El fin de la humanidad

De cómo la humanidad se extinguió a sí misma.

Introducción

Finalmente, la raza humana ha conseguido quedarse sin futuro. Pero contra todos los pronósticos, no por alguna guerra atómica o bacteriológica, no por alguna despiadada invasión extraterrestre ni por la codicia desmedida de alguna gran corporación.

Ha sido el deseo de venganza de una lesbiana despechada, el que ha determinado la extinción de la raza. Algún lector desprevenido preguntará cómo es posible que un simple acto de venganza de un solo ser pueda terminar con toda una raza. Bien, trataré de explicar los hechos desde el principio, e intentaré ser lo más claro posible en todo el relato. Estas informaciones han salido a la luz entre los pocos hombres sanos que quedamos en el mundo. Estamos refugiados en diferentes zonas montañosas, tratando de establecer vínculos entre todos los grupos para montar una resistencia. Aquí va el relato de lo que sabemos hasta ahora.

Capítulo I

Todo empezó hace tres años, cuándo una científica de un instituto de investigación estatal Argentino decidió declarar su amor a una compañera de tareas, que no sólo la rechazó, sino que la ridiculizó en público ante sus otros colegas. Marta, la científica despechada, cayó en un profundo pozo depresivo, en el que estuvo sumergida durante tres largos meses. En ese tiempo, fue alimentando un deseo de venganza sólo comparable al amor que sentía por Laura, su compañera y artífice de su escarnio.

Aprovechando varias investigaciones y mucho material de estudio, fue montando la venganza que creía más justa, sin saber que eso determinaría el final de la raza humana. Sus conocimientos en virología, sumados al gran bagaje técnico que le había proporcionado su hobby en nanorobótica, la llevaron a desarrollar un virus robótico mutante, cuyas principales funciones serían las de realzar la belleza de Laura, así como la de modificar su preferencia sexual, llevándola a, primero humillarse sintiendo deseos de entregarse a todos los hombres del instituto, para luego desarrollar una profunda homosexualidad, al catalizar el nanovirus en una relación lésbica forzada por el deseo incontenible e insaciable. Poco sabía Marta de la capacidad de mutación que el nanovirus poseía, y de su habilidad para infectar hombres, ni del efecto que tendría en los mismos.

Después de seis meses de desarrollo y pruebas, creía que había conseguido lo que buscaba. Era un virus artificial, con nanotecnología robótica, capaz de infectar y desarrollarse en cuestión de horas. Todas las pruebas de laboratorio con animales habían resultado satisfactorias, al punto que Nina, la chimpancé hembra del instituto, se pasaba el día en ardorosos juegos sexuales con otras hembras de su especie. Marta consideró que estaba lista para hacer la prueba en humanos, y Laura era la conejita de Indias apropiada. Si algo salía mal, Laura tendría de todas formas algún tipo de castigo por su comportamiento. Si todo salía bien, Laura se convertiría en su amante, pero no sin antes haber sido humillada y convertida en la puta del instituto. El único problema ahora era cómo hacer que Laura se infectara, ya que el virus sólo se transmitía por contacto sanguíneo. Marta tenía que encontrar la forma de infectar a Laura, preferentemente sin que se diera cuenta. Estuvo pergeñando un plan durante dos semanas, y finalmente encontró la forma de hacerlo. Fingiría un accidente en el laboratorio, dónde haría que Laura se pinchara con una aguja que contuviera el virus. Decidió que lo haría el siguiente Lunes, y preparó la trampa.

