El fútbol es un deporte de hombres
Óscar, un atractivo joven de 24 años, se une a un equipo de fútbol aficionado donde disfrutará de nuevas experiencias que jamás pensó que serían posibles...
El fútbol es un deporte de hombres.
Dicen que las fantasías dejan de serlo cuando uno las cumple en mi caso puedo afirmar que a veces las fantasías superan todas las expectativas y nos descubren nuevas posibilidades aún más excitantes si cabe.
Me llamo Óscar, y a mis 24 años creo que he disfrutado más del sexo que la mayor parte de mis amigos, quizá porque yo tengo más dónde elegir. Tengo novia, se llama Sonia, una preciosa estudiante de enfermería que lleva conmigo 4 años en los que hemos descubierto un sinfín de posturas tanto dentro como fuera de la cama.
Sonia es todo un bombón, 1.70, 58 kilos de pechos turgentes, caderas marcadas y labios de seda. No sé si me gusta más besarla o comerle el coño (el cual lleva siempre rasurado), pero con ambas cosas disfruto plenamente.
Es una chica un poco atípica, bastante independiente, con las ideas claras para casi todo, que le gusta cuidarse y resultar sensual, y sobre todo con un gran sentido del humor. Se podría decir que no estamos enamorados, quizá porque ambos somos conscientes de que somos muy jóvenes y porque sabemos que la vida nos deparará muchas sorpresas a los dos.
Una de esas sorpresas la experimenté hace dos semanas, y la verdad es que no puedo decir que haya sido mala. Juego en un equipo de fútbol de aficionados desde hace dos años. Antes jugaba federado en un equipo de tercera división, pero me lesioné en la rodilla y tuve que dejar de competir a ese nivel.
Como me gusta tanto el fútbol no quise dejarlo y mi tío Paco me ofreció unirme a él en un equipo de amigos que únicamente se reúnen una vez a la semana para dar unas cuantas patadas al balón. Por supuesto dije que sí, aunque realmente echo en falta el espíritu competitivo que sí tenía antes y que ahora es inexistente, aunque es muy agradable poder disfrutar del gran ambiente que han creado.
Son un grupo de hombres de edades comprendidas entre los 30 y los 45 años, lo que quiere decir que soy el yogurín del equipo, lo cual tiene sus ventajas como luego podréis comprobar.
Entre todos ellos hay una persona que desde el primer día logró acaparar mi atención. Se llama Juan, tiene 42 años, fontanero de profesión, hombre de constitución grande, brazos fuertes y piernas definidas. Su metro 80 centímetros está bien compensado con sus 85 kilos de pura masa muscular forjada a base de poner tuberías y de manejar llaves de paso.
Efectivamente soy bisexual, tal y como podéis pensar tras leer mi descripción de Juan, y me siento realmente orgulloso de poder tener la posibilidad de disfrutar sexualmente de las personas independientemente de si son hombres o mujeres, y por eso decía que he follado mucho más que mis amigos, ya que antes de estar con Sonia he podido estar con dos hombres y de disfrutar plenamente de nuestros cuerpos.
A los 16 años tenía un amigo que quizá porque era algo afeminado siempre lo tuvo más claro que yo, y una noche de fiesta, estando los dos algo tocados por el alcohol acabó con mi polla metida en su boca. Me la chupó como nunca una mujer lo ha hecho, y derramé todo mi semen en su boca lujuriosa. Me marché a casa asustado por lo que había pasado, pero no podía dejar de pensar en esa boca que estaba deseando ser follada.
Cuando pude armarme de valor para aceptar lo que había pasado le llamé, y quedamos en mi casa una tarde que mis padres no estaban. A la tercera vez que me corrí (en esta ocasión sobre su culo prieto) pude convencerme que me ponían los hombres. Tras él vino otro amigo, con el que de vez en cuando quedaba y experimentábamos, este quizá menos apasionado y fogoso que el primero, pero igualmente disfrutable.
Más tarde volví a estar con chicas, y después conocí a Sonia, que ha logrado satisfacerme plenamente en el aspecto sexual haciendo que no me plantee nada con un hombre bueno, al menos hasta que apareció Juan
Eso, volvamos a Juan. Os recuerdo, un metro 80 cm, 85 kilos de peso, brazos y piernas fuertes, ojos claros, pelo castaño y pecho definido. El primer día que fui a jugar me presentaron a todos los integrantes del equipo, y cuando llegó el turno de Juan no pude dejar de mirarle a los ojos mientras estrechaba su mano en un apretón que solo un auténtico macho sabe hacer.
