El Gallego (1)

La primera parte de la historia de Marcos y Victor. Amor y romance en una historia bien hecha.

El Gallego

Me llamo Víctor, tengo 25 años y ésta es la primera vez que escribo parte de las cosas más importantes que han pasado en los últimos años de mi vida. Soy de Venezuela, vivo desde hace dos años y medio en la capital; Caracas. Anteriormente toda mi vida había transcurrido en el interior del país, exactamente en la ciudad de Maracay. Mi familia siempre ha sido muy estable, mi papá en extremo comprensivo y mamá con una dulce firmeza que le caracteriza me guiaron por el que yo creo ha sido el mejor camino. Tengo un hermano, se llama Jordi y ahora está viviendo en Madrid debido a unos estudios de postgrado.

Muchas personas dicen que yo pienso demasiado las cosas, y en efecto; casi todo lo que me pasa desencadena una serie de análisis y divagaciones de mi parte a las que ya todo el que me conoce está acostumbrado. Recientemente vino a mi mente la idea de que siempre había sigo gay. Yo sé, yo sé, probablemente todos han pensado eso alguna vez pero, saben que la mayoría de las personas creen que los homosexuales son personas que se levantan un día y dicen que quieren estar con personas del mismo sexo y, aunque yo nunca tuve problemas ni traumas por mi sexualidad, debo admitir que no me había puesto a pensar en la cuestión.

Recordé mi infancia. El kindergarten, luego el colegio. Recordé a las maestras y profesores que en mi colegio se trataban casi como "dioses", por tener la fama de haber formado a varias figuras insignes de la Nación, como presidentes, músicos, entre tantos otros. El colegio era regido por la Congregación de los Hermanos Maristas, bueno, de hecho aún lo es; ya que constantemente todos los ex – alumnos somos invitados a reuniones anuales para reencontrarnos y desde luego, tratar de recaudar fondos para la fundación del Colegio. Recordé mi eterna etiqueta "Víctor, el sabelotodo"; ahora puedo inclusive reírme de ello, pero en aquél entonces aquella marca hacía que mi autoestima descendiera a niveles intolerables, al menos con el tiempo fui entendiendo que era mejor ser el "sabelotodo" que el que repetía el año escolar.

Llegaron a mi mente también mis eternos compañeros, es indispensable hablar de ellos ya que los conozco desde el jardín de infancia. María José, Daniela, José Luis y Marcos; junto a mi serían la pandilla más mencionada, admirada y hasta odiada, ya que siempre acaparábamos la atención de los maestros y obteníamos las mejores calificaciones del Colegio. Todos teníamos la misma edad, menos José Luis y yo que éramos unos meses menores. Daniela, rubia de ojos azules –‘cabeza de león’, le decían por su inmensa cabellera blanca- llegó a estar enamorada de mí en la Primaria, yo en ése tiempo no le prestaba atención a ésas cosas, así que no le correspondí - ¡Oigan, era muy niño! - María José era la agresiva del grupo, por cualquier cosa formaba un lío; siempre peleaba con nosotros y nos dejaba de hablar, regresando constantemente al grupo y terminando casi siempre feliz. José Luis era el mujeriego empedernido, no es por exagerar, pero el tipo siempre estaba al acecho de alguna chica. Para mí él era el más guapo del grupo, fue el primero en tener vello en el cuerpo así que yo en muchas ocasiones pude deleitar mis adolescentes deseos viéndolo en la alberca en su traje de baño además, otro de los atributos que me llamaban la atención en él eran sus piernas largas, llenas de rubios vellos además de tener tremendos brazos y una mirada de ángel.

Por otra parte está Marcos… ¡Ah, Marcos! El más alto de todos – recuerdo que en el último año de la secundaria llegó a medir 1.98 mts. -, el más delgado, el más loco – siempre estaba bromeando sobre cualquier cosa – el más osado, por ser el primero que se atrevía a hacer cosas que el resto del grupo no se atrevería. Marcos fue el primero del grupo al que conocí, recuerdo que cuando entré al aula del jardín de infancia, yo estaba muy enojado porque le habían dicho a mamá que me esperara afuera, ahora imagino que para acostumbrarme y hacerme un poco más independiente. Todos los niños tenían sus grupos formados, pequeñas élites que no admitían mi presencia. Sin embargo, en la mesa de los rompecabezas estaba él, un niño muy tranquilo, sentado al borde de su silla jugando con una especie de robot. Fui directo a sentarme en la silla que estaba justo en frente al pequeño niño y me vio fijamente, luego siguió jugando con su robot. Al rato me dijo "¿quieres jugar con mi Mazzinger Z?" A lo que yo extrañado por la proposición le dije que sí. Allí comenzó todo. Siempre andábamos juntos, hacíamos tareas juntos, íbamos y regresábamos del colegio juntos.

