El Fruto del Incesto (Malditas Uvas) [09] [FINAL].

Capítulo Final de esta serie.

Capítulo 09 [FINAL].Irresponsable.

Luisa entró al dormitorio justo en el preciso instante en el que Fabián me estaba dando por el culo, y yo estaba gritando como una puta. Por la sorpresa me quedé paralizada, al igual que mi hija. El único que siguió moviéndose fue Fabián, pero sin retirar su gruesa verga de mi culo. Parecía estar poseído por una incontrolable fuerza sexual. No podía verle la cara, ya que me tenía agarrada de los pelos, y no paró de bombearme el orto ni por un segundo. Luisa miraba hipnotizada ese constante vaivén, y la gran pija que se perdía dentro de mi culo y volvía a emerger, erecta e imponente.

Mi cerebro comenzó a trabajar rápidamente, intentando encontrar la mejor forma de explicarle a mi hija por qué su hermano me estaba dando por el orto. De pronto llegó una respuesta a mi cabeza, no debía alarmarme tanto por el hecho, ella debería comprenderlo, y si no lo hacía, era una hipócrita.

—No te enojes por lo que te voy a decir, Luisa —hablé con toda la calma que me era posible, aunque mi voz estuviera algo entrecortada por jadeos y gemidos involuntarios—, pero hace un rato estuve haciendo algo parecido con vos… y bueno, me pareció que lo más justo era permitirle a tu hermano hacer lo mismo.

—Pero… yo… yo no… —comenzó a balbucear.

—¿Vos qué? —pregunté, mientras me sentaba en la cama—. ¿Vos no me penetraste? Bueno, no lo hiciste porque no tenés verga… pero no podés negar lo que pasó, Luisa. Eso fue sexo. ¿O te parece que no lo fue?

—No dije eso… es que… no me imaginé que ustedes dos… ¡Por Dios, mamá! ¿Qué mierda está pasando?

—No sé… te juro que no lo sé… pero vos también sos culpable de esto, así que antes de juzgarnos, ponete a pensar qué te motivó a chuparme la concha de la manera que lo hiciste.

—Yo… estaba caliente… y había estado tomando mucho, no estaba pensando con claridad.

—Y bueno… ¿te creés que esto es muy diferente?

—¡Fabián! ¿Podés parar un poquito? —Exclamó ella.

—¡No! No pares… —supliqué—. No pares. ¿Sabés cuánto tiempo estuve deseando que me metieran una buena pija en el orto? No voy a permitir que arruines este momento.

—¡Pero es tu hijo, mamá!

—Y vos sos mi hija… y bien que me chupaste la concha. Además, ¿no ibas a pasar la noche cogiendo con Pablo?

—Sí… pero me sentí muy mal por lo que pasó… necesitaba hablar con vos. Porque lo que hicimos fue una locura.

—Puede ser, pero yo la pasé muy bien. ¿Vos no? —me mantuve firme en mi postura, buscaría cualquier argumento para minimizar el drama de la situación—. No hay nada de qué hablar, Luisa. Ya pasó… y lo disfrutamos las dos, y estoy segura de que Pablo también la pasó muy bien. Dio la casualidad de que Fabián vio todo lo que hacíamos, y bueno… mientras le explicaba se me ocurrió que esta era la mejor manera de igualar las cosas. Siempre los quise a los dos por igual, no podía tener relaciones sexuales con uno de mis hijos y negárselo al otro.

—¡Ay, mamá! Lo decís como si fuera lo más natural del mundo… y es una locura. Está mal.

—Sí que está mal, nunca dije que no… pero ya está hecho. Ahora no podemos volver atrás —me di cuenta de que Fabián había perdido toda su seguridad, ya que no abría la boca ni para respirar; pero seguía moviéndose como un burro en celo. La concha se me hizo agua, la cogida que me estaba dando era espectacular. No podía recordar otro momento en el que el sexo se hubiera sentido tan bien… y tan morboso—. Puede que esto te resulte algo traumático, Luisa… tal vez sea traumático para todos… pero ya está, ya lo hicimos. Vas a tener que aprender a vivir con eso, te guste o no. Quieras admitirlo o no, me cojiste, Luisa… y tu hermano está haciendo lo mismo. Me está dando una cogida tremenda. ¡Uf! ¡Me encanta!

—Tengo que asimilar muchas cosas, no puedo pensar con claridad ahora mismo. Además… te escuché decirle cosas re zarpadas a Fabián…

—¿Y qué tiene? ¿Te pone celosa de que a vos no te haya dicho lo mismo?

—¡No, nada que ver! Es que me parece una locura que te lo tomes todo de esta manera.

—¿Y de qué manera querés que me lo tome? ¿Querés que ande llorando por los rincones de la casa, como hice siempre? Vos fuiste la primera en quejarte de que soy una depresiva… bueno, todo pasó muy rápido, pero ustedes, en una noche, me dieron más razones para estar feliz que las que tuve en toda mi vida. ¿Sabés qué? Me importa una reverenda mierda si ésto está mal… tal vez mañana me arrepienta de todo, pero esta noche no. Esta noche pienso disfrutar… y al carajo con todo.

Fabián se detuvo y sacó su verga. Él era primerizo en esto del acto sexual, imaginé que estaba recuperando el aliento, y posiblemente no quería acabar tan rápido. Mi culo también agradeció esa pequeña tregua.

Luisa no respondió. Su mirada se clavó en el miembro erecto de su hermano.

—¿Te gusta? —Pregunté, al mismo tiempo que estiraba una mano y comenzaba a acariciar la verga de Fabián. Ella tragó saliva, pero siguió sin decir nada—. Es obvio que te parece una linda verga —continué—. ¿Sabías que tu hermano la tenía tan grande?

—No… no sabía.

