El fin de semana en la sierra con mi profesor (II)

El desenlace de mi gran fin de semana en una casa rural con Alberto, el profesor de instituto que me desvirgó analmente y con el que me reencontré dos años después de nuestro primer encuentro carnal...

Al día siguiente nos despertamos pronto, a eso de las 8 de la mañana. Decidimos ducharnos juntos y masturbarnos para empezar bien el día, una especie de descarga matutina. Yo se la meneaba a él y él a mí. Después, desayunamos y miramos actividades que podríamos hacer durante el día. Decidimos coger unas bicis de montaña, unos bocadillos y pasar el día haciendo turismo por la sierra. Tras un agotador día, volvimos a llegar a la casa rural, fuimos a la habitación y nos empezamos a dar "cariñitos". Poco tardamos en ponernos cachondos así que decidí poner algo de picante a la noche.

-Podríamos hacer un striptease...- Propuse.

-Sorpréndeme.- Dijo.

Así que me levanté, puse música sexy en el móvil, y comencé a moverme mientras me quitaba los zapatos. He de decir que soy un buen bailarín, mis padres me apuntaron a clases con 7 años, así que me muevo bastante bien. Alberto me observaba desde la cama como yo me iba quitando la camiseta lentamente, luego los pantalones y me quedé en slips. Comencé a "perrearle", a ponerle cachondo antes de quitarme los calzoncillos; amenazaba con quitármelos mientras le meneaba el culo sobre su polla y su cara. Él se la tocaba por encima del pantalón, estaba totalmente cachondo. Finalmente, me puse de espaldas a él, con el culo en pompa y me fui bajando los gayumbos poco a poco, dejando frente a él mi siempre delicioso culo. Él lo quería, así que lo acariciaba con sus manos e intentó comérmelo, pero yo me retiré para dejarle con la miel en los labios.

-Quieto... Ahora te toca a ti.- Dije.

Así, Alberto se levantó y comenzó a desnudarse al ritmo de la música, torpemente hay que reconocer, mientras yo le observaba desnudo desde la cama. La verdad es que su striptease fue bastante antierótico, sin embargo, cuando estaba en calzoncillos, se puso delante de mí, me cubrió la cabeza con su camiseta y me dejó frente a su paquete.

-Quítamelos.- Me pidió.

Eso hice se los fui bajando dejando ver su polla delante de mi, totalmente erecta. Como imagino que es lo que quería, comencé a chupársela mientras él gemía y se reía. Después tiró la camiseta y yo le chupaba la polla con fuerza mientras me acariciaba el pelo suavemente. Después, me empujó sobre la cama y me dijo que me relajara y que cerrara los ojos. Empezó a acariciarme y a besarme por el cuello, a chuparme las orejas mientras mi polla crecía. Fue bajando por mi cuerpo, paró y durante unos segundos. Noté como cogía algo de la maleta, pero no quise abrir los ojos. Después oí como abría un bote y lo estrujaba. Lo siguiente, sus manos extendiéndome por todo el cuerpo una especie de aceite, o lubricante, muy viscoso. intentaba relajarme, pero me estaba poniendo muy, pero que muy caliente. Mi polla estaba completamente erecta, no la miré, pero puede que fuera la vez que más erecta ha estado, o eso es lo que yo notaba porque me dolía de lo dura que se me había puesto. Las manos de Alberto comenzaron a extendérmela por la polla, muy extendida porque me dio varias sacudidas. Después bajó hasta la entrada del ano, me abrió un poco las piernas y empezó a acariciarmelo extendiéndome esa crema viscosa, yo respiraba con fuerza, esperando que me metiera de una vez su dedo corazón. Pero estuvo varios minutos haciendo círculos en la entrada de mi culo, como abriéndose primero hueco hasta que fue entrando poco a poco dentro, tan delicadamente que casi no lo noté. Su dedo corazón ya estaba dentro y comenzó a hacer círculos dentro de mí.

-Méteme otro.- Le pedí.