Tanto fue el acercamiento entre Marcos y yo, que aún recuerdo, nuestras madres – la señora Luzmila y mi mamá – tuvieron que ponerse de acuerdo para conocerse y así saberse más seguras sobre nuestro paradero cuando salíamos a jugar. Yo iba casi todos los días a la casa de Marcos, mientras él pasaba el fin de semana en la mía. Su familia – Los Correa – a parte de ser muy respetados en la ciudad, eran de una posición social muy acomodada, cosa que por humildad casi nunca dejaban estilar. Tenían varías granjas por todo el país y de hecho, hubo épocas en las cuales me invitaban a pasar varias vacaciones con ellos en alguna casa de campo o playa. Era increíble estar con ellos, pero sobre todo con Marcos; siempre hacía locuras para hacerme reír, me caía a golpes, yo lo perseguía. En el colegio teníamos varias tradiciones: desayunar juntos en el mismo lugar todos los días exactamente a la hora del receso interclases, sentarnos juntos – de hecho, desde el jardín de infancia siempre tuvimos la misma ubicación en las aulas de clase -, hacer todas la tareas juntos y desde luego, gastar bromas a los demás juntos.

Todos le decían a Marcos "El Gallego", ya que sus padres eran propios de ésa región española y de hecho, viajaban constantemente a sus casas en Santiago y Vigo. A mí en particular siempre me llamó la atención su acento, una mezcla de la fuerte pronunciación española con la chillona y rítmica pronunciación venezolana. Cuando entramos a la secundaria, yo había dejado de verlo durante las vacaciones, ya que se había ido con su familia a Alemania a ver a unos parientes. Lo ví de hecho el primer día de clases, en la entrada del colegio. Yo estaba realmente emocionado. Cuando él me vio, corrió y se abalanzó sobre mí derribándome hacia la espesa grama. Él quedó encima de mí y me dijo "joder Víctor, la próxima vez te llevo conmigo". La situación me dejó un poco confuso. Luego me miró muy fijamente a los ojos y yo juraría que estaba a punto de besarme, pero luego me ahorcó – bueno, simuló ahorcarme, como siempre jugábamos emulando a los conocidos Homero y Bart de los Simpsons – El se levantó, se fue corriendo hacia el edificio del colegio y gritó "Venir que ya va a sonar la campana".

Yo casi no podía moverme, estaba en un extraño estado de shock consciente de todo lo que había pasado por mi mente todos ésos años, me dije que era una estupidez mía, una etapa, un sentimiento ridículo que se desarrolla entre amigos muy cercanos. Pero no era nada de eso. En el momento en el cual Marcos estuvo encima de mí, cuando lo pude sentir tan cerca; por fin entendí muchas cosas. Mi constante instinto de protección hacia él, mis celos y rabia hacia sus novias… ¡Estaba demasiado enamorado de él! – o como diría mi mamá que es profesora de Inglés " fucking bloody in love with him "- …Sí, Víctor estaba perdidamente enamorado de Marcos, su casi hermano. Yo no podía pensar en otras cosas, a duras penas entré al colegio pero en ninguna clase presté atención a las instrucciones de los profesores, típicas del primer día en el colegio; pensando, meditando, volviendo a pensar, preocupándome, alegrándome, entristeciéndome. Cuando terminó el día de clases, fui corriendo a mi casa. Por primera vez en mi vida caminaba a casa sin Marcos, a excepción de las veces en que alguno de los dos enfermábamos. Llegué a casa, mamá me preguntó lo típico: "¿qué tal el primer día de secundaria papi?" – como aún hoy suele llamarme – "¿conociste a nuevos compañeros?", "¿y Marquitos?" pregunta a la cual respondí notoriamente nervioso "Lo dejé en su casa", obviamente mintiendo.

Me fui a mi habitación, no podía pensar en otra cosa que en Marcos. Marcos, Marcos, Marcos… Sentía que mi cerebro iba a estallar cuando de pronto tocaron a mi puerta. Mamá acostumbraba a subir mi almuerzo a mi habitación, pero cuando se abrió la puerta no era mamá entrando, sino el objeto de mis repentinos y extraños pensamientos: Marcos. Me reclamó "Oye tío, que te has escapao de mí, eh?", con su ahora muy marcado acento. A lo que respondí: "Tengo que hacer una tarea" y él obviamente replicó: "No seas cabrón, ningún profesor asigna tareas el primer día de clases"… Tenía un punto, ante lo cual me quedé callado. Dijo a continuación. "Estás bien raro hoy pero no importa, ve a por tus zapatos que papá nos va a llevar a las prácticas de football", a lo que yo accedí sin réplica.

