El fin del mundo y 6
La noche en la que hicimos nuestro primer intercambio de parejas mi marido no se enteró de varias cosas que pasaron...
Como cierre de nuestro estreno como creadores de relatos os cuento cómo fue nuestro primer intercambio de parejas desde mi punto de vista.
Mario ya os ha contado todo, en algunos momentos con bastante detalle. Pero es cierto que él no pudo ver ciertas cosas que ocurrieron mientras se encontraba en el salón, unas veces solo otras con Eva.
Cuando salimos de casa de Eva y Pedro, ambos caminábamos con una sensación extraña. Fuimos hasta el coche abrazados, primero por el frío de la noche y segundo porque creo que necesitábamos sentir uno el apoyo del otro.
Apenas hablamos de lo que pasó. Sólo preguntar “¿Todo bien?”, “¿Estás bien?”. Creo que lo que necesitábamos era la aprobación del otro, nada más. En es momento no importaban los detalles de lo ocurrido.
Unos días después sí pudimos encontrar el hueco para hablar de aquella nuestra primera experiencia con otras personas. Estábamos tranquilos, recordando una noche especial, excitante, conmovedora…
Recuerdo que mi primera preocupación cuando llegué a casa de nuestros anfitriones fue buscar un momento para preguntar a Eva si había comentado a su marido algo de lo ocurrido con Bob esa misma tarde. Si Pedro lo sabía podía hacer algún comentario inapropiado o decírselo directamente a Mario. Y eso lo estropearía todo.
Al principio no encontré el momento para hablar con Eva. Sólo algunos gestos de complicidad y poco más. Tuve que esperar a que Mario y Pedro se fueran a la cocina a por el plato principal para hablar con ella.
-¿Has dicho algo sobre Bob a Pedro?
-No, ¿estás loca? – susurró de forma exagerada – Eso queda y quedará entre tú y yo.
-No quiero que Mario se entere.
-Por supuesto, tranquila.
-Estoy muy nerviosa por lo que pueda pasar esta noche.
-No va a pasar nada que no quieras que pase.
-Por eso estoy nerviosa – reí – es que me da miedo lo que me gustaría que pasase.
Eva cogió su copa de vino y me ofreció hacer un brindis:
-Por una noche llena de buenos momentos y experiencias nuevas – dijo alzando su copa mientras me guiñaba un ojo.
Los chicos llegaron con el segundo plato. La verdad es que a partir de ese momento me sentí desatada. La complicidad con Eva me hacía estar más segura y animada, aunque mantenía cierta inquietud por lo que podría pasar.
Comencé a mirar a Pedro de otra manera. Me imaginaba que nos besábamos apasionadamente, que me metía los dedos como lo hizo Bob unas horas antes, o que me follaba allí mismo, sobre la mesa del salón y me hacía llegar al séptimo cielo.
Cada vez estaba más excitada.
Pensé en Mario, por supuesto. ¿Cómo lo llevaría? Él siempre me ha dicho que quería probar con otras mujeres… Pues esa iba a ser la noche. Cada vez lo tenía más claro. Sí.
Cuando Eva y yo fuimos a la cocina a por el postre se lo dije claramente:
-Hoy es la noche. Lo tengo claro.
Eva, sin decir nada, se acercó a mi y me dio un pico.
-Me alegra mucho tu decisión. Lo estoy deseando – Y me volvió a dar un pico, esta vez más largo.
No me lo esperaba y no supe cómo reaccionar. Me quedé petrificada.
Eva me cogía por la cintura y mantenía su cara cerca de la mía.
-¿Crees que Mario opina lo mismo?
-En el fondo está deseando estar contigo. Sé que quiere probar cosas nuevas.
-Se me ha ocurrido una cosa para calentar el ambiente.
-¿El qué? – pregunté sonriente y curiosa.
-Luego lo verás por ti misma – me volvió a besar y separándose de mí gritó a su marido –¡Trae unos platos pequeños!
Cuando vi entrar a Pedro por la puerta me estremecí.
Hubo un extraño silencio cuando entró en la cocina y él lo notó.
-¿Todo bien chicas?
-Lorena y yo hemos decidido que esta noche habrá “fiesta” – dijo a su marido mientras se acercaba a él a darle un pico.
