El fantasista.
Un chantajista a elegido a la víctima perfecta para cumplir su lujuriosa fantasía sexual.
El Fantasista.
Sin dudarlo más, envié el mensaje desde mi teléfono.
- Tenemos que hablar. Encontrémonos el martes. Bar “Dos Copas”. 19.00 horas. Gonzi.
Cuando envié el mensaje, supe que no había marcha atrás. Una extraña sensación de miedo y excitación se adueño de mi bajo vientre.
Sabía que no tendría que esperar demasiado para recibir la respuesta.
- Está bien. Estaré ahí. Por favor, sólo habla conmigo. ABB.
Sonreí. Todo iba de acuerdo a lo planeado.
El martes a la hora acordada, esperaba en el bar “Dos Copas” . Estaba nervioso, excitado, y miraba una y otra vez la puerta de entrada. La vi entrar poco después. Vestía una camisa azulina de satín, ajustada, una entallada falta de un gris nuboso que le llegaba uno poco más arriba de la rodilla y unos zapatos negros de taco alto. Una pequeña cartera completada su atuendo. Se veía preciosa, magnífica. Ella me buscó con la mirada hasta encontrarme. Nuestras miradas se cruzaron.
ABB (desde ahora, Bebé por sus últimas iniciales) caminó hasta mi mesa.
Hola, Gonzalo –dijo Bebé nerviosa.
Hola, preciosa –saludé-. Siéntate, por favor ¿Un café?
La chica se sentó, observando el lugar.
Necesito una copa –pidió la guapa mujer de Tommy.
Ok, tal vez venga bien esa copa –dije con una sonrisa maliciosa-. Tenemos que hablar.
Viernes: de Shopping.
Observé la tienda de bebes que quedaba frente al café con sentimientos extraños en mi cabeza. Lola, mi pelirroja mujer, había dado a luz hace tres meses. Supuestamente, la felicidad nos embargaba y la niña era todo lo que habíamos querido para completar el sueño familiar. Sin embargo, no estaba todo lo feliz que el mundo hubiera pensado.
Más de once meses de abstinencia, casi un año, me tenían al borde del abismo. Ya no soportaba la espera y ante el continuo rechazo de su mujer, en pleno periodo de amamantamiento, había tomado una oscura decisión.
Iba cometer la locura de llevar a cabo una antigua y oscura fantasía sexual. Todo gracias al desliz de la esposa de un buen amigo, La preciosa Bebé. El destino lo había querido así, cuando descubrí la infidelidad esta hermosa abogado de profesión. Luego de la charla en aquel café, a la sensual mujer de Tommy le quedó claro que estaba en mis manos. Bebé haría cualquier cosa para que no estallara el escándalo público.
Habían pasado tres semanas desde aquel encuentro. Había elegido aquella fecha porque Lola, mi esposa, se encontraba visitando con la niña a su madre y estaría fuera toda la semana. Además, coincidió con un largo viaje del esposo de Bebé a Uruguay.
Aquello era pura suerte, pensé. Podría disponer de tiempo para planear cada detalle de aquel fin de semana. Necesitaba ser cauto, no quería cavar la tumba de mi propio matrimonio y de la perfecta vida familiar que disfrutaba.
Eran las diez de la mañana de un día viernes y en la entrada del centro comercial me encontré esperando a la guapa veinteañera con un pequeño bolso en la mano. Las tiendas estaban en su mayoría aún cerradas y los amplios e iluminados corredores estaban vacíos, salvo algunos trabajadores. Me había dejado la barba y utilizaba anteojos de sol, jeans y una camisa de polo a la moda. Todo para despistar si me llegaba a cruzar con algún conocido.
Mientras jugueteaba con mi nueva filmadora con filtro de difusión, al otro lado del estacionamiento, una hermosa pelirroja levantó algunas miradas de admiración mientras caminaba en mi dirección. Debo decir que me encantan las pelirrojas, por eso me casé con una.
Era una mujer de curvas pronuncias y armoniosas, alta y elegante. El vestido largo, no tan ajustado como hubiera deseado, revelaba de todos modos las curvas femeninas. La cámara grabadora comenzó a grabarla, repasé su figura antes de enfocar su rostro cubierto por unos enormes anteojos de sol, los labios sensuales y el pelo recogido con esmero.
