El fotógrafo y la modelo
Tras la cena nos fuimos a la habitación del hotel, ella me dijo que necesitaba una ducha y que luego se pondría algo más sugerente. Cuando la vi salir con el albornoz, mojada aún y con el cabello sin peinar algo se despertó entre mis piernas, y eso sólo era el principio...
Tras la cena nos fuimos a la habitación del hotel, ella me dijo que necesitaba una ducha y que luego se pondría algo más sugerente. Cuando la vi salir con el albornoz, mojada aún y con el cabello sin peinar algo se despertó entre mis piernas, y eso sólo era el principio.
Ella había aceptado una sesión fotográfica en la que yo captaría con mi cámara toda su belleza. Y desde el primer momento me tenía cautivado. No era sólo por su estupendo cuerpo, su voz, su mirada y sus gestos me hechizaban poco a poco. A eso se unía el morbo de que iba a posar para mí esa noche, sin más pretensiones, pero sólo contemplarla merecía la pena.
En la habitación había un biombo que ella utilizó para cambiarse. Aunque yo quería mirar hacia otro lado no podía dejar de observar su silueta y de imaginar su cuerpo desnudo, muy suave y con un aroma delicioso tras la ducha. Había elegido un conjunto de lencería negro muy morboso, y para complementarlo una careta con rasgos felinos y un collar en el cuello. Eso hacía que resultase aún más cautivadora. Y la sonrisa que me regaló cuando noto mi cara de asombro me hizo ruborizar como si fuera un niño pequeño cogido mientras contempla algo prohibido.
Se colocó frente a mí, sentada en la cama, con las piernas cruzadas y apoyada en sus brazos, me miró y me dijo: "¿qué tal si empezamos?" Eso me hizo reaccionar, porque estaba en un estado de ensoñación, y darme cuenta de que estaba cumpliendo una antigua fantasía gracias a ella. Tomar fotos eróticas y sugerentes de una casi completa desconocida. En la siguiente pose ella descruzó las piernas y eso hizo que su sexo se marcara bajo la ropa interior. Rápidamente colocó sus manos cruzadas tapándolo, jugando a provocarme. Ahora podía ver sus pechos juntos, apretados bajo el sostén oscuro y sus pezones marcados y tentadores. Mi falo se endureció al instante.
Ella lo notó y se colocó como una gata sobre la cama, sobre sus cuatro extremidades, dispuesta a saltar sobre su presa. Su mirada era ahora aún más embrujadora que antes y sus pezones ya no se adivinaban, podía verse asomar claramente. Una imagen preciosa, su pelo lacio suelto y brillante, sus ojos desafiantes y su estupendo cuerpo, a sólo un metro de mí. ¡¡ Qué ganas de probarla !!
Tumbada en la cama, con las manos sujetando su barbilla, jugaba con sus piernas y sus pies mientras tarareaba una dulce melodía. Con un gesto me pidió que le acercara su bolso, del cual sacó un juguetete que llevaba guardado: un consolador. Está claro que quería hacerme rabiar. Empezó a pasarle la lengua, como si fuera un caramelo, a chupar la punta despacito, sin dejar de mirarme y de sonreir. Bajo mis pantalones mi sexo ardía en deseos de ser liberado y de ser su juguete, ella lo sabía y eso hacía que su excitación aumentara también poco a poco.
Empezó a frotarlo con sus pezones, ahora endurecidos, lo apretó entre ellos y se lo volvió a meter en la boca, rozándolo suavemente con sus labios carnosos y chupándolo con ganas. Le dije que envidiaba a ese trozo de látex, y ella soltó una carcajada maliciosa y dulce a la vez. Me dijo que lo iba a envidiar aún más dentro de un ratito. Me pidió que le tomara fotos desde atrás, una visión de ensueño, unos muslos divinos y unas nalgas que daban ganas de morderlas. Desde este punto de vista también podía observar sus hombros delicados y su cuello femenino. Me apetecía empezar a besárselos, su espalda también, pero no podía decírselo, ella quería continuar su juego.
