donde aprender lucha greco-romana en grupos pequeños.

Ya hace años que practico artes marciales: casi todas orientales. De todas ellas la que más he disfrutado es el judo, el juego de suelo. Siempre me ha interesado la lucha greco-romana, saber luchar sin otra cosa que coger del contrario más que su cuerpo.

¿Cómo eres? – me preguntó por teléfono el profesor del gimnasio cuando le llamé.

Grande… 30 años, llevo diez practicando judo

¿Y por qué quieres hacer esto? ¿No compites no?

No, por gusto… por afición… lo llevo haciendo toda la vida.

Ya… Muy bien… Vente el miércoles a las ocho, te pondré con el grupo de los ancianos.

Me reí, me pareció bien. No me apetecía que me dejaran en ridículo los veinte añeros que compiten.

Cuando entré me recibió el profesor personalmente. Era un hombre más bajo que yo, mediría uno setenta. Piel morena, pelo muy corto, negro, unos cuarenta años. Tenía las cejas rectas y barba de una semana. Me miró durante un segundo de arriba abajo antes de sacar una bolsa de plástico con ropa dentro.

Pensaba que serías más gordo. – me dijo -. ¿No competiste?

No.

Ya. Ponte esto. Si te gusta la clase ya te comprarás uno mejor.

Luego me señaló una habitación junto al pasillo, que recorrió ignorándome para llegar a la sala de lucha, de la que venían ruidos de caídas y roces que hacían vibrar las paredes. Cuando entré en la habitación que servía de vestuario, y que contenía solo las taquillas y un par de bancos, me encontré con un tío de esos que sobresaltan solo de ver. Era un hombre grande y alto, de unos cuarenta años. Estaba vestido de calle, con unos pantalones de pana y una camisa blanca con rallas formando cuadros. Las mangas recogidas dejaban ver unos antebrazos anchos y peludos acabados en manos nudosas. Se estaba desabotonando la camisa y por el cuello brotaron matas de pelo negro rizado por todo su pecho y por encima de sus anchos hombros. Su cara estaba acorazada con una densa barba y bigotes. Llevaba el pelo corto, pero no rapado. Su expresión era seria, grave, no contenían ninguna simpatía hacia mi, parecía cansado, como si hubiera salido del trabajo. Me rehuía la mirada mientras se desvestía.

Hola – le saludé.

Tú eres el nuevo, ¿no?

Si.

Se bajó los pantalones y me dio la espalda. Por lo que pude ver, quise que se diera la vuelta lo antes posible. Se bajó los calzoncillos y amaneció ante mi un enorme culo peludo, fuerte, pero redondo con una fractura breve y recta, casi de adolescente. Su espalda enorme de luchador no tenía ni un solo pelo, se lo afeitaba hasta los dorsales, por donde brotaba fino vello negro. Sacó de su taquilla un traje de luchador de tela roja, gomosa, y coló sus gruesos muslos peludos por los agujeros de las piernas. Se dio la vuelta cuando tuvo los genitales cubiertos, y pasó los brazos por los tirantes de los hombros mirándome. Su torso peludo estaba dividido en tres partes diferenciadas, sus dos enormes pechos densos y fuertes y una barriga fuerte, como una placa abultada. Sus dorsales hacían sus hombros ligeramente más anchos que la cintura y su barriga. Me empecé a desnudar intentando que no se notara que miré entre sus piernas, donde el maillot se abultaba destacando claramente el voluminoso escroto de aquel hombre y su polla corta pero gorda apretada contra el nacimiento de uno de sus muslos. Mientras me quitaba los pantalones, sentado en el banquillo, me doblé sobre mis piernas para esconder la tensión de los calzoncillos. El hombre me miró mientras me desvestía y al ver mi constitución, como la suya, sin tanta

barriga ni tanto pelo, y diez años menos, me preguntó:

¿Has hecho esto antes?

Judo, lo más parecido.

¿Y no compites?

No… Nunca me ha gustado y soy demasiado viejo. ¿Cómo está esto?

Está bien...

Conseguí que me bajara la presión en el rabo y me levanté, vestido de luchador. Me vi un poco ridículo en el espejo. Los tirantes, las partes del cuerpo que dejaban ver… Parecía equivocado. Muy lejos de la elegancia de un judogui. El barbudo se me acercó por la espalda y me puso bien las tiras de los hombros. Me sorprendí un poco pero no dije nada. Era una sensación excitante que un leve tirón en los tirantes lo sintiera en los huevos. Miré en el espejo, buscando la mirada del hombre, pero cuando nos íbamos a encontrar otro hombre entró gritando.

¡Que pasa Julián! Me llamó Luis, que hoy había carne nueva.

El hombre a mi espalda, Julián, le lanzó rayos por los ojos, diciéndole sin palabras que se callara.

Ah, ¿eres tú? – me dijo el hombre que acababa de entrar.

Éste era un tio como yo, en la treintena, bastante cachas, tenía pinta o de policía o de bombero. Yo habría dicho que era bombero, ahí es donde terminan todos los atletas no profesionales y éste lo parecía. Me ofreció la mano. Tenía pinta de rumano o polaco cachas, pelo marrón, muy corto, mirada azul, cabeza ligeramente cuadrada. De la clase de tío que folla con todas las tías que quiere, se casa a los 16 años con una rubia popular, tienen dos críos que las dejan convertidas en putones caseros y luego o se divorcian o se buscan la vida fuera del matrimonio. De su cuerpo blanco y perfilado, y de cómo se movía, se podía oler la vanidad emanando. Por eso supe que sería bombero o policía. Si me ha de salvar alguien de un incendio, que sea un bombero feo, al menos sé que ese está en el cuerpo para salvar gente, no para quedar guapo de uniforme. La di un apretón fuerte, por el que se filtró un poco de mi desprecio hacia la clase de persona que él representaba.

