El Faro

Un fin de semana de expedición se convierte en el encuentro de dos jóvens con el sexo y el amor.

No fue muy planeado. Surgió la idea en una charla entre mates, mientras estudiábamos los tres, una miércoles por la tarde. Nos habíamos reunido para prepararnos para un exámen de física. Aunque los tres no teníamos demasiados problemas con la materia, no estaba demás hacer un repaso. Y ahí surgió la idea.

-Podríamos pasar el fin de semana en el Faro, ¿No? – Se le ocurrió a Marcelo, como al final de la charla sobre qué hacer para que ese fin de semana de principios de diciembre,sea distinto a los demás.

-Conseguimos una carpa, llevamos comida y pasamos el sábado y el domingo en los bosques del Faro, al lado del mar- Terminó de cerrar la idea, mirándonos con entusiamo.

-¡Yo me anoto!- Grité enseguida

-¡Yo también!- se apuró Fernando.

El Jueves, superado con éxito el examen porla mañana, no encontró a los tres, por la tarde en una corrida para conseguir lo necesario, acaparar comida y averiguar lo que más pudiéramos sobre el Faro, qué había allí y qué hacer durante esos dos días. El Faro queda a 6 kilómetros del último punto habitado de la ciudad, caminando por la playa. Es una especie de páramo en medio de las dunas. Un bosque frondoso, a 300 metros del mar rodeaba al Faro, que en medio de aquellas dunas y médanos, levantaba sus 58 metros hacia el cielo y mirando al océano. A su lado, un destacamento de Prefectura, con un oficial a cargo, una batería de baños y un quincho de usos múltiples, terminaban de formar la escasa infraestructura del lugar, que ya no cumplía su función específica, sino que era visitada como atractivo turístico. Pero todavía no era temporada alta, así que disfrutaríamos de la soledad de aquel lugar a nuestras anchas.

Los llamados por teléfono, los encuentros a apurones para tener todo listo, las caravanas de casa en casa para tener los permisos de nuestros padres y los últimos detalles de la "aventura", llenaron las horas de ese Jueves. Ya bien entrada la noche, en el garage de mi casa, donde habíamos centralizado las operaciones, nos encontramos para decidir la salida. Creímos mejor hacer más extensa nuestra expedición, saliendo el viernes a primera hora de la tarde, ni bien volviéramos del colegio. Marcelo hizo un gesto de fastidio y nos explicó que el viernes por la tarde tenía que ir al dentista, y como este atendía en nuestra ciudad dos veces al mes, era imposible faltar. Las ganas de los tres y el querer que todo salga bien para todos solucionó el problema: Fernando y yo saldríamos el viernes por la tarde con la mayoría de las cosas para acampar, armaríamos la carpa, pasaríamos la noche y esperaríamos a Marcelo que llegaría el sábado antes del mediodía. Con todas las expectativas, nos despedimos y nos fuimos a dormir.

De más está contar lo que me costó conciliar el sueño. Iba a ser realmente un fin de semana distinto. Con mis 17 años, el estudio, el trabajo en temporada y las obligaciones familiares, absorbían la mayor parte de mi tiempo y lo mismo le sucedía a Marcelo y Fernando. Iba a ser la primera vez que saliéramos y estuviéramos solos tanto tiempo. Y a eso sumado lo exótico de nuestra excursión. La soledad de aquel lugar y su extraña belleza, daban a esta salida y a nuestra edad, un toque especial.

El viernes amaneció como nunca: El sol despuntó temprano y ya camino al colegio contaba los minutos que faltaban para llegar a las 14.00 horas, hora fijada para emprender nuestra salida hacia el Faro. Durante la mañana no paramos de hablar y soñar con nuestra excursión, varias veces nos llamaron la atención por estar hablando ó por estar "en otro mundo". Finalmente sonó el timbre que daba fin a la semana escolar. No me daban los pies ni el tiempo para llegar a casa, comer a los apurones, cargar el auto, apurar a mi padre para que lo pusiera en marcha, pasáramos a buscar a Fernando por su casa y nos llevara hasta donde termina la villa. Desde allí, seguiríamos a pie hasta el Faro.

Y así nos encontró la tarde que recién comenzaba: caminando por la arena húmeda de la playa, un poquito alejados del mar y divisando, a lo lejos, la silueta del Faro. A paso lento, con los equipos de mochilero a cuesta. Parábamos de a ratos, veíamos cada vez con más ansias nuestro punto de llegada. Marcelo llamaba a mi celular a cada rato apara saber cómo íbamos, cosa que nos atrasaba. Y el sol permanecía resplandeciente sobre nosotros. A poco rato fue tiempo de sacarnos las remeras, ya que pegaba fuerte sobre nuestras espaldas y nos hacía transpirar. Y en una de las paradas, no aguantamos más el calor y nos metimos al mar. El agua estaba fría, pero cumplió con lo que queríamos: que nos refrescara un poco. Con los shorts mojados y sin remera, al cabo de un tiempo, llegamos al límite del bosque que rodeaba al Faro, gritando y festejando, pues ya estábamos en nuestro destino. Antes de seguir, dejamos nuestras cosas sobre la arena para admirar desde afuera el paisaje que nos albergaría durante dos días. Llamamos a Marcelo y a nuestras casas para avisar que habíamos llegado y estábamos bien.

Nos adentramos en el bosque, buscamos la parte construcciones, que estaban pegadas al Faro. Era un espectáculo imponente, se erguía con solidez hacia una altura que parecía increíble. A un costado el destacamento de prefectura en el que no vimos a nadie. Fuimos hasta la entrada y vimos un pequeño cartel "Fuera de servicio hasta diciembre. Instalaciones abiertas. Cuide este espacio. Es suyo"

¡Ya lo creo que iba a ser nuestro!. Dejamos las mochilas en un claro entre el quincho y la batería de baños y nos dispusimos a reconocer el lugar. Entramos a la base del Faro, vimos la escalera acaracolada, con sus 274 escalones con baranda que, pegada a la pared, terminaba en la torre del Faro propiamente dicho. Recorrimos los alrededores y comprobamos con alegría y satisfacción que había de todo: Duchas, servicios bien instalados y limpios, el quincho tenía parrilas, mesas y bancos de material y el agua salía de duchas y canillas limpia, clara y medianamente tibia, pues el sol daba de lleno en el tanque.

Decidimos no armar la carpa. Nos instalaríamos en el quincho , que era bastante grande y estaba protegido. Era de material, rectangular, de unos 15 metros de largo por otros 8 de ancho. Sobre una de las paredes estaban las parrillas y a su lado una pileta y mesada. Las mesas ybancos ocupaban el centro. Los dos costados eran de material, y los otros dos estaban protegidos por una gruesa cortina de lona transparente, para frenar el viento. ¡Era ideal!. Dispusimos rápidamente los elementos que habíamos llevado para comer, acomodamos las finas colchonetas al lado de una de las parrillas, dejando bien delimitado el lugar. Luego fuimos a juntar leña para hacer fuego y tener provisión para los días que nos quedaríamos allí. Fue fácil, pues el bosque era generoso en ese sentido. No dejábamos de maravillarnos por el lugar. El silencio lo invadía todo, solo se escuchaba el Prendimos fuego, calentamos agua y tomamos mate, mientras seguíamos embobados con el silencio y la soledad de aquel lugar. Yo saqué de mi mochila un libro y me puse a leer, vicio que heredé de mi familia. Leo cada rato que tengo libre, sea la hora que sea y, sin importar la hora, siempre un rato antes de dormir. La paz alrededor nos fue invadiendo a Fernando y a mí, que no hablabamos, sino que disfrutábamos de eso que el lugar nos daba: Una absoluta paz y tranquilidad. Así vimos como iba cayendo la tarde y antes que anocheciera, Fernando, mientras alimentaba el fuego de la parrilla, anunció:

  • Voy a ducharme, así me saco ela transpiración y la sal del cuerpo. Sino, más tarde, me va a dar frío.-

  • ¡Dale, yo también! – dije. Dejé el libro, saqué el toallón de mi mochila. Fernando hizo lo mismo y, llevando el celular, nos fuimos hacia la batería de baños. Los dos en shorts y sin nada arriba. Como nos criamos y crecimos juntos, nuestros cuerpos no nos llamaban la atención. Mientras caminábamos hacia los baños, solo pude apreciar que había crecido un poco más que yo. Me llevaba en altura dos ó tres centímetros, llegando casi hasta 1, 70, pero su espalda estaba más formada, los músculos se marcaban en detalle en su pecho, brazos y espalda. El pelo negro que llegaba hasta casi sus hombros, atado con una colita, daba marco a su cara aún adolescente, en la que se destacaban sus ojos azules oscuros y unas pequeñas pecas alrededor de la nariz. Yo, aprecié ese detalle: el había crecido un poco más que yo, pero no quedaba en desventaja. Mi espalda era un poco más estrecha, pero por muy poco y ya se notaba el surco de los músculos en mi pecho y brazos. Mi pelo tenía casi el mismo largo, solo que el mío era castaño claro, también sujeto con colita. Y mis ojos eran de color verde.

