El fin del fin del mundo. Cap 1: La vuelta a casa
Relato Z La guerra contra los muertos había durado dos décadas, pero por fin Saul volvía a su hogar como superviviente para llevarse una sorpresa un tanto agridulce.
La Gran Guerra había acabado.
Habian pasado algo más de veinte años desde que el mundo tal y como lo conocíamos se fuese a la mierda. Los muertos se levantaron contra la raza humana dejándonos al borde la extinción. No os voy a mentir, nos merecíamos todo lo que nos paso.
De haber sido religioso diría que Dios nos mandó un nuevo diluvio en forma de cuerpos muertos medio descompuestos dispuestos a devorarte entre inútiles pataleos... Pero no. De haber sido intervencion divina los puros y justos habrian sobrevivido y sin embargo aquí estoy yo, uno de los mayores hijos de puta que te puedas echar a la cara.
Pero sobreviví y ahora volvía a casa, habían pasado veinte años desde que caímos, de luchas contra ellos y entre nosotros. En realidad dábamos por ganada la guerra desde hace un lustro, pero es ahora cuando empezaba a ser seguro abandonar los puntos fríos, dejar atrás el estilo de vida militarizado y empezar una nueva vida donde nos diera la gana.
Todavia quedaban muertos activos, muchos, pero estaban lo bastante dispersos como para no presentar un gran problema.
Aún recuerdo las fosas, el trabajo de limpieza y eliminación, como si fueran residuos, como si nunca hubiesen sido nada más que esos cuerpos muertos. Pero habia que hacerlo, eran demasiado y ocupaban demasiado sitio, por no hablar del olor que desprendían.
Nos costó mucho, pero poco a poco fuimos haciéndolos desaparecer, quemados y enterrados en grandes fosas. Piensa global, actúa local. Nunca una campaña de reciclaje tuvo tanto éxito. Globalmente habia que erradicar a todos los no muertos, localmente cada uno se encargaba de los que se encontraba. Los tiempos del caos habían pasado, ahora cada vez que se encontraba un grupo o un solitario era neutralizado y eliminado en todas sus formas. A fin de cuentas, no somos más que materia, una sucia materia que se amontonaba en las calles de las ciudades. Se limpiaron las carreteras y algunos pequeños hospitales volvieron a entrar en funcionamiento.
Eso era para los que se quedaban en los nuevos núcleos urbanos. Yo ya habia hecho bastante por la raza humana. Durante toda la guerra me labré un nombre y una reputación, luché con más ganas que nadie pero no por afán de poder, era pura supervivencia, una rata buscando la salida en un barco que se hundia.
Ahora por fin volvía al norte. Habia sido un gran viaje a pie, ya que los automóviles y los recursos no renovables quedaban en manos del ejército, pero volvía al hogar.
Me crié en la casa de mis padres en un pequeño pueblo de Asturias, tan pequeño que no teníamos ni colegio, ni centro de salud, ni tiendas. Siempre fui un chiquillo bastante inquieto, metido en líos y buscando pelea, cazando en los bosques, puenteando coches... ¿Quién le iba a decir a mi pobre madre que ser un cabroncete me salvó el culo? Cuando las cosas se pusieron feas de verdad nunca tuve reparos en robar, matar o comerme lo que fuera... lo que fuera con tal de sobrevivir.
Si el norte habia tenido fama de verde, ahora era increíble. Me costó tres días encontrar el camino entre la naturaleza asalvajada que habia ido recuperando el lugar que los humanos le arrebatamos a la fuerza.
Nunca habia viajado con tanto equipaje. La mochila iba hasta arriba de ropa, algo de comida y mis herramientas básicas, así como las armas de las que nunca me separaba.
Cuando llegue al pueblo me asombró lo bien que habían resistido aquellas casas, no solo la que fue el caserón de mis padres estaba en pie, sino que muchas otras estaban aguantando de una manera más que digna el abandono y el paso de los años.
