El fruto prohibido

Algo tan sencillo como hacer la compra en la frutería, encenderá la pasión de Julia. Aprovechando la ausencia de su marido se entregará a los brazos de un desconocido que lograra sorprenderla.

Como suelo hacer casi todos lo miércoles por la tarde, me dirigí a la frutería cercana a mi casa. No soy vegetariana, pero me gustan mucho las frutas y la verdura. Disfruto ese tipo de comida con todos los sentidos. Me encanta el aroma de las manzanas, me deleito con del tacto de un buen gajo de naranja deshaciéndose en mi boca, me vuelve loca el sabor de las fresas maduras, adoro el sonido de una lechuga crujiente, y me gusta ver en mi cocina un frutero repleto de colores. Soy una persona sensual, que para sentirme viva necesito llenarme de sensaciones.

Al llegar al local, me di cuenta de dos cosas; que me iba a tocar esperar un buen rato porque estaba haciendo su compra el dueño del restaurante de la esquina; y que sin duda, el dependiente no era el de siempre. Me entretuve viendo como despachaba el nuevo frutero; lo hacía con una armoniosa combinación de fuerza, delicadeza y velocidad. Sus manos fuertes se movían con seguridad y precisión. El dueño del negocio es un sesentón de pelo blanco, tranquilo y amable. Éste era un tipo de unos 35 años, pelo rubio corto, con barba curiosamente oscura de dos o tres días. Estaba como un tren, y la impecable camisa blanca arremangada cuidadosamente, cuyos dos primeros botones desabrochados dejaban ver el vello del pecho, le sentaba como si fuera un modelo de alta costura. Los vaqueros que llevaba se ceñían a su cuerpo en las zonas adecuadas, resaltando su prometedora anatomía.

Prendada, miré como seleccionaba unos melocotones. Su mano bronceada, que contrastaba con el naranja del fruto, comprobaba la madurez apretándolos delicadamente. Con perversa imaginación pensé en esas manos sobre mis pechos. Luego cuando él tomaba unos melones de la repisa, extasiada, fabulé con tocar aquel culo apretado y del tamaño justo. Mientras él hablaba con el dueño del restaurante, me fijé en su boca; la dentadura impecable y unos labios en su punto de grosor. Con picardía, y mientras disimulaba como si estuviera observando las lechugas, me desabroché un botón de la blusa.

Cuando me quedé sola con el en la tienda, me dieron ganas de echar el cierre y violarle allí mismo. Pero me contuve y sonreí al muchacho, que me preguntaba: ¿Qué desea ? Respondí, sin saber porqué: Patatas, un par de kilos. Puse cara de interés por las mercancías vegetales, mientras pregunté: ¿Le pasa algo a Carlos? Que era el dueño. El dependiente con una sonrisa me contestó: No, no se preocupe, gracias, ha ido a su pueblo por la venta de unos terrenos. Soy su sobrino. Con cara de inocente, dije: Ah, me alegro de que esté bien.

Después de varias peticiones disfrutando de cómo se movía, pedí tomates porque estaban junto a mi. Se inclinó sobre el cajón y al hacerlo rozo mi pierna, disculpándose por ello. Con desgana, me retiré para dejarle espacio. Aspiré profundamente su olor, era una mezcla de colonia de lavanda, verduras, y cálida piel. Mi deseo por aquel cuerpo no es que se hubiera despertado, es que se había echado a correr. Amable y correcto en todo momento, su cara tenía una maravillosa expresión de alegre cinismo, que me hacía albergar esperanzas de un encuentro íntimo. Cuando terminé mi pedido y mientras escuchaba el total de la factura, con disimuló, dejé caer la cartera al suelo, y lentamente me agache a recogerla; y levantándome también despacio, me aseguré de ofrecer una perfecta visión de mi generoso escote. Lánguidamente mis ojos buscaron los suyos, mmm su mirada chispeaba.