Llegamos a las duchas. Nos seguía sorprendiendo lo limpio que estaba todo. En una de las paredes estaban sujetos los percheros, un banco largo y luego cuatro duchas, sin división. Nos sacamos los shorts y quedamos desnudos sin pudor, pues como dije, nos hemos criado y crecido juntos, casi como hermanos. Ahí noté otra diferencia: Fernando se había desarrollado en otra parte más que yo. Al darse vuelta una vez que se quitó el short, dejó ante mi vista un pene que, por lo poco que sabía, era fenomenal. Fláccida como estaba, parecía una mamadera tanto en largo como en ancho. No pude menos que admirar, ya que si bien yo sabía que yo estaba bien armado con lo mío, aquello era descomunal.

-¡Epa con lo que cargás, Fer! – dije, entre risas. El sonrío y finalmente rió. Nos metimos en las duchas, dejamos que el agua, aún tibia pero no tanto, sacara los restos de sal y transpiración de nuestros cuerpos y salimos a secarnos. Yo no dejaba de pensar en las dimensiones del aparato de Fernando y compararlo con el mío, cosa que me dejó cierta inquietud. Nos atamos los toallones a la cintura y así empendimos la pequeña caminata hasta el quincho, mientras contemplábamos el crepúsculo sobre el mar, que quedaba a nuestro frente.

-¿Vemos el atardecer frente al mar? – preguntó

-Dale- contesté. Y así lo hicimos. Nos sentamos a metros de la orilla, con nuestras toallas atadas a la cintura y contemplamos como el sol desaparecía. La temperatura había bajado un poco, pero todavía estaba agradable. Fue un espectáculo único. Al rato de estar sentados, comenzamos a tirarnos arena y aquello terminó en una lucha de cuerpos sobre la arena que hizo que terminarámos los dos desnudos, pues nuestros toallones cayeron y llenos de arena sobre los cuerpos. Sentí varias veces el roce del pene de Fernando sobre mis piernas, muslos, e incluso una de las veces, sobre mi pecho y esto me hacía estremecer, sin entender muy bien por qué, pero hacía reaccionar a mi propio pene que respondía con un a leve erección.

Sin hablarnos, y a los gritos de alegría, corrimos al mar, y nos dimos una zambullida. Lo frío del agua hizo bajar toda temperatura del cuerpo. Salimos rapidamente y a la carrera y desnudos, volvimos a las duchas, donde nuevamente nos quitamos con el agua, la sal y restos de arena del cuerpo. No podía evitar mirar a Fernando mientras refregaba su cuerpo con los ojos cerrados. El fino vello era más oscuro que su pelo, llegando hasta casi un color azul y coronoba ese soberbio instrumento. Era agradable verle, con su cuerpo blanquecino y bronceado suavemente en los brazos, por efecto del sol. Estaba fuerte, con unos pectorales desarrollados, aunque sin exagerar, donde llamaba la atención, la inexistencia de vello. Los brazos y las piernas sobre todo daban cuenta de la fuerza con que se estaba desarrollando. El vello de las piernas, no era muy abundante, negro y le daba un atractivo especial.

Estuve mirándolo mientras nos duchábamos, sin entender aún la inquietud que me invadía ante la visión de la desnudez magnífica de mi amigo de la infancia. Y mientras yo dejaba correr el agua sobre mi cuerpo, con los ojos cerrados, al abrirlos noté como Fernando desviaba la mirada. No lo pude asegurar, pero juraba que me estaba mirando con la misma intensidad con la que yo lo había contemplado a él.

Sacudimos los toallones que aún tenían residuos de arena por la lucha para secarnos y atándolos nuevamente a la cintura, nos fuimos al quincho. El fuego aún estaba vivo y lo alimentamos con más leña. Ninguno de los dos, hizo amague de vestirse, como si fuera lo más natural, quedarnos solo con los toallones. Yo seguí con mi libro, embelesado por el silencio solo inerrumpido por el crepitar del fuego, el sonido del mar y los movimientos de Fernando, que empezó a desempaquetar las alimentos para ver que cenaríamos. La escasa luz del fuego no alcanzaba para alumbrarnos, pero así seguimos un rato, en penumbras. De a ratos yo quitaba mi atención del libro y detenía la mirada en Fernando, en su cuerpo y en la abertura de la toalla que, con sus movimientos, de a ratos dejaba ver su tesoro, quedando al descubierto su magnitud. Prendimos el sol de noche que habíamos llevado, dejándolo al mínimo y esto daba una extraña iluminación al lugar, dando un ámbito de luz a su alrededor y . luego todo sombra y oscuridad.

Fue hora de ponernos algo e ropa, pues ya se sentía el fresco de la noche y aproveché para ponerme otro short. Al quitarme la toalla, de espaldas a mi amigo, sentí su mirada sobre mi cuerpo y al darme vuelta, aún desnudo de la cintura para abajo, pude comprobar que así era. Me miraba con un gesto y atención tal como yo creo que eran los míos al mirarlo a él. Esto duró un segundo, y hubo cierta incomodidad en los dos, que se disipó al continuar cada uno con lo suyo. Al poco rato fue mi oportunidad, al quitarse él la toalla, de contemplarlo, descubriendo que su miembro delataba una pequeña erección, irguiendo y agrandando esa masa de carne. No llegó a descubrime mirándolo, pues el libro que continuaba leyendo, servía de escondite a mi mirada.

Sonó el celular, y era Marcelo. Contó que la había pasado bastante mal en el dentista, ya que le habían encontrado un problema en una de las muelas y el dentista tuvo que anesteciarlo, usar el torno y hacerle varias cosas para terminar el arreglo. Se sentía mal, tenía la cara hinchada y le dolía la muela como nunca había sentido. Pero confiaba que en la noche esto iba a calmar para juntarse con nosotros al mediodía del día siguiente. Bromeamos con él, le contamos lo espléndido del lugar y lo que se estaba perdiendo y así, cortamos la llamada. Yo apagué el celular para cuidar la batería.

Ya era hora de pensar en la cena y Fernando se propuso para hacer unas hamburguesas que habíamos llevado, a la parrilla. Yo preparé, con las escasa cosas que llevamos, la mesa y al poco rato estábamos comiendo. Charlamos largamente sobre cosas de la escuela, compañeros, cosas que pasaban en nuestras casas. Lentamente se fue diluyendo la charla y nos pusimos a levantar los restos de la comida y limpiar lo que habíamos usado. Yo me puse a leer y Fernando acomodó las colchonetas juntas al lado de la parrilla y se tiró a descansar.

-No tendrías que usar tanto el sol de noche, nos vamos a quedar sin carga. – me dijo.

-Tenés razón- contesté. Cerré el libro, apagué el sol de noche y me dirigí hacia las colchonetas. No quedaba todo a oscuras, ya que el poco fuego alumbraba, aunque muy escasamente. Me acosté al lado de Fernando y charlamos otro rato. Nuestros cuerpos se rozaban levemente. Sentía el contacto del vello de sus piernas contra las mías. Los dos estabamos en shorts y remeras, recostados, boca arriba, uno al lado del otro, tenuemente alumbrados por las brasas de la parrilla. Un temblor me recorrió el cuerpo por el contacto de nuestros cuerpos, pero hice lo posible para pasar por alto la reacción, hablando sin parar, riéndome junto a mi amigo.

