El fuego de la juventud.
Ese fuego que se enciende en los años de la juventud puede quemar a una madre y una abuela.
El fuego de la juventud.
Así podía definir lo que me ocurría, mi juventud me quemaba por dentro. Desde los once años en qué empecé a hacerme pajas, ese fuego iba en aumento. Mis hormonas circulaban por mi sangre y conseguían que mi sexo estuviera siempre alerta, arrastrando a mi mente a fantasías imposibles e inmorales.
De este modo llegué a los dieciséis años, mi cuerpo había cambiado y si bien no era el de un hombre, sí el de un joven musculado. No siendo feo y con buen cuerpo, todo daba a pensar que mi éxito entre las mujeres estaba asegurado. Y nada más alejado de la realidad. Pese a las características físicas, y aún despertando la admiración entre las chicas de mi edad, mi timidez conseguía tenerme en el más absoluto celibato.
Pero el torrente de hormonas no disminuía y el fuego iba en aumento, y eso se traducía en el incremento de las masturbaciones. Por aquel tiempo vivía en la ciudad, con mi abuela, ya que mis padres estaban en el pueblo y allí no había Instituto. Mi abuela Marta era viuda, de unos sesenta y pocos años. No había podido estudiar en su niñez, pero era muy lista en las cosas de la vida. Siempre parecía estar a lo suyo, pero veía y entendía todo lo qué ocurría a su alrededor.
- Enrique, hijo. – me dijo un sábado por la mañana mientras la ayudaba con las tareas de la casa. – He observado qué últimamente pasas mucho tiempo en el baño. – ese era mi lugar favorito para intentar apagar mi fuego. - ¿Tienes algo malo?
- No abuela. – respondí rápidamente.
- Si lo necesitas me puedo ir una tarde a visitar a mi amiga Antonia y te dejo “estudiar” con una amiga…
Le agradecí el gesto sintiendo mucha vergüenza al verme descubierto, y rechacé su invitación, tendría que poner más cuidado a la hora de desahogarme, pues estaba siendo evidente mis masturbaciones.
Pasó una semana en la que fui más discreto, pero al llegar el siguiente sábado mi relación con ella cambió. Ese día no me encontraba muy bien, no llegaba a tener fiebre, pero no me encontraba bien para salir. Así que aquella tarde estaba tumbado en el sofá viendo la tele cuando entró mi abuela en la salita.
- ¡¿Estás mejor, hijo?! – me preguntó.
- Sí, gracias abuela.
- Mira, he pensado qué llevas unos días algo enfermo y parece que no te has… - dudó en cuál palabra usar. – vamos, que no has hecho tus deberes de jovencito… - agitó su mano en un gesto rápido indicando una paja. – Así que le he pedido a una amiga una película para qué lo hagas ahora aquí solo…
- ¡Oh, no te preocupes abuela! – me sentí ruborizado por la situación, mientras ella caminaba hacia el televisor sin escucharme, soltó la película y volvió hacia la puerta.
- ¡Tranquilo hijo, “estudia” tranquilo aquí, yo también fui joven!
Quedé petrificado por unos instantes, mi abuela me trajo una película porno para qué me masturbara. Salió y dejó la puerta entreabierta. No sabía que hacer. ¿Qué se proponía mi abuela?
Por un lado pensé que podría ser una trampa, y que esperaría al momento en que estuviera liado para regañarme y hacerme sentir mal por ello. Pero entonces miré hacia la puerta y, aunque el pasillo estaba a oscuras, vi el brillo de sus gafas. Estaba allí para ver cómo su nieto se masturbaba.
Aquello me calentó, mi polla empezó a reaccionar y endurecerse. Me levanté y puse el DVD. Al poco, una mujer madura estaba en pantalla mamando la polla de un joven. Mi mano, bajo el pantalón de mi pijama, agitaba mi polla. Miraba disimuladamente hacia la puerta y podía ver que ella seguía allí, viéndome disfrutar de mi paja. Entonces con la otra mano bajé el pantalón y le ofrecí una buena vista de mi polla totalmente erecta mientras mi mano subía y bajaba para darnos placer. Cuando mi cuerpo se tensó para correrme, pude escuchar un leve gemido desde el pasillo. Cuando mi semen volaba por los aires con cada eyaculación, pude escuchar cómo se tropezó en su huida. Mi abuela había gozado al ver correrme de aquella manera. Lo limpié todo y quedé de nuevo tumbado en el sofá.
- ¡¿Has terminado?! – me preguntó desde el pasillo unos minutos más tarde.
- ¡Sí abuela, gracias por este tiempo!
El domingo me encontraba mejor, pero me gustó lo ocurrido el día anterior y deseaba volver a repetirlo, fingí que aún no me encontraba bien y continué echado en el sofá. Y fue después de comer cuando creí que era un buen momento.
Ella se sentó en el sofá y le pedí si podía apoyar mi cabeza en su regazo. Como buena abuela accedió y me tapé mientras sentía el calor de sus muslos en mi cara. Mi polla crecía por la excitación, no era capaz de pedirle a una chica que follara conmigo, pero iba a intentar hacer una locura con mi abuela.
El día anterior había dejado la película dentro del DVD, sabía qué si le daba al play, la película se vería automáticamente desde el punto donde la dejé. Y eso hice, pulsé el botón y la película empezó.
