El final del viaje xv

Que pasara entre gabrielle y la conquistadora? seguiran juntas despues de too esto o gabrielle tomara la decisión de irse al fin.

El final del viaje

LJ Maas

Título original:Journey's End.Copyright de la traducción: Atalía (c) 2005

Ni un alma volvió a interrumpirnos durante el resto de la noche. Consumimos despacio una cena que había creado Delia, superándose a sí misma, y a continuación nos dimos un baño aún más relajante, donde hubo más caricias y besos que limpieza real. Acabamos delante del tablero de juego, disfrutando de una copa de vino cada una. Creo que Gabrielle me dio gusto al beberse la suya, porque sé que no le gustaba mucho el sabor.

La partida de los Hombres del Rey transcurrió como todas nuestras partidas: sufrí una ignominiosa derrota.

—¿Cómo lo haces? —alcé la voz ligeramente, contemplando el tablero de mármol.

—Porque siempre haces lo mismo —contestó Gabrielle.

—Te comunico que he ganado todas y cada una de las campañas que he librado, de Esparta a Troya, a excepción de una sola —respondí.

—Mmm —dijo Gabrielle, levantándose y dándome la espalda—. Es curioso, pero nunca has ganado en Corinto.

Me quedé mirando su espalda que se alejaba, boquiabierta. Era un hecho bien conocido que no había ganado la primera campaña que libré para tomar Corinto... bueno, en realidad no perdí, sino que ordené una retirada. Es una larga historia. Lo que me asombraba era que Gabrielle hubiera logrado ponerme en mi sitio con un comentario bastante jocoso en el que comparaba esa batalla con mi habilidad para los Hombres del Rey.

Tan deprisa que seguro que ni lo oyó, me levanté de mi asiento. La tenía entre mis brazos, levantada por los aires y colocada sobre mi hombro antes de que supiera qué estaba pasando. La mezcla de los gritos y carcajadas de Gabrielle mientras le hacía cosquillas hizo que Aristes, con un exceso de entusiasmo, entrara a la carga por nuestra puerta.

Nos quedamos todos parados, mirándonos los unos a los otros. Coloqué bien a Gabrielle en mis brazos y estoy segura de que el guardia se empezó a preguntar qué iba ser, si el Tártaro o el Elíseo.

—Yo... perdón... es que... es que he oído... y entonces pensé que a lo mejor... pensé que la dama... mm, que podía tener... problemas... —intentó farfullar el guardia con desesperación.

Gabrielle y yo no dijimos ni una palabra.

—Pues ahora me... mm... —Aristes señaló la puerta y se marchó por donde había venido, sólo que mucho más silencioso.

En cuanto se cerró la puerta, Gabrielle y yo nos miramos y estallamos en carcajadas.

—Pobre chico —dijo Gabrielle.

—Pobre chico, una mierda —dije, al tiempo que cruzaba la estancia y echaba el cerrojo de la puerta, sin dejar de sujetar a Gabrielle con un brazo—. Tiene suerte de que esté de buen humor.

—¿Me vas a bajar? —preguntó.

—Ah, claro... ¿después de ese comentario sobre Corinto?

—Bueno, ¿y qué vas a hacer conmigo? —preguntó con un brillo expectante en los ojos.

—¿Tú qué crees? —pregunté, cruzando el umbral de nuestro dormitorio.

—¿Por qué te ríes? Creo que podría —dije, segura de que si hacía un puchero, Gabrielle cedería y se mostraría de acuerdo.

—Oh, Xena, lo siento, amor, pero tú... ¿de esclava corporal? Es que no me lo imagino —siguió riendo.

—Bueno, no he dicho que se me fuera a dar muy bien, sólo que podría, si tuviera que hacerlo —repliqué.

—Ya —Gabrielle enarcó una ceja.

—¡Claro que podría! Deja de mirarme así.

—¿Cómo, amor? —preguntó.

—Así. Con ese aire condescendiente que dice que no crees que pueda hacerlo.

