El estacionamiento (2)

Mi venganza se ponía en marcha, y nada iba a ser igual

EL ESTACIONAMIENTO (2DA. PARTE)

A la mañana siguiente, tenía mas o menos bosquejado un plan. Me sentía molesto por el engaño, pero más me molestaba la hipocresía de mi mujer que se ofendía por las aventuras de Emilio y como engañaba a su mujer. Pero como dije, lo peor era como me había excitado al ver a mi mujer tirar con otro de una manera tan clandestina y salvaje. Para colmo no recordaba si su amante había usado preservativos. Esperaba que sí, porque faltaba que la muy puta quedara embarazada.

Lo primero era dejarlo en evidencia al infiel, y para ello conseguí el teléfono de su casa y esperé que su esposa estuviera sola.

  • Hola
  • Sra. Ud. no me conoce, pero quiero informarle algo que le va a interesar.
  • Discúlpeme pero no atiendo a desconocidos
  • Un segundo, es sobre su esposo, dije con el teléfono tapado con un pañuelo para deformar mi voz
  • ¿ Qué le ocurre a mi esposo?
  • La próxima noche que el salga sin un buen motivo del departamento, vaya hasta la escalera de servicio. Allí encontrará una escalera. Súbase a ella y mire el estacionamiento. Le interesará lo que verá, dije y colgué.

Completada la primera etapa del plan, solo quedaba esperar.

Esa noche como siempre salimos y al volver tuvimos una sesión de sexo de locura. Un poco que mi esposa estaba mucho mas desinhibida y otro poco por la furia y la calentura que me producía saber que la muy puta me estaba engañando. Lo que nunca, le eché dos polvos seguidos hasta quedar los dos agotados. Ella alcanzó también un par de orgasmos ruidosos y bestiales.

Al día siguiente sentí el ascensor que bajaba en el horario en que solía llegar mi esposa. Por la ventana pude verla ingresar con su auto. Unos minutos después el ascensor fue llamado de arriba y volvió a descender a planta baja.

De prisa, me dirigí hasta la escalera de servicio, desde la planta baja. Subí sin hacer ruido y en el descanso del primer piso, pude ver a mi vecina subida a la escalera y asomada por el ventiluz. La expresión de su rostro iba cambiando a medida que transcurrían los minutos. Vi como unas lágrimas comenzaron a brotar de sus ojos, y en ese momento me marché como había venido, silenciosamente.

Encendí el televisor y esperé. Al rato el ascensor subió hasta el tercer piso. Luego fue llamado a planta baja, y unos minutos después mi esposa hizo su aparición en nuestra casa, tan agitada y apurada como siempre. Diez minutos más tarde el ascensor subió nuevamente hasta el tercer piso. El primer paso estaba dado.

Todo transcurrió tranquilamente, hasta el jueves, día en que mi esposa volvió a mostrar signos de que esa noche tendría otro encuentro. Repetí la llamada.

  • hola
  • si sra. le habla su amigo de la vez pasada
  • ¿qué amigo?
  • El que la invitó a conocer las actividades de su esposo

el silencio del otro lado de la línea se cortaba con un cuchillo.

  • No me lo agradezca, no hace falta. Lo que pasa es que odio la mentira y el engaño, y más cuando la víctima es una mujer tan bella como Ud.
  • Quién es ud?, preguntó
  • No importa, solo quería decirle que esta noche otra vez habrá actividad en el estacionamiento.
  • ¿ Cómo lo sabe?
  • Su esposo bajará a eso de las 8. Si quiere puedo darle más detalles cuando él se vaya.
  • ¿ me llamará a esa hora?
  • Iré a verla, si no le molesta
  • Todo esto es muy extraño, no sé si quiero conocerlo.
  • Ud. ya me conoce, no se preocupe, pero piense que esto no puede quedar así.
  • Está bien, si lo que dice es cierto, lo espero, y colgó.

Alrededor de las 8 de la noche, el ascensor descendió como siempre, y mi esposa unos minutos después llegó con su auto.

Me dirigí al tercer piso y toqué el timbre.

La puerta se abrió violentamente, y la cara de sorpresa de Lucrecia ( que así se llamaba ella) fue muy cómica.

