El Fruto del Incesto (Malditas Uvas) [08].

Confianza.

Capítulo 08.

Confianza.

Fabián seguía mirando la uva, que había logrado extraer de mi vagina, como si fuera una pepita de oro.

―¿Pensás que esa fue la última? ―preguntó.

―No lo sé. Si te soy sincera no sé cuántas metí. Pero al menos ahora sé cómo sacarlas.

―¿Con los dedos? La verdad es que demoramos un montón…

―No, me refiero al orgasmo. La uva salió cuando tuve un orgasmo. Tuve que pujar un poco cuando sentí que bajaba, y vos pudiste agarrarla con los dedos.

―Comprendo, hay que combinar las tres cosas, el orgasmo, la puja y…

―Fabián, no me importan los detalles técnicos, lo importante es que salió, y no me voy a quedar tranquila hasta saber que fue la última. Tengo que aprovechar ahora, que sigo caliente ―me di la vuelta y me puse en cuatro sobre la cama, con la cola apuntando hacia mi hijo―. Dale, ayudame.

Pasé un brazo por debajo de mi cuerpo y comencé a frotarme el clítoris. Fabián no dijo nada, pero si actuó. No se quedó detrás de mí, sino que se colocó de rodillas a mi lado. Posó su mano izquierda en el centro de mi espalda y con la derecha se fue directamente a mi concha. Me clavó dos dedos y empezó a masturbarme con ellos.

Estaba a merced de mi propia calentura. Sabía que ésta era una tarea inútil, pero la encontraba morbosamente excitante. Nunca había experimentado algo semejante con otro hombre, ninguno fue capaz de inspirarme tanta confianza. Fabián empezó a meter los dedos tan rápido y con tanta fuerza que tuve la sensación de que me estaban cogiendo. Los chasquidos húmedos que provocaba este frenético movimiento ayudaban a aumentar la ilusión. ¡Cuántas veces había fantaseado con un hombre que me cogiera de esa forma! Con alguien que me cogiera duro y constante. Todo esto me hacía desear una buena verga.

―Mmm, que rico. Lo estás haciendo muy bien. De paso estás practicando para cuando tengas que pajear a una mina.

Fabián se detuvo repentinamente, cuando estuve a punto de preguntarle por qué lo hizo, uno de sus dedos se me hincó en el culo.

―¡Ay!

―Perdón, ¿te dolió?

―No, no… lo que pasa es que me tomó por sorpresa.

―Es que como dijiste que te gustaba…

―Sí, sí me gusta. Meteme el dedo en el culo.

Supliqué como una puta, agarrándome las nalgas con ambas manos y abriéndolas para que mi hijo pudiera enterrar su dedo en ese agujero que tantas fantasías sexuales había despertado en mí.

El dedo comenzó a ejercer presión en el orificio, debido a la buena lubricación brindada por mis propios flujos, éste comenzó a introducirse lentamente.

―Ahh, qué rico se siente ―Fabián empujó hasta que su dedo no pudo entrar más, pero aún no me lo había metido completo―. Sacalo y volvé a meterlo. Sí, así… ay, ay… ay qué rico.

Esta vez sí consiguió metérmelo completo. Fabián tenía unos dedos maravillosos para esa tarea, eran bien gruesos y firmes.

―Movelo hasta que el culo me quede bien abierto.

Él obedeció y yo cerré los ojos para disfrutar de la sensación. Me lo estaba dilatando de maravilla. Podía sentir esa rica succión cada vez que lo movía, todo mi bajo vientre se estremecía de placer.

Después de un rato, le dije:

―Ahora meteme otro dedo.

Él, sin decir ni una palabra, sacó el dedo y a continuación regresó con dos. Tuvo que ejercer más presión, pero al fin sentí cómo mi culo se abría y los dejaba entrar. Sin que se lo pidiera, él comenzó a meterlos y sacarlos lentamente.

―¡Ay, cómo me lo estás abriendo! Me gusta. Tenés los dedos tan gruesos que parece que me estuvieran metiendo una verga.