Noté que Bebé se tomaba en serio cualquier detalle para acentuar aún más su belleza. Se había teñido el cabello pelirrojo con esmero y combinado el maquillaje perfectamente, tal cual se lo había pedido. Continué filmando, a pesar que estaba a unos metros.
Toma 1 –hablé al aire, sosteniendo la filmadora en alto-. Bebé va de Shopping.
Aquí estoy –dijo la guapa pelirroja, frente a mí-. ¿Qué haces con esa cámara?
No le respondí hasta terminar un primer plano del sensual cuerpo de la mujer de Tommy.
Sólo empiezo a acostumbrarme al peso de la cámara en la mano, Bebé –anuncié.
Esto es extraño, Gonzalo –la chica chantajeada se mostró nerviosa.
Ya hablamos de esto, preciosa –dije molesto, recordándole que habíamos llegado a un acuerdo-. Además, desde ahora debes seguir mis indicaciones. Y mi primera indicación es que quiero que todos crean que eres mi esposa. Me llamarás “mi amor”, “mi vida”, “cariño” o como quieras. Nunca me debes llamar por mi nombre, especialmente si estoy filmando ¿Entiendes?
Si entiendo –susurró Bebé, con rabia.
Entonces, ¿Cuales son las tres reglas de este fin de semana? –pregunté, quería afianzar mi dominio sobre ella.
Obedecer todas tus indicaciones, No perderme de tu vista o de tu cámara y Comportarme como una actriz porno –dijo la chica en voz baja-. Pero la última regla es rara, no la entiendo ¿Cómo se supone que se comporta una actriz porno?
Sólo sé más atrevida, provocativa… se un poquito más puta – aclaré, harto de tener que dar explicaciones-. Mi primera indicación es que te comportes como mi esposa. Recuérdalo.
Mi fantasía sexual siempre había sido filmar mi propia película porno y Bebé me ayudaría a cumplir al fin esa fantasía. Debido a su complicada situación, estaba obligada por mi chantaje.
Está bien –dijo la hermosa esposa de Tommy, no muy convencida-, “cariño”.
Muy bien –le dije sonriendo, sin dejar de filmar-. Eres inteligente. Sabes que te conviene evitar el escándalo por tus infidelidades.
Tenemos un acuerdo. Lo sé –la voz de Bebé era la de una mujer derrotada-. Este fin de semana soy tuya, “tu esposa”. Luego, me darás las fotos y el video. Te juro que si no cumples lo que acordamos te haré vivir un infierno.
No te preocupes –el chantajista en mi era todo confianza-. Honraré el acuerdo mientras lo honres también. Así que espero que te muestres abierta a este fin de semana “especial”, Bebé.
Muy bien –dijo la guapa muchacha, siguiendo las instrucciones de su falso esposo-. ¿Qué hacemos aquí, “cariño”?
Necesitamos visitar una tienda antes de viajar a la costa –anuncié, con la cámara grabando aún-. Trajiste la llave de la casa de playa ¿cierto?
Por supuesto, “mi amor” –respondió mi falsa esposa mientras caminábamos por los vacíos pasillos del centro comercial-. Todo este lugar parece un pueblo fantasma. Todo está cerrado a esta hora.
Todo, salvo aquella tienda, querida –informé mientras indicaba las puestas abiertas y las luces encendidas de un fastuoso local-. Abre una hora antes que el resto.
“Playa y Noche” era una tienda exclusiva de ropa de mujer, amplia, de decoración en tonos azules y anaranjados, con elegantes estantes y, lo que más me importaba, probadores generosos y privados. Entramos al local bajo la atenta mirada de un centinela vestido de azul que guardaba la puerta. Con disimulo, aquel humano promedio, no perdió detalle de la sexy pelirroja que pasó a su lado.
Hola, ¿Los puedo ayudar en algo? –preguntó una mujer, contenta que aparecieran los primeros clientes.
Si –tomé la palabra rápidamente -. Mi mujer y yo viajamos a la playa y Ella quiere elegir algo de ropa para este fin de semana, algo que sirva tanto para la playa como para una noche en la discoteca. Vamos a divertirnos un poco. Además, necesitamos un probador privado para ayudarla a elegir lo que usara ¿cierto, Bebé?
