El estacionamiento

Mi mujer al edificio llegaba temprano, pero del estacionamiento salía tarde.

EL ESTACIONAMIENTO

Mi nombre es Ricardo, tengo 35 años y me mantengo bien, con un poquito de panza dado que no hago ejercicios y mi trabajo es muy sedentario. Estoy casado desde hace 10 años con Elsa, 30 años, cabello castaño largo, buen cuerpo, sin ningún rollito con un hermoso par de piernas que corona una colita generosa y paradita, y un par de tetas normales, duritas con unos grandes pezones oscuros, lo que junto a sus ojos verdes, despiertan la admiración de todos los hombres que se cruzan en su camino.

Vivimos en una ciudad bastante grande y trabajamos en empresas diferentes, por lo que nuestros horarios no siempre coinciden, y a medida que la situación económica se fue complicando comenzamos a hacer horas extras cada uno por su lado, lo que hizo aún mas dificil que compartiéramos momentos juntos. Nuestro día era el sábado. Nos cambiábamos, salíamos al cine o a cenar, y al volver hacíamos el amor. Nuestras relaciones eran muy satisfactorias. Debo decir que no soy un superdotado pero mis 17 cm. eran suficientes y mi mujercita gozaba bastante. O por lo menos eso creía. Siempre usábamos preservativos porque no queríamos tener hijos aún y no tenía confianza en las pastillas, que decía, causaban problemas físicos en las mujeres.

Debo decir también que nos pusimos de novios muy jóvenes y para los dos fue nuestra primera experiencia en pareja donde llegamos al final. Hasta allí nos habíamos limitado a toqueteos y caricias pero sin haber consumado nada. Los dos perdimos la virginidad juntos.

Por exigencias laborales, cada uno tenemos nuestro auto y lo guardamos en un estacionamiento pegado, pared de por medio, con el edificio donde vivimos.

Dos pisos más arriba vive otro matrimonio, más joven que nosotros. La mujer de unos 25 años es muy bonita y simpática. Tiene un cuerpo muy atractivo y se nota que sus tetas son mas exuberantes que las de mi mujer. El marido de unos 30 años tiene todo el aspecto de ser un cazador de mujeres sin límites. Siempre comentábamos con mi esposa esta situación y lamentábamos las cosas que debía soportar, aún sin saberlo, su mujer. Mi esposa era especialmente dura con él, denigrando esa conducta infiel y defendiendo a su pobre esposa. A mí, en cambio, tal vez por mi falta de experiencia, me resultaba fascinante que alguien hubiera podido conocer tantas mujeres. Era una sana envidia, por supuesto, sin ninguna intención de imitarlo, que además mi figura no daba para eso. Emilio, que así se llamaba, cuidaba mucho su presencia. Gimnasio, actividades al aire libre, buena ropa, buena fragancia. Las mujeres no podían quedar indiferentes cuando el entraba a un lugar, y seguramente las oportunidades de ser infiel le llovían sin proponérselo, y el por lo que comentaban los vecinos, no dejaba pasar ninguna. Cuando nos enterábamos de alguna aventura nueva, mi mujer se enojaba mucho.

  • Mira Ricardo, estoy cansada de que cuentes las aventuras de este mujeriego como si fueran hazañas. No tiene nada de valorable la infidelidad, decía mi esposa
  • Pero querida, si no lo considero una hazaña, simplemente es un comentario
  • Si, pero si vieras como te brillan los ojos cuando lo cuentas entenderías mi reacción

Ante esta reacción repetida, nunca volví a comentar nada sobre el tema, y los días transcurrieron sin sobresaltos.

Hasta allí, todo bien. Un día nos encontramos los cuatro en el ascensor. Nos saludamos cortésmente. Mi esposa fue particularmente fría con él, pero sin embargo, hubo un esbozo de sonrisa de Emilio cuando nos vio, y que ocultó de inmediato que me intrigaron. Sin embargo, al descender del ascensor me olvidé de esta situación.

