El Extraño Caso de Mr. Bottom

Y en este coqueto lugar, Ros sacó sus pechos para amamantar al bebé, de nuevo ante la mirada indiscreta de...

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2

Una vez dentro Ros contempló un tanto horrorizada las paredes de madera. Estas estaban cubiertas de trofeos, ciervos, ¡y hasta una cabeza de oso! Los animales adornaban las paredes madera de la cabaña, pero le daban un aspecto un tanto tétrico al contemplar sus vivos ojos de cristal, que les hacían parecer estar vivos aún, sin duda fruto de un avezado taxidermista.

Estos proyectaban sombras espectrales en las paredes de las que colgaban, iluminados por la luz de una chimenea de leña que ardía en un extremo de la estancia principal. Tras echar Joe un par más de troncos más para reavivar las llamas.

No había muchas comodidades por allí, la verdad, así que cuando Joe la invitó a sentarse tomó asiento en una especie de sofá cubierto con pieles frente a la chimenea y sintió el calor que de ella manaba.

Por increíble que parezca, Joe no tenía luz eléctrica, se iluminaba con lámparas de gas, algo que a Ros le pareció un tanto arcaico y particular. Pero entonces vio bombillas en la vieja lámpara de brazos que colgaba del techo y le preguntó.

—Sí, tengo placas solares, pero ahora en invierno no alcanzan carga en los días sin sol, ya llevamos una semana sin verlo brillar —respondió el viejo Joe.

Joe le preguntó si necesitaba algo, así que entonces Ros cayó en la cuenta de que quien necesitaba de verdad algo era el joven Pay que ya había hecho de las suyas en el pañal.

—Si, abre la maleta y saca pañales por favor.

—¡Claro! —dijo Joe y con menos maña que voluntad intentó abrir la maleta rígida de la chica sin atinar con el cierre.

—Anda sujeta al bebé que ya me encargo yo —dijo Ros entregando el bebé a Joe, quien lo cogió como quien coge un caro jarrón de la dinastía Ming.

Ros sacó pañales y encima de una mesa de madera puso una esterilla donde colocó al joven Pay se deshizo del pañal manchado para colocarle uno nuevo tras limpiarle.

—Vaya si huelen estas cosas —rio Joe—. Demasiado viejo para recordar.

—Si, imagino que ya son muchos años sin cambiar pañales —replicó Ros, pensando si Joe había hecho tal cosa alguna vez en sus tiempos.

Una vez cambiado, Joe se deshizo del pañal en el cubo que usaba para la basura junto a la puerta de la cabaña pues, ¡mejor fuera que dentro! Y cerró de nuevo tras sentir un escalofrío al asomar apenas la mano al exterior para deshacerse de él.

—Imagino que estarás hambrienta, ¿no? He preparado un guiso de ciervo para cuando llegases.

—¿Ciervo? ¡Es que soy…!

Ros estuvo a punto de confesar que era vegetariana, pero le pareció una grosería andarse con remilgos rechazando la hospitalidad de su abuelo, así que disimuló rápidamente.

—¡Oh, bueno estará delicioso! —dijo finalmente su nieta.

—Joe se fue a la cocina y comenzó a poner la mesa mientras Ros ponía al bebé en el sofá de madera, junto a su respaldo para que estuviese seguro.

Entonces se levantó y ayudó con la mesa a Joe, que pronto estuvo puesta y con un guiso de ciervo humeante frente a la joven madre. Ciertamente esta estaba canina así que cuando Joe le ofreció una gruesa hogaza de pan de leña, esta lo probó y ya sólo esto le pareció delicioso.

Y tan pronto el pan fue mojado en la salsa, el nivel subió a: ¡Excelente! Para terminar, cogiendo la cuchara y llenándola un poco de patatas y carne, la escala subió ya a: ¡Sublime!

—¡Oh Joe esto está de muerte! —dijo la joven Ros.

—Si, lo sé —afirmó el viejo Joe—. Es mi especialidad, me alegra por una vez tener invitados para no disfrutarlo solo, cuando lo preparo a veces tengo comida para toda las emana —añadió.

Entonces Ros se dio cuenta de la punzada de dolor con la que el viejo había dicho aquellas palabras. Pero prefirió no comentar nada al respecto, mejor dejar pasar los malos recuerdos cuando estos reaparecen.

—No sé tú, pero yo suelo tomar algo de whisky con la comida, me ayuda a combatir el frío y las largas noches de aquí —dijo Joe sirviéndose uno doble.

—¡Oh, pues no me importaría probar!  ¡dddf

Digo por lo del frío —aclaró a continuación.

Joe sonrió y sirvió la mitad de whisky en su vaso. Así que, tras cenar, se fueron acabando su whisky para bajar el guiso de ciervo.