Así es, querido –dijo algo insegura la mujer de Tommy, empezando a imaginar mis intenciones.
Síganme por acá, por favor –pidió la vendedora, quizás la dueña del lugar.
La mujer nos llevó a un probador iluminado, amplio y lleno de espejos. Menos de la mitad, era el probador propiamente tal, oculto detrás de unas cortinas color crema. La otra mitad era un cuarto con una mesita y dos sillones mullidos de color negro. Una suntuosa cortina de bambú hacía de separador entre el probador y el resto de la tienda.
- ¿Quieren algo de beber, los señores? –preguntó la mujer.
Iba a rechazar la invitación, pero Bebé se adelantó.
¿Tiene champaña? –preguntó, como si fuera lo más normal beber champaña a las diez y quince de la mañana.
Claro –anunció la dependienta, como si no fuera inusual aquel pedido en su tienda.
Dos copas, por favor –mi esposa ficticia se sentó en un sillón mientras esperaba y jugueteaba con su celular.
Ok, siguiente indicación: quiero que elijas vestidos, ropa interior y trajes de baño –empecé a enunciar a Bebé-. Todo muy sexy y provocativo. Quiero que desfiles para mi cada prenda. Al final, yo elegiré que usarás este fin de semana. Por supuesto, pagarás todo con tu dinero.
Eres todo un caballero, querido –dijo Bebé, sarcástica.
Lo sé, Bebé –no pude aguantar una sonrisa.
Luego de beber unos sorbos de la copa de champaña que habían traído, la mujer de Tommy se marchó a elegir el conjunto de ropa que desfilaría para mí. Me senté a esperar en el probador, expectante. Sentía que el poder que tenía sobre la esposa de Tommy se acrecentaba con cada indicación. Empecé a excitarme con la cámara en las manos. Necesitaba calmarme.
Aproveché el tiempo para hacer un par de llamadas y confirmar algunos detalles del fin de semana. No quería contratiempos de última hora. Luego de un buen rato, Bebé regresó al probador. La mujer le ayudaba a cargar cajas y bolsas con las telas y el calzado.
¿Todo bien, Bebé? –pregunté, en mi papel de esposo preocupado.
Todo perfecto, amor –respondió la pelirroja, con los lentes de sol aún puestos sobre sus ojos.
Me retiro, entonces –anunció la vendedora-. Estaré en el mostrador principal si necesitan ayuda.
Le ordené a “mi mujer” que se probara primero los trajes de baño, luego los vestidos y finalmente la lencería. Bebé, algo nerviosa y suspicaz, se metió al probador. En seguida, puse en posición la cámara, escondida en el bolso que había acondicionado para la ocasión, y me acomodé en el sillón.
Aún con los anteojos puestos, Bebé salió unos minutos después con el primer traje de baño. Era un sexy trikini en telas negras que se amoldaba muy bien a sus generosas formas. Sin duda, las piernas largas, la cintura estrecha y los senos firmes parecían encajar perfectamente en cualquier trapo que se pudiera aquella mujer, pero sin duda yo esperaba algo más revelador. Además, llevaba un pareo a la cintura. Quería más piel a la vista. Deseché de inmediato la elección.
¿Cuál es la tercera regla, preciosa? –le recordé.
La tercera… -la pelirroja pensó un segundo-, comportarse como una estrella porno.
Así es. Quiero que uses un bikini provocador, Bebé. No un traje de monja –le reclamé, por la pérdida de tiempo-. Elimina el pareo de tu lista mental de opciones para la playa. Además, que es esa falta de gracia. Te pedí que desfilaras la ropa, no que te quedaras parada ahí inmóvil como un maniquí.
La mujer de Tommy estaba furiosa. Se acercó a beber de la copa de champaña mientras me miraba con ojos de odio tras los vastos lentes de sol. Luego, entró al probador y cerró la cortina violentamente.
