El Extraño Caso de Mr. Buttom (3)

Ros aprovechó para cambiar de pecho a Pay, momento en el que Joe no pudo evitar...

3

Aquella noche durmió plácidamente, en un sueño reparador que necesitaba con ansias, aunque Pay la despertó para su toma nocturna, el hecho de tenerlo en su propia cama facilitó que le alimentara y que ambos pudiesen seguir durmiendo bien calentitos hasta bien entrada la mañana…

El sol ya se colaba por las rendijas cuando Ros se despertó. Como de costumbre hizo un pis extra en la escupidera bajo la cama y se vistió rápidamente poniéndose todas las capas que pudo, ¡qué frio que hacía en aquella vieja casa en el bosque!

Luego la rutina diaria, cambiar a Pay, vestirlo y abrigarlo bien y bajar pues, de nuevo ya tenía hambre.

Abajo Joe aguardaba…

—¡Vaya, pensé que dormirías varios días! —dijo socarronamente.

—¡Oh, lo siento estaba muy cansada! —dijo Ros avergonzada.

—No pasa nada mujer, ¡es comprensible!

—No sé qué sueles desayunar, yo tomo café con un poco de leche y pan o queso o huevos revueltos, según se tercie.

—¡Eso estará genial! —dijo Ros sentándose con Pay a la mesa.

Pay volvió a llorar, reclamando su propio desayuno, así que Ros se dispuso a darle de mamar una vez más.

Mientras Joe le sirvió el mismo desayuno que tomaría él y se sentó a la mesa.

De nuevo Ros le pilló mirando su pecho un poco indiscretamente. Lo cierto es que tenía los pechos enormes tras su embarazo había cogido peso y gracias a sus generosas mamas recién estrenadas y cargaditas de leche, a Pay no le faltaría el alimento.

Joe apartó la mirada y trató de disimular.

—¿Te incomodo? —le preguntó Ros sintiendo que efectivamente lo hacía.

—¡Oh, bueno, no pasa nada Ros! Es algo que tienes que hacer, disculpa a este pobre viejo si te hace sentir incómoda a ti —rio Joe.

—No te preocupes, no me importa que mires si es eso lo que te avergüenza, es algo normal —dijo Ros.

—Si, supongo que tendremos que acostumbrarnos a esta nueva normalidad —sentenció Joe.

Tras darle de mamar sobre un pecho Ros lo cambió al otro ante la mirada disimulada de Joe. Él trataba de no hacerlo, pero era un poco difícil tratar de evitarlo al mismo tiempo y esto le estaba poniendo nervioso mientras tomaba su desayuno.

Mientras tanto Ros comía lo que podía, pues también se moría de hambre, lo cual contribuía a que desatendiendo su pecho este luciera más superficie y por ende, incomodase un poco más a Joe.

—Bueno, como te dije si quieres hoy podemos ir al pueblo a comprar lo que necesites para Pay.

—¡Te lo agradezco mucho Joe! Siento las molestias que te estamos dando —se disculpó Ros.

—No es molestia, para eso está la familia, ¿no? A tu abuela le encantaría ver a Pay —dijo Joe sintiendo un momento de nostalgia.

—Si, estoy segura. Aunque yo casi no la recuerdo, pues era muy niña cuando venía por aquí.

—Era una mujer fantástica —sentenció Joe.

De nuevo en la vieja Ford, nieta, bisnieto y abuelo se encaminaron por los blancos caminos al pueblo. Tras la noche de nevadas, apenas se veía por donde discurría el camino y Ros temió que quedasen atrapados al entrar en la cuneta oculta bajo la nieve, entre aquellos pinos en mitad de ninguna parte.

Aunque el diestro Joe también lo temió, su destreza les permitió llegar relativamente seguros al pueblo en aquella soleada mañana tras la nevada en la noche anterior.

Se bajaron y entraron a un viejo establecimiento, pues allí todo era como de setenta años antes, al menos por fuera era lo que parecía, aunque en el interior se mostró como una tienda cálida y acogedora que recibía a sus clientes.

La regentaba Bart, u grueso tendero con ridículo bigote y tirantes que vestía en mangas de camisa, algo que para aquellos lares llamaba mucho la atención, dadas las temperaturas que se gastaban en el exterior.

—Bottom, ¡cuánto me alegro de verlo de nuevo! ¿Ha venido por su encargo?

Dijo Bart para extrañeza de Ros, que en ese momento se dio cuenta de que Joe había estado preparando su llegada con antelación.

—Bueno sí, como te comenté mi nieta aquí presente, ha venido a visitarme y tengo un bisnieto como ves y necesitamos una de esas cosas para que él pueda dormir confortablemente y su madre también.

—¡Estupendo! Tuvimos que encargarla exprofeso cuando Joe nos la pidió, por aquí no hay muchos niños señorita…

—Bottom, Ros Bottom —dijo la chica, pues no les habían presentado.

Al oír su apellido, el tendero levantó una ceja de extrañeza, pues es costumbre que la mujer adopte el apellido del marido salvo, como era el caso, que ella no estuviese casada ni el padre hubiese reconocido a su hijo.

En ese momento apareció desde la trastienda una mujer rubia, con gafas de estilo retro, aunque bien podrían ser las “de toda la vida” para ella, al oír la conversación.

—¡Hola queridos! —dijo Rosmeri, quien automáticamente detectó al bebé como si lo hubiese olido en la distancia.

Inmediatamente se abalanzó sobre la manta que lo envolvía y comenzó a hacerle carantoñas al joven Pay.

—¡Pero qué cosita tan preciosa tenemos aquí! —dijo Rosmeri.

