“El extraño caso de Karim y Doña Flor”1ª parte

Una pareja se relaciona a través de internet. Él sabe cómo excitarla hasta el límite. Las órdenes del internauta se mezclan con su relato caliente, caliente, que pocas mujeres podrían resistir sin humedecerse.

La señora Engracia salió completamente mojada de la ducha. La temperatura del cuarto era más alta de lo habitual. Encendió la luz frontal del espejo que ocupaba toda la pared del grandioso baño.

Se sacó de la cabeza el gorrito protector y movió su cabellera, larga, negra y cuidada, de derecha a izquierda, echando atrás el cuello. Hinchó el tórax y sus pechos, demasiado voluminosos y redondos para ser naturales, ascendieron medio palmo. Aún así, los pezones quedaban más cerca del ombligo que de las clavículas, tan pronunciadas.

Levantó los dos brazos por encima de la cabeza. Esto proyecto los senos más hacia arriba. El resultado era ahora satisfactorio, pero no iba a ir así por la calle. No importaba. Los sujetadores habían sido inventados para algo. ¿Cómo decían? “Dar forma a la belleza”. ¡Qué ironía! Si tus tetas no tienen la forma que las hace atractivas y algo externo te las moldea, ¿Dónde está la belleza? ¿En el continente o en el contenido?

Pero había invertido un buen dinerito en fabricarse aquellas ubres magníficas que, veinte años después del implante, comenzaban a dar signos de depauperación galopante.

Bajó los brazos con una sonrisa resignada en el rostro. Al hacerlo no pudo dejar de notar la blandura de los pellejitos que adornaban la parte posterior de sus extremidades superiores. Su entrenadora personal insistía mucho en aquellos ejercicios con las dichosas máquinas y las gomitas que le había hecho comprar. Dos años de esfuerzo diario para que sus brazos se mostraran turgentes y bellos y todavía se le resistían aquellos pedacitos de piel fofa.

El vientre sí que lucía perfecto aunque, desnuda, se apreciaba demasiado aquella sutura horizontal que le había eliminado de golpe los estragos de cuatro embarazos. Cruzaba sobre su pubis, disimulada en el centro por su preciosa mata de vello. No llevaba puestas las lentillas, así que tomó las gafas de la encimera y se las caló para comprobar lo que ya había notado a simple vista: Alguna zona blanqueaba en la espesa mata negra que cubría sus ingles. Se desenredó la pelambrera con las dos manos. Entonces tuvo que parar atención en los dedos, en los huesos sutilmente deformados, a pesar de que la manicura, cuidadosamente elegida y aplicada, disimulaba toda imperfección.

Las piernas estaban bien; aceptables. No tenían ya mucho volumen, pero al menos no presentaban signos celulíticos. Las cuidaba mucho y el resultado estaba a la vista. Más abajo, su mayor orgullo. Unos pies perfectos. Con la curva justa del empeine, los dedos largos,  la planta cuidadosamente pulida por su podólogo cada quince días y las preciosas uñas, pintadas con gusto y fantasía por su esteticista una vez a la semana.

En resumen. Una mujer de casi sesenta años podía estar más que satisfecha de ofrecer aquel aspecto. En su labios, ojos y cuello, la silicona, el botox y el lifting se complementaban perfectamente para ofrecer aquel rostro tan atractivo como poco original.¡ Por Dios! La mitad de las señoras del gimnasio de alto standing que frecuentaba tenían la misma cara que ella con pequeñas variaciones.

Sus ojos eran otra cosa. Conservaba aquel tono marrón oscuro, que podía parecer color miel con la luz directa  de un día soleado o caoba en un interior con iluminación indirecta.

Al girarse para salir, no dejo de dar un vistazo a su culo, siempre demasiado voluminoso para su gusto, pero motivo de entusiasmo para su marido durante más de treinta años. ¿Podrían aquellas nalgas blancuzcas y algo caídas entusiasmar a alguien más?