- ¡Dios, ¿qué ha pasado?! – dijo mi abuela mientras una mujer madura cabalgaba sobre la polla de un joven entre gemidos de placer. - ¡Esa es la película qué te traje ayer!
- ¡Oh, sí abuela! – le dije intentando mostrar vergüenza. – Le habré dado sin querer.
- ¡Quítala, quítala! – me dijo sin apartar la vista de la pantalla.
- Abuela ¿te importa si “estudio” un poco ahora? – podía sentir como sus muslos se agitaron por la excitación que sentía.
- ¡Bueno… vale… te dejo solo! – intentó levantarse, pero se lo impedí.
- Si quieres te puedes quedar, será sólo un momento… - mi mano empezó a agitarse bajo la manta y su mirada se dirigió hacia allí. - ¿Quieres verla?
No esperé su respuesta, tiré de la manta y del pantalón para mostrarle mi erecta polla y la paja qué me hacía. Sus ojos no se apartaban, mi mano se agitaba y mi glande asomaba poco a poco hasta que fue totalmente liberado de la piel que lo protegía.
Quedó muda. Sus muslos se agitaban por el calor qué se producía en su sexo. Mi polla estaba más dura de lo que nunca la había sentido. Mi mano se agitaba con fuerza y mi cuerpo se tensó por el placer, me iba a correr.
- ¡Ya viene, abuela! – dije en voz baja.
- ¡Te vas a manchar! – dijo mi abuela colocando su mano delante de mi polla.
Cada eyaculación que lance fue recogida en la palma de aquella cariñosa mano.
- ¡Con cuidado! – dijo intentando que no cayera nada de mi semen.
Se levantó con dificultad para ir al baño, no sé qué haría con mi semen, pero quedé tumbado en el sofá con mi polla aún convulsionando y dejando caer algunas gotas de mi leche. Entró de nuevo y me miró.
- ¡Aún estás manchado! – sin pensarlo, pasó su dedo y recogió el semen para llevárselo a la boca.
La película continuaba y ella se sentó junto a mí, con una sonrisa que nunca había visto en ella. Me recompuse la ropa y me senté.
- ¡Eres un nieto pervertido! – me dijo dándome un beso en la mejilla. - ¡Sabías qué ayer te estaba mirando cuando te masturbarte ¿no?!
- Vi el reflejo de tus gafas en el pasillo… - agarré su mano y le sonreí. - ¡Eso me puso muy caliente!
- ¡Qué nieto más guarrillo tengo! – subió mi mano y la besó.
- Y tú ¿no necesitas nada?
- Hijo, verte es suficiente para mí…
Me levanté sin decirle nada, corrí a la cocina y busqué un pepino, corrí a mi habitación para buscar un condón que nos dieron en una charla sobre sexo y volví con mi abuela. Cuando se lo enseñé, primero se asustó.
- ¡Pero hijo, tú estás loco!
- No abuela… - intenté tranquilizarla. – te ayudaré en todo lo que pueda y si necesitas más, esto te ayudará… - la miré a los ojos con una sonrisa y puse mi mano entre sus muslos. - ¡Aprovecha, abuela!
No dijo nada más. Sus muslos se abrieron un poco y mi mano la acariciaba. Mi abuela se estremecía por el placer. Era la primera mujer con la que tendría algo más que besos, la iba a masturbar. Cerró los ojos y se echó atrás, ofreciéndome su coño bajo aquellas bragas que mostraban un cerco de humedad, esa caliente humedad que brotaban de su madura vagina. Puse mi dedo gordo sobre la tela mojada y sentí por primera vez el coño de una mujer, el coño de mi abuela.
Moví el dedo sobre su coño sin saber bien qué hacía, pero mi inexperiencia no le importó a ella. Sentirse tocada por su joven nieto fue suficiente para provocarle un primer orgasmo. Sus bragas ya no estaban mojadas, no, ahora estaban chorreando.
- ¡Uf, hijo, me he corrido ya, pero esto no está bien! – intentaba recomponer su falda. - ¡Déjame ya!
- Pero mira cómo estoy… - me puse en pie delante de ella y me bajé los pantalones.
Mi polla erecta botó ante sus ojos, su lengua humedeció sus labios. Mi mano liberó mi glande, terso, enrojecido, grueso y deseoso de ser acariciado. Los dos estábamos muy calientes en ese momento. Me agaché y le quité las bragas sin ninguna resistencia por su parte, abrió las piernas y me mostró su coño oculto bajo un gran manto de pelo.
Sus ojos miraban mi polla mientras mi mano la agitaba. Sus dedos abrieron los labios que custodiaban la entrada de su caliente vagina. Primero uno, después dos, y hasta tres dedos de su mano la empezaron a masturbar.
Mi abuela se pajeaba ante mí al mismo tiempo que yo. Los dos deseando corrernos, los dos demasiado calientes. Abrió su boca y parecía poseída por un espíritu, por el espíritu de la lujuria. Sus gemidos y gritos no tardaron y me provocaron tanto placer que me iba a correr. Me arrodillé entre sus piernas y apunté mi polla a su vagina. Comencé a lanzar semen que caía sobre su coño. Sus dedos mezclaban sus flujos con mi semen y lo introducía en su vagina. Apenas tenía fuerzas y me dejé caer hacia delante. Mi glande rozó sus dedos y estos lo aprisionaron, haciendo qué mi polla tocará la vagina mojada de mi abuela.