—¿Tenés ganas de…? —Le guiñé un ojo. Ella me miró detenidamente, con una gran expresión de sorpresa—. Vamos, Luisa… esto ya se fue a la mierda hace rato… ¿qué problema hay que se vaya a la mierda un poquito más? Yo creo que en realidad volviste porque te quedaste caliente… sé honesta. ¿Por qué viniste? ¿Realmente quería que hablemos del tema, o tenías la loca fantasía de que íbamos a terminar cogiendo otra vez? —Ella volvió a quedarse muda—. Está bien, Luisa, hacé lo que quieras, no digas nada… pero las cosas son como son, aunque no te gusten.

A continuación giré mi cuerpo hacia Fabián, abrí grande la boca y comencé a mamarle la verga lentamente. De reojo pude ver a Luisa estupefacta. Me quedé un rato tragando ese gran miembro viril, sin dejar de mirar a mi hija. Lo chupé con tanta calma como me fue posible y de a poco fui acelerando el ritmo. Me detuve sólo un instante, para decirle:

—Tu hermano tiene la pija más linda que me comí en mi vida.

Su mandíbula se abrió de golpe. Volví a chupar la verga de Fabián, él también parecía algo confundido, desde que entró su hermana no había dicho una sola palabra, lo cual era de esperar; por lo general él se inhibe bastante cuando Luisa está presente; ella tiene una personalidad mucho más fuerte. Además él estaba en clara desventaja, completamente desnudo y en la cama conmigo; mientras Luisa conservaba toda su ropa, y nos miraba desde el borde de la cama, como si fuéramos animales en un zoológico.

Luisa nos miró incrédula, pero en sus ojos pude notar ese brillo de lujuria que mostró durante nuestra morbosa conversación. No podía verle la concha, pero apostaría todo a que la tenía tan mojada como yo. Empecé a masturbarme, disfrutando al máximo de la situación. No tenía que dar excusas, no tenía que pedir perdón. Ella también se había comportado como una puta irresponsable cuando le pedí ayuda con el asunto de las uvas. Esas magníficas uvas. Sin ellas no hubiera podido disfrutar de la que, sin dudas, era la noche más morbosa de mi vida. Nunca había fantaseado con tener relaciones sexuales con mis propios hijos, si alguien me lo hubiera insinuado hace una semana, hubiera tratado a esa persona de demente, de degenerada; pero ahora… ahora esa fantasía estaba tan metida en mi mente que no podía dejar de chuparle la pija a mi hijo. No quería dejarla. La estaba disfrutando mucho y sé que a él le estaba ocurriendo lo mismo. Si a Luisa le parece mal, entonces que se vaya a la…

Luisa se acercó a mí, gateando en la cama, y puso su cara junto a la mía. Miró fijamente la verga de su hermano. Yo la fui sacando lentamente de mi boca, como si le estuviera diciendo: “Mirá lo grande que es”.

Ella miró hacia arriba y se sonrojó. No recuerdo cuándo fue la última vez que ella estuvo en una posición desfavorable frente a Fabián.

—No sabía que estuvieras tan bien dotado, hermano —dijo, con una timidez que no era propia de ella.

Fabián no respondió, probablemente su cerebro estuviera bloqueado al tener las dos mujeres de su familia de rodillas, contemplando su enorme pija. Cualquier hombre se hubiera sentido poderoso en esa situación, pero Fabián no. Conozco bien a mí hijo. Él debía estar aterrorizado.

Pero yo estaba tan caliente que las consecuencias negativas que pudiera tener esta locura, ya no me importaban en lo más mínimo. Más adelante tendríamos tiempo para reflexionar sobre eso. Ahora lo importante es disfrutar.

—Probala —le dije a Luisa—. Si sos como yo, seguramente te morís de ganas de chupar una pija como esta. —Ella me miró, confundida—. Vamos, Luisa… te dije que no te iba a prohibir el sexo. Vos podés coger todo lo que quieras… es más, te voy a ayudar a coger con cuantos tipos quieras. No tenés que cometer los mismos errores que yo, disfrutá de tu juventud. El sexo es algo hermoso. Quiero que te cojan mucho —Ella tragó saliva—, y también quiero que experimentes. Se ve que eso también te interesa mucho. No puedo leer tu mente, pero sé que acá adentro —le dí un par de golpecitos en la frente—, hay una puta con fantasías muy morbosas… fantasías tan locas como chuparle la concha a su madre. ¿Cuánto tiempo estuviste soñando con hacer eso? ¿Meses, años? Dudo mucho que lo que pasó esta noche sea fruto de la casualidad. Vos te morías de ganas de comerme la concha… y te diste el gusto de hacerlo. —Sus mejillas estaban totalmente rojas y sus ojos bien abiertos, estaba preciosa—. ¿Alguna vez fantaseaste con chuparle la pija a tu hermano? Mirá que no me voy a enojar si decís que sí…

—Tal vez…

—¿Cómo? No te escuché —sí la había oído, pero lo dijo con tanta timidez que hasta me molestó—. ¿Podés repetirlo?

—Tal vez… sí… —dijo ella, levantando un poco más el tono de su voz.

—Sos una puta muy morbosa —le dije, con una sonrisa cargada de lujuria—. Si vos no me hubieras chupado la concha, tal vez tu hermano y yo no hubiéramos llegado tan lejos. Vos nos diste coraje para seguir. Acá la más puta sos vos, así que no vengas a hacerte la sorprendida… seguramente te encantó entrar a la pieza y ver cómo tu hermano me rompía el orto a pijazos… yo siempre tuve la fantasía de que me metieran buenas pijas por el culo. Me encanta meterme cosas por el orto…

—¡Ay mamá! —Exclamó ella, cubriéndose la cara con ambas manos. Soltó una risita nerviosa.