Apago la luz y salió al saloncito que utilizaba como despacho. Se acabó de secar. Estaba desnuda, como había acordado la noche anterior con su desconocido compañero virtual. Abrió el cajón del escritorio y tragó saliva al contemplar los adminículos allí reunidos por deseo expreso de su amigo de la red. Antes de sentarse en su cómodo sillón giratorio extendió una toalla de playa que había tomado del armario. Los colores eran muy vivos y era gruesa. Lo suficiente para no dejar que alguna humedad pringara el precioso asiento de cuero blanco.

Sobre la mesa, al lado del ordenador, colocó ordenadamente los objetos: Un fino y alargado vibrador de color dorado, un frasquito de aceite, un tarro de una crema rojiza, dos pequeñas pinzas metálicas con borde de goma y un enorme consolador de un realismo espeluznante, negro, cubierto de venas y flexible, claramente excesivo para cualquier hembra del género humano y, seguramente, para más de la mitad de las especies de mamíferos que le venían al pensamiento en aquel momento.

Todo había llegado aquella mañana a su apartado de correos. Lo había recogido personalmente después de aparcar su pequeño pero brillante mercedes en la zona azul de la plaza adyacente. El paquete era grande y cuadrado.” Una batidora o unas botas de montar”, debían pensar los educados señores que miraban apreciativamente a la madura dama que taconeaba ágilmente por la acera de la oficina de correos.

No podía esperar más. Apretó el ratoncito entre los dedos con demasiada fuerza. Volvió a tragar saliva y pulso el icono que abría la puerta a aquel nuevo mundo de lujuria.

Habían decidido comunicarse por correo. Era más lento pero les parecía más seguro que chatear desde la plataforma en la que habían contactado, aquella página de relatos eróticos que ambos frecuentaban hacía meses.

“Hola”

“Hola, Flor. Ya pensaba que te habías echado atrás.”

“Pues ya ves que no. Estoy aquí. Y voy desnuda como pediste”

“¿Has recibido la caja de juguetes?”

“Si”

“¿Y los tienes a mano?”

“Delante de mí”

“¡Vaya! Eso es estupendo, realmente magnífico”

“¿Cómo funciona ahora esto?. O sea, ¿yo qué tengo que hacer?”

“Bueno. Ya sabes. Todo lo que yo te mande. Si no, no tiene ninguna gracia. Puedes ponerte una peli, tocarte, correrte,… pero no tendrás sexo conmigo”

“Ya lo entendí ayer, chico. A ver. Empieza ya que me estoy enfriando”

“Ya va, ya va. A ver. Vas a untar el cilindro con la crema del tubo blanco. ¿Lo tienes?”

“Si”

“Bien mojadito todo”

“Ya está, si”

“Vale. Lo dejas sobre la mesa. Preparado”

“¿Y ahora..?”

“ Ahora relájate i lee. Cuando te lo indique tomarás el cilindro y harás lo que yo te mande. ¿Ok?”

“Vale pero no me vengas con okeis. Soy una mujer clásica”

“Aja. ¿Entendido? Entonces”

“Si. Entendido”

“Vas a leer el relato que yo te escribiré ahora. Sólo para ti. Lo tengo pensado ya, pero irá naciendo de verdad a continuación. Sólo para tus ojos. Empecemos.

La señora Flor era propietaria de una tienda de ropa íntima de lujo. Tenía como clientas a las mujeres más ricas de Valencia, las amantes de los políticos y empresarios y sus esposas se encontraban a veces casualmente en la boutique, pero se ignoraban educadamente.

La señora Flor pasaba muchas horas de la semana en la mansión que poseía en una urbanización de lo más exclusiva. Estaba orgullosa de su jardín. Era inmenso y requería grandes cuidados. Algo le preocupaba aquella tarde de verano en que se paseaba entre rosales y hortensias, ya que su jardinero había sufrido un accidente la tarde anterior. La salud del viejo, que se había roto una pierna, no era el motivo de su preocupación. ¿Quién cuidaría de sus preciosas flores ahora?