Algunos minutos después, la pelirroja abrió las cortinas crema que la separaban de mis ojos y salió enfundada en un bikini en tonos rojos y naranjos que tenía pequeñas lentejuelas doradas como adornos. Cuando la vi me dejó sin alientos. Bebé se paseó por todo el probador, con un caminar sexy como el de una modelo experimentada. Con una indiferencia hacia mi presencia que sólo sirvió para excitarme aún más. Era un bikini revelador, justo lo que yo quería. Sin ser demasiado pequeño dejaba mucho a la vista. Los senos grandes y erguidos lucían juveniles en aquella prenda, que no hacía más que destacar las curvas naturales, el vientre plano o la estilizada espalda que bajaba hasta aquella cola carnosa y levantada que sólo podía pertenecer a una mozuela como mi querida Bebé. Aquella titulada universitaria lucía como una mujer mucho menor.
Momentos más tarde, salió primero con un bikini azulino y otro verde esmeralda. La muchacha de Tommy se movía con indiferencia, pero aceptando mis condiciones. Yo le recordaba las reglas mientras bebía su copa de champaña. Era encantador verla marcharse furiosa.
Le di el visto bueno a ese y a otro bikini de color blanco, igual o más de provocador. Además, aprobé su idea de llevar un pantaloncito corto de color blanco que le quedaba muy bien. Entonces, empezó el desfile de vestidos. En realidad, minivestidos. Bebé aprovechó la pausa para pedir una nueva ronda de champaña, ya se había bebido dos copas: la suya y la mía.
En honor al tiempo, el fantástico desfile de minivestidos vaporosos y sensuales tuvo que ir más rápido. Me gustaba verla mover la faldita frente a mí, las piernas largas, de músculos femeninos. Me encantaba su actitud rebelde, cada vez menos hosca (quizás por las copas de champaña). La mujer de Tommy se sentía más segura al notar que yo no quería tocarla descaradamente en el probador. Creo que le agradó que la halagara mientras la miraba con deseo. Finalmente, mis elecciones fueron un minivestido negro y otro rojo. Ambos muy reveladores, pero que contaban con la elegancia que la mujer de Tommy imponía en la preselección. Conjuntamente, Bebé eligió un par de sandalias altas de plataforma y taco de madera para acompañar aquellas prendas. Aquello me pareció un detalle estupendo.
Mientras la mujer de Tommy empezó a probarse la lencería, fui a dejar la ropa que no compraríamos a la dependienta, pues, se acumulaba en un rincón y molestaban en los desfiles de Bebé. De vuelta, noté la mirada del guardia de traje azul sobre nuestro probador y se me ocurrió un malintencionado plan. Al regresar, dejé la cortina de bambú medio abierta. Sólo esperaba que el mirón lo notara y Bebé no.
Bebé salió momentos después, para el desfile de lencería. Había seleccionado un modelo de brasier y calzón color carne bastante poco atractivo. Quizás sólo para irritarme. Por supuesto, se veía hermosa, sin embargo, yo estaba buscando un conjunto que despertara lujuria y admiración. Ordené a Bebé que volviera rápidamente con algo “más adecuado”. Aproveché para echar un vistazo sigiloso hacia afuera y pude notar que el guardia no perdía detalle de lo que pasaba en nuestro probador.
Unos minutos después, la pelirroja salió nuevamente. Sus hermosos pechos estaban cubiertos por un brasier negro de media copa de encaje floral superpuesto, el push up acentuaba aún más la firmeza y voluptuosidad de sus pechos. Era completamente innecesario, pero aquel artilugio añadía una o quizás dos tallas a las ya fantásticas medidas de Bebé. Increíble, pensé. El calzón, a juego con el brasier, era pequeño, sexy y seguramente no se marcaría nada en un vestido. La espectacular cola de Bebé era exhibida descaradamente en la parte posterior, prácticamente cubierta lo justo y necesario para no lucir vulgar.
- ¿Te gusta, cariño? –preguntó Bebé, apurando un sorbo de su espumosa bebida favorita.
Noté un cambio ligero en su actitud.
- Así es –dije complacido-. Vamos, date una vuelta más. Quiero verte otro poco, nena.
Bebé así lo hizo. Parecía que gracias a la bebida espumosa y al morbo de la situación empezaba a entregarse al juego. La chica de mi “mejor amigo” giraba sobre sus largas piernas cuando se pronto se detuvo, paralizada.
- ¡Dios mío! Hay alguien viéndonos –dijo alarmada, apresurándose a cerrar la cortina de bambú.
Me apresuré también a detenerla.
Espera, amor ¿Qué haces? –dije.
