El gaucho nicanor 2

Sigue el relato del hombre viejo....

EL GAUCHO NICANOR 2

Así fue que el gaucho Nicanor empezó a relatarle al señor juez, algunas de sus peripecias en aquella frontera lejana e inhóspita, pero como después comprobaría, no fueron días tan desafortunados.

“Recuerdo que llegue a la frontera y hacía un calor de los mil demonios. Solo se veían algunos caballos flacos y algunos teros que revoloteaban en el silencio aterrador de aquella amplia desolación. Éramos un puñado de gauchos, algunos mas rotosos que otros.

El fortín tenía algunas cabañas hechas de paja y barro. Allí nos recibió el Sargento Cruz, un hombre fortachón de mirada tranquila y voz grave. Nos ordenó desmontar y nos fue mirando de a uno. Después nos ordenó a cada uno ir para uno de esos ranchos. A mi me mandó ir a lo que sería la cocina.

__Aquí vas a estar a mi mando__ me dijo el Sargento.

__Como diga don

__¿Don?, ¡gaucho matrero!¡te via a dar don!__ me dijo en un tono bastante elevado__¡Señor! ¿Entendiste?__ preguntó

__Sí señor_ le respondí

__Así está mejor

Después de aquella presentación, al correr de los días el Sargento Cruz me levantaba al amanecer, de allí nos íbamos, luego de unos amargos y un poco de pan, a vigilar la frontera. Cabalgábamos unas leguas y un par de horas luego volvíamos sin ver un solo indio.

En el fortín me iba a pelar unas papas y todo lo que ordenaba el Sargento, después había que mantener el orden y la limpieza de toda aquella cuadra.

La noche llegaba y la verdad que estaba bastante agotado. Me tiraba en el catre y la oscuridad lo invadía todo. El silencio era brutal. Por allí  se escuchaban los bufidos y los cascos de los caballos, algunos grillos, después nada. El Sargento Cruz venía siempre mas tarde, la vela encendida era apagada con el. Generalmente yo estaba pitando un chala, algo que teníamos que regular porque siempre estaba en falta, hasta que llegaba el turco mercachifle para reponer las mercaderías.

Los días pasaban y la soledad en la frontera se hacía cada vez más pesada. Una noche de esas el  Sargento Cruz como todas las noches llegó después que estaba tirado en el catre. Estaba pitando y ya estaba largando las últimas bocanadas de humo. La vela alumbraba apenas lo que rodeaba a mi catre, es por eso que cuando sentí la mano sobre mi verga no entendí al principio.

__¡Ah! Nicanor, conozco lo de la soledad en estos lados!__diciendo esto el Sargento Cruz me acariciaba la pija y los huevos que se iban levantando. A mi nunca me había tocado un varón, pero lo deje hacer. La soledad me agobiaba y la extrañaba a la Matilda a horrores.

La mano de Cruz se había ya apropiado de mi mástil y acariciaba mis bolas duras. __Voy a aliviarte Nicanor __ dijo el hombre y ya mi chiripa había volado. Estaba desnudo a merced de las caricias perversas de aquel hombre del desierto. Sentía sus caricias y empecé a gemir como si aquellas manos fueran las de una diosa del sexo. Luego sentí la lengua tocar mi pene, ya estaba estirado al máximo. Era una roca. Las manos del Sargento ahora llegaban a acariciar mis tetillas. El Sargento se trago mi espada. Sentí la saliva bañando mi verga. Escuchaba el ruido al tragar del hombre. Me enloquecía. Luego atrapó mis huevos. Los lamió y luego se los tragó. Apenas divisaba el rostro de Cruz, pero sus facciones dibujaban éxtasis y placer. Se notaba que le gustaba lo que hacía. A mi también. Sentía que me vaciaría en cualquier momento. La leche fue saliendo de mi vara y la boca del Sargento nunca se retiró de la fuente. Largué mi guasca en su boca, luego de un largo alarido de gozo. Quedé en blanco, casi al borde del desmayo. El placer fue supremo. La vela se había consumido  y no se veía nada. El silencio avanzó y me quede dormido sin más.

