El establo

Paula es la sobrina de mi esposa, por lo tanto es mi sobrina también. Un establo en la finca de mis suegros se convierte en mi...

EL CALZONAZOS

Soy un calzonazos, lo sé, lo tengo asumido, nada que reprochar a nadie, soy yo quien ha aceptado ese rol, no es nuevo, llevo interpretando este papel desde que me casé a los veinticinco años con Sofía, ahora con cuarenta y cinco primaveras en mi haber sería difícil invertir la situación.

Sumiso y fiel, ningún borrón en mis veinte años de matrimonio, tres hijos de dieciocho, dieciséis y catorce años, buena carta de presentación para ser pareja ejemplar, sin duda lo somos, hijos ejemplares, buenos estudiantes, obedientes y educados. ¿se puede ser más feliz?.

Sofía dejó de ser en pocos días esa adolescente impulsiva, picarona, jovial, entusiasta para convertirse en toda una señora, unos días que fueron los que necesitó para asimilar su papel de esposa, pero claro, de esposa de esas de hace cien años. El nacimiento de nuestro primer hijo la terminó de convencer, Sofía era toda una señora, aunque quizá se olvidó de eso tan vulgar aunque cierto que dicen, que una mujer debe de ser señora de día y puta de noche.

El paso de los años colocó a mi familia completamente a un lado, con tres hijo pequeños mi casa estaba siempre habitada por mi suegra, y como no, por mis cuñadas, que a la vez iban también con sus hijos e hijas pequeñas, vamos, que os podéis imaginar el sosiego y la paz que se respiraba allí. Me adapté, muy lejos estaba ya de ese golpe en la mesa, de ese golpe de autoridad del que tanto me había habado y aconsejado mi padre, era demasiado tarde, ya me habían abducido.

A pesar de todo esto había algo en esa familia que hacían mis delicias, no, nada que ver con algún cuñado bonachón o una cuñada atractiva, ni nada de eso, no, lo que me hacía feliz de ellos era la casa de campo en pleno bosque, un lugar de ensueño donde me evadía de toda la contaminación filial de estos seres que decían ser mi familia.

LA CASA DE CAMPO

No dudéis que los fines de semana o los veranos en esa casa de campo lo pasaba a solas con mi esposa, no, muy lejos de eso, es más, allí comenzaron a acudir con el tiempo amigos y amigas tanto de mis hijos como de mis sobrinos, todo un ejercito de persona deambulando de aquí para allá en todas direcciones y en cualquier lugar.

Entonces, os podéis preguntar, ¿Qué clase de casa de ensueño sería esa con tanta gente?, la respuesta está en mi gran pasión, la pintura.

La casa está situada en una finca grande, mucha arboleda y un pequeño arroyo que sirve de linde, es allí junto al arroyo, lejos de la casa, quizá trescientos metros  donde adecué y reformé el viejo establo en todo un taller de pintura, solo en ese lugar podía disfrutar de mi ansiada soledad y dar rienda suelta a mi imaginación con mis pinturas abstractas  y algún que otro retrato, esto último siempre de alguno de mis hermanos, de mis padres o incluso de alguno de mis abuelos. En cualquier caso puedo deciros que en más de quince años  que hace que reformé el  establo nadie lo ha visitado, solo yo, mi rincón, mi edén.

Otra de mis pasiones es el huerto y sus arboles frutales, lo primero que hago cuando me levanto es ir a recolectar los tomates, pepinos, pimientos, berenjenas, etc.., riego y corto las malas hierbas que crecen junto a los árboles, todo un trabajo, un gran esfuerzo que dedico tiempo y pasión, ahora lo hago solo, hasta hace cinco o seis  años me ayudaban los esposos de mis cuñadas, las hermanas de mi esposa, pero claro como era de esperar se divorciaron y me dejaron a mi con el timón del barco….

Este año mis vacaciones han sido en agosto, todo este mes ha transcurrido allí, en esa casa, siempre con gente pero en mi rincón de la soledad, el rincón de mis secretos.

Tres días llevábamos en la casa, tres día en el establo, solo salía a la hora de cenar, nadie visitaba ese lugar, ni siquiera mis hijos ni mi esposa que cuando veía que no llegaba pronto a la mesa me llamaba por teléfono o mandaba un mensaje, bueno un whatssapp, no podía ser de otra manera.

A las cinco de la tarde aproximadamente tocaron en la puerta, di un brinco, quizá sería la primera vez que alguien aporrea esa puerta.

EL ESTABLO

-          Hola tío, ¿me dejas entrar?

El establo es grande, quizá doscientos metros cuadrados, todo construido de madera, vieja, pero muy bien cuidada, su forma es rectangular, en los laterales más grandes hay tres ventanas por lado, no muy grandes y a cierta altura del suelo, como para evitar que cuando allí había animales no pudiesen saltar, en lado estrecho que se orienta hacia el oeste está situada la puerta, grande, también de madera, dos hojas que abiertas pueden dejar una apertura de unos tres metros, en el lado opuesto el del este otra vieja puerta que siempre permanece cerrada.

Entrando en el establo se puede ver a primera vista las ocho vigas de madera que soportan el techo, cuatro a cada lado, son anchas, colgada de alguna de ellas tengo varios cuadros, los demás están esparcidos a lo largo y ancho del establo, en medio un caballete, y uno de los tres  taburetes pequeños  que yo mismo fabriqué,  los otros dos están junto al banco de trabajo, este situado justo en mitad del establo, entrando por la puerta en su lado derecho, es también de madera, dos metros de largo y noventa centímetros de ancho, anclado a la pared en su lado más largo, dos grandes patas de madera en cada lateral aguantan su peso. Allí es donde guardo todo mi material de pintura, pinceles, paletas, bocetos etc…, en el lado izquierdo hay un viejo sofá convertido en cama, de vez en cuando mis siestas allí son vitaminas para mi cuerpo.

Pero bueno vamos a atender a mi sobrina Paula que sorpresivamente me acaba de visitar, y que aunque la verdad es sobrina de mi esposa la considero como mía también, pues el trato filial así me lo hace sentir. De todos modos no dejo pasar por alto la belleza de la chica, alta, morena de ojos negros y llamando la atención dos grandes pechos que no dejan indiferente a nadie, al menos no a mi.

Se puede llegar a pensar que la visita de alguien perturbaría mi tranquilidad, sin embargo la visita de esta chica es diferente, porque en realidad ella es diferente, nada tiene que ver su formalidad y su seriedad con la de sus hermanos o primos, ella es diferente, aplicada a sus estudios y aficionada a la lectura y el arte, como le dicen en tono de broma, “el garbanzo negro de la familia”, el caso es que la chica es culta y puedo hablar con ella de temas varios que ni con mi esposa ni mis hijos puedo debatir, podía ser una interesante visita.

-          Por favor Paula, entra, no te quedes en la puerta.

-          Estaba paseando y me he pasado por ver esto, nunca había visitado el establo.

-          Ni tu, ni nadie, la verdad es que aquí se está tranquilo, puedo dedicarme a esto con calma total. (le dije mientras movía mi cabeza ojeando mis cuadros)

-          Caray, ¿los has pintado todos tú?, son preciosos.

