El Fruto del Incesto (Malditas Uvas) [07].

Carmen decide darle un peculiar obsequio a su hijo, por la ayuda prestada.

Capítulo 07

Obsequio.

Permanecí acostada, con los ojos cerrados, permitiendo que mi hijo hurgara dentro de mi vagina con total libertad. Sus dedos parecían haber adquirido cierta destreza, o tal vez él había ganado un poco de seguridad. Los toqueteos no se limitaban a las paredes internas de mi sexo sino que también estaba su pulgar haciendo un trabajo maravilloso sobre mi clítoris.

Él era demasiado bueno conmigo y yo comprendía sus celos a la perfección, es más, si yo hubiera estado en su lugar me habría puesto igual de celosa. No es agradable saber que todos a tu alrededor pueden disfrutar del sexo, mientras que a vos te toca quedarte mirando o, peor aún, irte sin siquiera poder ver lo que van a hacer. No tenía idea de que Fabián aún seguía siendo virgen y, para empeorar las cosas, ni siquiera le habían chupado la verga… esa verga que ahora estaba erecta bajo la fuerte presión de mis dedos, que se negaban a soltarla. Una disparatada idea se me cruzó por la cabeza, estuve a punto de comentársela a mi hijo, pero me asusté. Dos segundos más tarde me dije a mí misma que no era tan mala idea, era una pequeña retribución a la enorme ayuda que me había prestado; pero seguía sin animarme a decírselo. Dudé una tercera vez y está vez busqué convencerme con el argumento de que Fabián no sólo se lo había ganado sino que también se lo merecía, por todos los años de espera. Además había permitido que su hermana me chupara la concha… ella también tenía una excusa para haber actuado de esa manera, y no era mejor que la mía. Esto solamente sería una muy pequeña muestra de… afecto, para que él pudiera tener aunque sea una pequeña anécdota para contar si alguien le preguntaba sobre ese asunto. Anécdota que obviamente debería contar evitando unos cuantos detalles, pero confiaba en su discreción. El corazón me palpitaba con fuerza por la incertidumbre, al final dejé de racionalizar tanto el problema y decidí actuar.

—Fabián…

—¿Si?

—Cerrá los ojos un ratito.

—¿Para qué?

—Vos hacelo, confiá en mí.

—Está bien —dejó caer sus párpados con suavidad. Miré fijamente sus velludos testículos.

—Ahora quiero que pienses en alguna chica que te guste mucho.

—No sé en quién pensar…

—Fijate, tiene que haber alguna chica de tu facultad que te parezca sexy.

—Emm… sí, Yamila —había visto una vez a esa tal Yamila, era una chica muy bonita, con cara de angelito, pero con unas tetas que infartarían a cualquiera. Además era caderona y culona, lo que la hacía un imán para las miradas, ya sean masculinas o femeninas.

—Esa nena está muy linda, y te aseguro que debe tener su lado de putita atrás de esa carita de mosquita muerta. Bueno, pensá bien en ella, imaginala lo mejor que puedas.

—Listo —dijo él sin abrir sus ojos.

Mi mente quedó en blanco, simplemente actué. Acerqué mi cabeza hasta su sexo, lo dejé apuntando hacia arriba y, sin perder ni un segundo, abrí mi boca e introduje uno de sus arrugados testículos. Me pareció demasiado grande, pero de todas formas me las ingenié para pasarle la lengua y darle un buen chupón. Fabián no dijo ni una palabra, tampoco abrió los ojos.