Aquella era una sensación nueva y mis caderas se movieron instintivamente, de forma que mi glande se deslizaba por toda su raja mientras sus dedos la dirigían. Pude ver cómo su clítoris emergía entre los pliegues de piel que lo protegía. Su dedo presionó mi glande cuando pasaba por encima de él para hacer más intenso el contacto. Aquello hizo que sus piernas temblaran de placer, un nuevo orgasmo la invadía y ver a mi abuela de aquella manera me provocó otra erección.
Cogí mi polla con la mano y la deslicé por su raja hasta llegar a la entrada de su vagina. Presioné mi glande y los ojos de mi abuela se abrieron de par en par. Iba penetrándola y su cabeza se agitaba pidiendo que no lo hiciera. Mi glande había entrado casi por completo, un empujón más y estaría follando a mi abuela.
- ¡Por favor, hijo, no lo hagas! – me imploró mientras el calor de su vagina me quemaba la punta de la polla. - ¡Soy tu abuela, no podemos hacer esto!
Deseaba clavársela de un solo empujón, hasta el fondo. Pero verla allí, después de esos orgasmos, con su cuerpo temblando por el miedo y el placer… empecé a correrme de nuevo, viendo como el poco semen que me quedaba inundaba su vagina y se deslizaba por su raja hasta caer en el sofá. Me senté junto a ella, sin fuerza. No nos miramos, cada uno intentaba recomponer sus ropas. Entonces la mano de mi abuela agarró la mía.
- Gracias cariño por no follarme…
El resto de la tarde fue rara. No sentía deseos sexuales por mi abuela, no deseaba follarla, pero me ponía muy caliente pensar en masturbarme delante de ella. Nos mirábamos de forma rara, con sonrisas cómplices y leves caricias de cariño. Aquella noche dormí plácidamente recordando el sexo con ella.
Pasaban los días y nuestras masturbaciones continuaban, a veces yo entraba en el baño y mientras me hacía una paja, ella me miraba sentada en el inodoro y me acompañaba con sus gemidos y un gran orgasmo. Otras, ella se empezaba a tocar para provocarme, hasta que yo no podía más y me levantaba agitando mi polla para correrme sobre su caliente coño. Era raro hacer eso con mi abuela, pero nos ponía tan calientes que no lo podíamos resistir.
Y llegó la Navidad. Por esos días volvía con mis padres, al pueblo. Mi abuela insistió en pasar aquellas dos semanas con nosotros. Mis padres se alegraron al vernos llegar y no podían imaginar las perversiones qué practicaban aquella mujer con aquel muchacho.
Durante esos días sería difícil tener un momento para masturbarnos, perro ya encontraríamos la oportunidad. Y mi primer ataque a mi abuela fue en presencia de mis padres. El segundo día de estar allí, tras el almuerzo, solíamos permanecer sentados en la mesa camilla mientras veíamos adormilados la televisión. Mis padres estaban cada uno en su sillón, mientras mi abuela y yo estábamos juntos en el sofá, todos tapados con la ropa camilla que cubría la mesa.
Me moví para acomodarme en el sofá y apoyé mi cabeza en el hombro de mi abuela. Mi mano derecha se deslizó bajo la tela que nos cubría hasta colocarse sobre la pierna de ella. Mi abuela no se inmutó, permaneció quieta. Comencé a acariciar su muslo mientras veíamos a mis padres adormilados frente al televisor. Ella me dio un beso en la cabeza que interpreté como agradecimiento por las caricias. Con mis dedos fui subiendo su falda poco a poco, hasta que pude tocar su piel. Me deleité en tocarla, y después de un rato, bajé mi mano al interior de aquel muslo. Sus piernas se abrieron al momento, sin duda necesitaba sexo, aunque fuera furtivo.
Intentando que no se notara el movimiento de mi mano, fui subiendo por su muslo hasta notar el tacto de la tela de sus bragas. Acaricié su coño por encima de la tela y pude notar sus labios vaginales. Quería meter mi mano dentro y tocarle su raja para masturbarla, provocarle un orgasmo y verla sufrir sin poder gemir como a ella le gustaba. Era difícil entrar, mi abuela tenía un gran culo y su ropa interior también era grande. No dejaba de mirar a mis padres, vigilando para no ser descubierto.
Con gran esfuerzo conseguí meter la mano y tocar su sexo. La miré y los dos sonreímos. En ese momento descubrí que se había depilado por completo y podía tocar perfectamente sus húmedos labios. Mi polla se puso dura y la cariñosa mano de mi abuela vino a reconfortarla con caricias por encima del pantalón, ojalá hubiera podido meter su mano dentro y masturbarme bien.
Pero yo había conseguido mi objetivo, el caliente coño de mi abuela era mío. Mis dedos empezaron a separar los labios y le acariciaban la entrada de su vagina. Echó la cabeza atrás y cerró los ojos, como si durmiera mientras yo la masturbaba.
Recorrí toda su raja, sintiendo la suave piel impregnada por los flujos que brotaban por la excitación. Por la parte baja, encontré la entrada de su vagina y metí un dedo, moviéndolo como si la follara. Intentaba no moverse, pero sus caderas no podían aguantar y se agitaban levemente. Su mano apretaba sobre mi polla, la deseaba y allí no la podía tener. Iba a reventar de gustó. Mi dedo empapado en flujos salió de su vagina y recorrió aquella raja hasta encontrar su clítoris.
