El Gang bang de D. Pascasio
D. Pascasi sufre un sincope en medio de una orgía en la que participan un perro, su criada , un petimetre y su nieto
Gang bang de D. Pascasio
Había heredado la mayor parte de la fortuna, en vida aún de mi abuelo, por tanto, mis progenitores de deshicieron de su cuidado y me la endosaron a mí, ya que para eso iba a cobrar mis buenos dividendos.
Por cuyo motivo tuve que trasladarme al suntuoso palacete de mi abuelo, donde vivíamos el yo y su perro Sultán.
Tan pronto como me hice cargo del asunto ví que no era, moco de pavo el cuidado de una anciana ciega, mudo, y casi sordo de unos 85 años, y más al cargo de una persona, por más que nos hicieran llegar las viandas del restaurante de al lado, o vinieran enfermeras de forma puntual a medicarle y asearle, o alguna que otra ayuda de alguna que otra doméstica, para el asunto de las camas y limpieza.
MI abuelo de negaba a que por su palacete hubiera personal que el mismo no controlara, por tanto, durante unas semanas me dediqué en cuerpo y en alma a cuida de él y a satisfacer sus caprichos y manías que no eran pocas.
Al cabo de unas semanas, me fui encontrando con cosas un tanto extrañas, pequeños regueros de meados, la gorda verga de mi abuelo fuera de su bragueta, y el pantalón medado… imaginaba que queriendo mear y estando medio incapacitado pues al sacar la minga, de unos 23 cm de longitud y sus buenos 13 m de grosor, pues esto se le iba de las manos, y aquella manguera regaba todo el salón además de sí mismo.
Como yo no estaba todo el día en casa y además tenía que realizar algunas ocupaciones mercantiles convencí a mi abuelo de que necesitaba de una ayuda extra, y que mejor que la hija de su antigua cocinera, por las cuales mi abuelo tenía predilección. Por tanto, cuando le dije para allanar el camino de la ayuda extra, que quien vendría sería la tal Marianela, una picarona como inocente señorita de unos 33 años, hija de una aldeana y cariñosa cocinera que estuvo al servicio durante muchos años de mi abuelo, hasta que sus achaques le imposibilitaron diversas tareas.
Marianela, era un tanto…, digamos que bobalicona y a medio camino de una picarona mujercita a la que se le está pasando el arroz. Jovenzuela metida en carnes, en nalgas y tetas, de buen hacer y sonreír y de buen llevar, pues el día que se la presenté a mi abuelo Don Pascasio, este no dejó rincón de la joven, en palpar y probar, pese a su incapacidad y mudez. Esta por otro lado jugueteaba con el abuelo…
Las labores de Marianela, eran simples, cuidar de Don Pascasio, estando atenta a sus necesidades, y a las del equipo de enfermeras del abuelo, decepcionar las comidas y tener la casa en orden… ah y atender a Sultán, por lo cual recibiría un buen estipendio; lo cual me dejaba a mi libre de algunas cargas y situaciones un tanto penosas como poner a mear a mi abuelo, o colocarle la «chata» para sus cagarrias, etc.
El día que le expliqué las labores a Marianela y se saqué con dos dedos la minga al abuelo para que viera las maniobras a realizar, ésta quedo prendada de aquel órgano tan fastuoso que ya pronto lo tomó en sus gordezuelas manos para deleite de mi abuelo que babeaba a más y mejor, mientras Sultán daba también saltos de alegría sin saber muy bien porqué.
A los pocos días el equipo de enfermeras, me indicó que dejaría un petimetre por las instalaciones de mi abuelo, pues había cierta dificultad en mover la mole de D. Pancrasio y ya que Marianela estaba allí bueno era que tuviera ayuda, como eso a mí me dejaba libre, pues miel sobre hojuelas.
Todo parecía ir sobre hojuelas, a pesar de que había pillado al petimetre embelesado también en el órgano de mi abuelo y en los bajos de Marianela, pero como no daban más problemas, pues yo dejaba hacer y pronto hice oídos sordos y ojos ciegos a lo que hiciera cada uno, sabiendo como ya sabía que había más que roces entre los actores presentes en la casa.