Si bien nunca había sentido un pene el culo, sí los había recibido en mi vagina, y sabía perfectamente cómo se sentían.

Fabián comenzó a aumentar el ritmo progresivamente, pasados unos segundos ya me daba toda la sensación de que me estaban cogiendo por el culo, por primera vez. Esto no se comparaba en nada a masturbarme sola, ya que, al no tener el control, no sabía cuándo me penetraría ni cuándo los sacaría. No quise masturbarme porque prefería que todo el placer que sintiera, proviniera de mi culo.

―Así… así. Dame rápido. Colame los dedos sin miedo, que a mí me gusta.

Gracias a este incentivo verbal conseguí que Fabián pusiera más ímpetu. Su mano parecía estar temblado vigorosamente entre mis nalgas, los dedos casi no salían de mi culo, pero el movimiento era tal que me estaba rebalsando de placer. Comencé a gemir. Luego de unos cuantos segundos de goce, dije:

―¡Cómo me calentaría tener una buena pija en la boca! ―con la mano izquierda busqué el miembro de mi hijo―. ¡Ay, qué lindo! Ya se te puso bien dura otra vez. Vení, traela para acá.

Fabián avanzó un poco, sin dejar de darme placer anal. Al tenerlo más cerca, me bastó con inclinar un poco el torso y la cabeza, para que esa potente verga quedara al alcance de mi boca. Él podía seguir metiéndome los dedos cómodamente. Le chupé el glande con pasión.

―Esta verga me vuelve loca, es la más rica que me comí en mi vida.

La manía de decirle locuras sexuales a mi hijo seguía teniendo un increíble efecto en mí. Volví a meterla en mi boca, intentando tragar un poco más. No me importaba que él no respondiera a mis comentarios, ya que esa no era mi intención, me bastaba con que escuchara lo que yo tenía para decir.

Comencé a mover mi cabeza. No era la posición más cómoda para hacer un pete, pero era la única que se me ocurría, si es que también quería seguir recibiendo esos adictivos dedos por el culo.

―Qué lindo sería poder cabalgar una poronga como ésta. Si toda la leche que me tomé, me la hubieras metido dentro de la concha, me la rebalsabas ―le di un chupón al glande―. Debe ser muy lindo que te la llenen de esa manera. ¡Uf! Se me hace agua la concha de sólo imaginarlo.

Estaba disfrutando tanto que mi cabeza comenzó a trabajar para idear una forma de estar más cómoda. Hasta que por fin se me ocurrió.

―Frená un poquito, Fabián ―le pedí; él me hizo caso―. Acostate en la cama, bocarriba ―mientras él cambiaba de posición, yo seguía hablando―. Quiero estar más cómoda, para poder comerme toda esta pija.

Una vez que Fabián quedó mirando al techo, yo me coloqué, en cuatro patas, arriba de él; pero con la cabeza apuntando hacia su verga erecta, y ofreciéndole mi culo.

―Ahora sí ―dije aferrándome a ese rígido mástil, con ambas manos.

Mi hijo volvió a introducir sus dedos en mi culo y yo volví a reanudar el pete. Esta vez podía tragármela hasta donde me entrara. Tal vez había sacrificado un poco la velocidad con la que mi hijo me daba por detrás, pero valía la pena.

―Lo estás haciendo muy bien, Fabián. Cuando tengas una novia a la que le guste que le metan los dedos por el culo, la vas a hacer muy feliz. Y ni te digo cuando le entierres toda esta verga por la cola ―acaricié sus huevos y le di varias lamidas al pene, como si fuera un helado―. ¡Qué envidia me da! A mí también me gustaría que me metieran por el culo una pija como ésta ―chupé el glande―. Bien despacito, hasta que el culo me quede bien abierto ―tragué todo lo que pude y luego la saqué lentamente, apretando mis labios―. Y después que me den bien duro, y bien rápido.

Empecé a chupársela tan rápido como podía mover mi cabeza. Me dediqué a esto durante varios segundo, disfrutando de los dedos de mi hijo entrando y saliendo de mi culo. Pensé en la chupada de concha que me había dado Luisa y me dije a mí misma que no había razón para negársela a mi hijo.