Toqué la punta de tan sensible lugar y gruñó levemente como protesta. Sentí lo endurecido que estaba y bajé por él con la yema del dedo, siguiendo la piel más dura hasta que se perdió dentro de su vagina. Subía y bajaba para darle placer, pero ella sólo me podía corresponder estrujando mi polla.
No sé cuánto tiempo la estuve acariciando, pero llegó su deseado orgasmo. Su mano se aferró a mí polla con fuerza, la otra se colocó sobre la mía y todo su cuerpo se tensó cuando brotó de su coño un gran orgasmo que invadió todo su cuerpo y su mente. Sentí como se mojaba toda mi mano con la enorme cantidad de flujos que lanzó su vagina, la dejé allí, quieta, sintiendo el gran orgasmo de mi abuela. Después de unos segundos, su mano me indicó que sacara la mía. Se levantó y se marchó. Cogí una servilleta de papel de la mesa y me sequé la mano, la olí como si me picara la nariz y el intenso olor del coño de mi abuela invadió mi mente. Necesitaba hacerme una paja. Me levanté sin molestar a mis padres y me dirigí al baño.
Caminé oliendo mi mano, mi polla crecía en mi pantalón, tenía que liberar toda esa excitación retenida. Entré rápido en el baño y me encontré a mi abuela terminando de vestirse.
- ¡Joder, abuela, qué calentón tengo! – dije sacando mi polla.
- ¡Ven cariño!
Me rodeó con su brazo izquierdo por la cintura y agarró la polla con la mano derecha. Empezó una maravillosa paja. Apuntaba la polla hacia el lavabo y miré al espejo. La imagen de mi abuela agarrada a mí y masturbándome me excitó. Pasé mi brazo derecho por detrás de ella y le acaricié su culo. Ella no paraba de agitar la polla. La miré y por el escote pude ver como se agitaban sus tetas. No me pude resistir, mi mano izquierda se coló dentro de sus ropas y disfruté jugando con sus grandes pezones.
No pude con tanta excitación, mi polla comenzó a lanzar semen mientras ella disfrutaba viéndolo. Mi cuerpo convulsionada por el placer, ella agarrada a mi cintura, yo agarrado a su culo. Mi polla menguaba en su mano que no dejaba de acariciarla suavemente.
- ¿Estás más tranquilo? – me preguntó.
- Ahora mismo estoy en la gloria…
Me lavó la polla y nos recompusimos el tipo. Ella salió primera, después yo. Al llegar al salón, mi padre dormía en su sillón, mi abuela había vuelto a su sitio y mi madre estaba en la cocina. Aquello me ayudaría a masturbarme durante dos días, pero me volvía a cada momento más adicto a mi abuela.
Mis esperanzas de aguantar unos días sin tener que buscar a mi abuela para masturbarme se acabaron al día siguiente, pero ese día quise morir. Por la tarde, mi padre se marchó con un amigo y en casa quedamos mi madre, mi abuela y yo. Sobre media tarde, no pude aguantar más. Las dos estaban en la cocina, desde el pasillo le hice señas a mi abuela para invitarla a que me siguiera al baño y repetir la experiencia del día anterior. Tuve que insistir para que me siguiera, pero al final accedió. Entré el primero, esperé un poco y entró ella.
- Niño, estás loco… - mientras se acercaba, se quitó el chaleco y abrió su escote para mostrarme parte de sus redondas tetas. La veía acercarse y me saque la polla y empecé a agitarla. - ¿Por qué me pones tan caliente?
- Abuela, esto es pervertido, por eso me pone más…
Se levantó la falda y se quitó las bragas rápidamente, se sentó en el inodoro y abrió sus piernas. Me mostró su depilado coño, con sus dedos separó los labios vaginales y me mostró su rosada vagina. Me acerqué a ella amenazándola con mi polla, apuntando a su cara. Sus dedos se hundieron en su vagina, se mordía los labios deseando tener mi glande dentro de su boca, la dejé a poca distancia.
- ¡Niño, eres un malvado! – pasaba su lengua por los labios. – Cada día tengo más ganas de comértela. – besó mi glande con suavidad.
- ¡¿PERO QUÉ PASA AQUÍ?! – el mundo se nos cayó encima. Mi Madre estaba en la puerta mirándonos enfurecida.
- Hija… hija… - mi abuela se vestía intentando calmar a su hija.
- Calla, ¿estáis locos? ¿Cómo sois capaces de hacer eso?
- Mamá…
- ¡Tú vete a tu habitación ahora mismo! – salí del baño y me marché a mi habitación.
No sé cuánto tiempo llevaba en mi habitación, solo, pensando en lo que había ocurrido. Qué ocurriría ahora, qué haría mi padre cuando se lo contará mi madre. Toda la excitación que tenía desapareció en el momento que escuché la voz de mi madre.
Más tarde, mi abuela vino a mi habitación para que bajara. Me comentó que más tarde hablaríamos los tres de lo ocurrido. Mi madre estaba en la cocina preparando la cena. Parecía seria, pero se comportaba más o menos normal.
Más tarde me marché a mi habitación, me tumbé en la cama y empecé a quedarme dormido. Cuando mis ojos casi estaban cerrados, aparecieron mi abuela y mi madre.
Cada una se sentó a un lado de la cama. Empezaron a hablar y entonces quedé de piedra cuando me enteré que mi madre nos había visto el día anterior y se había excitado. Por lo visto, la relación con mi padre era nula y hacía mucho tiempo que no tenía sexo, así que el espectáculo que le ofrecimos le sirvió para masturbarse.