Su sirvienta, Zulema, una magrebí sin papeles que le salía casi regalada, le había sugerido como solución de emergencia, emplear a un hermano suyo que, sin ser jardinero de profesión, se había criado en el campo y ejercido como labrador durante los últimos quince años. Si echaba la cuenta, Karim, que así se llamaba, había empezado a entrecavar el terruño a los doce, más o menos, ya que no llegaba a la treintena por lo que le había parecido a ella cuando se presentó aquel mediodía.

Con cuatro números se convenció de que le salía bien a cuenta “contratar”, es un decir, al tal Karim. Le iba a costar la mitad que el señor Joaquín, Chimo le llamaban, y parecía un joven dispuesto y muy fuerte, aunque no muy espabilado por lo que había podido observar.

La señora Flor tenia cincuenta años pero seguía experimentando unos fuertes impulsos sexuales, que no retenía en absoluto. Le gustaban tanto las jovencitas como los muchachos, y aquel era realmente atractivo. Alto, moreno, con una preciosa cabellera negra y unas manos enormes y muy fuertes. No olía muy bien cuando se acercó a agradecerle la oportunidad que le daba, pero tampoco era desagradable del todo aquel aroma a macho vigoroso.

El magrebí llego puntual a las cinco de la tarde como había prometido y Zulema se acercó a darle las últimas instrucciones antes de dejar la casa con una sonrisa de agradecimiento a su patrona.

La señora entró en la mansión, pero acechando por las ventanas pudo seguir las evoluciones de Karim. Él, sabiéndose solo, se quitó la camisa y la colgó de una rama. Tomó las tijeras de podar y empezó a repartir tajos a diestro y siniestro con tanto empeño como poca fortuna. Pero doña Flor no reparaba ahora en  la salud de sus vegetales, abstraída por una visión más que agradable. El pantalón de Karim se fue deslizando poco a poco por sus caderas, dejando a la vista, ahora un espeso matojo de vello castaño que subía hasta el ombligo, ahora una profunda raja que surcaba dos nalgas graníticas. Doña Flor empezó a mojarse con el espectáculo y se tocó un poquito por encima de las bragas, que ya se habían humedecido.

Pronto el sudor vino a embellecer con sus brillos el torso del mahometano y su jefa decidió prescindir de su ropa interior de diseño para ampliar sus tocamientos. Tenía las ingles depiladas, pero conservaba una buena pelambrera encima de su vulva y alrededor de su orificio posterior. A dos manos, empezó a estimular aquí y allá sin procurarse todavía el orgasmo, a la espera de acontecimientos.

Pronto se empezó a descontrolar cuando Karim echo mano de una manguera y empezó a refrescarse ante sus narices, cuidando de remojar una segunda manguera que emergió de su bragueta abierta y dos preciosos testículos, como dos melocotones maduros que se restregó con furia con su mano libre.

Mirando alrededor, seguro de estar solo, Karim salió de sus pantalones y desnudo como su madre lo trajo al mundo, empezó a regarse con fruición, poniendo especial cuidado en remojar su miembro, que parecía excitado  por el calor y los aromas florales de la huerta levantina.

Doña Flor decidió que era el momento de llamar al orden a su subordinado y obtener todo el beneficio posible de la situación, así que sorpresivamente salió de la casa y se presentó cubierta con un salto de cama de cuatrocientos euros ante el desvergonzado.

Él intento cubrirse alarmado pero con una orden cortante doña Flor lo impidió indicándole que dejara la ropa como estaba y entrara a la mansión. Así lo hizo él, caminando a cortos pasos para cubrirse el miembro con las manos.

Nada más entrar al salón, Flor cubrió de insultos al muchachote. Marrano, gandul, calentorro, de todo tuvo que oír el pobre hasta que se le ordenó tenderse en el suelo boca arriba sobre una alfombra de lana. Viendo el cariz que tomaba la cosa, Karim comenzó a relajarse pensando la clase de “castigo” que le esperaba.

