El experto
Áquel hombre era todo un experto en practicar el sexo oral a una mujer.
La mujer se sentó en el sofá sin dejar de mirarle a los ojos, con las mejillas ardiendo por la excitación. Totalmente desnuda a excepción de los altos zapatos de tacón, el vello de su pubis asomaba entre sus cerrados muslos, negro y ensortijado, invitando a pasar la mano por él para desenredarlo.
Se arrodilló delante de ella y con un gesto hizo que se moviera más hacia el borde del sofá, quedando ligeramente tumbada. Y comenzó el ritual.
Bajó hasta sus pies y sacó su lengua. Comenzó a lamer la afilada punta de sus zapatos. Estirando sus piernas, ella se dejó hacer. La lengua de él lamía el zapato desde su punta. El sabor al cuero y el olor a piel curtida llegó a su cerebro. Fué ascendiendo hasta llegar a la zona del pie que quedaba expuesta a la vista; sin guardar su lengua ni un instante recorrió el empeine de ella dejando un rastro de saliva por donde pasaba. Ella sintió un escalofrío recorrer su espalda al notar por pimera vez el contacto de aquella húmeda y dulce tortura en su piel. El sintió aquella suave piel en su lengua y el sabor de alguna crema en sus papilas gustativas, sin duda alguna leche corporal que ella había utilizado tras la depilación para dejarse la piel más suave.
Llegó al tobillo y tomándola por éste, subió por la espinilla, aunque ya no se limitaba a recorrerla con la lengua, pues alternaba los lametones con húmedos besos, dejando que la cara interna de su labio inferior también recorriera la piel. Llegó a la rodilla, donde plantó un enorme beso y se detuvo.
Se acomodó en el suelo, con la cabeza justo a la altura del vientre de ella y fijó su vista en el deseado pubis. Muy despacio, disfrutando del instante, separó las piernas de ellas, descubriendo el tesoro que se escondía entre sus muslos, ansioso, ávido de ella, revelando el misterio igual que cuando se abre el telón de un teatro en el día de un estreno.
Gozó con la visión de la entrada al paraíso que se mostraba delante de él. El vello negro bordeaba unos exquisitos labios vaginales, gruesos y cerrados, que se abrieron mágicamente, dejando entrever su clítoris, la entrada de su vagina y los labios menores cuando ella separó sus piernas completamente. Tenía una vagina cerrada, casi de niña. Acercó su cara a la puerta del cielo y, cerrando los ojos, aspiró profundamente por la nariz. Su olfato se inundó de aromas de mujer. Primero le llegó el suave y dulzón aroma del jabón íntimo. Sin duda ella se había preparado para la ocasión lavándose a fondo. Pero el jabón lo lograba ocultar todos los aromas que aquella caja guardaba.
Un aroma más agrio, como a brisa marina, a salitre y puerto de mar embarrancó en su pituitaria. Ese era el olor de la mujer, el que ansiaba sentir, el que guardaría para siempre y con el que la recordaría durante el resto de su vida. Jugó a enredar su nariz entre el vello, notando como ella se excitaba más, como, aún sin articular palabra, le estaba rogando que iniciara el sexo oral. Esto le gustó, porque ella, al excitarse, comenzó a segregar más fluidos, que a su vez aumentaron el olor y saturaron su nariz de aromas. Ya el jabón íntimo había desaparecido y el aroma de la mujer era lo único que percibía.
Ella dirigió sus manos a la nuca de él, enredando sus dedos entre sus cabellos. El respondió con dulces besos en su ombligo y vientre, algunos apenas un roce, otros húmedos, aumentando su cadencia a medida que iba descenciendo, hasta llegar a las puertas de sus labios externos.
Con ambas manos separó suavemente los labios vaginales, recibiendo un gemido de aprobación por parte de ella. Quedó así toda su rajita expuesta a su voluntad, situación que le excitaba enormemente. Mirándola fijamente a los ojos, para estudiar y disfrutar de su reacción, acercó su boca con la lengua fuera y rozó el clítoris. Fue apenas una caricia, casi como un soplido, como el roce de pluma o una gota de agua. Pero ella lo sintió como si la rozaran con un hierro ardiente. Un nuevo roce, igualmente suave, hizo que ella arqueara su espalda como si hubiera recibido un calambre. Otro roce, y otro más, suaves, nada más que utilizando la punta de la lengua. Ella lanzó un gemido y él, inundado de sensaciones, trataba de organizarlas en su mente. El clítoris tenía un sabor salado, no excesivamente fuerte.