- No me parece normal que una madre se excite con su hijo, pero no puedo evitarlo. Necesito sexo y tú eres el único al que tengo acceso.
- Pero… - no sabía que decir.
- Tranquilo hijo. – me habló mi abuela. – Será igual que conmigo… igual de excitante.
La mano de mi abuela empezó a acariciar mi polla por encima del pantalón. Mi madre me miraba a los ojos y yo podía ver como se excitaba poco a poco. Alargué mi mano y le acaricié su muslo, ella empezó por tocar mi pecho cariñosamente.
Mi polla crecía bajo el pantalón, mi abuela lo podía notar en su mano y al momento empezó a liberarla. Moví las caderas y pudo desnudarme de cintura para abajo, quedando mi polla erecta y expuesta para ellas.
- Venga hija, tócala. ¡Mira qué dura la tiene! – mi abuela me acariciaba disfrutando.
- Siento avergüenza al hacer esto… - mi madre reía nerviosa y excitada.
- En cuanto sientas el “amor” de tu hijo te olvidarás de todo. – cogió su mano y la llevo hasta mi polla. – Libera su glande. – sus dedos se aferraron a mi polla y sentí como la piel bajaba. - ¿Te gusta la polla de tu hijo?
- Mamá, no me hables así… - sus ojos no dejaban de mirar la polla y su mano me masturbaba.
- Pero te pone caliente oírlas ¿no? – mi abuela la miraba sintiendo como su coño se mojaba por la excitación.
- Mamá, abre las piernas para tocarte el coño… - subí mi mano por el interior de su muslo suavemente, esperando que abriera las piernas y me dejara masturbarla.
- ¡Sois unos pervertidos! – dijo entre risas nerviosas.
Deslicé mi mano sintiendo la presión de sus muslos que aun no cedían a mis caricias, mientras su mano se agitaba tímidamente por mi polla. La miré a los ojos con una sonrisa, pidiendo permiso para darle placer. Sus muslos cedieron un poco y mi mano prosiguió hacia su coño. Me acerqué un poco a ella y con la otra mano le subí un poco la falda, besé suavemente por encima de la rodilla. Mi mano acarició por fin la tela de sus bragas, su cuerpo se tensó. Podía notar el calor que desprendía su coño, estaba muy caliente.
Mi abuela gimoteaba junto a nosotros, no la podía ver, pero seguro que se estaría masturbando. Llevé mi mano derecha a los pechos de mi madre y los acaricié por encima de la camisa. Ella cerró los ojos gimiendo levemente. Comencé a desabrochar los botones de su camisa y descubriendo sus maravillosas tetas cubiertas con un sujetador negro. Quité todos los botones y aparte la tela. Mientras mi mano izquierda acariciaba su coño, mi boca besó la prominencia que aparecía en la tela del sujetador, sus pezones erectos empujaban la fina tela y mis labios los acariciaron.
Su mano soltó mi polla y me empujó en la nuca para hacer más intenso el contacto. Con un dedo deslicé la tela y liberé su teta. Su enorme y oscuro pezón recibió rápidamente las caricias de mis labios. Ella gemía suavemente, con una sensualidad que me volvía loco de placer. Abrí mi boca y mamé aquella teta.
Mi mano izquierda buscó la manera de colarse dentro de las bragas de mi madre. En ese momento mi polla recibió las caricias de mi abuela. Conseguí traspasar la frontera de las bragas de mi madre y mis dedos acariciaban los suaves pelos, un poco más abajo me esperaba su mojada raja. Jugué con sus pelos, bajando poco a poco. Mientras mi lengua jugaba con su pezón, mi dedo encontró los labios vaginales, los acaricié con placer.
- ¡Esto es una locura! – dijo mi madre empujándome y levantándose. Nos miró y se marchó de la habitación.
Mi abuela salió tras ella. Quedé medio desnudo en la cama, pensando en lo que había ocurrido. Un poco después me vestí y fui a la cocina. Me senté y esperé a que apareciera alguien.
- Hola hijo. – dijo mi abuela sentándose junto a mí. – Tu madre ya está más tranquila, la he convencido para que se duche… Creo que sería un buen momento para “conocerla” mejor.
- ¡Gracias abuela! – le di un beso en los labios y me marché en busca de mi madre.
Entré en el baño con cuidado, como si fuera a encontrar un animal asustadizo. Y allí estaba mi madre, casi ni me miraba, deseándome y evitando mirarme. Me acerqué y la abracé por detrás. En el espejo pude ver que éramos casi de la misma altura. Aparte su pelo y besé su cuello. Su cuerpo se estremeció. Mirando nuestro reflejo, mis manos subieron por su cuerpo para desabrochar los botones de su camisa, poco a poco, con dulzura. Podía sentir su respiración acelerada, su excitación.
Cuando acabé con sus botones, separé la tela y mis manos subieron para deleitarse con las redondeces de sus tetas. No dejaba de mirar al espejo, viendo como su hijo la desnudaba.
Mis manos bajaron por su cintura hasta sus caderas. La atraje hacia mí y froté descaradamente mi polla contra su culo. Su brazo derecho subió para agarrarme por la nuca, echando su cabeza al otro lado para ofrecerme su cuello. Le di un suave beso y un pequeño mordisco. Me premió con un leve gemido y su culo se frotó contra mi polla.