Capítulo II

Laura llegó tarde, como todos Lunes, cuando Marta la llamó para que fuera a ayudarla al laboratorio. Laura fue a regañadientes, pues desde que se le había insinuado prácticamente no le hablaba. Al llegar, Laura encontró a Marta tirada en el suelo con una jeringa en la mano, y con convulsiones que la hacían temblar y retorcerse. Pensó en pedir ayuda, pero Marta la llamó desde el suelo clamando por su ayuda. Laura se inclinó, y cuando intentaba quitar la jeringa de la mano de Marta, ésta se la clavó en el brazo fingiendo un movimiento inconsciente. Laura se apartó, tomándose la herida, y Marta pretendió perder totalmente el conocimiento. A los pocos segundos, fingió despertar, encontrando a Laura parada a su lado, mirándola atónita. Laura le contó lo sucedido, y Marta pretendió no saber lo que había pasado. Le pidió que se quedase unos minutos con ella, para verificar que todo estuviese en orden. Laura así lo hizo, y sirvió dos cafés de la máquina que tenían en el laboratorio.

Pasados quince minutos, Laura percibió que no todo estaba bien, ya que sentía sudores fríos, palpitaciones y un temblequeo en sus piernas. Le preguntó a Marta qué había en la jeringa, y ésta le respondió que sólo había agua destilada. Entonces, Laura le dijo a Marta que iría a su despacho, porque no se sentía bien. Se despidieron, y Marta agradeció la gentileza de su compañera, que permaneció con ella mientras estaba inconsciente.

Cuando Laura llegó a su despacho, su malestar era evidente. Se arrojó en su silla, pensando esperar a que se pasara. A los pocos minutos, se desmayó. En ese momento, Marta entró en la sala, y se quedó observando su obra. Allí estaba Laura, a quién ella amaba y quien la había insultado y rechazado. Estaba inconsciente, y su cuerpo temblaba como una hoja en una tormenta otoñal. A los pocos minutos, los efectos del nanovirus comenzaban a notarse en el cuerpo de Laura. Su rostro se hacía más hermoso, con labios carnosos, ojos bien delineados, su cabello crecía casi imperceptiblemente mientras se tornaba más sedoso y brillante. Finalmente, sus senos comenzaron a crecer, lentamente primero, y rápidamente después, hasta alcanzar unos 100 cm. Sus caderas se afinaron, y su culo quedó redondo y casi perfecto. Marta percibió que era momento de salir de ahí, pues pronto Laura despertaría, así que se cruzó a la oficina de enfrente, y se quedó acechando para vigilar cómo se desenvolvía la infectada.

Capítulo III

Laura despertó, y percibió que su único deseo en ese momento era ser penetrada por cualquiera que pasase por ahí. Su concha estaba empapada, y sólo deseaba sexo salvaje con cualquiera. Salió al pasillo justo cuando el encargado de maestranza pasaba por ahí. Ella lo encaró, y sin decirle palabra, se abalanzó sobre él besándolo y acariciándolo violentamente. El hombre, sorprendido, se dejaba hacer. Ella prácticamente le arrancó los pantalones, y le chupó la pija como toda una puta. Finalmente, se sacó la bombacha y lo montó salvajemente hasta hacerlo acabar. Ella tuvo varios orgasmos, pero parecía no ser suficiente. Se separó de él, dejándolo tirado en el suelo, y comenzó a recorrer los pasillos en busca de más hombres que calmaran su ardor. Encontró a dos estudiantes, a quienes también atacó. Marta la seguía desde corta distancia, pero intentando pasar desapercibida. En eso estaba, cuando notó que algo no estaba bien. El encargado de maestranza, la primera víctima de Laura, se había recompuesto y continuaba con sus tareas. Al pasar al lado de Marcela, la chica de administración del instituto, todo se precipitó. Marta no entendía qué pasaba. Marcela miró al hombre despreocupadamente primero, pero luego con profundidad, y finalmente sus ojos se llenaron de lascivia. Tomó al hombre por la nuca, y se pegó a él en un beso caliente y profundo. El hombre, sin entender nada, comenzó a acariciar torpemente a Marcela, que se dejaba hacer tan sólo respondiendo con gemidos. Finalmente, ella le bajó los pantalones y lo forzó a penetrarla. Marta se dio cuenta que su virus había ido más allá de lo deseado. Volvió corriendo al laboratorio, y comenzó a observar a los chimpancés machos que habían sido los primeros atacados por Nina. Cuándo los juntó con otras hembras, que no habían participado del experimento, vió con terror cómo éstas se abalanzaban sobre los machos, prácticamente forzándolos a penetrarlas. Siguió con sus observaciones, mientras los monos tenían su bacanal. Ella tomaba notas frenéticamente, mientras se preguntaba qué había salido mal. Cuando volvió a observar a los monos, notó que las hembras ya no se acercaban a los machos. ¿Es que ya se habían saciado? Se las notaba muy ansiosas, pero a la vez violentas contra los monos. Entonces, percibió que los machos eran ahora los que iban sobre las hembras, y que éstas, un tanto reacias al principio a recibirlos, finalmente terminaban por aceptarlos y por cogerlos, con desgano al principio, pero con terrible ardor a medida que iban sucediéndose sus orgasmos. Cuando finalmente las hembras dejaron en paz a los machos, éstos cayeron exhaustos en un sueño inconsciente. Marta decidió separar a los machos de las hembras, para continuar con sus investigaciones, y los dejó agrupados por sexo, en jaulas separadas. En ese momento, decidió salir por los pasillos del instituto para ver qué sucedía.