-Me alegro mucho Lorena – y me tendió una mano mientras con la otra mantenía a su mujer abrazada.
Me acerqué tímidamente hacia él. Colocó su brazo sobre mis hombros y me acercó a su boca.
Fue un pequeño beso pero lo suficientemente intenso como para que mi cuerpo se estremeciera por un escalofrío que me subió de los pies a la cabeza.
-¿Mario también lo tiene tan claro como tú?
-No he hablado con él, pero supongo que estará de acuerdo.
-Bueno, vamos poco a poco ¿vale?
Iba a contestar cuando Pedro se avalanzó sobre mi boca. En esta ocasión sus labios se abrieron ofreciéndome su lengua. Respondí tímidamente abriendo también mis labios. Me dejé llevar… pero el beso no duró mucho.
Se separó de nosotras como si nada y se marchó hacia el salón.
-Bufffff… - Resoplé ante Eva – Me tiemblan las piernas.
-Estás guapísima. Tienes un brillo en la mirada que me encanta.
-¡Qué dices! Estoy súper nerviosa.
En seguida Pedro volvió. Puso la cafetera y cogió una botella de la nevera y un par de vasitos de chupito del congelador.
Como si nada hubiera pasado nos fuimos los tres para el salón con el postre y el licor.
Al sentarme de nuevo junto a mi marido volví a sentir esa mezcla de culpabilidad y deseo. Deseo de volver a besar otra boca y sensación de culpa por haberlo hecho. Pero ya nada me podía parar.
Tras el brindis y el falso enfrentamiento por lo del vestido, Eva y yo nos fuimos a su habitación.
-Vamos a reírnos un rato – me dijo encantada de la situación.
Rápidamente se desnudó, quedándose con la malla que la cubría casi todo el cuerpo, el sujetador y el tanga. Entró al cuarto de baño y de él sacó el vestido famoso.
-Mira como me lo ha puesto – dijo mostrándome la prueba del delito.
Me quedé un poco impresionada, no porque fuera una gran mancha, sino porque me imaginé esos fluidos cayendo sobre mi cuerpo… ¡Puff..! cada vez estaba más caliente y lanzada.
Eva se puso el vestido. Realmente la quedaba muy, muy bien y era mucho más sugerente que lo que había llevado puesto durante la cena.
-Te sienta fenomenal. Estás guapísima – la dije sinceramente.
-Con este vestido tu marido se va a poner a mil.
-No lo dudes – y comenzamos a reírnos como dos niñas pequeñas.
La presentación teatral se me ocurrió sobre la marcha… y funcionó.
Me fijé en la cara de mi marido cuando apareció Eva marcando malla por todo el cuerpo. Tuvo que tragar saliva para no babear al verla, jejeje. Eso me gustó. Sabía que la deseaba lo mismo que yo deseaba a Pedro.
Después del numerito del vestido volvimos a la habitación.
Eva y yo no parábamos de reír. Había sido muy divertido ver la cara de los hombres, sobre todo la de Mario.
-Hay que seguir con el jueguecito – afirmó Eva – y me indicó lo que íbamos a hacer a continuación.
Ahora estábamos las dos vestidas únicamente con el conjunto que habíamos comprado en la tienda de Bob. Eva me dio las últimas instrucciones antes de darme un abrazo y un pico. Apagamos la luz y fuimos hacia el salón.
Estaba excitadísima. Me ardía todo el interior de mi cuerpo. Sentirse así es maravilloso.
Cuando los chicos abrieron los ojos y vieron nuestros conjuntos se quedaron fascinados. Disfruté ese momento al máximo, exhibiéndome ante mi marido y ante quien sabía que me iba a penetrar poco después. Realmente estaba deseosa de sexo en ese momento.
Siguiendo el plan de Eva nos pusimos a bailar en la penumbra de la luz que emanaba la vela. No pude evitarlo y me lancé a besar a mi marido como loca. A acariciarle, más bien a sobarle. Necesitaba sentirle dentro.
El deseo de sexo se mezclaba con la curiosidad de ver qué hacían Eva y Pedro. Ambas cosas me producían placer y era increíble poder hacer las dos cosas a la vez.
Mario se corrió antes de que yo llegara al orgasmo, y eso que me sentía súper excitada. Eso confirmó que mi marido se lo estaba pasando muy bien. Eso sí, me dejó muy, muy caliente.
