El fruto prohibido

Cuando buscas un fruto y el fruto te encuentra a ti.

El fruto prohibido

1 – El mercado

Desperté aquella mañana pensando en pintar una fruta inexistente. Quizá, yendo al mercado y buscando entre todas ellas, podría plasmar en el papel una fruta nueva; algo que no existiera en la naturaleza y que fuese atrayente hasta el punto de que el que la mirase sintiese deseos de tenerla en sus manos y comerla. Una fruta a la vez colorida, ácida, dulce, fuerte y suave

Quizá no me importaba tanto la forma (ni el color) como su aspecto exótico, distinto a todo lo conocido. Quizá, estando en el centro de otras tan conocidas como la manzana, el plátano, la pera o incluso el mango, menos común aquí, la podría hacer resaltar hasta el punto de que todo aquel que la mirase sintiese ganas de saber su aroma, su textura y su sabor.

Cerca de mi estudio, donde había dormido aquella noche loca del sábado, ponían los domingos un mercadillo donde podías encontrar desde especias y verduras hasta chatarra aparentemente inútil y objetos robados en perfecto estado de uso si se iba a buscar a primeras horas. Bajé casi dormido y tomé un café con una tostada. Allí, en el centro de aquella alameda larga y polvorienta, ya estaban montados los rústicos puestos y la gente comenzaba a llegar.

Me adentré por la calle principal y fui mirando a un lado y al otro viendo entremezclada toda esa curiosa mercancía; desde discos viejos de vinilo hasta consolas de juego a las que, tal vez, sólo les faltaba una pequeña pieza para funcionar.

Cuando llevaba andando un rato, me pareció que tres jóvenes de no muy buen aspecto me seguían. Había que tener cuidado con los delincuentes, sobre todo una vez comprado algo, pues observaban la cartera al pagar para ver si iba llena de «algo interesante» de que apoderarse, a veces, a punta de navaja. De pronto, dos de ellos se separaron cada uno hacia un lado. Me pareció que algo tenían en mente. Me sentí rodeado. Uno de ellos, bastante alto y vestido de negro, siguió andando y salió de la alameda perdiéndose entre las pequeñas furgonetas de los comerciantes. El otro, de una altura y edad más moderadas, siguió caminando más atrás por la calle de la derecha y se paró en un puesto de hierbas aromáticas y perfumes. El tercero quedaba justo detrás de mí y tuve que hacer un gesto de asombro mirando algo en un puesto de muebles antiguos y parándome a curiosear. Mientras preguntaba al tendero por un armarito con espejos que no me interesaba lo más mínimo, volví mi cara hacia la derecha para ver si le veía seguirme.

Busqué entre la gente y me pareció que había desaparecido. Seguí hablando con el tendero como si le regatease para sacarle la mercancía más barata y volví a mirar. La tercera vez miré sin disimulo. El chico que me seguía detrás estaba a mi lado. El tendero me hablaba, pero ni siquiera le oía. El chico estaba casi pegado a mí. Yo estaba muerto de miedo.

Me armé de valor y lo miré fijamente. Pensé que tal vez una mirada amenazante lo retiraría de mi lado, pero me desarmaron sus ojos de color verde muy claro. El tendero siguió hablando, y yo dejé de oír el murmullo de la gente y comencé a ver un pelo castaño claro, rizado y corto; una camiseta roja despintada y ajustada que dejaba intuir debajo un pecho fuerte; sus brazos eran muy morenos y sus manos grandes; llevaba el pantalón vaquero ceñido con un cinturón bastante ancho claveteado de monedas; entre sus piernas se adivinaba un cierto abultamiento muy llamativo; calzaba zapatillas de deporte extrañamente nuevas.

  • ¿Te gustan? – preguntó inocentemente -.

  • ¿Qué?

  • Digo que si te gustan mis zapatillas – dijo sonriente -; las miras muy fijamente.

  • ¡Perdona! – exclamé - ¡No me he dado cuenta!

  • Mejor así – dijo -, eso es señal de que las miras aunque no lo pienses hacer.

  • ¿Hacer qué? – me extrañé -; te miraba como ensimismado, como podía haber mirado a otra persona.