—Es la pura verdad. Desde que tengo tu edad me pajeo metiéndome cosas por el culo… me encanta, me fascina. Y cuando vi esta tremenda poronga que tiene Fabián dije: “La tengo que probar… tengo que animarme… la quiero bien metida en el orto”. ¿Y sabes qué? ¡Me encantó! Fabián —mirá hacia los ojos de mi hijo—, sé que no vas a decir nada, pero quiero que sepas que me encantó la forma en la que me montaste por el culo… quiero que me la metas otra vez… al menos hasta que tu hermana se decida a probar ella también.

Volví a ponerme en cuatro y abrí mucho mis grandes nalgas, seguramente mis hijos fueron testigos de mi dilatación anal, y eso me llenó de morbo.

—Dale, Fabián… rompeme el orto. Sin miedo. Estoy re entregada, quiero que me llenes el culo con esa hermosa pija que tenés.

Fabián, sin decir una palabra, acercó su imponente miembro a la entrada de mi culo y clavó su pija tan hondo como pudo. Solté un potente gemido de placer.

—¡Ay sí, qué maravilla! Cogeme el culo, que me encanta… a mami le encanta que le metas la pija por el orto. El culo de mami es tuyo, para que lo cojas cada vez que quieras.

Esto pareció darle coraje. Me agarró fuerte de la cintura y empezó a moverse con esa fuerza salvaje que había mostrado junto antes de que Luisa nos interrumpiera. Su enorme verga recorrió las profundidades de mi culo, entró y salió violentamente, obligándome a apretar los dientes y gruñir, como una cerda en celo. Y así me sentía, como una puta incestuosa… y me encantaba.

—¿No te duele? —Preguntó Luisa, subiéndose a la cama.

Detrás de ese gesto había mucho más. Era como si nos estuviera diciendo: “Me interesa formar parte de esto”.

—Tengo el culo bien dilatado —se me complicaba un poco hablar con las fuertes sacudidas que me estaba dando Fabián. Mis tetas saltaban para todos lados—. Pero ya estoy acostumbrada a meterme cosas grandes por el orto… me calienta mucho. Así, Fabián… seguí… así…

El siguiente gran salto de Luisa fue quitarse la ropa, ella se colocó en posición inversa a la mía, para poder tener su cara cerca de mi culo, y así ver cómo esa ancha verga entraba y salía. Aproveché el momento para quitarle la tanga. Quería demostrarle que estaba dispuesta a interactuar con ella, y de una forma en la que nunca había fantaseado… bueno, casi nunca. Sí, lo admito… alguna vez me pajeé imaginando que le comía la concha a una mujer. Esta era mi oportunidad de hacer realidad esa fantasía.

Agarré sus piernas y las acerqué a mí, ella también colaboró. Su rajita era preciosa y juvenil, la mía ya era la de una mujer entrada en años, a la que le habían metido varias vergas… aunque no tantas como me hubiera gustado. En cambio la concha de Luisa parecía casi a punto de estrenar, aunque yo sospechaba que además de Pablo, otros habían pasado por allí. Esa idea, en lugar de disgustarme, me dio mucho morbo.

Me lancé a chupar esa concha, pensando en cuantas pijas habían entrado en ese agujero. Para mi sorpresa, no sentí nada extraño cuando mi lengua tocó esos labios vaginales. Fue como darle cariño a mi propia concha, solo que con lamidas. La sensación rara llegó cuando mi cerebro hizo “click” y fui consciente de que esa no era una concha cualquiera, sino la de mi propia hija. Esa misma hija con la que había discutido tantas veces, tal vez por pretender que llevara una vida “normal”. Pero ahora ya sé que la vida normal es aburrida, y que hay que disfrutar de cosas atípicas, de vez en cuando. Esta era una noche atípica.

Mis insistentes lamidas hicieron mella en Luisa, ella de a poco se fue soltando cada vez más, y sus dulces gemidos se hicieron oír; fueros suaves, como si tuviera vergüenza de expresar su deleite sexual frente a su hermano. Pero al parecer estos nervios se fueron diluyendo. Ella se movió y me indicó, con sus gestos, que pretendía colocarse debajo de mí. Ésta me pareció una maravillosa idea, no solo me permitiría seguir chupando su concha desde una posición más cómoda, sino que además ella podría ver las penetraciones anales en un primer plano. Sin embargo lo mejor de todo era que Luisa tendría acceso directo a mis labios vaginales. No me hizo suplicar, se prendió a ellos tal y como lo había hecho horas antes.

Conozco a mi hija, y con esto me dejó más que claro que, por ahora, no emitiría quejas sobre lo extraña que era la situación. Se dedicaría a disfrutarla, ella siempre fue de dejarse llevar por el momento. La vieja aguafiestas soy yo… mejor dicho, fui yo. Pero ya no más. Desde ahora en adelante aprendería a ser un poco más como Luisa y así poder disfrutar del presente.

No podía verlo, pero mi instinto femenino me dijo que Luisa, además de chupar mi concha, también le dedicó varias lamidas a la verga de Fabián. Lo que sí pude sentir fue su lengua trazando el contorno del agujero de mi culo, mientras la pija entraba y salía. Sin dudas tuvo que lamer un poco de ese rígido tronco. Ya se estaba familiarizando con el instrumento sexual de su hermano, y yo me encargaría de que lo probara de forma más directa.

Me costó mucho interrumpir tan magnífico momento… bueno, solo a medias. Le pedí a Fabián que dejara de penetrarme, pero seguí en la misma posición, comiéndole la concha a Luisa, y ella a mí.

—Vení, mostrale a tu hermana la pija que tenés.

—Em… ¿segura?

—Sí, dale… aprovechá ahora, que está caliente.

—Pero…

—Pero nada, vení. ¿Vos te creés que Luisa va a ser tan hipócrita de quejarse porque le metés la pija un rato? Mirá cómo me está chupando la concha, se nota que esto le encanta.

Luisa no dijo nada, pero empezó a darme chupones más intensos, demostrando que yo tenía razón.