Decidí ocultar mis crecientes sentimientos hacia Marcos, temía mucho perder su amistad; así que pasó mucho tiempo y jamás tuvo él indicio alguno de nada. Sin embargo yo sentía que dentro de mí surgía cada vez más el deseo de estar todo el tiempo junto a él, unido a su cuerpo, a su alma, a su mente. En varios años no volví a tener novias, sentía que la simple compañía de Marcos era suficiente – el siempre me reprochaba el hecho de que no lo dejaba emparejarme con alguna chica -. Pero llegó un momento, cinco años después de aquella epifanía que me indicaba mi claro amor hacia él; en el cual ya no podía soportar la presión, la angustia, la desesperación, la tristeza y el remordimiento de no estar aún más cerca de Marcos, a pesar de que nuestra amistad se había incluso fortalecido en gran medida durante los últimos años de la secundaria. Sentía que sólo quería estar fundido en un perenne abrazo junto a él, en pocas palabras; quería ser completamente suyo y que él fuese completamente mío. Y era imposible. Marcos había tenido a casi la mitad de las chicas del colegio como novias. Yo sabía que él era heterosexual en toda su extensión además, alguna que otra vez me dio a entender que era homofóbico, como la vez que le pregunté: "Marcos, ¿qué piensas de los gays?" y él me respondió algo como: "Mira, sólo sé que ésos tipos son repugnantes, dignos de odiar, es más; deberían matarlos o algo así"… Al oír ésas palabras, mi personalidad eternamente serena lo fue aún más, mientras mi fuero interno desbordaba en rabia y ganas de llorar. La persona a la que yo más amaba me acababa de decir indirectamente que me odiaba… Yo estaba absolutamente destrozado. Además, yo siempre le doy importancia a demasiados detalles, la manera cómo las personas me saludan, cómo me miran y precisamente, para el día de nuestra graduación, Marcos estaba muy cambiado de hecho; cuando le iba a dar un abrazo de felicitaciones, retrocedió y a duras penas estrechó la punta de los dedos de mi mano, como si yo tuviese alguna enfermedad. Yo estaba desolado, todos mis otros compañeros de promoción me decían que yo era "el Rey" de la graduación, por ser mis calificaciones las mejores y por haber sido seleccionado por una de las principales universidades del país; pero yo no me sentía para nada bien, es más, me sentía muerto por dentro. No iba a seguir viendo tan seguido a Marcos, y últimamente parecía ignorarme. Tomé la decisión de largarme del lugar de la graduación ya que ni siquiera mis padres estaban presentes, se habían ido ya hace tres semanas a Londres porque mi papá estaba participando en un congreso de actualización médica y mamá lo acompañó.

Yo estaba oficialmente solo, caminando hacia mi casa a las 6:30 de la tarde de un 9 de agosto de 1.998. Exactamente un día antes de la que yo consideraba era la mayor celebración del año: el cumpleaños de Marcos.

De pronto empezó a llover, "¡Qué desgracia!" exclamé; quejándome del parecido de mi patética realidad con algunas películas americanas. Decidí correr para llegar más rápido a casa. Estaba lloviendo torrencialmente y casi no podía ver nada, solamente escuché cuando un carro se aproximó por detrás y el conductor hizo sonar la corneta. Para mi ¿asombro? ¿alegría? ¿preocupación? era el BMW negro del papá de Marcos, el señor José Antonio, pero realidad era Marcos quien iba conduciendo. Se detuvo y abrió la puerta. Gritó: "¡Métete, que te tengo que decir algo, coño! Yo estaba un poco nervioso al principio, el rostro de Marcos permanecía muy serio, luego, al volver a conducir se fue relajando. Se relajó demasiado, diría yo: empezó a llorar silenciosamente, se mordía los dedos de la mano izquierda, lloraba cada vez más. Nunca me veía. Mi instinto me llevaba a consolarlo de inmediato, por lo que me moví y me rechazó. Me dijo: "No hagas nada hasta que te diga lo que tengo que decirte". Ya mis nervios estaban desechos cuando llegamos a la entrada de su casa, no había nadie en ella ya que todos estaban en la graduación.

Marcos estuvo largo rato mirando hacia el frente fijamente, llorando. Yo finalmente inquirí: "¿qué te pasa Marcos? Oye, habla, ¿no?"...En realidad yo no sabía qué palabras estaban saliendo de mi boca cuando el vira y me dice tranquilizando su llanto:

"Víctor, te voy a decir algo y debes jurarme que jamás se lo vas a decir a nadie". Le dije que nunca me atrevería a develar ninguno de sus secretos. A lo cual replicó: "También tienes que jurarme que no me vas a golpear"… Yo ya me encontraba al borde de la desesperación y le dije: "Juro todo lo que quieras Marcos, pero dime qué coño te pasa?"

El empezó a articular muy difícilmente las palabras más impactantes que había escuchado en toda mi vida:

"Víctor, no me odies ¿oíste? Tu sabes que yo te respeto y te quiero pero tengo que decirte algo que me pasa desde que era muy pequeño… Víctor, no tienes que responder nada, solamente quiero decirte esto y bueno… liberarme… Víctor Manuel, creo que te amo..."

CONTINUARÁ