El macizo puso cara de circunstancias y me explicó: Señora, lo siento mucho, pero se me han terminado las bolsas de plástico, y no sé donde están guardadas. Yo puse cara de contrariedad y repuse: Vaya, pues no se como me voy a llevar a casa todo esto. Vivo cerca, pero son muchos paquetes. Reapareció su sonrisa de niño malo y sugirió: Vamos a hacer una cosa, en cuanto cierre la tienda yo mismo se lo llevo a casa, ¿Querría decirme su dirección?. Decidí jugar un poco, contestando: No se moleste, ya vendré mañana a por ello. Contraatacó: No es molestia, será un placer llevárselo; rematando: Además no tengo prisa por llegar a casa, estoy solo. Sonreí por dentro, y lancé un último ataque: No me corre prisa, de verdad, mi marido está de viaje, y yo sola me arreglo con poco. El recogió el desafío: De verdad señora, se lo llevaré, mi tío me ha pedido que mime a sus clientes. Acepté y le di mi dirección.

Salí de la tienda y cuando estaba segura de que no podía verme, mi sonrisa afloró de oreja a oreja. Mi estómago cosquilleó, y mi calenturienta imaginación hizo que se mojara mi hueco más cálido. Apresuré el paso para llegar a casa cuanto antes. Quería hacer algún preparativo por si la oportunidad se presentaba.

Miré el reloj, la frutería cerraba a las ocho y eran casi las siete. Disponía de una hora. Tire la ropa por el pasillo de casa, desnudándome camino de la ducha. Me vi en el espejo, a mis 44 años mi cuerpo no estaba nada mal. Quizá algún kilo de más, pero afortunadamente se emboscaban en mi tripa dándola una curvatura sexy, y en mis pechos que aumentaban un poco de tamaño. Me frote con abundante espuma, acariciándome los pechos y el sexo, excitada por la incertidumbre de si tendría o no, una aventura dentro de un rato.

Mi matrimonio es normal, ni empalagoso, ni un infierno. Por nuestros trabajos, en ocasiones tenemos que separarnos unos días; y a veces eso me permite tener de año en año una aventurilla sexual. Me excita mucho la novedad y un poco la infidelidad corporal, creo que porque tampoco lo he hecho muchas veces. Todo se queda en eso, puro placer, yo me lo planteó como si fuera a comer a un restaurante de lujo sin mi marido. Lo que tengo claro, es que por mi jamás se enterará de esos escarceos, ni le preguntaré si el hace lo mismo.

Me seque el pelo, pero teniendo cuidado de dejarlo algo mojado, porqué sé que a algunos hombres les excita. Me di crema por todo el cuerpo para dejar mi piel suave como la seda. Afortunadamente estaba recién depilada. Lavé mis dientes primorosamente. Puse unas gotas de un perfume discreto en lugares estratégicos: cuello, pechos, nalgas, vello púbico y muñecas.

Ahora debería elegir cuidadosamente la ropa. Cogí un tanga rojo coral, me lo puse y me miré en el espejo, me gustaba. De lado observe mis tetas, no estaba caídas, así que podría prescindir de sujetador. Me puse unos vaqueros cortados y desflecados, ajustados y con rotos, uno de ellos dejaba ver la parte inferior de mi nalga derecha. Por ultimo elegí una camisa azul marino sin mangas. Al moverme se podía ver la parte lateral de mis pechos, el escote dejaba ver las clavículas, y era corta como para enseñar mi tripa hasta el ombligo. Creo que había conseguido estar explosiva, sin parecer querer estarlo. Decidí que los pies descalzos serían sugerentes y facilitarían las cosas si tenía que quitarme los pantalones.