  • Ricardo, que sorpresa, disculpa que abriera de esa forma pero esperaba a otra persona. ¿ Buscas a Emilio?
  • ¿ Puedo pasar?
  • Si, perdona mi descortesía, dijo corriéndose a un costado y franqueándome la puerta. Lucía calza y remera ajustadas. Era evidente que no tenía soutien. Sus tetas se bamboleaban sensualmente cuando se movía. Nos sentamos en los sillones del living.
  • Mira Lucrecia, no quiero robarte tu tiempo, pero necesitaba hablar contigo.
  • Como no, te escucho.
  • Te dije por teléfono que iba a venir.

Su rostro empalideció. Se puso tensa

  • No lo puedo creer. Tú eres el desgraciado que vigila a mi esposo, y se dedica a hablar en forma anónima para destruir matrimonios. Vete de mi casa, ya, dijo poniéndose de pie.
  • Mirá no soy ningún desgraciado, y todo tiene una explicación. ¿ Lo vigilaste como te dije?
  • No, yo confío en mi esposo, dijo mintiendo.
  • No mientas, sé que lo viste, dí la verdad.
  • Está bien, lo ví, ¿ Y qué?. Es mi problema.
  • ¿ Que hacía?
  • No pienso contarte detalles.
  • ¿ Con quien estaba?
  • No pude ver claramente, pero aunque hubiera visto no te contaría.
  • Y harías muy mal. Estaba con mi mujer, dije

Lucrecia, se desplomó sobre el asiento.

  • perdona, ahora entiendo tu interés.
  • ¿ Que hicieron?
  • Mira, cuando comencé a mirar estaban en el auto de mi marido, el cual estaba estacionado de culata hacia el ventiluz. Se notaba que había una mujer en el asiento del acompañante y el estaba encima, claramente haciendo el amor. Vi cuando alcanzó el clímax y se vació dentro de ella, y ya no pude seguir mirando, dijo poniéndose colorada.
  • ¿ Y que piensas hacer?
  • Nada, que quieres que haga. Hace mucho que escucho comentarios y sospecho que son ciertos, pero nada puedo hacer. No le alcanza conmigo solamente. ¿ y tú?
  • Yo también escuché comentarios y algunos los confirmé
  • Estás seguro?
  • Si, pero no se si quieres oirlos.
  • Cuéntame, por favor.

Y entonces comencé a contarle con pelos y señales todas las infidelidades de las que me había enterado, y que seguramente no agotaban las existentes. A medida que mi relato avanzaba el rostro de Lucrecia se iba poniendo cada vez mas tenso, y sus ojos destilaban rabia contenida. Estaba consiguiendo lo que quería. En unos minutos terminé mi historia. Ella quedó callada, sentada en el sofá y se la veía muy transtornada.

  • Yo pienso vengarme de los dos, dije poniéndome de pie.
  • ¿ Y como harás?
  • Pagándoles con la misma moneda, dije acercándome a ella.

Ella se quedó quieta mientras me acercaba.

  • Eso no va a solucionar nada, dijo con la voz tensa.
  • Pero sabré que recibieron su merecido, dije tomándola de los hombros y poniéndola de pie, para luego apoderarme de sus labios.

Intentó resistirse, pero avancé hasta que caímos sobre el sillón quedando ella debajo de mí, y mientras la besaba, una de mis manos se perdió en su entrepierna. Ella trataba de separarme empujando mi torso, pero luego de unos segundos dejó de luchar, y comenzó a sollozar de rabia.

  • Está bien, se lo tiene merecido, dijo y se dejó llevar.

En ese momento me separé y le saqué su remera por encima de su cabeza. Ella levantó sus brazos para facilitar la tarea. Dos hermosos pechos rebotaron y quedaron ante mis ojos y mi boca que no tardó en adueñarse de ellos.

Sus manos comenzaron a acariciar mis cabellos mientras mi boca succionaba sus pezones y mi mano derecha jugaba con su vagina a través de la ropa ajustada.

  • No tenemos mucho tiempo, dijo, desabrochándome el cinturón y bajando el cierre de mi pantalón., para apoderarse con su mano de mi verga que estaba dura y húmeda.