  • Sí – contestó -, pero yo no soy otra persona. Me llamo Vicente (me tendió la mano). Veo que te interesa algo de este puesto.

  • ¡Bueno, sí! – le sonreí -, me ha llamado la atención ese armario pequeño de colgar; ese con espejos y pintado rústicamente a mano.

  • Es un armarito de baño muy antiguo – dijo -; tiene dentro tres baldas. No te lo recomiendo. Está casi comido por la polilla.

  • ¿Cómo sabes tú eso?

  • ¡Oye! – dijo -, te he dicho que me llamo Vicente, pero no me has dicho tu nombre.

  • ¡Oh, perdona, chico! – me sentí mal -; soy Sebastián; Sebas para todos.

  • ¿Por qué quieres ese mueble? – dijo extrañado -.

  • Pinto – le respondí observando sus pestañas -; he pensado que, si no era caro, podría servirme para guardar algunas de mis cosas.

  • ¿Qué cosas puede guardar un pintor ahí? – se extrañó sonriendo -.

  • Si le quito los entrepaños – le expliqué -, puede servirme para guardar una pintura fresca hasta que se seque. Por aquí hay mucho polvo y el polvo se pega en la pintura fresca y se carga mi trabajo.

Se volvió hacia mí y me puso una mano en el hombro.

  • ¡Mira, tío! – dijo -, de eso no entiendo mucho, pero el que lleva el puesto es mi tío Juan y te ha bajado hasta un precio… razonable. Pero yo no lo compraría si no quieres toda tu casa llena de bichitos ¿Quieres que te busque uno para eso?

No pude contestarle. Me limité a mover la cabeza y a sonreírle.

  • ¡Tío Juan! – gritó -, ese no es el que le iría bien a mi amigo Sebas. Dale el que está en la furgoneta pintado de azul. ¡Y no me lo engañes con el precio!

  • ¡Gracias! – me sorprendí - ¿Por qué me ayudas sin conocerme?

  • Ya te conozco, Sebas – dijo -; nos hemos presentado, ¿no?

  • ¡Bueno! – dije sonriéndole -, te has presentado tú, pero es que no sabía que este hombre era tu tío. Antes te he visto venir detrás con otros dos.

  • ¿Te has fijado en mí o en ellos? – se rió - ¡Mira! ¿Sabes lo que pasa? Es que aquí nos conocemos casi todos; somos como de la familia. El largo de negro que venía a mi izquierda es mi primo Juanchu; el enano es mi hermano de padre, Tele. No tengo madre.

  • ¡Vaya, lo siento! – pensé que me había equivocado -.

  • ¡No, no lo sientas! – me cogió por el brazo y me acarició -, era una hija de puta de todas formas. No digas nada, era la hermana de mi tío Juan. Pero este es muy buena persona.

Oí unos gritos del tío Juan desde la furgoneta. No encontraba el armario azul que le decía Vicente.

  • ¡Espera, tío! – le gritó -, yo voy a buscarlo. Ponte tú aquí.

Me llevó a la furgoneta para que viese el armario, subimos el escalón de atrás y cerró las puertas. Los dos estábamos un poco agachados y nuestras caras estaban muy cercanas.

  • ¡Me gustas! – dijo - ¡Eres muy guapo! Le diré a mi tío que te regale el armario.

Se acercó velozmente a mí y me besó. Sus labios sabían a anís. Se volvió, quitó unas mantas y apareció un armarito que aún me gustaba más que el que había visto afuera, pero realmente no iba buscándolo. Lo cogió a pulso y lo dejó a mis pies.

  • Si de verdad eres pintor – dijo mirándome - ¡píntame! Guarda luego el retrato aquí para que no le caiga el polvo.

  • ¿Me lo dices en serio? – me extrañé -, creo que te estás quedando conmigo.

Volvió a besarme durante más tiempo. El sabor a anís no era de haber bebido, sino de un trozo de regaliz que estaba chupando. Lo pasó a mi boca, lo chupé un poco riendo y se lo devolví mordiéndolo entre mis labios.

  • ¡Eres guapísimo! – le dije - ¿Cómo te atreves a hablar así con cualquiera que no conoces de nada?

  • Sí te conozco – dijo -, tu mirada me dice que eres un tío legal. Me gustaría pasar el día contigo. Bueno, si me invitas a comer algo luego. La cosa está muy mala y mi tío no me da ni dos euros.