Bueno, que fuerte estás – se rió -. ¿Y no compites?

¡Joder con la preguntita! Estaba harto de que me preguntaran eso. ¿Es que cuesta tanto de creer? No he conocido a ningún competidor que no tenga una o dos operaciones en los hombros y las rodillas completamente jodidas. La lucha es otra cosa que un minuto de gloria alzando una copa. Se supone que debería hacerte fuerte para toda tu vida, no joderte el cuerpo para toda la vida. No me gusta explicar esto, parezco tonto.

No, no compito.

Bueno, bueno.

El tio se sacó la camiseta que llevaba rápidamente y se quedó en bolas antes incluso de abrir la taquilla, para presumir de cuerpo esculpido y pelado, dejando que su miembro largo y pesado colgara a la vista de todos junto a sus cojones que no cabían en su escroto.

Julian, el maduro interesante, salió del vestuario y le seguí. Llegamos al final del pasillo, decorado con fotos del profesor celebrando victorias en podios internacionales, y dimos con una estancia no demasiado grande, unos ocho por cuatro metros. Cuando llegamos había dos tíos más destripándose en la cancha de tatami artificial. Uno tendría entre treinta y cuarenta años, el otro era más joven que yo, pero más alto, pelo rapado y fibrado, igual que el profesor de lucha. El más pequeño era enano, pero fuerte como un gorila, y estaba encaramado sobre el más joven estrangulándole con una presa mientras su trasero fingía un coito sobre el culo del más joven.

¡La has pringado! – le gritaba - ¿Eso es todo lo que tienes? ¡Te voy a follar!

Antonio – le decía el profesor, sentado en un banco -, haz lo que practicamos la semana pasada. No te dejes ganar por un viejo.

¡Prepara el culo, chaval! – le decía el gorila.

El más joven no pudo zafarse de la presa. De pronto el profesor nos vio entrar y ladró "basta". El simio relajó su presa a regañadientes y se alzó sobre las rodillas, todo el pecho visible y la tela de su traje estaba oscurecido por el sudor. Se llevó una mano a las pelotas para arreglarse el tiro del traje, y se colocó bien sus atributos. No me pasó inadvertida una mancha aceitosa cerca de su pene, abultado y hacia un lado, que sobreentendí que era de sudor, incapaz de imaginarme aún lo que me ocurriría esa tarde. El joven se levantó completamente asfixiado y se dejó caer contra una pared, resollando.

El profesor dio una palmada y se encaró hacia Julián y a mi.

Alberto – me dijo -. Vamos a emparejarte con Julián que está fresco. Lo primero que quiero ver es como te mueves, así verás lo diferentes que son el judo y esto. Calentad un poquito y jugad un rato.

Me volví hacia Julián y asentí. Julián me enseñó los estiramientos y ejercicios característicos de la lucha que practicaban. Mientras miraba como Julián hacía girar su enorme cuello y sus hombros macizos, escuchaba las risas y resuellos del joven y el gorila, sentados en el suelo. El profesor reprendía al joven.

¿Por qué no has hecho lo que te enseñé? Has tenido tres, no, cuatro oportunidades.

Ya… Estaba cansado y no lo he visto

Seguid practicando cuando os recuperéis

Julian y yo terminamos de calentar y buscamos un rincón donde pudiéramos luchar. De inmediato se encaró hacia mi clavándome la mirada desde esa máscara de vello que era su barba y sus cejas. Uno de los problemas del judo es adaptarse a poner guardias cuando el otro no lleva el judogui, hay que cambiar toda la manera de coger al rival, por eso me concentré en llevar la pelea al suelo, donde mi técnica pudiera igualarse a la suya. No fue ningún problema, porque él también buscaba el suelo. Caímos el uno sobre el otro. Bajo el vello y su barriga, Julian tenía músculos muy fuertes que no había valorado como debiera. Sus presas buscaban continuamente trabarme las articulaciones, cada vez que lo iba a lograr me concentré en usar su impulso para llevar su espalda al suelo, lo que no le gustaba y su presa se relajaba un poco y volvíamos a empezar. Poco a poco, puesto que ninguno pretendía ceder, empezamos a quemar energías y a sudar. Luchamos durante unos veinte minutos, sin buscar una victoria, pero si dejar al otro sin salida. Me di cuenta pronto de que Julián era más fuerte que yo, pero tenía mucha menos resistencia, no porque fuera mayor, sino porque su fuerza le consumía mucha energía. Aguanté como pude hasta que se le hizo pesado el respirar y entonces empecé a jugar mis cartas. A cada cosa que me hacía, me escurría y me imponía bloqueándole los hombros y el cuello. Me apoyaba ligeramente sobre sus costillas para mermar su capacidad de recuperación, para que no pudiera llenar los pulmones completamente, pero no forcé su derrota, le dejaba respirar un poco y pensar en lo que hacer la próxima vez. Julián me miraba furibundo, era un secreto entre los dos que llegados a ese punto él estaba a mi merced, que solo le quedaban fuerzas para otro intento y si a la próxima acometida no hacía algo más eficaz, seguiría a mi merced. Esos eran los momentos que más apreciaba de la lucha, cuando sientes el torso de tu oponente luchando por respirar, contra tu propio cuerpo, y el olor a esfuerzo a rabia y miedo sale de los sobacos del que está perdiendo, ácido y amargo a la vez. Julián se revolvió rápidamente y me atrapó bajo su pecho con una presa que conocía bien del judo. Le dejé un par de segundos, para que pensara que me había pillado desprevenido, y metí una mano entre sus muslos para iniciar mi salida. Apunté mal y la palma de mi mano acabo por abrazar sus cojones, grandes y duros. Julian interrumpió su respiración en seco y me miró fijamente. "¿Qué haces marica?" me dijo en tono normal, que se confundió con el ruido de las risas y el esfuerzo de los demás. Como respuesta, moví mi mano a la cara interior de su muslo y me zafé de su presa, llevándole a tocar el tatami con la espalda. Julián se cabreó de nuevo, me apartó la cara con una de sus manazas y me movió violentamente a un lado. La violencia de su gesto me pilló tan de sorpresa que me barrió, mi mano cerrada sobre uno de los bordes del traje de Julian apretó más y del tirón se lo desgarré todo. Su pecho y su vientre empapados en sudor me deslumbraron, me dejé caer al suelo, el traje se abrió hasta donde la cintura de Julián terminaba y empezaba el bajo vientre. Me puso de cara contra el suelo y casi me rompe el brazo inmovilizándome. Noté el peso de su cuerpo sobre mi cintura y de pronto se dio cuenta de lo que había hecho y se detuvo.

