El experimentado Antonio
Yo intentaba darle facilidades arqueando mi espalda y moviendo mis caderas al compás de sus embestidas. No tardé en correrme pues Antonio jugaba con mi sexo como nunca. Con la cortina por detrás de mí, los transeúntes eran ajenos a lo que estaba pasando en el cuerpo de aquella mujer asomada a la ventana.
Me llamo Alicia y vivo en Barcelona, soy profesora de un instituto cercano a mi casa, tengo 43 años, dos hijos emancipados y un marido funcionario de Hacienda. Con estos datos creo que soy de esas personas que lo tienen todo, un marido que te ama, unos hijos adorables, solvencia económica y felicidad plena. Voy a contarles una historia que me ocurrió hace apenas un año y que nunca creí que pudiera pasarme a mí.
Justo enfrente de mi apartamento está la casa de mis vecinos, Antonio y Lucía, un matrimonio rondando los cuarenta, nos conocemos desde hace algo más de un año, pues ellos se mudaron recientemente a ese piso. Apenas teníamos amistad, salvo los saludos cotidianos cuando nos tropezábamos en la escalera o a la salida del ascensor y cosas de esas. Todo comenzó con un cruce de miradas entre Antonio y yo en el ascensor, él iba acompañado de Lucía, y mientras yo hablaba con ella, él no dejaba de mirarme, sin decir palabra, sólo mirarme. Noté por el rabillo del ojo que su penetrante mirada se fijaba en mí, de una forma un tanto incómoda para mí. No le di excesiva importancia a ese incidente, pero también es verdad que me hizo pensar más de una vez si Antonio intentaba seducirme. Dos o tres días después de aquello me encontré con Antonio de nuevo en el ascensor, yo bajaba con mi esposo y él salía con su perro, volví a notar que tras el saludo obligado, él mantenía la mirada fija en mí, mi marido no podía darse cuenta pues Antonio se encontraba a su espalda. Esta vez con descaro por mi parte, quise devolverle la mirada para comprobar si giraba la cabeza, sin embargo él mantuvo la mirada fija en mis ojos, de una forma penetrante, lasciva. No disimulaba, no sonreía, sólo aquella mirada gélida hacia mis ojos. Me sentí nuevamente incómoda por su penetrante mirada y terminé por agachar la cabeza. Cuando el ascensor llegó a la planta baja y la puerta se disponía a abrirse, noté como Antonio se pegaba a mi cuerpo de manera que sus pantalones se apoyaron en mi falda, pude notar su roce en mis nalgas, no obstante no me giré, mi esposo estaba conmigo y no quería que se diera cuenta de nada. Ese incidente me hizo pensar mucho, ya era evidente que Antonio quería algo, pero me aterraba la idea de que pudiera ocurrir una desgracia, si mi marido se enteraba, si Lucía pudiera sospechar algo, no sé, era un problema que tenía planteado con mi vecino que no me dejaba ya dormir. Incluso estuve a punto de comentarle a Lucía lo que estaba pasando, pero los vi varias veces encaramelados como unos amantes dieciochoañeros que hizo que me retractara lo de informar a Lucía. Intentaba no cruzarme con Antonio por miedo a que intentara algo más descarado o que mi marido se diera cuenta. No tardó mucho en presentarse la ocasión, fue en el aparcamiento del edificio, allí coincidí con Antonio de nuevo, su parking está justo al lado del nuestro. Yo llegaba de hacer unas compras y justamente cuando estaba con el maletero del coche abierto para sacar los bultos, aparcó él al lado de mi coche. Me di cuenta enseguida y con un ligero movimiento de cabeza le respondí al saludo que me hizo. Me puse un poco incómoda por su presencia, pero dos parking más alejados se aparcó mi vecina del piso de abajo y me saludó con la mano. Me sentí aliviada porque ella estaba allí, era como si me diera protección.
-Hola Alicia, ¿qué tal? -Me dijo mi vecina mientras se bajaba de su coche.
-Bien Loly, ya ves, de compras. -Le respondí con una ligera sonrisa.