―Fabián, me imagino que nunca chupaste una concha…

―Eh… ―estaba atontado, no era para menos, después de todo lo que estaba pasando―. No, nunca.

―¿Y por qué no te sacás las ganas? Y quién sabe, en una de esas hasta sirve de algo… si es que todavía quedan uvas adentro.

Di golpecitos con la manos a mi rajita húmeda, indicándole que podía proseguir sin miedo. Continué mamándosela y aguardé hasta que él se animó a dar la primera probada. Sólo pasó su lengua, de forma tímida. No quise presionarlo, él tenía todo el derecho del mundo al sentirse inhibido, después de todo no sólo era la primera concha que chupaba, sino que además era la de su madre.

Al final tomó coraje y se prendió a mis carnosos labios usando toda su boca. Esperaba que pudiera disfrutarlo tanto como yo disfrutaba chupar su pija. Empezó a recorrer mi vulva con su lengua, sorbiendo todos mis jugos. Los dedos se detuvieron en mi culo, pero no me importaba demasiado, ya que aún los seguía teniendo dentro, y el placer ahora era por parte triple. Reanudé la mamada y caí en la cuenta de que estaba haciendo un espectacular 69 con mi hijo. Eso, en lugar de asquearme, me calentó.

Él comenzó a chuparme el clítoris y yo me estremecí de placer mientras engullía su verga. Fabián no tenía el talento de su hermana, pero al menos lo hacía correctamente. Debía tener en cuenta que era su primera vez. Además conseguía el objetivo: calentarme.

―Mmm, esta pija me pone muy puta.

Continué con mis comentarios cachondos intercalados de intensas chupadas a la verga.

―Espero que todavía le quede mucha leche adentro, porque todavía tengo ganas de tomar.

La mamé durante unos cuantos segundos más y luego dije:

―¡Cómo me gustaría que me dieran una buena cogida!

De todos los comentarios que había hecho, este último fue un error.

Repentinamente Fabián se movió a gran velocidad, sacó los dedos de mi culo y se deslizó debajo de mí, hasta salir por completo. Luego apoyó una de sus pesadas manos en mi espalda y acercó su verga a mi concha.

―¡No, no. Pará Fabián, pará! ―Exclamé entre risas.

Él se detuvo en seco. No me reía porque fuera gracioso, sino por puros nervios. Él se había tomado demasiado a pecho mi comentario; pero por suerte logré detenerlo antes de que fuera demasiado tarde.

―No dije que vos lo hicieras ―le aclaré―. Simplemente era una loca fantasía que tenía en la cabeza ―él se apartó de mí.

―Perdón, yo creí que…

―Todo bien, no pasa nada. Pero sos mi hijo, Fabián, no me podés hacer eso.

No sabía si esa excusa seguía siendo válida a esa altura de la noche, pero tendría que bastar.

―Perdoname, soy un boludo.

Giré en la cama y vi sus ojitos tristes.

―No, Fabián. No lo sos. Yo también estoy caliente y sé que uno puede perder la cabeza por la excitación ―de hecho, yo ya la había perdido casi por completo… casi, no iba a permitir que él me penetrara. Lo noté tan desilusionado que se me encogió el pecho―. Ya sé qué podemos hacer ―le dije con una sonrisa―. Si prometés no metérmela, te voy a dejar que me la pases por afuera, un ratito. Después te la sigo chupando. ¿Querés?

Él asintió con la cabeza, me dio la impresión de que si yo no sugería eso, se largaría a llorar. A pesar de su madurez, para ciertas cosas él seguía pareciendo un niño.

Me puse en cuatro sobre la cama y separé las piernas, ofreciéndole toda mi retaguardia. No tuve que pedirle que se acercara, él lo hizo solito. Puso una mano en mi espalda, pero con mucha más suavidad que la vez anterior. De reojo pude ver que se agarraba la verga y me la acercaba a la concha.