Paula paseaba cual visitante de un museo mientras hablaba, su vestido corto, verde con cuadros blancos se contoneaba al son de sus movimientos, la imagen que tenía delante me gustaba, daba un poco de alegría a aquel basto y casto lugar.

-          Yo también pinto, aunque no también como tú. Podías presentarte a alguna exposición.

-          Jajá, no, lo mio es afición, hobby, me entretengo con esto.

-          Pues son realmente bellos, unos bonitos paisajes. ¿y los retratos? ¿Quién son?

-          Son mi familia, bueno, la de sangre quiero decir, mis hermanos, padres y abuelos.

-          Parecen fotografías en lugar de pintura, son muy reales.

-          Les pongo empeño, nada más.

Paula admiraba las pinturas, sus elogios me gratificaban, no eran gratuitos, incuso me habló de algunas de las técnicas que había utilizado, sabia de lo que hablaba. Quizá me precipité, pero eso lo pensé luego, porque ya estaba dicho:

-          Si quieres puedes venir cuando quieras y pintar conmigo, tengo dos o tres caballetes, hay pintura y pinceles de sobra.

-          Pues no creas que estaría nada mal, quizá me vendría bien.

Ahí me di cuenta de que quizá podía haber metido la pata, ese era mi rincón, y por muy bella y muy culta que fuese mi sobrina podría abrir una hipotética puerta para posibles invitados que en ningún caso yo desearía, para mi, dos son multitud en mi rincón.

-          Dime Paula, ¿que te gustaría pintar?

-          No sé, quizá algún paisaje.

-          Tengo varias plantillas en el cajón, también fotografías en papel, puedes coger la que más te guste y preparamos los colores.

-          No me gustaría molestarte tío Pedro, quizá prefieras estar solo.

No cabe duda de que Paula con sus dieciocho años era una chica madura, educada, cortés y comprensiva, y además sabe de pintura, por eso mismo pensé que quizá no sería tan mala idea tenerla a mi lado.

Mientras buscaba bocetos, plantillas y fotografías de paisaje en el cajón Paula proseguía su particular visita por mi improvisada galería de arte.

-          Tío Pedro, ¿esta es mi tía Sofía?

Me giré, me ruboricé un poco.

-          No, es mi madre.

-          Sin duda ninguna, es la mejor pintura que he visto, es un retrato curioso, hermoso y particular.

-          Solo es cuestión de empeño, ponerle ganas a lo que haces, nada más.

El caso es que Paula se había fijado en aquel retrato, estaba un poco mas escondido que los demás, como ya e dije se trataba del retrato de mi madre, eso sí, desnuda, con la cabeza algo girada, se le veía bien el rostro, pero su desnudo integral no era de frente, la había pintado desnuda pero vista desde atrás.

-          Ojalá algún día alguien me pintase así, es verdadero arte.

Ese comentario me volvió a ruborizar algo, le cambié radicalmente de tema, se me vino a la cabeza un chico que nos presentó algo menos de un año como “su amigo”.

-          Paula, y, ¿Qué es de ese chico con quien salías?

-          Bueno, digamos que estamos pasando un momento “bache”.

-          Vaya, lo siento, ¿habéis roto?

-          No exactamente, se podría decir que nos estamos dando un respiro, pero déjalo, prefiero no seguir hablando de esto.

-           Está bien Paula, lo siento.

Entonces ella se llevó la pelota a su tejado, y haciendo lo mismo que hice yo segundos antes me cambió la conversación de nuevo a donde ella quería.

-          Entonces, ¿me harías un retrato?

-          Claro paula, si me traes una foto de carnet te lo hago esta misma semana y te lo llevas.

-          ¿Foto de carnet?

-          Claro Paula, no pensarías que los retratos se hacen como hace cien años, que el artista tenia que tener delante a quien pintaba.

-          Jajá, no me refiero a eso tío Pedro, lo que digo es que si me vas a pintar desnuda de espalda, para ¿qué quieres una foto de carnet?

¿Cómo? ¿me estaba pidiendo que la pintase desnuda?, pues sí, de espalda, pero desnuda, no me salían las palabras, esa idea quizá no sería buena, aunque sin ser mal pensado tampoco tendría el por qué temer a un retrato artístico, arte es arte.

-          Está bien Paula, le puedes pedir a tu hermana que haga las fotos con e móvil, elige un fondo bonito yo mismo te llevo al pueblo y la sacamos en papel de fotografía.

Paula bajó su cabeza y frunció el ceño en tono de aprobación, pero al mismo tiempo no dejaba de ojear el interior del establo, lo examinaba con su mirada.

-          Este fondo dentro del establo sería estupendo ¿verdad tío Pedro?

No cabe duda de que tenía razón, ese fondo era perfecto, le daba un aspecto de misticismo natural, era un lugar perfecto, pero, ¿Quién le haría las fotos?

-          Tío Pedro, tu móvil es de los buenos, tiene una buena cámara, podrías hacerme tu mismo las fotos.

No, no y no, Pedro, no. Eso era lo que mi conciencia siempre alerta me gritaba cuando ponía en peligro mi honestidad. No iba a arriesgar a tener desnudo semejante cuerpo a dos palmos de mi cara, aunque el arte sea arte.

Titubeé, tartamudeé e incluso tuve que tomar aire para responder a mi sobrina.

-          Vale, no es mala idea, sacamos varias fotos, y a que más nos guste la sacamos en papel y te pinto.

Paula no parecía nerviosa para nada, todo lo contrario que yo, que parecía estar quebrantando todos los mandamientos y que pecaba en cada pensamiento que se cruzaba por mi cabeza, pero ya estaba todo planteado.

Preparé a cámara de fotos de mi móvil, Paula se puso detrás de una de las vigas, aunque tapada por la madera la podía ver nítidamente, entre otras cosas no tuve la cortesía de apartar mi mirada hacia ella, solo disimular.

Antes de quitarse el vestido bajó sus bragas que salieron rápido por sus pies y las dejó en la base de la viga, en el suelo, luego sacó su vestido por arriba a través de su cabeza, como ya me había percatado no llevaba sujetador, aunque vuelta de espalda el contorno de sus grandes pechos no se podía disimular, las curvas de sus cadera, sus nalgas…

Controla Pedrito, controla, me decía a mi mismo una y otra vez, pero cuando salió de esa viga vuelta de espalda completamente desnuda enseñándome esas enormes y carnosas nalgas pude sentir como dentro de mi algo se movía, algo se ponía en alerta, el corazón latía deprisa y mis vellos se erizaban.

Comencé a sacar fotos, varias fotos, de una postura, después de otra, todas de espalda, Paula iba perdiendo el pudor que quizá nunca tuvo y accidentalmente de vez en cuando se le podía ver un pecho, incluso pude ver de refilón como su sexo iba igual de rasurado que su piel. Poco a poco yo también comencé a sentirme cómodo y convertirme en artista que observa su musa.

-          Está bien Paula, creo que tenemos suficientes, mañana me acerco al pueblo al centro comercial y paso las fotos del móvil a papel, luego por la tarde podemos elegir cual nos gusta más para pintar.