Fui a la cocina, el reloj señalaba las ocho menos cinco. Queda poco, pensé excitada. Saqué una cerveza de la nevera, así me relajaría. En el salón encendí el equipo de música, coloqué un CD de música lenta. Puse papeles por la mesa, como si estuviese trabajando. Bajé la persiana para disminuir la luz. Sonó el portero automático, me sobresalté como una colegiala. Había sido rápido el chico, al que abrí enseguida. Apreté la helada lata de cerveza contra mis pechos para que los pezones duros se notasen más a través de la tela. Me coloqué la ropa, y asomada impaciente a la mirilla abrí la puerta cuando el ascensor paró en mi piso. El servicial comerciante sacó las bolsas de fruta dándome las buenas tardes. Las introdujo en mi casa y cuando la última estaba dentro junto a su portador, cerré la puerta de la calle. Ya no podía escapar.

¿Las dejo en la cocina?. Preguntó educado. Si por favor, déjalas en la cocina. Contesté con la voz más envolvente que sabía poner. Por aquí. Indiqué señalando con el brazo levantado para que se viera mi pecho desnudo por el hueco de la tela. Prudentemente, el frutero, me había mirado de arriba abajo, y creo que el resultado le había gustado, tragaba saliva. Déjalas ahí mismo, ya las colocaré. Hace calor ¿Quieres una cerveza o un refresco?. Dije con la misma voz provocadora de antes. Con una sonrisa respondió: Una cerveza por favor, muchas gracias. Abrí la nevera y agachada ofrecí una buena panorámica de mi culo, trozo sin pantalón incluido. Ofrecí un vaso preguntando ¿Quieres un vaso?. Contestó: No, gracias me gusta beber de la lata. Por su cara, deduje que había química. Yo contesté: A mi también me gusta hacerlo. Vamos al salón hace más fresco. Le di la lata rozando su mano aposta y fuimos al salón.

Aquello funcionaba, porque no se le veía incomodo. Lo que en una situación de este tipo es una ventaja y un buen presagio. Nos sentamos en la mesa, donde estaba mi lata ya abierta. Aparté los papeles, diciendo: Estaba trabajando un rato, por aburrimiento, porque no me corre prisa. Su sonrisa de chico malo apareció mientras dijo: Si, en las tardes de calor, si no hay nada que hacer te aburres mucho. Yo contesté: Claro. Y me recosté en la silla echando mis pechos hacia delante. El apoyando los brazos en la mesa, dijo: Y una cerveza helada en una buena compañía es algo muy agradable. Yo añadí: Sí, es mejor beber en compañía, que hacerlo en solitario. Después del tanteo inicial, hablamos un poco de nosotros; nos presentamos, el se llamaba Alberto, yo por cierto, me llamo Julia. El me explicó que normalmente vivía en su pueblo, tenía una explotación agrícola, y una pequeña librería. Yo utilicé la oportuna casualidad de trabajar en una editorial.

La segunda cerveza la tomamos ya en el sofá. Estaba tremendamente atractivo mientras gesticulaba hablando con entusiasmo de los autores clásicos. La verdad es que me importaban un bledo los clásicos, pero con cara de interés le miraba deseando besar esos labios sugerentes y tocar ese culo de apolo. Aunque esté mal que yo misma lo diga, con gran habilidad, lleve la conversación hacia la literatura erótica. No llegamos a la tercera cerveza, porque me besó. Comenzó con un roce tímido de sus labios, al que respondí. Animado abrió un poco sus labios y su lengua entró despacio en la mía. Toque su lengua, y el diestramente la acarició, rozó mis dientes, el borde de mis labios. Era un beso de esos que te ponen a cien mientras las salivas se juntan y suben los latidos por la garganta.

Mi pulso se aceleró aun más al abrazarme, y sin dejar de besarme, sus manos fuertes acariciaron mi espalda. Yo también le abracé, y saqué la camisa de su pantalón, tocando su espalda desnuda. Desabroché los botones de su camisa. Alberto con gran delicadeza rozo mi pecho en su parte exterior por el hueco de la manga. Sus hábiles dedos ponían mi piel erizada de ganas. Una pausa en el beso y nos miramos con una sonrisa cómplice, habíamos llegado a donde queríamos llegar. Acaricié el vello de su pecho y le despojé de la camisa. De un vistazo comprobé que en su pantalón ajustado su miembro había aumentado de tamaño.