Lo pensé en un momento, volví a sonreírle mirándolo insinuante y hablé:

  • ¡Venga, tío! – le dije -, saca ya el mueble que tu tío se va a extrañar. Dile que cuánto quiere por él y vente conmigo. Me gustas. Comeremos juntos y te pintaré. Tú pones el precio por posar.

  • ¡Tío, me voy con Sebas y me llevo este armario a cuenta! – gritó - ¡Volveré a casa a la noche y si no, te llamaré por teléfono!

2 – El árbol

Paseamos por toda la alameda y vimos cosas muy interesantes. En una manta tendida en el suelo, había pinturas, pinceles y algunas otras herramientas en no muy buen estado, pero me agaché a verlas y Vicente se agachó a mi lado, me miró interesado y me agarró por la cintura.

  • ¿Hay algo aquí que te guste o que necesites? – preguntó -; el de la manta es mi primo.

  • Si te digo la verdad – le comenté mirándolo -, me llevaría todos estos botes de pintura de El Españoleto. Son antiguos, pero no están secos. Me va a pedir un dineral.

Se levantó, miró a su primo y le dijo que metiese todos aquellos botes de colores en una bolsa.

  • ¡Joder, tío! – le dijo el primo - ¿Ya vas a pegarme un sablazo?

  • ¡No! – le dijo muy seguro - ¿Cuánto pedirías por todos?

  • Hmmm – se quedó pensativo el vendedor - ¿Lo vas a pagar tú?

  • Sí, son para mí – le dijo -, mi amigo Sebas es pintor y me va a enseñar. Necesito pinturas.

  • ¡Está bien, tío! – le contestó resignado - ¡Llévatelos y mañana hablamos de precios!

¡Me había conseguido las pinturas! Estaba seguro de que, si le pagaba en su casa, tendría que darle poco dinero. Tomó la bolsa con mucha ilusión y le dio dos euros a cuenta a su primo. Luego se volvió hacia mí y dijo en voz alta:

  • Toma esto, Sebas, por favor. Me he llenado las rodillas de polvo. Ahora seguimos viendo cosas.

Cuando comenzamos a andar no quiso los dos euros que le ofrecí, me sonrió abiertamente entre el bullicio y me besó en la mejilla:

  • ¡Vamos primo! – me dijo contento - ¡Ya es hora de una cerveza! Yo invito.

Nos sentamos en una mesa bajo un árbol desde donde se veía el mercadillo y pidió dos cañas. Hacía calor y se apetecían.

  • ¿No decías que no tenías dinero? – me extrañé - ¿De dónde has sacado esos dos euros y cómo vas a pagar estas cervezas?

  • Es dinero que tengo ahorrado – dijo -; no mucho, pero quería regalarte esas pinturas. Estoy seguro de que mi primo ni siquiera aceptará los dos euros que le he dado. Me los devolverá. Lo que me queda es para dos cañas; otros dos euros, supongo.

  • ¿Tienes sólo cuatro euros y te los gastas en mí?

  • ¡No te estoy comprando, Sebas! – dijo con gesto teatral -; te estoy dando lo que tengo.

  • Tienes mucho más, Vicente – le dije bajando la voz -; tienes buena condición, eres muy guapo y me haces una compañía que no está pagada con nada. Si necesitas algo ¡pídemelo!

  • Sí, necesito algo – dijo guardando un poco de silencio - ¡Te necesito a ti! Cuando te seguíamos esta mañana no íbamos con malas intenciones. No íbamos a robarte ni nada de eso. Es que cuando te vi, les dije a mi primo y a mi hermano que quería tenerte como fuera. Pensaron que eso no iba a ser posible y cada uno tiró para un lado dejándome solo. Le eché valor a la cosa y fui a por ti ¿Tenía algo que perder si me echabas de tu lado o me insultabas? ¡No podía quedarme con la duda! ¡Y ahora estoy tomándome una cerveza contigo! ¡Con esto me basta! ¡Lo juro!

  • ¡No jures, Vicente! – le dije -, he visto tus ojos en la furgoneta y en el puesto de pinturas usadas de tu primo. Tus ojos te delatan.