Ya vale vosotros dos parad -, nos frenó el profesor -. Julián, déjale en paz.

El profesor cogió a Julian por el bíceps y le atrajo a un rincón. La imagen era absurda, Julián tenía el traje roto y desde mi lado se le podía ver la polla y los huevos colgándole. El profesor le hablaba serio, se le acercó al oído y le dijo algo, Julián asintió y se marchó por el pasillo hacia los vestuarios. Me quedé mirando como asomaba uno de sus cachetes del culo, peludo y brillante.

En el cajón de la derecha encontrarás unos pantalones… - le dijo el profesor.

Inmediatamente, el profesor se volvió hacia mi y me ayudó a levantarme. "¿Estás bien?" me preguntó. Asentí. "No se lo tengas en cuenta, nadie le ha puesto en problemas como tú antes".

Vamos a traducir tu judo a la lucha greco-romana – me dijo -. Primero cambiaremos las guardias y los objetivos, pero el juego de equilibrio es el mismo.

El profesor y yo comenzamos a practicar poquito a poco. La verdad es que el profesor era un hombre bastante atractivo, fibrado, de piel oscura y peludo, pero no era mi tipo. Empezamos a trabajar en el suelo. "Tienes buen juego en el suelo, sientes muy bien la fuerza del rival, podrías enseñarle muchas cosas a algunos de aquí". En un momento dado, cuando empezaba a hacer mi juego, atrapándole el brazo, hizo algo completamente inesperado y rápido para mi, con la velocidad y simplicidad que dan la costumbre y la experiencia. Si lo hubiera visto desde fuera me habría parecido simple, pero desde dentro no entendí nada. Se aferró a mi espalda, con sus brazos me aprisionó por el cuello y por debajo de mi rodilla, haciéndome levantarla, y con una de sus piernas la enroscó por debajo de mi otra rodilla, haciendo que tuviera las piernas como si me hubiera agachado a cagar. Mis brazos y mi pecho estaban muy agotados de la lucha contra Julián y de ellos solo recibí como respuesta un temblor apagado. Estaba inerme, desarmado en una posición bastante humillante. El profesor rodó de forma que su espalda tocó el tatami, lo que me dejó boca arriba, mirando al techo, en esa posición.

No proteges muy bien tu culo – me dijo.

Con una mano me agarró las pelotas y apretó, gemí un poco de dolor, pero no siguió. Me demostraba lo vulnerable que era. Los demás alumnos se habían levantado y me miraban sonriendo, pero no era las sonrisas lo que me llamó la atención, sino sus ojos clavados en mi. Me miraban como si fuera una cosa para ellos. El gorila se acuclilló cerca de mi, y lo que hizo no me hizo reír como a él. Metió una mano en la raja de mi culo y presionó contra mi ano, sacudiendo la mano.

Mira al marica ya le han abierto de patas.

Se le ve muy chulo, rájale.

El gorila me cogió el traje por el pecho y lo rasgó con sus brazos, de un tirón, dejando mi torso expuesto. Se rió, acercó su cintura a su cara y con una mano se agarró el paquete, donde tenía una tremenda erección húmeda. Me pasó por la frente y la sien la dureza de su polla, un buen rabo bien formado, que habría disfrutado en otras circunstancias. "Salúdalo que lo vas a tener dentro en un momento". Entre el joven y el tio bombero me desgarraron la ropa y me tironearon y golpearon la entrepierna.

Tiene un buen paquete el marica

Para lo que lo va a usar

El bombero se acuclilló entre mis piernas mientras se quitaba los tirantes del traje, para desnudarse. Mientras se reía y me insultaba noté golpes blandos en mis pelotas y en mi culo. Me estaba dando con su polla y la notaba cada vez más dura.

Ya tenía ganas de que llegara un culo virgen, que a vosotras ya os tengo gastadas, putas – dijo el bombero.

El gorila se levantó cabreado y le dio una patada en el hombro al bombero, pero este le desvió golpeándole en la cara interior de la rodilla y la patada no llegó a alcanzarle.

Tu quieto que te doy.