―Con cuidadito ―le dije―. Sin meter nada. Y si yo digo alguna locura, no hagas nada sin preguntarme primero.

―Ok.

La gran cabeza de su pene se posó entre mis labios vaginales. Él comenzó a mover su miembro como si me estuviera acariciando con él. Lo hacía muy bien, justo como yo se lo había pedido, con mucha cautela y sin apuntar hacia adentro. Al principio estuve un poco tensa, pero luego de unos segundos supe que podía confiar en él y me relajé, apoyando la cara contra el colchón. Me dio suaves golpecitos con la verga, lo cual me excitó mucho y me permitió volver a juntar coraje para seguir con mis comentarios cachondos.

―Mmm, eso me va abrir la concha, más de lo que está ―él aceleró los golpecitos―. Qué rico, Fabián, me gusta ―él comenzó a moverla de forma circular, la punta de su verga dilataba mi agujerito, pero no entraba nada―. ¿Por qué no me metés los dedos en el culo, mientras tanto?

Abrí mis nalgas usando las manos, y él me enterró los dos dedos, de una sola vez.

―Ay, cómo se nota que lo tengo bien abierto ―le dije.

Empezó a hurgarme el agujero anal, haciendo girar sus dedos hacia un lado y hacia el otro; suspiré de placer, era una sensación demasiado deliciosa. Su verga también me daba mucho placer, no sólo por el roce contra mis labios, sino porque en varias ocasiones la rozó contra mi clítoris.

Después de darme un ratito con los dedos, los sacó. Acto seguido comenzó a darme golpecitos con la cabeza de la verga contra el agujero del culo.

―Sí, eso me gusta ―dije en un suspiro.

Los golpes se hicieron más potentes, ya podía sentir mi culo abriéndose de deseo. Mi cuerpo sudaba por la inmensa calentura. Me hacía sentir joven y bella otra vez saber que tenía a un muchacho golpeándome la entrada del culo con un pene enorme; aunque se tratase de mi hijo.

―¡Qué rico! A mí me gusta que me peguen con la verga, especialmente en la cara.

―¿Si? ―al parecer logré captar su curiosidad.

―Sí, me encanta que me den pijazos en la cara.

―¿Querés que…?

―Sí, sí quiero ―le respondí antes de que terminara de formular la pregunta.

Me di la vuelta y quedé de rodillas en la cama. Fabián dudó unos segundos hasta que decidió que la mejor opción era ponerse de pie. Su gruesa y venosa verga quedó muy cerca de mi boca, por eso aproveché a darle un chupón. Luego él se la agarró con una mano y me dio golpecitos cortos y suaves en la mejilla.

―¿Así? ―preguntó.

―No, así no. Más fuerte.

Intensificó los golpes, pero aún seguían siendo demasiado débiles.

―Fabián, vos sos demasiado cuidadoso. Hay mujeres a las que les gusta que las traten como damas durante todo el día; pero que las traten como putas en la cama. Yo soy una de esas. Vos tenés que aprender a tratar a una mujer como puta ―como madre sabía que le estaba dando un pésimo consejo, por eso quise mejorarlo―. Pero sólo si la mujer quiere y lo hacés dentro del respeto. No seas tan gentil cuando la situación no lo requiere.

Asintió con la cabeza, su mirada se volvió más severa. Sujetándose la pija firmemente, me azotó la cara. Se escuchó un chasquido.

―¡Ay, sí, eso!

Me dio otro pijazo, con la misma intensidad. Cerré los ojos y disfruté. Él comenzó a repetir la acción una y otra vez. Me encantaba sentirla golpeando contra mi cara y el ruido que hacía. Cuando podía intentaba lamerla o metérmela en la boca, pero era muy difícil hacerlo, ya que él no dejaba de moverla y azotarme.

De pronto él me sujetó la cabeza y me metió buena parte de su falo dentro de la boca. Cuando lo sacó, intenté recuperar el aire. De mis labios caía saliva.

―¡Uf, eso me hizo sentir re puta! ―le dije―. Me gusta.