Antonio se había bajado del coche, pero no conseguía verlo, ignoraba si se había ido o por el contrario estaba aún por allí. Fue entonces cuando noté que sus manos recorrían mis muslos por debajo de la falda, me quedé de piedra intentando disimular con mi vecina, temerosa de que se percatara de algo, no obstante era imposible ya que Antonio se había agazapado de tal forma que Loly no podía verle desde donde se encontraba. Loly seguía hablándome y yo intentaba responderle mientras las manos de Antonio subían más y más por mis muslos. La situación era muy incómoda, Loly hablándome y Antonio sobándome. Sus manos seguían subiendo, ahora estaban a la altura de las bragas, una mezcla de pánico y placer se apoderó de mí por lo que estaba ocurriendo. No veía la hora de que Loly terminara de hablar para que se alejara y yo así poder dominar la situación. Antonio se había detenido conscientemente a la altura de mis nalgas que manoseaba con sus enormes palmas, masajeaba mi culo sin descubrir su presencia. De repente una de sus manos buscó camino entre mis muslos para desplazarse a la parte delantera, hizo un poco de presión obligándome a abrir las piernas. Tuve que hacerlo, la situación era tremendamente embarazosa para mí. Una vez abrí las piernas, su mano tuvo acceso libre a mi sexo, que masajeó con igual cuidado. Notaba como sus dedos pasaban finamente sobre mis labios sexuales provocando que me ruborizara. Un par de minutos estuvo Antonio jugueteando con mi sexo mientras Loly hablaba y hablaba sin parar. Mis braguitas ya estaban húmedas. De pronto Loly cerró su coche, se despidió y se alejó hacia el ascensor del aparcamiento. Antonio consciente de ello se aferró a mis bragas y tiró de ellas con firmeza, tuve que cerrar las piernas para evitarlo pero fue en vano, él volvió a dar otro tirón con más fuerza y mis bragas quedaron a la altura de las rodillas que yo había juntado por seguridad, después de un tercer tirón llegaron a los tobillos y ya sólo tuvo que levantar uno de mis pies para terminar de sacar las bragas y así evitar que se rompieran. Antonio se quedaba un trofeo inmerecido. Se incorporó y me besó en el cuello. Yo no me giré, me daba un poco de vergüenza lo ocurrido momentos antes. Me quedé apoyada en el coche mientras oía los pasos de Antonio que se alejaba hacia el ascensor del aparcamiento.
No dije nada de aquello, entre otras cosas porque sería un escándalo. También debo confesar que sentí placer por lo ocurrido, quizá por sentirme en una situación embarazosa, aunque la sensación de serle infiel a mi marido me atormentaba. Callé lo ocurrido pero poco a poco fui deseando tener esos encuentros fortuitos con Antonio. Justo dos días después coincidí con él en el ascensor, yo me iba al trabajo y Antonio al suyo, con nosotros bajaron algunos vecinos del edificio, todos nos dirigíamos hacia el aparcamiento a recoger nuestros respectivos coches. Al salir del ascensor Antonio se retrasó deliberadamente y me agarró por la muñeca y con un gesto me hizo señas para que me retrasara también, una vez salimos todos del ascensor, Antonio subió solo por las escaleras que van desde el aparcamiento hasta la primera planta del edificio, después de unos breves segundos para poder disimular, yo hice lo mismo. Antonio me esperaba en el rellano, dejó su maletín en el suelo y yo hice lo propio, me sujetó por los hombros y me obligó a girarme hacia la pared. Apoyé las manos en la pared y él con sus zapatos me golpeó en la parte interna de los tobillos para que abriera las piernas, obedecí sumida en un frenesí mientras él me remangaba el vestido. Me encontraba apoyada contra la pared, las piernas abiertas de par en par y el vestido levantado hasta la cintura, sus manos apoyadas sobre mis caderas, mientras él observaba mi cuerpo. De pronto se pegó totalmente contra mí. Mientras me rodeaba con sus brazos por la cintura, su mano derecha masajeaba mis pechos y su mano izquierda frotaba mi sexo por encima de mis braguitas. Me sentí desfallecer de placer. Antonio no tardó en separar mis finas bragas negras de entre mis nalgas para dejar libre el camino y acto seguido se desabrochó sus pantalones que cayeron a sus pies, después bajó sus bóxer y dejó al aire un miembro bastante grueso aunque todavía no muy largo. Lo colocó a la entrada de mi ya húmedo