No sé en qué momento me quedé dormido, y tampoco qué hora era cuando desperté, con algo de frío. Me costó un poco ubicarme donde estaba. Las pocas brasas y la respiración de Fernando a mi lado, me ubicaron. A tientas me levanté y agarré una manta que, por precaución, había dejado en uno de los bancos. Volví a nuestra improvisada cama y estiré la manta de tal manera que nos tapara a los dos. Tapado, giré mi cuerpo hacia la parrilla, dándole la espalda a Fernando, para ver los últimos destellos de las brasas mientras recuperaba el sueño nuevamente. Inmendiatamente y entre sueños, Fernando se giró hacia mi lado, acercó su cuerpo al mío, y pasó su brazo sobre mi cuerpo, que quedó cerca de mi pecho. Me quedé paralizado. Sentía su respiración cerca de mi nuca, su pecho practicamente estaba pegado a mi espalda, sus piernas se pegaban a las mías y su mano casi tocándome el pecho. Mi corazón latía alocado. No sábía de donde provenían todas las sensaciones, desconocidas para mí, que, de pies a cabeza me generaban un temblor interno difícil de controlar. La sensualidad de la cercanía de nuestros cuerpos, la imagen grabada a fuego en mi mente de lo que había visto esa tarde, la respiración de alguien a mis espaldas, el roce de sus vellos con los míos, me daban una agradable sensación y eso me ponía algo incómodo, confuso, y a la vez protegido, contento . Algo nuevo estaba despertando en mí, sin poder definirlo con claridad, y era producido por la cercanía de Fernando.

Tratando de controlarme intenté dormirme, cuando siento que Fernando achica la casi nula separación de nuestros cuerpos, acercandose a mi hasta quedar los dos cuerpos encajados en forma perfecta, en cucharita. Todo mi cuerpo se sacudió por el torrente de excitación que me produjo el estar pegados, sentir que no había nada que nos separara, excepto nuestra escasa ropa. Y lo más extraño para mí fue el placer producido al sentir apoyado bien en el centro de mis nalgas, el tremendo aparato de mi amigo. Lo sentía realmente e imaginaba su tamaño, su forma y como se adaptaba a la curva de mi raya. Quizás fue aquí donde se esfumó toda confusión ó sensación de incomodidad. De repente me sentí gozando de ese momento, de los cuerpos uniéndose bajo la manta, de la respiración ritmica, de dormido, del aliento que sentía bien cerca de mi oreja, las piernas en una unión perfecta y ese descomunal paquete acomodado en la raya de mi trasero.

No pude dormir. Pero aún así, no puedo decir con exactitud como empezó todo. Si fue que mi exitación hizo que empujara hacia atrás de a poco mi trasero para que se apretara más contra aquella grandiosa barra de carne ó, ya no tan dormido, Fernado empezó a presionar, delicadamente y sin apuros, su pelvis hacia mí para que su pene se pegara cada vez más a mi culo. Pero fue lo que pasó. Y sin apuros, lentamente, con movimientos casi impeceptibles, pidiendo permiso, concediendo y avanzando. Y dando paso a nuevas cosas: Mi pene que comenzo a levantarse producto de la excitación, el pene de Fernando que se ponía más duro, más grueso y agresivo, lo podía sentir agrandándose y apretarse cada vez más solido contra la raya de mi culo. Y el movimiento, primero imperceptible, luego tomando ritmo de a poco, imitando un mete y saca, un refriegue de nuestras partes; la mano de Fernando que se apoyo definitivamente sobre mi pecho y, a pesar de la remera, acariciaba mis tetillas, pasando de una a otra, bajaba a mi vientre y volvía al pecho para recomenzar. Sin poder creerlo, empecé a responder al movimiento, al refriegue y a las caricias, primero timidamente y dejándome invadir por la sensualidad que tenía el momento, abandonado a lo que sentía; luego con más intensidad a medida que Fernando aumentaba su refriegue, sus embestidas. Mi trasero respondía al roce, buscaba presionar cada vez más ese pene, mi mano se posó sobre la de mi amigo y la acompañaba en el recorrido de mi cuerpo. Creí que iba a eyacular en ese mismo momento y sin haberme tocado.

Fernando agarró mi mano y tiró de ella, en una clara señal de que me volteara hacia el. Así lo hice y ni bien me acomodé, en la ya oscuridad absoluta del lugar, sentí el tibio roce de sus labios contra los míos y su mano que avanzaba debajo de mi remera hacia mi pecho para llegar a las tetillas. Se separó un segundo, no nos podíamos ver, pero nuestras respiraciones agitadas mostraban y decían todo. Yo tomé la posta y acerqué mis labios a los suyos, devolviendo el roce que fue más fuerte esta vez y que, de poco, dió paso a un beso de labios cerrados al principio para ir lentamente abriéndolos, búscandose y convertirse en un largo, profundo y dulce beso. Las lenguas se buscaban, no con frenesí, sino con una pasión al principio mansa, dulce, pidiendo permiso, aceptando y devolviendo, acompañando a las caricias sobre que ya los dos nos regalábamos mutuamente.

Mientras continuábamos besándonos, su mano fue bajando por mi pecho y de metió sin dificultad dentro de mi short, y se detuvo a acariciar mi vello pubiano. Yo lo imité y pude sentir en mis dedos, en mi mano, la lisura de ese cuerpo joven, adolescente como el mío que respondía a las caricias. Al llegar a su pubis la lisura, como en escala, la empecé a sentir cubierta de un suave vello y luego peluda, pero muy suave, y acaricié sin prisa, disfrutando de esa sensación en mi tacto, de los pequeños pelos ensortijados que se enredaban en mis dedos. Como si hubiéramos respondido a una señal, en el mismo momento, los dos, sin dejar de besarnos con pasión, pero delicadamente, avanzamos con las manos más hacia abajo, buscando el sexo del otro. Sentí su mano acariciar la superficie de mi pene y mi mano trató de aprisionar en toda su dimensión el de él. Apenas si podía cerrarla, tratando de tomar aquel tubo inmenso, duro y suave. Las venas inflamadas por el deseo se marcaban y sentían en la palma de mi mano. Como siguiendo un mismo libreto, comenzamos a subir y bajar las manos sobre nuestros penes, en un movimiento de masturbación que nos llevaba al límite de la excitación, haciendo que nuestros besos, el empuje de los cuerpos uno contra otro, buscándose con deseo, fuera más intenso.

De repente, sin ningún aviso ó movimiento que lo anunciara, Fernando se separó de mí, corrió la manta y lo escuché pararse. Mi corazón se detuvo. Malos presgios corrieron alocados por mi cabeza. Pensé que se había arrepentido, que creería que yo forcé la situación, que quizás me acusaría de vaya a saber que cosas. En la negrura y el silencio en la que estaba teniendo lugar nuestro encuentro me sentí solo y asustado. Solo percibía, muy lejano, el ruido de la rompiente de las olas y mi mente aturdida. Escuché unos movimientos sin poder distinguir que estaba haciendo Fernando y al momento siguiente lo sentí acostarse nuevamente a mi lado, taparse con la manta, estirar su brazo buscándome y finalmente abrazarme, acercar sus labios a los míos, recomenzar el beso apasionado, volviendo a tomar mi pene y reanudar las caricias donde las había dejado. Respiré aliviado y también quise retomar lo mío, y al bajar la mano por su pecho, recorrer el costado de su cuerpo y sus muslos, me dí cuenta qué había pasado: ¡Se había quitado la remera y el short! ¡Estaba totalmente desnudo bajo la manta!. Sin darle tiempo a nada, urgido por la nueva sensación que me produjo sentirlo desnudo, me paré de golpe sobre la colchoneta y con una urgencia increíble me saqué mi remera y mi shorts, que cayeron al lado de la colchonota y volví a acostarme bajo la manta, acercando mi cuerpo desnudo a la desnudez de Fernando.