El policía apoyó la cabeza de su polla en mi agujero y sin perder el blanco inclinó su cuerpo sobre mí. Pude oler su sexo y su aliento. Forcejeé lo imposible para darle un rodillazo, pero las piernas y brazos del profesor no cedieron ni un centímetro. Grité haciendo un último esfuerzo para deshacerme de la presa, pero solo provoqué más risas y comentarios denigrantes. La cara sonriente del bombero mirándome me producía rabia y asco, su polla presionaba contra mi culo y lo cerré instintivamente para que nada entrara. El bombero se rió, no le importaba. De pronto una manaza le borró la sonrisa de la cara y lo sacó de encima de mi. Respiré asustado. Julián estaba de pie, mirando con calma ira al bombero.

Es mío – le dijo con una voz que le salía de los huevos.

Todos los alumnos se relajaron, expectantes. Julian se había quitado los pantalones y dejaba al aire sus enormes cojones que ascendían y descendían según se tocaba la polla, un miembro de 15 centímetros completamente recto, muy grueso, sin circuncidar. La piel del capullo parecía enorme cuando Julian apretaba el tronco de su polla. Con la mano con la que no se manejaba el miembro, vertía un líquido gelatinoso sobre su capullo, y lo extendía a lo largo del miembro. No supe ver si era lubricante, el bote tenía caracteres chinos en la etiqueta y supuse que sería un sucedáneo barato.

Julián flexionó sus muslazos húmedos curvos por la musculatura y se arrodilló entre mis piernas. Cogió delicadamente mis huevos, que se habían retraído por el terror, y los estiró suavemente, como un masaje, que me dio bastante gusto. Me cogió el rabo con una mano y lo sacudió tres veces. No pude evitar mirar su entrepierna, sus muslos, donde vi una gruesa vena surcando el macizo músculo cerca de la ingle que me hizo entreabrir la boca. Luego, Julián, con el dedo pulgar tocó la punta de mi capullo y al levantarlo unos hilillos de baba se le pegaron. A eso le respondieron sonrisas y risas socarronas de todos excepto del profesor y de Julián, que se limpió el pulgar en mi ano. Julián tenía en todo momento su mirada clavada en mis ojos. Se inclinó sobre mí. Sentí su panza dura y musculosa calentar mi tripa y presionar mis genitales. El pelo de su pecho apelmazado por el sudor se erigía en círculos como una armadura sobre sus musculosos pechos. Sus hombrazos y sus brazos se cerraron sobre mi tórax. Sentí algo duro como una porra presionar en la entrada de mi culo. Me había dejado follar antes, tres veces en toda mi vida, y las tres lo pasé muy mal al principio. El dolor me asustaba y él lo veía en mis ojos.

Mírame a los ojos – me ordenó, muy serio y muy calmado.

Le obedecí, su mirada era tan dura que aparté los ojos un momento.

Que me mires – repitió.

Le miré. Me acostumbré a sus ojos y a su cara. Sus cejas cerradas, sus ojos castaños, la barba con gotas de sudor brillando entre ella, las venas de su grueso cuello, hinchadas. Era hermoso, pero me iba a matar.

Mírame a los ojos… - repitió una vez más.

Me relajé durante un segundo, y de pronto la cintura de Julián se cerró como un cepo contra mi cuerpo, que estalló contra mi carne. Sus 15 centímetros de carne gruesa como un vaso de tubo me entraron en medio segundo, desgarrándome el culo. Mi primer grito no encontró aire en los pulmones, el siguiente fue un aullido. Su rabo lo sentía tan grande y duro que me parecía que la punta tocaba mi estómago. Julián se detuvo varios segundos, dejándome vivir la agonía de mi ano. Se me escaparon lágrimas de dolor y de impotencia mientras maldecía entre sollozos a los cabrones que me violaban.

Mírame a los ojos – me ordenó Julián.

Le miré a los ojos, le vi, entre lágrimas, un brillo sádico en sus ojos. En su cara vi a un cruzado fanático, a un guerrero espartano. Me tenía dominado. Se retiró levemente, dejando en mis entrañas el vacío más grande que he experimentado y sin embargo, antes de que lo echara de menos, lo llenó salvajemente como la primera vez, pero me llegó más a dentro aún. Se me hizo un nudo en la garganta.

Ahora le ha entrado todo – se rió el profesor, que me tenía atrapado con sus brazos como argollas de acero y podía ver de cerca lo que ocurría ahí abajo.

El dolor era atroz, me palpitaba el culo, y se me convulsionaba alrededor del calibre de Julián, que me tenía completamente ensartado. A pesar de todo, tenerle dentro no era tan malo como que saliera y volviera a entrar. Empezó a cimbrearse de atrás adelante, prolongando mi agonía. Las lágrimas se unían a mi sudor y trazaban arcos ardientes por mis mejillas.

Ya se ha roto- le dijo Julian a Luis.

¿Seguro?

Si, suéltalo.

La presión sobre mis brazos y piernas se fue suavizando. Sabían que no me iba a resistir más. La vergüenza y la desesperación me habían vencido. Aunque no por la clase de vergüenza de ser penetrado, sino por algo peor. En realidad mi cuerpo estaba disfrutando de eso, y les daba la razón a ellos cada vez que me humillaban física y verbalmente. Julian aprovechó el espacio libre para atraparme con sus musculosos brazos por el pecho, y nos fundimos en un solo cuerpo con dos espaldas. Noté su sudor engrasando mi pecho pelado. Su cara se acercó a la mía mientras me percutía el ano suave y lentamente poseyéndome sin cesar. Me lamió el cuello, justo por donde pasa la arteria y un escalofrío me recorrió la espalda. Alcé la cabeza y nuestras caras quedaron enfrentadas. Julián pegó sus labios a los míos y me metio su lengua, comiéndome la boca. Ahí fue cuando me enamoré de él. A pesar del daño que me había hecho, de pronto mi cuerpo quería pertenecer a él para siempre. Mis piernas se abrían, mis nalgas se separaban. Despegó sus labios de mi para poder hablar y me dijo "Me gustas". Mi polla se inflamó contra su vientre y pude notar como la suya respondía ensanchándose dentro de mis entrañas castigadas. Se irguió de nuevo, tomándome con sus manos por los tobillos, exhibiendo sus brazos en cruz, su pecho y sus hombros tensos por el esfuerzo, rompiendo el contacto de nuestros cuerpos, y dejó que todos vieran mi polla, que se erigía en forma de gancho hacia arriba.