—Perdona que lo pregunte, ya sé que vives sólo y eso, ¿dónde dormiremos Pay y yo?

—No es molestia, dormiréis en el cuarto de tu padre, sólo hay dos habitaciones, tampoco es que haya muchas opciones.

—¡Oh genial! —dijo Ros, con cierto alivio.

—Pondré a Pay conmigo, aunque tal vez me vendría bien tener un moisés.

—¿Qué es eso? —preguntó Joe y ante la cara de extrañeza de Ros, se anticipó a su respuesta—. ¡Ah claro, para él! Bueno en el pueblo hay una tienda de muebles y eso, iremos mañana si quieres a preguntarle a Bart.

—Bueno, pues casi será mejor que nos acostemos, estoy que me caigo de sueño —dijo Ros.

—¡Claro! Te mostraré el cuarto.

Joe tomó entonces la lámpara de gas y condujo a Ros con su bebé en brazos por las viejas escaleras hacia la segunda planta. Allí un pasillo daba a dos puertas, una por cada habitación en la casa. Así que pasó a uno de ellos y allí una cama grande y confortable les aguardaba.

—He puesto sábanas limpias y he cogido mantas creo tendrás de sobra, pero si no, pídeme más —dijo Joe.

—¡Oh, si está bien! No te preocupes —dijo Ros.

Convinieron que para tener mayor seguridad pegar la cama a una pared y que así Ros durmiese por un lado y el bebé quedara entre ella y la pared.

—¿Y el baño? —preguntó Ros sintiendo la llamada de la naturaleza.

—¡Oh el baño! Pues eso puede que sea un problema —dijo Joe.

—Verás hay una letrina saliendo de la cabaña, para aguas mayores, ya sabes. Si van a ser aguas menores, entonces lo mejor es usar una escupidera que luego en la mañana se tira. Bajo tu cama tienes una.

Ros quedó de nuevo estupefacta, aquello podría ser más duro de lo que ella había pensado en un primer momento…

Así que ya en la intimidad de la habitación, con la lámpara de gas que Joe le había dejado, hizo un pis sobre la gran taza cerámica que encontró bajo la cama, tal como le indicó Joe.

—Bueno al menos no tendré que poner el culo en una fría taza —pensó, sintiendo un escalofrío con sólo pensarlo.

3

Aquella noche durmió plácidamente, en un sueño reparador que necesitaba con ansias, aunque Pay la despertó para su toma nocturna, el hecho de tenerlo en su propia cama facilitó que le alimentara y que ambos pudiesen seguir durmiendo bien calentitos hasta bien entrada la mañana…

El sol ya se colaba por las rendijas cuando Ros se despertó. Como de costumbre hizo un pis extra en la escupidera bajo la cama y se vistió rápidamente poniéndose todas las capas que pudo, ¡qué frio que hacía en aquella vieja casa en el bosque!

Luego la rutina diaria, cambiar a Pay, vestirlo y abrigarlo bien y bajar pues, de nuevo ya tenía hambre.

Abajo Joe aguardaba…

—¡Vaya, pensé que dormirías varios días! —dijo socarronamente.

—¡Oh, lo siento estaba muy cansada! —dijo Ros avergonzada.

—No pasa nada mujer, ¡es comprensible!

—No sé qué sueles desayunar, yo tomo café con un poco de leche y pan o queso o huevos revueltos, según se tercie.

—¡Eso estará genial! —dijo Ros sentándose con Pay a la mesa.

Pay volvió a llorar, reclamando su propio desayuno, así que Ros se dispuso a darle de mamar una vez más.

Mientras Joe le sirvió el mismo desayuno que tomaría él y se sentó a la mesa.

De nuevo Ros le pilló mirando su pecho un poco indiscretamente. Lo cierto es que tenía los pechos enormes tras su embarazo había cogido peso y gracias a sus generosas mamas recién estrenadas y cargaditas de leche, a Pay no le faltaría el alimento.

Joe apartó la mirada y trató de disimular.

—¿Te incomodo? —le preguntó Ros sintiendo que efectivamente lo hacía.

—¡Oh, bueno, no pasa nada Ros! Es algo que tienes que hacer, disculpa a este pobre viejo si te hace sentir incómoda a ti —rio Joe.

—No te preocupes, no me importa que mires si es eso lo que te avergüenza, es algo normal —dijo Ros.

—Si, supongo que tendremos que acostumbrarnos a esta nueva normalidad —sentenció Joe.

Tras darle de mamar sobre un pecho Ros lo cambió al otro ante la mirada disimulada de Joe. Él trataba de no hacerlo, pero era un poco difícil tratar de evitarlo al mismo tiempo y esto le estaba poniendo nervioso mientras tomaba su desayuno.

Mientras tanto Ros comía lo que podía, pues también se moría de hambre, lo cual contribuía a que desatendiendo su pecho este luciera más superficie y por ende, incomodase un poco más a Joe.

