El fin de semana de Marta y Jesús (continuación)
Sábado por la tarde, ¿quién llamará a la puerta?
Eran las cinco y media de la tarde de aquel sábado en que madre e hijo disfrutaban de la tranquilidad de mostrase todo el cariño y el amor que sentían el uno por el otro. Habían tenido bastante sexo y ahora descansaban en el sofá del salón, tumbados y abrazados, dándose caricias para mostrarse el amor que sentían el uno por el otro. Marta tenía a su hijo a su espalda y sus brazos la rodeaban, veían la televisión pero la mente de Marta estaba en otro lado. El amor que sentía por su hijo no había cambiado para nada, seguía viéndolo como su hijo menor, pero el morbo y la excitación que le producía tener sexo con Jesús no lo había sentido nunca antes con ninguna relación anterior. Ni siquiera en la juventud cuando una noche se acostó con el padre de uno de sus novios. Aquella vez había sentido una gran excitación al follar con un posible suegro suyo, pero para nada se podía comparar con la sensación de tener sexo prohibido con su hijo. Se acomodó aún más pegada al cuerpo de él y sintió como le abrazaba con más fuerza, lo único que temía era que alguien conociera su relación y pudiera contársela a su marido. ¡Sólo Dios sabia que pasaría si se hiciera público la relación entre los dos!
Por otro lado Jesús, salvo en los momentos en que tenían sexo, se comportaba con ella con toda normalidad, no mostraba celos de su padre y parecía que estaba llevando aquel incesto con una rara normalidad. Desde que habían tenido la primera ración de sexo no habían hablado del tema. No estaba segura de que su hijo estuviera preparado para hablar del tema, a fin de cuentas sólo tenía quince años. Él siempre pareció mentalmente más desarrollado de lo que su edad podía indicar, pero tener una relación sexual con su madre, en esta sociedad, era algo que podía afectar al más centrado de los mortales. Dudaba si hablar de ello con él y durante un buen rato buscó la forma de inicial la conversación.
Jesús, cariño. - Empezó a hablar. - ¿Tú me quieres? - Él intentó hablar pero ella lo interrumpió. - No sé si me explico... no sé cómo decirlo...
Mamá. - Le interrumpió dándole un beso en el cuello y acariciándola dulcemente. - Te quiero todo lo que se puede querer a una madre. No te equivoques, sé qué lo que hacemos no está bien visto y no es más que sexo.
Sus palabras parecían provenir de un hombre de más edad. - Tendremos todo el sexo que deseemos, pero nunca pasará de eso. Cada vez que me necesites estaré dispuesto a darte todo el placer que me pidas.
¡Gracias, hijo! - Marta giró la cabeza y se besaron en un tierno beso.
Marta estaba más tranquila con lo que su hijo le había dicho. Se movió para sentir el cálido cuerpo de su hijo y permaneció en silencio disfrutando de la incestuosa relación que había entre ellos. Durante más de una hora permanecieron abrazados y ella llegó a quedarse dormida. Entonces sonó el timbre de la puerta. Marta saltó del sillón alterada. Pensaba que podía ser su marido y su otro hijo que hubieran vuelto antes de lo previsto.
¡Jesús, llaman a la puerta! - Dijo totalmente alterada.
¡Tranquila mamá! - Él intentó tranquilizarla. - Iré a ver quien es.
Marta se sentó en el sillón y ordenó un poco la habitación para que no se notara nada de lo que allí ocurría. Pensó si la ropa mojada con que se había duchado con su hijo la había quitado del medio; estaban tendidas en el patio, "Espero que quien sea no salga al patio y las vea". Entonces se tranquilizó y se extrañó al escuchar las voces de María y Eduardo.
¡Hola Marta! - Su cuñada la saludo al entrar en el salón.
¡Hola María! ¿Qué hacéis por aquí? - Le preguntó extrañada.
Nada, mi marido ha tenido que irse por un asunto urgente del trabajo. No sé que de unos camiones parados en la frontera y pensé que ya que estabais solos podíamos haceros una visita. ¿No hemos interrumpido nada? - Preguntó con una sonrisa maliciosa.
No te preocupes, esta mañana fue la última sesión de sexo, ahora descansábamos. ¿Dónde están los niños?
