El gato y el ratón
Un pequeño relato de Halloween.
La noche era fresca y oscura. La lluvia había caído toda la tarde y el césped húmedo mojaba la puntera de sus botas. Lady Godiva trotaba a su lado, tan rápido como lo permitían sus cortas patas, olisqueando aquí y allá y tirando obstinadamente de la correa extensible.
Eve vestía un escueto corpiño de cuero, una fina chaqueta sin abotonar que dejaban ver una buena porción de la pálida piel de su escote y una minifalda del mismo material, fino y flexible, que se adaptaba a su culo y sus muslos como una segunda piel.
Le encantaba exhibir su cuerpo. No era muy alta pero lo compensaba con los altos tacones que solía usar y sus pechos grandes, su culo prieto y respingón y su piel pálida y suave volvían loco a cualquier hombre.
Con una sonrisa giró a la derecha y se internó en la parte más oscura del parque. Los frondosos árboles impedían aun más el paso de la ya de por sí escasa luz, haciendo que la penumbra se hiciese más intensa. Eve tiró de la correa de Lady Godiva y se internó aun más, ignorando el gañido del yorkshire.
Entre las sombras pudo distinguir un pequeño sendero y lo siguió haciendo el paso más tranquilo y lento, disfrutando de la oscuridad y de los pequeños ruidos que hacían las criaturas de la noche. Cuando se dio cuenta se había alejado casi doscientos metros del sendero principal.
A su derecha una rama crujió, Lady Godiva se giró e irguió las orejas. Eve se paró, tensa, abriendo sus ojos grandes y oscuros, intentando penetrar la densa oscuridad. El ruido cesó y Eve tiró de la correa acelerando el paso y echando fugaces miradas hacia atrás.
Otro nuevo ruido la hizo detenerse y volverse:
—Hola, ¿Hay alguien ahí? —preguntó Eve con voz temblorosa— tengo un perro...
Se volvió dispuesta a dirigirse de nuevo al camino principal, pero su cuello se topó con el filo de una navaja. Intentó ver la cara de su agresor, pero este, con un gesto rápido, la cogió por el brazo, le dio la vuelta y le volvió a poner el cuchillo en el cuello.
Eve camufló su satisfacción con un suspiro y se dejó empujar contra la corteza de un arce mientras Lady Godiva ladraba y mordía la pantorrilla de su agresor.
—Maldito bicho. —dijo el agresor dando una patada a la perra para deshacerse de ella.
—Por favor no nos haga daño. —dijo Eve sintiendo como el calor que emanaba aquel hombre calentaba su cuerpo.
—Si te portas bien, putita, no os pasará nada. —Dijo el hombre apretándose contra su menudo cuerpo.
Eve sintió como la mano libre de su agresor tanteaba su cuerpo, acariciaba su espalda, subía por ella y tiraba de su pelo corto para girar su cabeza y darle un largo lametón que iba desde el cuello, por su mandíbula, hasta el canto del ojo.
Eve tembló fingiendo repugnancia, mientras disfrutaba de la saliva cálida de su agresor y percibía el apresurado latir de su corazón.
Olvidándose de la navaja y confiando en su mayor envergadura el hombre le levantó apresuradamente la falda dejando a la vista dos jugosos cachetes, redondos y blancos como la luna llena, recorridos por finas venas azuladas como las vetas del alabastro. El hombre soltó una exclamación de sorpresa y amasó con avaricia el culo de Eve, que se limitó a volver a suplicar que no le hiciese daño mientras hincaba sus dientes en la corteza para no mostrar su excitación.
Con dos tirones le arrancó el tanga. Eve gritó y cerró los muslos en un gesto defensivo consiguiendo excitar al violador aun más.
—No querrás que te haga daño, ¿Verdad princesa?—le preguntó el agresor apretando la navaja contra el fino cuello de Eve.
—No, por favor. —le suplicó ella soltando un par de lágrimas de cocodrilo.
Un nuevo apretón en su cuello le obligó a separar ligeramente las piernas. Con unos suaves cachetes en los muslos el hombre le obligó a abrirlas aun más. Inmediatamente sintió que dos dedos cálidos y nudosos se introducían entre ellas explorando y penetrando en su sexo.
—Estás fría, zorra. —dijo el hombre mientras Eve temblaba de la cabeza a los pies— pero tranquila que yo te calentaré...
Con todo su cuerpo temblando de deseo, Eve recibió el miembro duro y ardiente de su agresor en su coño. La joven se agarró a la corteza del arce mientras el desconocido la penetraba con violentos empujones que hacían que sus pies se separasen unos centímetros del suelo.
El hombre rodeó su cintura con las manos y las cerró sobre sus pechos. Eve sintió como un delicioso calor invadía su vagina e irradiaba calentando poco a poco su cuerpo. Mordiéndose el labio ahogó los gemidos de placer, estrangulándolos y haciendo que pareciera que el dolor y el horror la dominaban.