—Xena, querida... estamos hablando de renunciar a tu propio placer para ocuparte del de tu ama, de no pensar siquiera en obtener la más mínima satisfacción para ti misma. ¿Recuerdas la noche en que nos conocimos, cuando acabaste desmayándote? —preguntó Gabrielle.

—Me quedé dormida, no me desmayé. Además, esa mañana había luchado en una batalla —gimoteé de una forma bastante patética.

—Está bien —Gabrielle se levantó del sofá donde estábamos reclinadas. Dejó caer la bata por sus hombros y su bello cuerpo desnudo apareció ante mí. Se giró y fue a la cama. Apartó la colcha y las sábanas, se sentó y se tumbó, apoyándose en un codo.

—¿Y bien? —me miró.

—¿Ahora? ¿Ahora mismo?

—Ahora o nunca, Conquistadora —contestó Gabrielle con firmeza.

Tenía una expresión risueña en los ojos que me dijo que estaba segura de que yo no era capaz de realizar tal hazaña. Me pregunté por qué quería intentarlo siquiera, cuando sabía perfectamente que hacerle el amor a Gabrielle negándome mi propia satisfacción podía acabar matándome.

Puedo hacerlo , me susurré mentalmente. Me levanté y me dirigí a la cama.

—Quítate la bata —me ordenó y noté que me humedecía.

Así, sin más ni más, ya estaba excitada. Por Hades, esto no iba a ser una gran seducción si la esclava se corría antes que su ama. ¿Por qué me lo planteo siquiera? Gabrielle no espera de mí que le demuestre nada. Dejé que la bata resbalara por mi cuerpo y me excité aún más por la mirada hambrienta con que Gabrielle me recorrió de arriba abajo. De repente, rodó hasta el centro de la cama y se quedó boca abajo.

—Un masaje en la espalda, Xena. Eso es lo que necesito —farfulló, casi enterrada en la almohada.

Oh, dioses, ahora sabía lo que estaba recreando. Era la primera noche que pasamos juntas. Me di cuenta de que esto podía superarme un poquito, pero como nunca había dado la espalda a un desafío, seguí adelante ciegamente. Me quedé ahí plantada preguntándome cómo actúa una persona sumisa, qué piensa. Vi cómo separaba las piernas y supe que me correspondía a mí obedecer la orden tácita de arrodillarme allí. Me quedé paralizada en el sitio, incapaz literalmente de moverme. Algo parecido al miedo me tenía clavada en el sitio, incapaz de obedecer la orden silenciosa. De repente me dio miedo de no ser capaz de satisfacer a mi amante, de no ser lo que ella necesitaba. ¿Estaba demasiado vieja, demasiado cansada, tenía fuerzas suficientes para estar enamorada? Hijos... ¡ella quería hijos, por los dioses!

Mis pensamientos corrían por mi cerebro como un carro sin freno. Detuve mi mente a la fuerza y poco a poco caí en la cuenta de una cosa. Así es como se siente una esclava: insegura, indigna, preguntándose siempre si es lo bastante buena, lo bastante placentera. A pesar de todo lo que cacareaba diciendo que no era capaz de saber lo que sentía una esclava de verdad, en realidad sí que lo sabía. En el fondo, la única diferencia entre Gabrielle y yo siempre había sido su miedo. Ahora que se estaba librando de esa engorrosa emoción, se presentaba ante mí de igual a igual. Eso me aterrorizaba. También me llenaba de alegría. Tenía la oportunidad de darle a Gabrielle algo que nadie, ni hombre ni mujer, le había dado nunca: la oportunidad de estar al mando. De sentir por completo, comprendiendo que cualquier placer que deseara estaba a su alcance. Sonreí ante la perspectiva y entonces Gabrielle habló.

—¿No puedes hacer frente al desafío, Conquistadora? —sonrió burlona sobre su almohada.

Decidí aceptar el reto. Me arrodillé entre sus piernas abiertas, apretando las mías contra ella. La toqué, masajeando los músculos de los riñones. Poco a poco noté que sus músculos se calentaban y relajaban bajo mis manos. Tenía la piel suave, pero notaba la fuerza disimulada por esa piel de porcelana.