Empujando suavemente lo tumbé en el sofá, y me coloqué sobre él. Qué, con cuidado, desabrochó mi blusa dejando al aire mis tetas. Acarició mis pezones que se irguieron en respuesta su caricia. Volvimos a besarnos y note el tacto de su pelo suave en mi pecho que aplasté contra el suyo en un agradable abrazo. Coloqué mi sexo buscando el bulto de sus pantalones y sentí una oleada de placer al hallarlo. Otro largo y placentero beso, me convenció del todo de que Alberto besaba endiabladamente bien, y de que aquella iba a ser una maravillosa velada.

Nuestras bocas se separaron y con suavidad me tendió en el sofá. Alberto comenzó a depositar pequeños besos en mis clavículas, mientras acariciaba mis hombros. Me deje hacer con los ojos cerrados. Me di cuenta de que el CD hacía rato que terminó. Besó mis pechos alternativamente y lamió con la punta de su lengua el escote. Acarició con los labios mis pezones y las sensibles areolas, haciéndome sentir en el cielo. Con las manos junto mis pechos de forma que mis pezones estaban juntos, se los metió en la boca y los lamió rápidamente, mmmmmmm.

Nos incorporamos, y de pie junto al sofá, otro largo beso unió nuestras bocas. Nuestros cuerpos estaban tan pegados que no sé si una hoja de papel podía pasar entre ellos. Sentí sus poderosos pectorales aplastando mis tetas, y apreté mi sexo al suyo, deliciosamente duro. Por fin acariciaba su culo y sentía sus manos en el mío, en especial en la parte que el pantalón dejaba al aire. Me separé para descalzarle y sacar sus calcetines. Como creo que le pasa a muchas mujeres, no me parece nada sexy un hombre en calcetines, aunque creo que esta vez no me habría importado. De rodillas, desabroché su pantalón dejando que cayera. Lucía un maravilloso ajustado bóxer blanco, que destaca más su potente erección.

Sus fuertes brazos, tomaron los míos y me levantó suavemente. Ahora él desabrochó mis vaqueros y con un delicado movimiento de manos me despojó de ellos. Me sentí muy excitada, desnuda ante su cuerpo escultural, con tan solo el minúsculo tanga. Ahora el se arrodillaba ante mí, y mientras sus manos se posaban cada una en una nalga, su labios besaban mis caderas y mis piernas alrededor del triángulo de tela. El roce suave de sus manos en mi piel hacía que le deseara cada vez más. Me flojeaban las piernas, así que me senté en el sofá. Alberto deslizó el tanga con maestría y mi sexo empapado quedo a su merced.

Su cabeza se enterró entre mis piernas. Su lengua jugueteaba con los rizos de mi púbis y cosquilleaba mis ingles. Mientras, sus manos subieron despacio por mis costados hasta posarse en mis pechos que acarició con suave firmeza. Besaba mi sexo con ternura, hasta que empezó a lamer mi vulva haciéndome flotar de gusto. Su lengua entró en mi sexo y el placer aumentó. Mis manos cogieron su cabeza y acaricié su pelo. La lengua llegó mas dentro moviéndose con un agradable ritmo, estaba empezando a perder el control y a gemir cada vez más alto. Con los primeros suaves lametones en mi clítoris se disparó el placer, y en unos segundos me corrí con un grito triunfante.

Hice ademán de apoderarme de su pene, que seguía manteniendo un tamaño notable, pero Alberto me tendió en el sofá cariñosamente. Colocado a mi lado acarició mi sexo con su mano mientras me besaba muy despacio. Sus manos se paseaban por mi piel, de los hombros a las piernas. Sus dedos se metían entre mi pelo y deshacían los mechones rozando levemente el cuero cabelludo. Sentí sus labios en mi oreja, y luego el mordisqueo de sus dientes. Poco a poco estaba encendiendo mi pasión de nuevo. Su boca se deslizo por mi cuello, provocándome un maravillosos escalofrío. Me dio la vuelta y su lengua viajó por mi nuca y prosiguió haciendo zigzag por mi espalda.