Todo iba bien hasta que comencé a notar que mi mujer llegaba siempre después de mí, casi siempre una hora luego de mi llegada. Ella se justificaba culpando a su trabajo, y yo lo aceptaba porque no tenía razón alguna para sospechar. La rutina seguía igual, pero en la sesión de sexo de los sábados ella empezó a mostrarse mas exigente. Quería siempre más y mas.

Cuando las llegadas tarde de mi esposa comenzaron a hacerse habituales, al menos dos o tres veces por semana, comencé a prestar atención. Noté que ciertos días, aquellos en los que llegaba tarde, dedicaba mucho más tiempo para arreglarse, y cuidaba más su imagen que los demás días. Debo agregar que con sus 35 años está muy bien, y une a su particular atractivo, y su exquisito cuerpo, ese aura de experiencia y educación que hace tan deseables a las mujeres con algunos años.

Los días que se retrasaba, llegaba agitada como si hubiera subido corriendo por las escaleras y se zambullía en la cocina a preparar la cena, sin darme oportunidad a preguntar nada. Al rato de su llegada se escuchaba el ascensor que subía y se detenía unos pisos más arriba. Como 2 mas 2 son 4, mis peores sospechas comenzaron a tomar forma. Y así decidí poner en marcha un vigilancia un poco más estrecha para saber que pasaba.

A la siguiente oportunidad, me quedé en la ventana escondido y la vi llegar temprano, por lo que me senté a mirar televisión para que no sospechara que la vigilaba. Sin embargo mi sorpresa se transformó en furia, cuando el tiempo pasó y recién subió al piso una hora después.

  • Hola querido, dijo pasando para la cocina.
  • ¿ Mucho trabajo?, pregunté
  • Ni te imaginas, contestó desde la cocina

10 minutos después el ascensor y su inequívoco sonido deteniéndose unos pisos más arriba. Un frío corrió por mi espalda. Algo estaba pasando y tenía que descubrir que.

Luego de cenar, y con la excusa de salir a estirar las piernas fui hasta el estacionamiento y recorrí despacio el lugar. Llegué hasta el auto de mi esposa. Nada anormal se veía. Di la vuelta alrededor y todo se veía normal. Y sin embargo, si algo pasaba, estaba pasando allí. Miré nuestro edificio y descubrí una toma de luz de la escalera de servicio que daba en la medianera.

Volví al edificio y me dirigí a la escalera en cuestión. En el descanso del primer piso un metro por encima de mi cabeza estaba el famoso tragaluz. Desde el depósito saqué una pequeña escalera y al colocarla en el lugar y subir, pude ver perfectamente los autos estacionados sobre el lado opuesto del estacionamiento. Mi auto, el de mi esposa, y algo que no había notado. Al lado del suyo estaba estacionado el de mi vecino del tercer piso. Una revelación iluminó mi mente y confirmó mis peores pensamientos.

Al día siguiente vigilé la llegada de mi esposa. Estacionó y subió de inmediato, por lo que no pude poner en marcha el plan. Y así durante dos o tres días.

El viernes, escuché descender el ascensor. No podía ver quien bajaba, así que seguí vigilando la puerta del parking.

Al rato mi esposa ingresó con su auto. 5 minutos después todavía no había subido, así que rápidamente fui a mi mirador, tomé la escalera y me trepé.

En la oscuridad del parking me costó un rato ver algo. Cuando mis ojos se acostumbraron, vi el auto de mi esposa. Estaba vacío. Pensé que ya venía subiendo, pero al mirar mas allá vi a mi vecino al volante de su auto recostado hacia atrás en su asiento. Estaba quieto. No se movía.

