El Extraño Caso de Mr. Bottom
Entonces Ros fue consciente de la mirada indiscreta del viejo que, de inmediato...
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La mañana era fría, cuando Ros bajó del viejo autobús de línea en aquella parada a las afueras del pueblo, ya que éste no entraba al mismo, sino que lo rodeaba y seguía de largo para volver a la interestatal.
Ros abrigó al pequeño con su manta y miró al añejo asiento de madera blanco-grisácea que lucía como el pelo de un anciano. Es más, podría decirse que justamente tenía cerca de setenta años desde que la instalaron allí en los gloriosos veinte.
Con un poco de remilgo Ros se sentó mientras una racha de viento bajó la sensación térmica cuatro o cinco grados de golpe: ¡qué frío! —pensó mientras echó en falta unos guantes que protegieran sus dedos menudos y blancas manos.
Miró entre las mantas y descubrió la carita sonrosada de su retoño, que perezoso apretaba los ojillos con fuerza al sentir la claridad y el gélido ambiente. Se movió regocijándose en el caliente regazo de su madre.
—¡Hola bonito! —le dijo la madre primeriza mientras procuraba que no se destapara más que de lo necesario para respirar el aire fresco de la tarde.
Tras mirar al bebé, estando sentada en aquella parada desierta, reparó en el paisaje que la rodeaba. Frente a ella colinas de pinos blancos, cubiertos por la nieve observaban la escena, mientras el Sol se colaba tras las montañas, tiñéndolas de rojos y anaranjados. En apenas media hora oscurecería y la temperatura caería en picado.
Tanta belleza la sobrecogió y entonces fue consciente del silencio. Escasamente roto por el sonido del viento y algún águila que volaba en las montañas en busca de un último conejo que echarse al pico.
Entonces fue consciente de que estaba en apuros, ¡pronto el sol desaparecería entre las lejanas montañas y la temperatura caería en picado!
Allá a lo lejos, un grupito de casas de madera humeantes comenzaban a encender las luces dentro de los hogares, ¿qué ocurriría si el viejo Joe no venía a buscarlos?
Su viaje había sido una pequeña odisea, ¡Ros no quería ni pensarlo! Con un bebé en brazos, cargando una exigua maleta, casi toda ella con ropa para él. Haciendo transbordos de estación en estación hasta llegar a aquel lugar tan alejado, cruzando medio país.
Pero Joe era su única familia viva, no tenía a nadie más. La beca se acabó con su embarazo, ya no tendría más oportunidades de continuar su vida anterior, pero tomó una decisión y estaba dispuesta a todo por él.
Tras ver su carita acurrucado entre las mantas, hacía tan solo unos minutos pensó que definitivamente, ¡había merecido la pena! Era una luchadora y gracias a él se daba cuenta de ello.
Pero los minutos pasaban y el viejo Joe no llegaba. Le había escrito una carta, había llamado al bar del pueblo, hablado con él por teléfono y acordado cuando llegaría aproximadamente. Pues con varios autobuses que coger, algo podía salir mal. Pero había tenido suerte, la suerte del viajero, ¡todo le había salido bien! La gente con quien se había topado, ¡la había ayudado mucho! Buenos samaritanos que le tendieron la mano allí donde lo necesitaba y por fin había llegado. Había llegado a una parada de autobús desierta, en aquel bello paraje, justo antes del atardecer…
La desesperación comenzó a hacer mella mientras se preguntaba a sí misma: “¿Dónde estás viejo?” —pero esto no hacía sino incrementar su desesperanza.
Finalmente una camioneta salió de entre las casas, renqueante fue tomando cada curva del gris asfalto sin prisa pero sin pausa, saliendo del pueblo.
¿Sería aquel vehículo el de su abuelo? Había transcurrido ya media hora o más desde su llegada, ¡no podría esperar allí mucho más tiempo!
Dispuesta a detener a aquel conductor, se tratara de quien se tratase, Ros se levantó con su bebé en brazos. Lista para hacer señas a aquel vehículo que ya casi tenía encima.