  • ¡Me crees! – se asombró - ¡No me llevas para echar un polvo y basta!

  • No, Vicente, no – le cogí una mano bajo la mesa -; para echar polvos están los chulos chaperos de por la noche. No me gustan por muy guapos que sean. Me gustas tú porque eres como una fruta que primero me supo a anís y luego a amistad y ahora a entrega y a cerveza amarga.

  • ¡Joder! – abrió la boca - ¡Me vas a poner colorado!

  • Sería un buen color para la fruta que buscaba – dije -; me parece que ya la he encontrado.

  • ¡Un tío culto enamorado de un medio gitano que casi no ha ido a la escuela! – me acarició la mano -; lo que he dicho antes, lo de aprender a pintar, no es del todo una mentira ¿Me enseñarías un poco?

  • ¡Claro! – le dije -, yo no voy a insistirte, si te gusta la pintura, ve a casa siempre que quieras o que puedas. Si no tienes facultades seré muy claro y te diré que lo dejes. No se trata sólo de saber mezclar los colores, usar los pinceles y esas cosas. Hay que llevar algo dentro de nacimiento que te lo pone todo muy fácil.

  • ¿De verdad? – me miró interesado -; mi madre decía que yo había nacido para pintor, que pintaba dibujos muy bonitos sin enseñarme nadie. Pero la hija de puta, que era la única que sabía pintar, se murió.

  • No importa, Vicente, este árbol va a dar mucha fruta.

3 – La flor

Dimos algunos paseos más y pagué yo otras cervezas hasta que llegó la hora de comer.

  • Elije, Vicente – le dije tomados de la mano -; elije lo que quieras comer.

  • ¿Yo? – se sorprendió -. Me gusta todo, pero en la calle esta estrecha hay un bar que pone una comida riquísima ¿Me invitarías ahí? ¡No es caro!

  • El precio no importa ahora… - dije -; bueno, no del todo. Vamos a ese sitio que te gusta.

Noté su felicidad no sólo en la cara, sino en que comenzó a andar más rápido hasta que llegamos. Era un bar modesto pero, sinceramente, había unos platos exquisitos y muy baratos. Comimos hasta saciarnos.

  • ¡Ohhhh! – estiró sus brazos satisfecho y cansado -; ahora sólo me faltaba una siesta.

  • Vivo cerca – le dije con temor -, no quiero que pienses mal, pero podemos echarnos un rato y reposar la comida.

  • ¡Joder! – sonrió -, pensé que nunca ibas a proponerme eso. En realidad lo que me apetece es una siesta, pero si es contigo

  • Eres un encanto, Vicente – observé su boca manchada -, pero antes de salir de aquí límpiate un poco la boca. La tienes llena de salsa.

  • ¡Oh, lo siento! – dijo muy apurado - ¡Soy un maleducado!

  • Me da igual – contesté -, me gustas tal como eres. Vamos a dormir un rato. Luego, si te apetece, déjame tomar algunos apuntes tuyos. En pocos días podría tener tu retrato listo para secar. Lo pintaré con las pinturas usadas que me has comprado; como un símbolo. Luego, cuando se seque habrá que esperar otro poco para barnizarlo. Le pondré el marco que te guste y lo colgarás en el sitio que más te guste de tu casa.

  • El sitio que más me gusta de mi casa – respondió – está en la tuya. Ponme en la pared donde me veas a menudo. Algún día, si eso puede ser, píntate tú y me das tu retrato. Ese será el que ponga a mi lado.

Vicente me estaba matando como una fruta venenosa o prohibida con su aroma, su perfume, su sabor su fuerza… pero aún no era más que una flor que debería marchitarse y convertirse en un fruto.

Dimos otro paseo hasta mi estudio y le advertí que aquello era mi estudio, un lugar no muy grande para pintar, pero que yo vivía en otro sitio. Cuando llegamos a la casa, miró arriba y luego entró conmigo. Subimos las viejas escaleras y abrí la puerta de mi desastroso estudio. Entonces, sin decir nada, se quitó la camiseta y vi delante, muy cerca, un pecho suave, moreno y perfecto. No sabía qué hacer, así que me quité mi camiseta. No me preguntó nada y se desabrochó el cinturón y se quitó los pantalones.