sexo y se introdujo en él con energía. Comenzó entonces a cabalgarme sin compasión mientras yo hacía esfuerzos titánicos para no perder el equilibrio, bramando mientras me follaba como un animal. El miedo a que nos pudieran oír fue menor que el enorme placer que estaba recibiendo de Antonio. Sentía que por mis muslos bajaban todos los fluidos que salían de mis entrañas. Se aferró a mi cabello mientras me montaba, haciendo que mi cabeza cayera para atrás debido a la fuerza que ejercía al tirarme del pelo. La fuerza de sus embestidas, pues su miembro había llegado ya a su máxima longitud y dureza, así como el ritmo enloquecido que empleaba para follarme, obligaban a que mis piernas tendieran a abrirse, lo cual facilitaba más su maniobra. Sus golpes de pelvis me levantaban bruscamente del suelo, tal era la fuerza con que me follaba Antonio. Después de unos minutos me obligó a separarme de la pared e inclinar mi cuerpo hacia adelante, su miembro no tenía dificultad ahora para entrar en mi sexo ya que mis nalgas se ofrecían por completo a la misma altura. Intenté aferrarme al suelo en una posición difícil para mí, con las piernas abiertas de par en par, sin doblar las rodillas y con el torso inclinado hacia el suelo, de manera que mis cabellos rozaban el pavimento. Desde esta perspectiva podía ver entrar su erguida polla en mi sexo desde atrás lo que me excitaba enormemente, sobre todo al observar sus huevos cuando chocaban con mis nalgas. Antonio estaba a punto de estallar y así lo hizo, se corrió dentro de mí mientras mis espasmos denotaban que estaba en el mejor orgasmo en muchos años. Antonio estuvo aferrado a mí durante un rato, jadeando y respirando con dificultad, todavía con su polla en mis entrañas. Cuando se desacopló de mi sexo, se agachó y me bajó las bragas por completo, yo facilité la maniobra levantando primero un pie y después el otro hasta que se hizo con ellas totalmente. A los pocos minutos me repuse, me acomodé el pelo y el vestido, recogí el maletín al mismo tiempo que Antonio abría el suyo y guardaba las bragas en él y me dirigí hacia mi coche, mientras él se dirigía hacia el suyo, en silencio ambos, sin mediar palabra alguna. Él era de pocas palabras al menos en el tiempo en que lo conocía, era más de acción. Después de aquello coincidimos muchas más veces y cada vez el riesgo era mayor. Estaba totalmente en sus manos, me ordenaba y obedecía. Llegué incluso a darle una copia de mi piso para que pudiera follarme cada vez que quisiera, con riesgo de que se descubriera nuestra aventura.
Antonio ya no esperaba a que mi marido llegara al coche cuando salía a trabajar, apenas oía la puerta del ascensor se presentaba en mi casa y allí follábamos como dos adolescentes. Recuerdo un día que estaba asomada a la ventana cerciorándome de que mi marido se dirigía hacia su trabajo, cuando noté que unas manos me agarraban por la cintura, di un sobresalto por el susto pero esas manos no me dejaron darme la vuelta, era Antonio, ni siquiera había esperado a que mi marido se alejara. Con el ímpetu al que me tenía acostumbrada, se arrimó a mí y pude sentir su miembro en mis nalgas, cerré los ojos y me dispuse a recibir su polla en aquel mañanero día. Antonio me remangó la bata y cuidadosamente bajó las tanguitas hasta las rodillas, yo quise retirarme de la ventana pero no me dejó, así que me apoyé al borde mientras él pasaba la cortina por detrás de mí para que nadie pudiera percatarse de su presencia. Con las rodillas casi juntas pues las tanguitas impedían que se abrieran más, noté su cálido miembro intentando abrirse paso a través de mis muslos. Antonio hacía esfuerzos para penetrarme y yo hacía esfuerzos para que nadie pudiera verme. Después de juguetear con su polla y mi sexo, decidió que aquella postura era muy difícil y determinó bajar mis bragas por completo, esto facilitó que yo pudiera abrir los muslos al estirar las piernas por completo. Introdujo su cabeza viril a la entrada de mi sexo y comenzó poco a poco a follarme. Yo intentaba darle facilidades arqueando mi espalda y moviendo mis caderas al compás de sus embestidas. No tardé en correrme pues Antonio jugaba con mi sexo como nunca. Con la cortina por detrás de mí, los transeúntes eran ajenos a lo que estaba pasando en el cuerpo de aquella mujer asomada a la ventana.