Ya os dije que era marica perdido.

Todos rieron, alguno aplaudió entre carcajadas. Me llamaban puta y otras cosas humillantes. Se tocaban los paquetes mostrándomelos. Yo ya no oía nada, lloraba desconsolado. Podían hacerle lo que quisieran a mi cuerpo, estaba acostumbrado al sexo con hombres, pero era la primera vez que me violaban el alma. Me había enamorado y me habían frustrado en un minuto. Mi corazón y mi razón estaban hechos un lío. Me quedé muerto, soportando los empellones de Julián como un muerto. Me abandoné al miembro recto y férreo de Julián, no me di cuenta que cada vez que exhalaba gritaba ya no sabía si de gusto o de dolor, pero casi no oía las burlas de los demás, eso que ganaba. La punta del rabazo de Julián aplastaba mi próstata en cada embestida de toro que metía, pero no me importaba. Sabía que me correría, pero estaba en la frontera del sueño. Me daba igual. Julián se inclinó sobre mi, me cogió por los riñones y luego se sentó de culo, levantándome, sentándome sobre su polla. Me empalé aún más profundamente por mi peso. Me abrazó y mi cabeza cayó por encima de su hombro. Mi oído quedó cerca de mi oreja y pude oír algo que no sé si sonó en mi mente o Julián lo dijo de verdad. "Luego espérame a la salida". Le miré a la cara, sus ojos eran sinceros como cuando me penetró por primera vez. Me clavó más en su pene y me besó en los labios. Tuve un subidón de nuevo. Fue tan grande que sentí sangre en mi nariz. El culo de Julián empezó a bombear, horadándome cruelmente, sirviéndose de la gravedad para encularme todavía más profundamente. Empecé a notar placer de verdad. Julián me asfixiaba con sus besos pero era tan feliz que me daba igual. Estaba casi desmayado cuando Julián me volvió a tirar al suelo, pero esta vez me folló mientras me besaba y reconozco que me abrí como una yegua en celo. Levanté las rodillas contra sus descomunales dorsales de mármol sudoroso y me dejé empalar brutalmente. El poderoso culo de Julián, duro como una roca, tocaba mis talones al subir, antes de bajar y producir un sonido húmedo al golpearme con sus testículos.

Julián, no lo gastes que nos lo vas a dejar suelto como un calcetín viejo. – dijo el poli o bombero.

Julián siguió besándome y taladrándome. Estábamos en el cielo. Cada vez que me entraba notaba la presión en mis huevos y mi polla. Empezaba a creer que el mito de correrse sin tocarse solo siendo follado era completamente cierto. Solo tenía que dejarme ir, abandonarme a Julián y soportar su fuerza.

De pronto Julián alzó la cabeza, sorprendido, furioso. Miré y vi al gorila sujetando uno de los muslazos de Julian y al delgado sujetando el otro. Entre los dos, con la polla enterrada en el culo de Julián, el bombero se reía. A un lado de la habitación, Luis, el profesor, miraba tranquilo mientras se tocaba su erección por encima del traje de lucha. La cara de Julián enrojeció se volvió un momento, gritando "¡Cabrones!". Cuando volvió a mirarme cerró los ojos de dolor. Su expresión era de frustración. Empezé a notar las vibraciones que venían de la polla de Julián, no me follaba él, eran los empujones del bombero lo que sentía.

Joder Julián, tienes un culito dulce para ser tan duro – rió el bombero.

Va de duro, pero seguro que le pide a su mujer que le meta cosas en el culo para correrse – se choteó el gorila.

¡Hijos de putaaa! – rugía Julián

Lo curioso es que la erección de Julián no se redujo, se hizo más dura si eso era posible. Julián ya estaba caliente pero fue esa penetración lo que le sacó de control y le puso en el camino de no retorno. Gemía y gruñía y maldecía pero sus ojos se ponían en blanco por momentos. Rebuznaba, sacudía la cabeza, y todo eso con su polla dentro de mi, palpitando. Su pecho peludo goteaba sudor, con los pezones como rocas, por encima de mi vientre. Colé mis manos por su cintura y presioné su culo hacia abajo, para que su miembro se hundiera más en mi culo. Noté las salvajes embestidas del bombero contra mis manos, se estaba follando a Julián a lo bestia. Julián maldijo y empezó a resollar cosas sin sentido. Se convulsionó, su cintura se movió sola, embistiendo, desatando el impulso natural del macho empalándose profundamente en la hembra para lograr que la semilla llegara lo más hondo posible. Sentí una bola de calor suave esparcirse por mi culo. La penetración se hizo suave. Noté dos bolas más de calor mientras el pollón de Julián se embadurnaba a si mismo en su semen, lubricándose. En mis manos el culo duro y velludo de Julián se tensaba para preñarme más profundamente. Su esperma manó de mi agujero, pero yo seguía sintiendo su leche caliente manando en mi interior. Las columnas de músculo que eran las piernas de Julián temblaban y se convulsionaban como a los tíos de las películas a los que degollan o les sacan el corazón con un cuchillo. Julián se cayó sobre mi con todo su peso y me abrazó fuerte. Su culo seguía siendo de propiedad del bombero, que le embestía y por consiguiente me penetraba a mí. Sentí mis huevos muy sensibles y la tripa de Julián me los aplastaba ligeramente cada vez que le penetraban.