Deseaba tenerle dentro de mí y tocar su sexo. Me levante y bajé el bóxer, disfrutando de la visión de su pene al aire. Lo tomé entre mis manos, apretándolo con delicadeza, acaricié sus testículos. Mis manos se llenaron del tacto de la piel desnuda de su culo y mis labios de su sexo palpitante. El sabía que había llegado la hora y separándose un poco de mi, saco del bolsillo de su pantalón un preservativo. Chico bueno, pensé, mientras se colocaba el látex sobre su poderosa erección. Abrí las piernas y lo esperé sentada en el sofá. Alberto se arrodillo en el suelo, junto a mí, penetrándome con suavidad. Sentí con gran placer como entraba y me iba llenando. Se abrazó a mis piernas levantadas y entró totalmente. Se movió despacio al principio, y poco a poco aumentaba la velocidad, no pude reprimir dar pequeños gritos animando: Así, así, sigue por favor. Los embates hacían temblar mis tetas y sentía una agradable sensación vibratoria en todo mi cuerpo. No duré más de cinco minutos y llegué al orgasmo, que fue mas intenso que antes. El siguió moviéndose unos momentos más, lo que prolongó mi placer. Llegó al orgasmo también él, entre frases entrecortadas con voz sensual: Eres maravillosa Julia... Me matas de gusto... Me llevas a la cima.........

Ya fuera de mí, Alberto acerco su boca a mi oído y dijo: Gracias, Julia, me haces muy feliz. Me besó una vez más, y una vez más yo respondí con mis labios temblando. Permanecimos en el sofá, abrazados, llenándonos de lentas caricias. La habitación solo estaba iluminada por la luz de las farolas de la calle, se había hecho de noche. Me preguntó donde estaba el baño, y se lo dije. Encendí un cigarro y contemplé su cuerpo desnudo alejándose por el pasillo, me volvía loca aquel cuerpo y su apetitoso culo. Ojalá pudiera disfrutar de él toda la noche. Escuché ruido de agua, y temí que se diera una ducha para marcharse.

En cinco minutos ya estaba de vuelta. Se había duchado si, pero no parecía estar preparado para marcharse. Una toalla anudada a la cintura le hacía más atractivo todavía. Se acerco a mi, besándome, y luego preguntó: ¿Qué quieres que te prepare para cenar, mientras te das un baño, Julia?. Este hombre es un chollo, pensé para mi. No sé, ¿algo de pasta?. Contesté con la idea de reponer energías. Me acompañó al baño, y gentilmente me ayudó a entrar en la bañera llena de espuma. Se despidió con un beso y se fue a la cocina, desde donde se escuchaba ruido de cacharros. Cerré los ojos y me relaje, pensando que por que no podían ser iguales todos los días del año.

Me quedé dormida sin darme cuenta, y me despertó el roce de unos labios. Alberto me besaba para despertarme, y decía en voz baja. Si soy tu príncipe, despierta ya, bella durmiente, la cena espera a su majestad. Lo abracé sonriente, manchándole de espuma y le di otro beso. Estaba hambrienta, así que tras una ducha rápida salí del baño con un albornoz. Entré en la cocina. ¿Quién dice que una cocina no puede ser romántica?. Había puesto un mantel verde, mi preferido. Colocado las copas, los platos y los cubiertos como en un restaurante de lujo. La iluminación la proporcionaban dos velas, y se escuchaba de fondo música clásica.

La cena era perfecta. Había preparado una ensalada de tomate, lechuga, zanahoria y nueces, con una salsa rosa. La pasta consistía en tallarines con una espumosa crema de queso, condimentada con una armoniosa mezcla de hierbas. Para beber, vino blanco, que no sé como había enfriado en el punto exacto. El pan estaba cortado cuidadosamente y ligeramente tostado. El postre consistió en compota de mandarina con helado de chocolate. Comimos, charlamos y reímos, sin dejar de aprovechar cualquier ocasión para acariciarnos. Nuestras piernas estuvieron entrelazadas bajo la mesa, todo el rato. Hizo café y me preparó un aromático mojito.