Sin decirlo, los dos sabíamos que comenzaba algo nuevo en este también nuevo juego. Los besos, se hicieron más profundos, más intensos; las manos recorrían los cuerpos, dando a entender, recorriendo, conociendo acariciando, bajando hacia la entrepierna, buscando afanosas los sexos, para acariciarlos, palparlos, bajar más hacia los testículos, apreciarlos en su totalidad y vuelta hacia arriba, deteniéndose en el pene, para asirlo y darle vigorosas pero suaves y lentas fricciones, hacia arriba y hacia abajo, provocando los gemidos de placer de ambos, que empezaron a poblar el silencio . Era un erótico y extraño ritual, una danza apretada de cuerpos avanzando uno sobre otro, teniendo una única meta: el placer del otro. Mientras nuestras manos se ocupaban del sexo del otro, los labios fueron buscando otros destinos. Cada uno por vez, dejabamos que el otro explorara el cuello, la nuca, el pecho, las tetillas, el vientre del otro. Mis labios iban y venían de su cuello a su boca y él me interrumpía para ir, con su boca, de mi boca a mis tetillas, a mi abdomen. Yo cortaba su lúbrico recorrido para prenderme con mis labios a sus tetillas y lamerlas, saborearlas, recorrerlas con la lengua y de ahí a su vientre, y volver a subir, momento que el aprovechaba para seguir saboreándome detenidamente con los labios y lengua. Las erecciones eran brutales y de ratos sacábamos las manos de ellas para que los penes se enfrentaran, se unieran uno al otro, jugaran con el roce mutuo. A pesar de la pasión, no dejba de notar la enorme diferencia de tamaño de nuestros sexos, la majestuosidad imponente de la verga de Fernando al lado de la mía que era de un muy buen tamaño.

La voluptuosidad del continuo trabajo de uno sobre el cuerpo del otro hizo que empezáramos a sentir calor y por eso saqué de un manotazo la manta que nos cubría. Esto permitió que jugáramos más con la proximidad del cuerpo del otro, ya que allí, al lado, en brazos del otro, estaba el calor, el refugio. Mis labios bajaron por el vientre de Fernando, se mezclaron con el vello de su entrepierna y bajó un poco más hasta alcanzar su magnifico pene. Con la lengua lo recorrí en todo su largo, bajaba y subia, tratando de abarcar tambien su ancho, jugando con la lengua, haciendo un espiralado sobre esa masa palpitante y caliente de carne, provocando los gemidos de Fernando que me acariciaba con su mano la nuca, la espalda y arqueaba hacia arriba su pelvis de placer, como queriendo algo más de mis labios. Los abrí un poco y me introduje apenas la punta de la cabeza de la verga de Fernando en la boca y comencé a recorrela con la lengua, escuchando los jadeos intermitentes de mi amigo y sintiendo como cada vez arqueaba más su pelvis, empujando hacia arriba. Me supo de sabor dulce, indescriptible. Los jugos preseminales de mezclaban con mi saliva, limpiando aquella maravilla de sexo y la calentura de Fernando sumada a la mía, me animó a más, abrí más mi boca y dejé paso a la cabeza completa, rodeándola con mi lengua, en el poco espacio que dejaba, mientras jugaba a un mete y seca muy lento. Con mi mano acariciaba el resto de ese aparato. Fernando gemía y suspirabatodo el tiempo, mientras seguía con sus caricias sobre mi.

No aguantó mucho tiempo más estar solo acariciando. Se fue volteando hasta que se su cara quedo a la altura de mi pene, lo metió en su boca y empezó a chuparlo. A él le era más fácil, pues mi sexo, de un tamaño grande pero dentro de lo normal, le entraba bien en la boca y podía mamarlo, besarlo, con casi todo dentro y en toda su extensión. Mi boca solo alcanzaba para lo que estaba haciendo, la cabeza y un poco, solo un poco más, no llegando ni a la mitad, y trabajosamente podía usar la lengua. En ese maravilloso sesenta y nueve, recorrí una y cien veces el largo y ancho de la verga de Fernando, mientras el hacía lo mismo con la mía. Con su lengua iba a mis tésticulos, los besaba, chupaba y subía un poco más, se detenía en el perineo, produciéndome temblores de excitación y, finalmente su lengua fue lecorriendo la línea de mi culo, los cachetes y se internó en sus profundidades hasta quedar, caliente y húmeda, apoyada en mi esfinter.

Yo, a medida que me iban invadiendo las distintas sensaciones provocadas por el camino de las caricias linguales de mi amigo, iba imitando su recorrido con la mía.Y así quedamos en un momento los dos: Con nuestras vergas al máximo de erección y nuestras lenguas apoyadas en el esfínter del otro. Nuevamente, como siguiendo una misma melodía, comenzamos a recorrer con nuestras lenguas la entrada de ese orificio, humedeciéndolo. Y otra vez, en el mismo punto de la partitura, mientras agarrrabamos el miembro del otro y comenzábamos a masturbarlo, nuestros cuerpos presionaron hacia atrás, haciendo presión sobre la lengua que estaba en la entrada de nuestro ano, dándole autorización y bienvenida al insistente, suave y nuevo visitante. La lengua de Fernando se fue introduciendo lentamente en mi agujero, conociendo su circularidad, yendo y viniendo en su profundidad, humedeciendo, conociendo, penetrando de la manera más dulce. Yo con la mía hacía otro tanto, mientras las manos se ocupaban en subir y bajar y por los penes, acariciarlos y manipularlos, masturbándolos.

Fernando abandonó el juego de su lengua por mi culo, dejando una buena cantidad de saliva depositada en él y volvió con su boca a mi pene. Hice lo mismo, al tiempo que sentí como su mano se ocupaba de empezar a acariciar mi trasero, recorrer toda la línea que separaba mis nalgas, a abrirse paso entre ella y dejar un dedo apoyado en la entrada. Imité su juego, mientras él me esperaba, jadeando. No dejaba de succionar su espléndido juguete. Sacaba un poco su pene de la boca para respirar profundo, mientras mi dedo comenzaba a introducirse en su raya y llegaba a destino. El mamaba con pasión mi sexo y cada tanto también paraba para poder respirar

Sin acuerdo, sin palabras, empezamos a introducir el dedo en el ya relajado ano del otro, primero uno, que masajeaba las paredes internas del culo, dando vueltas al dedo, entrando, saliendo, conociendo su profundidad. Nunca había experimentado un placer tan intenso. Chupábamos la verga del otro, apasionados y sentíamos un intruso recorriendo nuestro ano, estirándolo, jugando un mete y saca que nos hacía arquear el cuerpo, hacia un lado y hacia otro, buscando el placer en las dos puntas, el pene y el culo. Luego fueron dos. Nos costó un poco de trabajo introducir el segundo dedo, incluso me pareció que, a los dos, nos despertaba un poco de placentero dolor. Una vez dentro, los flexionamos y estiramos, jugando con las yemas de los dedos en la porción anterior al recto,subiendo, bajando, abriendo, y el ritmo de la mamada se hizo más intenso, y obligó a que los dedos también se volvieran más intensos, convirtiéndose el movimiento en un mete y saca, en una dulce cojida de dedos en los respectivos culos. Esto nos encendió al máximo y la noche fue sorprendida por dos claros gritos de placer, por una sucesión de gemidos, hasta que llegó la comunión al mismo tiempo y gritando salvajamente, acabamos uno en la boca del otro. Yo creí que me inundaba la boca y con mucho gusto, tragaba el torrente que se iba acumulando. El también tragó mi abundante semen, mientras sus dedos seguían entrando y saliendo de mi culo y los míos del de él. Hasta que abandonamos los cuerpos al reposo después del espectacular polvo que nos habíamos prodigado mutuamente. Retiramos los dedos y, agradeciendo, las lenguas fueron buscandose, no sin antes recorrer el cuerpo, encontrando el camino hacia las bocas, donde nos fundimos en un larguisimo, interminable beso.

Las caricias continuaron, deliciosas. No hubo palabras, ni explicaciones, ni falsas verguenzas. Solo caricias, besos, interminables búsquedas de las manos sobre el cuerpo del otro. Placer infinito. Interminable. Las primeras claridades y luego luces del día, nos encontraron así. De a ratos entredormirnos y, sintiendo al otro al lado, recomenzar, percibir y dar caricias, besos; dedos que se introducen, bocas que chupan, recorren; lenguas que entran, salen, giran y que quieren conocer más, manos que toman, suben, bajan; penes erguidos una y otra vez productos de la fricción, del encuentro con manos, boca, lenguas, orificios húmedos, dedos que entran, uno, dos y tres, salen y vuelven a entrar. Y acabadas majestuosas. Todas las que se pueden tener en una larga noche, que se convierte en día, de placer. De esas que no terminan nunca cuando cada uno lucha y se afana por placer del otro.