Se han metido en el cuarto del ordenador... - María paró la conversación y su cara mostró un poco de preocupación. - Quería hablar contigo.
Dime, cuéntame María.
Es por mi Eduardo... es una máquina de sexo y está todo el día, cuando estamos solos, pidiéndome follar o que lo masturbe.
Pero eso te gusta ¿no?
Sí, pero es que ya tengo el chumino medio escocido. - Dijo mostrándose un poco vulgar al hablar. - Su gran polla me vuelve loca, pero estar todo el día zumbando con él cansa un poco. Por eso le pedí que viniéramos aquí, si nos metemos en casa seguro que me pide más guerra.
¿Ya no quieres tener más sexo con él? - Le preguntó Marta.
¡Todo lo contrario! Me pone a cien pensar en tenerlo dentro de mí, pero el necesita más de una mujer para cansarlo... por eso he venido, para pedir tu ayuda. - María hizo una pausa para hacerle una pregunta a su cuñada. - ¿Te importaría que las dos le diéramos sexo para ver si se cansa?
Le preguntaré a Jesús si le importa y quedamos un día...
Yo pensaba en hoy que estamos todos solos. Podríamos quedarnos los cuatro aquí y tener una pequeña orgía en la que pudiéramos disfrutar todos de nuestros sexos.
Por mí no hay problemas, le preguntaré a Jesús. ¿Eduardo está de acuerdo?
No le he preguntado, ha sido una idea que he ido pensando desde que salido de la playa.
Llamémoslos y hablemos todos.
Llamaron a sus hijos y estuvieron un rato hablando sobre el tema. Ninguno puso pegas para pasar la noche entera en una orgía que duraría lo que ellos quisieran. Eduardo era el más entusiasta. El hecho de que su madre le propusiera tener sexo en grupo lo puso cardiaco, poder volver a follar a su tía Marta le producía mucha excitación, llevaba ya tiempo queriendo meter su enorme falo en el interior de ella. Todos se pusieron de acuerdo y los cuatro pasarían la noche en la cama de Marta. Cuando acabaron de hablar, eran ya las nueve y media de la noche. Aún había luz en la calle y las dos madres se pusieron a hacer la cena. Los niños volvieron al ordenador para ver cosas en Internet. Una hora más tarde ellas los llamaron para comer.
La cena fue agradable, todos conversaban y allí estaban los cuatros, compartiendo aquella noche de incesto en el que ellas compartirían a sus hijos y ellos a sus madres. Después de la cena, tras recogerlo todo y descansar un poco, uno tras otro se fue duchando. Primero ellos y después sus madres. A las once de la noche ya estaban todos listos para empezar a tener su primera orgía incestuosa. Ninguno sabía que hacer. Marta propuso que primero se sentaran en el salón y allí verían lo que hacían. Así lo hicieron. Había dos sofás en la habitación y cada madre se sentó con su hijo, mostrando cada pareja el cariño que se tenían. Marta sacó unas bebidas y las puso en la mesa, cada uno se sirvió lo que deseó.
Bueno, y ahora que hacemos. - Dijo Marta.
¿Qué os gustaría? - Dijo María y Jesús hizo un gesto como que le daba igual.
María estaba sentada en el sofá, solamente llevaba puesto una camisa de su hermano Enrique y su hijo estaba acostado boca abajo con la cabeza en su regazo. Le acariciaba lenta y cariñosamente los muslos, subiendo cada vez un poco más. Ella le acariciaba descuidadamente el pelo y abrió un poco las piernas, sin ser consciente de ello, al sentir como la mano de su hijo empezaba a tocar su pelo púvico. Marta y Jesús estaban en el otro sofá. Jesús estaba medio de lado, con las piernas abiertas y su madre estaba sentada en medio, dándole la espalda. Él la abrazaba y acariciaba su barriga levemente. Marta vestía una camiseta y un tanga chiquitín. Eduardo la miraba de vez en cuando para ver su bonito sexo. Marta y Jesús podían ver perfectamente el sexo de María que poco a poco Eduardo iba acariciando con más ganas.
Primo, - dijo Jesús - ¿te gusta el coño de mi madre?
¡Ya lo creo! ¡Me encantaría meterla dentro!