Estuvieron un buen rato en la tienda, Ros quedó sorprendida por las atenciones tanto de Bart como de su esposa y colaboradora en la tienda. Aunque fue incómodo en algunos momentos, cuando se refirieron al padre ausente por ejemplo y le expresaron sus condolencias por poco menos que tener que criar ella sola al pequeñín. Suponía que tendría que acostumbrarse a ello al menos en los próximos años hasta que Pay creciese.

Aun así, la mañana fue productiva. Compraron el moisés y algunos utensilios más para poder bañarlo, mantas para acostarlo y algunas otras cosas necesarias.

Ahora tocaba ir la tienda de comestibles, donde de nuevo tuvieron que pasar por otra inspección por parte de los dependientes. Poco acostumbrados a los extraños, quienes la ensartaron con sus preguntas y Ros llegó a sentirse incómoda de nuevo. Aunque lo cierto es que su visita parecía ser todo un acontecimiento en aquel pequeño pueblo donde no abundaban los niños, ni probablemente noticias que hiciesen el día algo diferente al anterior.

Entre unas cosas y otras se les hizo tarde y con las pocas horas de sol del invierno, éste ya se acercaba al horizonte cuando se subieron de nuevo al coche y se dispusieron a volver a la casa del bosque.

Nada más llegar Joe metió las compras en la casa y dejó a Ros encargándose, ya que él tenía que alimentar a los caballos que aún estaban en el establo y encargarse de los animales de granja que tenía. Principalmente algunas gallinas y un par de cabras que le daban huevos y leche, con los que subsistir, además de con la caza.

Aquel día hicieron un almuerzo tardío, en base a beicon, huevos revueltos y algún embutido que trajeron de la tienda de comestibles.

De modo que cuando terminaron de comer, el sol ya se colaba por las montañas lejanas en un silencio casi sepulcral, mientras aprovechaban para tomar el sol y descansar bajo el porche de madera tan típico de las casas de este país.

Allí una vieja mecedora sustentaba el peso de Joe, mientras Ros se sentaba en un no menos viejo columpio para dos personas, que pareció hacer las delicias del joven Pay, que sonreía mientras madre e hijo se balanceaban juntos.

Y en este coqueto lugar, Ros sacó sus pechos para amamantar al bebé, de nuevo ante la mirada indiscreta de un avergonzado Joe, que parecía no acostumbrase aún al espectáculo. Sentía el frío en su delicada piel pero no se estaba mal del todo disfrutando de los últimos rayos de sol del día.

—Los vecinos del pueblo son un poco cotillas, pero son buena gente, te acostumbrarás —dijo Joe mientras liaba un pitillo en su mecedora.

—Supongo que sí, después de todo creo que Pay es un acontecimiento en el pueblo, no hay muchos niños por aquí, ¿verdad?

—Bueno están los Carson, que vinieron hace un año, tienen dos niños de ocho o diez años. También hay una granja con los Tennessee donde una pareja joven creo que tuvieron un bebé el invierno pasado, o quizás fue hace dos inviernos. En fin algunos niños sí que hay pero no muchos…

—La verdad es que es difícil contestar a veces a sus preguntas, sobre todo cuando me preguntan por el padre… —se lamentó Ros.

—Bueno, tú no hagas caso. Es más si no quieres, ni respondas, salta a otro tema, cada uno se dará por aludido si lo haces, y si no es su problema —le aconsejó Joe.

Ros aprovechó para cambiar de pecho a Pay, momento en el que Joe no pudo evitar fijarse de nuevo en sus hermosos pechos. Y sorprendentemente al descubrirse el nuevo pecho, abriendo una apertura de velcro estratégicamente situada en el sujetador materno que llevaba, éste salía a la luz soltando un chorro de leche a presión.

—¡Oh, creo que esta ya estaba a rebosar! —dijo Ros riendo ante la atónita mirada de Joe.

—¿Eso es posible? Digo ha salido a presión —dijo Joe comenzando a soltarse.

—Si, a veces me pasa, cuando ya estoy casi que van a estallar —contestó Ros ofreciendo aquel nuevo pecho cargado de leche al joven Pay.

—Ciertamente es curioso chica, lo admito. Disculpa si te incomodo aun pero resulta complicado no fijarme.

—¡Oh tranquilo, no pasa nada! —dijo Ros.

Entonces Joe se levantó de su mecedora y comenzó a cortar algunos troncos para la chimenea esa noche. Así Ros descubrió que su abuelo, conseguía cortar los troncos, pero con dificultad. A veces fallaba el tajo, otras acertaba y saltaban las astillas que más tarde servirían de combustible para la hoguera en la chimenea y de tanto en tanto, Joe se dolía de su rodilla, un achaque de la edad, de tantos años trabajando en la granja.

Con el esfuerzo al final acabó en mangas de camisa y con las tirantes sujetando su pantalón únicamente.


Como habrás podido comprobar, este relato no es como los que se suelen leer por aquí, no es un aquí te pillo aquí te mato. Este capitulo pertenece a mi nueva novela El Extraño Caso de Mr. Bottom , publicada en Amazon. Por si os interesa os dejo aquí su sinopsis:

Joe vive en un pueblo de la América profunda, tiene una cabaña en el bosque, donde cuida caballos, más que nada para entretenerse y de vez en cuando vende algún potro, con el que complementa su escasa pensión.

Algo extraordinario ocurrirá y el abuelo de setenta y ocho años comenzará a sentirse más fuerte y vigoroso. La gente arreciará en sus críticas mientras él, indiferente, verá el cambio de su propia imagen mirándose al espejo. Espantado descubrirá que está rejuveneciendo, lo que en realidad le ocurre será un misterio al principio, luego sabrá la causa de tan extraño suceso, algo que también inquietará a su nieta y que juntos descubrirán…