En algún momento, ya con las luces del día alumbrando la última sesión de sexo virginal, nos dormimos, agotados. Me despertó el caliente contacto de los labios de Fernando sobre los míos. Respondí con un beso prolongado, agradecido. El ya se había levantado, estaba con el short puesto y tenía un jarro de café caliente para mí. Me incorporé y antes de agarrar el jarro, lo abracé y volví a besar. Mientras tomaba los primeros sorbos de mi desayuno, Fernando me daba lentos besos que se demoraban en mi cuello y mi espalda, aún desnuda. Volvimos a besarnos y me incorporé, hablándonos por primera vez luego de la cena que antecedió a la magnífica maratón de sexo.

-¿Qué hora es?- le pregunté

-Las ocho y media- Me respondió

-Tengo una palma....

-Y... apenas si dormimos dos horas...- dijo con un tono seductor, mientras apagaba las últimas palabras cerca de mi boca, que se fundió con la suya, devorándosé en besos.

-Voy a prender el celular. Marcelo va a llamar en cualquier momento- dije, mientras me ponía el short y buscaba el celular. Lo prendí. Miré a Fernando, que acomodaba las colchonetas. El me miró y en ese cruce de miradas supe que no había nada que hablar, que lo pasado y, quizás, lo que pasaría, era solo cuestión nuestra y, de nuestra parte, no necesitaba ninguna explicación, ningún planteamiento.

-Me parece que vamos a tener que poner todo esto al sol- dijo, cortando mi pensamiendo y refiriendosé a la manta y las colchonetas.

-Ajá – contesté y juntos sacamos las colchonetas y la manta, que apoyamos fuera del quincho contra una de las paredes y extendimos sobre un arbusto. Contemplamos la hermosura de la soledad del bosque, admiramos el silencio que nos rodeaba y que también nos invadía, contagiándonos. Cualquiera pensaría que una salida como esas daría para hablar y parlotear sin cesar y, sin embargo, no fue así. El silencio, la paz de ese bosque cercano al mar, nos invitaba a no alterarlo, a no romperlo, sino a acompañarlo, disfrutándolo, dejándonos invadir por el.

Extrañamente, sin decirnos nada, volvimos al quincho, cada uno tomó sus elementos de baño y fuimos hacia los sanitariosy duchas. Increíblemente seguíamos accionando al unísono, sin hablarnos, como si todo hubiera estado pautado de antemano y ahora solo nos ciñéramos a cumplirlo. Mientras me sacaba el short, sonó mi movil. Era Marcelo y con malas noticias. Mientras me contaba las malas nuevas, Fernando, interesado por la llamada, se sentó a mi lado, desnudo y pegó su oreja al celular , bien pegado a mi.

  • ¡Pasé una noche de mierda! Tengo la boca que parece una pelota de inflamada y me duele como los mil demonios... Mi vieja está tratando de ubicar al pelotudo del dentista para que me dé algo ó que venga a ver que carajo me hizo para que esté así. ¡No puedo ir loco! Al menos hoy, no...

  • Bueno, ¡Que le vas a hacer!... Venite mañana, traete algo para que pongamos a la parrilla y pasamos el resto del día, hasta que sea la hora de irnos...

  • Si, pensaba hacer eso. Espero estar bien... ¡Dentista de mierda!... Pero igual es una cagada... Yo tenía que llevar el equipo de pesca...

  • No te calientes, Marce... Igual acá, hay un montón de cosas para hacer... Si ni siquiera subimos al Faro ni recorrimos el bosque para ver que hay... Mejorate y venite mañana temprano- Le dijo Fernando, compartiendo el celular...

  • Bueno, dale... quedamos así.... ¡Disfruten por mí!... Mañana temprano llamo y les digo que hago... Chau...

  • Chau....- se despidió Fernando

  • Llamá a nuestras casas y deciles que estamos rebien, que no se preocupen. Y mejorate... Chau... – saludé y corté con una doble sensación. Por un lado triste, pues las cosas no estaban saliendo como lo habíamos planeado y, por otro lado, contento, pleno, liberado, pues tendríamos más tiempo para lo que había aparecido fuera del plan.

  • Que lástima...- dijo Fernando, mientras abría la llave de dos duchas

  • Ajá..., pobre Marce... – apagué totalmente el celular y me metí bajo la ducha. El agua no estaba tan tibia como la tarde anterior, pero era soportable. Pasando la mano por mi cuerpo, sentí que había partes donde estaba pegoteado y me dí cuenta que era semen, mío y de Fernando, que se había secado. Miré a Fernando y comprobé que en su cuerpo también brillaban manchas por distintas partes de su cuerpo, de idéntico origen. Empecé a enjabonarme concienzudamente y de pronto, otra mano, otro jabón, comenzó a frotarme delicadamente la espalda, mientras sentía apoyada en mi culo el semierecto, gigante y palpitante tronco de mi amigo. Me di vuelta, nuestros penes se encontraron por primera vez en esa mañana, se rozaron, se saludaron dándose los buenos días. Nos besamos bajo el agua que ya nos era indiferente. Nos enjabonamosy frotamos uno al otro, refrescándo y limpiando, dándo nueva energía a los cuerpos, enjuagando cuidadosamente. Nos secamos, besándonos cada tanto, nos cambiamos, volvimos al quincho. Mientras yo colgaba los toallones al sol, Fernando reavivó el fuego que había prendido al levantarse y puso la pava. Luego, mientras yo ya estaba enfrascado en mi libro, llenó el termo y cebó mate. Estuvimos en silencio, él con sus pensamientos y yo con mi libro, un largo rato, interrumpiéndonos solo para alcanzarnos el mate. Cerré mi libro.

-¿Vamos a caminar y después al Faro?- propuse.

-Vamos- contesto entusiasmado. Nos pusimos las remeras y gorros con visera para protegernos del sol y salimos a caminar, por el bosque, hacia el lado opuesto del mar. Recorrimos mucho trecho, hacia un lado y hacia al otro, dándo una vuelta perfecta por los límites de esa zona boscosa, hasta donde ya comenzaba la parte de dunas. Mirábamos los pájaros y distintas especies de pinos y acacias que poblaban el bosque. Y al tener la certeza de haberlo investigado casi todo, otra certeza se reafirmó en nuestras mentes: estábamos absoluta y totalmente solos en aquél páramo.

Casi terminando la caminata, Fernando, vencido por el cansancio acumulado y el caminar bajo el sol, se apoyó contra un pino, para descansar. Quizás la seguridad que me daba el sabernos solos, hizo que, decidido, me acercara hasta él y tomara su hermosa cara amiga entre mis manos y comenzara a besarlo. Y que él respondiera a mi beso, tomara mis manos y las enlazara con las suyas. Como dos enamorados, y así creo que ambos lo sentiamos pues así nos comportábamos. Estuvimos besándonos bajo la sombra del pino mucho tiempo, abrazándonos, colgando nuestras manos alrededor del cuello del otro mientras las bocas, selladas, albergabann el incesante entrelazado de las lenguas. Nos tomamos de la mano y caminamos hasta el pie del Faro. Y sin decirnos nada, pues nuesta felicidad y placer por lo que estábamos viviendo daban a entender más que miles horas de charla.