Fabián se colocó delante de mí y yo me encargué de orientar esa linda pija hacia el interior de la concha de mi hija.

—Andá despacito, porque tal vez ella no esté acostumbrada a porongas tan grandes… aunque estoy segura de que ya le metieron varias.

Él tuvo mucha consideración con su hermana, le fue metiendo la pija de a poco… tan lento que tuve que apurarlo un poquito.

—Tampoco exageres tanto, che… ni que tu hermana fuera virgen. Ponele un poquito más de ganas.

—¿No le va a doler? —Preguntó Fabián, preocupado.

—No me duele.

Luisa habló con timidez, como si no quisiera recordarnos que ella podía escuchar todo. Sabía que para ellos dos era mucho más fácil si yo estaba en el medio, y así evitaban tener que mirarse a la cara.

—Ya la escuchaste —le dije a mi hijo—. Ahora… cogela bien.

Esta vez Fabián dejó salir el macho cabrío que habita en él, o al menos una parte. Enterró la verga en esa concha y empezó a bombear con fuerza, Luisa gritó de puro gusto. Sé que Fabián puede dar más de sí, pero es inexperto en esto del sexo. Al fin y al cabo esta noche es su primera vez, y me alegra haber formado parte de este momento. Luisa y yo le regalamos a Fabián el debut más morboso que puede tener un hombre: cogerse a su madre y a su hermana. Tocó la cima desde el principio… y lo mejor de todo era que podía seguir subiendo. Con una pija tan buena, tiene la obligación de aprender a coger bien.

Sin embargo no creo que Luisa emita queja alguna sobre la forma en la que su hermano le metió la pija, para ella habrá sido puro deleite físico… y la parte del disfrute psicológico vendría del lado de lo prohibido: dejarse coger por su propio hermano.

Después de un buen rato así, Luisa y yo nos pusimos de rodillas, y Fabián se paró en la cama, ofreciéndonos su erecta verga. Empezamos a chuparla sin miramientos, como si hubiéramos hecho eso mismo muchas veces. Noté que Luisa no quería levantar la mirada, tal vez para ella era más fácil así. En lo que sí puso énfasis fue en tragar tanto de ese trozo de carne como le fuera posible. Es una buena petera, salió a su madre… pero creo que puedo aprender algunos truquitos de ella. Tendré que prestarle más atención la próxima vez que la vea haciendo un pete.

Para cerrar este gran momento, Fabián acabó en nuestras caras… especialmente en la de Luisa. Ya me había llenado de leche a mí, supuse que ahora quería ver cómo le quedaba a su hermana el maquillaje de leche. Luisa y yo nos besamos, mientras tragábamos los retos de esa eyaculación, que no fue tan potente como las anteriores; pero que nos dejó bastante con qué jugar.

En una sola noche de sexo desenfrenado con mis hijos, aniquilé la mujer depresiva que habitaba en mí; ese ser denso y gris que no me dejaba sonreír, que me quitaba las ganas de levantarme cada mañana… esa amarga sensación que me arrebataba las ganas de vivir. Por primera vez en mucho tiempo, estaba feliz. Sabía que lo que habíamos hecho estaba mal, si nuestros vecinos lo supieran, nos echarían del barrio a piedrazos; pero la alegría que inundaba mi cuerpo me llevó a poner todos esos miedos en un segundo plano. Les resté importancia, porque al colocar todo en una balanza imaginaria, los beneficios superaban con creces cualquier punto negativo. Además nuestros vecinos no tenían por qué enterarse de lo que ocurrió esta noche en mi casa. Para algo existen las paredes.

Abracé a Luisa como si fuéramos viejas amantes, mis tetas quedaron contra su espalda y yo aproveché para poder aferrarme a sus pechos con ambas manos. Fabián se ubicó detrás de mí, con su verga ya en reposo; pero me encantó sentir la calidez de su cuerpo pegado al mío. En esa posición, rodeada por mis dos grandes amores, me quedé dormida.


Los días siguientes transcurrieron con cierta normalidad; una nueva normalidad, que en realidad era una amalgama entre la vida a la que estábamos acostumbrados, y elementos nuevos. Luisa nos demostró una de estas nuevas costumbres al salir del baño completamente desnuda, después de haberse dado una ducha. Se acercó a Fabián y a mí, que estábamos conversando en el living, y nos habló como si nada. Nuestros ojos recorrieron toda su anatomía, en especial los de mi hijo. Allí se generó un acuerdo tácito: si queríamos andar desnudos por la casa, podíamos hacerlo. Al fin y al cabo ya habíamos explorado nuestros cuerpos al detalle.

Se empezó a volver algo completamente corriente deambular por la casa y encontrar a alguno de mis hijos sin ropa, incluso yo me sumé a esa costumbre, desnudándome en más de una ocasión.

El mayor cambio lo tuve yo, porque ya no discutía con mis hijos. Si Luisa quería salir me bastaba con pedirle que tuviera cuidado y que no volviera sola a casa. Ella empezó a generar más confianza en mí y me contó sobre sus amistades. Una de sus confesiones más interesantes fue cuando me contó, con lujo de detalle, su primera experiencia lésbica. Fue con una amiga, después de una de estas salidas a la discoteca. Se quedó a dormir en casa de su amiga y terminaron cogiendo. Al parecer lo hicieron como un acuerdo entre ellas, porque ambas se querían quitar la duda. Deseaban experimentar el sexo con otra mujer y simplemente lo hicieron, se comieron las conchas durante toda la noche. Me hubiera encantado tener amigas así y poder decirles: “Che, ¿querés que te chupe un rato la concha? Después vos me la podés comer a mí”. El solo pensar en esa situación me dejó toda mojada.