De un tirón el delincuente bajó el escote del corpiño liberando unos pechos grandes con unos pezones gruesos y tiesos. Sin dejar de follarla, el agresor retorció y pellizcó sus pezones hasta hacerla aullar de dolor.
Riendo como un loco mordisqueó y lamió su nuca, empujando cada vez con más fuerza, incansable.
—Te empieza a gustar ¿Eh? Sois todas unas zorras. —dijo él al ver que Eve dejaba de temblar y comenzaba a gemir quedamente.
El hombre agarró el cuello de Eve de nuevo, apretando un poco más, haciendo que su placer se intensificase. Sus gemidos se volvieron más roncos, pero sin duda eran de placer.
Sorprendiéndole Eve se separó y se dio la vuelta. Aun apoyada en el árbol levantó los brazos por encima de su cabeza y con una sonrisa lasciva lució su cuerpo voluptuoso, sus pechos redondos y tiesos, sus piernas realzadas por los tacones y su piel pálida y lisa como el alabastro, sin una sombra de vello en el pubis.
Su agresor era un tipo alto y desgarbado que vestía un gabán oscuro y de aspecto bastante raído. Por el cuello del gabán asomaba la capucha oscura de una sudadera que mantenía su rostro en las tinieblas. Lo único que se veía claramente era su polla grande y tiesa, ligeramente curvada hacia un lado, asomando de la bragueta de unos vaqueros sucios y gastados. Percibió sin dificultad como el hombre tragaba saliva, incluso desde debajo de la capucha de la sudadera, observando su cuerpo con ojos avariciosos. Eve bajó sus brazos y con sus uñas negras y largas se recorrió los pechos, los pezones y el pubis con una sonrisa malévola.
El hombre se acercó y levantándole una pierna le metió la polla hasta el fondo. Eve sintió el pubis de él chocando violentamente contra el suyo cada vez que el miembro de su agresor entraba con un golpe seco.
—Cabrón... hijo de puta. No eres más que un cerdo salido. —dijo ella con despreció entre gemidos.
Los gemidos y los insultos azuzaron al hombre que aceleró sus empeñones. Eve rodeó su cintura con las piernas y se apretó contra su cuerpo ávida de su calor...
Notó como la sangre corría aun más apresurada y turbulenta por las venas de aquel hombre. Sabía que estaba a punto de estallar. No podía demorarlo más.
Él estaba tan excitado que apenas se dio cuenta cuando Eve le quitó la capucha y comenzó a recorrer su cuello con la lengua. Rápidamente encontró la zona donde la sangre corría más cálida y superficial.
El agresor no aguantó más y estirando el cuello se corrió en el interior de Eve, llenándola con su calor poniéndole al borde del clímax. En ese momento ella clavó sus afilados colmillos en el cuello de su agresor. La sangre corrió, turbulenta y deliciosa, por la ávida garganta de Eve desencadenando una tormenta de sensaciones.
El violador tardó unos segundos en darse cuenta. Intentó liberarse, pero Eve estaba agarrada con una fuerza sorprendente para su tamaño y el hombre no podía librarse.
Eve sintió como el calor invadía su cuerpo, hasta la última de sus células y sus sentidos despertaban de golpe con el monumental orgasmo mientras los intentos del desconocido por liberarse se hacían cada vez más débiles hasta que caía al suelo con ella encima.
Cuando el hombre perdió el conocimiento se separó un instante, recuperándose de la avalancha de sensaciones y dejando que la herida del cuello formase un pequeño charco de sangre que Lady Godiva comenzó a lamer con fruición mientras meneaba alegremente el rabo.
Eve se volvió a inclinar sobre el cuello de la víctima y bebió hasta que el corazón del agresor dejó de latir. Con un suspiro se incorporó sintiéndose viva de nuevo. Se colocó la ropa apresuradamente. Sabía que el calor comenzaba a disiparse en su cuerpo desde ese mismo instante y en pocas horas volvería a ser el témpano insensible que había sido hacía unos minutos.
Tenía escasas horas para disfrutar de la vida que había arrebatado. Antes de irse cogió la navaja de su agresor y le hizo un corte que camuflaba las heridas producidas por sus colmillos y continuaba para abarcar toda la parte frontal del cuello. A continuación sacó la lengua por el corte, haciendo una bonita corbata colombiana. Otro trato de drogas que había salido mal. Últimamente los narcos centroamericanos estaban muy picajosos —pensó Eve con una sonrisa cruel.
Seguida por la yorkshire Eve se alejó de su víctima guardando la navaja para tirarla en una alcantarilla antes de aprovechar la vida que acababa de robar. Volver a tocar, a sentir, a saborear...