Jesús levantó un poco la camiseta de su madre y bajó la mano hasta llegar a sus bragas. Buscó el filo del tanga y su mano empezó a acariciar su sexo. Marta empezó a ronronear con aquellas caricias y él consiguió separar los labios de su coño y meter un dedo. Sentía su clítoris que empezó a ponerse duro con sus caricias. Empujó su dedo hasta que le entró en la vagina, al momento sintió como los flujos de ella envolvieron su dedo. Marta ahora gimoteaba levemente y sus caderas empezaban a moverse.
Tita, ¿te lo como un poco? - Le preguntó Eduardo a Marta.
¡Siiii! - Respondió ella en una mezcla de afirmación y gemido.
Eduardo se levantó y se arrodilló a los pies de ella. Jesús quitó la mano para que su primo pudiera trabajar. Marta miró como su sobrino apartaba la diminuta tela que cubría su bonito coño y, abriendo su rosado coño, metió su lengua para lamerlo. Dio un grito al sentir como la lengua de él empezaba a viajar por aquella lujuriosa raja, subiendo, bajando, chupando en su endurecido y excitado clítoris para arrancarle gemidos. Marta puso una mano en la cabeza de su sobrino para acariciarle el pelo, el otro brazo lo lanzó hacia atrás para rodear el cuello de Jesús y ofrecerle su boca. Su hijo aceptó el ofrecimiento de su madre y hundió su lengua en su madura boca. Marta estaba en la gloria gozando de los dos niños.
- ¿Me vais a dejar sola? - Dijo María desde el otro sofá.
Jesús y Marta separaron las bocas y él le hizo una señal con la mano para que se acercara a ellos. María se arrodilló a la altura de él y le ofreció su boca. Comenzaron a besarse y ella comenzó a acariciar una teta de Marta que la miró. Entonces los tres empezaron a besarse, uniendo las tres bocas y entrelazando sus lenguas. Eduardo lamía el coño de su tía que no paraba de lanzar flujos. Ahora lamía su clítoris y dos dedos entraban en su vagina para masturbarla. María se abrió la camisa y sacó sus poderosas tetas. Ofreció una a Jesús que mamó con gran pasión y la otra la cogió Marta para hacer lo mismo que su hijo. La mano que Jesús tenía más cerca de su tía empezó a acariciar sus muslos, buscando su sexo para masturbarlo. Y así lo hizo, al momento María se retorcía al sentir como las bocas de la madre y el hijo le mamaban los pechos y los hábiles dedos de Jesús penetraban en su raja, buscando su clítoris y su vagina. Era una música excitante escuchar el dúo que hacían las dos madres con sus gemidos. Ellas gemían mientras sus hijos las acariciaban para darles placer.
Eduardo sintió como su boca se llenaba de una gran cantidad de los flujos que Marta lanzó al sentir un gran orgasmo. María le ofrecía su lengua a la vez que ella gemía de placer y con gran esfuerzo sacaba su lengua para corresponder a su cuñada. Jesús sentía como sus dedos estaban totalmente mojados dentro de la vagina de su tía. La polla de éste se clavaba totalmente endurecida en la espalda de su madre. Eduardo se incorporó y se quitó toda la ropa, se colocó entre las piernas de su tía y agarró su polla para penetrarla.
- ¡Para cariño! - Marta lo paró poniendo una mano en su pecho. - Creo que todos estamos bastante excitados como para follar en mi cama. ¿Vamos arriba?
Eduardo se levantó y ayudó a que su tía se pusiera en pie, la abrazó desde atrás y la acarició lujuriosamente durante el tiempo que tardaron los otros en ponerse de pie. Él era mucho más alto que su tía y tenía que agacharse para pasar su polla por su culo. María y Jesús se levantaron y se abrazaron para empezar a subir tras los otros, Eduardo no dejaba de acariciar y besar a su tía bajo la mirada de los otros.
Entraron en la habitación y Marta organizó todo. Le pidió a María que se colocara en medio de la cama boca arriba y después ella se subió encima, abrazadas comenzaron a besarse. Sus hijos se miraron.
- ¡Vamos, Eduardo, trae tu polla aquí para que tu madre y yo la chupemos! - Dijo Marta. - ¡Jesús, ahí detrás tienes dos coños para que comas!