Mientras Luisa me contaba todo esto, estuvimos tendidas en su cama, acariciándonos mutuamente, y claro… cuando la narración empezó a ponerse picante, ella me mostró cómo le había chupado la rajita a su amiga. Metió la cabeza entre mis piernas y empezó a darme unas deliciosas lamidas. Fue fascinante poder verla tan comprometida con la tarea de brindarme placer, no noté en ella ningún atisbo de duda, lo que hacía aún más probable mi teoría de que Luisa llevaba tiempo fantaseando con hacer una cosa así.

Me la chupó tan bien que en poco tiempo llegué a tener un orgasmo. Estuve a punto de devolverle el favor; pero ella tenía que irse, porque iba a salir con Pablo, y claro… él se la iba a coger. Sí, a mi hija le iban a meter la pija esa misma noche, y no me molestó. Al contrario, le pedí que cogiera mucho, que se animara a entregar el culo y que después me contara qué tal la había pasado. Tal vez ya no era la madre que debía ser; pero sí la madre que mi hijos querían.

Después de esta intensa charla con Luisa, quise tener un momento de intimidad con Fabián. Fue al día siguiente, mi hija aún no había vuelto de su salida, pero podía estar tranquila, me dejó un mensaje de texto aclarándome que pasaría el día en el departamento de Pablo… comiendo pija. Hizo mucho énfasis en esta última parte. Y eso me dio ganitas… yo también tenía ganas de desayunar una buena poronga.

Encontré a Fabián sentado en el sillón del living, mirando la tele. No le dije nada, me acerqué a él con movimientos felinos, completamente desnuda, y me arrodillé. Saqué su pija del bóxer, que era lo único que él tenía puesto, y empecé a chuparla con devoción. Se la comí toda, todo el proceso duró varios minutos, en los que yo me encargué de poner en práctica todo lo que sabía de sexo oral; recorrí todo su tronco con la lengua, no dejé ni un solo rincón sin explorar. Lo mejor vino cuando él acabó, fue como estar ante una fuente que emanaba semen. Todo el líquido blanco cayó sobre mi cara y tragué tanto como me fue posible, pero también dejé una buena cantidad cubriendo mi rostro, sentí como si mi hijo me estuviera marcando como su puta. No sabría cómo explicar el morbo que eso me produjo. Se me mojó toda la concha.

No dejé que él me metiera la pija, me fui a mi pieza, con la cara aún llena de semen, y me hice una buena paja. Me moría de ganas de coger con él, pero me dije: “Carmen, tal vez no sea buena idea, es tu hijo… lo que pasó esa noche estuvo bien; pero eso no significa que debas repetirlo”.

Creí que este tipo de encuentros breves, dedicados exclusivamente al sexo oral, se repetirían dos o tres veces más, y luego ya nos olvidaríamos de ello. Lo que ocurrió la noche de las uvas quedaría en el pasado y ya no se volvería a repetir. Sin embargo, una tarde en la que volví del trabajo, supe que esa noche no sería un evento aislado.

Me encontré con una imagen espectacular. Luisa estaba acostada boca abajo, en el sofá del living, exhibiendo todo su menudo cuerpo, con el culo en pompa. ¡Dios, ese hermoso culo, elevándose después de la pronunciada curva de su espalda! Una maravilla. Encima de ella estaba Fabián, con la pija completamente dura… bien metida en el agujero del culo de Luisa. Ella tenía la cara roja y apretaba los dientes. ¡Ay, hija… no es fácil aguantar semejante poronga en el orto! Pero me alegré por ella, me entusiasmó ver que se había animado… y con su propio hermano. Y claro, si le iban a romper el culo, que lo hicieran con una buena pija.

Fabián me miró, cuando entré, pero no se detuvo. Él se estaba cogiendo a su hermana y no se detendría por nada.

—¡Ah, bueno! —exclamé—. ¡Así los quería agarrar!

Ninguno de los dos dijo nada. Luisa me miró con cara de preocupación, como si me estuviera diciendo: “Perdón mamá, no me aguante… soy una puta”.

Yo no me iba a quedar afuera de un momento tan excitante. Ahí nomás me quité toda la ropa, lo cual sorprendió mucho a mis hijos… lo pude notar en sus perplejas miradas. Cuando tuve la concha libre me senté sobre el apoyabrazos del sofá, justo donde Luisa tenía la cara.

—Como castigo, por ser tan puta… me vas a tener que comer la concha —le dije, abriendo las piernas.

Ella ni siquiera lo dudó, se lanzó al instante contra mi clítoris y empezó a darme fuertes chupones.

—Y vos —dije, señalando a Fabián—. No creas que te vas a salvar… ni se te ocurra acabar, porque después me vas a tener que hacer bien el orto… y más te vale que hagas lo mismo con tu herma. Nada de cogerla despacito… mostrarle a esta puta lo que es tener toda esa poronga en el orto.

Fabián se envalentono y empezó a moverse con más fuerza. Tenía buen estado físico, ya que para él era prácticamente como hacer flexiones de brazos, apoyando una mano en el respaldo del sillón y la otra en la cintura de su hermana. Empezó a taladrar el culo de Luisa sin miramientos. Ella tuvo que detener las chupadas que le estaba dando a mi concha.

—¡Uf… ay! ¡Dio! ¡Uf… por favor! —Dijo, bajando la cabeza y apretando los dientes.

Esa pija entraba y salía de su agujero que ya estaba bien dilatado.

—No pares —le dije a Fabián—, a la puta le gusta… y sé que puede aguantarlo, seguramente estuvo practicando entregándole el orto a Pablo… y puede que a alguien más. ¿Es cierto? —La agarré del mentón, ella tenía la frente cubierta de sudor y una mueca que mezclaba dolor y placer.

—Es cierto —dijo, entre jadeos—. A Pablo y a un amigo de él… me garcharon entre los dos…. por el ¡uf!... por el orto… todo el día… me cogieron como cuatro veces.