Su sorpresa sólo fue superada por su horror. Marcela, al igual que otras varias mujeres del instituto, estaban desmayadas por los pasillos, temblando y sacudiéndose, mientras se notaba en sus cuerpos el efecto modificador del virus. Laura seguía violando hombres a medida que los encontraba, y las mujeres que aún continuaban conscientes iban entregándose, una a una, a los hombres que habían pasado por Laura. Lo curioso es que Laura no atacaba a hombres que ya hubieran estado con ella. Parecía que no la atraían más de una vez. El comportamiento era exactamente igual al de los monos, así que Marta decidió volver a ver qué había ocurrido en las jaulas.

Esto era imposible. El virus era incapaz de hacer esto. Las chimpancés hembras estaban entregadas a una orgía violenta, con sexo grupal entre todas ellas, algo que la naturaleza del simio no permite. Lo que más la aterró sucedía en la jaula de los machos. Se acercó porque no podía creer lo que veía. Todos los machos habían modificado su anatomía, y su cuerpo era similar al de las hembras. Cuándo se acercó para corroborarlo, vió que ninguno tenía ya pene, sino que todos tenían vagina y tetas. ¡Habían mutado en hembras! Esto no era posible. No había forma de que esto hubiera sucedido. A no ser que el virus hubiese mutado y automodificado su programación

Capítulo IV

Extrajo una muestra de sangre de uno de los machos mutados. Fue hasta el microscopio, y comenzó a observar qué había sucedido. Pasó dos días encerrada en su laboratorio, hasta que comprendió qué era lo que había pasado. La programación del virus era muy compleja, y en su afán de venganza dejó demasiados cabos sueltos. El virus mismo había mutado, y había mejorado su programación para modificar cualquier organismo en el que se infiltrara, convirtiéndolo en una hermosa hembra homosexual, sin más capacidad de raciocionio que la de requerir sexo permanentemente. Ahora los machos mutados en hembras tenían el mismo comportamiento de las hembras infectadas, y todos seguían entregados a ardientes sesiones de sexo grupal entre hembras. Parecían no tener interés en ninguna otra cosa.

Estaba extenuada, y decidió irse a su casa. Salió al pasillo, y no encontró a nadie. Era extraño. El lugar estaba desierto. Un escalofrío cruzó su espalda. ¿Dónde estaban todos? Salió a la calle. El horror se apoderó de ella. En estos dos días, las mujeres infectadas habían alcanzado el punto de rechazo de los hombres portadores del virus, y salieron a la calle a buscar más víctimas. Sólo bastaron dos días para que el barrio se hubiese convertido en una zona de sexo desenfrenado. Las mujeres sanas se entregaban sin pudores a los hombres portadores. Las mujeres infectadas atacaban a los hombres sanos, que no entendían que pasaba. Pero las mujeres eran demasiado hermosas para rechazarlas.