No tardaría mucho en venir corriendo azorada Marianela, para decirme que tenía ya la explicación a tanto meado, que mejor lo veía por mis propios ojos, y a los aposentos de mi abuelo nos fuimos en comandita, viendo el nalgatorio de Marianela moverse de forma voluptuosa ante mí.
Y allí estaba el cuadro de marras, mi abuelo con el nabo en ristre, pues no en vano estaba tomando Sildenafilo Sandoz, por lo cual mostraba una más que hermosa herramienta, larga y gordota, y un tanto amorcillada que Sultán se encargaba de chupar para deleite de mi abuelo que babeaba a más y mejor, lo cual caía directamente sobre su príapo, para deleite de Sultán que a su vez mostraba su hermosa tranca, que iba regando los pantalones de mi abuelo en una estéril escena de monta.
Reñí a mi abuelo y puse en orden las cosas y en cuarentena a Sultán, lo cual pareció que tuviera su efecto, pues no hubo muchas incidencias, salvo algún desmán de mi abuelo en plan descaro con Marianela. Sultán tras unos días de berreo y ladridos, supongo que, en demanda de su particular biberón, sorpresivamente en unos días todo quedó en silencio.
A los pocos días saliendo del Palacete para la oficina, se me averió el coche, y preferí avisar a la grúa y volver andando. Entré en casa por la puerta de servicio y sin apenas hacer ruido me fui a mis aposentos, por el camino de la escalera central oí unos siseos del petimetre en una de las habitaciones de la primera planta, y al acercarme a la puerta, ya intuí que allí se estaba dando sexo. El petimetre estaba dando de mamar a Sultán un fino pene, largo y curvado y algo cabezón, a lo que Sultán estaba dando cumplidas chupadas y requería el nalgatorio del petimetre, que, con los pantalones por los tobillos, se pasaba la mano por entre las nalgas, y le daba a oler y chupar a Sultán que se ponía loco. Esto es lo que quieres, eh cabronazo.»
Me fui de la puerta, pues hacia ella se venía el petimetre para cerrarla a cal y canto, negándome la posibilidad de ver que sucedía allí dentro. Como a los 45 minutos salía Sultán arrastrando una enorme tranca, con una bola colgando, todo ello de color rojizo y dolorido pues a poco que el vergón tocaba en algún sitio, el perro aullaba… y el petimetre que no debía de haber tenido todo lo que él requería se iba detrás de Sultán a por más…
Llevaba un tiempo sin oír la cantarina voz de Marianela, a la cual busqué por la casa, pero no estaba, por tanto, me acerqué a las habitaciones de D. Pascasio, y allí me encontré el cuadro de Marianela son las tetas fuera, el culo en pompa con aquellas inmensas bragas blancas, y chupando el biberón de mi abuelo, que lucía espléndido al igual que su cara, con una sonrisa de oreja a oreja, a la vez que Marianela recogía de aquí y de allí caldos y lujos de los cuales se relamía el viejo verde Pascasio. No es que se corriera, pero las babas, los flujos y las chupadas le llevaban a quinto cielo y más allá.
El espectáculo era impresionante, el ciego, sordo y judo abuelo, empalmado hasta las orejas, el culamen de Marianela ofreciéndose a ser taladrado por todos lados, yo con una salidera de tres pares de narices el petimetre y Sultán dándose placer y yo sin olerme la tostada ni gozar de ella.
Dada la situación monté un dispositivo de micro cámaras que me permitían poder espiar a mis empleados en sus ocupaciones, por tanto vi como Sultan se trabajaba el culito del petimetre, a todo ritmo hasta dejarle el culo como un bebedero de patos, lleno de mierda y sacando la gran bola de un tirón para disfrute del petimetre, que a veces retenía la bola del can dentro y este dando la vuelta a la pata como con las congéneres caninas, se veía arrastrado por las circunvalaciones del petimetre, que sentía el bolón y el trabuco del perro en su interior.