Entramos al Faro y subimos los 274 escalones hasta llegar donde estaba la luminaria. Era inmensa y estaba rodeada de marcos, protegidos por gruesos vidrios, por los que se veía el balcón mirador asegurado por barandas que rodeaba toda la estructura del Faro, desde donde se apreciaba la inmensidad de mar y la vastedad de los terrenos alrededor del Faro. Uno de esos marcos se abría hacia adentro como si fuera una puerta y por allí se accedía al mirador. Lo abrimos y salimos. El viento, no muy fuerte pero insistente, se hizo sentir cuando salimos, pero era algo agradable recorrer la circularidad de ese mirador y ver la magnificencia de la naturaleza a nuestro alrededor, mientras el viento se hacía sentir en nuestras caras. Mirando hacia el norte teníamos primero el bosque y luego reconocimos la silueta de nuestro pueblo, hacia el frente y el sur, el mar impetuoso, la continuidad de la playa que dejaba ver, allá lejos unos grises nubarrones; y a nuestras espaldas el bosque y las dunas. Yo quedé impactado por la majestuosidad de mar, que se veía inmenso, interminable. Me apoyé con los brazos en la baranda, que al darme a la altura del estómogo me hizo inclinar hacia delante, llevando la otra mitad del cuerpo hacia atrás y dejé que mis ojos absorbieran la belleza que se presentaba ante ellos. Fernando se acodó en la baranda de la misma manera a mi lado, también impactado por el encanto que se presentaba ante nosotros, mientras el viento nos revolvía el pelo y sacudía nuestras pocas prendas.

Lo ví moverse y desaparecer de mi lado, sin prestarle atención, pues seguía hipnotizado por el paisaje. Hasta que algo más mágico que ese paisaje, me hizo volver a la realidad. La presión, justo en el medio de mis nalgas, de ese otro prodigio de la naturaleza: la verga de Fernando. Apoyó toda la majestuosidad de su instrumento, haciéndo presente toda su dimensión, todo su grosor y largo, en la raya de mi culo. Y me abrazó por detrás, enlazando las manos a la altura de mi estómago y recostando su pecho en mi espalda. Me ví temblando, y no era por el frío ó por el viento. El sentir pegado a mi cuerpo el cuerpo de Fernando y a aquél pedazo colosal adherido a mi trasero, me hacía estremecer, disparando todos mis sentidos. Comencé a mover lentamente mi culo en forma circular y presionando hacia atrás, como queriendo que así, todo el largo de ese fenómeno se quedara para siempre en la unión de mis nalgas. Los labios de Fernando viajaban por mi cuello y nuca. Yo dí vuelta mi cara y se encontraron con los míos, mientras el empuje de su aparato, se hacía más agresivo, a medida que se erguía. Yo acompañaba esa excitación con movimientos de mi trasero más centralizados, dando lugar al magnífico intruso que sentía entre las telas del short, y empujando más hacia atrás.

Fernando soltó sus manos que seguían abrazándome por la cintura y una de ellas comenzó a deslizar el elástico de mi short hacia abajo, mientras notaba que la otra se movía a la misma altura en el de él. Y luego lo sentí: La mano que bajaba mi short, dio lugar y ayudó a posar esa desmedida porción de carne palpitante, directo sobre la piel de mi culo, posándose y presionando tal como estaba antes, sin la barrera de las telas de nuestras prendas. Si antes temblaba y me estremecía, ahora creía que iba a explotar, acabar allí mismo. La verga se fue abriendo camino por el lugar que podía, me rozó los testículos y llegó hasta la base de mi pene. En una de las retiradas, cerré las piernas y atrapé la cabeza entre ellas y apreté con fuerzas. Fernando se abandonó sobre mi cuerpo, gimiendo de satisfacción y comenzó un mete y saca lento, besándome el cuello y luego buscando, con gemidos como suplicando, mi boca. Cuando nuestros labios se encontraron, contrariamente a lo que yo creía que venía a continuación, detuvo el movimiento y durante el beso, sacó su sexo de entre mis piernas, acomodó su short, el mío y me giró, abrazándome, estrechándome contra sí, pegando su sexo al mío, que estaba a punto de estallar, y prolongó el beso apasionado. Nuestros paquetes se empujaban uno contra otro desesperados, queriendo romper la prisión de las prendas y encontrarse con el otro. Con un gimoteo amoroso, adolescente, nos separamos y nos miramos largamente, entramos, cerramos como estába cuando llegamos y comenzamos el descenso, tomados de la mano. Nos tomómás del doble de tiempo bajar, ya que cada tanto, él ó yo, tomaba al otro y lo besaba, ó bien lo inmovilizaba contra las curvas paredes, asaltando la boca, mejillas, orejas, cuello y en algún momento, levantaba la remera para llegar al pecho, las tetillas.

Finalmente salimos al exterior, y andando por el sendero que nos llevaba al quincho, vimos como habían avanzado esos nubarrones que venían desde el sur y se acercaban hacia nuestro paraíso. Levantamos, por las dudas, las colchonetas, las mantas y los toallones y las entramos. Fernando fue hasta el baño, yo alimenté el fuego y puse a calentar agua en una cacerola para cocinar el amuerzo.

El estar solo, mirando fijamente el fuego y esperando que hirviera el agua, me dio lugar para pensar en lo que estaba pasando, por primera vez. Siempre me consideré heterosexual, lo mismo que a mi amigo. Si bien no teníamos novias, ya habíamos salido con algunas, aunque ninguno de los dos había pasado de maratónicas sesiones de besos y algunos toqueteos. Pero lo que estaba pasando, ese conocer el sexo con mi propio amigo, sintiendonos los dos cómo novios aún virginales; con tanta dulce pasión como la desatada la noche anterior ó la demostrada durante la mañana, realmente me desorientaba y gustaba a la vez. Sentía los labios como si estuvieran hinchados de tanto besar y recibir besos, el cuerpo como flotando, vibrante, por saber a Fernando conmigo y a solas; la piel guardando la ternura de las caricias, el pasar de sus manos en ella. Y una sensación como de noviazgo, de amor profundo, del que se da y se recibe mansamente, sin apuros. Y la convicción de que a él le pasaba lo mismo, pues se le advertía en su actitud idéntica a la mía, en su mirada, en la ternura de cada gesto que tenía hacia mí. Un frío me recorría la espalda al recordar las dimensiones de su sexo, al evocar su tamaño apoyado en mi trasero.

Estaba concentrado en esto, repasando una y otra vez lo pasado en las últimas horas, reviviendo sensaciones, cuando me interrumpieron dos cosas: Un trueno ensordecedor anunciando tormenta y las manos de Fernando sobre mis hombros, que se había parado tras mío y se inclinaba para besarme el cuello. Me dí vuelta y nos besamos, fundíendonos un abrazo tierno, protector.

-Se viene el agua, se nos pincha el día- dijo, señalando hacia fuera, donde de repente empezó a soplar un viento frío, anticipando la lluvia. –Por suerte acá vamos a estar protegidos-

-Ajá. Pero no creo que dure mucho. Las últimas tormentas fueron cortitas-

-Ojalá.... Podemos aprovechar para dormir... estoy molido- dijo mientras estiraba los brazos, desperezándose.

-Voy a hervir fideos, los comemos con aceite y algo de la carne cocida que te dio tu vieja.

-Lo que quieras, pero después un buen café y me tiro un rato....

-Y yo también...- dije. Fernando preparó la mesa para comer, yo herví y colé los fideos, les puse aceite, corte dos porciones de carne y llevé todo a la mesa. Los truenos se repetían y mientras comíamos y charlábamos de todo un poc, se largó la lluvia. Terminamos de comer, levantamos las cosas y las enguagamos. Fernando puso a calentar agua, batió café, que dividió en dos tazones grandes y les echó el agua casi hirviente encima. Mientras, yo fui hasta la cortina plástica que protegía el quincho, la abrí un poco, saqué mi verga y oriné hacia fuera, tratando que la lluvia no me mojara. Esto nos hizo reír a los dos. Cuando volví a la mesa, ya estaba el café esperándome. Me senté al lado de Fernando a tomarlo y observar la caída de la lluvia, que se perdía a través del plástico que protegía al quincho.

Fernando se levantó y fue hacia las colchonetas, hizo spacio y armó la improvisada cama al lado de la parrilla, como la noche anterior, mientras yo observa atento sus movimientos. La sola idea de estar acostado nuevamente a su lado en poco rato, me excitaba, pero no queriendo anticiparme, tomé el libro y me puse a leer. Pasó poco rato y me descubrí cabeceando ante el libro, lo cerré y fui a acostarme. Fernando estaba dormido, boca arriba, tapado con la manta. Verlo me llenó de ternura, me acosté a su lado e incorporándome un poco, lo besé con los labios cerrados. El despertó entreabrió los ojos, sonrió al verme, me pasó el brazo por el cuelo, me acercó a él, me devolvió el beso de labios cerrados y recostó mi cabeza contra su pecho. Yo me quedé quieto, acompañando el compás de su respiración, feliz de estar allí y, por la sonrisa que marcaba su rostro, él también.