Y obedecieron como buenos hijos. Eduardo se subió a la cama y de rodillas se acercó a las lascivas madres que se comían a besos para colocar su polla al alcance de sus bocas. Marta la agarró con una mano y empezó a chuparla. María, con la ayuda de su hijo, cogió unas almohadas para que su cabeza quedara más alta y lamió los huevos. Eduardo suspiraba por el placer que empezaba a sentir con las dos. Jesús se fue por los pies de la cama y se acercó a las maduras madres. Allí delante tenía el culo de su madre en pompa, redondo y con aquel coño destilando flujos. María mostraba su raja totalmente depilada, desde el día de la piscina ya lo tenía siempre depilado; su raja también estaba mojada, sin duda las dos disfrutaban con aquello. Metió la cabeza y comenzó a chupar la raja de su tía. Estuvo un rato allí y no quiso desatender a su madre. Se incorporó e intentó lamer el coño de Marta. Por la postura que tenía era difícil, así que se dedicó al redondo ano, pasando su lengua e intentando meter su lengua.
- ¡Oh, que bueno Jesús! - Dijo Marta soltando un momento la polla, momento que aprovechó María para agarrarla y mamarla con ganas.
Jesús lamía el ano de su madre y después pasaba al coño de su tía. Los cuatro disfrutaban de aquello. Marta ya no era una madre incestuosa, no, ahora se había abandonado a los placeres de la carne, chupando la polla de su sobrino, besando por todo el cuerpo a su cuñada, sintiendo a su hijo en las partes más íntimas de su cuerpo. Se había convertido en una lujuriosa madre a la que no le importaba compartir sus fantasías más ocultas con su familia. No sabía como se le había ocurrido besar a su cuñada, pero instintivamente le dio el primer beso y aquello le gustó. No dejó de hacerlo disfrutando de ella.
- ¡Cambiemos! - Dijo Marta. - Eduardo, ¿Quieres meterle a tu tía esa gran polla? ¡Jesús, trae la tuya para que te devuelva el favor!
Sus hijos se cambiaron sin decir nada. Eduardo se colocó de rodillas como iba caminando detrás de ellas. Veía los dos hermosos coños. Se acercó y los tocó. Agarró su polla con una mano y buscó la entrada de Marta. Pasó su glande por allí hasta encontrar su entrada. Empezó a empujar y poco a poco metió su glande en el húmedo coño. Marta y María ahora mamaban la polla de Jesús. Al igual que antes se alternaban en chupar el glande, dándole grandes chupadas que arrancaban gemidos del chaval. Marta paró un poco al sentirse inundada por la gran cantidad de carne que le estaba metiendo su sobrino. Ahora comprendía el cansancio que sentía María al tener tanto tiempo dentro de ella la enorme polla de Eduardo. Se alegró de que Jesús la tuviera algo más pequeña.
Eduardo empujaba aquel ariete contra su tía que no paraba de chillar intentando mamar a su propio hijo. Estuvo un buen rato follándola hasta que consiguió arrancarle un estrepitoso orgasmo que ella mostró con grandes gemidos. Sacó su polla y Marta cayó exhausta encima de su cuñada. Eduardo la empujó un poco para que le dejara llegar al coño de María. Buscó la postura para clavarle su polla y, aunque no podía meterla entera, entraba lo suficiente para darle placer a él y a su madre.
¡Necesito meterla, mamá! - Suplicó Jesús.
¡Pues ven y prueba a tu tita María! - Contestó su tía que estaba siendo follada por su hijo. - ¡Saca la polla de mí y sigue con tu tía! - Le pidió a Eduardo.
Todos se recolocaron en la cama. Marta se tumbó a un lado boca arriba con las piernas abiertas y el coño bien mojado. Eduardo la buscó y se metió entre sus muslos, empezando a besar su redonda barriga y subiendo poco a poco, hasta llegar a sus tetas para lamer y mamar sus pezones. Ella se retorcía de placer y sentía muy cerca de su raja aquella polla que en breve le estaría dando tanto placer. Él subió un poco más hasta llegar a su boca, la besó y movió sus caderas; la polla entró despacio en el dilatado coño de su tía. Sólo tuvo que empujar suavemente y la tenía clavada entera en ella; sintió como las uñas de su tía se clavaban en su espalda al sentirse penetrada con tanta polla. No dejó de moverse, cada vez más rápido, para hacer gozar a su deseada Marta.