Pero la jefa fue inflexible y se colocó a horcajadas por encima de él, bajando con sus rodillas hasta el suelo de manera que su coño encendido descansara sobre los abultados labios del hombre y su culo lo hiciera sobre la frente y la nariz del desgraciado que recibió con sorpresa y repulsión aquella penitencia que se le imponía.

Pero no duró mucho su malestar. Los fuertes olores concentrados en la entrepierna de la señora actuaron como afrodisíacos naturales y pronto Karim dejó de cubrirse el frondoso pene y dejó que creciera y se mostrara airoso como rama de olivo a los ojos de su maltratadora.

Flor se movía adelante y atrás y a los lados a su antojo y ordenaba al sancionado lamer y lamer todo lo que ponía a su alcance, tanto si era su vagina, como su clítoris endurecido o su ano palpitante.”

“ ¿Qué tal, amiga?”

“….”

“¿Te has dormido?

“Coño, no. No me he dormido. ¿Puedo tocarme ya?”

“Desde luego que no. No vas a romper el encanto. Lo que quiero que hagas ahora es coger el cilindro y metértelo”

“¡Qué bien, ya era hora!”

“…por el culo, cielo. Por detrás, ¿de acuerdo?”

“¿Por el culo dices? Yo no tengo costumbre de meterme nada por ahí. Me va a doler.”

“Un poquito sólo. Luego te va a gustar. Además verás que trae una sorpresa. Vamos hazlo, que sigo…”

Engracia se incorporó lo justo en el asiento para dirigir el supositorio metálico en la dirección señalada. Unto la entrada con un poquito de crema, cerró los ojos y apretó con cuidado. No fue agradable pero tampoco se puede decir que resultara doloroso.

“Ya está”

“¡Muy bien!. Perfecto. Ahora siéntate. Si, sentadita que no se te escape. ¿Listo?”

“Sssiii..”

“¡ja,ja!Eres una bromista. Ya empiezas a disfrutar de verdad. Bueno, ahora la sorpresa. Aprieta fuerte la base del cilindro. ¿No te la  habrás metido dentro también?”

“Claro que no, burro.”

“Aprieta, vamos”

“…..”

“¡Sorpresa! Esto es, como ves, un vibrador. Tiene tres velocidades. Ahora has conectado la primera, luego..”

“¿Cómo se para? Esto es muy raro, me lo saco ahora mismo”

“No, no. Aguanta un momento. Ahora mismo se te pasará y verás qué gustito te da”

“………………..”

“¿Ves? Ya está. Ahora a disfrutar. “

“Doña Flor observo con interés moderado la polla de Karim. Hacía un momento que había desistido él de cubrírsela en vista de la situación. La señora advirtió que aquella herramienta podía tener una serie de usos diferentes del más habitual. Podía, por ejemplo, servir como indicador del nivel de excitación del sujeto al que estaba adherido. En aquel momento parecía que Karim empezaba a asimilar su vergonzosa situación y a reaccionar de forma inesperada. Aquello se movía. Crecía. Palpitaba. Apuntaba acusadora a la causante de la erección. Los jugos y aromas íntimos habían tomado el mando de los sentidos del muchacho en oposición a su rigurosa formación en materia de sexualidad que deploraba aquella práctica tan denigrante para el macho.

También era posible que aquel pedazo de tranca pudiera servir para dirigir los movimientos cunniliguales de Karim a voluntad de doña Flor. Era cuestión de probar. Alargó una mano y apoyó la otra en los firmes pectorales del chico. Tomó el mando en su mano y ejecutó un sencillo DELANTE – DETRÁS, insistiendo hasta que la lengua se adaptó al ritmo marcado. Entonces lo hizo más lento. La lengua le siguió el juego con precisión. Unos giros. La lengua dio vueltas.¡ Vaya delicia!.  Pronto le hizo entender que una fricción del glande correspondía a una vibración de la lengua sobre el botoncito y un amasamiento de los huevos había de corresponder a un centrifugado lingual de los labios mayores. ¡Y eso que ninguno de los dos tenía nociones de embriología!