Al otro día el Sargento Cruz me trató como si nada hubiese ocurrido la noche anterior. Por supuesto que no esperaba que se notará su accionar o su complacencia, pero bueno, me dediqué a esperar que pasaba.

Unos días más tarde, me anuncia que deberíamos partir campo adentro hasta lo de Dominga, quien lo había solicitado en forma urgente.

__Esa es mi casa, allí vivo hace años con está mujer__ me dijo el sargento a modo de complicidad, al menos lo sentí así.

Partimos entonces una mañana bien temprano, exponiéndonos a los peligros del desierto. Avanzamos durante gran parte del día. Por fin llegamos a su casa. Bajamos de los caballos y me fue ordenado refrescarme.

__Anda por allí, hay un pequeño riacho bajo aquellos árboles, hace tranquilo

__Sí Sargento__ dije yo y me fui.

Al rato vuelvo mirando para todos lados. Fresco y rozagante, cuando estoy entrando a la galería, miro y veo al Sargento acariciando de atrás a Dominga una negra despampanante y aún joven. Las tetas de la mujer eran aplastadas por las manazas inquietas de Cruz. Ella se sonreía y no trataba de zafarse, al contrario, lo estaba pasando bien.

La pollera larga de la mujer fue levantada y las manos ahora se dirigieron hacia el trasero, que apenas podía ver. Dominga gemía y rozaba con sus carnes al Sargento.

__¡Voy a entrar por allí! ¿Quieres?__ le susurró al oído Cruz que estaba ardiendo como yo.

__¡Que puerco, mi Sargento!__dijo ella satisfecha.

La herramienta del Sargento había salido del pantalón. La pasaba por las nalgas de la mujer que suspiraba resollando como perra en celo.

__¡Ay! ¡Despacio, papi, despacio!__ dijo ella mientras el Sargento ya entraba en sus carnes. Profundamente. Ella empujaba hacia atrás, clavando la estaca en su culo. La cara de Dominga era un festín. El Sargento gruñía mientras le mordía el cuello. Ella se aferraba a la cocina a leñas, se prendía y sus pies se alzaban para favorecer la penetración. Yo no me movía del lugar, incluso podrían haberme visto o tal vez ya sabían que estaría ahí, en ese lugar, con mi verga parada al máximo.

Bufando y puteando al aire el Sargento Cruz llenó el agujerito hambriento de Dominga. El hombre quedó quieto, pegado a ella en los primeros momentos, recuperando el aire. Buscando volver a la realidad. Luego vi la chorreante verga salir viscosa y mojada, casi durmiéndose, pero con un porte que no había imaginado. Desaparecí de donde estaba y aparecí luego por otra puerta. Allí Cruz me presentó a Dominga y luego comimos frugalmente hasta agotarnos.

Una vez realizado todo esto nos fuimos afuera a pitar unos chalas, mientras Dominga nos acomodaba los catres.

__¡Cuantas estrellas, Nicanor__

__Sí mi Sargento.

__Es enorme este desierto…ya van pa´cuatro años que ando por estos rumbos

__¿Usted no es de aquí?

__No soy de Puente Salido, mas al sur…ya ni recuerdo como era mi pueblito

__¿Tiene mujer?

__Ya ni me acuerdo…tuve, si tuve

__Y digo, puedo preguntar mi Sargento

__Pregunte pués

__Nunca pensó en lanzarse, en huir, en irse

__¿Y porqué te crees que soy Sargento?

__No me diga

__Sí te digo Nicanor, me encontraron, me estaquearon y otras cosas y bueno aquí estoy

__¿Y la Dominga?

__La Dominga es una ricura de muchacha. No tenemos compromiso, cada uno vive como quiere y como puede__ así me planteó su relación y un poco de su vida este Sargento Cruz. La luna estaba enorme y blanca. Nos fuimos a dormir.