Era cierto, no teníamos mucho tiempo. Teníamos que consumar la venganza rápidamente aunque nos perdiéramos de un disfrute total.

Me puse de pie y dejé caer mis pantalones y mi boxer hasta el suelo. La hice levantarse y una vez de pie le bajé su calza y su tanga, haciendo que sacara una de sus piernas de ella.

La situación era muy excitante. Dificilmente alguien tenga semejante pedazo de mujer a su disposición, esperando ser poseída y llorando de rabia y desilusión.

La hice dar vuelta y la puse de rodillas sobre el sillón. Me coloqué detrás de ella y comencé a besar su espalda mientras mis manos apresaban sus tetas, y mi verga rozaba su culo y su concha.

  • No pierdas más tiempo, dámela toda, me dijo dándose vuelta.
  • No quiero lastimarte, dije protectoramente
  • Nada podría lastimarme mas que esta situación, dijo con rabia

No hizo falta nada más. Dirigí mi verga a su vagina y comencé a penetrarla despacio mientras me aferraba a sus tetas.

  • Ya está entrando, le dije mientras empujaba
  • Dámela de una vez, pidió, hazme sufrir, pidió. Me retiré hasta casi salir de ella y empujando hacia adelante, la empalé hasta el fondo.
  • Es toda tuya, dije llegando hasta el fondo, y deteniéndome a recuperar el aire.
  • ¿ No trajiste preservativos? Preguntó
  • No
  • No termines dentro, ten cuidado que puedo quedar preñada, dijo
  • No te preocupes, dije, pero ya mi plan había tomado otro rumbo. Preñarla iba a ser parte de la venganza.

Comencé a bombearla con tiradas profundas. Hasta el fondo y casi hasta salir afuera. Sentía como ella se aflojaba y me recibía con todo su cuerpo.

  • Que hermosa eres. No se como el hijo de puta de tu marido puede engañarte.
  • ¿Si verdad? ¿ Soy mas bonita que tu esposa?, preguntó
  • Ni punto de comparación, tienes unas tetas de monumento y eres mucho más joven y apetecible, le dije, consiguiendo que comenzara a moverse ella también tratando de profundizar la penetración y el goce.
  • Tu tampoco estás nada mal, me dijo, mientras su mano acariciaba mis pelotas por entre sus piernas.

Seguimos unos minutos más hasta que se hizo evidente que el tiempo se terminaba y comenzábamos a correr peligro.

  • Sácala y terminemos, me dijo.
  • Quiero que acabes, le dije
  • Estoy muy excitada pero no acaba facilmente, me dijo.
  • Yo te haré acabar le dije, y comenzé un bombeo frenético.
  • Detente, por favor, me vas a llenar.

Mis penetraciones comenzaron a hacerse rápidas y cortas. Llegaba hasta el fondo todas las veces y retrocedía unos centímetros solamente. Sentí como ella se tensó, se aferró con fuerza al respaldo del sillón y trató de juntar sus piernas. Yo la tomé del cabello como si fuera una yegua y continué empujando. Comenzó a suspirar como si le faltara el aire, y un grito salió de su garganta, que debí tapar con mi mano para que no llamara la atención del edificio. Su orgasmo llegó con fuerza, y aprovechando su descuido empecé a correrme dentro de su cuerpo. Nunca lo había hecho en pelo y el placer fue sublime.

  • Ay, me quemas hijo de puta, me vas a preñar, dijo, mientras seguía acabando.
  • Que hijo de puta que sos, dijo sollozando y terminando de acabar. Te dije que la sacaras.
  • No había manera que desmontara de una ricura como vos. Perdona pero fue el mejor polvo que eché en mi vida, dije levantándome.
  • Yo también lo disfruté, dijo dándose vuelta y colocándose de rodillas, para meterse mi verga en la boca.

La situación era tan peligrosa que en cuestión de segundos estaba de nuevo dura, y en un par de minutos conseguí vaciarme nuevamente esta vez en su boca, que se tragó hasta la última gota.

Una vez recuperado, me vestí rápidamente le dí un beso y me dirigí velozmente a mi departamento. Alcancé a llegar antes que mi fiel esposa. En el apuro no notó que yo también estaba agitado esa noche.