Realmente mi primer partido fue un desastre, no di pie con bola porque no podía dejar de buscarle por todo el campo. Era pura potencia, iba al choque sin problema, no dudaba ni un segundo en echarse al suelo a luchar un balón, no paraba de correr.
Envidié su forma física y sobre todo su valentía a la hora de jugar. Quizá si yo hubiera sido así y no me hubiera lesionado podría haber hecho carrera en el fútbol. Con la excusa de preguntarle si había jugado al fútbol a nivel profesional me acerqué a él al final del partido. Camino del vestuario y con una sonrisa que hubiera derretido un iceberg me confesó que había sido profesional hasta los 22 años, momento en el que una lesión de espalda le hizo replantearse su carrera futbolística.
Cuando llegamos al vestuario sólo tenía una idea en mente, comprobar si su cuerpo desnudo era tan impresionante como parecía con ropa. Me coloqué en los bancos que había justo enfrente de él, para tener una buena visión, y más lentamente que nunca comencé a quitarme la ropa haciendo tiempo para poder deleitarme con su inconsciente striptease.
Su pecho estaba poblado de un vello que lo hacía todavía más masculino, su abdomen parecía firme como una roca, y cuando se quitó el pantalón de deporte pude ver la polla más bella que he visto en mi vida, larga pero no enorme, con un capullo rosado, más grande de lo normal que dudo que me cupiese en la boca, y todo ello secundado por dos huevos del tamaño de pelotas de golf que no descolgaban mucho, formando un señor paquete.
Juan era consciente de su poderío, porque aún desnudo no dejaba de hablar con sus compañeros mientras colocaba toda la mercancía en su sitio ya me entendéis. No sabéis el montón de pajas que me he hecho pensando en ese momento. Ya metidos en la ducha me puse a su lado para disfrutar de su aroma, cosa que pude hacer mientras veía como el agua se deslizaba por su figura, pero creo que no fui el único que se fijaba en lo que no debía
Juan me preguntó si iba al gimnasio, así, como si nada Yo preocupado por no empalmarme intenté contestar sin pararme a pensar en que semejante hombretón quería saber el porqué de mi definido cuerpo. Le dije que no, que siempre había sido de constitución delgada, y que siempre había hecho deporte. Mientras le contestaba noté como examinaba mi cuerpo de arriba a abajo, recreándose con mi abdomen fibrado y marcado, mi torso esculpido y la firmeza de mis glúteos.
Si estuviéramos solos estoy seguro que no podría haber evitado tener una brutal erección, pero por suerte no dejé de pensar mientras le contestaba que allí había 20 personas más que no querían presenciar semejante espectáculo.
Para mí era una alegría coincidir una vez a la semana con él, y ese momento de la ducha siempre era el momento más esperado de la semana. Reconozco que haciendo el amor con Sonia más de una vez recurrí a fantasías en las cuales Juan y yo nos dejábamos llevar, logrando que mi excitación con ella fuera aún mayor de la normal.
Hace dos semanas ocurrió algo que lo cambió todo. Un día gris, lluvioso y frío de otoño como otro cualquiera se convirtió en uno de los mejores días de mi vida gracias a Juan. Ya noté que algo pasaba cuando estábamos calentando, puesto que lo pillé mirándome varias veces y al hacerlo apartaba su mirada.
Eso me tuvo descentrado todo el partido, llegaba tarde al balón, entregaba pases al contrario y los pocos tiros que probé se marcharon varios metros por encima de la portería. En uno de esos momentos de despiste choqué con otro compañero y mi rodilla lesionada dijo basta. Caí al suelo dolorido y casi no podía levantarme. Mi tío Paco se acercó y me ayudó a levantarme, para llevarme al vestuario, pero Juan le dijo que no se preocupara, que él me ayudaba ya que se tenía que marchar antes de tiempo, así que mi tío podría seguir jugando. Así fue, Juan se acercó a mí, cogió me brazo y lo acomodó sobre su hombro para que me apoyase en él y caminamos hasta el vestuario.
Yo estaba mareado por su aroma, embriagado por la masculinidad que emanaba por cada poro de su piel, y él no paraba de decirme que me pusiera hielo en cuanto llegara a casa, y que me aplicara no sé qué crema para que la inflamación disminuyera rápidamente.
Una vez dentro del vestuario pude sentarme y comenzar a quitarme la ropa para ducharme, esperando que el agua caliente de la ducha aliviara el dolor que sentía. Juan comenzó a desvestirse también, tenía prisa, según dijo tenía que recoger a su mujer y a su hijo de 3 meses porque tenían cita con el pediatra.