Me habían preparado una hermosa y amplia cama. Hacia tanto que no dormía en una de esas. Me quité la ropa por completo y me tire a dormir.

No sé que hora era, pero sentí una lengua ardiendo en mi canal. Mis nalgas estaban abiertas y el fuego las arrasaba. La saliva corría por mi entrada trasera y la fiebre se apoderó de mi. No podía razonar. Mi verga saltaba hacia delante chocando con la cama.

__¡Ahhhhh! ¡Nicanor!¿Que linda entrada tienes, ahhhh, un agujero apretado!¡Me gusta!__ yo solo sudaba y gemía, no sabiendo si huía o me quedaba con aquellas caricias que se estaban apropiando de mi interior. Algo se metió dentro mío. Era un dedo del Sargento. Exploté en gemidos. Me retorcí sintiendo que me arañaban el interior, quise quedarme ensartado. Con otra mano  Cruz tomó mi verga. La movió para adelante y para atrás. De pronto una boca  la mordió suave. Mientras mi anillo era profanado y  ahora otro dedo entraba en mi. La boca golosa de Dominga había atrapado mi pedazo y lo saboreaba sin descanso. El Sargento me mordía la oreja y yo era todo fiebre y calentura.

__¡Veo que te gustan las caricias!

__¡Ahhhhhhh! ¡Ahhhhhhh!__ mis gemidos retumbaban en la habitación que se estaba convirtiendo en el antro de los placeres demoníacos. Algo nunca pensado por mi. Me sentía tan bien con lo que sucedía en aquella madruga de verano que no quería que terminara. Cruz me giró y me colocó en cuatro patas. Untó algo en mi anillo. Nunca supe ni me importó, al rato estaba empujando con su cabezota en mi entrada feroz. Me empujaba y sentí que la carne se me desgarraba. El dolor no duró demasiado. El hombre siguió avanzando, mientras Dominga, seguía colgada a mis bolas y a mi verga. Sus dientes mordisqueaban mi pija y ella gemía. Mi culo fue penetrado por completo y el Sargento se movía tomándome de las caderas. Yo estaba entregado totalmente a aquella verga que me llenaba el ojete.

__¡Ah!¡Nicanor, que lindo culito tienes!

__Sí cojamelo Sargento, cojamelo

__Dominga chupale su pija

__Es lo que hago Cruz__ decía la mujer negra.

Los huevos del Sargento me golpeaban las nalgas y yo me sentía completo. A punto de lanzar mi leche por todas partes o en la boca de Dominga si estaba dispuesta. Me di cuenta que estaba gozando como hacía un tiempo que no tenía ese gozo. El placer inundaba mi cuerpo. Lo llenaba todo. Me sentía a la vez desconocido. Era como ser otra persona. Como un nuevo nacimiento. Había descubierto un mundo nuevo.

Empecé a sentir que el Sargento Cruz se estaba descargando en mi anillo y el líquido empujaba en mi interior. Sentía que caía por mis piernas mientras el Sargento caía sobre mi espalda. Apretándose un poco más contra mi y mordía fuertemente mi cuello. Un rato después el Sargento salió con su pija desfalleciente y húmeda. Quede acostado hacia arriba y su boca no tardo en recorrerme palmo a palmo hasta llegar a mi vara erecta. Su boca la tragó. Ahora junto con Dominga. La compartían y mis gemidos eran el único sonido que se escuchaba en el desierto de la Pampa brava.

Dominga se fue sentando en mi verga dura como granito. Su conchita sabrosa fue tragando el mástil, en tanto el Sargento Cruz me besaba en la boca y pasaba su lengua por mis labios ardientes y nos lamíamos sin vergüenza, totalmente entregados mi leche brotó rápidamente de mi pija que lanzó ríos de semen, en tanto Dominga se arqueaba jadeando como una gata incendiada.

Quedamos los tres tirados. De un lado la mujer y del  otro el Sargento. El amanecer se empezaba a ver a través de las ventanas.”