Me cacheteó la cara con la verga un par de veces más y luego me obligó a tragarla otra vez, pero en esta ocasión me obligó a tenerla un poco más dentro la boca, mientras él movía su cadera de atrás hacia adelante.

―¿Te gusta chuparla, p… puta? ―dijo en un tímido susurro.

Mi hijo me dijo puta… y me gustó, aunque lo haya dicho con tanta vergüenza. Al pobre le costaba mucho soltarse, pero yo pensaba ayudarlo a hacerlo.

―Sí, me encanta chupar pijas, especialmente esta, que es tan grande.

Me llevó a un mundo de pleno goce cuando reanudó los azotes. Ya se medía menos, algunos hasta me dolían, pero era un dolor placentero y morbosamente excitante. Los dedos de Fabián se aferraron a mi cabello y una vez más me enterró la verga en la boca. Me obligó a mover la cabeza de atrás hacia adelante. Mientras yo me atragantaba con toda esa carne, lo escuché decir:

―Cometela toda, puta.

Noté un poquito más de confianza en la voz de mi hijo. Algo vibró en mi interior, entre mi pecho y la boca de mi estómago. Era un revoltijo sumamente agradable. La sacó de mi boca y la saliva saltó, formando finos hilos. Necesitaba tomar aire; pero él no me dio mucha tregua. Me pegó tres o cuatro veces con su pija y una vez más me obligó a engullirla. La tenía tan adentro que temía que me dieran arcadas, pero me tranquilicé y dejé que el falo se deslizara de la forma más cómoda posible. Mi hijo se estaba comportando como un salvaje, pero sabía que yo no podía tragarme toda su verga.

―Ay, estoy toda mojada ―dije cuando me liberó.

―¿Y por qué te mojás?

―Porque esta pija me encanta. Me la quiero comer toda.

―¿Por eso te mojás?

―Sí, y porque cada vez que la chupo, se me abre la concha… ella también la quiere tener adentro.

―Te mojás porque sos puta.

Me encantó escucharlo decir eso.

―Sí, soy puta. Soy puta y quiero pija.

Diciendo esto me puse de pie en la cama, dándole la espalda. Luego me incliné hacia adelante y me abrí la cola con las manos. Sentí la verga deslizándose por toda la raya de mi concha, hasta llegar a mi culo. Allí ejerció un poco más de presión, pude sentir cómo mi agujero se abría levemente. Luego volvió a bajar e hizo lo mismo con mi concha, ésta estaba más dilatada y mejor lubricada, por lo que pude sentir una pequeña invasión de la punta de esa verga. Retrocedió y volvió a posarla de la misma manera.

―Te sale juguito de la concha ―me dijo.

―Sí, es que mi concha está emocionada, nunca había tenido una verga tan grande amenazándola.

―Reconocé que te morís de ganas de sentirla adentro, puta.

―Sí…

―Sos muy puta, no te podés resistir a una buena verga.

―Es cierto, no puedo… me gustan mucho las vergas ―mi corazón se sacudía violentamente, me encantaba este juego morboso, aunque supiera lo peligroso que era jugarlo con mi hijo.

―Cuando ves una pija, te gusta entregar la concha… —no era una pregunta, sino una afirmación. Él no dudaba de que su madre era lo suficientemente puta como para abrirse de piernas ante la promesa de una buena pija.

―Sí, la entrego toda ―no podía más, estaba padeciendo la peor calentura de toda mi vida―. Así la entrego, mirá… ―Comencé a retroceder muy lentamente―. La entrego toda. Me gusta sentir cómo la cabeza de esa pija me la abre ―el glande comenzó a introducirse, dilatando mi sexo como nunca lo había hecho ante un pene―. ¡La quiero toda adentro ―seguí retrocediendo y pude sentir cómo esa gruesa y venosa verga se me iba enterrando lentamente, de no haber tenido la vagina tan dilatada, me hubiera dolido mucho, ya que podía sentir cómo mis músculos internos se estiraban―. ¡Uf, qué rica está! Y parece que no se termina nunca ―me daba la sensación de que nunca podría meter todo ese pedazo de carne dentro de mí―. Desde que te vi la pija que estoy con ganas de tenerla bien metida dentro de la concha ―el último tramo fue el más difícil, tuve que apretar los dientes por el esfuerzo y presionar intensamente hacia atrás, me ayudaba mucho el que mi hijo también estuviera empujando lentamente hacia adentro.