  • ¿Dónde dejo esto?

Tenía unos calzoncillos de color azul fuerte que hacían destacar su piel. No, no estaba moreno de tomar el sol; era moreno. Me sentí ridículo con mi piel tan blanca ante él, pero viendo que no me quitaba los pantalones, tiró de mí por el cinturón y me los quitó él.

  • ¡Vamos! – dijo - ¿No pensarás dormir con las zapatillas?

  • ¡No, no! – me senté en la cama -.

Me quité las zapatillas y me saqué los pantalones. Se sentó a mi lado y me empujó suavemente.

  • Duerme, cariño – me miró de cerca ya tumbados -; no tenemos prisas para nada. Descansemos un poco.

No sé cómo pude dormir con aquella flor perfumada a mi lado. Su aroma me embriagó hasta que perdí el conocimiento.

4 – El fruto

Desperté sintiendo su mano acariciar mi pecho y su miembro apretado a mi culo. Seguí haciéndome el dormido, pero mi respiración me delató. Su mano bajó entonces hasta mis calzoncillos y entró rozando mi piel hasta mojarse con mi líquido. Me volví un poco hacia él y comenzamos a besarnos desesperadamente. Mi mano se posó en aquel azul saturado y, al notar la dureza que había dentro, tiré con cuidado de su elástico y se los bajé. Él hizo lo mismo y comenzamos a masturbarnos suavemente.

  • ¡Vamos a hacernos una paja, amor mío! – dijo exhausto - ¡Tenemos tiempo para todo lo que queramos! ¿No?

  • Quiero pintarte – le dije -, pero eso puede esperar; esto no. Amémonos ahora como sea por primera vez. Luego veremos.

  • ¿Luego? – sonrió -; pretendo tenerte a mi lado mucho tiempo si tú quieres.

  • ¡Sí, sí! – le dije - ¡Vamos a estar juntos mucho tiempo!

  • Me encanta cómo me la tocas – rozó mis labios - ¡Vamos a pajearnos y, cuando descansemos, fóllame! ¡Te necesito!

  • Esta flor está dando su fruto, vida mía.

  • ¿Qué?

  • Son cosas mías – le dije meneándosela suavemente - ¡No me hagas caso! ¡Vamos a amarnos de todas las formas que imaginemos!

El movimiento de nuestros cuerpos se fue acentuando y noté sus chorros de leche caliente en mi pecho. Seguí moviéndosela suavemente, pero él aceleró hasta que me encogí de placer y lo llené de semen. Pasó su mano por su pecho hacia arriba recogiéndolo y se lo llevó a la boca. Lo saboreó y se lo tragó.

  • Este fruto que tú dices – me besó con la lengua – está dando un zumo que me encanta.

Seguimos besándonos y acariciándonos un buen rato hasta que tiré de sus manos y lo senté en la cama desnudo. Me pasé a mi banqueta y tomé algunos apuntes. Parecía un modelo experto. Me miraba naturalmente y sonreía sin exageración.

  • Mañana vendré – dijo – y tomarás todos los detalles de mí que te gusten.

  • ¡Joder! – exclamé -, estaría demasiados días tomando detalles tuyos. Mañana te vendrás a mi casa. Cuando acabemos, iremos allí. No está lejos.

  • ¡Sí! – se ilusionó -, allí podemos echar un polvo y, supongo que tendrás ducha.

  • ¡Claro! – le dije acariciándole la mejilla -; aquí hay una pero sólo tiene agua fría. Te limpiaré ahora con unas toallitas. En casa puedes ducharte, pero creo recordar que le dijiste a tu tío que si no ibas a casa le llamarías por teléfono ¿Te gustaría dormir esta noche conmigo?

  • ¿Lo dices en serio? ¡Joder! – exclamó - ¿Quién me iba a decir a mí que tú ibas a acogerme así?

Me eché a reír. Su cara despedía felicidad en todos los sentidos del Universo.

  • ¿Quién me iba a decir a mí que yo no iba a encontrar la fruta que buscaba? La fruta que yo buscaba esta mañana eres tú y tú me has encontrado a mí.

  • Pues déjame sembrar mi fruta en tu tierra y me tendrás siempre dentro de ti.