“¿Qué?¿Te gusta cómo va el cuento?”

“Si, pero hace rato que no pasa nada. ¿Va a ser todo el rato igual?”

“No, guapa. Ahora pasará algo, pero primero toca la cremita. Úntate las manitas bien y empieza a frotar. Muslos, vientre. Cuidado no te toques la concha que eso no te va a gustar. Ahora las tetas. Bien embadurnadas y ración doble en los pezones. Pellízcalos. Te tienen que quemar. ¿Qué sientes?”

“…..”

“Eh! ¿Estás ahí?”

“……..”

“Contesta o no sigo”

“¡Leche! ¡Que no puedo escribir con los dedos untados!.  Ya está. Ahora tengo las manos limpias. Oye cómo pica esto. Y qué calor. ¿No es peligroso, verdad?

“No, guapísima. Verás que gustito”

Controlando la situación al cien por cien, doña Flor decidió que era hora de terminar su rato de goce con un orgasmo final. Y no le pareció mal acabar con las agonías de su víctima haciéndole derramar su leche en abundancia. No dudaba de la capacidad del africano para volver a llenar rápidamente los depósitos, así que aplicó las dos manos a la tarea mientras aplastaba la cara del muchacho con sus orificios inferiores. Se retuvo un momento y bombeó con más vigor el caño carnoso que ya palpitaba bajo sus dedos. Con la otra mano bajó hasta la abultada bolsa y removió con ardor las gruesas pelotas, más de tenis que de ping pong, hasta que un chorro caliente y viscoso escapó por la brillante punta del nabo del magrebí, seguido de otro y otro más. ¡Por todos los cielos!, ¡Parecía que no había vaciado la próstata desde que llegó a Europa el pobre chico! La visión de la leche derramada conmovió a la señora y su vagina convulsionó violentamente atrapando la lengua y la boca de Karim que se anegaron de fluidos burbujeantes.

“Me quiero meter la polla negra ya”

“Hazlo pero con cuidado. No la has de meter toda.”

“Hostia, ya lo sé. ¿Crees que soy una elefanta o qué?”

“Sólo la punta. El resto es para motivarte y para que puedas removerla bien cogiéndola con las dos manos”

“….”

“Creo que ya lo has entendido. Venga remueve como si fuera un mortero. Dando golpecitos con la punta en la entrada y en el clítoris. Vale. Para, que no sé lo que haces ahora. Venga escribe algo. No seas cochina que yo también juego.”

“Mira: No puedo estar con un vibrador en el culo, las tetas ardiendo, los muslos abrasando, las dos manos ocupadas en manejar este mazo y encima irte informando de todo”

“Podrías conectarte con la web cam…”

“No. Eso quedamos que ni hablar. Sólo chatear. Nada de imágenes”

“Bueno como quieras. ¿Sigo con el cuento?”

“Por favor. Y no esperes más conversación por mi parte en diez minutos por lo menos. Que estoy ocupada”

Cuando cesó la erupción de aquel volcán meridional, doña Flor aflojó la presión y se incorporó permitiendo al pobre Karim respirar a sus anchas. Pasando una pierna sobre la cabeza del yacente, se dejó caer sentada a la japonesa, sobre sus talones, al lado del chico. Éste la miraba con cara de profunda consternación. No sabía ella si era por la humillación infligida o por el inesperado placer alcanzado en medio de la afrenta. El orgasmo del chaval había sido glorioso.

No se dio ella por satisfecha con aquella punición, su entrepierna pedía un bis, y se planteó la posibilidad de prolongar el castigo. Pero comprendió que haría falta un entreacto para facilitar la recuperación del reo.