-          De acuerdo tío Pedro, como quieras.

El teléfono móvil de Paula comenzó a sonar en  un pequeño bolso que mi sobrina había dejado al lado del vestido allí en el suelo, antes de cogerlo se colocó su prenda, el móvil dejó de sonar.

-          Me voy tío Pedro, tengo que hacer una llamada, nos vemos para la cena, ya mañana vemos lo de las fotos.

Ni su desnudo espontaneo la puso tan nerviosa como esa llamada, salió tan rápido del establo que dejó sus bragas en el suelo, justo donde se las había quitado, junto a la viga.

Salí fuera, vi como se alejaba hablando con alguien por medio del móvil, subía la pendiente camino a la casa, me di media vuelta y entré de nuevo al establo, caminé rumbo fijo a la viga, me agaché y cogí sus bragas, me las llevé a la nariz y las olfateé como el mejor de los sabuesos, no lo dudé, cerré las puertas del establo, tomé mi teléfono y comencé a buscar las últimas fotos que había hecho, me fui al banco de trabajo, coloqué el móvil apoyado en una lata cerrada de pintura y con una de esas aplicaciones las decenas de fotos que había hecho comenzaron a desfilar por la pantalla en modo de película, en mi mano izquierda sus bragas y en mi mano derecha mi erecto miembro que comencé a masturbar mientras observaba las fotos y sostenía sus bragas… el clímax no tardó en llegar, derramé todo el contenido blanco y viscoso de mis testículos en sus bragas, fue inevitable, lo hice sin remordimientos ni sentimiento de culpa, placer de autosatisfacción por calientes e impúdicos pensamientos.

EL ESTABLO, PRIMER DÍA DESPUÉS DE PAULA

Al  día siguiente saqué las fotos en papel, las llevé y las guardé en el establo, después volví a la casa y me senté en la mesa del porche, íbamos a almorzar.

Paula les comentó a todos que a partir de hoy se vendría conmigo al establo a pintar, por momentos comenzaron a temblarme las piernas, ¿les va a decir a todos que la he fotografiado desnuda para pintarla?, no lo hizo, solo comentó que le vendría bien echar unos días pintando, su mente lo agradecería, así no pienso en nada, les decía a todos.

Nadie le aplaudió la idea, tampoco la repudiaron por ello, les fue indiferente a todos, les daba igual, allí cada uno iba a lo suyo, eso está bien, pensé.

Después de almorzar y tomar mi café les dije a todos como siempre que me marchaba al establo, Paula me dijo que tardaría unos minutos y luego bajaría, me lo comentó mirando a su móvil, iba hacer una llamada.

Posiblemente diez o quince minutos llevaba allí en el establo, quizá veinte, en cualquier caso yo estaba frente a la mesa de trabajo, preparaba una mezcla de pinturas, ni dudéis que también ojeaba las fotos que había sacado, cuando apareció Paula por la puerta. Pero, ¿Qué pasa?, Paula entró con sus ojos rojos, su rostro era el de un a persona triste, apesadumbrada, llevaba puesto el mismo vestido verde de cuadros bancos que tenía puesto ayer.

-          ¿Qué te pasa Paula?, estás llorando, ¿va todo bien?

Paula me miró, sus ojos derramaban lágrimas, era evidente de que algo no marchaba como debería de ir.

-          No tío Pedro, he discutido con Javier (“su amigo”)

-          Oh, lo siento, no llores por eso.

-          El muy imbécil a cortado conmigo definitivamente, dice que se hadado cuenta de que no estamos hechos el uno para el otro, ¡y el cabrón me lo dice por teléfono!, ya podía haber esperado a que regresase.

No cabe duda de que la chica no estaba bien, sus lágrimas brotaban, manaban una y otra vez de sus ojos, yo la miraba con impotencia, con resignación, ¿podría hacer yo algo para consolar a una adolescente que aprende a ser mayor?.

Lo único que pude hacer en ese momento fue pasar mis pulgares por sus mejillas y secar sus lágrimas, ¿qué más hacer?, pues supuse que abrazarla sería una buena idea, esta chica necesitaba afecto en estos momentos, y allí en la soledad del establo yo era el único que podría proporcionárselo, me decidí y la abracé fraternalmente.

Eterno, así era el abrazo, ella me apretaba con fuerza, necesitaba de ese roce de piel, de ese contacto humano, su cabeza se escondía entre la mía, mi cuello y mi hombro, nuestros cuerpos estaban literalmente pegados.

¡Joder Pedro!, me dije a mi mismo en mi conciencia, y es que mi cuerpo actuaba por si mismo, una erección comenzaba a obrarse con el contacto de mi sobrina.

Tenia que apartarme de Paula, a estas alturas ella casi podría notar el bulto que había aparecido nuevo entre mis piernas, pero su abrazo era tal que me resultaba casi violento separarme de su cuerpo y dejarla sola, parecía un náufrago que se aferraba a su rama, la rama era yo.

En cualquier caso y para no dejar de abrazarla tuve que apartar mi cintura de la de ella, mi erección era ya total, mi trasero reculaba para que Paula no pudiese notar la dureza del miembro tocando su cuerpo, demasiado tarde, demasiado obvio, demasiada carne para poder esconder.

Muy lejos estuvo Paula de clausurar el abrazo, mientras mis caderas intentaban recular y apartarse de las de ella Paula comenzó a adelantar las suyas para encontrar de nuevo con las mías, y una vez hizo el contacto no se conformó con sentirlo cerca, sus caderas comenzaron a moverse rítmicamente primero en círculos y después en movimientos verticales, me estaba excitando cada vez más, ¿mi sobrina me estaba excitando a conciencia?

Os juro a todos los lectores que hice el intento de parar toda esa situación, aparté mi cabeza del cuello embriagador y perfumado de Paula, intenté zafarme del abrazo y volví a pasar mis pulgares por su mejilla, ella me sonrió, se me quedó mirando y comenzó a acercar su boca a la mía, sus labios a los míos, el contacto se convirtió en hecho y un beso suave y tierno comenzó a procesarse entre nosotros, era un beso tierno, como de principiantes, suave ,poco a poco y solo rozando y besando nuestro labios.

Un minuto después nuestras lenguas se buscaban ya dentro de nuestras bocas, jugaban y se encontraban dentro y fuera de ella mezclando sus lágrimas con nuestra saliva. El tiempo ya estaba detenido, no sé calcular el tiempo que nuestras bocas se juntaron, que nuestras lenguas jugaron e intercambiamos saliva, en cualquier caso aparté mi boca de la suya y como una vampiro hambriento me tiré a su cuello, lo besé, lo lamí, lo succioné y lo mordí, Paula comenzó a jadear tímidamente, parecía estar cómoda en esa situación y así me lo hacía entender con sus manos apretando ya la parte más baja de mi espalda.

No lo pensé mucho, de hecho ya no pensaba, solo actuaba y me dejaba llevar, los dedos de mis manos se metieron entre las tirantas de arriba de su vestido y con habilidad conseguí bajar la prenda hasta su vientre, sus pechos desnudos se mostraban exuberantes frente a mi.