Corrió a su casa. Cuando llegó a su edificio, vió como varias de sus vecinas tenían sexo con hombres por los pasillos. Sin dudas, el virus se había esparcido muy rápidamente. Se encerró en su departamento y encendió el televisor, para obtener más información de lo que estaba sucediendo. Algunos canales de noticias locales, de los que transmiten 24 horas, parecían canales porno, con gente cogiendo delante de las cámaras sin importarle nada. Sólo en uno de ellos, que transmitía desde otra ciudad, daban cuenta de lo que sucedía en Buenos Aires. Nadie podía creer ni entendía qué estaba sucediendo. Retransmitían imágenes de mujeres que se entregaban a hombres en programas de cocina, de entrevistas, noticieros, y hasta programas infantiles. La ciudad parecía tierra de nadie, con todos cogiendo por todos lados.

Marta se sentó al borde de su cama y comenzó a llorar desconsoladamente. No sabía qué hacer. Finalmente, se recompuso y decidió salir a buscar a Laura, para intentar hablar con ella, y llevarla a algún lugar donde fuera posible desarrollar un antídoto.

Capítulo V

Fue hasta la casa de Laura, pero no la encontró. Cuando bajaba por el ascensor, al pasar por el tercer piso, escuchó gritos y gemidos. Forzó la parada del ascensor y se bajó. Siguió los ruidos, hasta el departamento del fondo. La puerta estaba entornada. La abrió y se quedó contemplando el cuadro. Laura estaba lamiendo la concha de otra mujer hermosa, mientras tenía la cabeza de una tercera entre sus piernas. Todas parecían disfrutar sin importarse mucho con la presencia de Marta, que se acercó casi por instinto a Laura. Todas se detuvieron y la miraron. Laura se paró y se acercó a ella. La tomó en sus brazos, y la besó violentamente, introduciéndole la lengua en su boca. Marta había deseado esto desde hacía mucho, pero no quería que fuera así. De todas formas, su concha se fue humedeciendo a medida que las expertas caricias de Laura la hacían estremecerse. Si seguía así, pronto olvidaría que su intención era llevar a Laura a donde pudieran desarrollar un antídoto. Laura era muy atractiva. Sus tetas eran hermosas. Sus caricias la excitaban hasta el éxtasis. En pocos minutos, Marta estaba fundida en besos y caricias con Laura, mientras las otras dos mujeres hacían un violento 69 entre ellas. Laura la empujó al piso, le arrancó la pollera y la bombacha y comenzó a chuparla como toda una experta que había aprendido a ser en estos dos días. Marta la dejaba hacer, y rápidamente llegó al orgasmo. Quiso separarse de Laura, pero ésta no la dejó, y la puso en posición para hacer ellas también un 69. Marta puso su mente en blanco y se dejó llevar. Finalmente, tenía a Laura donde siempre la había querido. Estuvieron así durante dos horas. De pronto, Laura se separó de ella, y se juntó a las otras mujeres. Marta quiso ponerse de pie. Pero sus piernas temblaban, y transpiraba frío. ¡¡¡¡NO!!!! ¡Se había infectado ella también! ¿Quién haría el antídoto ahora? ¿Quién impediría que esto se fuera de control y el mundo entero se contagiara? En ese momento, se desmayó.

DIARIO DEL FIN

Fue sólo cuestión de pocos meses hasta que el mundo entero estuviera infectado. Pocos éramos los que habíamos resistido la tentación de cogernos una de esas diosas ardientes que andaban por ahí. Ya al final, cuando un hombre sano salía a la calle, no duraba ni diez metros. Era salvajemente violado por hordas de hembras en celo, que lo chupaban, lo montaban y luego lo dejaban tirado, para que mutara en otra hembra salvaje. Así, fuimos buscando refugio en lugares remotos. Sólo quedamos tres mil, escondidos en cuevas y alimentándonos de lo que podamos cazar. No tenemos infraestructura, ni tecnología ni esperanzas. Ya no existe la reproducción, por lo que la continuidad de la raza está terminada. Sólo seguimos en el esfuerzo de establecer una red entre nosotros para que podamos desarrollar un antídoto, aunque sabemos que seremos tres mil hombres contra siete mil millones de mujeres. Va a ser una tarea ardua.