Cuando llegó a su altura el vehículo se detuvo, el ocupante bajó la ventanilla a través de una arcaica manija y se asomó una cara con un gorro calado hasta las orejas y una barba blanca, exhalando vaho en aquel aire gélido.
—¿Ros, eres tú? —dijo una voz ronca desde el vehículo.
—¡Pues claro que soy yo! —dijo al borde de la exasperación.
Mirando su maleta y a su hijo en brazos Ros se preguntaba si acaso aquel viejo estúpido no se bajaría a ayudarla. Y esto mismo parecía preguntarse él desde el interior del vehículo.
Finalmente aceleró y el viejo motor Ford protestó mientras la furgoneta giraba la carretera ciento ochenta grados hasta pasar cerca de la maleta de ella.
Joe se bajó y cojeando levemente dio la vuelta por delante, invitando a la madre y a su nieto a entrar abriéndoles gentilmente la puerta.
—¡Vamos entra, hace frío! —dijo Joe con voz tosca.
Ni un abrazo, ni un beso, ni preguntar por su nieto. Ros se quedó más helada de lo que ya estaba esperando en aquella solitaria parada de bus.
Tras subirse, Joe cerró y cogiendo la maleta la subió a la parte de atrás, que estaba descubierta y helada, atándola parsimoniosamente con una soga para que no fuese dando tumbos por el camino.
¡Por fin se pusieron en marcha y allí dentro se estaba caliente! Así que Ros quitó la manta más gruesa de encima del bebé para que éste no empezase a sudar y al descubrir su cabecita, cubierta con un gracioso gorrito terminado en una borla, su carita apareció ante los ojos viejos y cansados de Joe.
Éste se quedó mirándolo unos instantes antes de volver la mirada a la carretera helada y finalmente dijo algo…
—¿Cómo se llama la criatura? —preguntó el viejo Joe.
—Se llama Pay —dijo Ros.
—El que viene, el que llega… —gruñó el viejo.
—¿Cómo? —preguntó la madre sin comprender.
—Es el significado del nombre de tu hijo —dijo Joe.
Ros quedó estupefacta, ¿cómo lo sabía aquel viejo?
—¿Cómo sabes esas cosas?
—Será porque ya he vivido muchos años —dijo sin más el viejo Joe.
Atravesaban el pueblo desierto, cuando un par de lugareños se quedaron mirando fijamente a Ros con su bebé en brazos y levantaron la mano para saludar el viejo, pues allí todos se conocían. Aunque sus miradas quedaron clavadas en Ros, más que en Joe. Sin duda se preguntarían quién era aquella joven que iba con el viejo ermitaño portando lo que a todas luces parecía ser un bebé envuelto en su manta.
—Has tardado mucho —se quejó ella.
—Tenía que meter a los caballos en el establo, esta noche helará y si no lo hacía podrían morir de frio fuera, o ser atacados por los osos o los lobos —gruñó Joe.
—¿Aquí hay de eso? —dijo Ros sin poder salir de su asombro.
—Tranquila, si no se sale de noche no hay problema —rio viejo ermitaño.
Entonces su conversación fue interrumpida por el bebé, que comenzó a llorar con fuerza.
—Vaya, tranquilo, sé lo que te pasa —dijo Ros mientras intentaba descubrirse el pecho con dificultad—. ¿Puedes parar un poco?
—Parar, ¿por qué? —dijo el viejo sin comprender.
—Pues porque tiene que comer y con tanto bache le va a resultar difícil mantenerle la teta en la boca, ¿entiendes? —dijo Ros de mal humor, ¡aquello era el colmo de los colmos!
El viejo Joe detuvo su camioneta en el camino y puso las luces de emergencia, mientras lo hacía pues las cunetas estaban cubiertas de nieve y corrían el riesgo de clavar las ruedas y quedarse atascados.
Con el vehículo detenido Ros pudo descubrirse y ofrecer su pecho bajo el grueso suéter de lana al bebé. Este cogió su grueso pezón y comenzó a chupar con ansiedad al principio y cuando consiguió sacar la primera leche fue calmándose y haciéndolo más despacio.
Entonces Ros fue consciente de la mirada indiscreta del viejo que, de inmediato, la apartó mirando hacia fuera.