—Bueno, como te dije si quieres hoy podemos ir al pueblo a comprar lo que necesites para Pay.

—¡Te lo agradezco mucho Joe! Siento las molestias que te estamos dando —se disculpó Ros.

—No es molestia, para eso está la familia, ¿no? A tu abuela le encantaría ver a Pay —dijo Joe sintiendo un momento de nostalgia.

—Si, estoy segura. Aunque yo casi no la recuerdo, pues era muy niña cuando venía por aquí.

—Era una mujer fantástica —sentenció Joe.

De nuevo en la vieja Ford, nieta, bisnieto y abuelo se encaminaron por los blancos caminos al pueblo. Tras la noche de nevadas, apenas se veía por donde discurría el camino y Ros temió que quedasen atrapados al entrar en la cuneta oculta bajo la nieve, entre aquellos pinos en mitad de ninguna parte.

Aunque el diestro Joe también lo temió, su destreza les permitió llegar relativamente seguros al pueblo en aquella soleada mañana tras la nevada en la noche anterior.

Se bajaron y entraron a un viejo establecimiento, pues allí todo era como de setenta años antes, al menos por fuera era lo que parecía, aunque en el interior se mostró como una tienda cálida y acogedora que recibía a sus clientes.

La regentaba Bart, u grueso tendero con ridículo bigote y tirantes que vestía en mangas de camisa, algo que para aquellos lares llamaba mucho la atención, dadas las temperaturas que se gastaban en el exterior.

—Bottom, ¡cuánto me alegro de verlo de nuevo! ¿Ha venido por su encargo?

Dijo Bart para extrañeza de Ros, que en ese momento se dio cuenta de que Joe había estado preparando su llegada con antelación.

—Bueno sí, como te comenté mi nieta aquí presente, ha venido a visitarme y tengo un bisnieto como ves y necesitamos una de esas cosas para que él pueda dormir confortablemente y su madre también.

—¡Estupendo! Tuvimos que encargarla exprofeso cuando Joe nos la pidió, por aquí no hay muchos niños señorita…

—Bottom, Ros Bottom —dijo la chica, pues no les habían presentado.

Al oír su apellido, el tendero levantó una ceja de extrañeza, pues es costumbre que la mujer adopte el apellido del marido salvo, como era el caso, que ella no estuviese casada ni el padre hubiese reconocido a su hijo.

En ese momento apareció desde la trastienda una mujer rubia, con gafas de estilo retro, aunque bien podrían ser las “de toda la vida” para ella, al oír la conversación.

—¡Hola queridos! —dijo Rosmeri, quien automáticamente detectó al bebé como si lo hubiese olido en la distancia.

Inmediatamente se abalanzó sobre la manta que lo envolvía y comenzó a hacerle carantoñas al joven Pay.

—¡Pero qué cosita tan preciosa tenemos aquí! —dijo Rosmeri.

Estuvieron un buen rato en la tienda, Ros quedó sorprendida por las atenciones tanto de Bart como de su esposa y colaboradora en la tienda. Aunque fue incómodo en algunos momentos, cuando se refirieron al padre ausente por ejemplo y le expresaron sus condolencias por poco menos que tener que criar ella sola al pequeñín. Suponía que tendría que acostumbrarse a ello al menos en los próximos años hasta que Pay creciese.

Aun así, la mañana fue productiva. Compraron el moisés y algunos utensilios más para poder bañarlo, mantas para acostarlo y algunas otras cosas necesarias.

Ahora tocaba ir la tienda de comestibles, donde de nuevo tuvieron que pasar por otra inspección por parte de los dependientes. Poco acostumbrados a los extraños, quienes la ensartaron con sus preguntas y Ros llegó a sentirse incómoda de nuevo. Aunque lo cierto es que su visita parecía ser todo un acontecimiento en aquel pequeño pueblo donde no abundaban los niños, ni probablemente noticias que hiciesen el día algo diferente al anterior.

Entre unas cosas y otras se les hizo tarde y con las pocas horas de sol del invierno, éste ya se acercaba al horizonte cuando se subieron de nuevo al coche y se dispusieron a volver a la casa del bosque.

Nada más llegar Joe metió las compras en la casa y dejó a Ros encargándose, ya que él tenía que alimentar a los caballos que aún estaban en el establo y encargarse de los animales de granja que tenía. Principalmente algunas gallinas y un par de cabras que le daban huevos y leche, con los que subsistir, además de con la caza.

Aquel día hicieron un almuerzo tardío, en base a beicon, huevos revueltos y algún embutido que trajeron de la tienda de comestibles.

De modo que cuando terminaron de comer, el sol ya se colaba por las montañas lejanas en un silencio casi sepulcral, mientras aprovechaban para tomar el sol y descansar bajo el porche de madera tan típico de las casas de este país.