El caserón tenía parte del techo en mal estado, algunas contraventanas rotas y hacía tiempo que toda la canalización para la lluvia se habia ido al garete.
Pero cuando conseguí desatrancar la puerta y entré, fue como un viaje en el tiempo. A pesar del mal estado general que reinaba; entre bichos, desconchones y humedades, el interior estaba tal y como lo había conocido.
Avance por las habitaciones, sorprendiendome de cómo, aún tantos años después, podía recordar dónde estaba cada cosa.
Los muebles, la cocina; todo seguía allí. La ventaja de este tipo de localizaciones es que durante los malos tiempos no hubo nadie que viniera a saquear, y en los buenos a nadie le interesaba ya lo que pudiera encontrar aquí.
Nunca supe qué fue de mis padres, pero al ver su cuarto deduci que se marcharon sin prisas, asi era mi padre, nunca hacía nada sin planificarlo primero. Los armarios estaban medio vacíos pero con todo bien colocado, faltaban todas las maletas de la casa.
Encontré el vestido de novia de mi madre, seguía en la misma percha acolchada desde el día después de su boda. Me permití el lujo de llorar en su cama durante unos minutos.
Después de veinte putos años creo que me lo merecía.
Encendí una lumbre en el hogar de la cocina y después de cenar, tirando de mis reservas, me quede dormido sintiéndome agradablemente solo y en paz.
Me desperté como no quiere hacerlo nadie: atado a una silla y con un dolor de cabeza de mil demonios. Habia bajado la guardia y ahora tenia que ver como salir de esta. Tantee las cuerdas que me sujetaban, pero ese hijo de puta debía ser de los boys scout porque los nudos no cedieron ni un milímetro.
Entonces entró por la puerta lo último que me esperaba encontrar: una mujer. Y no una cualquiera, una que me apuntaba directamente con un rifle de caza mayor.
Nos miramos a los ojos durante unos momentos que se me hicieron eternos y, cuando fui a abrir la boca para preguntar quién era y qué quería de mí, me clavo la punta del arma directamente en el escroto.
—Nos van a ir quedando claras dos cosas, soldado: la primera es que aquí la preguntas las hago yo y la segunda es que si las respuestas no me gustan te llenare los huevos de balas antes de que puedas pestañear. ¿Claro?
—Como el agua. —Con la luz que se filtraba por la ventana pude comprobar que el arma estaba lista y después de treinta y ocho años juntos le habia cogido el bastante cariño a mis testículos.
La mujer relajó la presión sobre mi entrepierna y se sentó en una de las sillas de la cocina, mirándome con expresión ceñuda.
Debía rondar la treintena y su cuerpo era pequeño y fibroso, vestía con ropas de civil con una chaqueta militar que le quedaba grande por encima. Me fije en que iba limpia; asi que tenia que mantener una residencia fija por aquí cerca.
Pasados unos minutos volvió a hablar. Tenía un acento que me parecía jodidamente familiar.
—¿Has venido solo?
—Si, señora.
—¿Has encontrado algún reanimado por el camino?
—¿Reanimado? —Me cruzó la cara con la mano, tan rápido que no pude prepararme, y me dejo la mandíbula temblando. Pegaba duro, eso había que reconocerlo.
—¿Algo no te ha quedado claro, soldado? No quiero que abras la puta boca si no te he preguntado primero. Te lo repito. ¿Algún reanimado por el camino?
—Encontré dos a unos veinte kilómetros del pueblo viniendo por el oeste.
—¿Que hiciste con ellos?
—Eliminarlos y quemarlos. Las órdenes de La Central.
—La Central... —repitió más para ella misma que para confirmarmelo.
Su cara de incomprensión me sorprendió. Todos los supervivientes sabían quienes eran los de La Central. Ellos habían levantado otra vez los cimientos de la humanidad cuando estuvimos a punto de irnos al garete como especie; organizaron la lucha hasta que encontraron la forma que nos aseguraría la supervivencia y la victoria, y ahora lideraban el mundo. O, al menos, lo que quedaba de el.