Juan me ofreció su ayuda para ir hasta la ducha, ya que todavía cojeaba, pero le dije que no hacía falta, que podía ir sólo. En realidad lo que no quería era apoyarme en su cuerpo desnudo, puesto que eso podía haber provocado en mí una erección incontrolable. Cuando pude llegar a la ducha Juan ya estaba enjabonándose rápidamente, así que imaginé que aquel no era el día para deleitarme con la visión de su cuerpo, de modo que simplemente me puse debajo del agua y agaché la cabeza esperando que el calor aliviara mi rodilla.
Cerré los ojos intentando abstraerme del dolor, pero mi concentración se fue al traste cuando percibí que Juan estaba teniendo una erección y no hacía el menor esfuerzo por ocultarlo. No podía dejar de mirarlo y él se dio cuenta, pidiéndome disculpas enseguida. Juan me contó que llevaba sin tener sexo con su mujer desde antes del nacimiento de su hijo, y que aunque procuraba masturbarse a menudo a veces no podía controlar sus erecciones.
Allí, bajo el agua caliente, Juan (con una erección más que evidente) me contaba que desde su adolescencia siempre había logrado echar un polvo por lo menos un par de veces a la semana, y que esta situación era nueva para él. Le dije que le entendía perfectamente, y que quizá tendría que buscarse a alguna amiga con la que pudiera estar mientras su mujer estaba inapetente. Supongo que aquello lo dije en un alarde de heterosexualismo galopante, porque en realidad lo que quería decir es que me moría de ganas por ser yo el que aplacase sus ganas de follar.
Juan agradeció mi apoyo, se acercó y comenzó a acariciarme la espalda. Comencé a temblar sin poder remediarlo y él retiró su mano. Me pidió disculpas y me dijo que se había confundido. Rápidamente me acerqué a él, cogí su mano y la llevé hacia mi pene, que ya en ese momento mostraba su dureza más extrema.
Comenzamos a besarnos, con fuerza, aquello era pura pasión. Nos besábamos como si no hubiera mañana, como si ambos hubiésemos estado sin sexo durante meses o quizá años Juan me empujó con fuerza hacia la ducha, me arrinconó y comenzó a comerme el cuello. Estaba como poseído, y aunque quizá empleaba demasiada fuerza yo no oponía resistencia, me estaba gustando mucho y nunca me había sentido tan a merced de nadie.
Volvimos a besarnos con verdadera dureza, su lengua recorrió toda mi boca, era como una bestia hambrienta devorando a su dócil y entregada presa. Lo único que yo podía hacer era descubrir con mis manos cada centímetro de su torso, para luego dejar caer mi mano hasta su polla y comenzar a masturbarle. Gozaba con cada sacudida y no dejaba de jadear a escasos centímetros de mi boca. Entre mis dedos se deslizaba algo más espeso que el agua, su gran capullo rosado estaba soltando cantidades ingentes de líquido preseminal. No pude evitar la tentación de impregnar mi mano con su néctar y llevármelo a la boca para saborear su esencia. No he probado bocado más sugerente en mi vida.
Cuando Juan me vio hacerlo se sorprendió por unos segundos, pero acto seguido agarró mi cabeza e hizo que bajara hasta tener su polla al alcance de mi boca. Y allí estaba yo, con aquel gran capullo rosado, humedecido por aquel excitante líquido, rozando mis labios. Abrí mi boca con todas las ganas del mundo, hacía mucho tiempo que no me llevaba una polla a la boca, y nunca había tenido una tan grande a mi disposición. Sea como sea no tuve tiempo a pensarlo mucho, porque Juan no podía esperar y empujó mi cabeza para que el show comenzara.
Me metí su gran pene en mi boca y comencé a succionarla como si fuera el más dulce de los postres. Una y otra vez recorría con mi lengua aquel capullo, que no cesaba de producir aquel néctar de dioses, después comencé a querer tragármela toda, intentando avanzar cada vez un poco más. Juan gemía con fuerza, temía que se fuera a correr en mi boca de un momento a otro. Todo lo que estaba pasando tenía una intensidad inusitada para mí, aquello era mejor que todo el sexo que había tenido en mi vida.
Juan no podía esperar más, no quería que aquello terminara así, él quería más que una buena mamada, así que sacó su polla de mi boca e hizo que le comiera sus pelotas. Metí mi nariz y mi lengua entre su vello púbico y traté de lamer uno a uno sus pelotas, para luego intentar succionarlas a pequeños sorbos delicados. Temía que en cualquier momento entrara alguien del equipo y me encontrara con los huevos de Juan en la boca, pero de algún modo ese riesgo me excitaba más.