Allí una vieja mecedora sustentaba el peso de Joe, mientras Ros se sentaba en un no menos viejo columpio para dos personas, que pareció hacer las delicias del joven Pay, que sonreía mientras madre e hijo se balanceaban juntos.

Y en este coqueto lugar, Ros sacó sus pechos para amamantar al bebé, de nuevo ante la mirada indiscreta de un avergonzado Joe, que parecía no acostumbrase aún al espectáculo. Sentía el frío en su delicada piel pero no se estaba mal del todo disfrutando de los últimos rayos de sol del día.

—Los vecinos del pueblo son un poco cotillas, pero son buena gente, te acostumbrarás —dijo Joe mientras liaba un pitillo en su mecedora.

—Supongo que sí, después de todo creo que Pay es un acontecimiento en el pueblo, no hay muchos niños por aquí, ¿verdad?

—Bueno están los Carson, que vinieron hace un año, tienen dos niños de ocho o diez años. También hay una granja con los Tennessee donde una pareja joven creo que tuvieron un bebé el invierno pasado, o quizás fue hace dos inviernos. En fin algunos niños sí que hay pero no muchos…

—La verdad es que es difícil contestar a veces a sus preguntas, sobre todo cuando me preguntan por el padre… —se lamentó Ros.

—Bueno, tú no hagas caso. Es más si no quieres, ni respondas, salta a otro tema, cada uno se dará por aludido si lo haces, y si no es su problema —le aconsejó Joe.

Ros aprovechó para cambiar de pecho a Pay, momento en el que Joe no pudo evitar fijarse de nuevo en sus hermosos pechos. Y sorprendentemente al descubrirse el nuevo pecho, abriendo una apertura de velcro estratégicamente situada en el sujetador materno que llevaba, éste salía a la luz soltando un chorro de leche a presión.

—¡Oh, creo que esta ya estaba a rebosar! —dijo Ros riendo ante la atónita mirada de Joe.

—¿Eso es posible? Digo ha salido a presión —dijo Joe comenzando a soltarse.

—Si, a veces me pasa, cuando ya estoy casi que van a estallar —contestó Ros ofreciendo aquel nuevo pecho cargado de leche al joven Pay.

—Ciertamente es curioso chica, lo admito. Disculpa si te incomodo aun pero resulta complicado no fijarme.

—¡Oh tranquilo, no pasa nada! —dijo Ros.

Entonces Joe se levantó de su mecedora y comenzó a cortar algunos troncos para la chimenea esa noche. Así Ros descubrió que su abuelo, conseguía cortar los troncos, pero con dificultad. A veces fallaba el tajo, otras acertaba y saltaban las astillas que más tarde servirían de combustible para la hoguera en la chimenea y de tanto en tanto, Joe se dolía de su rodilla, un achaque de la edad, de tantos años trabajando en la granja.

Con el esfuerzo al final acabó en mangas de camisa y con las tirantes sujetando su pantalón únicamente.


El Extraño Caso de Mr. Bottom es una novela erótica diferente y original. Esta idea es la que tenía en mente cuando comencé a idear su historia y que creo que he conseguido plasmar capítulo a capítulo. Sinopsis:

Joe vive en un pueblo de la América profunda, tiene una cabaña en el bosque, donde cuida caballos, más que nada para entretenerse y de vez en cuando vende algún potro, con el que complementa su escasa pensión.

Aislado, vive solo desde que murió su mujer, la abuela de Ros. Una buena mujer que dejó a Joe solo con su soledad.

De carácter reservado, es hombre de pocas palabras, a veces un poco gruñón, tal vez por llevar tanto tiempo viviendo solo.

De vez en cuando va al pueblo y bebe para recordar el contacto humano con algún amigo que aún le queda.

La llegada de su nieta y su bisnieto supondrán un punto de inflexión en la vida de Joe, al principio sentirá rechazo, pero poco a poco demostrará que es un buen tipo y cuidará de ambos hasta el punto de defenderlos con su vida si es necesario.

La gente del pueblo cuchichea a sus espaldas, debido a su carácter huraño y teoriza que le niño es suyo y que la jovencita es en realidad una puta a la que dejó embarazada. En la américa profunda todo el mundo mira a la casa del vecino y se mete en sus asuntos creyéndose en el derecho de hacerlo…

Algo extraordinario ocurrirá y el abuelo de setenta y ocho años comenzará a sentirse más fuerte y vigoroso. La gente arreciará en sus críticas mientras él, indiferente, verá el cambio de su propia imagen mirándose al espejo. Espantado descubrirá que está rejuveneciendo, lo que en realidad le ocurre será un misterio al principio, luego sabrá la causa de tan extraño suceso, algo que también inquietará a su nieta y que juntos descubrirán…