Alberto así lo hizo, me metió el segundo dedo y los comenzó a mover de forma circular, casi perfecto sabiendo que estaba tocando las teclas adecuadas, porque yo comencé a gemir de placer cada vez más fuerte. Tras unos pocos segundos, quise seguir poniendo a prueba a mi culo.

-Méteme otro.- Volví a pedirle.

Esta vez me dolió un poco más. Alberto tenía tres dedos dentro de mi culo, ya no hacía círculos, tan sólo los meneaba de arriba a abajo intentando buscar el punto G. Mis gemidos se estaban convirtiendo en tímidos gritos. Alberto, con la otra mano agarró mi polla y la empezó a mover de arriba a abajo lentamente mientras los tres dedos de la otra seguían explorando mi culo sin fondo e insaciable. Y digo insaciable porque, sorprendiéndome a mi mismo, queriendo ser más egoísta que nunca, le pedí que me metiera el cuarto dedo. Alberto se paró por un momento, sacó los 3 dedos, yo iba a abrir los ojos, pensando que paró porque le daba cosa hacerme daño, pero no me dio tiempo. Los cuatro dedos de su mano penetraron mi ano con fuerza al tiempo que yo soltaba un extremecedor grito de dolor y placer. Sus cuatro dedos llegaron hasta el fondo y el que quedaba fuera, el angular, hacía tope en las nalgas. Alberto decidió que hoy serían sus dedos los que me follaran, así que comenzó a sacarlos y a meterlos cada vez con más ritmo mientras que, con la otra mano, me masturbaba suavemente, deslizando sus dedos por el glande de mi pene. Yo comencé a gemir casi como nunca lo había hecho, me estaban destrozando el culo como nunca, una masturbación que jamás me habían hecho y que sería difícil de superar. Estar en la gloria es poco para describir ese momento. Noté como me iba a correr, así que comencé a gemir más fuerte, más fuerte; mientras, Alberto aceleraba el ritmo de sus embestidas con los dedos en mi culo y de las sacudidas a mi rabo, más rápido, más rápido... Hasta que ya no pude más y dejé caer sobre sus dedos, sobre mi abdomen y sobre la cama toda la leche que habían acumulado mis huevos durante ese intenso cuarto de hora de interminable placer. Seguí con los ojos cerrados, relajado, él me soltó la polla pero me dejó unos segundos sus dedos en el culo. Cuando los sacó, sentí que me ardía, que necesitaba mojármelo para refrescarlo, porque había hecho un esfuerzo descomunal.

Sin embargo, esa noche aún le quedaba más que aguantar. Alberto me había hecho subir a la gloria, pero él había estado concentrado en mí y acumulando él leche en sus huevos mientras me veía disfrutar como una perra. Así que, él también quería descargar... Sin decirme nada, me puso boca abajo sobre la cama tumbado, me abrió las piernas hasta lo máximo que podía y se tumbó encima de mí.

-Ahora, la traca final.- Me dijo al oído, susurrando mientras noté que volvía a embestirme, esta vez con su polla.

¿La traca final? Me pregunté hacia mí, pensando qué podía ser la traca final después de lo que me había hecho. Y encima con las piernas tan abiertas que casi tenía calambres. Vale que soy bastante flexible, pero después de todo el día de esfuerzo físico, eso ya era demasiado... Pero claro, entendí que necesitaba poseerme con su polla, así que decidí olvidarme de mi cuerpo y dejar que hiciera con él lo que quisiera. Así que dejé que me cabalgara sin poner ninguna objeción pese a que sus embestidas, secas y fuertes, estaban casi desgarrando mi culo. Mis gritos eran acallados por la almohada, de ser escuchados se oirían en toda la sierra madrileña. Cerré los ojos y me dejé llevar por el momento, olvidándome complétamente de todo. Alberto, por su parte, comenzó a reventarme a una velocidad de vértigo, me taladraba como una metralleta. Sus huevos hacían tope, pero nos los escuchaba de lo rápido que chocaban. Pum, pum, pum, pum, pum, pum... Así durante 8 o 10 minutos seguidos, sin tregua. Hasta que la sacó de mi culo y noté que toda su leche caía sobre mi espalda, puede que más que nunca, no lo sé, pero fueron varios los segundos en los que estuve notando como caían chorros y gotas sobre mi espalda y nalgas. También noté como restregaba su pene para terminar de limpiarla. Cuando vi que ya había terminado, me di la vuelta para intentar que mi culo descansara sobre el colchón. Por fin abrí los ojos, que casi me dolieron al hacerlo. Lo miré, estaba exhausto, con los ojos cerrados y la mano derecha en la frente, fatigado. Me fui hacia él, lo besé y me abracé. El con la otra mano me cogió del hombro. Me fijé en su polla, aún erecta, y tenía el glande rojo, rugoso, señal de que estaba totalmente seca.