Antonio seguía trajinándome con su polla mientras yo no dejaba de jadear. De repente se paró en seco.
-No te muevas, vengo enseguida. -Me dijo
Seguí sus instrucciones y me mantuve asomada a la ventana y en la misma posición. En breve reapareció Antonio y tras levantar la cortina ligeramente, comenzó a masajearme el sexo, las nalgas, el ano, los muslos con sus manos aceitosas por algún ungüento que encontró. Estaba muy activo ese día. Yo me dejaba hacer, deseosa de sentir de nuevo un orgasmo. Antonio dedicó su masaje especialmente a la zona anal, supuse que quería experimentar algo nuevo y me puse un poco nerviosa.
-Por detrás no, Antonio. -Le dije
-Tranquila, ¿tu marido no te ha dado nunca por el culo? -Me contestó
-Bueno, no, en realidad nunca lo he hecho. -Le respondí intentando incorporarme.
Antonio no dejó que me diera la vuelta, me sujetó y me obligó a que siguiera en la misma posición.
-Por favor, Antonio, no. -Mientras le decía esto, él ya había detenido uno de sus dedos a la entrada de mi culo.
-Confía en mí, preciosa. Después de hoy ya sólo querrás que te den por el culo. -Me susurró al oído.
Mientras una mano me masajeaba el sexo, la otra se dedicaba a hurgar en mi estrecho y temeroso culo. Intenté resistirme temerosa de lo que se avecinaba, pero su dedo entrando y saliendo despacio de mi culo, me producía placer. Antonio lo hacía con sumo cuidado. En verdad que nunca mi marido me penetró analmente, y nunca antes que él lo hizo nadie, sin embargo siempre tuve curiosidad por saber qué se sentía al ser penetrada por el culo. Antonio estaba en su quehacer, sus dedos entraban y salían con suma facilidad, es verdad que yo intentaba cerrar los esfínteres al principio, pero pasado un rato sus dedos no me molestaban, al contrario, sentía un placer inmenso cuando entraban en mi culo.
-Bueno preciosa, ahora relájate y déjate llevar- Me dijo mientras colocaba su caliente miembro a la entrada de mi culo.
Sentí como su cabeza ocupaba toda la entrada, intenté relajarme como me dijo, mientras él empujaba poco a poco.
-Por favor Antonio, para. -Le supliqué asustada.
-¡Abre más las piernas, joder!- Me ordenó.
