El establo mágico

Aquí os cuento como después de tantos años sin estrenarme, fui a perder mi virginidad en un establo.

Hola, me llamo Fabián. Soy un joven de 27 años con mucha labia y a la vez muy mal parecido, o sea lo que normalmente se dice un tío muy feo. Por eso tal vez, no me ha ido nunca bien con las mujeres, ya que solo con labia no se llega a ir nunca más allá con ellas de lo que podríamos decir una buena conversación o tomar algunas copas, puesto que mi fealdad al final, las frena un montón y solo me suelen ver como a un buen amigo o como vulgarmente se dice: “el típico pagafantas “. Por eso no he culminado nunca hasta ahora la faena con ninguna de ellas, y a mis 27 años sigo aún siendo virgen en ese aspecto, ya que además nunca me he decidido a irme de putas, ya que pienso que eso ha de ser pasajero y que algún día llegará mi oportunidad de poder meter mi polla dentro de alguna raja o bien en algún agujero palpitante y calentito, para así poder realizar ese sueño y esas ganas tan tremendas que tengo de hacerlo.

De momento día tras día, lo que suelo hacer bastante es masturbarme como un loco pensando en todas ellas, para así poder ir vaciando mis huevos, de toda la leche que se me va almacenando en ellos por mi falta de actuar sexualmente.

Hace poco recibí una llamada de un amigo mío en la cual me invitaba a pasar una semanita en el cortijo de sus padres, donde según me dijo me iba a encontrar con todo tipo de animales, además de unos paisajes increíbles, así que como la idea no me pareció nada mal, le dije que aprovechando que tenía unos días de vacaciones, aceptaba su ofrecimiento y me iría para allá, así aprovecharíamos los dos para vernos y hablar de nuestras cosas.

El viaje en tren lo realicé sin problemas, y al llegar vi que mi amigo ya me estaba esperando en la estación para llevarme en su coche hasta dicho cortijo.

Una vez llegamos me presentó a sus padres, los cuales ya eran bastante mayores y me enseñó cual sería mi habitación.

Una vez me pegué una buena ducha, me estuvo enseñando toda la casa y me llevó a ver los animales. Tenía gallinas, cerdos, una vaca, un caballo, una yegua y también un pastor alemán, el cual desde que llegué no se apartaba de mí ni un solo momento.

Mi amigo según me dijo era quien se encargaba de todos ellos ya que sus padres ya no salían casi del cortijo por estar ya mayores. También me comentó que por el día solía sacarlos a todos fuera para que estuviesen sueltos y libres disfrutando del campo.

Entonces le dije que si quería, mientras yo estuviese allí le podía ayudar en todo lo que quisiese y así él, podría disponer de más tiempo para estudiar ya que me comentó que cada día tenía que bajar al pueblo para ir a clase. A él la idea le pareció muy bien y quedamos así.

Al día siguiente me estuvo enseñando más o menos todo lo que él solía hacer con ellos. Yo fui tomando nota y aunque me sentía muy urbanita, creía que lo podría hacer bastante bien. Luego cuando mi amigo se fue al pueblo, yo me fui hacia el establo y empecé a limpiarlo como me dijo. Luego les fui echando de comer a todos los bichos y me dediqué a continuación a bañar los caballos con una manguera para refrescarlos y luego los sequé bien.

Después vigilado siempre por el perro el cual me miraba desde allí sentado, cogí un cepillo y empecé a cepillarlos con mucho cuidado.

Según me dijo mi amigo los dos eran muy dóciles, no obstante empecé primero por la yegua, y aunque no sabía muy bien cómo hacerlo, creo que no lo haría muy mal puesto que pude comprobar como conforme me iba acercando a su zona genital, empezó a resoplar y a levantar la cola, expulsando a la vez unos pequeños chorros de un líquido viscoso que yo no entendía mucho porqué lo hacía.

Después me fui hacia el caballo, el cual no paraba de relinchar y tenía ya su gran polla negra medio salida, y empecé también con la faena del cepillado. Entonces, al igual que con la yegua, conforme el cepillo se acercaba a su zona genital y al lomo, su polla no paraba de crecer y veía como a cada momento iba mirando de reojo a la hembra que tenía allí al lado.

Yo, como no sabía qué pasaba o qué había hecho, dejé allí todos los artilugios y decidí salir de allí por lo que pudiese pasar, no sin antes poder ver como aquel caballo, se pegaba una y otra vez con aquella gigantesca polla en su lomo.

Aquello me quedó muy grabado en la cabeza, por eso, cuando llegó mi amigo del pueblo le estuve explicando lo ocurrido y él se puso a reír a carcajadas. Luego me informó que eso era normal y que a él también le había pasado con ellos. Resulta que la yegua estaba en celo y el caballo eso lo olía rápido, por eso cuando ella soltaba ese líquido como reclamo, él se ponía como una moto.

Luego me explicó que él a veces hasta le hacía alguna que otra paja de vez en cuando tan solo para vaciarlo y que se quedase más relajado, ya que no quería que montase a la yegua y tampoco quería castrarlo. Entonces, oído todo eso me quedé más tranquilo y hasta llegué a tener lástima por aquellos dos animales, los cuáles aun teniendo ganas de follar como yo, no podían llegar a satisfacer sus instintos sexuales como desearían.