¡Estás loco! –me dijo tratando de contener su voz-. El guardia estaba mirando el probador. Quieres que cualquiera me vea así.
No seas exagerada, nena –trate de calmarla-. Es sólo un guardia, seguro que no alcanza a ver nada desde ahí. Déjalo así ¿por favor?
Bebé me miró con rabia, me di cuenta que no iba a dar su brazo a torcer de inmediato. Así que pensé que debía llegar a un trato con la esposa de Tommy. Eso les gustaba a los abogados como su marido y ella.
- ¿Qué tal si…? -empecé a decir cuando noté la fragancia del cuerpo de Bebé.
La erección en mi pantalón fue instantánea al notar tan cerca el voluptuoso cuerpo femenino cubierto sólo por aquel sexy conjunto de lencería.
- ¿Qué tal si hacemos una pequeña apuesta? –dije, tratando de superar el impase-. Si logras traer al guardia de la tienda aquí y hacer que se quede un minuto en el probador, te dejo elegir la ropa interior que tú quieras. Incluso, si no es de mi gusto ¿Qué dices?
Bebé me observó, desconfiada. Tratando de leer mis intenciones.
Ok, tenemos una apuesta –dijo, estrechándome la mano-. Pero después no te quejes. Y no más desfiles si gano la apuesta ¿Está bien?
Ok, nena –acepté.
Bebé entró al probador y yo dejé un poco más abierta la cortina de bambú para que el guardia, que había desaparecido en aquel minuto, pudiera echar una ojeada con mayor facilidad.
Esta vez tuve que esperar más de lo que hubiera deseado. Pero finalmente, la espera valía la pena. Un corpiño rojo sin tirantes adornaba el tronco de Bebé, acompañado de un calzón muy sexy y atrevido. La prenda parecía hecha para realzar las curvas de sus caderas, cintura, los carnosos senos, los delicados hombros y el esbelto cuello. Bebé había acompañado la lencería con las sandalias de plataforma de madera, realzando el efecto de sus piernas y cola. Además, había dejado los lentes de sol en el probador y los ojos turquesas de la chica hacían una combinación fantástica con el cabello rojizo. El conjunto invitaba mucho a la imaginación y al erotismo. Simplemente maravilloso.
- ¡Guau! -fue mi reacción al verla, casi me caigo de espalda.
Ella empezó a desfilar, pendiente esta vez no sólo de mi presencia, sino del mirón del otro lado de la cortina de bambú. Iba y venía por el probador, mirándose al espejo, inclinándose lo justo para que el escote abundante fuera exhibido en cada uno de sus reflejos. Estaba viviendo uno de los momentos más excitantes de mi vida y todo estaba siendo grabado en la memoria de mi filmadora.
Bebé se movía hacia mi posición, ocultándose de la vista del fisgón y luego volvía a su línea de visión. Empezó un juego con el desconocido, primero de escondidas, luego de pequeñas miradas cómplices y sonrisas. Finalmente, y ante mi sorpresa, le hizo una seña con el dedo.
Incrédulo, pues, jamás creí que se atreviera, vi al guardia entrar al probador. Era un hombre de tez tostada de unos treinta años. Tenía cabellos oscuros, ojos pardos y medía un metro setenta como mucho. Era claramente, mucho más bajo que yo y Bebé le sacaba unos cinco centímetros por lo menos.
De inmediato, noté que el hombre estaba nervioso. Especialmente, cuando me encontró sentado en uno de los sillones.
Señor ¿Me puede ayudar? –pidió Bebé, con fingida inocencia.
Claro, señora –dijo el guardia, más que nervioso-. Disculpe, señor.
No le pida disculpa al inútil de mi marido –lo disculpó Bebé, insultándome de paso-. Si mi esposo supiera desabrochar un sujetador como dios manda, no hubiera tenido que molestarlo.
El hombre me miró, complicado. Como no sabiendo que decir al respecto.
- Me puede ayudar a desabrochar el corpiño –continuó Bebé en su papel de mujer en problemas-. Yo no puedo hacerlo y mi marido ha demostrado ser un inútil de dedos temblorosos.
Bebé me lanzó una mirada de enojo, como si realmente estuviera molesta de mi desempeño.