Siguiendo al pie de la letra el plan establecido por Eva, llegó el momento en que iba a invitarme a estar con su marido. Estaba muy nerviosa pero lo estaba deseando.
-¿Quieres probar? – me preguntó Eva mientras sujetaba el húmedo miembro de su marido.
Me entró un escalofrío por todo el cuerpo. Era el momento.
Pregunté a Mario si le parecía bien y como me dijo que sí me fui decidida a por el pene de Pedro. Fue un momento lleno de sensaciones: nerviosismo, excitación, deseo…
Me gustó tener el miembro de Pedro en mi boca. Disfrutaba jugando con mis labios y mi lengua alrededor de su capullo. Me sorprendí de lo que me estaba gustando dar placer a otro hombre.
Todo lo que pasaba aceleraba mi ritmo cardíaco: me había quedado al borde del orgasmo, estaba lamiendo un pene desconocido para mí, sentía los fluidos de mi marido deslizarse desde mi entrepierna…
Cuando llegó el momento de la eyaculación de Pedro me volví a quedar parada, dejando hacer a Eva. Realmente fue impactante ver como salían los fluidos de Pedro y cómo Eva disfrutaba tragándoselos. Yo nunca había hecho algo así.
No podía más. Llamé a mi marido y me lo follé allí mismo. Fue más que liberador llegar al orgasmo tras todas esas sensaciones. ¡Fue increíble!
Pero aquello era un no parar. Por primera vez hice una mamada a Mario después de un polvo. Pensé que era justo que ahora fuera él el afortunado en tener dos bocas en su miembro. Lo hice con gusto. Me estaba divirtiendo y a la vez creía que se lo debía. Después de que se corriera en la boca de Eva pude ver su cara de incredulidad y satisfacción. Todo estaba saliendo bien.
Eva se fue directa a su habitación y yo fui tras ella. Entró al cuarto de baño de su habitación sin decir nada. Me quedé fuera, a oscuras.
En ese momento de soledad pensé en lo que acababa de pasar y me llegaron las dudas. ¿Era correcto lo que habíamos hecho? ¿Qué consecuencias podría acarrear todo esto?
Estaba en pleno debate conmigo misma cuando se abrió la puerta.
-¿Estás aquí?
-Sí, he venido tras de ti.
-No te había visto. Haber dado la luz.
-He estado bien así.
-Me estaba meando – y se echó a reir.
-Yo voy a aprovechar para lavarme un poco. Estoy chorreandito.
-Pasa, pasa.
Eva entró tras de mi y se puso rápidamente a preparar el bidé con agua caliente.
-¿Qué tal todo?
-Bien. La verdad es que me lo has puesto muy fácil.
-Ahora viene lo mejor. ¿Estás lista?
Me senté sobre el bidé y comencé a limpiarme.
-Sí, la verdad es que sí. Estoy nerviosa pero creo que estoy preparada.
Eva me abrazó como pudo por la posición en la que me encontraba. Me dio un pico y se puso a buscar algo en un cajón.
-¿Te gustan las mujeres? – la pregunté.
-Me gustan las mujeres y los hombres. Pero si he de elegir prefiero un buen rabo – dijo entre risas.
Eva sacó una pequeña toalla y me la entregó.
-Me imagino que tú nunca has estado con una mujer ¿no?
-Ni con ningún hombre que no sea el mío.
-Ya. Lo del hombre lo solucionaremos ahora. Lo de la mujer en otra ocasión. ¿Qué te parece?
Me incorporé y me acabé de secar. Miré a mi amiga y la respondí:
-Me parece perfecto.
Ahora fui yo la que buscó la boca de Eva. Mis labios se fundieron con los suyos y mi lengua se enredó con la suya. Eva me abrazó fuerte. Pude sentir sus pechos desnudos sobre mi corsé. Y me gustó.
Era increíble. En ese mismo día había sido besada por cuatro bocas diferentes. No me lo podía creer…
Alguien llamó a la puerta de la habitación suavemente. Paramos de besarnos. Eva resopló y abrió un poco la puerta.
-Es Pedro – me dijo.
-¿Y? – le hice un gesto como que estaba acabándome de limpiar.
Pedro abrió la puerta y entró con determinación.
-¿Necesitáis ayuda?