—Lo siento Joe, pero él tiene prioridad —dijo Ros sonriendo.
—Tranquila, no pasa nada, demasiado viejo para recordar lo que es una cosa de esas —gruñó Joe.
De frente se acercaba el todo terreno del sheriff, con sus clásicas luces de emergencia coronando el techo. Este le dio largas al viejo, por lo que Joe se apartó mínimamente para dejarle espacio para pasar.
Pero el todo terreno se puso a su altura y bajó la ventanilla, más que nada para interesarse por la causa de la detención de Joe.
—Buenas tardes Bottom, ¿todo bien? —dijo la voz recia del sheriff Dalton.
Joe bajó la ventanilla de su vieja Ford, usando la manivela trabajosamente, de forma que cuando ésta se abrió hasta la mitad los ojos de Dalton repararon en el asiento del copiloto y vieron a la joven a su lado dando el pecho al bebé.
—Si, bueno no, el bebé, ya sabe… —dijo Dalton.
—¿Un bebé? ¡Cómo, no será tuyo! ¿No? —preguntó con ironía el veterano Sheriff del pueblo.
—Afortunada mente no —bufó Joe, poco amigo de las bromas, ¡es de mi nieta!
—¡Claro que sí viejo! Encantado señorita, si necesitan algo en el bosque avisa Joe, puedo llevar lo necesario para el bebé si tu viejo trasto no tira —se ofreció Dalton.
—Tranquilo, esta vieja está más sana de lo que parece por fuera —dijo Bottom tajante.
El sheriff se limitó a echarle una ojeada a la vieja Ford y sonriéndole les deseó buenas tardes y se marchó den dirección opuesta.
Mientras tanto el joven Pay se afanaba en terminar con un pecho, hasta que Ros le cambió al otro.
—Es que si no me vacía uno y el otro me duele —le explicó a Joe.
—Tampoco es que me interesase —protestó el viejo Joe.
—¡Oh, perdone usted si hiero su sensibilidad! —dijo Ros un poco cabreada.
Joe apartó la mirada de nuevo y se quedó extasiado mirando cómo comenzaba a caer ya la nieve de nuevo.
—Perdona mis modales chica, no me imagino lo cansada que estarás después de tu gran viaje —dijo Joe disculpándose.
Entonces Ros comprendió que tal vez se había pasado con aquel anciano, que después de todo era su única familia.
—Si supongo que estoy cansada y de ahí mi mal humor. ¡Gracias por acogernos Joe! —dijo finalmente.
El joven Pay se durmió con la teta en la boca, así que Ros dio por concluida la toma y se guardó su pecho bajo el grueso jersey de lana, indicándole a Joe que podían continuar.
Afuera ya era noche cerrada, parecía increíble lo rápido que se había hecho de noche, pero así era. Mientras la vieja Ford serpenteaba por caminos rodeados de pinos los ocupantes del vehículo quedaban medio hipnotizados por el caer de miles de copos sobre la carretera siendo iluminados por los focos gastados de la camioneta.
Cuando la nevada comenzaba a ser preocupante y apenas veían nada más allá de unos cuantos metros delante del capó, llegaron hasta la cabaña.
Allí Joe acompañó a Ros a dentro y luego salió a recuperar la maleta con las pertenencias de su nieta.
Como habrás podido comprobar, este relato no es como los que se suelen leer por aquí, no es un aquí te pillo aquí te mato. Este capitulo pertenece a mi nueva novela
, publicada en Amazon. Por si os interesa os dejo aquí su sinopsis:
Joe vive en un pueblo de la América profunda, tiene una cabaña en el bosque, donde cuida caballos, más que nada para entretenerse y de vez en cuando vende algún potro, con el que complementa su escasa pensión.
Algo extraordinario ocurrirá y el abuelo de setenta y ocho años comenzará a sentirse más fuerte y vigoroso. La gente arreciará en sus críticas mientras él, indiferente, verá el cambio de su propia imagen mirándose al espejo. Espantado descubrirá que está rejuveneciendo, lo que en realidad le ocurre será un misterio al principio, luego sabrá la causa de tan extraño suceso, algo que también inquietará a su nieta y que juntos descubrirán…