Nos quedamos profundamente dormidos, abrazado, mi cabeza sobre su pecho. Cuando desperté, me llamó la atención la oscuridad, apenas si podía divisar el brillo ya casi apagado de las brasas y se escuchaba la lluvia caer sobre el techo. A tientas, traté de alcanzar mi reloj, que según recordaba había dejado a un costado de las colchonetas. Lo encontré, accioné la iluminación, y acercándolo para poder mirarlo, vi la hora. ¡Las 20.30 Hs.! ¡Habíamos dormido más de seis horas de corrido y ya era de noche!. Me levanté y lo primero que percibí fue que había bajado la temperatura. A tientas, en la oscuridad, busqué el sol de noche y luego los fósforos. Lo prendí y lentamente la tenue luz fue aclarando a su alrededor. Me puse un buzo, Fernando seguía durmiendo, yo alimenté el fuego hasta que las llamas dieron un poco más de luz. Puse a calentar agua, tenía la necesidad de despejarme después de esa larga siesta. Preparé mate, tome unos cuantos solo, desdejándome en cada sorbo. Me acerqué hasta la cortina, corriéndola contemplé la lluvia, escuché el ruido del mar y volví las vista hacia donde Fernando dormía, extendiendo su hermosa anatomía sobre las colchonetas. Definitivamente, estaba en el paraíso.

Calenté más el agua, la puse en el termo, recompuse el mate y con el equipo a cuestas, fui a despertar a Fernando. Dejé el equipo a un lado, me arrodille en la colchoneta y con los dedos, le corrí un mechón de pelo que le tapaba la cara. Reaccionó refunfuñando. Con el dorso de la mano, acaricié suavente su mejilla, que estaba caliente. El abrió los ojos y se incorporó, sonriente. Yo le ofrecí el mate.

-¿Sigue lloviendo?- preguntó mientras tomaba, apoyándose en un brazo sobre la colchoneta

-Si... Lástima... podríamos haber ido a caminar de noche por la orilla del mar....

-Mañana va a estar mejor y lo hacemos a la mañana– aseguró. Terminó el mate, me lo dió y mientras yo lo llenaba se incorporó y se sentó. - ¡Ah, la mierda que se puso fresco!

-Ajá, y bastante. Yo me tuve que abrigar– repliqué y le alcancé otro mate.

-No me levanto nada... – dijo, divertido, mientras se metía bajo la manta y se tapaba del todo.

-Hacé lo que quieras, pero tomá el mate... Nos pasamos de vueltas durmiendo...- El reapareció de bajo la manta, se incorporó, agarró el mate, lo tomó y justificó:

-Lo necesitábamos... si anoche no dormimos casi nada... Encima, con el cansancio de la caminata hasta acá de ayer y la de hoy... – Me devolvió el mate vacío. Yo le cebé otro y se lo dí. El lo tomó rápido y volvió a meterse bajo la manta.

-Podríamos comer la tarta que me dio mi vieja- comenté, mientras me ilevantaba y dejaba el equipo sobre la mesa.

-Ajá. Y en la cama, así estamos abrigaditos.

-Entonces la corto y la dejo preparada, así cuando queramos, la agarramos y listo.

-Dale

Puse más leña al fuego, corté la tarta, puse varias servilletas al lado de las porciones y me senté con el libro, al lado del sol de noche y leí unos instantes. El se incorporó, vió lo que estaba haciendo, y con un tono que era mezcla de invitación y ruego, me increpó:

-¿Qué hacés ahí? Vení a leer acá, tapadito, al lado mío

Lo miré y al mirarlo, otra vez, ante la sola visión de su cercanía, su hermosura adolescente y el recuerdo de todo lo vivido en las últimas horas, un frío me corrió por la espalda. Dejé el libro, pues me parecía más interesante estar a su lado que la lectura, apagué el sol de noche, tiré más leña al fuego y antes de acostarme a su lado, alumbrado solo por la luz proveniente de la parrilla, me quité el buzo ante su mirada atenta. El se paró de golpe sobre la colchoneta y con la mirada fija en mí, buscando entre la escasa luz amarillenta mi mirada, se quito primero la remera y luego el short. Quedó desnudo, con una mirada desafiante.

-Yo repuse energías ¿Y vos? – me provocó. Yo sin contestarle, y tratando de controlar mis sentidos, le di la espalda y me quité lentamente, como en una danza de strip tease, la remera y luego el short. Al segundo que tiraba el short, lo tuve pegado a mi espalda, besando mi cuello, pellizcando delicadamente mis tetillas, acariciando mi pecho y con su titánico aparato apoyado en mi culo. En una pausada sucesión, repetía los besos y caricias. Su miembro, erguido, caliente, afirmado en todo su largo sobre la raya del culo, iba creciendo con el fragor del contacto, de las caricias. Yo le revelaba a ese grandioso intruso mi gusto y deleite por su presencia con un meneo ritmico, que buscaba acomodar, hermanar la curva raya de mi trasero a ese tamaño y extensión, como queriendo que así, encastrada, entrara todo lo que pudiera. Yo movía, trataba de abrir, para atrapar el grosor entre las nalgas. Con este profano y sensual juego, el peregrinaje de los labios de Fernando en mi espalda, mi cuello hasta llegar a mis mejillas, boca, y el tránsito continuo de sus manos por mi pecho, abdomen, pubis, hasta llegar a mi sexo y acariciarlo, para volver a empezar, comenzamos a descender, hasta quedar enalazados y de rodillas sobre la colchoneta. Largo rato estuvimos arrodillados, el pegado a mi espalda, besándome, acariciándome y yo con mis manos hacia atrás, percibiendo cada centímetro de su piel. Me hizo girar y quedamos de rodillas, frente a frente, exténdiendo los minutos en besos, caricias, abrazos y toqueteos de todo tipo. No recostamos y, otra vez, en una armonía de movimientos que parecía planeada, fuimos recoriendo con la boca, lengua y manos el cuerpo del otro, hasta quedar yo a la altura de su pubis y él del mío. No dedicamos a besar suavemente, conociendo cada milímetro, intimando, reconociendo cada venosidad, cada rugosidad del sexo del otro. Y vino el recorrido a los testículo, el perineo y finalmente las lenguas fueron a dar y buscar goce en la entrada del ano del compañero. La lluvia se sentía caer copiosa y cada tanto un trueno se sumaba a nuestros gemidos y algún que otro relámpago, descubría las siluetas de esos dos cuerpos adolescentes, briosos, que se estaban dando placer mutuo, apenas alumbrados por débiles llamas de fuego.

No tengo registro del tiempo que nos tomamos para avanzar uno sobre el otro. Tanto Fernando como yo, estábamos de lleno en la dulce tarea de dar y recibir placer y eso nos hizo perder la noción del tiempo. Solo puedo decir que todo era lento, sensual, sin apuros, sin urgencias. Dejábamos que una cosa llevara a la otra, encontrando el tiempo y ritmo propio de cada mimo, caricia, en cada avance, una vez que se estaba produciendo. No era calentura desaforada, era amor en plenitud y desarrollándose, dejándose ser en cada uno y en el otro.

Las bocas y lenguas recorrieron los esfínteres, entrando, saliendo, lubricando, imitando a pequeños y juguetones penes que todo tocaban, las paredes, la circunferencia de la entrada, dejando su rastro de saliva a su paso. Los dedos fueron buscando las entradas sagradas de cada culo y, atravezándolas, se abrieron paso, se hicieron lugar para otro y luego para otro más. Sin dolor, pues la pasión y la necesidad de sentir al otro, daba permiso, lubricaba. Las bocas volvieron a las vergas, abarcándolas en un ir y venir, para luego encerrarlas en las bocas y succionarlas. El placer de esa ceremonia de cuerpos nos excitaba a pleno. Nuestros miembros totalmente agarrotados confirmaban lo que nuestras bocas decían con cada beso húmedo sobre ellos. Los cuerpos se arqueaban de placer ante la entrada y salida de dedos del culo. Mi boca no sabía como abarcar la tremenda pija de Fernando. Me atragantaba, sentía que me dejaba sin aire ese enorme pedazo de carne palpitante en mi boca y aún así, trataba de que entrara más. Sabía que era humanamente imposible, pero igual lo intentaba, mientras cuatro dedos jugaban a entrar y salir de mi culo gozoso y tres de los míos hacían lo mismo en el dilatado culo de mi amigo.