¡Me voy a correr en el culo de Julián tios!

Ya le tocaba – dijo el gorila.

El bombero bombeó más rapido y profundamente. Julián acusaba el dolor exhalando en breves resuellos sobre mi cuello. Me excité demasiado y sentí que venía mi corrida. "Me voy a correr…" susurré. Julián con los ojos cerrados, dijo "Sí, córrete amor mío, dame tu semen". Mi polla palpitó contra su vientre y escupió un charco de semen que chorreó por los dos lados de mi vientre y dejó cubierta la barriga peluda de Julián de guasca grisácea. Los empujones del bombero se hicieron más fuertes y más pausados, se estaba vaciando dentro de Julián.

Ohhh… Si… ¡Toma leche!

Dios… - maldijo Julián al notar la inyección de esperma,

Julián se levantó, con la mirada baja, se desenculó del bombero, que todavía acusaba los espasmos del orgasmo, y a la vez se desenvainó de mi, dejándome el culo vacío. Me sentí triste y vacío cuando el cilindro de carne de Julián me abandonó. Me puse de lado y encogí las piernas, casi en posición fetal. Julián sacudió al bombero, que seguía riéndose y se fue para las duchas, gritando quejas.

¡Hijo de puta! Me has rajado el culo.

Tan malo no ha sido si te has corrido, mariconazo – le pinchaba el bombero.

Me quedé solo, a merced de los dos hombres que aún seguían erectos. El delgado y fibrado miró al gorila mientras se sacudía el rabo bien tieso y le dijo "bueno, nos toca". El gorila le miró y le espetó:

Espérate, quiero que nos lo ruegue.

Pensé que estaba loco, ni en sueños iba yo a rogar a esos dos que me follaran.

Ahora estará empezando a darse cuenta – añadió el gorila.

No supe a qué se refería hasta momentos después, cuando la sensación del roce y el semen caliente de Julián se pasaron. Noté un escozor que podía ser cosa del semen de Julian tocando mis heridas anales, pero era una comezón, un picor que no se sentía igual. Me toqué el culo, bruñido en el semen espeso del macho que me había follado y me froté para rascarme y la comezón se hizo más suave, soportable, incluso agradable. Pero en cuanto dejé de rascarme, la comezón volvía de nuevo, más fuerte. Me quemaba el culo, me senté como pude, mi cuerpo estaba muy débil después de tanto ejercicio.

¿Qué me pasa? – me dije.

El gorila se rió. Entonces entendí. Los sitios donde me habían tocado las manos de Julian también escocían y picaban. Aquello con lo que se había embadurnado la polla no era lubricante, tenía que ser otra cosa. El gorila me movió con las piernas mientras intentaba rascarme.

Si te rascas solo te harás sangre, y si lo dejas el picor te durará una semana – me dijo -. Solo algo con ph fuerte como el semen te lo disolverá.

En aquel momento no supe que me mentía, pero el dolor lo hizo creíble. Me enseñó su polla dura, cubierta de venas como cables de acero. De la punta le sudaba una perla de preleche. Sus cojones estaban ennegrecidos y brillantes por el sudor, su olor a sexo era animalesco, me excitaba y asqueaba a la vez.

Yo tengo lo que necesitas – me dijo tocándose el pollón -. ¿Lo quieres?

Asentí.

Pídelo bien.

Con toda la vergüenza del mundo le respondí.

Métemelo

Con respeto, puta.

Métemelo por favor

No, quiero que digas, "fóllame por tu padre"

Fó… fóllame… por tu padre.

El Gorila se rió a carcajadas.

Di que eres mi puta.

Se me escaparon un par de lágrimas de rabia mientras me llevaba las manos entre las piernas. Abrí los cachetes de mi culo para que entrara aire y me quitara el picor, pero solo me produjo más urgencia.

¡¡Vale, soy tu puta, fóllame por tu padre!!

No me vale eso

Ardía por dentro me puse de rodillas y le puse el culo. Él me detuvo con una mano.

Deseo concedido, mariconazo.

El gorila me abordó con su rabo gordo, arramblando con todo. El dolor de su violación se apagó con el alivio que me produjo el roce de su polla. Con el culo en pompa, el gorila me apretaba la nuca contra el suelo mientras bombeaba dentro de mi.

Que culo… Mira tio, es otro macho como Julián que van de folladores pero les va la polla.

El gorila no follaba nada mal, pero iba muy lento para mi gusto y empecé a cimbrear el culo para hacer sus penetraciones más profundas. Me di cuenta de que me estaba comportando como una puta. El gorila se acopló a mi completamente, inclinando su torso sobre mi espalda. No té sus pectorales duros y su barriga peluda mojar mi espalda a la vez que su miembro se clavaba más en mi. Sus brazos me rodearon el pecho, atenazándome, y casi cargó todo su peso sobre mi. Entonces su culo empezó a bombear como un pistón automático, a toda pastilla, mientras resollaba junto a mi cuello. Oía el chapoteo del falo hundiéndose en mis entrañas empapadas en semen y notaba gotas correr ano abajo y pegarse contra sus huevos, que las devolvían sobre mis muslos en cada embate. Entre mis jadeos me di cuenta que estaba completamente dominado y que estaba gozando como una perra. Únicamente mi orgullo me impedía gozar aquello y descubrí que estaba reprimiendo gritos de placer cada vez que el miembro férreo de aquel hombretón fuerte y pequeño me empalaba. Decidí dejarme ir y de mi estómago salieron rugidos de placer y jadeos casi infantiles. El gorila empezó a reírse mientras me follaba.