Abrí más las piernas tal como me ordenó mientras él empujaba decidido a follarme por el culo. Antonio se paró y volvió a mojarme la entrada con aceite, supongo que me veía bastante estrecha. Volvió a reiniciar la operación y a empujar con firmeza pero despacio. Notaba como aquella masa de carne empujaba y empujaba intentando entrar. Hice un esfuerzo de relajación y fue así como de pronto su cabeza viril se introdujo en mi culo. Antonio se detuvo unos instantes y volvió a retomar el empuje mientras ayudaba a engrasar su polla con sus aceitosas manos. Ahora, vencida la resistencia inicial, Antonio iba introduciendo su duro falo poco a poco dentro de mi culo. De esta forma llegó a meterlo del todo mientras yo jadeaba sin disimulo alguno. Comenzó entonces un retroceso pausado hasta sacarlo casi del todo y de la misma manera, muy despacio. Cuando creyó que ya había pasado la primera prueba, Antonio aumentó la cadencia de las embestidas y de esta manera comenzó a meterla del todo y a sacarla del todo mientras yo no dejaba de resoplar al sentir esa cosa dentro de mi vientre. En ese momento me percaté de que un anciano del edificio de enfrente me estaba mirando, quizás extrañado por mis movimientos, ya que la cortina entre Antonio y yo impedían que lo vieran a él. Antonio se empleó a fondo y ahora sus embestidas eran vertiginosas, me follaba con tanta rapidez, que tenía que hacer un esfuerzo para agarrarme a la ventana. Mi culo ya no se resistía, estaba dilatado, recibía aquella espada carnosa con hambre de sexo. Mis jadeos se tenían que oír en la lejanía pues me era imposible disimularlos. Mi anciano vecino no quitaba ojo de la ventana cada vez más extrañado por los movimientos de la cortina y mi extraña posición. En un momento dado Antonio corrió la cortina hacía un lado y dejó que cualquier vecino que estuviera en el edificio de enfrente se percatara de lo que me estaba pasando. No se lo impedí, al contrario, el sentirme observada, me daba más morbo. Miré al anciano que no se inmutó al correr las cortinas, seguía mirando la escena como si estuviera acostumbrado a ver como le dan por el culo a una mujer. Me agarré a los lados de la ventana jadeando por completo mientras Antonio me daba y me daba sin dejarme tiempo a respirar. Yo miraba al anciano de enfrente mientras Antonio me daba por el culo, de hecho creo que él era consciente de que el vecino me estaba observando. Mi culo ni siquiera se cerraba cuando Antonio sacaba su aparatoso miembro de mi agujero para volverlo a meter pasados unos segundos. Nunca hubiera imaginado lo placentero que era el que me follaran por atrás. Mis piernas estaban lo más abiertas que me permitía mi propia anatomía. Antonio, ahora agarrado fuertemente a mi cabello, hacía que la cabeza estuviera caída hacia atrás debido a los jirones que me provocaban sus manos al tirar con fuerza mientras me montaba. No aguantó más y se desacopló, me hizo girar y agacharme para meterme su miembro recién salido de mi culo en la boca. No tuve escrúpulos, al contrario, aún con el culo abierto por las embestidas recibidas, me metí su polla en mi boca y me dispuse a devorarla por completo. Antonio apenas aguantó unos segundos con su miembro en mi garganta pues inmediatamente se corrió dentro de mi boca. Su leche fue a parar a mi profunda garganta con una fuerza inusitada. Tragué toda la que pude de un primer intento y después el resto en un segundo intento ya que me provocó unas arcadas tremendas al empujar él fuertemente contra mi boca y recibir su corrida de una forma violenta. Estuve jugando y lamiendo su polla hasta que su flacidez evidenciaba que todo había acabado. Miré a mi vecino observador y aún estaba allí, se había empapado todo, un espectáculo digno de primera fila.
Durante mucho tiempo Antonio me estuvo follando a su antojo y en los sitios más inverosímiles. Mi marido seguía prefiriendo la postura del misionero ajeno a la experiencia que yo había adquirido a costa de nuestro vecino. Hace apenas unos meses Antonio y su esposa se cambiaron de ciudad y no he vuelto a tener esas experiencias sexuales con él. Sin embargo debo confesar que me he buscado un amante que llene el vacío que dejó Antonio. Es un chavalín del barrio de 22 años, bien formado anatómicamente y menos experimentado que Antonio. Pertenece a una pandilla. Su postura favorita es la dominante entre los jóvenes de ahora, me pone de cuatro patas y ¡Hala! a montarme. Este chaval presume con sus amigos de tirarse a una mujer casada, yo lo dejo pues al fin y al cabo es verdad. Mientras él presume con sus amigos lo tendré para mí.