Mis manos buscaron el cierre de aquella falda, pero no lo encontré. Una de sus manos tiró de la prenda y me indicó como quitársela, mis manos tiraron y la falda fue bajando hasta quedar tirada a sus pies. La contemplé, tenía ya los cuarenta años, pero su cuerpo era sensual. Besé con pasión su cuello mientras mis manos se deleitaban con las curvas de su cuerpo. Giró su cabeza para ofrecerme su boca, nos besamos. Por primera vez sentí la lengua de mi madre que jugaba con la mía, pasando de una boca a la otra.
Se giró sin dejar de besarnos, nos pusimos uno frente al otro, acariciándole con pasión. Desabroché el sujetador, deslicé las tirantas por sus brazos y quedó sujeto por nuestros cuerpos. Me separé de ella y cayó al suelo. Tenía dos tetas impresionantes, redondas, firmes y con dos deliciosos pezones oscuros y bien grandes. Mi boca se lanzó a lamerlos, de uno a otro, estaba enloquecido por la excitación.
Ella me quitó la camiseta y acarició mi pecho, su lengua jugó con mis pezones y las piernas me temblaron por el placer. Mientras me lamía, sus manos me quitaron los pantalones y quedé en calzoncillos. Nos volvimos a abrazar y besar, uniendo nuestros cuerpos.
Me agaché y agarré sus bragas, se las bajé y esperé que sacara sus pies. Su pubis estaba delante de mi cara. Sus oscuros pelos resaltaban en su blanca piel. No lo pude resistir, le di un beso allí, en su coño. Me puse en pie y la besé de nuevo.
Ahora fue mi madre la que se agachó. Al bajar mis calzoncillos mi polla botó delante de su cara. La tomó con una mano y sacó mi glande para darle dos deliciosos besos. Se levantó y me miró a los ojos.
- Duchémonos cariño… - me cogió de la mano y entramos en la ducha.
Me dio la espalda y se inclinó para coger la ducha, no pude resistir aquella visión de su culo en pompa, mis manos se lanzaron y lo acariciaron. Ella permaneció en la misma postura mientras habría el agua y esperaba que saliera caliente, pero yo ya estaba a buena temperatura, pegué mi polla a su culo, colocándola entre sus cachetes, y la restregué como si la follara.
- ¡Qué niño más pervertido tengo! – dijo incorporándose y girando la cabeza para ofrecerme su boca. - ¡Estás convirtiendo a mamá en una viciosa!
Nos fundimos en un apasionado beso, mientras mi polla se deslizaba por su culo y mis manos amasaban sus tetas.
- ¡Rápido hija! – mi abuela entró como un torbellino en el baño. - ¡Tu marido acaba de llegar! – mi madre y yo quedamos paralizados. Se abrió la puerta de nuevo.
- ¡Voy a mear! – escuchamos la voz de mi padre, quedé paralizado en el rincón de la ducha.
- ¡Qué grosero eres! – protestó mi abuela y mi madre sacó la cabeza entre las cortinas para regañar a mi padre.
- ¡Otra vez vienes borracho! – protestó recriminando a mi padre. Y de nuevo ponía su culo en pompa. Alargué mi mano y se lo acaricié. -. ¡Vamos, acuéstate ya y no des más espectáculos!
- Me voy a acostar porque yo quiero. – sentenció mi padre. – Yo mando en esta casa y se hará lo que yo diga… - tiró de la cisterna y se marchó protestando.
- ¡Gracias mamá! – le dijo a mi abuela y yo ya tenía mi mano entre sus piernas tocándole el coño. Se giró cuando comprobó que estábamos solos. - ¡Eres un guarro, y eso me excita! – nos abrazamos y nos besamos apasionadamente. - ¡Vamos, dúchate rápido qué no está la cosa para esto!
Y así lo hicimos, ducha, unos besos y fuera. Ella se secó primera y salió. Después lo hice yo. Salí con cuidado, sin saber qué me iba a encontrar. Mi abuela fue a la primera que vi en el pasillo.
- ¡Ésta hoy no puede desahogarse¡ - metió su mano bajo el pantalón del pijama y encontró mi polla libre, sin calzoncillos.
- ¡Tú tampoco has podido tener un desahogo! – la abracé por la cintura y puse mi mano en su culo para acariciarlo descaradamente.
- Tu padre está muy borracho, tal vez está noche podamos desahogarnos todos… - me dio un beso y se marchó.
Caminé hacia mi habitación y al entrar me encontré a mi madre inclinada sobre mi cama, arropando a su marido. Vestía una bata corta y casi le podía ver el culo. Me puse a su lado y metí mi mano por debajo para tocárselo. Me miró sonriendo mientras mis dedos acariciaban los pelos de su coño. Puso un dedo en su boca para indicarme que guardara silencio. Se incorporó y me cogió de la mano para que la siguiera fuera de la habitación. Cerró la puerta tras nosotros y se abrazó a mí.
- ¡¿Quieres tener esta noche a tu madre?! – me preguntó.
- ¡Esta noche y el resto de noches! – le contesté y nos besamos otra vez más.
- Sí, pero eso tengo que verlo… - se acercaba mi abuela y se abrazó a nosotros, me besó cuando mi madre dejó libre mi boca.
Mi padre permaneció dormido durante el tiempo en que cenamos, es más, seguía dormido cuando decidimos que era hora de dormir… o de hacer otra cosa.