—¿Dónde has aprendido a hacer esto? —preguntó Gabrielle con tono entrecortado. Supe que estaba reprimiendo un gemido de placer.

Decidí seguir adelante con su pequeña recreación.

—Uno de mi amos tenía un sanador que era de la tierra de Chin. Me enseñó gustoso los procedimientos de su arte, ama —intenté recordar las pocas palabras que me dirigió Gabrielle aquella noche.

Me incliné sobre su pequeño cuerpo y tracé círculos sobre sus riñones con el talón de una mano. Los fuertes muslos se separaron ligeramente y me pegué al interior de esas piernas maravillosas, apoyando todo mi peso, para hacer más presión con la mano. Gimió suavemente cuando los rizos que cubrían mi sexo se posaron en su bonito trasero y mi propia humedad me traicionó, igual que cuando estuvimos en la situación inversa. ¡Por los dioses! ¿Cómo lo hace? Estuve a punto de sujetarla y devorarla en ese momento. Me detuve un instante al llegar a sus caderas, haciendo como si no supiera por dónde continuar. Menos mal que todo esto parecía excitarla a ella tanto como a mí.

—Más abajo —ordenó.

Vi cómo se le tensaban los músculos de los brazos preparándose. Apretó más la almohada que tenía entre los brazos mientras yo le masajeaba la carne del trasero, preguntándome si tenía idea de cómo me estaba enloqueciendo con los gemiditos que estoy segura de ni siquiera se daba cuenta de que soltaba. Pasé las manos por la piel sedosa, primero masajeando con fuerza, luego acariciándola apenas con la punta de los dedos. Junté las manos, dejando que los pulgares recorrieran la división, bajando más hasta que rozaron apenas su humedad. Respiré hondo, luchando por mantener la concentración. Al cabo de un rato, bajé por cada muslo y por el dorso de sus piernas, dejando que mis manos le acariciaran las pantorrillas, masajeándole el arco del pie, para por fin hacer el viaje de regreso con las manos.

Para cuando regresé despacio a su trasero, los ruidos que salían de su garganta eran una tortura para mí. Era tan incapaz de disimular su deseo como yo de detenerme. Era fácil ver su excitación, pues los pliegues de su sexo, abierto y expuesto a mis ojos, relucían con su propia clase de ambrosía. Me empezaba a preguntar si Gabrielle me desearía de la misma forma en que yo la deseaba, pero continué. Yo era la esclava y ella era el ama. Le correspondía a ella decirme lo que ella deseaba. No sé qué tenía esa forma abierta de yacer ante mí, la postura sumisa que engañaba con respecto a quién tenía el control y quién se dejaba simplemente dar placer, pero seguí mirando, hipnotizada, mientras ella levantaba una rodilla, abriéndose del todo, dando la única orden que yo estaba esperando sin aliento.

—Tócame —dijo roncamente.

Ahora sabía perfectamente lo que deseaba y apreté los músculos abdominales, para reprimir la oleada de placer y evitar que se apoderara de mi vientre. Con una mano seguí frotando la carne de ese trasero maravilloso, dejando que mis dedos se deslizaran dentro de la carne húmeda de entre sus piernas. Dioses, oh, dioses , no paraba de pensar, al tiempo que Gabrielle arqueaba la espalda, apoyándose en los codos un poco más para abrirse a mí por completo.

Yo estaba gimoteando, pero creo que el leve sonido quedaba ahogado por los gemidos y los ruegos de Gabrielle para que no parara. Apretó las caderas contra el colchón para obligar a mi mano a tocarle el clítoris con más fuerza. Me acordé de la sensación de irritación porque el contacto no era suficiente y entonces gruñó de frustración, como lo había hecho yo.

—Dentro... ¡por los dioses, méteme la mano! —ordenó y gritó de éxtasis cuando deslicé los dedos dentro de ella.

Empujó hacia atrás con fuerza, empalándose más, para entonces ya casi a cuatro patas. No daba crédito a lo excitada que me sentía por todo esto. Me resultaba tan increíble como cuando Gabrielle me tomó de la misma manera.