Luego me incorporé en la cama, quedando sentada, aún con los dedos de mi hijo dentro de la concha. Volví a abrir la boca, saqué la lengua y ésta comenzó a danzar en círculos sobre el brilloso glande, recolectando las amargas, pero morbosamente agradables, gotitas de líquido preseminal. No me entretuve mucho con esa tarea, a pesar de que me resultaba muy placentera. Estaba muy nerviosa ya que no podía dejar de pensar que se trataba de la verga de mi propio hijo; una verga que yo no debería estar chupando. Sin embargo, ya lo estaba haciendo… y quería darle una grata experiencia, aunque fuera de pocos segundos. Junté más coraje aún, abrí mi boca tanto como pude, incluso sentí la tensión en la comisura de mis labios, y me metí esa dura pija tan adentro como me fue posible. A pesar de mis esfuerzos solo llegué a tragarme el glande y un poco más. Bajé la cabeza y conseguí engullir otro poco, pero luego tuve que sacarla para tomar aire. Inspiré con fuerza y volví a comérmela, llenándola con mi saliva e intentando acariciarla con mi lengua, pero no tenía mucho para maniobrar. Los dedos dentro de mi concha se movieron en círculos, casi como si me alentaran a seguir, y de hecho lo consiguieron, ya que mi intención era dar por terminado el “obsequio” a mi hijo en ese momento. Él ya sabía lo que sentía tener la verga dentro de una boca y yo podía (o debía) detenerme; pero no pude hacerlo. Comencé a mover mi cabeza de atrás hacia adelante, dejando que esa gran verga se deslizara por mis labios y se posara completa sobre mi lengua. La saliva me chorreaba por los lados, pero ni siquiera eso me detuvo. El no haber chupado pijas durante tanto tiempo había hecho mella en mí, y si bien esa era la segunda que me comía en el transcurso de la noche, un extraño revoltijo en mi interior me produjo la sensación de que era la primera vez que chupaba una. Estoy segura de que eso se debió al inmenso morbo provocado porque esa pija era la de mi propio hijo. Además poseía un tamaño intimidante. Casi me sentía una actriz porno, degustando esas enormes vergas que solo había visto en películas de esa índole… y en contadas ocasiones en la vida real.

Sabía que estaba actuando mal, las madres no deben comerse la pija de sus hijos; pero mi orgullo femenino me decía que debía demostrarle a Fabián que si yo chupaba una verga, podía hacerlo bien.

La saqué de mi boca, busqué rápidamente uno de sus testículos y le di unos buenos chupones para luego subir por todo el tronco, lamiéndolo lentamente. Cuando llegué a la cabeza volví a tragarla. Me sentía una sucia petera… y me encantaba. Nada me importaba, me encantaba sentirla dura dentro de mi boca, estaba re caliente.

Sin dejar de mamarla, tomé la mano que mi hijo tenía en mi entrepierna y la presioné más hacia adentro. Sus dedos se pusieron a jugar en el interior de mi húmeda y dilatada concha. Me sentía una estrella porno dándole chupones a la cabeza de la pija mientras saltaba saliva para todos lados. Apoyé esa verga contra mi cara y mientras me la restregaba por las mejillas y la boca, lo masturbé con fuerza. Luego volví a engullirla para dejármela dentro de la boca varios segundos, saboreándola todo lo que me fuera posible.

Este morboso acto sexual me tenía absorbida por completo; pero en cuanto escuché gemir a mi hijo, volví a la realidad.

No podía estar haciéndole eso a Fabián, era irresponsable e insensato de mi parte. Me detuve en el acto y me dejé caer en la cama, hasta que mi cabeza chocó contra el colchón. Respiré de forma agitada para recuperar aire, aunque no se debía solo al haber mamado una pija tan grande, sino a los incesantes dedos que se movían dentro de mí.

—Ahora ya sabés cómo se siente —le dije; esta vez sí abrió los ojos, me miró fijamente y la vergüenza me invadió.

—Eso no me lo esperaba —parecía confundido, alterado. Desvié la mirada, centrándome en un punto imaginario del techo.

—Tomalo como un pequeño regalito por todo lo que me estás ayudando. Espero que hayas pensado todo el tiempo en Yamila.

—S… Sí… gracias —parecía genuinamente contento. Eso me devolvió un poco la calma.

—Como madre, te digo que estoy muy agradecida con vos, porque me estás ayudando con un tema tan delicado, y te merecías un regalito a cambio. Como mujer te digo que tenés una pija muy rica, que da gusto chupar —estaba demasiado excitada, las palabras salían de mi boca sin filtro alguno—. Mirá que me he comido varias pijas a lo largo de mi vida, —estaba exagerando, no había chupado tantas—; pero nunca una que no pudiera tragar completa. Ni me quiero imaginar la cantidad de leche que saldrá de esa manguera cuando acabás…

—Bueno sí, a veces sale bastante —ese comentario me sacó una perversa sonrisa.