La mezcla agradable de sabores había exaltado mis sentidos, y el efecto del alcohol desinhibía mis, de por sí, escasas represiones sexuales. Cogí su mano y le llevé al dormitorio, donde al quitar la toalla de su cintura, descubrí satisfecha su creciente erección. Me despojé del albornoz y ofrecí mi cuerpo desnudo sobre la cama. Nos abrazamos y disfruté del contacto de su piel en la mía. Poseídos del ardor del deseo, los besos y las caricias fueron cada vez apasionados. El roce de su pene enhiesto sobre mi cuerpo me volvía loca. Necesitaba sentir su semen entrando en mi sexo, así que abiertamente le pregunté: ¿Alberto, que te parecería hacerlo sin preservativo? Llevo un DIU, no soy promiscua y hace poco me hecho una revisión. Me besó levemente y contestó: Tampoco yo lo soy, y confío en tu palabra, Julia. Aferré su miembro con mis manos y le rogué que me poseyera. Entró en mi sexo lubricado por el deseo, colocándose sobre mí, que le recibí boca arriba. Era maravilloso sentir su púbis presionado el mío, hasta el punto de casi enredarse nuestros vellos. Abrí más las piernas hasta notar el contacto de sus huevos apretados contra mi cuerpo. Acariciaba su pecho peludo, cosquilleando sus pezones y disfrutando del vaivén de su pelvis. Apreté su cuerpo contra el mío presionando su culo de estatua griega. El orgasmo se apoderó de mi cuerpo y casi unas décimas de segundo después noté en mi interior como fluía su delicioso licor caliente, señal de que también el se había corrido.

Permanecimos abrazados, unidos por los sexos. Era agradable darme cuenta de cómo su erección bajaba poco a poco. Sentía su oreja pegada a mi pecho y escuchaba su suave respiración. Yo dibujaba letras en su espalda y claro, acariciaba aquel culo que me volvía loca. Mi sexo estaba maravillosamente pegajoso de la mezcla de líquidos. Salió de mi, y dándome la vuelta, se sentó con cuidado sobre mi culo para empezar a darme un agradable masaje en el cuello, los hombros y la espalda. Estaba a punto de dormirme cuando sus sabias manos acariciaron mis nalgas. Con cuidado cosquilleó mi ano y la parte inferior de mi sexo. Una vez más despertó mi deseo. Esta vez quería tragarme su pene. Le asalté gentilmente y tumbándolo boca arriba, metí su glande en mi boca. Explore con la lengua su textura y su sabor. El con voz temblorosa decía: Julia, mmm Julia, vas a matarme Julia.......

Apreté suavemente los labios sobre su glorioso cilindro y lo introduje mas dentro de mi boca, para después sacarlo, y volver a meterlo. Lo lamía de cuando en cuando, prosiguiendo con las entradas y salidas. Alberto me avisó: Julia, cuidado me voy a correr. Aceleré el ritmo, sentí como su semen brotaba en mi boca, y saboreé el premio a mis caricias, que tragué para tener la sensación de que me tragaba parte de él. Antes de que bajase su erección, Alberto que demostraba ser un hombre experimentado, me puso de lado y penetro en mi sexo desde detrás. Su duro falo sumado a la excitación que me había causado el haberlo tenido en mi boca, hizo que sintiera un gran placer con aquella postura. Sus manos con la fuerza suficiente para causar un agradable y leve dolor, pellizcaron mis pezones. La profunda penetración junto con los impetuosos movimientos hicieron que me corriese una vez más.