- ¡Está totalmente dormido! – dijo mi madre al sentarse en el sofá con mi abuela y conmigo. – Incluso le he dado unas bofetadas, no muy fuertes, y no ha reaccionado… ¡Creo qué podemos tener una noche tranquila!
- ¡Pues corramos qué mi niño va a reventar! – mi abuela se levantó y me cogió de la mano para llevarme a la habitación de mis padres. - ¡Vamos, me quema el chichi!
- ¡Hay qué intentar no hacer mucho ruido! – mi madre me besó. – Si no llega a estar borracho esta tarde, se hubiera liado una buena.
Los tres entramos en la habitación. Mi abuela se sentó a los pies de la cama para observarnos, mientras mi madre y yo nos echábamos y nos besamos suavemente. Me quitó la camiseta y su boca se lanzó frenéticamente a lamer y besar mis pezones. Su mano acarició suavemente mi polla por encima del pijama.
- Trátalo con cuidado. – dijo mi abuela – Creo que aún es virgen…
- ¿No le has enseñado nada? – contestó mi madre.
- Nuestro niño me pone muy caliente, pero no soy una pervertida, sólo nos hemos masturbado.
- Pues habrá que enseñarlo bien…
- La abuela disfrutó ayer – dije poniéndome de rodillas en la cama - ¿quieres qué te lo haga a ti?
- ¡Veamos qué sabes hacer! – se tumbó en la cama boca arriba esperándome.
Quedé petrificado observando el maduro cuerpo de mi madre cubierto sólo por aquel camisón. Me recosté junto a ella y besé su hombro mientras mi mano acariciaba su pecho. Sus pezones se marcaron en la fina tela que los cubría. Mis dedos deslizaron una de las tirantas hasta dejar al descubierto su teta. Con la boca aferré la otra y la bajé. Mi mano acarició el pecho desnudo y después descubrió el otro pecho. Me acerqué más a ella y le di un suave beso en la boca para después lanzarme a mamar su endurecido pezón. Ella se agitaba y gimoteaba de placer. Cambié de pecho y mi mano bajó para meterse entre sus piernas que se abrieron de inmediato. Mis dedos se mojaron de inmediato, mi madre estaba muy caliente. No tuve dificultad en separar sus labios vaginales y penetrarla con mi dedo. Acaricié toda su raja, sintiendo la humedad y la suavidad de la piel de su coño. Busqué su clítoris y lo acaricié.
- Despacio, cariño… - su mano frenó la mía – Ese punto es muy sensible, ahí tienes que tocar con algo más delicado… ¿Has usado alguna vez tu lengua? – negué con la cabeza - ¡Prueba a darle placer a mamá con tu lengua!
El día anterior había olido los flujos de mi abuela que quedaron impregnados en mi dedo, pero cuando me incliné sobre el coño de mi madre la cabeza empezó a darme vueltas embriagado por la excitación.
Sus dedos separaban los labios vaginales y mi lengua tocó su clítoris. Su boca empezó a lanzar sensuales sonidos de placer que no pararían en toda la noche. Yo estaba a cuatro patas entre las piernas de mi madre cuando sentí sobre mi culo las manos de mi abuela. Acariciaban la redondez de mi culo y sus dedos hacían presión para admirar la dureza. En un momento me quitó los pantalones y quedé desnudo. Sus dos manos se colocaron sobre los cachetes y su boca los mordisqueaba con toda la lujuria que guardaba desde que quedó viuda.
- ¡Qué bueno, hijo! – mi madre se agitaba y se retorcía de placer - ¡Pasa tu lengua por todo mi coño!
Y la obedecí como buen hijo, pasé mi lengua por toda su raja saboreando sus flujos. Me sentía ebrio por el placer y la excitación que me producían los olores que brotaban de aquella vagina.
Y entonces sentí que las manos de mi abuela separaban mis cachetes y escupía en mi culo. Me asusté por un momento, pero no puedo describir el placer que sentí cuando la lengua de mi abuela acarició mi ano. No sé por dónde movía su lengua, pero a veces la sentía en mi ano y al momento agitaba mis huevos.
El placer que me daba mi abuela y la excitación que me producía el coño de mi madre, mi lengua se aceleró para darle más placer a mi madre. Mi boca se llenó del líquido que el caliente coño lanzó cuando mi madre alcanzó su deseado orgasmo.
- ¡Fóllame, fóllame, hunde tu polla en mi coño! – me ordenó tirando de mis pelos para que dejara de lamer su coño. - ¡Cariño, tu madre necesita tu polla!
Algo asustado y torpe me coloqué sobre ella. No sabía qué hacer, pero la mano de mi abuela dirigió mi polla hasta la vagina que la esperaba para que la llenara por completo. Nos miramos a los ojos y pude ver como su rostro cambió, convirtiéndose en la imagen del placer, justo cuando mi abuela frotó mi polla por todo el coño.
- ¡clávala, húndete en tu madre, lléname con tu polla!
Mi abuela dejó de mover mi polla y una de sus manos empujó mi culo. Me dejé caer y mi glande entró en ella dilatando su vagina a su paso.
- ¡Oh, sí, qué grande y dura se siente tu polla! – se retorcía y gemía mientras la penetraba - ¡Sí, tenía la solución a mi calentura en casa y no lo sabía!
- ¡Me voy a correr! – no pude decir mucho más, empecé a eyacular en el coño de mi madre mientras ella tenía otro orgasmo al sentir mi semen en sus entrañas.