Vaya zorrón. A ver si se va a enamorar de mi.

El delgado y fibrado se arrodilló delante de mi y me tapó la nariz haciendo pinza con dos dedos. Cuando abrí la boca me coló su miembro, largo y grueso, en la boca. Lo alojé como pude en mi garganta y me dejé follar por la boca. El fibrado cogió mi cabeza por la nuca con las dos manos y la mantuvo fija mientras la usaba para desahogarse.

Que poca paciencia tienes – le acusó el gorila -. Ya casi estoy

El gorila empezó a follarme muy rápido, forzando la máquina al máximo. Me vaciaba y me taladraba y mi culo pedía más.

Así follan los hombres… - jadeaba el gorila, perdiendo la chaveta- Te voy a preñar, puta, te voy a llenar el chocho de semen de macho

De pronto sus embestidas se hicieron erráticas y convulsas. En mi culo empezó a crecer una bola caliente de humedad. El gorila hizo acopio de aliento y me ensartó por última vez mientras se abandonaba al orgasmo con un rugido bestial. Noté su polla presionar varias veces contra las paredes de mi intestino al ensancharse y bombear su esperma. Se notaba que aquel fortachón pequeño no follaba así a menudo, su corrida fue más abundante que la de Julián. Sus zarpas me dejaron huellas en la piel, al presionar mientras se corría. A la vez. Contagiado por su amigo, el fibrado delgado me apretó contra sus abdominales pétreos y noté en la lengua como el conducto bajo su pene se hinchaba bombeando viscosa esperma en mi boca. Me retuvo sin piedad mientras mi boca se llenaba de leche salada, suave y áspera a la vez. Me tragué los dos primeros chorros, el resto los acumulé en la boca y salieron de mi resbalando por el miembro del fibrado.

El gorila desenvainó su falo de mi culo y se arrodilló palmeándome el trasero.

Mira que fuente de leche.

Noté una gruesa lengua de esperma resbalar por debajo de mis cojones y mi polla, que estaba durísima de excitación. El gorila me la cogió por detrás y me la ordeñó a toda pastilla, golpeándome los huevos a la vez con la misma mano. Me metió dos o tres dedos en el culo y con ellos presionó mi próstata, como si supiera de toda la vida donde estaba. Me corrí en un orgasmo mudo que me robó la conciencia. La fuerza me abandonó y caí sobre las colchonetas desfallecido. El fibrado sacó su polla de mi boca y se la limpió en mis mejillas. Olía a semen fresco, cálido y ácido.

Los dos se levantaron, con las rodillas temblando por el esfuerzo. El gorila se sacudió los huevos y la polla, orgulloso y satisfecho.

Que sepas que esto no te quita de ponerme el culo mañana – le dijo al fibrado.

Me dejaron los dos, tirado en soledad en la colchoneta. Por fin pude sentir mi propia respiración. Estaba completamente aturdido por el placer. Me habían violado cuatro tíos pero me daba igual. Se me escapaba un poco la risa, pero pronto algo me la quitó. EL picor y los ardores volvían. Mi culo volvía a escocer.

Joder… - me retorcí.

El semen no te va a quitar los picores – me dijo el maestro, que seguía mirando.

Se acercó a mi con su polla morcillona fuera.

Abre bien el culo.

Se acuclilló fácilmente flexionando sus poderosos muslos y aproximo la polla a la entrada de mi culo.

No te muevas.

Noté en mi culo en pompa agua caliente. Se estaba meando sobre mi. Milagrosamente, el picor desaparecía al contacto con el meado. El alivio era tan grande que me abrí el culo para permitir que llegara más a fondo. El maestro descendió más y presionó el chorro contra mi ano, haciendo que parte de la orina se vertiera en mi interior. El ardor desapareció y me deshice en un gran jadeo.

El maestro me tendió una mano y me ayudó a levantarme.

¿Te ha gustado?

Hijo de puta

Treinta años, fuerte, no compites… - me dijo el maestro-. Alguien como tú solo busca restregarse con machos. Como todos. Has pasado el examen de ingreso, si lo aceptas, puedes venir siempre que quieras.

Las rodillas se me despertaron poco a poco y me sostuve por mi propio pie. Notaba la cadera entumecida y andaba como los vaqueros del oeste. Al llegar al baño, el fibrado estaba duchándose y el gorila sacaba fotos de Julian follándose al bombero, al que había maniatado con unos muelles de hacer ejercicio. La espalda ancha y maciza de Julián evacuaba chorros de sudor hacia la raja de su culo mientras taladraba con violencia al bombero y le insultaba.

  • ¡No, para cabrón! – suplicaba el bombero - ¡Me duele mucho hijoputa! ¡Para!

Julián respondía enculándolo más fuerte. Cuando me vio entrar, detuvo sus acometidas y me preguntó:

  • ¿Quieres acabarlo?

  • No me quedan fuerzas.

  • Déjamelo a mi – le dijo el maestro, que se masajeó el rabo hasta ponérselo duro y penetró al bombero sin ningún miramiento.