Le ordenó permanecer en la misma posición y procedió a desprenderse de todas sus ropas, es decir, del sujetador y el salto de cama. Él la contemplo con una expresión neutra que hacía patente su estado de estupor. La vergüenza y el deseo se mezclaban en su mirada. Algo estaba cambiando irreversiblemente en la mente de Karim aquella tarde y ya nunca sería el mismo, pensó doña Flor.

Con gesto distraído arrastró un pub de plumas hasta la alfombra y se sentó, casi tocando la cabeza del hombre. Él intento apartarse, pero ella negó con un gesto.

La boca, la nariz y las mejillas del caído brillaban por los líquidos vaginales vertidos. Por aquí empezaremos, se dijo ella y alargo su pie izquierdo hasta colocar la planta en medio de la cara del chico. No le pareció que opusiera mucha resistencia, natural, ya que después de soportar su culo durante más de veinte minutos, dejarse frotar por la planta del pie no parecía una experiencia demasiado desagradable.

Con cuidado, la señora fue recogiendo con su pie los líquidos de la cara, para extenderlos haciendo pequeños círculos por el pecho del hombre. Luego su pie derecho se sumó a la tarea, empastando con saña la planta con el semen vertido sobre vientre y muslos. Pronto los jugos se mezclaron y los aromas se fundieron en uno, que se añadió al intenso olor a sudor que emanaba la pareja.

Los pies incansables seguían masajeando arriba y abajo todo el torso, sacudiendo ocasionalmente la polla flácida o apretando la deshinchada bolsa escrotal unos instantes.

El juego excitaba a la mujer pero el hombre parecía vaciado de toda potencia, aunque miraba con interés y reverencia los manejos de su dueña, podemos ya llamarla así.

Un poco saturada de tanta cochinada, Flor tomó de la mano al sumiso empleado y lo condujo a su cuarto de baño.

La bañera inmensa y rosada, con el espejo de pie de cuerpo entero, las griferías doradas y el aroma de lavanda contrastaban con el ajado aspecto de Karim. Hizo que el muchacho entrara en la bañera y lo sentó en el suelo empujándolo desde los hombros sin que él se resistiera. Era maravillosa la sensación de manejar a su antojo a aquel hombrón que pesaba el doble que ella. Y aún más fantástico sabiendo que no era ya el temor lo que lo reducía a la esclavitud, sino una mezcla de fascinación y deseo que le hacía rendir adoración a su ama.

Esta sensación no era nueva para Flor. Sus empleadas se la hacían experimentar a diario, elevando su ego varios palmos sobre el suelo. También la había tenido con algún ocasional amante adolescente y con un viajante de corsetería de Murcia que había enloquecido con aquellas prácticas, estando a punto de abandonar a su esposa y sus cinco hijos para convertirse en su perrito faldero a tiempo completo.

Le pasó una ducha rápida para eliminar los detritus sexuales de su cuerpo. El agua estaba fría y el chico reaccionó con un jadeo de respiración entrecortada. Impávida, Flor apunto al sexo inerte de Karim y abrió al máximo el grifo girando el regulador para aumentar al límite la presión. Él se tapó con las manos y una sonora bofetada le disuadió de su intento. Colocó estoicamente los brazos a los lados apoyándose en el borde de la bañera y resistió el chorro directamente sobre su pito que bailoteaba desesperado, mientras sus compañeros de abajo, más afortunados, corrían a guarecerse bajo el pubis.

Acabada la ducha escocesa genital, abrió ella el grifo del agua caliente y la mezcló a su gusto empezando a llenar la bañera y vertiendo sales y oloroso jabón de baño.

Tomó una redecilla para el pelo y, al ponérsela, vio  en el espejo la imagen que componían los dos. Ella de pie, con sus muslos algo celulíticos pero bien formados, su vientre, un poquito prominente, sus dos tetas voluminosas pero blandas y su rostro impasible y severo, la piel blanca y cuidada, con pequeñas arruguitas aquí y allá y esbozos azulados de las venas en muslos, pantorrillas y mamas. No era una diosa pero sí podía ser muy atractiva si se lo proponía, incluso desnuda.