—Si te buscás una putita que le guste tragarse toda la leche, como a mí, la vas a hacer muy feliz. A la edad de Yamila las minas suelen andar con las hormonas alteradas, y aunque no lo demuestren, se mueren de ganas de coger.

—Parece que vos también tuviste tus momentos de… putita, en tu juventud —dijo esas últimas palabras con timidez. Pero como yo seguía caliente y sus dedos aún seguían en mi húmeda y dilatada vagina, no me dio pudor contestarle, al contrario, me daba cierto gusto hacerlo.

—¡Claro que sí! Pero no tuve tanto sexo como me hubiera gustado; sin embargo estando sola he llegado a hacer varias locuras.

―¿Qué tipo de locuras? ―Noté genuina curiosidad en él.

Como la que hice esta noche.

¿O sea que ya habías probado antes con uvas?

No, eso no; pero sí había probado con otras cosas.

¿Cómo qué?

Me da vergüenza.

Con todo lo que me contaste, ¿ahora me venís con que te da vergüenza?

Imagino que debe parecer contradictorio; pero esto es diferente…

Está bien, no te voy a obligar a que me cuentes nada, sólo preguntaba por mera curiosidad.

En ese momento sus dedos comenzaron a entrar y salir del agujero de mi concha. Instintivamente me recosté y separé más las piernas. Realmente me acaloraba mucho tener a alguien tocándome de esa manera, aunque ese alguien fuera mi hijo… pero, tal vez… eso hacía que me calentara aún más, porque sabía muy bien que nada de esto debería estar pasando. Así como tampoco debió pasar lo que hice con Luisa.

Sin querer las cosas habían llegado demasiado lejos, y no me apetecía volver atrás. Mi calentura era como una montaña rusa, con altibajos y emociones vertiginosas sorpresivas. Una de estas sensaciones me invadió cuando volví a sujetar firmemente la gruesa verga de Fabián y quedó erecta e imponente justo sobre mi cara, a escasos centímetros de mi boca. Tenía unas ganas locas de volver a tragármela otra vez, de volver a disfrutar de su rigidez, de pasarle la lengua de punta a punta… pero no podía hacer eso; ya me había excedido con el “obsequio” que le di. La idea era que él supiera qué se siente que alguien se la chupe, no hacerle un pete completo. No correspondía que yo le estuviera haciendo petes a mi hijo. Debía ser honesta conmigo misma, ya no tenía motivos para estar mamando esa verga. ¡Era la de mi hijo! No podía comportarme de esa manera. Logré contenerme, pero toda esa calentura acumulada debía ser canalizada hacia otro lado, por eso es que le confesé que era eso “diferente” que había experimentado.

Cuando era joven y no tenía novio

comencé diciendo mientras acariciaba el venoso falo

, me gustaba masturbarme usando zanahorias

hice una breve pausa pero Fabián no dijo nada

. Sé que te parecerá una locura, pero a mí me encantaba; especialmente cuando me las metía por el culo.

Al decir esto último sentí una vez más esa vertiginosa ola de calentura, inconscientemente apunté la verga hacia mi cara y el glande de mi hijo se deslizó por mi mejilla y por la comisura de mis labios, dejando allí un amargo pero sabroso líquido preseminal.

A esta altura ya no me sorprende…

¿No?

No mucho. Es que después de que me dijiste lo de las uvas imaginé que no era la primera vez que experimentabas con alguna fruta o una verdura

él decía cosas tan íntimas como esas en un tono tan calmado que hacía que pareciera lo más normal del mundo

. Lo que sí me sorprende un poco es que también lo hayas probado por la cola… ¿por eso es que te gusta el sexo anal?