En los últimos días, han surgido inquietantes rumores de hordas de mujeres salvajes atacando centros de refugiados sanos. Hemos perdido el contacto con ellos. No responden. Uno de los centros atacados está a sólo 100 km. de aquí, pero estamos temerosos de enviar un grupo a investigar. Existen muchas chances de que nunca vuelvan, o que vuelvan mutados en hembras ardientes y salvajes. Algunos de los hombres están flaqueando y quieren irse a enfrentar a las hembras. Creo que se han dado por vencidos.

Hemos decidido entre todos enviar un grupo de cuatro hombres para investigar qué sucedió en el centro más cercano. Hemos perdido contacto con otros cuatro centros del mundo. Ya somos muy pocos. Casi no quedan esperanzas.

Han pasado dos semanas. El grupo de avanzada no ha regresado, ni tenemos noticias de ellos. Tenemos la certeza de que sucumbieron ante las hembras salvajes. Además, hemos notado movimientos en los alrededores. Tememos un ataque de hembras en celo. Ya hemos perdido contacto con otros dos centros. Sólo siete quedan activos. La moral de los muchachos está diezmada. Algunos se han ido, presumiblemente a entregarse a sesiones de sexo salvaje con estas diosas, aún a sabiendas que en poco tiempo ellos también serán lesbianas salvajes.

Hoy recibimos un ataque que pudimos repeler, aunque cuatro de los muchachos han sido infectados. Los tenemos aislados, pero ya están mutando en hembras.

Los cuatro se han convertido en diosas impresionantes. Se pasan el día lamiéndose y chupándose entre ellas. Algunos de los sanos las miran con lascivia, y ellas lo saben. Provocan permanentemente. Se hace cada día más difícil resistir. Sólo mantenemos contacto con otros dos centros. El resto ya no responde.

Varios de los sanos se han sumado a las cuatro hembras. Ya son doce, y las orgías tienen una intensidad que impresiona. Muchos nos sentamos a observar las maratónicas sesiones de sexo que tienen, y algunos se masturban observando.

Nos ha costado detener a varios que quieren sumarse, aunque todos hemos visto cuán rápidamente te convertís en una lesbiana descontrolada. No estamos seguros de cuánto más podremos resistir la tentación. Espero poder seguir escribiendo, aunque me pajeo cuatro o cinco veces por día, viendo a estas cien potras cómo se cogen entre ellas. Me da envidia, y quiero participar. Sólo quedamos cincuenta.

Ya sólo somos veinte, y decidimos liberarlas a ellas y tratar de escapar. Aunque estoy convencido que más de uno se dejará atrapar.

Yo tenía razón. Joaquín y yo hemos quedado solos y estamos escondidos en el bosque. Permanentemente se escuchan gemidos y respiraciones por todos lados. Mi calentura hace que me pajee diez veces por día, mientras que Joaquín lo hace más veces. Nos turnamos para dormir porque tememos un ataque si dormimos al mismo tiempo.

Hoy desperté y Joaquín había desaparecido. Ayer me dijo que no podía aguantar más la calentura. Creo que se entregó. No se qué hacer. Creo que ya no me quedan fuerzas para resistirme. Además, las veinte pajas por día me dejan exhausto. Sólo puedo pensar en esa orgía de hembras hermosas que estuve presenciando durante tanto tiempo. Quiero ser una de ellas. Quiero tener una concha y ser chupada por muchas diosas. Creo que yo también voy a entregarme

FIN