Pezones grandes, rosados y carnosos, tersos y duros, mi lengua paseaba por ellos, mi boca se detenía una y otra vez con ellos, junto a ellos, dentro de ellos, mis manos los cogieron y los acariciaron, primero con delicadeza, muy suave después con algo más de fuerza y coloqué mi cabeza entre ellos, como si quisiera abrigar mi rostro con ellos, Paula seguía gimiendo y jadeando de forma tenue pero constante, me sacié, me jacté, pero no me empaché de ellos.

Mi cuerpo ardía en deseo, una erección que prácticamente me causaba dolor, no aguantaba más, pero primero tenía que demostrar a esa chica como nos las gastamos los maduros cuarentones en una materia que deberíamos tener ya más que aprendida, no debería de demostrar nada, pero sí que no quería quedar como un viejo verde que solo busca el placer rápido y efímero en una adolescente insolente (que no era el caso…de momento) y caliente.

Allí, junto a la mesa de trabajo, la agarré por la cintura y la alcé con fuerza y soltura para sentarla en ella, con habilidad recogí su vestido por la parte baja hasta llegar a su ombligo, ahora la prenda parecía un cinturón enrollado por encima de su cintura, sus pechos al aire y sus bragas aún puestas, esta última las bajé a través de sus muslos, por sus piernas y así hasta que las saqué por completo por sus tobillos y sus pies, en ese momento me acordé del episodio de autosatisfacción del día anterior con su prenda olvidada, eran prácticamente iguales, blancas y en forma de tanga.

Paula ya estaba sentada con sus nalgas desnudas encima de la mesa, flexionó y abrió sus piernas, apoyó la planta de sus pies en el mueble, su sexo rasurado se presentaba excitante y lascivo frente a mí, sus labios vaginales separados ofrecían una vista de un sexo ardiente, de color rosa intenso, brillante por la humedad de su constante lubricación.

Coloqué mi cabeza entre sus piernas y con cuidado fui acercando mi boca a su sexo, mi lengua ya se había adelantado y tomaba contacto con su carne desnuda, y, si se tratase de un catador podría decirse algo así, sabor salado, caliente al tacto, aroma a mar y gusto agrio y viscoso.

Mi lengua recorría todo el vertical de su sexo, y con supongo algo de acierto me paré en su zona más alta coincidiendo con su clítoris, allí mi lengua se movía ya con rapidez y eficacia, Paula colocó sus manos en mi cabeza y acariciaba con fuerza mi cuero cabelludo, gemía y jadeaba sonoramente y yo iba a reventar de ansias de cambiar mi lengua por mi erecto miembro, sin poder evitarlo el clímax de Paula comenzó a advertirse entre más y más gemidos jadeantes que hacían posible su respiración.

-          ¡Me corro tío!, ¡me corro!

Por segundo pensé que todo había acabado, Paula intentaba recuperar el aliento y con un gesto directo bajó sus manos para intentar bajar mi pantalón deportivo corto que llevaba puesto, lo hice yo, lo bajé hasta mis tobillos y no me los quité, Paula seguía sentada en la mesa, acercó un poco sus caderas a las mías, mi pene erecto asomaba erguido,  rígido y tieso como el de cualquier columna de este establo, lo agarré con mi mano derecha y lo acerqué hasta la entrada de la vagina de mi querida y estupenda sobrina.

Es posible que quizá, solo quizá hubiese tenido que ser más delicado, pero el momento de “delicatesen” no era este, de cualquier modo la penetré sin piedad y de un solo golpe, de una sola embestida, con fuerza, me quedé unos segundos apretando con fuerza su sexo con el mío, como si quisiera que mis testículos también pudiesen entrar, al poco comencé un movimiento de embestidas rítmicos pero muy lentos, cada uno de ellos con más fuerza que el otro, se podía legar a decir que casi con violencia.

Paula adelantó sus caderas, cruzó sus piernas alrededor de mis nalgas sus brazos alrededor de mi cuello, ya casi no se apoyaba en la mesa de tal modo que mis manos se colocaron en sus trasero y era yo el que soportaba casi todo el peso de mi sobrina en volandas, la seguía penetrando lenta y pausadamente pero con la misma fuerza y violencia que antes, a un ritmo de seis o siete segundos por embestida, los mismo que me mantenía dentro de ella cada vez que la penetraba por completo, mi miembro dentro de su sexo en su totalidad. Paula mordía mi cuello y apretaba sus dientes en el  para amortiguar el sonido de sus jadeos, se su gemidos.

Fueron mucho los minutos que estuve penetrando a mi sobrina con fuerza y con pasimonia, fui aumentando el ritmo de embestidas poco a poco y ya sudábamos de forma abundante, sus pechos resbalaban en mi torso y el olor de su perfume se confundía con el erótico olor del sudor que ofrece las prácticas sexuales  en estos lares, no aguantaba más.

-          Creo que me voy a correr Paula, no aguanto más.

Al decir esas palabras ella se aferró aún más a mí, apretó más sus piernas en mi trasero y sus manos apretaban con más fuerza que antes mi cuello.

-          No te salgas tío Pedro, no te salgas, córrete dentro, yo también me corro, ¡sí!, ¡me corro! ¡ah!

Fue inevitable, con sus últimas palabras me descargué  por completo dentro de ella, mis testículos se quedaron vacíos, secos, su contenido ahora estaba en las entrañas de Paula,  me corrí de forma virulenta y miserable en el interior de su sexo. Nos mantuvimos varios segundos allí, yo dentro de ella, intentando tomar aire, recuperando el aliento, abrazados y sudados, cuando saqué mi miembro nos separamos, ella me sonrío y me dio un casto beso en la mejilla.

Paula retomó la compostura, se colocó bien su vestido y en esta ocasión no olvidó volver a ponerse sus bragas, antes se había limpiado su sexo con un rollo de papel que había colgado al lado de la mesa, para ella todo esto le parecía normal, al menos así lo demostraba sus gestos y su manera de hablar, yo andaba algo más nervioso pero satisfecho en cualquier caso.

-          ¿Has disfrutado tío Pedro?

-          No lo dudes Paula, lo he pasado genial, ¿y tú?

-          También tío, ¡si me he corrido dos veces!

Para Paula todo esto le parecía de lo mas normal del mundo, quizá acostumbrada a algún “aquí te pillo aquí te mato” después de una noche loca de discoteca para mi todo esto era nuevo, y además era mi primera infidelidad, para colmo con mi sobrina, bueno la de mi esposa y para mas inri con Sofía a pocos metros de nosotros.

Después de vestirnos Paula comenzó a ojear las fotos de su desnudo, rompió el hielo de la situación y escogió la que más le gustó para el retrato.

Dando un salto de un par de horas en esa caliente y calurosa tarde nos encontrábamos ya en el centro de el establo, cada uno sentado en un taburete y cada uno con un caballete delante, yo comenzaba a pintar el retrato desnudo de mi sobrina y ella comenzaba su paisaje del rio, los arboles y la barca, dos metros nos separaban, nuestra conversación en este tiempo fue relacionada con el tema de la pintura, los colores, las plantillas y los pinceles a escoger, ni palabra de lo sucedido, Paula lo cambió todo de nuevo, después de dos horas de vanas conversaciones cambió de repente el tercio de estas.