El jabón lo había suavizado algo, pero los matices se notaban claramente. Tras esta primera aproximación sacó totalmente la lengua de su boca y con un fuerte lametón, igual que un perro, hizo que ella diera un respingo ante el brusco cambio de ritmo. La lengua de él se volvió loca sobre el clítoris, lamiendo en círculos, unas veces dura, otras suaves, rozando con la punta, apretando, lamiendo, apenas tocando o aplastándolo. El saboreaba áquel bombón de pequeño tamaño con las diferentes partes de su lengua, notando a veces un sabor más agrio, otras más salado, algunas incluso dulce y afrutado.
Mantuvo este juego durante un minuto, hasta que estuvo seguro de haber recorrido en clítoris con cada zona de su lengua y notar que ella pedía algo más. Entonces plantó un beso en él y, sin retirar los labios, subccionó, absorbiendo el clítoris con fuerza perfectamente medida. Ella lanzó un sonoro suspiro cuando el placer llegó desbandado desde su entrepierna. Sin dejar que el clítoris se escapara de su boca, su lengua jugaba con él dentro de su boca, estimulándolo a la vez con sus labios y con su mojada herramienta.
Cuando la respiración de ella se aceleró se detuvo de nuevo. Volviendo a aspirar profundamente notó como el aroma al jabón había desaparecido totalmente y un olor marino mucho más profundo inundaba su sentido olfativo. Dirigió su boca a la entrada de su vagina y con avidez, como un ambriento ante su primer bocado, abriendo la boca, intentó "comerse" áquel delicioso manjar que se presentaba ante si. Mientras su boca abierta cubría todo el exterior, la lengua lamía de arriba a abajo, recorriendo los labios, forzando a que se abrieran. Cuando ella notó la lengua pasando en la entrada de su coñito, no pudo reprimir que se le escapara un "SIIIIIIIII" profundo.
Y ese "SI" se tranformó en un grito de gusto cuando él, al fin, introdujo su lengua en aquella cavidad que le atraía como un imán. En principio sólo la punta, pero luego, sacando su lengua todo lo que podía, intentó penetrarla con ella. El sabor era mucho más intenso que en los labios externos o en el clítoris. Era sabor a mujer en toda su intensidad. Los flujos, entre ácidos y salados, el aroma, mucho más intenso... todo era más exageradamente notorio. Su lengua luchaba por entrar más y más profundamente, intentando lamer el interior de su vagina. Separaba los labios con las manos, en un intento de abrir aún más áquel estrecho conducto, para llegar con su lengua más y más adentro, para poder lamer hasta el último milímetro de su interior.
Y ella, retorciéndose de gusto, le atraía con ambas manos hacia ella, ayudándole en su intento de penetrarla oralmente, aplastando su cara, empapada en sus jugos, contra sus labios. El saboreaba, sacando su lengua hasta que casi le dolía para instantes después retirarla y saborear en su boca aquella amalgama de gustos.
Ambos acelereron sus movimientos, él haciendo que la lengua entrara cada vez más profunda y violentamente, ella atrayéndole hacia sí y gimiendo cada vez mas fuerte y alto.
Y llegó lo que ambos esperaban. Ella sintió como el placer aumentaba y aumentaba, con un remolino de sensaciones que, brotando de su vientre, recorrían su cuerpo como ríos de lava. Él recibió en su boca una dulce descarga de jugos de ella, el mejor y más caro cáliz que un hombre puede comprar. Ella estaba resumida en aquellos líquidos, derramaba su ser para que él disfrutara del caldo de la vida que le ofrecía, con un sabor único y distinto a cualquier otro.
Es el quinto año consecutivo que usted logra ser nombrado mejor sumiller, ¡enhorabuena!.
Muchas gracias.
En el último concurso, logró identificar casi 300 vinos diferentes sin cometer ni un error. Esto es algo impresionante para los que somos meros aficionados. ¿Puede contarnos como entrena su paladar para distinguir entre tantos caldos?
Miró de arriba a abajo a la periodista que le hacía la pregunta. Era una joven atractiva, sin ser escandalosamente guapa, pero podría pasar. Si, sin duda, esa noche le iba a explicar como entrenaba su paladar.