__¡Oh! Mira como me pusiste!__ dijo el señor juez mostrando su verga alzada mirando el techo. La verga del gaucho Nicanor también estaba empinada. Aprovechó eso el señor juez y se acercó con su cara. La paso por la pija alta del gaucho. Luego la boca del señor juez la comió de a poco. Despacio. Sin apuro. Fue tragándola centímetro a centímetro. Con la lengua jugueteaba con ella. Le daba caricias al glande que estaba morado y bien duro. Le pasaba la molusca baba por el mástil. La saliva lo iba bañando. Las bolas se deglutían también. Los gemidos del gaucho Nicanor invadían la sala. Luego el señor juez se dio vuelta.

__¡Chupame!¡Pásame la lengua!__ decía esto mientras se abría los canales con ambas manos, dejando ver un agujero tentador y limpio. Nicanor se lanzó al objeto. Con la lengua lo toco apenas y sintió como se estremecía el hombre. Chupo y chupo. Lo besó,. lo fue llenando de agua con la boca. Los suspiros del hombre  iban aumentando.

__¡Ahhhhhhh!¡Clávame, hazlo, dame tu pija!__pedía el señor juez

El gaucho Nicanor se colocó detrás del hombre. Acostado así como estaba acercó su estilete y toco la entrada. Presiono. Presiono. Y la cabeza de su tronco se fue perdiendo en las profundidades. El hombre se retorcía y pedía mas y mas. La verga entró hasta el fondo y era el hombre quien se hamacaba adentrándose la herramienta. Jugando con ella. Los huevos de Nicanor golpeaban las durezas del señor juez. Se detenían. Lentamente volvían a moverse. Los dientes afilados del gaucho se clavaban en los hombros del señor Juez. Las manos del gaucho tomaron la verga del señor juez. Los dos se movían y movían, agitadamente, salvajemente y entre gemidos, palabrotas se dejaron ir. Llenando de leche sábanas, túneles y manos por doquier.

Los cuerpos agotados desfalleciendo. Adormilándose. Continuaban pegados. Desarmados y colmados. El silencio lo cubrió todo.-

EL GAUCHO NICANOR 2

Así fue que el gaucho Nicanor empezó a relatarle al señor juez, algunas de sus peripecias en aquella frontera lejana e inhóspita, pero como después comprobaría, no fueron días tan desafortunados.

“Recuerdo que llegue a la frontera y hacía un calor de los mil demonios. Solo se veían algunos caballos flacos y algunos teros que revoloteaban en el silencio aterrador de aquella amplia desolación. Éramos un puñado de gauchos, algunos mas rotosos que otros.

El fortín tenía algunas cabañas hechas de paja y barro. Allí nos recibió el Sargento Cruz, un hombre fortachón de mirada tranquila y voz grave. Nos ordenó desmontar y nos fue mirando de a uno. Después nos ordenó a cada uno ir para uno de esos ranchos. A mi me mandó ir a lo que sería la cocina.

__Aquí vas a estar a mi mando__ me dijo el Sargento.

__Como diga don

__¿Don?, ¡gaucho matrero!¡te via a dar don!__ me dijo en un tono bastante elevado__¡Señor! ¿Entendiste?__ preguntó

__Sí señor_ le respondí

__Así está mejor

Después de aquella presentación, al correr de los días el Sargento Cruz me levantaba al amanecer, de allí nos íbamos, luego de unos amargos y un poco de pan, a vigilar la frontera. Cabalgábamos unas leguas y un par de horas luego volvíamos sin ver un solo indio.

En el fortín me iba a pelar unas papas y todo lo que ordenaba el Sargento, después había que mantener el orden y la limpieza de toda aquella cuadra.

La noche llegaba y la verdad que estaba bastante agotado. Me tiraba en el catre y la oscuridad lo invadía todo. El silencio era brutal. Por allí  se escuchaban los bufidos y los cascos de los caballos, algunos grillos, después nada. El Sargento Cruz venía siempre mas tarde, la vela encendida era apagada con el. Generalmente yo estaba pitando un chala, algo que teníamos que regular porque siempre estaba en falta, hasta que llegaba el turco mercachifle para reponer las mercaderías.