―¿Querés que te la clave toda, puta?

―Sí, sí… eso quiero. Clavamela toda.

Empujó hacia adelante con fuerza y me invadió un agudo dolor, junto con todo el resto de esa gran pija. Solté un largo gemido de placer, era lo más maravilloso que me habían metido por ese agujero, el cual parecía que no podría contener todo por mucho tiempo.

―¡Ay, pero qué delicia! Ahora ya sabés lo que se siente tener la verga bien metida en la concha de una puta.

Él se mantuvo estático y yo comencé a masturbarme, disfrutando al máximo de ese miembro viril en toda su extensión.

―Ahora sácamela despacito ―le dije después de unos segundos.

Fabián obedeció, fue retrocediendo lentamente, haciéndome gozar de cada centímetro de su verga. Era hermoso poder sentirla deslizándose de esa manera. Hasta que por fin la sacó completa. Había tenido la verga de mi hijo adentro, pero estaba tan caliente que no podía sentirme culpable.

Volví a girar hacia él, me arrodillé y le di una larga lamida a todo el glande. Estaba lleno de mis propios juguitos, lo cual me gustó mucho.

―Me dejaste re abierta ―le dije, mientras con una mano me tocaba los labios vaginales y con la otra lo masturbaba.

―Eso te pasa por puta.

Incentivada por esas palabras, empecé a mamársela con alevosía. Estaba enloquecida, no sabía qué me pasaba, pero tampoco me importaba descubrirlo; sólo quería seguir comiéndome esa pija.

―Cómo te gusta hacer petes ―me dijo agarrándome de los pelos.

―Sí, me encanta. Es más, en forma de agradecimiento a todo lo que hiciste por mí, te voy a hacer petes todo el fin de semana. ¿Querés? Y cada vez que acabes, me voy a tomar toda la leche.

No sabía lo que decía. Estaba hablando sin pensar. Algo en mi interior me decía que no podía conformarme con chuparla una sola vez, quería más…

―¿Todo el fin de semana? Pero ya es la madrugada del domingo.

―Sí, pero es fin de semana largo, el lunes no trabajo; y tu hermana se queda en la casa del novio hasta el martes ―le di un chupón en el glande―. Ahora lo que quiero es que me des toda la leche.

Reanudé el pete con mucho entusiasmo, ya poco me importaba que fuera la verga de mi hijo, me encantaba chuparla. Si bien no podía tragármela toda, la parte que me metía en la boca me dejaba tan llena que no necesitaba más. Él empezó a moverse otra vez, como si me cogiera la boca. Esto me fascinaba, hacía que me chorreara la baba.

Estuve chupándosela sin parar durante un buen rato, ya me dolía la mandíbula de tanto tener la boca abierta; pero no me importaba, quería que él acabara.

―¿Te falta mucho? ―Pregunté―. Me quiero tomar la leche.

―Bueno, sí… todavía falta.

―¿Y qué puedo hacer para estimularte un poquito más? Ah, ya sé ―no esperé su respuesta, volví a pararme en la cama y me incliné como lo había hecho antes―. A vos te calienta pasármela por la concha, y por el culo.

Con eso le dejé en claro lo que debía hacer. Agarrándose la verga, comenzó a darme golpecitos entre las nalgas y a frotarme el glande entre los labios de la concha, haciendo un poco de presión contra el agujero. Luego hizo lo mismos con el agujero del culo, el cual se abrió menos, pero se sintió aún más rico.

―Mejor me pongo en cuatro, así estoy más cómoda ―le dije.