-          Te he dejado que te corras dentro porque tomo la píldora.

-          Bueno, en cualquier caso yo tengo hecha la vasectomía.

-          Que bien, entonces estamos tranquilos por ambas partes.

Sinceramente me sorprendió que Paula tomase la píldora, tenía dieciocho años recién cumplidos, creo que era demasiado joven, de todos modos me aclaró algo y después de hacerlo me sorprendió más aún.

-          La píldora la tomo por prescripción médica, ya sabes, unos desajustes en mi regla, me sirve como medicina y me hace sentir mas segura con los chicos, aunque de todos modos los obligo a ponerse preservativo.

-          Vaya, me hablas en plural, ¿con cuantos chicos has estado?

Posiblemente esa sería una inoportuna y mala pregunta, pero Paula la respondió con toda naturalidad mientras pintaba.

-          Bueno, no son tantos, son tres, el primero un amigo con el que suelo repetir de vez en cuando, después Javier, y entre tanto tuve un lío con el padre de una amiga, precisamente con el he aprendido mucho.

Me sorprendí, pero no la juzgué, yo solo había tenido sexo con mi esposa, aunque a decir verdad me había estrenado en una mala experiencia con una prostituta de la calle, que me sacó el dinero y me pegó unas ladillas que me costó varias semanas en hacerlas desaparecer, todo lo demás eran fantasías, sesiones de sexo por internet y más fantasías. Ella seguía hablando.

-          Además tío pedro, hay prácticas con coito en las que es imposible quedarse embarazada.

-          ¡Pero Paula! Como una chica con tu edad puede pensar eso, todas las prácticas tienen un evidente riesgo de embarazo.

-          Bueno, todas no, el sexo anal, por ejemplo te exime de ese riesgo.

Claro, ahí me dejó sin argumentos, pero, ¿practicaba mi sobrina el sexo anal?, era una de mis fantasías y nunca lo había probado a pesar de las peticiones que hacía a mi esposa, tampoco estaba dispuesto a preguntar, ella me iría respondiendo casi sin preguntar.

-          Tío ¿tu nunca has practicado el sexo anal?

-          No, a tu tía no le gusta y hace tiempo que dejé de pedírselo.

-          A mi me gusta, hace un año que lo descubrí, no sabía el inmenso placer que soy capaz de sentir, me sorprendí a mi misma, supongo que dolor y placer van juntos de la mano.

Paula hablaba con total naturalidad, yo me ruborizaba e intentaba mantener el tipo, hablar de sexo con alguien debería ser así de natural, ella seguía y seguía mientras pintaba su cuadro, yo era incapaz de pintar, escuchar y debatir a la vez, ya sabéis eso que dicen que los hombres no sabemos hacer dos cosas a la vez.

Ah, antes de concluir este episodio de hoy decir que Paula si que estuvo buscando sus bragas olvidadas el día anterior, viendo que no las encontraba me preguntó si las había visto, negué haberlo hecho y además le dije que si no estaban allí las habría cogido algún gato que hubiese entrado o cualquier roedor. Digamos que sí que me creyó.

EL ESTABLO, SEGUNDO DÍA DESPUÉS DE PAULA

Sin lugar a dudas mi noche transcurrió en vilo, no paraba de dar vueltas y de pensar en lo ocurrido, me mostraba nervioso, intentaba disimular para que mi esposa no se percatase de nada. Cuando me levanté me dediqué a recolectar y regar el huerto, quería, deseaba que las horas pasaran rápido, tenía que saber que pasaría esa tarde con Paula en el establo, ya sabía yo que nos veríamos todas las tardes allí a solas con nuestros cuadros, pero no sabía si entre esa chica y yo habría algo más que la pintura en esas tardes de verano.

Después del almuerzo tomé mi café, les dije a todos que me iba al establo, Paula fue la primera y quizá la única que respondió.

-          Vale tío Pedro, yo tardaré todavía un poco, en menos de una hora voy al establo.

Caminé tranquilo entre las sombras de los árboles, llegué al establo y abrí las puertas, en el banco de trabajo preparé todos los pinceles y pinturas y los coloqué al lado de cada caballete, el de Paula y el mio, ya estaba sentado y concentrado pintando el retrato de la chica cuando mirando a mi izquierda podía ver como Paula se acercaba al establo, antes de que ella entrase me levanté y me fui a la mesa de trabajo a coger un pincel más fino, hoy su vestido era de color rojo, con flores estampadas, igual de corto que el verde de ayer, me hice el indiferente, ella entró sin pedir permiso y pude ver como en lugar de dirigirse directamente al caballete o la mesa donde yo estaba lo hacía por mi retaguardia, en silencio. Y aunque ella sabía que yo la había visto y yo sabía que ella sabía que yo lo sabía, se dirigió hacia mi espalda y colocó sus manos en mis ojos.

-          ¿Quién soy?

Paula tenía ganas de jugar, pues vamos a jugar me dije, entonces me puse a decir nombres al azar.

-          ¿Juana?, ¿María?, ¿Josefa?, ¿Roberta?

-          Jajá, hasta que no lo aciertes no te dejo ver.

-          Bueno, pues dame una pista. (dije en tono burlón)

Paula me dio una pista inequívoca y precisa, apartó su mano derecha de mi ojo derecho, con su mano izquierda y su palma extendida tapó de nuevo mis ojos, la mano derecha la bajó, la pasó por mi pecho, por mi vientre y finalmente la posó en mi sexo donde comenzó a acariciarlo con tacto y con mimo.

-          ¿te gusta esta pista?

-          Está muy bien, ya creo que sé quien eres. (no tardé en tener una erección)

-          Pues no te equivoques porque esto se está poniendo muy duro.

-          Eres mi Diosa, y me estás poniendo muy cachondo.

-          Jajá, supongo que has acertado, ahora tendré que darte tu premio.

Como estábamos en la mesa, allí mismo debajo había un taburete, Paula se sentó, justo a mi lado, me tomó por la cintura y me colocó justo frente a ella, mi erección no se podía disimular dentro de mi pantalón deportivo, este se ajustaba a mi cintura a través de un elástico, Paula estiró ese elástico con sus dedos y con sumo cuidado de no afectar mi pene erecto bajó la prenda hasta mis rodillas, mi sexo estaba ahora desnudo, erecto y delante de su boca.

En segundos mi sexo se encontraba ya húmedo lamido y  acariciado por su lengua, lo metía una y otra vez en su boca, sin descanso, mi mano izquierda la apoyaba en el banco de trabajo mientras la derecha descansaba en la cabeza de mi sobrina acompañando el vaivén de sus rítmicos movimientos, lo hacía sin descanso, los gruesos labios de Paula resbalaban por el erecto falo, escondía con habilidad sus dientes evitando rozar el falo, de vez en cuando y perdidos en el reloj del  tiempo succionaba el glande como si quisiera sacar jugo de el, yo me derretía y la miraba con lascivia. No podría explicar con que habilidad consiguió ir quitándose su ropa mientras permanecía sentada y mamaba el miembro, en todo caso se quedó desnuda cuando sacó sus bragas y as dejó en el suelo junto a su vestido. Sus dedos comenzaron a darse placer a si misma, comenzó a masturbarse allí misma sentada sin sacar mi sexo de su boca.