Ahora comenzó a desprenderse de su tanguita, poco a poco, contoneándose mientras lo hacía, y acrecentando mis ganas de estar dentro de ella. Cuando terminó de quitárselo me lo lanzó como si fuera una chica de striptease, y de nuevo empezó a usar el consolador. En esta ocasión lo iba rozando con sexo, con sus labios y su clítoris, endureciéndolo y excitándose más y más. Acabó por introducirlo dentro, penetrándose con él, y haciendo que yo envidiara más aquel objeto.
Se incorporó y con las piernas abiertas, mostrando todos sus encantos, continuó introduciéndose el juguetito y haciendo que su sexo humedeciera. Entonces me dijo: "quieres probar su sabor"?. Por supuesto que quería beberme sus jugos y comérmela enterita. Me coloqué sentado en la cama y ella dejo que mi lengua recorriese su cuerpo, desde sus labios y su cuello, bajando por sus hombros, mientras que dejaba caer un hilillo de saliva por su vientre que se deslizó hasta su sexo, así mis dedos podían jugar ahora dentro de ella. Me empujó contra la cama, lasciva, y colocó sus muslos encima de mi boca. Me pidió, casi ordenó: "Cómeme, mi niño". Yo obedecí rápidamente, estaba hambriento de ella. Comenzé a recorrer sus labios inferiores, luego los superiores, luego su clítoris, penetrándola con mi lengua a la vez que mis manos recorrían sus pechos y su cuello. Ella me chupaba los dedos y seguía excitándose y excitandome a mí también.
Cuando estuvo muy húmeda me sonrió enigmáticamente y colocó su cuerpo casi desnudo sobre el mío. Me rozaba, me daba todo su calor femenino aunque aún estuviera vestido. Me quitó la camisa habilmente y la lanzó al suelo. Sus manos recorrieron mi pecho varias veces hasta bajar a mi vientre. Desabrochó cuidadosamente mi cinturón y también los botones del pantalón. Ahora era ella quién estaba hambrienta de mí. Me terminó de quitar los pantalones, ahora me sentía más liberado, ella frotaba su sexo con el mío bajo mi ropa interior y podía notar sus pezones duros en mi pecho. Sus manos buscaron mi falo y empezaron a masturbarlo para alegrarlo aún más. Su boca bajo hasta él y noté su lengua caliente recorriéndolo desde la base hasta la punta; comenzó a chuparlo como antes había hecho con su juguete, primero despacio, pasándole la lengua, y luego más deprisa, frotándolo con sus pezones endurecidos y abrazándolo con la seda de sus pechos.
Me colocó un preservativo y antes de introducirlo en su sexo jugó con él, rozándolo con los labios, con el clítoris. Lo metió hasta el fondo despacio, y entonces se quedó quita, mirandome. Me dijo: "Pídemelo". Le pedí que me cabalgara como una amazona. Empezó a un ritmo lento para poco a poco ir aumentando. Con cada movimiento la ola de su cuerpo me recorría, mis manos no paraban de tocarla, de sentirla, de desearla. Mi boca y mi lengua chupaban y besaban sus labios, su cuello y sus pezones. Su pelo me acariciaba también y eso acrecentaba aún más mi líbido.
De repente de nuevo se quedo casi inmóvil, me miró y noté como se derramaban sus jugos calientes por mi entrepierna, yo estaba a punto también de explotar, pero no quería hacerlo aún. Ella siguió estremecida con su orgasmo y entonces me coloqué encima, acelerando la penetración. Mis embestidas acabarón mientras ella me arañaba la espalda y me mordía el cuello y los labios. Nos quedamos así un buen rato, ensimismados en ese momento de placer absoluto. Ella me dedicó una de sus preciosas sonrisas y con un beso me dio las gracias y yo a ella por haber disfrutado juntos. Necesitabamos una ducha, la cogí en mis brazos y en la ducha continuamos con nuestros juegos. El fotógrafo y la modelo terminaron aquella noche durmiendo juntos, plácidamente.