María hizo que Jesús se pusiera en el otro lado de la cama boca arriba. De rodillas, se acercó a la polla y le dio unas cuantas chupadas y después se subió sobre él para clavársela en su maduro coño. Él la tocaba por todas partes, su culo, su cintura, sus enormes tetas que se bamboleaban al ritmo que ella le cabalgaba. Ambos gozaban de aquel polvo. Dobló la cabeza para mirar como su polla era tragada por el coño de su tía. Aparecía y desaparecía una y otras vez, arrancando gemidos de su madura y caliente amante. Miró a los ojos de ella que los mantenía cerrado gozando de las penetraciones; le llamó la atención las tetas que se movían. Agarró una y la sostuvo para que su boca empezara a mamar de ella, la otra mano la puso en su redondo y hermoso culo.
Ahora el dúo que hicieron las madres en el salón no fue nada comparado con el cuarteto que hacían en la cama. Todos gemían y se decían cosas obscenas para estimularse y gozar. En la habitación todo era lujuria, todos follaban, todos gemían y sobre todo, todos gozaban de aquel su primera noche de orgía donde se intercambiaban madres e hijos a placer, haciendo gozar a todos.
Marta estaba muy cerca de tener el orgasmo, pero necesitaba cambiar de postura. Pareció como si las dos mujeres se hubieran puesto de acuerdo. Ambas pararon de follar y le pidieron a sus amantes que les dieran por detrás, a cuatro patas. Así sonrieron al ver como los cuatros cambiaban de postura de nuevo. Las dos se pusieron con el culo en pompa y sus pechos pegados a la cama para ofrecerles sus coños a los hijos. Jesús se acercó a su tía y con la polla en la mano buscó su entrada y la clavó de un golpe. Eduardo se acercó a Marta e hizo lo mismo. Las dos madres se miraron mientras gozaban, miraron atrás y podían ver a sus propios hijos gruñendo y empujando en el culo de la otra. Volvieron a mirarse y empezaron a besarse mientras eran folladas.
Marta no podía más, aquellas embestidas de su sobrino la estaban volviendo loca, sentía la polla penetrarle hasta lo más profundo de sus entrañas, sentía que se iba a correr, quería correrse, necesitaba correrse y liberar toda la tensión que acumulaba por la excitación que le producía aquella noche de orgía. De su garganta salió un gran chillido y sus piernas empezaron a temblar al sentir una descarga eléctrica que le recorrió todo el cuerpo con aquel orgasmo. Eduardo no dejó de follarla, todo lo contrario, aceleró para darle aún más placer si es que era posible.
María también estaba sintiendo el comienzo de su deseado orgasmo y cuando escuchó los gritos de placer de su cuñada que distorsionaba su cara con la expresión del placer que estaba sintiendo, liberó su orgasmo y también comenzó a correrse. El cuarteto se volvió de nuevo a dúo. Los chillidos y alaridos de las mujeres tapaban los de sus hijos, que ahora eran más débiles esforzándose en darles placer a sus lujuriosas madres. Un buen rato estuvieron ellas gimiendo, un buen rato estuvieron ellos empujando sus pollas en el interior de aquellos mojados y dilatados coños.
Poco después, Marta y María habían pasado el clímax de sus orgasmos y disfrutaban de las suaves penetraciones de sus machos. Ellos podían ver como de los coños de sus madres caían los flujos producidos por aquellos grandiosos orgasmos. Se miraron y entendieron lo que querían. Casi a lo unísono sacaron las pollas de sus tías y cambiaron de posición para follar a sus propias madres. De ambos coños salió más flujos cuando las hermosas pollas salieron de ellos, de tan calidos lugares. Intercambiaron los lugares y penetraron a sus madres que los recibieron con placer. Las dos pollas entraban y salían con facilidad de ellas pues estaban muy mojadas.
¡Vamos niños! ¡Follarnos hasta que se corráis! ¡Intentad hacerlo a la vez y nos regáis nuestros cuerpos con vuestro esperma! - Dijo Marta con la voz entrecortada por el placer que sentía.
¡Sí, por favor! ¡Queremos vuestro esperma, tenemos hambre de ustedes! - Los provocó María sintiendo como su coño tenía que dilatarse más que antes al entrar la polla de su hijo.