Los días pasaban y la soledad en la frontera se hacía cada vez más pesada. Una noche de esas el  Sargento Cruz como todas las noches llegó después que estaba tirado en el catre. Estaba pitando y ya estaba largando las últimas bocanadas de humo. La vela alumbraba apenas lo que rodeaba a mi catre, es por eso que cuando sentí la mano sobre mi verga no entendí al principio.

__¡Ah! Nicanor, conozco lo de la soledad en estos lados!__diciendo esto el Sargento Cruz me acariciaba la pija y los huevos que se iban levantando. A mi nunca me había tocado un varón, pero lo deje hacer. La soledad me agobiaba y la extrañaba a la Matilda a horrores.

La mano de Cruz se había ya apropiado de mi mástil y acariciaba mis bolas duras. __Voy a aliviarte Nicanor __ dijo el hombre y ya mi chiripa había volado. Estaba desnudo a merced de las caricias perversas de aquel hombre del desierto. Sentía sus caricias y empecé a gemir como si aquellas manos fueran las de una diosa del sexo. Luego sentí la lengua tocar mi pene, ya estaba estirado al máximo. Era una roca. Las manos del Sargento ahora llegaban a acariciar mis tetillas. El Sargento se trago mi espada. Sentí la saliva bañando mi verga. Escuchaba el ruido al tragar del hombre. Me enloquecía. Luego atrapó mis huevos. Los lamió y luego se los tragó. Apenas divisaba el rostro de Cruz, pero sus facciones dibujaban éxtasis y placer. Se notaba que le gustaba lo que hacía. A mi también. Sentía que me vaciaría en cualquier momento. La leche fue saliendo de mi vara y la boca del Sargento nunca se retiró de la fuente. Largué mi guasca en su boca, luego de un largo alarido de gozo. Quedé en blanco, casi al borde del desmayo. El placer fue supremo. La vela se había consumido  y no se veía nada. El silencio avanzó y me quede dormido sin más.

Al otro día el Sargento Cruz me trató como si nada hubiese ocurrido la noche anterior. Por supuesto que no esperaba que se notará su accionar o su complacencia, pero bueno, me dediqué a esperar que pasaba.

Unos días más tarde, me anuncia que deberíamos partir campo adentro hasta lo de Dominga, quien lo había solicitado en forma urgente.

__Esa es mi casa, allí vivo hace años con está mujer__ me dijo el sargento a modo de complicidad, al menos lo sentí así.

Partimos entonces una mañana bien temprano, exponiéndonos a los peligros del desierto. Avanzamos durante gran parte del día. Por fin llegamos a su casa. Bajamos de los caballos y me fue ordenado refrescarme.

__Anda por allí, hay un pequeño riacho bajo aquellos árboles, hace tranquilo

__Sí Sargento__ dije yo y me fui.

Al rato vuelvo mirando para todos lados. Fresco y rozagante, cuando estoy entrando a la galería, miro y veo al Sargento acariciando de atrás a Dominga una negra despampanante y aún joven. Las tetas de la mujer eran aplastadas por las manazas inquietas de Cruz. Ella se sonreía y no trataba de zafarse, al contrario, lo estaba pasando bien.

La pollera larga de la mujer fue levantada y las manos ahora se dirigieron hacia el trasero, que apenas podía ver. Dominga gemía y rozaba con sus carnes al Sargento.

__¡Voy a entrar por allí! ¿Quieres?__ le susurró al oído Cruz que estaba ardiendo como yo.

__¡Que puerco, mi Sargento!__dijo ella satisfecha.

La herramienta del Sargento había salido del pantalón. La pasaba por las nalgas de la mujer que suspiraba resollando como perra en celo.