Así fueron pasando los días y yo seguía haciéndome pajas continuamente para vaciar mis abultados y colgantes huevos de toda la leche que me generaban, a la espera de que algún día llegase esa raja caliente que tanto deseaba y pudiese introducir en ella mi hambrienta polla.

En uno de esos días por la noche mientras dormía, tuve un sueño en el que según pude recordar estaba relacionado con los caballos y era de lo más caliente que yo podía imaginar. A partir de ahí mi mente calenturienta se puso en marcha y solo pensaba en querer realizar cuanto antes lo sucedido en dicho sueño.

Para ello necesitaba mucha tranquilidad y sobre todo saber que nadie me iba a poder sorprender mientras lo hacía. Así que un día, me cercioré de que sus padres no pensasen ir por el establo y que mi amigo no iba a faltar a clase ese día, para tener todo el tiempo del mundo para mí solo y poder compartir con mis dos nuevos amigos todo lo soñado.

Llegado el momento, mi amigo como siempre se preparó y se despidió de sus padres y de mí. Luego hice yo lo mismo con ellos y les dije que iba a darles de comer a los animales y a limpiar el establo, cosa que me agradecieron y les pareció muy bien.

Entonces salí del cortijo y me dirigí hacia el establo, disponiendo de unas horas para poder hacer realidad mi sueño. Ese día arreglé todo más rápido que nunca puesto que mi prioridad en ese momento se centraba en los caballos. Después me cercioré de que no me había seguido nadie y cerré tras de mí con un gran travesaño de madera aquel grandioso portalón.

Después procedí como siempre a echarles heno, hierba y su ración de agua. Luego me dediqué a bañarlos con la manguera y a secarlos. Seguidamente con el cepillo me dediqué a dejarlos bien guapos a la vez que les iba realizando unos suaves masajes. Como ya me dijo mi amigo, la yegua estaba en celo, quizás por eso en cuanto notó que me acercaba a sus órganos sexuales empezó otra vez a resoplar y a levantar la cola, a la vez que seguía soltando aquel líquido del otro día.

Luego me di cuenta de que también iba abriendo y cerrando sin parar aquella gran raja que yo imaginaba que estaría muy caliente y palpitante. Yo, al ser de ciudad no entendía mucho de porqué lo hacía, aunque sí intuí, que aquella yegua me estaba invitando a que le metiese cuanto antes por aquel negro coño, algo largo y duro para poder desfogarse cuanto antes.

El caballo por su parte. Tal vez por el olor de la hembra empezó también a excitarse y a relinchar, mientras pude ver como poco a poco iba sacando trozo a trozo toda aquella grandiosa polla negra que ya le llegaba casi al suelo.

Entonces por un momento me vi identificado con ellos de nuevo y fue por eso que me decidí a dar el siguiente paso. Así que separándole la cola con una mano a la yegua y llenándome de saliva la otra, empecé a darle unos suaves masajes en sus grandes labios, para así después meterle también alguno de mis dedos. En ese instante sí que noté lo calentita que tenía la raja y también la presión que ejercía sobre mis dedos, por lo que empecé a sentirme muy excitado y mi polla no paraba de crecer bajo mis pantalones, tanto que tuve que sacármela al exterior y una vez lo hice, vi que no había ya vuelta atrás.

Así que como la altura no era la correcta para realizar lo que pensaba hacer, me fui a buscar la banqueta que teníamos para ordeñar la vaca, y poniéndola justo detrás de la yegua, me decidí a subirme en ella. Una vez lo hice, dejé caer mis pantalones y el slip y empecé a menearme la polla con la supervisión del perro, el cual estaba allí sentado sobre sus patas traseras sin perderse detalle.

Seguidamente vi también como aquel gran coño no paraba de abrirse y de cerrarse ante mis atónitos ojos. Luego me ensalivé bien la polla y con una mano la llevé justo a la entrada de aquella gran raja palpitante, no sin antes con la otra mano separarle bien el rabo.

Entonces se la fui frotando entre sus labios y a continuación se la clavé sin contemplaciones, cosa que parece que le gustó, puesto que no paraba de resoplar. En ese momento llegué a asustarme bastante cuando noté que los músculos de la yegua al contraerse, me llevaron para adentro de un tirón toda la polla, sintiendo como si me la hubiese arrancado del cuerpo de golpe.

Después ya, una vez que nos acoplamos los dos, todo fue diferente y empezamos a disfrutar ambos de lo lindo. Yo seguí con un mete y saca continuo y a la vez iba mirando la reacción del caballo, el cual no paraba de darse porrazos con su polla sobre su lomo por lo excitado que estaba. El perro por su parte estaba ahora acostado tranquilamente con aquella polla roja llena de venas toda fuera de su funda y sin parar de lamérsela él mismo con su lengua.