Él sí que parecía un dios mitológico, aunque vencido por una hechicera maléfica, una Circe contemporánea, que le había convertido en su cerdito particular sin perder nada de su masculina belleza. El agua le cubría ya más arriba de las ingles y el contraste de temperaturas empezaba a reavivar su virilidad. Los dos testiculillos volvían a emerger de su guarida y a recuperar sus volúmenes frutales, mientras un rosado capullo asomaba tímido por la superficie del agua entre la espuma y las burbujas.

Se dejó Flor resbalar por el agua hasta quedar recostada del todo y casi sumergida, aunque sus senos, flotadores de carne, se negaron a hundirse y juguetearon en la superficie hipnotizando a Karim con su baile acuático.

Con su mirada severa la dueña negaba al sumiso cualquier aproximación erótica y le hacía mantenerse encogido en un rincón para evitar el contacto íntimo, casi obligado por las limitaciones de espacio.

Después de reflexionar un instante decidió que tanta intimidad y relajación no la estimulaban nada, así que ordenó a Karim salir de la bañera e ir a la cocina a prepararle un té con limón. Le mandó permanecer desnudo y irse acariciando cada dos o tres minutos para conservar la erección.

El chico obedeció en todo. Actuaba con absoluta sumisión, como si le hubieran hechizado con alguna pócima. Quizás los jugos vaginales de doña Flor tenían alguna virtud especial.

Cuando se presentó con la taza en una mano y la otra ocupada en mantener enhiesto el falo, doña Flor no pudo evitar una sonrisa de satisfacción. Se bebió la infusión con toda calma y después se incorporó, indicando a Karim que la secara con una toalla. Después exigió der llevada en brazos a su dormitorio.

Allí Karim se desmadró un poco, pensando que la señora le estaba absolviendo y quería pasar a una relación sexual más convencional. Pero cuando intento abrazarla y bajó la boca en dirección a sus senos, la señora le empujo severamente. Su castigo no había concluido, aunque ella ya tenía en mente experimentar con aquel precioso rabo otras sensaciones.

Lo pensó un momento y se fue para la cómoda, de donde extrajo una primorosa fusta de montar con mango de marfil. La hizo deslizarse por toda la extensión, que no era poca, del pene erecto de Karim. Asestó dos pequeños fustazos  a los voluminosos testículos arrancando un leve gemido a su sirviente. Ya tenía claro lo que iba a hacer. Se dirigió hacia un precioso sillón con brazos colocado al lado de la cómoda. Echó una mirada evaluativa y colocó un grueso cojín sobre el asiento del sillón. Entonces se sentó en él. Abrió sus piernas ofreciendo un soberbio espectáculo de piel blanca, pelo negro y abultados y húmedos labios y dejó cada muslo reposar sobre los brazos del asiento.

El muchacho se acercó como atraído por un imán y Flor le indicó que se arrodillara delante de ella. Tomó de una cajita de la cómoda un rosado condón de superficie granulosa. Se lo puso ella misma con cuidado, desconfiando de la habilidad de él en estos menesteres y le indicó que la penetrara. De nuevo él se lanzó a un abrazo definitivo, pero un zurriagazo en las nalgas le hizo retroceder. Guió doña Flor las manos del jardinero para que se apoyaran en los brazos del sillón. La polla no se salió con el impacto, pero la mujer dejó bien claro que él no debía moverse en absoluto. Así, con el pene a medio introducir, los brazos inmovilizados y una cara de sufrimiento de lo más divertida, Karim vio cómo doña Flor empezaba a acariciarse los labios mayores y hacía emerger un gordo clítoris morado y duro mientras empezaba un lento vaivén de caderas que hizo aparecer gotas de sudor en la cara y el tronco del pobre tipo.

