El Final del Fin

Termina el encuentro con mi ex

Pablo termina de sacar su pija de mi culo, me da un beso en la espalda y entra al baño.

Yo, apenas recuperada del súper orgasmo que acabo de tener, enciendo mi celular y me entero de la hora. Son las siete de la tarde. Hace cinco horas que subimos a la habitación. Mientras respondo algunos mensajes, saco de mi maleta un bolso negro en donde tengo guardado mi equipo sado. Vuelvo a apagar el celular. Pablo sale del baño. Me da una palmadita en el trasero cuando pasa junto a mí y se acuesta desnudo en la cama.

“Ahora regreso” le aviso mientras entro en el baño. Saco las cosas del bolso. Ya me probé el conjunto en casa. Se trata de un corset negro de cuero con cierre adelante. Tiene dos orificios donde entran mis senos, que quedan afuera. Una especie de short, también negro y de cuero, abierto en la mitad, desde el ombligo hasta el final del trasero. Unas botas a juego de tacón alto, que cubren hasta 10 cm sobre las rodillas. Me pongo además unas muñequeras de cuero con tachas. Me maquillo en tonos oscuros. Me recojo el pelo con una coleta dejándolo bien tirante. Me miro al espejo. Parezco una chica mala. Tomo las esposas, un látigo y una pluma.

Cuando salgo del baño encuentro a Pablo desnudo, dormido sobre la cama, boca arriba. Bien, no tendré que actuar. Me subo sobre la cama a gatas con las esposas de cuero. Tomo una de sus manos, le ato un extremo de una de las esposas. Repito la operación con su otra mano, con otra de las esposas. Realmente tiene el sueño muy pesado. Ato los extremos libres de las dos esposas al respaldo de la cama. Cuando acabo con la segunda se mueve ligeramente. Bien. Está vivo. Tomo las otras dos esposas y repito la operación con sus tobillos. Queda atado en cruz. No se despierta.

Camino hacia el frigobar y saco un hielo pequeño y me lo llevo a la boca. Vuelvo a la cama. Tomo la pluma que tiene aproximadamente 30 cm. y se la paso por una de sus piernas. Instintivamente, Pablo trata de tocarse el lugar donde lo tocó la pluma y al sentir que no puede, se despierta. “¿Qué pasa?”. “Estás atado”. “¿Qué vas a hacer?” Casi grita de miedo. “¿Tenés miedo?”. Tiene miedo. “Lo que me hiciste prescribió y no soy una asesina. No arruines el momento. Relajate.” Vuelvo a pasar la pluma por la pierna. Continúo hacia su torso, desciendo por la otra pierna. Otra vez el torso. Los brazos. El cuello. Las mejillas. Evito deliberadamente sus pies, porque son el único lugar del cuerpo que tiene cosquillas. Esas cosas no cambian. Repito esta operación varias veces, hasta que lo noto relajado. Dejo la pluma.

El hielo en mi boca ya se encogió el tamaño de una canica. Me subo a la cama. Entre sus piernas. Atrapo con la boca el escroto. Lo chupo hasta que el hielo se derrite por completo. Logro el fin esperado: su pene comienza a endurecer. Suelto el escroto y le lamo el pene sin introducirlo en mi boca. Más duro. Más grande.

Me paro sobre la cama y desciendo en cuclillas sobre su pija. Cuando llego a ella, la tomo con la mano derecha y la guío hasta la apertura de mi vagina. Con la mano izquierda me tomo del respaldo de la cama para no perder el equilibrio. Desciendo lentamente sobre su pene. Asciendo hasta tenerlo casi todo afuera. Vuelvo a descender y ascender muy lentamente hasta que noto mi vagina lo suficientemente lubricada. En el último ascenso me detengo. “¿Sigo?” “Por favor”. “Por favor qué”. “Por favor, cogeme”. En ese momento desciendo bruscamente. Vuelvo a ascender lentamente para volver a realizar un descenso rápido. “Más”. Comienzo a realizar movimientos cortos y rápidos con mi cadera de ascenso y descenso. Tomada del respaldo de la cama. “Me voy” me advierte.”Dame leche en la concha” le grito. Siento en las paredes de la vagina como su pene se contrae. Su cuerpo se pone rígido y se relaja. No pienso bajarme de acá.

Con un rápido movimiento me coloco de rodillas. Me estiro hacia atrás y tomo la pequeña fusta de cuero. Se lo paso por el cuello, el pecho. “Te voy a seguir montando como a un caballo”. Comienzo a moverme hacia atrás y hacia adelante. Siento el roce de su pubis en la vulva y sus testículos en la puerta de mi ano. Le doy un suave fustazo en un muslo. Sigo moviéndome, aumentando la velocidad, hasta que logro mi orgasmo. “No pares”. Sigo. Me inclino hacia adelante para que chupe mis tetas mientras continúo moviéndome rítmicamente. Otro golpe en el muslo. Toma un pezón con su boca. Succiona. Clava sutilmente los dientes cuando siente la fusta. Repite la operación con el otro pezón. “Terminemos juntos”. “Esperame”. Aumento el ritmo. “Ahora” “Sí”. Al mismo tiempo las paredes vaginales y su pene comienzan a contraerse. Caigo hacia delante. Alcanzo las esposas y se las quito mientras el orgasmo parece no tener fin. Levanta el torso. Se incorpora. Me toma la cara con sus manos y me besa.

Salgo de encima suyo. Él se quita las esposas de los pies. Me alcanza junto al frigobar y me abraza. Me dejo abrazar. Casi me emociona ese momento de intimidad. Mucho más íntimo que todo lo que hicimos esa tarde.

“Tengo hambre”. “Pidamos pizza”. “¿Muzzarella?” “Dale”

Mientras esperamos la pizza nos metemos juntos a la ducha. Sin excitación nos enjabonamos y enjuagamos mutuamente. Nos secamos. De mi valija extraigo dos camisetas grandes que uso regularmente para dormir. Le doy una. Me pongo la otra.

Comemos la pizza en el pequeño balconcito. En camiseta. Hace frío. Preparo dos capuchinos instantáneos con la máquina que descubrimos en la habitación. Casi no hablamos.

En un momento entro para que él pueda hablar con su mujer por teléfono. Acomodo la cama. Junto mis pertenencias y las coloco dentro del bolso. Me pongo crema. Me perfumo. Me acuesto. Él entra. va hasta el baño. Apaga las luces y se mete a la cama. Me abraza. Y nos quedamos dormidos.

Me despierto a la mañana siguiente. Voy hasta el baño. Enciendo el celular. Las 7 de la mañana. Me vuelvo a meter a la cama. Instintivamente me abraza. Comienzo a acariciarle la espalda. Lo siento duro. Apenas abre los ojos. Se coloca sobre mí y de un solo movimiento, me penetra. Se mueve lentamente. Haciéndome excitar cada vez más. “Lleguemos juntos otra vez”. Continúa lento y profundo. Nos miramos. “Me voy”. “Esperame”. “Ahora”. Estrellas de colores.

Nos vestimos. Decidimos no desayunar juntos. Sería alargar la agonía. “¿Viste todo lo que aprendí sin vos? Te agradezco por haberme dejado”. Y, sin mirar atrás me voy.