Así con todo aquel espectáculo ante mis ojos, tras unas cuantas embestidas más, no pude aguantarme más y me corrí dentro de aquel gran coño palpitante, arrojando en él toda la leche acumulada. Entonces me quedé un momento allí, agarrado a aquellas poderosas nalgas y a continuación se la saqué chorreando todavía leche, al igual que vi cómo le iba saliendo también a ella de su coño, resbalando por sus grandes labios. Entonces el perro se levantó y vino hacia mí. Yo entonces y sin ninguna mala intención me fui también hacia él y empecé a acariciarle la frente. Seguidamente él, debido tal vez al olor que llevaba impregnado en mi mano tras haberle limpiado el coño a la yegua, empezó a lamérmela sin parar hasta dejarla bien limpia. Fue entonces cuando mi mente se puso otra vez en acción y pensé que si había hecho eso con mi mano también lo haría con mi flácida polla, así que se la puse a su alcance y tan solo tuve que esperar acontecimientos. Y efectivamente en un instante, tenía a aquel precioso perro lamiendo mi polla en toda su longitud y haciéndome sentir en la gloria con cada lengüetazo que me iba dando.

Fue así como en un momento volvió a dejármela más tiesa y gorda que un tronco además de limpia. Entonces volví a mirar al caballo y vi que el pobre seguía todavía con aquella gigantesca polla dándose golpes en la barriga sin parar. Así que como mi amigo me había dicho que cuando lo veía excitado él mismo trataba de aliviarlo, decidí ponerme manos a la obra.

Para ello me fui hacia él y me puse de rodillas bajo su miembro. Después le fui dando unos suaves masajes en el lomo para calmarlo y así poco a poco fui acercándome a sus órganos sexuales, ya que no sabía cómo iba a reaccionar. Así seguí un buen rato hasta que lo noté más tranquilo. Entonces con mis dos manos traté de coger aquella grandísima polla y empecé a palpársela en toda su longitud para comprobar lo gorda y dura que la tenía.

Seguidamente empecé a hacerle los típicos movimientos de arriba abajo y vi que le iba gustando ya que no paraba de relinchar y de presionar hacia adelante con sus potentes nalgas. Luego fui acercando mis manos también a sus huevos, los cuales le fui sobando con cuidado y pude notar lo suaves que los tenía. El animal al igual que yo, debía de estar en la gloria ya que enseguida vi cómo le iba saliendo por el orificio de su negro glande, un líquido blanco y viscoso, el cual quise probar para saber a qué sabía. Así, cogiendo un poco de él con uno de mis dedos, me lo llevé hasta la punta de la lengua. Entonces lo probé y la verdad es que no me resultó para nada desagradable, así ya puesto, me decidí a acercar mi boca a aquella gran cabeza negra y empecé con mi lengua a jugar con ella.

Poco a poco fui lamiendo toda su superficie así como a todo lo largo de ella, notando todas sus hinchadas venas debido a la gran excitación que tenía el animal. Yo también no podía aguantar más y mi polla estaba a punto de estallar de nuevo, por lo que con caliente que me encontraba me decidí a dar el siguiente paso.

Entonces abrí mi boca todo lo que pude y me fui introduciendo hasta la garganta todo aquel pedazo de carne caliente. La verdad es que era una pasada, ya que tenía mi boca repleta tan solo con su glande, y aún me quedaba un trozo de casi un metro más, el cual iba masajeando con mis dos manos. Así en esa situación, estábamos ya los dos a punto de eyacular, por eso empecé a acelerar con una de mis manos mi polla y con la otra, la del caballo, de la cual seguía teniendo todavía todo su glande dentro de mi boca.

Entonces tras unos cuantos movimientos más, y tras las típicas sacudidas finales, disparé sobre mi mano todo el resto de leche que me quedaba y el caballo a su vez hizo lo mismo pero sobre mi boca, ya que no me dio tiempo de retirarla en ese momento de ella y los primeros disparos fueron a caer en su interior. Luego ya, una vez fuera de ella, siguió disparando una y otra vez una gran cantidad de aquel líquido caliente y viscoso, dejando todo el suelo mojado, cosa que después tuve que estar limpiando a fondo para no dejar ningún tipo de huellas.

Así, una vez comprobé que todo estaba otra vez en su sitio y que los tres animales estaban mucho más tranquilos y relajados después de nuestra sesión de sexo, volví a abrir el portalón y una vez salí, me encaminé hacia el cortijo.

Durante el camino fui pensando en lo que es la vida. Yo, que desde hacía años había estado esperando que llegase el momento de perder mi virginidad, tuve que ir a hacerlo a un cortijo, a un establo y además junto a unos buenos animales, los cuales por una razón o por otra, estaban en la misma situación.

Después, cada día que pasé allí volví a hacer lo mismo con ellos y al acabarse mis días de vacaciones, regresé otra vez a la ciudad para seguir siendo de nuevo el típico “pagafantas” de siempre.

¡Ah ¡… A mi amigo, aunque hablamos mucho de todo esos días, no le conté nada de lo ocurrido y no descarto para nada la idea de volver algún día por allí… Si me vuelve a invitar, claro ¡

FIN