Por su parte Marianela y mi abuelo seguían en sus peculiares evoluciones, sin mucho mayor avance que darse algún pasivo morreo o pasarse la pijota del abuelo por el enardecido chumino de la aldeana, pero cuya falta de consistencia, y la inaptitud de ambos, no conseguían uno, encañonársela a la otra, y estar verse con la tranca en su caliente horno, como mucho la puntita nada más, lo que no debía ser poco dado el trabucazo del abuelo, pero a estas alturas la lozana aldeana ya debía querer sentirla de lleno y de pleno.
Viendo que las cosas no evolucionaban, se me ocurrió dejarles medio escondidas algunas revistas para que tomaran ejemplo, lo cual surtió efecto, pues avisando por mi parte que estaría fuera todo el día, dispuse darles una serie de pastillamen para enardecer sus bodys, y tras simular que me iba, retrocedí sobre mis pasos para poder ver lo que iba aconteciendo.
Cada uno en sus habitáculos estaba en plena sesión: Marianela satisfaciendo a D. Pascasio, y con una de sus gordezuelas manos, metida entre la pelambrera que de dejaba adivinar bajo aquellas bragas, en esto que se abre la puerta y allí estaba el petimetre polla en ristre y con Sultán colgando de su enorme bola-pollón a la que relamía el flujo y reflujo que del culo de petimetre se iba viniendo patas abajo.
Sin pensarlo dos veces Marianela hizo a un lado la braga y el petimetre entró hasta los testículo con aquella delgada vara de medir, Marianela suspiraba al verse taladrada, y quería más , por lo cual chupaba con fruición al polla del abuelo a la vez que tiraba de las coletas de Marianela para que esta no se separara ni un centímetro de su biberón.
El petimetre pronto se cansó del voraz chumino de Marianela, y se dedicó a las labores de poner de nuevo en órbita a Sultán, que se había soltado y ya empezaba a presentar su arma en posición, queriendo participar del dúo de Pascasio y Marianela.
Entré pues en acción, desnudo con un buen instrumento en ristre, pues si el de mi abuelo es imponente el mío no le iba a la zaga, pero enhiesto como un abedul. Me metí debajo de Marianela, lo cual tras la primera sorpresa se dejó hacer, le saqué las inmensas tetas que rebocé con las lefas que de su bica caían y bruñí cada pezón hasta dejárselos como el palo de una bandera, la muy golfa pedía…, más a grito pelado.
«Clávemela señor, hágame suyo ahora cabronazo, mientras le chupo la verga al patrón»
Le hice a un lado la braga, y con un pezón en la boca, emboqué como pude el chumino de la aldeana, mojado hasta las trancas, y mi cabezona polla de buena longitud y diámetro se resistía a entrar dada la naturaleza del instrumento y a la moza no le habían fogueado mucho, por tanto le pedí ayuda al petimetre, que no se le ocurrió otra cosa que pasa el nabo de Sultán por el culo de la moza, al igual que el mismo, haciendo que allí confluyeran lefas de muy diversos y distintos organismos, y de ese modo entré a cañón en le chumino de la moza que me apretaba las carnes de una manera espectacular solo con eso ya me iba corriendo a mansalva.
Cuando ya creí que todo terminaría en un pis-pas, el cabrón de petimetre le había insertado a Marianela su polla en el rico ojete de la aldeana que se vio taladrada en un santiamén por sus tres agujeros, y como Sultán no quería perderse el festín , y tras chupadas de aquí y de allá, encalomó de nuevo al petimetre, que bramaba hora taras tanto sincopeo de movimientos a la vez que yo le tiraba de sus colgantes huevos y de la rizada melena vaginal de Marianela, y así nos fuimos corriendo la troupe, casi que al unísono, y a la vez que Pascasio se iba al otro mundo, en medio de una empalmada de órdago y de una corrida que no había sufrido en años.
Así terminó la vida de ilustre D. Pascasio padre y vergón de la Patria
Gervasio de Silos