Llevábamos ya cierto tiempo en esa estampa digna de un buen retrato erótico, Paula sentada en un taburete mas bien bajo y yo de pie introduciendo mi pene en su boca, ella se masturbaba sin cesar y comenzó, al menos así lo entendí yo, a esbozar pequeños gemidos, jadeos casi insonoros pero que de alguna manera así lo intuía yo. Como estábamos al lado del banco Paula estiró su brazo para agarrar su bolso, lo abrió y sacó un pequeño bote del cual yo no sabía de que se trataba, en cualquier caso ese objeto tenía un tapón que se abría desenroscando, lo hizo, lo puso boca abajo y comenzó a salir una especie de aceite o una especie de ungüento viscoso, lo depositó en la palma de su mano y lo aplicó a lo largo y ancho de mi pene, después se acercó un poco más a mi, y colocó mi sexo entre sus pechos,  los cuales eran sostenidos por sus manos y los apretaba abrigando mi sexo por competo, el erecto miembro se escondía entre sus senos mientras yo comencé a mover mis caderas con movimientos suaves y verticales, estuvimos  aproximadamente  un minuto en esa guisa.

En mitad de ese éxtasis Paula se puso de pie, se giró a su derecha y apoyó sus manos en el banco de trabajo, frente a el,  y me dio su espalda, abrió bien sus piernas, antes volvió a coger el bote y aplicándose un poco de ungüento en la palma de su mano esta la pasó ahora entre sus nalgas, quiero decir, en la raja que dividía su culo, más bien en el oscuro agujero que tenía en medio de sus carnes. Ahora sí, de pie y apoyando sus manos firmes en ese banco me dijo:

-          Por el culo tío Pedro.

Me quedé de piedra, sin palabras, pero enormemente excitado, mi primera experiencia con el sexo anal  ¡y con mi sobrina!, decidido comencé a acercar el miembro a su estrecho agujero.

-          Si quieres te puedes poner un preservativo tío.

Como nunca me había puesto uno, ya sabéis, para mi siempre la peligrosa y fastidiosa marcha atrás, no quise experimentar y perder tiempo quitando pasión a ese momento, aunque no entendí  al principio lo del preservativo, ya que ella me dijo lo de la píldora y yo le dije lo de mi vasectomía, luego entendí  el por qué lo dijo, pero eso son otros asuntos que no voy a debatir. En cualquier caso le negué el ofrecimiento y me dispuse detrás de ella con mi pene apuntando y casi entrando en el angosto y estrecho agujero.

Comencé a notar la presión que ejercía ese agujero sobre mi falo, era enorme, casi dolora, los primeros centímetros de mi glande estaban ya dentro de ella.

-          ¡ah!, ¡ay!

-          ¿te duele Paula?, ¿la saco?

-          ¡No!, sigue apretando, despacito, ¡sigue!, ¡no te salgas!

Sus caderas empujaban hacía atrás haciendo inevitable que mi pene entrase más y más adentro, ya la había penetrado todo lo que pude, comencé a embestirla despacio y con un ritmo suave, poco a poco sentía como la presión que sus carnes provocaban en las mías iba desapareciendo y aunque sentía el roce este era más soportable que al principio, de todos modos la lubricación artificial que me aplicó (ahora me di cuenta el porqué de ese aceite) hacía muy llevadero y excitante el coito.

Al principio coloqué mis manos en su cintura y la penetraba suave y a un ritmo tranquilo, ella jadeaba y gemía con ahínco, con ganas, con fuerza, tanto es así que pude ver como tuvo que coger sus propias bragas que las había subido junto al vestido en la mesa cuando se levantó del taburete y se las metió en su boca, apretando con sus dientes fuertemente la prenda, así conseguía amortiguar el sonoro sonido de sus jadeos, después pegué mi cuerpo a su espalda, mi brazo izquierdo rodeó su cintura desde atrás y con mi mano derecha comencé a masturbarla estimulándole el clítoris mientras le penetraba incesantemente el culo.

-          ¡que placer!, ¡que gusto!, ¡sí!, ¡ah!, ¡me corro tío Pedro!

El clímax de Paula se produjo entre gritos y jadeos, sus manos apretaban y rompían la tela de sus bragas que las había sacado de su boca y las sostenía ahora con fuerza, para mí fue inevitable, proyecciones de semen  se derramaban dentro del culo de Paula, le inyectaba mi líquido de manera consciente e incontrolada, varias embestidas con fuerza y me quedé de nuevo vacío, con ella, por ella, sobre ella y en ella.

Después del clímax y del coito en si me salí del culo de Paula, ella se giró y se apoyó en la mesa, se abrazó a mi y los dos intentamos de recuperar el aliento que habíamos perdido, supongo que nuestras caras de satisfacción serían dignas del mejor de mis retratos.

Nos habíamos vestido ya, Paula de nuevo sin sus bragas, que en esta ocasión había roto ella misma, recobrando la compostura y después del escaso aseo con el rollo de papel que había colgado al lado de la mesa nos sentamos delante de nuestros caballetes y comenzamos a pintar, como si allí no hubiese ocurrido nada.

Antes de que Sofía me llamase ya habíamos emprendido la marcha hacía la casa, se acercaba la hora de cenar, cuando llegamos no fuimos recibidos por nadie, todo el mundo estaba allí pero todos estaban ocupados con sus tareas, unas en la cocina, otros viendo la tele, otros jugando o chateando con su móvil, en fin mucha gente y poco que aportar.

Ambos deseábamos darnos una ducha antes de cenar, fue imposible, los turnos estaban ya cogidos y cuando salió el último antes de nosotros ya la mesa estaba puesta.

Paula estaba deslumbrante con su vestido rojo, ¡y sin bragas!, antes de sentarse comenzó a bromear con los que estaban allí.

-          Jo, no me puedo sentar, me duele el culo. (dijo en tono burlón mientras me miraba)

-          ¿Porqué?, acaso te has caído Paula (le contesté con el mismo sarcasmo)

-          Sí, allí en el establo, tu no estabas y me he clavado un pedrusco.

Nadie se alarmó, quizá algo su madre, pero al ver que ella sonreía no le dio más importancia, comenzamos a cenar y como de alguna manera Paula se sentó en un latera de la mesa comenzó a jugar conmigo, abriendo y cerrando sus piernas, a sabiendas de que no llevaba bragas y que yo lo sabía, esta chica me estaba volviendo a calentar.

-          Mamá, he perdido ya dos bragas, creo que se las ha llevado un gato cuando estaban tendidas, las primeras ya las encontré, estaban tiradas en medio de la finca, pero supongo que el gato habrá estado jugando con ellas, estaban babeadas.

Me atraganté con mi cerveza, Paula me miraba mientras decía esto, ¿habría podido encontrar sus bragas en el establo?, la verdad es que no estaban muy escondidas, en cualquier caso no me dijo nada, me dio mucha vergüenza…pero al mismo tiempo me estaba excitando.