—Me parece muy bien, sino no hubieras podido aguantar la pija de tu hermano.

—¡Me está matando! ¡Dios! ¡Me encanta! ¡Seguí… seguí… rompeme el orto! ¡Así… así! ¡Ay! ¡Mpff…!

Aplasté su cara contra mi concha y la obligué a seguir chupando. No fueron lamidas suaves, sino chupones, en toda regla, como si quisiera arrancarme el clítoris a fuerza de succión.

Toda mi vida me la pasé frustrada por no haber tenido experiencias sexuales verdaderamente morbosas e interesantes, y ahora estaba viviendo un momento que desafiaba hasta la más loca de mis fantasías sexuales. Jamás, ni por un momento, se me ocurrió pensar en coger con mis propios hijos… hasta la noche de las uvas.

Con cada embestida de Fabián contra el culo de su hermana, y cada chupón que ella daba a mi concha, íbamos dándole forma a algo que se volvería una práctica común. No quedaban muchas barreras inhibitorias entre nosotros, y con esto estábamos derrumbando los últimos vestigios, y deshaciéndonos de todos los escombros. Coger en familia ya era una realidad, para nosotros.

Toda mi líbido vibraba al ver cómo recibía esa gran verga el culo de mi hija. Mi placer no solo estaba en el maravilloso sexo oral que ella me estaba dando, sino especialmente en ver cómo se rompían el orto. Luisa es una chica preciosa, y ese culo tan hermoso se merecía una pija bien grande, como la de Fabián. Muchas noches las pasé atormentada con la idea de que a mi hija le estuvieran haciendo algo como esto, a la salida de la discoteca. Yo miraba la ventana, esperando que ella volviera, con la maliciosa idea de que, tal vez, en ese preciso momento estuviera boca abajo, en la cama de algún hotel, recibiendo una gruesa verga por el culo. Eso martirizaba… pero ahora… ¡Uf! ¡Cómo me calienta que le hagan el culo! Especialmente si se lo hace su hermano. Ellos nunca tuvieron una relación cercana, pero estoy segura de que eso va a cambiar de ahora en adelante. Van a ser muy unidos, los va a unir esa gran pija y ese hermoso culo.

Con el cuerpo ardiendo de deseo, me puse en cuatro en el sillón que estaba a la derecha del sofá, abrí las nalgas y le dije a Fabián:

—Mostrale a tu mamá lo que sos capaz de hacer con esa pija tan hermosa.

Él se alejó de su hermana y vino derecho hacia mí. Por mi posición, él podía permanecer de pie. Apuntó su verga hacia mi concha y me agarró de la cintura con ambas manos. De reojo pude ver el dilatado culo de Luisa, que palpitaba y se cerraba lentamente, mientras ella recuperaba el aliento.

Fabián me metió la verga sin piedad, por suerte mi concha ya estaba acostumbrada a ese trato duro, no gracias a mis amantes, sino a las cosas que yo acostumbraba usar para pajearme.

Después del incidente de las uvas junté coraje y, por fin, fui a una tienda a comprarme un consolador. Un reglamentario pedazo de pija de plástico. Algo que estuviera diseñado específicamente para dar placer, y que sea difícil de perder dentro de la concha.

—Luisa —dije, disfrutando de la penetración—, si revisás el cajón de mi mesita de luz vas a encontrar algo muy interesante. Traelo.

Mi hija, tal vez suponiendo con qué se iba a encontrar, se apresuró. Fue hasta la pieza, con un trote rápido. Noté que se movía de una forma un poco extraña, como si fuera un pato… cualquiera que la viera le preguntaría. “Flaca, ¿por qué caminás así? ¿Acaso te rompieron el orto?”

Ella volvió cuando Fabián ya iba por la cuarta o quinta embestida; eran lentas, pero potentes. Cada vez que la pija entraba en mi concha, me hacía suspirar.

Luisa sacudió el consolador negro, con una radiante sonrisa en los labios.

—¡Me encanta! —Exclamó, soltando una risita nerviosa—. ¡Quiero uno para mi cumpleaños!

—Y lo vas a tener —le aseguré—. Ahora vení para acá, que mami también quiere jugar con vos.

Le hice un lugar justo delante de mí, ella abrazó el respaldo del asiento y su culo quedó contra mi cara. Abrí sus nalgas y me deleité al ver lo dilatado que había quedado ese agujero y me dio morbo pensar que el mío pronto quedaría igual… Fabián realmente se estaba esmerando por meterme toda la verga. Le demostré que yo estaba dispuesta a recibirla moviendo las caderas y acompañando el ritmo de las penetraciones. Esto me provocó un poco de dolor, ya que a la verga todavía le quedaba bastante por entrar; pero por suerte estaba bien lubricada, supuse que antes de penetrar a su hermana Fabián se había puesto alguna clase de aceite o gel… y no me extrañaría que éste perteneciera a la propia Luisa. Ya me podía imaginar la escena previa, ella con una botella de lubricante en la mano, mirando a su hermano con sus tetas empinadas y los pezones duros, vistiendo solamente una tanga blanca… esa misma tanga blanca que estaba tirada en el piso. Antes de dejarse clavar el orto, seguramente Luisa le había chupado la verga durante un buen rato… y yo llegué en el mejor momento.

Si en mí se esconde algún instinto lésbico, este se despierta con Luisa. Sí, lo sé… el mundo me dirá que estoy loca; pero el mundo no tiene por qué saberlo. Empecé a lamer la concha de mi hija, saboreando sus jugos sexuales. También lamí el agujero de su culo; supuse que eso aliviaría un poco el castigo que recibió por la pija de su hermano, y la prepararía para lo que vendría después. Porque ella iba a recibir más. Le metí el consolador en la concha, lentamente, y luego ella lo sostuvo con una mano, para que no se saliera. Lo empezó a mover rápidamente y yo pude seguir con mi tarea de chuparle el culo.