Quedé paralizado por el placer sobre mi madre, con mi polla dentro de su coño. Volví a agitarme sobre ella, penetrándola con suavidad. Nunca más me volvió a pasar, pero mi polla aún se mantenía erecta. Me moví más rápido y en poco tiempo conseguí arrancarle un intenso orgasmo. Me separé de ella que quedó sin fuerzas por el placer. Pude ver como mi polla salía del coño de mi madre, impregnada en una fina espuma producto de la agitación de sus flujos y mi semen.
Me levanté de la cama y mi abuela estaba de rodillas al filo. Ella me miró, después miró mi polla y supo lo qué iba a ocurrir. Me coloqué tras ella y subí su camisón hasta su cintura, quedando su culo cubierto por sus grandes bragas en pompa. Se las bajé hasta las rodillas y ella apoyó su pecho contra el colchón, con sus manos separó los cachetes de su culo para ofrecerme su viejo coño.
Estaba totalmente empapada, acerqué mi polla e intenté penetrarla. Nuestros sexos estaban tan mojados, que al empujar con ganas, mi glande resbaló y forzó su ano.
- ¡Uf, niño, qué me has hecho!
Miré y mi glande se había introducido en su culo. Aquello me pareció pervertido, dar por el culo a mi abuela. No dije nada, no la saqué, empujé un poco más y continué dándole por culo. Primero protestó, pero cuanta más polla le metía, más le gustaba y más gemía. Para su desgracia, mi polla estaba dura, pero no parecía tener suficiente para correrse. Bajo la atenta mirada de mi madre, la penetré durante unos diez minutos, provocándole varios orgasmos con los que mojó la cama.
- ¡Vamos, parte el culo de tu abuela y llénala con tu leche! – me susurraba mi madre que se colocó tras de mí y me besaba y acariciaba. - ¡Qué bien parte los culos mi niño!
Mi madre me excitó de tal manera que no pude aguantar. La saqué del culo de mi abuela y agarré a mi madre, la forcé a ponerse a cuatro patas y busqué su culo para penetrarla.
- ¡No hijo, no! – me imploraba e intentaba zafarse - ¡Nunca me lo han hecho, me dolerá!
- ¡Te ha gustado cuando tu hijo me ha roto el culo, ahora te toca a ti! – las manos de mi abuela abrieron el culo de mi madre y dirigí mi polla. – Despacio cariño, métela poco a poco… - dejó caer saliva en el redondo ano.
Mi glande se posó sobre el oscuro círculo y empujé un poco, el cuerpo de mi madre se tensó. Retiré mi polla un poco y escupí sobre su culo. De nuevo intenté atravesar su ano pero no pude. Con mi polla en la mano, pude ver su húmedo coño. No lo pensé, con una fuerte embestida le clavé toda la polla y la follé con fuerza. Mi abuela mantenía los cachetes separados, podía ver como mi polla dilataba sus labios vaginales mientras la penetraba sin compasión. Sus gemidos mostraban el placer que sentía, apoyé mi mano sobre su culo y mi dedo gordo acarició su redondo ano.
Mi madre daba pequeños gritos cada vez que hundía mi polla en su coño, mi dedo acariciaba su ano y lo presioné. Aquel esfínter tomó vida y se agitaba, como queriendo engullir mi dedo gordo. Entró poco a poco, pero con facilidad. Mi polla llenaba su vagina mientras mi dedo penetraba su culo. Giró la cabeza y me miró con los ojos desencajados por el orgasmo que estaba sintiendo. No dijo nada, no lanzó ningún sonido que pudiera mostrar placer, sólo tensó su cuerpo y su piernas empezaron a temblar mientras mi polla seguía penetrándola con todas mis fuerzas. La ingente cantidad de flujos que rebosaban por su coño era la prueba de que estaba alcanzando el más brutal de los orgasmo de su vida.
La mano de mi abuela se agitaba sobre mi culo, dándome cachetadas de vez en cuando y diciéndome palabras al oído para jalearme al follar a mi madre. Me iba a correr y mi abuela lo notó. Apoyó su cara en el culo de su hija, me miró con unos sensuales ojos y me dijo: ¡Hazlo en mi boca, dame toda tu leche! Eso me hizo estallar, saqué el dedo del culo de mi madre, mi polla abandonó la cálida y mojada vagina y la deposité entre las redondas nalgas. No tuve que tocarla. Un gran chorro de semen brotó con fuerza, cayendo en la espalda de mi madre y parte en la mejilla y ojo de mi abuela. Su boca se acercó abierta a mi glande esperando el resto… No pude dejar de mirar como mi semen caía en su boca mientras mi cuerpo se agitaba de placer. Su amorosa boca rodeó mi glande y sorbió todo el semen hasta limpiar por completo mi polla.
Mi abuela se tumbó al lado de mi madre mientras recogía el semen de su cara con los dedos para llevárselo a la boca que mostraba una sexy sonrisa de placer. Mi madre quedó exhausta, tumbada boca abajo. De rodillas y desnudo, las contemplé, el redondo culo de mi madre, el rasurado coño de mi abuela… Había gozado de aquellas dos calientes maduras que eran mi madre y mi abuela, habíamos disfrutado de un pervertido incesto… ¿Qué pasaría al día siguiente? No lo sabía, pero no me preocupé, me tumbé en medio de las dos que rápidamente me abrazaron y besaron sin pensar en el futuro.