-¿Te he dejado seco?.- Pregunté.

-Joder...- Dijo aún fatigado. -Creo que ha sido el mejor polvo que hemos echado con diferencia.- Concluyó.

-No sé si el mejor, pero en el que más leche hemos descargado seguro. -Dije yo, consciente de que puede que los hubiera mejores, pero, efectivamente, no con una corrida tan grande.

-Y aún queda mañana para superarnos. -Dijo Alberto.

Después sonreímos, nos dimos un largo beso que a mí me volvió a poner caliente... Pero poco a poco nos fuimos durmiendo. Había sido un polvazo que, acompañado del ajetreado día que tuvimos, nos produjo un sueño inmediato.

Al día siguiente, el último en el que estaríamos allí, decidimos pasarlo en casa. Nos despertamos relativamente pronto, a eso de las 10 de la mañana, pero no nos levantamos. Nos quedamos en la cama holgazaneando, magreándonos y planeando cómo sería nuestro último gran día de sexo en la casa rural. No estábamos muy originales, propusimos varias chorradas, pero la verdad es que tomamos la decisión que tomamos siempre: improvisar. Entre tonterías y planes se nos hicieron las 12 y media del mediodía. Decidí que le haría de comer, así que dije que iría a comprar algo a la tienda del pueblo y le haría unos espaguetti con bechamel. Me duché y me fui a comprar. Cuando volví escuché el ruido de la ducha, así que me puse al lío. Antes de cambiarme para no mancharme, vi que había un delantal en uno de los armarios de la cocina. Me acordé de la última vez que me puse uno y se me ocurrió la idea por la que se desencadenaría, casi seguro, "la guerra" definitiva de nuestro fin de semana. Me despeloté, dejé la ropa en el sofá del salón y me quedé desnudo sólo con el delantal. Pensé que vendría en seguida y que lo de hacer la comida lo dejaríamos para después, pero su ducha se alargó, así que yo me puse a hacer la bechamel.

Me dio tiempo casi a terminarla cuando le vi bajar por las escaleras con un albornoz y el pelo aún mojado. Al verme se rió y me dijo "así me gustan a mí los chicos. Que me cocinen de forma tan sexi". Me abrazó por detrás, restregándome su paquete por mi culo desnudo; el albornoz estaba mojado y me estaba mojando mis nalgas.

-Me estás poniendo perrísimo.- Dijo al oído mientras notaba como su verga comenzaba a crecer.

Retiré la bechamel del fuego, ya estaba terminada. Me di la vuelta y nos empezamos a dar un beso larguísimo, de esos en los que nuestras lenguas juegan en las bocas durante minutos. Me agarraba las nalgas con fuerza mientras yo le desataba el albornoz para que se quedara en pelotas. Me empecé a empalmar al verle otra vez desnudo frente a mi. Me deshice de su albornoz y comencé a pajearle mientras nuestras bocas seguían juntas, buscando la forma de hacer un nudo a nuestras lenguas.

-A ver qué tal te sale la bechamel.- Dijo mientras metía el dedo en la cazuela y luego en la boca para saborearlo. -Ummm... Me encanta.- Dijo relamiéndose. Volvió a meter el dedo y me lo dio a probar a mi.

-Me ha quedado bien.- Dije cachondo como una perra.