Me intrigó la situación y me quedé observando. Con sorpresa, luego de un rato veo a mi mujer levantarse. La muy puta estaba haciéndole una mamada de campeonato. Se acercó y se besaron apasionadamente. Luego de unos minutos, el tomó su cabeza y la obligó a volver a agacharse. Ella obedeció y continuó con su fellatio. El ahora, sostenía su cabeza que yo no veía, pero el movimiento de sus brazos me indicaba que se estaba masturbando en la boca de mi mujercita.

Luego de unos minutos, le habló y ella obediente se levantó y se pasó al asiento trasero, sin bajarse del auto, para que nadie la viera. El se subió el cierre y pasó hacia atrás recostando hacia adelante los asientos de su cupé para tener más lugar. Esta maniobra, dado el ángulo de visión me permitió ver todo lo que pasaría en el asiento trasero.

Besándola en la boca, desabrochó su blusa, levantó su corpiño y comenzó a sobar sus tetas. Ella se despegó de sus labios y comenzó a gemir mientras acariciaba sus cabellos. Al despegar sus bocas el atacó sus pezones, paseando de uno al otro, chupando y lamiendo sin descanso.

Llegado a este punto, las manos del corneador se perdieron bajo su falda y ella abrió sus piernas para facilitar la intrusión. El se separó y vi como una de sus manos acariciaba su vagina, y el movimiento indicaba que al menos uno de sus dedos la estaba penetrando.

Las manos de ella desabrocharon el cinturón de su macho, y bajaron el cierre de su pantalón. Una verga dura y larga salió como un resorte. El hijo de puta no usaba ropa interior para facilitar la maniobra.

Ella tomó el pedazo y masturbándolo suavemente lo invitó a que la poseyera. Los gestos eran inconfundibles aunque no pudiera escuchar lo que decía.

El levantó sus piernas sobre sus hombros, con lo que ella se deslizó hasta quedar acostada en el asiento. Acercó su verga al sexo de mi mujer, y corriendo su tanga la penetró lentamente pero sin pausa mientras la miraba. Solo se detuvo cuando sus cuerpos quedaron unidos como siameses. Los gestos de mi mujer indicaban que se sentía totalmente llena por esa vara. Luego de unos minutos el comenzó un lento mete y saca que fue ganando velocidad con el paso de los minutos. Mi mujer se aferraba de sus piernas que estaban enroscadas en el cuello del semental. El la penetraba salvajemente, sacudiéndola como una muñeca.

Ella se tensó y fue evidente que había alcanzado un orgasmo salvaje. El se detuvo y la dejó que completara su clímax. Cuando ella se aflojó, desensilló y dándola vuelta la puso en cuatro patas, mirando hacia la luneta trasera. Pude ver su culo y su sexo con la tanga corrida, antes que el se acoplara nuevamente, y después solo veía su culo como bombeaba y sus bolas como rebotaban contra el culo de ella. Se notaba que sus manos aferraban fuertemente sus tetas.

Luego de un rato, vi como la mano derecha de mi mujercita aferraron los huevos de su macho y jugueteó con ellos, y como obtuvo como respuesta una acabada bestial de parte de él.

Sus arremetidas hasta el fondo donde se quedaba un momento denotaba los chorros de semen que estaba depositando en el cuerpo de mi mujer. Fueron al menos 6 o 7.

Bajé de la escalera, la puse en su lugar y me dirigí al departamento. Estaba enojado, pero lo peor de todo es que a la vez estaba muy excitado.

10 minutos después, mi mujer, agitada pero no por la escalera, entró y como siempre pasó rápidamente hacia la cocina.

  • ¿ Mucho trabajo mi vida?
  • Ni te imaginas. Ella no sabía que yo no solo me lo imaginaba sino que lo había visto.
  • Que pena, porque esta noche tengo ganas de algo de sexo.
  • Perdona querido, pero estoy agotada. Dejémoslo para mañana sábado ¿ si?
  • Está bien querida, mejor descansas esta noche.

¿ Cómo castigar a esta perra infiel? Esa noche no dormí elucubrando algún plan que me permitiera vengarme de ella y de su macho.

Fin primera parte.