Yo creo que sí. Tenía más o menos la edad de Luisa la primera vez que me animé a meterme una zanahoria por el culo. Si te digo la verdad, al principio no me agradó mucho, me ardió y pensé que nunca la iba a poder meter completa; sin embargo seguí insistiendo. Me embadurne el culo con una crema de manos y volví a probar… no te puedo explicar lo mucho que me gustó sentir cómo se deslizaba hacia adentro

mientras hablaba recibía los dedos de Fabián dentro de mi concha y yo seguía sujetando firmemente su verga y frotándola contra mi cara

. Por ser la primera vez usé una zanahoria bastante delgada y no estuve mucho rato haciéndolo, sin embargo cuando me fui acostumbrando a la sensación me animé a probar con una bastante más gruesa. La sensación fue mucho más agradable, me gustó tanto que me pasé toda la noche dándome por el culo con eso… imaginando que un hombre pijudo me poseía y me hacía su puta.

A medida que le iba contando a mi hijo uno de mis más íntimos secretos, él no dejaba de mover sus dedos dentro y fuera de mi concha… sí, por fuera también. No se limitaba a penetrarme sino que también, esporádicamente, se tomaba la molestia de acariciar frenéticamente mi clítoris. Cada vez me resultaba más difícil resistir la tentación; de mi boca seguían escapando palabras imprudentes.

Desde aquella vez siempre tuve ganas de que me montaran por el culo, pero nunca encontré un hombre que me inspirara la confianza suficiente como para pedírselo. Se debe sentir hermoso que te claven una buena verga por atrás

mi lengua furtiva escapó de mi boca por un segundo y fue directo a acariciar la punta del glande, recolectando así ese meloso líquido preseminal

. ¿Te imaginás metiéndosela por el culo a Yamila? Ella es bastante culona, pero con este pedazo la vas a partir al medio… la vas a hacer feliz ―volví a darle otra lamida―. A mí me haría muy feliz que me metieran una pija bien gruesa por el culo ―una lamida más―. Me gustaría que me agarren de los pelos y me monten por el culo, como a una yegua ―volví a lamerlo; no podía controlar mi boca, en ningún sentido―. Quiero que me rompan el orto, y me lo dejen bien lleno de leche.

Allí fue cuando perdí la escasa compostura que aún me quedaba. Actué prácticamente por acto reflejo, como si mi cerebro ya no estuviera a cargo de mis movimientos.

Cerré los ojos, porque no quería verlo a la cara. Abrí la boca y le di un fuerte chupón a la punta de la verga de Fabián.

―Hasta me da un poco de envidia ―continué―. A esa putita de Yamila, ya le deben haber hecho la cola unas cuantas veces ―mi lengua acarició la pequeña rayita en la punta de la verga―. Pero vos no te preocupes, Fabián, cuando vos le metas todo esto, se va a sentir virgen otra vez.

Como si ya nada importara, comencé a chuparla otra vez. Esta vez no tenía excusa para hacerlo. Simplemente lo hice.

Me resultaba un poco frustrante el no poder tragarla completa, pero me esforcé por meterme un buen pedazo, aunque la boca me doliera. Al estar acostada debía subir y bajar la cabeza, como si estuviera haciendo abdominales; a mi edad esto también podía resultar un tedioso.

Vení

le dije a mi hijo al mismo tiempo en que me apartaba de él

, sentate en la cama

él obedeció rápido, se sentó en el borde, dejando sus pies en el suelo, y al suelo fui yo, a ponerme de rodillas

. Ahora vas a saber lo que es un pete de verdad.

Le di un leve empujón en el pecho, él cayó de espaldas sobre el colchón y yo volví a aferrarme a su dura pija. Estaba exaltada y no me demoré ni un segundo en volver a tragármela, pero esta vez pude hacerlo con mayor comodidad, bajando la cabeza para engullirla. Debido al largo que tenía, se me facilitaba mucho la tarea de masturbarlo mientras se la mamaba. En ese momento no me importaba en absoluto que mi hijo me viera como una petera durante el resto de su vida; de hecho yo estaba decidida a darle una mamada que, justamente, pudiera recordar durante el resto de su vida.

No perdí la oportunidad de lamer sus huevos y engullirlos, pero principalmente me concentré en el glande, que era la parte que más me gustaba y la que menos me costaba chupar.