Me puse de rodillas y él se puso de pie junto a la cama, yo me acerqué al borde y le ofrecí mi cola. Fabián reanudó la tarea que tanto placer me producía. Esta vez fue un poco más intenso. Cuando me pasó la pija por la concha, sentí que me metía la punta, pero la sacó rápidamente. Presionó mi culo, pero con más fuerza que antes, noté que se dilataba y que el glande comenzaba a entrar; pero no lo hizo, ya que él retrocedió. Volvió a mi vagina y una vez más, me clavó la cabeza de su pija. La sacó y la volvió a meter, agregándole un pedacito más. Suspiré de placer, dándole a entender que eso me gustaba. Estaba mal… pero me gustaba.

Se mantuvo restregándome la verga de forma ininterrumpida. No siempre me la introducía en la concha, pero cuando lo hacía, me encantaba. Eso sí, siempre la metía un poquito y nada más. Me la apoyó en el culo, otra vez, pero esta vez sentí una presión bastante mayor. El agujero se me fue abriendo tanto que empecé a gemir.

―Cómo te gusta que te abran el culo, puta.

―Sí, me encanta, especialmente si me lo hacen con una pija tan gorda.

―¿Querés sentir la cabeza adentro?

―Sí, sí quiero. Meteme la cabeza ―le supliqué; siguiendo un impulso de completa e irracional lujuria.

Presionó un poco más y sentí que mi culo se abría como nunca lo había hecho, hasta que, de repente, se tragó completo todo el glande.

―¡Ay, pero qué delicia! ―Fabián la sacó, sólo para volver a introducirla de la misma manera―. ¡Ay, sí! Esta pija me vuelve loca. ¡Qué lindo que es sentirla en el culo! ―él empezó a empujar lentamente hacia adentro, se sentía muy rico, pero a la vez me dolía―. ¡Ay, Fabián! Si me la metés toda, me rompés el orto ―se detuvo―. Me gustaría que me lo rompieras ―no podía creer que le estuviera diciendo eso a mi hijo―; pero no creo estar preparada. Me encantaría sentirla toda adentro, pero me dolería mucho.

―Pero esto te gusta…

La sacó y me metió otra vez la punta de la verga.

―¡Ay, sí, eso me encanta! Además así me lo estás abriendo de a poquito.

―Entonces, ¿sigo?

―Antes me gustaría sentirla toda dentro de la concha, una vez más.

Se posicionó en la entrada de mi vagina y comenzó a enterrármela lento, pero sin pausa. Yo gemí todo el tiempo, hasta que la tuve completamente adentro.

―Ya la tenés bien abierta, puta.

―Sí, esa pija me abre toda. ¡Me encanta! Me gustaría que me dieras un buen pijazo, que me la clavaras toda de una sola vez. Fuerte.

Retrocedió lentamente, hasta que sólo su glande quedó en el interior de mi concha, luego, sin previo aviso, arremetió contra mí como si fuese un ariete intentando derrumbar la puerta de un castillo. Sentí que le concha se me iba a romper, pero antes de que pudiera darme cuenta ya estaba soltando un fuerte grito de placer y la tenía completamente adentro. La sensación fue tan intensa que al gritar levanté mi espalda hasta que ésta chocó contra el pecho de mi hijo, él se apresuró a agarrarme una teta con una de sus fuertes manos.

―¡Ay, Fabián… por dios! ¡Eso fue tremendo! ―exclamé jadeando.

La concha me dolía pero al mismo tiempo me chorreaba de placer, comencé a masturbarme de forma frenética, él no la sacó ni un milímetro.

―¿Te gustó, puta? ―me preguntó susurrándome al oído.

―¡Sí… me encantó! ¡Nunca me habían clavado así!

—Te morís de ganas de que te den una buena cogida, puta.

—¡Ay, sí! Quiero que me cojan toda la noche.

—Entonces, yo te voy a coger —de pronto sentí cómo sacaba su verga para volver a clavarme otra vez; me hizo gemir de placer.