Eva intentó echarle del cuarto de baño a empujones, pero Pedro se resistió.
-Sólo quería saber si os hacía falta algo – dijo mientras se rendía al empuje de su mujer.
-¿Por dónde íbamos? – me preguntó con expectación.
-Como tú dices: hoy toca rabo.
Me puse el tanga, la di un pico y salí del baño. Afuera estaba su marido esperándome completamente desnudo. Me extendió sus brazos y fui hacia él. La puerta del baño se cerró tras de mí.
Pedro me recibió con un beso espectacular fundidos en un abrazo. Disfrutaba de su diferente forma de besar. Me parecía a la vez extraño y apasionante.
Sin dejar de besarme comenzó a desabrochar los corchetes del corsé. Yo mantenía mis manos en su cintura, dejándome hacer. Cuando consiguió desabrocharlos todos introdujo una de sus manos dentro, buscando mis pechos. En ese momento no pude evitar soltar un pequeño suspiro de placer.
Nuevamente sentí como mi corazón se aceleraba. A los besos y las caricias de Pedro en mi pecho había que sumar la presión que ejercía su miembro ya erecto entre mi ombligo y el pubis. Lo notaba perfectamente y me encantaba.
De repente nos dimos un pequeño susto al oír que la puerta del baño se abría. Eva salió y se despidió de nosotros camino de su encuentro con mi marido. Ya sí que no había vuelta atrás.
Creí que era mejor no pensar en lo que podría estar haciendo Mario. Así que tomé aire y volví a buscar la boca de Pedro.
En seguida la mano que acaricia mis pechos se fue deslizando hacia abajo. Sabía cuál era su objetivo y no pude evitar acelerar un poco la respiración. Pedro lo notó perfectamente y puso más intensidad en sus besos.
La mano de Pedro empezó a jugar con el borde de mi tanga, siguiendo las costuras por arriba y por los lados. Esa espera me hizo ponerme muy, muy caliente y cuando por fin puso su mano sobre mi entrepierna no pude más que estremecerme y soltar un pequeño gritito de placer. Y eso que sólo me estaba tocando por encima del tanga… ¡¡Puff!!
Ya no podía más estarme quieta y lancé mi mano hacia el pene de Pedro, ese que había saboreado tan ricamente unos minutos antes. Los besos se volvieron más intensos mientras nos masturbábamos mutuamente.
La mano de Pedro echó hábilmente el tanga hacia un lado, dejando todo mi sexo a su disposición. Primero me frotó suavemente por encima con toda la mano para luego concentrarse en el clítoris, rozándomelo suavemente con uno de sus dedos. Fue una reacción inconsciente, en cuanto me tocó no pude evitar acelerar el movimiento de la mano que agarraba su pene.
Lentamente introdujo uno de sus dedos dentro de mí. De nuevo una mano extraña hurgaba placenteramente en mi interior. Por suerte estaba concentrada en las maravillosas sensaciones de placer que estaba sintiendo y no pensé en lo que podría estar haciendo mi marido.
De repente Pedro dejó lo que estaba haciendo, puso sus brazos debajo de mi culo y me alzó para sentarme en el borde la cama. Por su miembro amenazante pensé que me la clavaría en ese preciso momento, pero no.
-Ponte cómoda, ahora me toca a mí.
No sé muy bien qué me quiso decir y me quedé quieta. Pedro se inclinó para besarme y suavemente me empujó por los hombros invitándome a tumbarme en la cama. Y así lo hice, quedándome recostada de cintura para arriba y con los pies apoyados en el suelo.
Pedro se colocó entre mis piernas, de rodillas, acariciando suavemente mis muslos. Cerré los ojos esperando el momento.
Sentí los labios de mi amante acercarse a mi entrepierna. La posición no me resultaba del todo cómoda y elevé mis piernas hacia el techo. Pedro lo interpretó como una generosa invitación y se lanzó directamente a lamerme el clítoris con suavidad. No pude evitar contraer mis abdominales al sentir su lengua sobre mí. Fue un estremecimiento lleno de placer.
Allí sentada, en total oscuridad, mientras Pedro disfrutaba pasando su lengua una y otra vez por mi clítoris, oí el primer gemido de Eva. Me inquietó, sinceramente, y me hizo lanzar mis pensamientos hacia lo que podía estar pasando en el salón y no lo que estaba sucediendo en la cama donde estaba tumbada.