__¡Ay! ¡Despacio, papi, despacio!__ dijo ella mientras el Sargento ya entraba en sus carnes. Profundamente. Ella empujaba hacia atrás, clavando la estaca en su culo. La cara de Dominga era un festín. El Sargento gruñía mientras le mordía el cuello. Ella se aferraba a la cocina a leñas, se prendía y sus pies se alzaban para favorecer la penetración. Yo no me movía del lugar, incluso podrían haberme visto o tal vez ya sabían que estaría ahí, en ese lugar, con mi verga parada al máximo.

Bufando y puteando al aire el Sargento Cruz llenó el agujerito hambriento de Dominga. El hombre quedó quieto, pegado a ella en los primeros momentos, recuperando el aire. Buscando volver a la realidad. Luego vi la chorreante verga salir viscosa y mojada, casi durmiéndose, pero con un porte que no había imaginado. Desaparecí de donde estaba y aparecí luego por otra puerta. Allí Cruz me presentó a Dominga y luego comimos frugalmente hasta agotarnos.

Una vez realizado todo esto nos fuimos afuera a pitar unos chalas, mientras Dominga nos acomodaba los catres.

__¡Cuantas estrellas, Nicanor__

__Sí mi Sargento.

__Es enorme este desierto…ya van pa´cuatro años que ando por estos rumbos

__¿Usted no es de aquí?

__No soy de Puente Salido, mas al sur…ya ni recuerdo como era mi pueblito

__¿Tiene mujer?

__Ya ni me acuerdo…tuve, si tuve

__Y digo, puedo preguntar mi Sargento

__Pregunte pués

__Nunca pensó en lanzarse, en huir, en irse

__¿Y porqué te crees que soy Sargento?

__No me diga

__Sí te digo Nicanor, me encontraron, me estaquearon y otras cosas y bueno aquí estoy

__¿Y la Dominga?

__La Dominga es una ricura de muchacha. No tenemos compromiso, cada uno vive como quiere y como puede__ así me planteó su relación y un poco de su vida este Sargento Cruz. La luna estaba enorme y blanca. Nos fuimos a dormir.

Me habían preparado una hermosa y amplia cama. Hacia tanto que no dormía en una de esas. Me quité la ropa por completo y me tire a dormir.

No sé que hora era, pero sentí una lengua ardiendo en mi canal. Mis nalgas estaban abiertas y el fuego las arrasaba. La saliva corría por mi entrada trasera y la fiebre se apoderó de mi. No podía razonar. Mi verga saltaba hacia delante chocando con la cama.

__¡Ahhhhh! ¡Nicanor!¿Que linda entrada tienes, ahhhh, un agujero apretado!¡Me gusta!__ yo solo sudaba y gemía, no sabiendo si huía o me quedaba con aquellas caricias que se estaban apropiando de mi interior. Algo se metió dentro mío. Era un dedo del Sargento. Exploté en gemidos. Me retorcí sintiendo que me arañaban el interior, quise quedarme ensartado. Con otra mano  Cruz tomó mi verga. La movió para adelante y para atrás. De pronto una boca  la mordió suave. Mientras mi anillo era profanado y  ahora otro dedo entraba en mi. La boca golosa de Dominga había atrapado mi pedazo y lo saboreaba sin descanso. El Sargento me mordía la oreja y yo era todo fiebre y calentura.

__¡Veo que te gustan las caricias!

__¡Ahhhhhhh! ¡Ahhhhhhh!__ mis gemidos retumbaban en la habitación que se estaba convirtiendo en el antro de los placeres demoníacos. Algo nunca pensado por mi. Me sentía tan bien con lo que sucedía en aquella madruga de verano que no quería que terminara. Cruz me giró y me colocó en cuatro patas. Untó algo en mi anillo. Nunca supe ni me importó, al rato estaba empujando con su cabezota en mi entrada feroz. Me empujaba y sentí que la carne se me desgarraba. El dolor no duró demasiado. El hombre siguió avanzando, mientras Dominga, seguía colgada a mis bolas y a mi verga. Sus dientes mordisqueaban mi pija y ella gemía. Mi culo fue penetrado por completo y el Sargento se movía tomándome de las caderas. Yo estaba entregado totalmente a aquella verga que me llenaba el ojete.