- Por supuesto, señora. Con su permiso –anunció el hombre, colocándose a la espalda de Bebé.
Sin duda, ni nervioso como estaba aquel hombre, iba a perder la oportunidad de apreciar o incluso tocar a la chica con cara de ángel y cuerpo de diablesa. Con cuidado, rozando “sin querer” parte de la espalda de Bebé, tomó el primer broche y lo abrió. Bebé le regaló una sonrisa de satisfacción y a mí una de reproche.
- Observa y aprende, amor –me reprendió en voz alta para animar al desgraciado, que tuvo la osadía de sonreírme.
El guardia continuó, lentamente, desatando uno a uno los broches del corpiño que usaba Bebé. Mirando a Bebé para encontrar la aprobación en su ojos turquesas y su sonrisa coqueta. Se le iba la vista especialmente a la cola de “mi esposa”, pero no había nada que hacer. Yo sólo era un espectador.
Finalmente, el corpiño estuvo completamente suelto, sólo sujeto al cuerpo por un esbelto brazo de Bebé, que aseguraba no perder la prenda apretándola contra sus grandes senos.
Está listo, señora –dijo el guardia, con los ojos vacilantes entre el rostro y los llamativos senos de “mi esposa”.
Muchas gracias, mi héroe –dijo Bebé coqueta, como si no estuviera presente-. Puede ayudarme con una última “asunto”. Sólo es una opinión.
Claro, señora –dijo el guardia-. Estoy para servirla.
Aquel descaro me parecía exagerado, ya había pasado mucho más del minuto. La apuesta estaba más que ganada por Bebé, pero ella seguía jugando.
Mi esposo y yo tenemos una diferencia de opiniones –empezó a decir Bebé, con aquella cara mezcla de inocencia y coquetería-. El cree que este corpiño tiene un tacto áspero, rugoso. Yo por mi parte creo que es suave, sedoso ¿Quiere usted dirimir nuestro desacuerdo?
Disculpe, Señora. No le entiendo –dijo el hombre, sudando-. ¿Qué quiere que haga?
Quiero que me dé su opinión–Bebé tomó la mano del sorprendido hombre-. Venga, deme su mano.
La mano del hombre era delgada, pequeña y más oscura que la de Bebé, cuya piel pálida había adoptado un bonito tono dorado con la estación cálida. Entonces, ante mi sorpresa y la del hombre, la mujer de Tommy llevó aquella masculina y desconocida mano a uno de sus senos, posándola justo sobre la tela del sensual corpiño rojo.
¿Qué opina? ¿Es una tela áspera o suave? –preguntó la desvergonzada mujer, fingiendo total inocencia.
Yo no sé… -dijo el guardia, mirándome.
Yo me tomé la cabeza con una mano y le di a entender al tipo que continuara, que no había problemas por mi parte. De todos modos quería saber que quería demostrar Bebé con aquel descarado comportamiento. Además, estaba ocupado tratando de captar toda la escena en mi cámara.
Entonces, la pelirroja hizo algo más increíble. Retiró parte de su brazo y contuvo el corpiño sólo del lado en que no estaba la mano de aquel hombre. Si el hombre decidía no continuar la exploración o soltar el sujetador, aquel lado quedaría completamente expuesto.
- Ahora, puede sentir la tela sin molestias –se excusó Bebé-. Mi mano ahí era un estorbo ¿no?
No lo podía creer. Una mujer hermosa y elegante como la mujer de Tommy, haciendo vulgaridades como esa. Miré la mesa y las cinco copas de champaña tal vez habían sido demasiado para el estómago y la cabeza de la esposa de mi mejor amigo.
Por supuesto, finalmente, el hombre aceptó el reto. Su mano acarició con cuidado la prenda de Bebé. Primero, sintiendo la tela contra el busto firme y voluptuoso. Siendo todo lo respetuoso que se puede ser en esa situación. Pero a medida que pasaban los segundos primero y los minutos después, la mano del individuo empezó a ejercer presión contra el pecho de la pelirroja. Sobre todo, cuando notó su entrega, la sumisión. Entonces, lo grabé acariciando y masajeando el seno de Bebé a placer, levantándolo para exponer más piel mientras sus cuerpos se estrechaban.
Es sedoso ¿cierto? –preguntó Bebé, con la voz muy baja.