—¡Ay, qué rico! —Exclamó ella.

Me alegró mucho saber que Luisa estaba disfrutando tanto como yo, siempre fui una madre temerosa de que su hija pudiera gozar con el sexo; pero esa mujer ya está muerta para mí, ahora soy una nueva Carmen. Quiero que Luisa experimente mucho con el sexo… y Fabián también.

Mi hijo me cogió muy bien por el culo, aunque todavía le falta un poco de confianza, tiene que aprender a hacerlo con confianza. Un hombre con semejante pija no puede ser tan inseguro en el sexo. Mi culo a estaba lo suficientemente bien dilatado como para ya no tener que sufrir con las penetraciones. Disfruté un poco más de esta sensación y luego le cedí el turno a Luisa. Sin embargo ella sugirió que estaríamos más cómodos en una cama. Los tres nos trasladamos hasta mi dormitorio, allí donde empezó todo el dilema con las uvas.

Luisa se puso en cuatro en la cama y separó sus nalgas, ofreciéndole el orto a Fabián.

—Andá, cogela bien fuerte —le dije al oído, mientras acariciaba su verga erecta—. Metele toda la pija hasta el fondo.

Ella no dijo nada, tal vez todavía no se animaba a suplicarle a su hermano que le metiera la pija; pero sí que estaba dispuesta a recibirla. Estoy segura de que con el tiempo ella ganará confianza y se animará a decirle las barbaridades que yo le digo.

Fabián se acomodó detrás de su hermana, posicionó cuidadosamente su glande en la entrada del culo, y la penetró. Ella soltó un grito de placer y empezó a acompañar la cogida con sensuales movimientos.

Me acerqué, con el consolador en la mano, y se lo di a Luisa. Me acosté boca arriba, justo delante de su cara, y levanté las piernas. No tuve que explicarle nada, ella entendió perfectamente. Metió de una vez el consolador dentro de mi culo, completo. Fue casi tan placentero como tener la pija de Fabián… casi.

Luisa empezó a comerme la concha otra vez, mientras su hermano le daba una cogida que no olvidaría nunca en su vida.

Así fue como sellamos nuestro pacto incestuoso. Intercambiamos posiciones varias veces, me senté en la cara de mi hija, para que ella me chupara toda; luego ella se sentó en mi cara. Hicimos un 69, y hasta nos dimos el gusto de frotar nuestras conchas una contra la otra. Siempre con la pija de Fabián cerca, si no la teníamos bien metida en el orto, entonces nos cogía por las conchas, o se la chupábamos entre las dos. Mi hijo eyaculó dos veces, la primera fue mientras nosotras le comíamos la poronga, nos bañó con su semen, como la noche en la que Luisa nos sorprendió cogiendo, y al igual que esa noche, nos lamimos la cara la una a la otra. La segunda acabada de Fabián llegó en una de las tantas ocasiones en las que le metió la pija en la concha a Luisa. Yo, por supuesto, se la chupé toda, y tragué hasta la última gota de semen.


Unos días después de ese increíble trío con mis hijos, Luisa y yo decidimos hacerle una visita sorpresa a Pablo.

No tuvimos que explicarle por qué estábamos allí, él entendió todo en cuanto nos vio. Se puso nervioso y su ansiedad se hizo evidente. Sin embargo cuando Luisa empezó a chuparle la verga, comenzó a relajarse. Después yo me sumé a ella, y entre las dos disfrutamos comiendo esa poronga y provocando que nuestras lenguas se entrelazaran. La primera que se dejó coger fui yo, y Pablo encaró el asunto con mucha confianza. El tenernos a las dos de rodillas, chupándole la verga, seguramente infló su ego. Ahí nomás, en el living, me puse en cuatro, sobre la alfombra, y dejé que él me la metiera todo lo que quisiera. No era lo mismo que recibir la potente verga de mi hijo; pero la situación tenía un morbo especial. Tal vez más de una madre fantaseó con cogerse a su yerno, y yo lo estaba haciendo… y con la aprobación de mi hija. Luisa se masturbó durante un buen rato, mirando la escena, y después se sumó a la acción.

Le sonrió a su novio con picardía, como si le estuviera diciendo: “Mirá lo que vamos a hacer”. Se acostó frente a mí y abrió las piernas, ofreciéndome su sexo. Ataqué sin dudas, me prendí a esa concha de la misma forma en que me había prendido a la pija de Pablo. Al parecer a él la escena le causó mucho morbo, porque empezó a cogerme muy rápido, como un conejo en celo. El muy desgraciado ni siquiera me pidió permiso, orientó su verga hacia mi culo y me la clavó. Seguramente Luisa le había dicho a alguna vez: “A la puta de mi mamá le encanta que le den por el orto”. Me calentó que Pablo fuera tan impertinente, que me clavara sin preguntarme antes. Esa era la forma en la que yo quería que me cogieran y fantaseé con la idea de que, algún día Fabián se animara a cogerme así. Él tiene una pija hermosa, pero es demasiado gentil. Sin embargo Luisa y yo lo estamos entrenando de a poquito, para que nos coja como a putas en celo.

Esa tarde Pablo se centró más en cogerme a mí, apenas si le metió la pija a Luisa por el culo, durante unos minutos, y lo hizo porque yo se lo pedí. Me calienta mucho ver cómo le rompen el orto a mi hija, y lo disfruté en un primerísimo primer plano, ya que él la penetró mientras nosotras estábamos haciendo un hermoso 69. Luisa estaba arriba mío y yo le chupé la concha durante todo el proceso; por supuesto, ella hizo lo mismo conmigo… y además se tomó la libertad de meterme los dedos por el culo, cosa que agradecí enormemente.