—¿Te han mandado ellos aquí?
—No, señora.
—¿Y qué cojones se te ha perdido en este pueblo?
—Esta era la casa de mis padres. Ya no estoy obligado a seguir sirviendo a las fuerzas militares y me he retirado al lugar donde nací.
Me miró. Más bien se me quedó mirando durante un buen rato y despues salio de la cocina.
Tuve tiempo para pensar que me habia metido en un buen lio. Las mujeres, en los tiempos que corrían, eran un bien muy escaso. Pocas sobrevivieron y las que lo hicieron se encerraron en auténticas fortalezas custodiadas por militares (todas mujeres) para evitar que los hombres las esclavizaran en su propio beneficio.
Los hombre de la central habían llegado a un acuerdo con ellas, ya que si queriamos recuperarnos como especie, necesitábamos niños. Así que todos fuimos obligados a entregar pringosas muestras biológicas para que la vida siguiera adelante. Ellas tenían el control del futuro en sus manos. O en sus úteros según se viera.
Así que una mujer sola eran malas noticias para mi por varios motivos: si alguien encontraba una hembra sana sin identificar debía ser llevada inmediatamente a un cuartel para que fuese llevaba de manera segura con las otras féminas. Pero yo estaba atado y dudaba que ella estuviera por la labor de colaborar después de la ostia que me habia calzado.
Y en segundo lugar, era una mujer. Y la gran mayoría de nosotros llevaba al menos diez años sin tener mas contacto fisico que con nuestras propias manos. Salvo los gays, aquellos cabrones tenían suerte.
Cuando mi particular raptora volvió, traía un papel en la mano y me lo plantó delante de la cara. Aun con la poca luz que entraba lo reconocí. Era la foto que mis padres me hicieron el dia que acabe los estudios secundarios; un año antes del desastre.
—¿Este eres tú?
Apenas si me parecía aquel muchacho que miraba a cámara con expresión de hastío, ahora era mucho más ancho y juraría que algo más alto. También tenía bastantes más cicatrices y algún diente de menos.
—Si, señora.
—Y veo que no te acuerdas de mi.
Aquello si que me pilló por sorpresa, pero un golpe era suficiente para saber que no debía abrir la bocaza por muy perplejo que estuviese.
Se volvió a sentar y dejo la foto con cuidado sobre la mesa.
—Yo apenas si me acuerdo de ti. Eras más mayor que yo y todo el mundo decía que eras un descerebrado y que pronto preñarías a alguna pava que te sablearía. ¿Se cumplieron las predicciones, Saul?
Conocía mi nombre. El de antes de la guerra, el que mi madre gritaba desde el piso de abajo para que despertase si no quería llegar tarde al instituto.
—Es difícil preñar a alguien cuando estás ocupado en evitar que se te coman vivo, ¿no crees?
Me dedico una media sonrisa y me contó quién era.
Bianca. Ni siquiera me sonaba su nombre, aunque por lo visto fuimos al mismo colegio. En aquella época no me interesaba nadie que no tuviera un buen par de tetas y acceso al mueble bar de su padre. Me conto donde habia vivido, quienes eran sus padres y también que recordaba a mis padres porque en verano rotaban por las casas del pueblo para pedir agua a los vecinos si les pillaba muy lejos la suya.
Pero no me dio ninguna información con menos de dos décadas.
Lo que si hizo fue acercarse. Se habia ido inclinando hacia mí de forma que, ahora que empezaba a clarear el cielo, se me fueron haciendo más que evidentes sus formas.
¿Os he dicho que diez años sin follar se hacen largos? No se al resto pero a mi se me habían hecho eternos y tenía las manos cada vez más dormidas y la polla mas despierta.
Y ella lo noto. Se me quedó mirando al paquete y se levantó con tanta prisa que casi tira la silla donde estaba sentada.