ENTRE PAULA Y PAULA, SOFÍA

Mi ducha transcurrió justo antes de ir a la cama, estaba a punto de masturbarme cuando mi esposa entró para decirme que me diese prisa, ella también se iba a duchar, se quitó su ropa y esperó a que yo saliese del plato de ducha para entrar ella, no podía creerlo, mi esposa también me estaba excitando.

Me fui a la cama, suelo dormir desnudo, estaba excitado, la opción de sexo con mi esposa era nula, jamás habíamos tenido sexo en esa casa, a pesar de que ya lo habíamos intentado el ir y venir de gente y la posibilidad de ser escuchados hacían que mi esposa se cerrase en banda, un virtual cinturón de castidad le era impuesto cunado cruzaba el portal de esa finca.

Cinco minutos en mi cama esperando que llegase mi esposa para dormir, llegó a la habitación en albornoz, se terminó de secar y se quitó la prenda, olía bien, una mezcla de perfume y gel de baño, ella suele dormir solo con sus bragas, sin sujetador. Colgó el albornoz detrás de la puerta y se agachó al cajón de abajo donde guardaba sus bragas, se las puso y se metió en la cama. Yo ya me había tapado con la sabana hasta mi cintura, mi erección era evidente.

Veinte años de casado, casi veinticinco viendo desnuda a mi esposa a diario, y precisamente esta noche su desnudo me había excitado más que nunca, era evidente que la mezcolanza de Paula y de mi esposa desnuda me habían confundido, el caso es que estaba excitado y debía de solucionar ese “problema” de alguna manera. –ya se habrán ido todos a la cama, pensé,  lo   mejor es que me vaya al baño y me masturbe allí. No lo hice.

Tumbados en la cama mi esposa duerme a mi lado izquierdo, por norma nos quedamos unos minutos boca arriba y después nos giramos cada uno para e exterior de la cama,  esta noche ella se giró a su lado izquierdo, yo me quedé un rato más boca arriba, intentando hacer bajar mi erección, era imposible. Se me ocurrió algo.

Me giré, pero esta vez en lugar de hacerlo para mi lado derecho lo hice para el izquierdo, encontrándome allí con la espalda de mi esposa, comencé a pegar mis caderas a sus nalgas y pasé mi brazo derecho por encima de ella, colocando mi mano en sus senos. Supuse que mi esposa no tardaría en echarme de allí, en decirme que me diese media vuelta, que sus padres y hermanas estaban allí y que no podía ser, de todos modos llevábamos casi dos meses sin sexo, lo normal en nosotros son intervalos de tres o incluso cuatro meses sin hacer nada, al menos de hace cinco o seis años acá.

Pero mi esposa lejos de decir nada me respondía con tiernos y cariñosos gemidos y gestos que me aprobaban mi iniciativa, apreté aun más mi falo sobre sus bragas y bajé mi mano de sus pechos a su sexo, increíblemente para mí ella comenzó a gemir y a apretar también sus nalgas sobre mi sexo, ella también que ría su ración de mi.

No bajé sus bragas, cuando mis dedos notaron que su vagina estaba lubricada aparté el elástico de su prenda y con cuidado penetré su sexo con el mio de un solo golpe, seco y profundo.

-          ¡ah! ¡bestia!

-          Lo siento Sofía, ¿te ha dolido?

-          ¡No!, pero eres un bestia, y eso me gusta, ¡sigue!

Allí tumbados de lado, comencé a penetrarla sin pausa, de manera rápida y continua, un gran ritmo para lo que no estábamos acostumbrados, esta noche era diferente porque todo era diferente, no me sentía culpable de nada y a la vez culpable de todo, coitar con mi esposa me hacía liberar un poco el sentimiento de culpa que me podía provocar mi infidelidad pero al mismo tiempo tenía la sensación de estar engañando a Paula. Toda una marejada en mi cabeza.

El tiempo transcurrido en nuestro hacer era ya el que más tiempo nos estaba llevando en años,  yo penetraba y penetraba y aguantaba el clímax casi a mi antojo, mi esposa suele tardar en llegar a su orgasmo, suele ser cauta en el tono y volumen de sus gemidos pero esa noche su templanza la había dejado en otro sitio.

-          ¡sí!, ¡sí! ¡más fuerte! ¡dame más! ¡ah!,¡ah!

Ya no podía más, y entre gritos  de placer terminé corriéndome dentro del sexo de mi esposa, al mismo tiempo ella se agitaba como nunca lo había hecho y alcanzaba su clímax de forma inminente al notar el calor de mi semen dentro de si.

Se dio la vuelta me besó y me abrazó, se quedó acurrucada abrazada a mi hasta que se quedó dormida.

TERCER DÍA DESPUES DE PAULA, EL ENFADO.

Esa mañana me levanté más temprano que de costumbre, desayuné solo en la cocina, un café con leche  y unas magdalenas.  Salí al  huerto, había tomates y pimientos que recolectar, el aire de la mañana me venía bien, se podría decir que era feliz, quizá algo confundido pero feliz.

A media mañana y después de regar el manzano, el naranjo y demás arboles frutales entré con la cesta de los tomates y los pimientos en la casa, algunos desayunaban, mi esposa pelaba patatas, mis cuñadas limpiaban, todos hacían algo de más o menos provecho, pero algo al fin y al cabo.

Paula no estaba por allí, no la vi, supuse que estaría en su habitación o bien habría salido a correr o a andar un poco, como sabía que luego la vería me resultó algo indiferente su falta.

A la hora del almuerzo nos sentamos en la mesa, Paula aparecía con rostro triste y o enfadado, supuse que había vuelto a discutir con su chico, pensé que después tendría que hablar con ella de ese tema de amores adolescentes, pero claro después de nuestra sesión de sexo, pensé.

Paula terminó de comer antes que todos, y con el mismo silencio que comió su tortilla de patatas se levantó y se fue a su habitación, o al porche, o quizá al establo, no sé, el caso es que se ausentó y no dijo nada.

Desde luego al establo no había ido, lo comprobé después del café, cuando bajé a retomar mis pinturas y mis nuevas clases de sexo intenso.

Las tres y media, las cuatro, las cinco y así hasta cerca de las ocho de la tarde, pasé toda la tarde esperando a Paula, pensé que había vuelto a discutir y que me necesitaba, por otro lado también pensé en la probabilidad de que ella se había dado cuenta de nuestra situación la cual tenía que acabar más pronto que temprano, esa idea al mismo tiempo que me disgustaba me hacía de algún modo aliviar mi mente, podía ser una buena idea, ya hemos tenido una aventura de un par de días y se acabó, sí, era lo mejor, lo había pasado bien, en cualquier caso ya sabía que era peligroso seguir.

Prácticamente estaba recogiendo las pocas cosas que saqué del cajón de la mesa para marcharme, había sido una tarde desperdiciada, pensé y pensé, y por más que lo hacía no veía nada, una tarde en blanco, pero, Paula entraba por la puerta del establo, en silencio, sin decir nada.

-          Hola Paula, que tarde vienes hoy ¿te ocurre algo, estás bien?