Estas palabras animaron a los dos y se afanaban en empujar para tener su recompensa. Los dos empujaban como animales mientras las madres les decían palabras obscenas para excitarlos y provocarles el orgasmo.
¡Sigue Jesús, taladra el coño de tu madre! - Le pedía Marta.
¡Clava tu gran polla hasta el fondo, Eduardo! - María no se quedaba atrás.
Los gemidos de ellos se intensificaron, se convirtieron en gruñidos de placer. Follaban como si compitieran por ver quién era más macho de los dos. Las pollas entraban y salían a toda velocidad de los maduros y resbaladizos coños de sus madres que gemían y los animaban para que se corriesen.
¡Ya me viene! - Gritó primero Jesús.
¡Me corro! - Añadió después Eduardo.
Sacaron sus pollas y las agarraron con la mano esperando que las mujeres se colocaran para lanzar sus chorros de blanco espermas sobre ellas.
- ¡Sobre nuestras bocas! - Pidió Marta y las dos se tumbaron, pegaron sus cabezas y juntaron sus bocas con las lenguas fuera para esperar sus esperados regalos del interior de las pollas.
Eduardo y Jesús se acercaron con dificultad a las caras de ellas y empezaron a masturbarse apuntando sus glandes para acertar en las bocas que los esperaban. El primer lanzamiento fue de Eduardo. El chorro, el gran chorro pasó por encima de las dos bocas y cayó sobre la cama, pero dejó un rastro de semen que formó una línea desde la cama, pasando por las caras y las bocas de las dos que saborearon aquel primer esperma. Antes de que pudiera echar otro chorro, Jesús lanzó uno. Este dio de lleno en la boca de María, y de seguido el segundo chorro de Eduardo también entró en su boca que estaba hasta arriba de semen. La cerró y tragó su contenido. Jesús siguió lanzando más semen y acercó la punta de su polla para que todo cayera en la agradecida boca de su madre que lo tragaba y saboreaba. Eduardo agarró la cabeza de su madre con una mano y la levantó para que se tragara su polla y toda la leche que quedaba por salir. Dio convulsiones al sentir las chupadas de su madre. Marta se levantó un poco e hizo lo mismo que estaba haciendo su cuñada, tragar todo el esperma que podía echar su hijo. Ambos se tumbaron junto a sus madres para descansar, acariciando sus cuerpos mientras ellas se daban un gran beso en la boca para compartir el esperma de sus hijos, jugando con sus lenguas y saboreando el mezclado sabor del esperma de los dos. Durante un buen rato hablaron entre ellos, besándose entre todos, hasta que después quedaron dormidos en la misma cama, abrazados y cansados de tanto placer.
La luz de la mañana despertó a Marta. Jesús aún continuaba abrazado a ella. María y Eduardo se habían cambiado de postura y ella estaba de lado mirando hacia Marta y Eduardo la abrazaba por detrás con sus genitales pegados al culo de su madre. Era excitante aquella imagen de las maduras acostadas con sus jóvenes amantes. Lo que la hizo asustarse un poco fue el pensar en que su marido se enterara de los que hacían ellos durante su ausencia. Miró el reloj, se levantó y se puso la camiseta de la noche anterior para bajar a la cocina y preparar el desayuno. Poco tiempo después apareció su cuñada y le dio un beso en la boca como saludo. Entre las dos prepararon el desayuno y despertaron a sus incestuosos amantes.
Estuvieron toda la mañana hablando. Ellas de lo que normalmente hablaban y ellos entre juegos y demás. Todo era normal salvo que de vez en cuando se besaban y acariciaban de una forma que no era lo común entre madres e hijos. No tuvieron más sexo en todo el día. Antes de comer se ducharon y tras el almuerzo, Eduardo y María se despidieron hasta otro día. Marta y su hijo quedaron solos. Se abrazaron y se besaron recostados en el sillón, no tuvieron sexo, solamente se demostraban lo mucho que se querían. Pasaron como unas dos horas en las que se demostraban con besos y caricias su amor, hasta que escucharon el coche de su padre en la calle. Se separaron y se volvieron a comportar como una madre y un hijo normales. Nadie sospechó lo que en esa casa había pasado durante aquel fin de semana.