Aquello se había convertido en una escena de una película porno en toda regla cuando después de todo el prólogo Juan me puso en pie y me puso de espaldas a él, separó mis piernas de un manotazo y comenzó a pasar su mano por mis nalgas mientras me susurraba cosas que no llegaba a entender por el ruido del agua. Comprendí sus intenciones cuando su mano se introdujo entre las nalgas y buscaba con sus dedos mi ano. Pude entender entre sus jadeos y los míos que lo que Juan pretendía era follarme y esa idea era tan seductora como peligrosa. Nunca nadie me había penetrado, y solo pensar en que aquella polla con semejante capullo fuera la que me hiciera perder la virginidad era doloroso y al mismo tiempo excitante. Le dije simplemente Fóllame, y Juan demostró no tener dudas acerca de cómo hacerlo.
Descendió a la altura de mis nalgas, las separó con fuerza y comenzó a lamer mi ano con pasión. Lametazo a lametazo noté como aquello se contraía y se relajaba en pasos claramente marcados. Su lengua dejó de dar paseos superficiales y se introdujo dentro de mi ano. Es algo indescriptible notar una lengua que no se detiene dentro de mi culo. Cuando me estaba acostumbrando a la sensación y comenzaba a dejarme llevar Juan se puso en pie blandiendo entre sus manos su cada vez más erecto pene. Solo pude girar mi cabeza un par de segundos para comprobar que estaba empapado. Sin mediar palabra metió su polla en mi culo.
En esos instantes fue como si me hubiesen atravesado con una espada envuelta en llamas, no me podía ni mover del dolor que estaba sintiendo. Juan tampoco se movía imagino que disfrutando de la sensación de tenerla metida, cosa que parecía no haber podido hacer en mucho tiempo. Aunque fueron segundos a mí me parecieron horas, pero Juan comenzó a moverse para que mi ano se hiciera al tamaño de aquella impresionante polla palpitante. Al principio me retorcía de dolor, pero luego, quizás embargado por la excitación del momento y la situación comencé a encontrar placentera cada embestida de aquel hombretón.
Juan sabía lo que hacía, era un gran follador. Sabía acelerar cuando había que hacerlo, sabía cambiar el ritmo cuando era necesario, y sabía sacarla y volver a meterla para que notase que aquello no era tan difícil como al principio. Tras un par de minutos en los que mis jadeos ya eran más fuertes que los suyos puso su mano en mi boca, lo que hizo que me sintiera prisionero de aquel ser que estaba dentro de mí. Me tenía totalmente sometido y a mí me encantaba. No lo voy a negar.
Sus embestidas fueron cada vez más fuertes y yo solo quería que entrase más y más. Intentaba agarrarlo con mi brazo cada vez que se pegaba a mí, quería tenerlo todo dentro, sin dejar un centímetro fuera. Juan aceleró hasta alcanzar un ritmo frenético y en un momento en el que yo no sabía si podría aguantar más aquel hombre maduro derramó su semen en mi culo virgen acompañado de un alarido propio de una fiera en celo.
Sentir su leche derramándose en tres o cuatro impulsos dentro de mí hizo que alcanzara la excitación máxima, y sentí un escalofrío desde mi ano hasta mi pene, comenzando este a correrse sin que yo pudiese o tuviese que tocarlo. Aquello era inaudito, ¡me había corrido sin tocarme!.
Juan se apoyó agotado sobre mi espalda, y yo no podía ni moverme ya que me sentía agarrotado. Ambos respiramos con fuerza durante unos segundos, y en cuanto recobró el aliente, sacó su pene de mi culo, procurando una especie de vacío del cual todavía no me he recuperado.
Se aclaró bajo la ducha sin mediar palabra, se vistió y se marchó a toda prisa. Yo ya no me acordaba de la rodilla, solo quise salir de allí a toda prisa antes de que mis compañeros entrasen. Me fui a casa confundido.
No penséis que me comí la cabeza, lo único que quería era repetir aquello, sentir como aquel hombre me usaba para aliviar su increíble fervor sexual. Pasé una semana horrible, pensando que aquello no se repetiría y que Juan estaría arrepentido de lo ocurrido. Pero no fue así, cuando pasó la semana y fuimos a jugar allí estaba él, con su misma sonrisa, sus labios, y toda su masculinidad intacta. Se acercó a mí, me preguntó por la rodilla, y se acercó a mi oído para decirme simplemente:
Lo del otro día estuvo muy bien. Fue el mejor polvo de mi vida. ¿Cuándo repetimos?