__¡Ah!¡Nicanor, que lindo culito tienes!

__Sí cojamelo Sargento, cojamelo

__Dominga chupale su pija

__Es lo que hago Cruz__ decía la mujer negra.

Los huevos del Sargento me golpeaban las nalgas y yo me sentía completo. A punto de lanzar mi leche por todas partes o en la boca de Dominga si estaba dispuesta. Me di cuenta que estaba gozando como hacía un tiempo que no tenía ese gozo. El placer inundaba mi cuerpo. Lo llenaba todo. Me sentía a la vez desconocido. Era como ser otra persona. Como un nuevo nacimiento. Había descubierto un mundo nuevo.

Empecé a sentir que el Sargento Cruz se estaba descargando en mi anillo y el líquido empujaba en mi interior. Sentía que caía por mis piernas mientras el Sargento caía sobre mi espalda. Apretándose un poco más contra mi y mordía fuertemente mi cuello. Un rato después el Sargento salió con su pija desfalleciente y húmeda. Quede acostado hacia arriba y su boca no tardo en recorrerme palmo a palmo hasta llegar a mi vara erecta. Su boca la tragó. Ahora junto con Dominga. La compartían y mis gemidos eran el único sonido que se escuchaba en el desierto de la Pampa brava.

Dominga se fue sentando en mi verga dura como granito. Su conchita sabrosa fue tragando el mástil, en tanto el Sargento Cruz me besaba en la boca y pasaba su lengua por mis labios ardientes y nos lamíamos sin vergüenza, totalmente entregados mi leche brotó rápidamente de mi pija que lanzó ríos de semen, en tanto Dominga se arqueaba jadeando como una gata incendiada.

Quedamos los tres tirados. De un lado la mujer y del  otro el Sargento. El amanecer se empezaba a ver a través de las ventanas.”

__¡Oh! Mira como me pusiste!__ dijo el señor juez mostrando su verga alzada mirando el techo. La verga del gaucho Nicanor también estaba empinada. Aprovechó eso el señor juez y se acercó con su cara. La paso por la pija alta del gaucho. Luego la boca del señor juez la comió de a poco. Despacio. Sin apuro. Fue tragándola centímetro a centímetro. Con la lengua jugueteaba con ella. Le daba caricias al glande que estaba morado y bien duro. Le pasaba la molusca baba por el mástil. La saliva lo iba bañando. Las bolas se deglutían también. Los gemidos del gaucho Nicanor invadían la sala. Luego el señor juez se dio vuelta.

__¡Chupame!¡Pásame la lengua!__ decía esto mientras se abría los canales con ambas manos, dejando ver un agujero tentador y limpio. Nicanor se lanzó al objeto. Con la lengua lo toco apenas y sintió como se estremecía el hombre. Chupo y chupo. Lo besó,. lo fue llenando de agua con la boca. Los suspiros del hombre  iban aumentando.

__¡Ahhhhhhh!¡Clávame, hazlo, dame tu pija!__pedía el señor juez

El gaucho Nicanor se colocó detrás del hombre. Acostado así como estaba acercó su estilete y toco la entrada. Presiono. Presiono. Y la cabeza de su tronco se fue perdiendo en las profundidades. El hombre se retorcía y pedía mas y mas. La verga entró hasta el fondo y era el hombre quien se hamacaba adentrándose la herramienta. Jugando con ella. Los huevos de Nicanor golpeaban las durezas del señor juez. Se detenían. Lentamente volvían a moverse. Los dientes afilados del gaucho se clavaban en los hombros del señor Juez. Las manos del gaucho tomaron la verga del señor juez. Los dos se movían y movían, agitadamente, salvajemente y entre gemidos, palabrotas se dejaron ir. Llenando de leche sábanas, túneles y manos por doquier.

Los cuerpos agotados desfalleciendo. Adormilándose. Continuaban pegados. Desarmados y colmados. El silencio lo cubrió todo.-