-Se me está ocurriendo una cosa.- Dijo de forma pícara.

Metió la mano en la cazuela de la bechamel, cogió un poco y se lo extendió por la polla. Yo me eché a reír, porque, finalmente, la bechamel la íbamos a comer, pero no con espaguettis, sino con "chorizo". Se lo extendió bien y lo que le sobró me lo dio a mi para que le chupara los dedos. Después me agaché y comencé a saborear su pene cubierto de bechamel. Lo limpié entero.

-¿No hay más?.- Pregunté mientras el sonreía y yo seguía lamiéndole el miembro con sabor a bechamel y líquido preseminal.

Alberto cogió más bechamel y me la daba en la boca. Cogía más y se la puso en la polla para que yo la chupara. Tras dos "rondas" más de polla con bechamel, Alberto dijo "Yo tengo hambre, quiero comer tu deliciosa bechamel". Me hizo levantarme, me llevó hacia la encimera central de la cocina y me puse a cuatro patas encima de ella. Noté cómo me extendía bechamel por la espalda, por las nalgas y por la raja de mi trasero. Estaba aún caliente y eso me ponía más cachondo, si cabe. Después, Alberto comenzó a limpiarme todo ese manjar con su lengua. Hasta que llegó a mi culo. Empezó a comérmelo casi como si fuera la última vez que lo iba a hacer. Me puse eternamente cachondo. No pude evitar comenzar a gemir. La ración de bechamel en mi culo la estuvo comiendo hasta que sólo quedaba el fondo de la cazuela. Después se tumbó en la mesa le extendí lo que quedaba por su abdomen y su polla y se lo limpié con mi boca.

Estábamos hipercachondos, así que me humedecí un poco el culo, me puse a horcajadas y comencé a cabalgarlo como una yegua, como siempre. Me agarraba mis nalgas, grasientas por la bechamel, y me las azotaba fuerte a petición mía. Los dos jadeabamos, cada vez más fuerte, yo aumentaba la velocidad de mis cabalgadas, le clavava las pocas uñas que tengo en el pecho, dejándole marca. Me incliné hacia él, para descansar un poco, pero él seguía queriendo penetrarme, así que era él el que me embestía mientras yo gritaba y gemía de placer. Volví a cabalgarle, hice un 'sprint final' para intentar que se corriera, pero no hubo manera (creo que se pajeó en la ducha), así que estaba tan cansado que cambiamos de postura. Me puso contra la encimera, se puso de espaldas a mi, me levantó una pierna y comenzó a embestirme con rabia y con rapidez. De nuevo, mis gritos eran aullidos que seguramente se escuchaban en toda la sierra.

-Quiero que te corras en mi boca.- Le pedía entre mis gritos.

-Y tu en mi pecho-. Me pidió.

Siguió penetrándome con rabia y fuerza hasta que las contracciones de su pene me anunciaban que iba, por fin, a correrse. La sacó y rápido me indicó que me agachara para tragarme su leche. No fue mucha, dado que el día anterior estuvo casi dos minutos limpiándosela, pero muy sabrosa. Después de limpiarla con ganas y saborearla, se tumbó sobre la encimera, mientras yo me masturbaba enfocando hacia su pecho, él me acariciaba la bolsa escrotal para que terminara más rápido. Poco tardé, derramé toda mi leche en su pecho mientras él me acariciaba.

-Recógela con la boca y luego bésame para saborearla.- Me pidió.

Eso hice, comencé a sorber mi propia leche derramada en su pecho, la mantuve en la boca y lo compartimos con nuestras bocas mientras él me agarraba por la nuca. Al final, nos comimos la pasta con un poco de mantequilla y bacon, porque no quise repetir la bechamel. Fue una buena forma de acabar nuestro fin de semana en la sierra. Un fin de semana en el que afianzamos nuestra 'relación sexual' y hemos confirmado que tenemos una compatibilidad sexual impresionante. Ha habido más noches y días inolvidables, pero os los contaré más adelante. Ahora me toca disfrutar.