Julian se acercó a mi cuando entraba en la ducha y me acarició la espalda.

Me quema la polla – me dijo.

Le miré el rabo, todavía morcillón, enrojecido. Nos pusimos frente a frente y me meé apuntando a su bajo vientre. Julián suspiró aliviado. Me acercó a él y me besó en los labios. Le comí la boca mientras notaba como él relajaba su vejiga entre nuestros vientres. Abrí el agua de la ducha y nos besamos un buen rato bajo la lluvia fresca.

En realidad me ganaste tú.

Miré a Julián sin entender lo que murmuraba. Sentí el flash de la cámara del gorila cuando nos hizo una foto. Luego nos empezamos a vestir. El gorila estaba bien mono con su camisa a cuadros de manga corta y sus tejanos blancos.

Estás buenísimo, cabrón – me dijo -. Espero que vuelvas.

Si, tio, te has portado como un hombre – me dijo el fibrado.

El primer día lo que pasa es que te han de follar todos – aclaró el gorila -. Así sabemos de que pasta estás hecho. ¿Qué dices Julián? ¿No te parece que se lo puede pasar bien aquí?

A mi me gustaría que viniera – confesó Julián.

El maestro, que se secaba desnudo entre nosotros, añadió:

Si, pero tal como lucha el cabrón dudo que podáis ganarle el culo de nuevo. Muy debiluchos os veo a todos. ¿Qué te parece Alberto? ¿Vendrás a tomarte la revancha?

En realidad, a pesar de la puta locura que había sido esa tarde, la posibilidad de mezclar sexo y lucha me excitaba una barbaridad.

¿Repetimos mañana?

¡Así me gusta! – exclamó el gorila.

Nos vestimos y fuimos a tomar unas cervezas. Julián seguía serio como cuando le conocí, pero se las apañaba para no parecer que me aislaba sentándose a mi lado y tocándome de vez en cuando en el brazo o el hombro.

¿Te llevo a algún sitio? – me ofreció Julián cuando nos despedíamos, cerca de su coche, un todo terreno familiar.

Asentí al ver que sus ojos descendieron un momento al bulto que marcaba en mi paquete. Sin saber muy bien que pretendía me subí en su coche. En ocasiones en lugar de tomar el cambio de marchas me agarraba el muslo. Condujo por el paralelo hasta montjuich, y subió con el coche hasta las zonas verdes. Caía la tarde y el sol se había puesto. Aparcó, puso el freno de mano y me dijo que le siguiera.

Salimos del coche y me llevó por un pequeño bosquecillo. Julián empezó a aflojarse el cinturón del pantalón, se detuvo frente al tronco de un grueso pino y se bajó los pantalones y los calzoncillos hasta las rodillas. Abrazó el árbol con sus anchos brazos y se inclinó. Su culo peludo se ofrecía a mi en completa sumisión.

Venga, dame por el culo.

Me abalancé sobre los cachetes de su culo, le comí el ano. Olía a hombre y al jabón de las duchas. Sentí su respiración acelerarse y entrecortarse mientras desde la altura de sus cojonazos veía como abría sus muslos para ofrecerse más a mi. Le cogí sus voluminosos huevos, olían cálidos y estaban suaves. Le lamí el culo y le hundía la nariz en el ano, haciéndole estremecerse de placer.

Ah… Viólame ya

No faltaba mucho para complacerle, mi rabo se había despertado y humedecía mis calzoncillos. Le dejé el culo rebosante de saliva y me bajé los pantalones. Ya tenía el rabo enhiesto y babeante. Cuando notó como buscaba su culo con la punta, Julián suspiró excitado. Tensé los glúteos para penetrarle y el aro cedió fácilmente, abrazando mi glande con fuerza. Julián gimió. Al ver que no se quejaba demasiado le largué todo el rabo hasta el fondo.

Aghh – se quejó Julián – Cabrón

Empecé a follarle poco a poco, aumentando el ritmo con el tiempo. Mis cojones estaban sueltos después de tanto polvo y chocaban contra el saco testicular de Julián, haciendo ruido cada vez que le embestía. Follamos tranquilamente. Julián cerró los ojos, abrazado contra el tronco del árbol, y disfrutó de la follada. Yo notaba como el semen iba acumulándose dentro de mi y no hice ningún esfuerzo para retenerlo. Vi como un par de tíos cerca de allí nos miraban y se tocaban las pollas. Aceleré el ritmo llevado por la excitación. "Ya me corro", le dije. Julián abrió más el culo y se masturbó furiosamente mientras yo recorría el último tramo de la follada a toda pastilla. En el último instante perdí el control de mis caderas y me clavé hasta el fondo en Julián, donde bombeé mi semilla entre gruñidos. A la vez, Julián se corrió cerrando rítmicamente su culo sobre mi falo.

Joder, que corrida has echado cabrón – me dijo Julián.

En cuanto nos recuperamos, Julián recuperó la compostura mientras gotas de semen caían de su culo peludo. Miré el árbol y vi varios chorros de semen blanco refulgente contra la corteza del árbol. Julián me dio un cachete en el culo y nos fuimos para su coche. Nos despedimos con un beso delante de mi edificio.

Dos días después le vi por casualidad delante de una escuela. Le iba a saludar cuando le vi recoger a dos niñas pequeñas de unos diez años y llevarlas al mismo coche donde me había besado. No sé por qué me sentí terriblemente traicionado. Me pasaba las noches recordando la sensación de tenerle en mi interior, vivo y violento, y el calor de su esperma preñándome. De repente, tenía muchas ganas de volver al gimnasio y encontrarme con él.