Mecanicé mis movimientos, subí y bajé mi cabeza rápidamente, teniendo cuidado de no atragantarme con toda esa carne, pero engulléndola lo máximo posible. Con una mano lo masturbaba constantemente y con la otra le acariciaba los huevos. Los segundos pasaban y mi boca se acostumbraba cada vez más a ese ancho falo. Era la mejor pija que me había comido en toda mi vida. De a ratos la sacaba de mi boca y me golpeaba la cara con ella, me gustaba sentirla tan dura; pero más me gustaba tragarla y sentirla palpitar dentro de mi boca.

―Qué rica está, me encanta ―dije jadeando. La lamí como si fuera un helado, desde los huevos hasta la punta―. Siempre quise comerme una así de grande.

Puse esa dura pija entre mis tetas y las apreté. La punta sobresalía para que yo pudiera chuparla cómodamente. Había pasado mucho tiempo desde la última vez que había usado mis pechos de esa forma y estaba temerosa de hacerlo mal, sin embargo la respiración agitada de mi hijo me indicaba que lo estaba disfrutando.

―¡Uf! Comerme todo esto me pone re caliente. Sí, así de rico se siente chuparla, ni me quiero imaginar lo que se debe sentir tenerla dentro de la concha. Se me abre toda de sólo imaginarlo.

Estaba completamente loca; me carcomía la cabeza de morbo al decirle esas cosas a mi hijo, y no quería detenerme.

Tuve que dejar mis tetas fuera del juego sólo porque necesitaba una de mis manos para masturbarme. De todas formas me mantuve chupando ávidamente mientras mis dedos surcaban mi concha. Le di una intensa lamida a su glande.

―¡Ay, Dios! Qué linda cabeza, para tenerla metida en el culo.

Estaba diciendo las peores guarangadas de mi vida, y lo peor de todo era que lo decía acerca del pene de mi hijo. Me la tragué otra vez, mi concha era una catarata de flujos.

Noté que la verga de mi hijo palpitaba con mayor intensidad.

―¿Estás por acabar? ―lamí su glande―. No te preocupes, quiero ver esa lechita saltando. Dejá salir toda la lechita, que yo me encargo.

Me la comí otra vez y lo masturbé con mucha fuerza.

―Dame la lechita, que me la voy a tomar todita.

Tal vez estas palabras lo relajaron, porque luego de seguir chupando durante unos pocos segundos un pequeño chorro de semen cayó sobre mi lengua. Anticipándome a lo que estaba por venir, me alejé un par de centímetros de la verga y abrí la boca. Tal y como lo había imaginado, el segundo disparo de leche fue mucho más potente, vino bien cargado y espeso; la mayor parte cayó dentro de mi boca, pero también sobre mi mentón. Mientras me tragaba ese blanco néctar sexual, una nueva descarga cayó de lleno contra mi cara y otra más impactó sobre el puente de mi nariz. Volví a abrir la boca para dejar entrar la leche; me sorprendía que salieran tantos chorros tan cargados, pero yo los recibía con todo gusto, ya sea dentro de mi boca o en cualquier parte de mi rostro. Incluso el semen llegó a chorrerar por la mano con la que sostenía la verga.

Pude haber dejado de chupar en el mismo instante en que la última gota salió, sin embargo el tragarla me había dejado tal euforia.

―¡Uf! ¡Cuanta lechita, que rico! Bien espesa y calentita, justo como a mí me gusta.

Reanudé la mamada, incluso con más ímpetu que antes, sin dejar de pajearme. Como una puta adicta al semen, lamí el dorso de mi propia mano, también me pasé la verga por la cara, recolectando el esperma que yacía allí y tomándomelo con mucho gusto. Di suculentos chupones a la punta de esa pija y luego me la metí en la boca todo lo que pude. Comencé a subir y bajar mi cabeza frenéticamente.

No podía dejar de chupar, en parte porque me agradaba mucho hacerlo y también porque no sabía con qué cara miraría a mi hijo luego de lo ocurrido. Sin embargo ese miembro tan viril comenzó a morir lentamente, poco a poco fue perdiendo su rigidez y el glande fue refugiándose dentro del prepucio. Extendí la acción todo lo que pude, dando constantes lamidas a todo el tronco, pero llegó un momento en el que supe que debía detenerme y encarar la situación.