Yo no sabía del placer que se siente, como se goza, chupando, sintiendo como late el tronco en tu boca, como resuma la cabeza ante las suaves caricias de la lengua. Y tampoco había conocido el gozo que se siente cuando te comen el culo y luego lo habitan dedos curiosos que te hacen estremecer, retorcerte sobre la mano dueña de esos dedos para que entren un poco más. Lo mismo que yo experimentaba, lo estaba sintiendo Fernando, pues sus gemidos, sus movimientos idénticos a los míos buscando ser penetrado más hondo por los dedos, la pasión con que me chupaba la verga y su respiración apasionada, delataban que así era.

Como dije, perdí la noción del tiempo. Solo sé que en un momento, yo mismo me puse boca abajo, busqué en la oscuridad, pues el fuego había perdido todo su vigor y quedaban solo unas brasas, la mano de Fernando y tiré de ella, indicándole que se acostara sobre mi. Sentí su peso en cada centimetro de mi piel. Su verga majestuosa se apoyó en mi culo y yo empecé a moverme hacia arrriba y hacia abajo, mientras él acompañaba con la pelvis, haciendo que su prodigioso caño tocara mis testículos y lo sintiera entrar y salir por la rendija de mis piernas cerradas que lo apretaban con deleite. Aún de espaldas y con él recostado sobre mí, con una mano tomé su verga y con la otra abrí uno de mis cachetes, acomodando la punta lubricada de liquidos de esa maravillosa herramienta en la entrada de mi culo. Luego de soltarla, con la misma mano abrí todo lo que pude el otro cachete y lo solté. Así quedamos unos instantes, la cabezota de su miembro apoyada en la entrada de mi ano, y mis nalgas apretando el inmenso grosor de la verga de Fernando. Suave y timidamente, empecé a empujar hacia atrás, elevando mi culo, queriendo que esa cabeza se abra paso en mi esfínter. Fernando con mucha delicadeza empezó a hacer su parte, a empujar. Muy suavemente. Avanzando y retrocediendo, en forma casi imperceptible, para que mi novato esfínter se acostumbrase al tamaño de ese intruso que, con decisión de ambas partes, iba a ingresar en esa zona hasta horas antes virginal. Los dos empujábamos tiernamente y en una de las acometidas, él empujando su pene y yo alzando mi culo, sentí que esa cabeza se abría paso y agrandaba la estrechez de mi agujero.

Más que un gemido, dí un apagado alarido, pero no de dolor, sino de extasis, de placer infinito. Fernando sintió la circunferencia apretada de mi culo rodeando la mayúscula cabeza de su pija y, gentil, dando tiempo, se quedo quieto, recostándose más sobre mi, aprovechando para besarme el cuello, mordisquear mis orejas, recorrer mi nuca y espalda con su lengua. Sentía que algo estaba llenando un lugar que no estaba preparado para tal faena, pero mentiría si digo que hubo dolor. No, no lo hubo. Como en las otras etapas de nuestra entrega, esta tuvo su propio tiempo, nos quedamos quietos, disfrutando de las caricias, mientras mi ano se acostumbraba a la entrada de tal magnifica visita. Creo que para facilitar las cosas y poder gozar el momento a pleno, Fernando, muy suavemente, retiró su miembro, se paró y lo escuché moverse, acercarse a la mesa, tantear, tomar algo y volver, arrodillarse con las piernas abiertas a los costados de las mías y sus dedos, embadurnados en aceite, se introdujeron en mi culo, rodeándolo por completo, aplicando el lubricante hasta donde llegara la profundidad de la maniobra. Y nuevamente abrí los cachetes, dando paso al voluminoso glande que se apoyo en la entrada. Puso todo su peso sobre mi y cuando yo relaje mi cuerpo, el embistió, apoyado y haciendo fuerza en las punta de los dedos de los pies, empujó para adentro, colocando la cabeza de su pija donde estaba antes y metiéndola un poco más adentro. Repetí mi gemido de feliciddad. Nos quedamos quietos un instante y suavemente el comenzó a moverla circularmente, agrandando el orificio y cada tanto, empujaba y entraba un pedazo más, y otro tanto hasta que tuve cerca de la mitad de su verga dentro mío. Ahí sí creí que me partía en dos, que se me abría el cuerpo y que ya no había más remedio que soportar, pero estaba feliz, gozoso. Sin intentar entrarla más, comenzó elmovimiento de mete y saca y sin darme cuenta yo acompañaba el movimiento, menenando el culo, levántandolo, moviendome al compás. Sentía que no entraba más y al rato tenía más adentro y así varias veces. Empecé a gemir de gozo. Las bocas y lenguas se buscaron nuevamente. Y separé más las piernas. Y las levantaba hacia arriba, tratando de atrapar las suyas, anudándolas con las mías. Me sentía abierto de par en par para recibir el portentoso aparato de ese macho adolescente y ardiente. Y mientras jadeábamos y nos besábamos, casi sin poder creerlo, sentí sus huevos golpear contra mis nalgas y luego cada vez más rápido. Y ocurrió. Explotó dentro mío. Su cuerpo se puso tenso, y ahogó un grito ronco, encondiendo su boca en mi cuello. No se cuantos trallazos escupió esa verga imponente que me llenaba por dentro. Sólo se que inundó mi culo, desbordándolo hasta correr por la mis nalgas y mis huevos.

Sacando despacio la verga de mi culo, Fernando me dio vuelta y nos fundimos en un beso apasionado. Luego el se puso boca abajo, abrió sus nalgas, invitando a mi verga a inaugurar su estrecho culo. Repetí la operación que él había hecho conmigo, empapando mi mano con aceite y metiendo los dedos en su culo, dilatandolo más y lubricándolo. Apoyé la cabeza de mi pene en la entrada y de golpe el empujó fuertemente hacia atrás, haciendo que mi cabeza entrara de golpe. Lanzo un grito, similar a lo que yo habia proferido ante la invasión delcuerpo extraño. Abandoné todo mi peso sobre él, empecé a hacer movimientos circulares y cada tanto empujaba más adentro, hasta que mis huevos estuvieron pegados a sus nalgas. Y comencé a meterla y sacarla, cada vez con más ritmo y él acompañaba, se movía a mi ritmo. Hasta que acabé como nunca lo había hecho, creí que fueron litros y litros de semen en la misma acabada, hasta sentirme vaciado por completo. Saqué mi pija de su culo, se dio vuelta y me tiré sobre él, cuerpo contra cuerpo, besándolo y él me rodeó con sus brazos, correspondiendo a mis besos.

Quedamos dormidos en ese abrazo un largo rato, hasta que tocó mi hombro con sus labios para llamar mi atención. Me hice a un costado y el se levantó, buscó en la oscuridad la linterna y tomando los toallones, me dijo:

-Acompañame- Yo no pregunte, me levanté y lo seguí. Salimos del quincho, todavía caía una fina llovizna, me dio mi toallón, encendió la linterna alumbrando el sendero y comenzó a correr, desnudo, con su aparato bamboleando bajo la llovizna, hacia los baños, y yo tras de él. Al llegar, apoyó la linterna en e lbanco y abrió las duchas. Nos metimos, el agua estaba fría, pero compensabamos el frío con el calor de nuestros cuerpos pegados, refregando al otro, limpiandole los restos de la sesión de sexo. Nos secamos y volvimos desnudos, con la llovizna corriendo por nuestro cuerpo, al quincho. Avivamos el fuego, prendimos el farol y comimos la tarta que había dejado cortada. Recién al sentarmesentí molestias en mi ano, pero enseguida pasó. Cada tanto nos cruzábamos, caricias, toqueteos. Y fuimos a la improvisada cama nuevamente, donde empezó lo que yo llamo "La noche de bodas" y que fue mágica, sensual, interminable, agotadora. Seguida por el día, que nos traería noticias del pueblo que prolongarían nuestra amorosa estadía. Pero eso es motivo para otro relato.

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