El espectáculo era espléndido para la señora, que veía todos aquellos músculos varoniles en tensión, media polla que entraba y salía y los fuertes brazos que no podían estrecharla. Doña Flor no era amante del coito. Le molestaba perder el control de la situación y un rabo grueso y dinámico dentro de su coño era una de las pocas cosas que le hacía perder los estribos. Y eso no le gustaba. De hecho era quien era gracias a haber renunciado a sensaciones como aquella. Controlándose ella misma había aprendido a controlar a los demás. Encontraba más placer en controlar que en descontrolarse, pero tenía posibilidad de experimentar las dos cosas si obraba con habilidad.

Empezó a tensionar rítmicamente sus músculos vaginales mientras se acariciaba y mantuvo a raya a Karim con un par de latigazos bien administrados cada vez que intentaba unirse al movimiento de caderas de ella.

“¿Qué tal, cariño?”

“Hostia, no pares ahora, que estaba a punto. Eres un poco cabroncete tú”

“Lo siento. Creí que ya te habrías corrido.”

“Ya me he corrido, hermoso. Dos veces e iba a por la tercera que era la más fuerte cuando me has cortado el rollo”

“Perdona. Sigo. Pero espabila que ya se acaba el capítulo”

Karim resistió durante diez minutos la deliciosa tortura, que era un gustazo más que notable para la mujer. Dejó ella que fuera llegando poco a poco el orgasmo final, definitivo, sin parar de masturbarse con una mano y dejando ir con la otra  algún que otro latigazo en el culo del muchacho que no sabía dónde morderse para resistir.

Finalmente, una corriente eléctrica empezó a inundar el pubis, el vientre, los muslos,..hasta llegar a los pezones, la cara y las plantas de los pies de doña Flor. La fusta cayó al suelo y los brazos se cerraron con fiereza en torno del torso desnudo y tenso de Karim hasta eliminar cualquier separación entre sus cuerpos, hasta fundir sus mamas, su vientre, su vello púbico con el tronco del muchacho que supo que era llegado el momento de bombear a discreción en aquel volcán ardiente que le abrasaba el miembro, con condón y todo.

El orgasmo fue tan intenso como coordinado. Se derrumbaron abrazados sobre el sillón y tardaron casi un minuto en reaccionar. Ella lo apartó con firmeza y se incorporó dignamente para ir al baño. Karim estaba en estado de shock. Sabía que algo irreparable había ocurrido en si vida. Una epifanía sexual que le iba a dejar marcado para siempre.

“¿Ya?”

“ Si . Del todo. ¡Vaya gusto, oye! Pero ¿qué narices es eso de la epifanía? No me gusta que mezclemos la religión con esto.”

“Tranquila. Nada de religión. Ya te lo explicaré otro día. ¿Cuándo? ¿Cuándo quedamos otra vez?

“No sé. ¿El sábado?”

“No puedo. Lo siento. ¿Y el domingo por la noche?”

“Jolín. Es una lata eso del domingo. ¿No puede ser por la tarde al menos?”

“Mira si les haces tú los deberes a mis hijos y vas a cenar el sábado con mi mujer, estoy a tu disposición”

“Ja, ja. Eres un padre de familia. Lo sabía.”

“Bueno. Nadie es perfecto. Una última cosa por si quedamos. Dime cómo continúa la historia. Bien. Cómo quieres tú que continúe:

1.- La historia de amor entre Karim i Flor se formaliza. Se vuelve más normalita, digamos.

2.- La familia y los amigos de Karim se enteran de lo ocurrido y deciden darle una lección a la señora.

3.- Doña Flor se plantea incluir en sus juegos con el magrebí a una nueva y escultural dependienta de su boutique.

Envíame un mail con tu elección y prepárate. Te quiero tener aquí, ahí, a las diez en punto. Vestida con un camisón, sin bragas ni sostén, por supuesto y con los juguetes a mano como hoy”

“Bueno. No faltaré. Pensaré en ti toda la semana. Un besito de buenas noches.”

“ Un besazo, bombón. Con lengua”