Sin mirar a Fabián me senté en la cama, a su derecha, y como si fuera lo más natural del mundo tomé la punta de la sábana y limpié con ella el exceso de semen que quedaba en mi rostro; de todas formas tendría que lavarlas, por lo que no me importó ensuciarlas. Me quedé en silencio escuchando la agitada respiración de Fabián, éste aún permanecía acostado, con los brazos extendidos, mirando el techo como si se tratara del mismísimo paraíso. Podría estar muerta de vergüenza por mi alocado comportamiento; pero a mí la calentura no se me había pasado, por lo que no me importó.

¿Qué tal estuvo?

me animé a preguntarle, para romper el silencio.

Fue mucho mejor de lo que me imaginaba.

Supuse que merecías tener la experiencia completa, no me gusta dejar las cosas a medias

era una excusa muy mala, pero fue la única que se me ocurrió.

Muchas gracias. Al menos ahora sé cómo es, ya no me siento tan mal. Aunque tengo que admitir que nunca me imaginé que llegarías a tanto.

Yo tampoco. Pero te pido que no le demos muchas vueltas al asunto ―me atemorizaba que él empezara a hacer algún tipo de análisis de la situación―. Simplemente tomalo como un regalito, y nada más.

―Bueno, está bien ―al parecer él también prefería hablar lo menos posible sobre lo ocurrido.

―Ahora necesito acabar yo, porque de lo contrario voy a explotar.

Posiblemente Fabián ya había tenido suficiente con el “regalito” que le di, pero yo seguía estando igual de caliente, tal vez más incluso, debido al sabor a semen que inundaba mi boca. Me acosté en la cama, boca arriba, separé mis piernas y reanudé la masturbación con total soltura. No sólo le había hecho un pete a mi hijo y me había tragado su semen, sino que ahora estaba haciéndome un paja justo delante de él, indicándole que mi intención no era otra que acabar. Todo eso generaba un inmenso cúmulo de morbo en mí.

―¿Necesitás ayuda? ―me preguntó sentándose en la cama.

Por supuesto que debía decirle que no, ¿por qué motivo él debería ayudarme a masturbarme? Pero lo que salió de mi boca fue:

―Sí, meteme los dedos.

Acto seguido flexioné mis rodillas y separé las piernas tanto como pude, froté mi clítoris intensamente y los dedos de Fabián volvieron a introducirse con absoluta facilidad; pero brindándome mucho placer. Él los flexionó, acariciando internamente el techo de mi cuevita.

―Ay, eso me gusta ―dije acelerando el ritmo.

Repitió la acción varias veces, por mi parte yo me dedicaba a imaginar que todavía le estaba chupando la verga.

―Fijate si podés meterme otro dedo ―le supliqué.

Fabián obedeció sin poner peros. El tercer dedo me dilató aún más la concha, pero entró con relativa facilidad.

Allí estaba yo, con mi hijo pajeándome a tres dedos, luego de haberme llenado la boca con su espeso semen. La calentura fue tanta que no pude soportarlo más, estallé en un fuerte orgasmo. Solté varios gemidos acompasados y froté mi clítoris mientras los dedos de Fabián entraban y salían rápidamente. Me retorcí en la cama, arqueé mi espalda. Un flujo de goce bajó por el interior de mi concha, mis músculos se estremecieron y mi corazón se aceleró tanto que temí que me diera un infarto; por suerte esto no ocurrió. Esta vez recordé pujar.

Mientras yo intentaba recobrar la compostura Fabián soltó un gritó de júbilo:

―¡Mirá! ¡Pude sacar otra uva!

Con la sonrisa de un niño inocente me mostró el endemoniado fruto cubierto por mis flujos vaginales. Me contagió con toda su alegría.

―¡Qué bueno! ¡Yo sabía que esto tenía que funcionar!

Mis esperanzas de quedar completamente liberada de esas putas uvas, volvió. La fruta había salido, pero mi calentura aún permanecía prácticamente intacta.

―¿Me vas a seguir ayudando? ―pregunté.

―Obvio.