Mantuve un ritmo perfecto con sus empujones hacia mí, siguiendo la velocidad exacta que dictaban sus caderas. Tenía la mano libre abierta, sujetándole el trasero y moviendo el pulgar por la raja hacia su centro. Seguí así, hacia delante y hacia atrás, extendiendo los jugos de Gabrielle hasta que notó cuál era mi intención. Me detuve y empecé a frotar suavemente la carne prieta, presionando ligeramente, pero sin penetrar. Las caderas de Gabrielle iniciaron un movimiento vertiginoso, empujando hacia atrás, pidiendo más en silencio.

Seguí penetrándola con los dedos y noté el temblor de sus extremedidades que indicaba la cercanía del orgasmo. Continué bajando con el pulgar para recoger más lubricación, regresando y apretando un poco más cada vez.

—¿Ama? —pregunté, pidiendo permiso tal y como lo había pedido ella.

Gabrielle gimió. Yo conocía esa sensación. Querías decir que sí, pero era como si otra persona controlara tu cuerpo.

—¡Dioses, sí! —exclamó.

Por fin, me detuve y apreté sobre la prieta abertura, con el pulgar cubierto de la sedosa humedad de Gabrielle, y con un ágil movimiento, penetré la estrecha abertura con el pulgar. Sentí cómo se deslizaba el dedo en su interior, penetrando si dificultad ese calor húmedo. Pasé a hacer lo que Gabrielle me había hecho a mí, follándome hasta que pensé que ya no podía seguir conteniendo mi orgasmo. Se puso a empujar con fuerza contra mis dos manos que se movían dentro de ella y cuando sus propios gritos brotaron de golpe, se cayó sobre las almohadas, respirando con dificultad.

Saqué despacio el pulgar, manteniendo la mano dentro de ella y antes de que se le pasaran los últimos temblores del potente orgasmo, volví a mover los dedos en su interior. Los torcí hacia arriba y hacia el fondo, frotando el punto aterciopelado de dentro, y volvió a gemir en voz alta. Le di otro rápido orgasmo después de eso, hasta que su cuerpo se desplomó encima de la cama, con los pulmones necesitados de aire.

—Piedad —suspiró derrotada y sonreí por dentro, sin dejar que la emoción asomara a mi rostro.

Me levanté de la cama, me lavé y me bebí apresuradamente media docena de tragos de ouzo. Esperaba que el alcohol me enviara rápidamente al reino de Morfeo, porque ahora tenía que volver a la cama y demostrar que podía ser una buena esclava, que podía abstenerme de mi propio placer. Por los dioses, no tenía gracia. Tenía un dolor entre las piernas que sabía que no me iba a permitir tumbarme sin más y dormir.

Fui a la cama y me abracé a Gabrielle.

—¿Va todo bien? —pregunté.

—Mmm-mmm —murmuró.

Pegó todo su cuerpo a mí y la piel me ardió al entrar en contacto con la suya.

—Dioses —susurré lo más bajito que pude.

—¿Te da gusto? —me tomó el pelo.

—Ssh, duérmete, amor —dije roncamente, intentando recordar todos los puntos de la estrategia de combate que había aprendido de joven. Estaba dispuesta a intentar cualquier cosa para distraerme del dolor que tenía entre las piernas.

Gabrielle empujó contra mí, pegando y moviendo su trasero contra mi sexo, que dejó un rastro de humedad sobre su piel.

—Xena... qué mojada estás —ronroneó.

Me entraron sudores fríos. Ese tipo de conversación no hacía nada para apagar las llamas de mi libido. Agitó las caderas, apretándolas esta vez algo más fuerte contra mí. Oí el gruñido que retumbaba en mi pecho antes incluso de que brotara.

—Gabrielle —me acerqué más, prácticamente tumbada encima de ella, gozando de la sensación de estar echada casi encima de su espalda—, ¿estás haciendo eso a propósito?

—Sí —me susurró.

Entonces sí que gruñí.