Coronamos ese increíble momento con una escena muy similar a la primera, Luisa y yo, de rodillas ante Pablo. Él se pajeó para nosotras y nos acabó en la cara, como si estuviera marcándonos como objetos de su propiedad. Pobre, si supiera de las potentes eyaculaciones de Fabián, su ego se pincharía al instante. Sin embargo el morboso simbolismo del momento nos sirvió de mucho. Luisa y yo nunca olvidaríamos ese día.

Mi hija y su novio me contaron que pretendían llevar su relación a otro nivel y que por eso Luisa se instalaría a vivir en ese departamento. Antes del episodio de las uvas me hubiera negado rotundamente a esto; pero ahora veía las cosas desde otra perspectiva. Les di mi bendición y les dije que los apoyaría en todo lo necesario… y si algún día querían meterle un poquito de condimento extra a la relación, yo podría venir a hacer un trío con ellos. Esto a Pablo le encantó.


Unos días después de hacer el segundo trío con mi hija y su novio, Luisa entró a mi cuarto y me dijo que tenía que hablar conmigo.

—¿Qué pasa ahora? —Creí que ella empezaría otra vez con el asunto de que el sexo entre parientes está mal.

—Estoy pensando en dejar a Pablo.

—¿Qué? ¿Por qué? Si se llevan tan bien. Y ahora que van a vivir juntos… ¿Qué pasa? No entiendo nada.

—Sí, es cierto, nos llevamos muy bien… y después de lo que hicimos con vos, nos tenemos mucha más confianza…

—¿Pero?

—Pero… em… a ver ¿cómo digo esto? Fabián… él, bueno… él…

—Sé clara, hija… porque no te estoy entendiendo nada. ¿Qué tiene que ver tu hermano en todo esto?

—Está bien, voy a ser bien sincera: Fabián me coge mejor, mucho mejor. Me encanta la pija que tiene, nunca me habían cogido con una pija de ese tamaño. Creo que, para ser feliz, voy a tener que buscarme un novio con una pija como la de Fabián.

—¡Ay, hija! En parte me pone muy contenta escuchándote decir eso, a mí también me vuelve loca la pija de Fabián… y él coge cada día mejor. —Ella asintió con la cabeza y soltó una risita—. Pero dejame decirte algo que te va a servir para el resto de tu vida: La pareja no se sustenta solamente en el sexo. Vos tenés una conexión especial con Pablo… ¿acaso te parece poco que puedas coger conmigo y con tu novio a la vez?

—No, la verdad es que eso es muy zarpado… y a Pablo le encanta, dice que nunca se va a aburrir de cogernos a las dos juntas.

—Mejor, porque yo lo quiero repetir. Pablo no tendrá la pija como la de Fabián, pero es un chico muy sexy… me cae muy bien, y me calienta la idea de coger con mi yerno.

—Y a él le calienta la idea de coger con su suegra… y a mí no me molesta. Es más, si un día querés visitarlo vos sola y coger con él, podés hacerlo.

—Eso lo decís para poder quedarte sola con tu hermano, y que él te coja a vos.

—Puede ser —respondió, con una risita.

—Está bien, voy a aceptar la oferta, me gustaría tener un momento a solas con Pablo. Coge muy bien. Pero a lo que iba… coger no lo es todo en la pareja. Es muy importante lo que hacés con Pablo una vez que terminaron de coger. El otro día lo pude presenciar, cuando salimos de la cama ustedes se pusieron a hablar de un montón de cosas que les gustan: series, películas… incluso hicieron planes para ver algunas entre los dos, o para viajar juntos… quiero decir: ustedes se llevan muy bien incluso aunque no estén cogiendo. Eso es súper importante. Yo te sugiero que sigas de novia con él… además a tu hermano lo vas a tener siempre disponible. Él vive acá, y no creo que se vaya a mudar… es poco sociable y si quería sexo, ya se lo estamos dando nosotras. A mí me gustaría que tuviera una novia, pero conciéndolo, él es más feliz estando soltero.

—Sí, eso mismo me contó ayer… después de darme una buena cogida. Es increíble, ahora estoy conociendo a mi hermano mejor que nunca, y ya no me dan ganas de pelear con él. Es raro, sí… pero también tiene sus cosas buenas.

—Como la pija.

—Sí, como la pija. —Ambas nos reímos—. Él asegura que prefiere estar soltero, y quedarse todo el día en casa, no le gusta salir ni hablar con la gente.

—Por eso mismo, vas a poder coger con él todas las veces que quieras. El día que andes necesitada de una pija grande, nos hacés una visita… mientras tanto, te sugiero que le des para adelante en tu relación con Pablo. Tal vez algún día le puedas contar sobre Fabián, no creo que se escandalice demasiado… incluso puede que hasta te cojan los dos a la vez.

—¡Uf… eso me encantaría!

—¡Y a mí también! Pero bueno, eso depende de si vas a seguir con él o no.

—Ahora que me diste otra perspectiva, creo que lo voy a pensar mejor. Voy a seguir con él durante un tiempo, y voy a ver qué tal funciona nuestra relación. Y, como vos dijiste, cuando quiera una pija grande, vengo a visitarlos. Gracias, mamá. Hace unas semanas ni siquiera hubiera podido imaginarme teniendo esta conversación con vos.

—¿Ya no pensás que soy una vieja depresiva?

—No, para nada. Sos la mamá más linda y más sexy del mundo. Puede que también seas la más loca, pero eso sólo me hace quererte más.

Se acercó a mí y me dio un profundo beso en la boca. Inmediatamente supe cómo iba a terminar todo esto, tal y como había terminado la última vez que ella me besó de esa manera. Tuvimos sexo durante horas, y yo estaba dispuesta a repetirlo. Así como también estaba dispuesta a coger con mi hijo todo lo que él quisiera. Mi vida había dado un tremendo giro, y me encantaba, por primera vez en años puedo decir que soy feliz, gracias a mis hijos… y a un racimo de uvas.

FIN.