Fatigado, Alberto, se tendió en la cama jadeando. El cansancio hizo que su pene se pusiera pequeño. Me abracé a el apretando mi sexo contra su culo, que era mi debilidad. Llené su espalda de pequeños besos y mis manos navegaron por el pelo de su pecho. Estaba decidida a que todavía no terminase la noche porque tenía un pequeño capricho por cumplir. Mis manos bajaron y acaricie su sexo jugando con su escroto. Con un dedo acaricié su ano, lo moje con mi saliva y se lo metí despacio. Mordisqueando su nuca y susurrando de cuando en cuando obscenidades, conseguí que el pene volviera a ponerse duro. Dándole la vuelta abrigué su sexo entre mis tetas, masajeándolo. En esta postura y con voz de niña caprichosa, pero un poco perversa, rogué: Alberto, mi vida, quiero que me la metas por el culo, lo deseo mucho.

Me tumbé boca abajo, deseosa de que me penetrase así. Con ternura, separó mis nalgas y lamió mi ano abundantemente, metiendo la lengua todo lo dentro que pudo. Me estaba volviendo loca y acaricié mi sexo excitada. Luego sentí su glande abriéndose camino despacio. La sensación de sentirle entrar era inenarrable. Más, le supliqué, mientras continuaba masturbándome. Con infinita delicadeza logró la penetración total y sin duda visiblemente excitado se movió, pero despacio. Yo me corrí cuando sentí dentro de mi todo su sexo caliente eyaculando. Hacía tiempo que no gozaba tanto del sexo anal. Con todas las precauciones para no lastimarme salió de mi, y nos dimos un largo beso, lleno de la ternura de nuestros cuerpos exhaustos y sudados. Fuimos al baño por turnos y volvimos a la cama. Alberto me abrazo amoldando su cuerpo a mi espalda, su campeón presionaba suavemente mis nalgas, y su respiración se hacía cada vez más lenta, mientras en voz muy baja repetía: Julia eres maravillosa. No sé cual de los dos se durmió primero. Pero si sé que me sentía feliz y a gusto con mi cuerpo abrazado por él.

Me desperté con la agradable sensación de no saber donde estaba. Había olor a café y a pan tostado. Estaba sola en la cama, comprobé con tristeza, que se disipó al sentir el peso del cuerpo de Alberto en ella. Me besó y colocándome el pelo revuelto dijo: Buenos días, mi princesa, el desayuno te espera. Me levanté y me puse una leve bata. Abrazándome a él fuimos a la cocina. La mesa estaba puesta y había café, leche, tostadas y zumo de naranja. Una rosa descansaba sobre la mesa. Lo abracé y bese, sin poder evitar preguntarle de donde había salido la flor. Con sonrisa traviesa contestó: De la terraza de tu vecino. Le contesté con un beso, y un "eres un ladrón maravilloso". Desayunamos, poco después del amanecer con las ojeras puestas y un brillo de felicidad en nuestras miradas. Lo arrastré a la cama de nuevo y entre besos apasionados hicimos el amor una vez más. Me quede dormida con su sexo dentro del mío y su boca en mis labios.

Cuando abrí los ojos supe que él ya no estaría definitivamente. Por la luz que invadía mi habitación deduje que la mañana había avanzado mucho, y llegaría tarde a trabajar. Pero por una causa muy justificada. En la cocina perfectamente recogida, había un termo con café caliente, que me sentaría de maravilla. Junto al recipiente una pequeña nota decía:

Mi adorada Julia: "Comer del dulce fruto prohibido, me ha llevado al paraíso, nunca se irá su sabor de mis labios, y en mi boca se llamará Julia mi Eva, poniendo siempre el conjuro de sus letras, un beso en mi piel más profunda, y una sonrisa radiante en mi rostro. Gracias." Alberto.

La leí veinte veces, entre sorbo y sorbo de café. Después me levanté para ordenar un poco la casa, vagando por los territorios de nuestra noche salvaje, pero todo estaba colocado y limpio. Sonreí pensando en Alberto. Hasta había guardado perfectamente la compra, la dulce culpable de una noche difícil de olvidar. Metí la rosa entre las páginas de un grueso tomo de las mil y una noches, y guarde la nota en la caja de mis recuerdos especiales, sonriendo para Alberto.