—Pero… soy tu mamá, Fabián…

—Sí, puede ser… pero también sos una puta, y a las putas como vos les gusta que se las cojan —comenzó a bombearme aumentando gradualmente la intensidad, me daba la impresión de que esa verga me partiría al medio en cualquier momento, pero al mismo tiempo se sentía de maravilla—. ¿Te gusta, puta? —preguntó, agarrándome de los pelos, sin dejar de clavarme.

—¡Ay, sí… me encanta! ¡Cogeme, Fabián, cógeme bien fuerte! —él lo hizo—. ¡Ay, cómo me gusta!

Si bien podía notar que mi hijo era inexperto en el sexo, ya que le costaba mantener un ritmo constante, no podía negar que me estaba dando la mejor cogida de mi vida, y esa sensación no sólo se debía al tamaño de su verga, la cual me estaba abriendo toda la concha, sino también al morbo que le sumaba que él fuera mi hijo. Nunca jamás se me cruzó por la cabeza que yo podría llegar a convertirme en una mujer incestuosa, pero las frenéticas descargas de placer que me provocaba la cogida que me estaba dando mi hijo, me dejaban bien claro que me volvería adicta a ellas, y que habíamos cruzado un punto sin retorno.

Todo mi cuerpo se sacudía ante las tremendas embestidas de Fabián, y podía sentir cada centímetro de su verga deslizándose dentro de mi concha, él fue tomando un mejor ritmo y me sumergí en un agónico momento de placer. En tan sólo unos pocos minutos, me hizo acabar, y al parecer él lo notó, porque dijo:

—Acabaste como una puta —me volvía loca que él me dijera esas cosas, nunca me habían tratado de esa manera y que lo hiciera mi propio hijo lo hacía como veinte veces más morboso.

—No pares, Fabián… por favor no pares… haceme acabar otra vez.

Él estuvo a punto de detenerse, pero luego de escuchar mis palabras volvió a acelerar el ritmo, tanto como lo había hecho antes. Comencé a gemir como una puta, de esas que salen en las películas porno, nunca antes había gemido de una manera tan exagerada, pero me provocaba mucho hacerlo, y estaba segura de que a mi hijo le gustaba. No tardé mucho en volver a tener otro orgasmo, no podía recordar la última vez que había acabado dos veces seguidas… o que hubiera acabado tantas veces en una misma noche. Mi concha ya no daba más; pero yo aún seguía caliente.

—Rompeme el orto, Fabián.

—¿Tan puta sos que también me vas a entregar el culo? —no sabía de dónde había sacado tanta confianza mi hijo, pero me volvía loca escucharlo hablar de esa manera.

—Sí, quiero que me metas toda la pija en el orto —mientras hablábamos yo aún tenía su miembro introducido en la vagina.

—¿Y qué pasa con las uvas, no las buscamos más?

—Me importan un carajo las uvas… ya salieron todas. No te lo dije porque estaba caliente, y quería pija…quiero que me cojas toda la noche, Fabián. Y ahora quiero que me des por el culo.

Separé mis nalgas usando ambas manos, ya no podía más, quería sentirla adentro. Por suerte Fabián no me hizo esperar, sacó la verga de mi concha y la posicionó en la entrada de mi culo. De pronto sentí cómo me clavaba un buen pedazo, haciéndome gritar de dolor y placer. Empezó a bombear y pude sentir cómo ese pedazo de carne se abría paso lentamente. En ese momento agradecí todas las veces que me introduje objetos por el culo, ya que de lo contrario no estaría preparada para recibir la gruesa verga de mi hijo.

—¡Ay, sí, me está entrando toda… qué rico! No pares…

Sabía que él no se detendría, pero disfrutaba incentivándolo. Tanto como a mí me gustaba que me tratara como a una puta, seguramente a él le gustaría que yo me comportara como tal.

—¡Ay, Fabián, me voy a hacer adicta a tu pija, cada vez me gusta más!

—Pero… ¿Qué carajo?

Escuchamos una voz femenina dentro del cuarto, giré la cabeza hacia la puerta y allí estaba Luisa, mi hija, mirándonos boquiabierta.

—¿Qué carajo es esto? —Preguntó una vez más.

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