Pensé que cogeria el rifle y me volaría los sesos. Pensé que me dejaría KO. otra vez y se marcharía para dejarme morir de sed en la cocina de mis padres. Pero lo que ni en sueños imaginé fue que se quitase los pantalones y se subiera encima de mi.
Con manos torpes me abrió los botones del pantalón y sin más preámbulos me introdujo dentro de ella. No pude replicar, ni decir más que algún que otro sonido animal mientras ella se movía cada vez más rápido. No fue una gran actuación por mi parte, y si dure sin correrme medio minuto fue un milagro. Cuando acabe, ella se levantó, recogió su ropa y se marchó.
Estuvo fuera un par de horas y cuando volvió traía comida y agua, además del rifle bien visible todo el tiempo.
Cortó los nudos que me sujetaban a la silla y dejó que me levantase y recuperara la movilidad de mis extremidades. Habia manchas de sangre en mis pantalones en las que no habia reparado, pero el hambre le ganó el pulso a la curiosidad, Blanca me acerco una parte y me indico con la cabeza que podía empezar, ella se sentó a la mesa con el rifle apoyado en las rodillas.
Estuvimos comiendo sin hablar, yo no era de muchas palabras y ella no parecía tener inconveniente.
No podía dejar de pensar en el incidente de la silla. No solamente era la primera vez que follaba en más de una década, sino que habíamos violado una o dos leyes por el camino. Las relaciones físicas entre hombres y mujeres habían quedado prohibidas.
Después del exilio voluntario al que se sometieron todas las féminas del mundo, tan solo se procreaba mediante inseminaciones controladas por La Central. De esa manera se aseguraban niños sanos y un control absoluto sobre la población viva.
No tenía ni la más remota idea de como Blanca habia sobrevivido a los años de guerra más crudos, donde los recursos eran limitados, cuando ignorábamos cómo protegernos de los muertos, en los que las mujeres eran vendidas a cambio de munición o comida; o para diversión de algunos.
Necesitaba respuestas, pero tenía que ir con cuidado, aquella chica era peligrosa.
—Esto esta muy bueno. —Me miró pero siguió comiendo—. ¿Que tipo de carne es?
—Venado. Desde hace unos años su número ha aumentado mucho y ahora están por todas partes e intentan comerse mi huerto.
—Ah... y ¿Has pensado ya que vas a hacer conmigo?
Dejó los cubiertos con cuidado sobre la mesa y le quitó el seguro al arma, a mi no me había puesto cuchillo.
—¿Quieres hablar de eso? Muy bien, pero me siento mejor si te apunto mientras, solo por seguridad, ya sabes.
Levanté ambas manos y una ceja en un gesto que pretendía ser pacificador.
—Llevo veinte inviernos viviendo en este pueblo, sola y tranquila. Todo el mundo se largó en cuanto los reanimados empezaron a campar a sus anchas. Por suerte, y como ya sabrás, éramos muy pocos en el pueblo y con los primeros hielos pude hacerme con ellos.
»Mis padres murieron ese mismo invierno. No sin antes enseñarme a cazar, a cultivar y a proteger mi hogar.
Su mirada se volvió triste por unos segundos pero continuo sin entrar en más detalles.
—Cuando todo quedó vacío, no tuve más que ir casa por casa cogiendo lo que necesitaba. Si aun no has subido al desván, te voy adelantando que faltan cosas.
Joder, no era más que una chiquilla cuando iniciamos la Gran Guerra y había sobrevivido sola y aislada en un pueblo de mala muerte. Y yo me creía duro. Una ostia.
—Eres el primer ser humano vivo que veo desde entonces. Supongo que nadie se acordó de esta aldea. Salvo tú.
—Te recuerdo —dije moderando la voz todo lo que pude—, que este fue también mi hogar y eres tu la que me ha noqueado, atado y violado.
—También soy la que te ha follado, te ha soltado y te esta alimentando.
Además de dura, la jodida era graciosa. Me podría haber dejado ahí atado hasta que la palmase y haber seguido tranquilamente con su vida.