Un nuevo gemido lejano, apenas audible, me hizo levantarme.
-¿No estás cómoda?
-Sí – dije mientras me ponía en pie – Quiero ver qué hacen éstos.
Cogí a Pedro de la mano y sin hacer ruido salimos al pasillo. Avanzamos lentamente hasta la puerta del salón. El corazón parecía que quería salirse de mi pecho. Me asomé lo suficiente para ver qué es lo que estaba pasando. Y allí estaba mi marido encima de Eva, que no paraba de gemir tras cada embestida de Mario.
Me quedé un poco paralizada, sin perder ojo.
Pedro comenzó a acariciarme la espalda y uno de mis brazos.
-¿Estás bien? – me susurró al oído.
-Sí, sí.
Al ver que no reaccionaba bajó a acariciar mi culo, pero yo me mantuve en la misma posición, anonadada por el espectáculo que estaba contemplando.
Mario y Eva cambiaron de posición. Ahora ella estaba de lado, con una pierna hacia arriba. Mario comenzó a penetrarla… y poco más pude ver.
La mano de Pedro se hundió en mi entrepierna. Estaba tan húmeda que no puso ningún tipo de resistencia. De nuevo me concentré en lo que mi amante me estaba haciendo sentir. Miré por última vez adentro del salón y dí un pequeño paso para alejarme de la puerta. Me quedé apoyada contra la pared, con las piernas abiertas lo suficiente como para que los dedos de Mario entraran y salieran con facilidad.
De repente dejó de follarme con sus dedos. Miré hacia atrás para ver lo que hacía y le vi colocándose un preservativo. Por fin iba a llegar el momento. Iba a sentir su polla dentro de mí.
Me quedé en la misma posición que estaba, sacando un poco el culo para favorecer la penetración. Tardó unos segundos que me parecieron eternos. Podía notar cómo palpitaba mi vagina, dilatada y húmeda, dispuesta a recibir la embestida.
Por fin noté el capullo de Pedro. Lo metió muy lentamente dentro de mi. Cada vez más adentro. Cada vez más adentro. Siguió empujando pausadamente hasta que me la metió hasta la base. Y así se quedó un rato.
Me sentía completamente llena, pero al ver que Pedro no se movía, intenté mover mis caderas adelante y atrás. En eso oí a Eva gemir de nuevo, cada vez con más intensidad.
Intenté mirar de nuevo pero Pedro me lo impidió. Me agarró fuerte de las caderas, inclinó mi espalda hacia abajo, separándome de la pared y comenzó a bombear con energía.
Como pude me apoyé fuertemente con las dos manos en la pared, bajé mi espalda hasta casi ponerme a 90 grados con respecto a mis piernas y hundí mi cabeza entre mis brazos. Pedro no paraba de empujar y empujar, hundiéndola hasta lo más profundo de mí. No me quedó otra que morderme la lengua para no gritar de placer.
Los que no contuvieron sus gemidos fueron Eva y Mario. Me sorprendió mucho el ver cómo me excitaba oírles así. Y no pude aguantar más. A cada embestida de Pedro comenzó a salir de mí un pequeño gemido, un apagado grito de placer. Cada vez sentía los golpes con más fuerza, con más intensidad.
Pasaron por mi cabeza todos los momentos que había sentido ese día. De repente me imaginé que era Bob el que me estaba dando por detrás en el vestuario de la tienda erótica. Ahí solté uno de los gritos más fuertes. Luego recordé el polvazo que eché con mi marido esa misma tarde. Los besos con Eva, el follar con mi marido mientras veía a Pedro y a Eva en acción, la mamada conjunta a nuestros hombres…
Olvidándome de todo por fin me liberé y dejé salir cada grito y cada gemido de mi garganta. De forma increíble llegó un nuevo orgasmo y enseguida el de Pedro. No me lo podía creer.
Yo me incorporé como pude y al notar que dentro del salón sólo había silencio cogí a Pedro de la mano y nos fuimos hacia su oscura habitación.
Me tumbé en la cama, feliz y realmente satisfecha.
Al rato me adecenté lo que pude, y de la mano de un Pedro ahora con calzoncillos, fui hacia el salón.