Si –fue toda respuesta del guardia, ocupado.
Le parecen suaves –insistió la mujer de Tommy, con el pecho subiendo y bajando al ritmo de aquella caricia en su seno.
Muy suaves –respondió el guardia-. Son como la seda.
Ves, amor –Bebé me dirigió la palabra-. Creo que mi esposo no me cree aún.
Bebé tomó la otra mano del guardia y la colocó sobre su otro seno, de la misma forma, sobre el corpiño.
- Compruebe este lado también, por favor –le pidió la pelirroja, impúdica.
El guardia no habló, de su boca salió un murmullo incomprensible. Sólo acariciaba los senos de la sensual chica, los tomaba con sus manos y los apretaba. El guardia estaba concentradísimo. Yo no dejaba de filmar, sintiendo que el mirón ahora era yo.
El guardia, empujó a Bebé contra un espejo, las caricias se hacían más violentas y el corpiño a veces empezaba a subir o bajar demasiado, exponiendo por momentos un rosado y pequeño pezón. Si Bebé había planeado detener el juego en algún minuto no se notaba. Con los ojos cerrados y la respiración agitada, la mujer de Tommy empezó a aceptar la lengua de aquel extraño sobre sus senos. De pronto, una mano desconocida acariciaba sus caderas y otra un glúteo, probando la firmeza de las curvas sensuales, tratando de abarcar aquel hermoso cuerpo con las pequeñas y tostadas manos.
Bebé continuaba inmóvil, apoyada contra aquel espejo. Su aliento condensándose sobre la superficie pulida mientras el reflejo mostraba su trasero siendo invadido por aquel extraño. Los dedos parecían querer aventurase en su entrepierna mientras la lengua del guardia bajaba del cuello para atrapar un pezón entre sus dientes.
Filmaba la lengua roja sobre el rosado pezón de Bebé, cuando una silueta llamó mi atención. La vendedora se acercaba.
- Alguien viene –anuncié como pude sin delatarnos.
Bebé se separó rápidamente del hombre y se metió al probador, cerrando la cortina. Al mismo tiempo el guardia alcanzó a acomodar su erección y arreglar un poco el uniforme, justo antes que la mujer se presentara.
- Roberto, ¿Qué hace aquí? –preguntó la dependiente.
Yo, entendiendo que el hombre sería incapaz de decir una excusa creíble, salí al paso.
- Tuvimos un problema para cerrar la cortina y el buen hombre nos ha ayudado a solucionarlo. Al fin, mi mujer pudo volver a probarse la lencería. Es una mujer muy pudorosa la pobre –expuse sonriendo-. La verdad es ya deberíamos ir camino a la playa. Esta compra se ha alargado más de lo planeado. Muchas gracias por sus servicios, Roberto.
El guardia me miró agradecido y la mujer, al principio suspicaz, se mostró satisfecha con mi explicación. En especial, cuando anuncié que compraríamos varios bikinis y vestidos.
Además, llevaremos algo de ropa adicional y lencería para mi mujer –anuncié-. Denos un momento, que con esto del probador nos hemos atrasado.
Muy bien –la sonrisa de la mujer se desvaneció cuando ordenó al guardia que volviera a su puesto de trabajo.
Bebé salió después con el mismo vestido con el que había llegado y las gafas puestas sobre sus ojos turquesas. Algunas bolsas con lencería y otros “trapitos” fueron adicionados a la cuenta, el resto que dejó en el probador estaba desechado. Salimos bien cargados, ignorando al guardia que miraba como un perro hambriento el cuerpo de Bebé.
¿Qué fue eso en el probador, nena? –le pregunté, mirándola sorprendido.
Sólo cumplía tu estúpida regla número tres: comportarse como una estrella porno –anunció media borracha.
Sin duda, empezaba a darme cuenta que aquella hermosa mujer, la esposa de Tommy, era mucho menos puritana y más zorra de lo que esperaba. Pero aquello sólo sumaba en mi morbosa fantasía de aquel fin de semana con Bebé.
Yo, el Chantajista, tal vez podía ser más que eso. Sería un “Fantasista” capaz de llevar a aquella mujer a la cumbre del vicio y el libertinaje. Aquel fin de semana sólo empezaba.