—Gabrielle...

—¿Sí, amor? —volvió a apretarse.

—Lo siento, lo confieso... soy un asco de esclava —me rendí por fin.

—¿Por qué dices eso? —preguntó al tiempo que me apretaba más contra ella.

—Porque ahora mismo lo único que quiero hacer es sentir cómo te mueves debajo de mí. Por los dioses, mujer, quiero que hagas que me corra.

Abrí las piernas, me tumbé casi del todo encima de ella y metí la mano entre nuestros cuerpos. Estaba increíblemente mojada y no pude resistirme a mover los dedos sobre mi necesidad. Me abrí bien y me pegué con fuerza contra el culo firme que tenía debajo, al tiempo que Gabrielle subía las caderas para aumentar la presión. Me agarró la mano y se la llevó a los labios y me quedé mirando y gimiendo mientras lamía mis jugos de cada dedo.

—¡Dioses, mujer! —exclamé.

Empujé de nuevo hacia abajo con fuerza al tiempo que me deslizaba sobre su trasero. En mi clítoris estallaban chispas de fuego puro mientras seguía frotándome contra esa piel suave, al tiempo que Gabrielle seguía pegándose a mí subiendo las caderas a la vez.

—Ohhh —gemí—, me... dioses, lo siento, cariño... esto... va a ser... muy rápido... ¡Oh, dioses! —grité.

Las convulsiones me atacaron el cuerpo y no pude controlar mi forma de pegarme al cuerpo de Gabrielle, llena de dolor, pero sin querer terminar el potente orgasmo. Cuando por fin se me pasaron los temblores, caí sobre ella, saciada y asombrada. Era cierto, pensé, justo antes de quedarme dormida tras habernos susurrado palabras de amor, yo era esclava, pero de una sola cosa... mi pasión por Gabrielle.

Epílogo

—Xena... ¿estás bien, amor?

Gabrielle me encontró en la habitación externa, mirando hacia el jardín por la ventana.

—Sí, amor —contesté distraída.

Me pasó el brazo por la cintura y me di cuenta de que tenía la cabeza en otra parte.

—Lo siento, esta mañana tengo el cerebro centrado en otra cosa.

—Ya lo veo, por ese ceño —contestó Gabrielle, poniéndose de puntillas para darme un beso en la mejilla.

Reconozco que eso hizo que me sintiera mejor y mi sonrisa así se lo dijo.

—¿Por qué estás tan ceñuda y por qué tan temprano?

—No tiene nada que ver con nosotras, mi amor —la besé en la frente y la estreché más contra mí—. Tenemos visita —aparté el tapiz para revelar a un joven que paseaba por el jardín de debajo.

Daba vueltas de lado a lado, se sentaba unos instantes en un banco y luego se levantaba de golpe como si tuviera demasiada energía que no podía contener sentándose. Era alto, de cintura esbelta y hombros anchos. El largo pelo oscuro se le metía en los ojos y al echar la cabeza hacia atrás, se veían sus relucientes ojos azules. Casi todo el mundo le habría echado unos diecinueve o veinte veranos, pero yo sabía que tenía veintitrés. De hecho, recordaba el día en que nació con sorprendente claridad.

Gabrielle miró al hombre, luego me miró a mí y supe que se estaba preguntando cosas.

—Xena... ¿conoces a ese joven? —preguntó por fin.

Le sonreí, dejando caer el tapiz para volver a cubrir la ventana.

—Sí —contesté—. Es mi hijo.

FIN

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NOTA: QUERIDOS FANS, ESPERO ESTE RELATO HAYA SIDO DE SU TOTAL AGRADO. PASARAN UNOS DIAS ANTES DE QUE PUEDA VOLVER A COMPARTIR CON USTEDES MAS HISTORIAS. PERO LES DOY LAS GRACIAS POR HABERME PERMITIDO COMPARTIR ESTOS RELATOS DE GRANDES ESCRITORES CON USTEDES Y LLENAR DE ILUSION EL CORAZON CON EL SENTIMIENTO MAS BELLO. EL AMOR.