—Ahora, Saúl, quiero que me cuentes todo lo que ha pasado en estos años.
Tardé, pero le conté todo, con pelos y señales. A veces literalmente, por que tenia unas cuantas cicatrices que aderezaron la historia. No se porque quisiera que pensase que era un tipo duro. Quería arreglar la imagen del tío inconsciente atado a una silla, supongo.
Le conté la Gran Guerra, que había viajado por medio mundo, cómo habia matado, como casi me matan y cómo estaba el mundo ahora. Y le conté lo de las fortalezas de mujeres y las leyes que habíamos violado al follar juntos. Fue una mala idea, por que recordar su cuerpo tan tibio y cerrado alrededor de mi polla hizo que esta se removiera un poco.
—¿Eras virgen antes de eso?
Descruzó las piernas y afianzó el rifle.
—Pues claro que era virgen, Tenía once años cuando todos palmaron. ¿No eres muy avispado, no?
—Tranquila, fiera. Solo me preguntaba el por que te lanzaste así por mi, no es que me queje, pero no parecías tener miedo.
Apoyó el arma en la silla y se levantó sin dejar de mirarme, bordeó la mesa y retiró mi plato ya vacío. Se sentó en la mesa, de forma que me miró desde arriba. No le hizo falta ninguna amenaza, parecía que me habían atornillado al sitio.
—Verás —casi susurraba mientras se bajaba la cremallera de la chaqueta militar. No llevaba nada debajo—, soy una chica lista, he leído mucho, pero no he tenido con quien practicar.
No me jodas. Eran las primeras tetas que veía que no tuvieran pelo en el pecho y estaban ahí, a mi alcance. Acerco el culo un poco más al borde y dejó las piernas a los costado de las mías. Ahora la erección ya estaba en su punto álgido y tenía mucho calor. No podía apartar los ojos de sus tetas, tenía los pezones duros y la piel de gallina.
—Voy a probar contigo todas las cosas que he leído.
Terminó de quitarse la chaqueta y empezó a desabrocharse los pantalones. Sin duda debía seguir inconsciente y atado en la silla porque para mí aquello no tenía ni pies ni cabeza.
Bueno, tenia pies. Y piernas y... Se habia quitado los pantalones y ahora tambien tenia un tentador vello oscuro remarcando el primer coño que tenía el gusto de mirar desde hacía dos putas décadas.
Mis manos se movieron solas, tanteando con cuidado, y, aunque dio un pequeño respingo, no se retiro ni me sacudió. Fui acariciando sus pantorrillas, sus muslos, su cadera y sus costillas. Notaba como se le movían con cada inspiración.
Pase la mano izquierda por la curva de sus lumbares y le acaricie entre los pechos con los nudillos de la derecha. Joder, cómo suspiró. Toqué sus clavículas y su cuello, apoye la mano en su mandíbula y le metí el pulgar en su humeda y calida boca. No hubo resistencia.
Comenzó a lamerme el dedo, luego toda la mano hasta que me agarro por la muñeca y paso la lengua despacio por la palma.
Si no me desnudaba pronto iba a tener que recolocarme la polla, porque estaba tan dura que dolía.
Dejé que siguiese chupandome la mano mientras mis dedos empezaron a acariciar sus ingles, hundiéndose poco a poco entre sus piernas.
La calidez que emanaba pareció fundirse con la mía. La masturbaba con suavidad, mientras mi polla latía contra la áspera tela de mis pantalones, deseando ser liberada y, ¡que cojones!, deseando enterrarse en ella una y otra vez, aunque muriese sobre esa mesa.
Le quite la mano de la boca y me aplique mejor en su coño, follándola con los dedos y masajeando con la otra. Ya no suspiraba, ahora gemía, movía las caderas en el borde la mesa apretándose contra mis manos, hasta que arqueando la espalda se corrió, dejándolo todo mojado, y a mi, a punto de reventar.
—Joder, soldado — dijo con la respiración aun agitada.— Eso ha sido fantástico.