Su silencio a mi respuesta me aclaraba su estado, pero, ¿debido a qué?, sus ojos denotaban una mezcla de tristeza, ira, furia, no sé, todo un coctel de todo. En ese momento me atreví a preguntar.

-          ¿has vuelto a discutir con tu chico?

Se dio la vuelta y me miró, sus ojos inyectados en cólera, sangre.

-          ¡Deja a mi chico en paz, él no tiene nada que ver con esto!

Vaya, esto es peor de lo que pensaba, por momentos comencé a pensar que su enfado tenía algo que ver conmigo, pero, ¿porqué?, quizá podía estar arrepentida de lo que pasó, y , claro, tenía que ayudarla de alguna manera.

-          Haber Paula, sé que te ocurre algo, es posible que el motivo de tu enfado sea conmigo, no lo sé, en cualquier caso será mejor que hables y sueltes lo que tienes dentro.

Se me acercó, me miró furiosa y me preguntó.

-          ¿sabes cuantas putas hacen falta para tener un harén?

Mis ojos se abrieron como platos, no entendí el sentido de la pregunta, mi respuesta no fue sonara, fruncí el ceño y encogí los hombros, mi gesto denotaba asombro, ignorancia y sorpresa incomprendida por su pregunta. Ella prosiguió con sus argumentos en forma de preguntas y respuestas que se contestaba a si misma.

-          Yo tampoco lo sé tío Pedro, en cualquier caso ya tienes a dos, la de las tardes que soy yo y la de las noches que es mi tía Sofía, quizá exista alguna más, no quiero saberlo, ya tuve bastante con vuestra sesión de anoche, ¿Quién folla mejor?, … mejor no digas nada, eres un cabrón.

Comencé a entender algo, claro, seguro que nos habría escuchado anoche, la verdad es que Sofía gritó más que nunca, intenté calmarla y evitar que dejara de soltar improperios y palabras mal sonantes.

-          Lo siento Paula, supongo que nos escuchaste anoche

-          Pues claro que os escuché…yo y todos los que estaban en la casa y no estuviesen sordos.

Paula comenzó a soltar algunas lágrimas, estaba realmente triste y enfurecida, traté de calmarla, acerqué mi mano derecha para secar sus lágrimas y ¡oh!, de un manotazo me la apartó.

-          ¡No me toques!, no vuelvas a tocarme jamás.

Insistí de nuevo, pero, ¡no me o puedo creer!, mi sobrina comenzó a golpearme, primero una bofetada en mi mejilla que aún me duele, después golpes y más golpes en mi pecho, en mis brazos, en fin, donde podía.

-          ¡Para Paula! ¡no sigas!

Imposible, tuve que agarrarla por sus muñecas y tratar de detener sus golpes, la sostenía con fuerza, entonces frente a mí, se me quedó mirando con sus ojos llenos de lágrimas y de ira, sin poder evitarlo se lanzó a mi boca con la suya, con violencia, con fuerza, no tardó en encontrar mi lengua, sus dientes mordían mis labios, los míos intentaban emularla, ella hacía el ademán de intentar zafar sus brazos de mis manos, cuanto más se resistencia más placer, más pasión, más lujuria.

-          ¡Suéltame cabrón!

No lo hice, pero entonces más apretaba su boca contra la mía, cuando la separaba era para sacar su lengua, entera, por completo, y me lamía mi cara, pero yo no era menos y seguía repitiendo sus gestos, por lo que nuestras lenguas se juntaban y se acariciaban en su totalidad fuera de nosotros, fuera de nuestras bocas.

No lo dudéis, Paula me seguía mirando con ira, con furia, pero sus ojos ahora se cargaban también de lascivia, de lujuria, le solté sus muñecas.

Paula estaba ahora liberada, sus manos podían moverse libres, y lo hizo, su mano derecha fue justo a mi garganta, bueno, entre mi garganta y debajo de mi barbilla, acercó de nuevo su boca y continuó lamiendo con su lengua mi rostro.

Yo aproveché ahora que también tenía libertad en mis manos y las coloqué detrás de ella, en sus nalgas, por debajo de su vestido, por encima  de sus bragas, apretaba fuerte sus carnes, las yemas de mis dedos se aproximaban a su estrecho y angosto agujero.

Nuestro movimientos eran rápidos, solté mis manos de sus nalgas y las azoté, primero con poca fuerza, la segunda más fuerte, la tercera Paula se derritió, su respiración ya era entre cortada, casi se podría decir que había alcanzado un clímax, de cualquier modo ignoré ese posible hecho, Paula sacó su vestido a través de su cabeza, sus pechos desnudos caían y posaban firmes frente a mí.

Al mismo tiempo que con algo de torpeza me fui quitando mi ropa intentaba lamer sus senos, difícil oficio, miré a mi izquierda y vi la cama, prácticamente alojé, tiré, arrojé a paula agarrándola por la cintura al feo catre, mi erección era ya una trabajo consumado, mi pene erguido se mostraba preparado para el combate.

Tumbada en la cama me hizo el favor de quitarse sus bragas, abrió bien sus piernas y me invitó a entrar, antes bajé mi cabeza y pase mi lengua por su sexo, pocos segundos.

-          No tío Pedro, ¡métemela ya!

Obediente hice caso, me coloqué encima de ella y antes de que me diera cuenta mi falo escudriñaba el interior húmedo y caliente de su vagina, la penetré de un tirón, mis caderas comenzaron a moverse aceleradamente sin compasión, las suyas acompañaban mis movimientos, sus piernas abiertas y mirando al cielo, nuestros brazos primero extendidos y entrelazando nuestros dedos, después paula los pasó a mi espalda, sus dedos acababan en largas uñas, estas se clavaban y arañaban mi piel.

Es posible que exagere si digo que Paula había tenido ya más de un orgasmo mientras la embestía cruelmente sin lugar a la pausa, pero esa fue mi impresión, creo no estar equivocado,  gemidos, jadeos y más suspiros intentando coger un anhelo de aire, Paula parecía una loba llamando a su manada, Paula parecía una pantera desgarrando mi piel.

Sudábamos a gota densa, nuestros cuerpos resbalosos y sudados, el roce de nuestra piel era fácil con cual lubricación natural, sus piernas llevaban ya rato cruzados en mi trasero, los había bajado cuando miraban al cielo y me hacía un efecto tenaza que impedía que pudiese salir de ella, estaba a su merced.

Yo mantenía el tipo con “hombría”, sabía que podía aguantar más tiempo sin esparcir mi semen sobre ella, en ella o dentro de ella, entonces volvió a subir sus piernas al cielo.

Paula colocó sus manos debajo de sus muslos, detrás de sus rodillas, yo me salí y comprendí lo que me pidió sin hablar, el agujero de su culo me esperaba impaciente.

En esta ocasión no había lubricación artificial, tendríamos que conformarnos con nuestra saliva, con nuestro sudor; penetrar de nuevo su culo me resultó más fácil de lo que pensé, ella gritó cuando mi verga profundizó entre la raja de su trasero, no era un grito de terror, no era una queja, era un alarido de placer, un lamento de placer.

La presión de la cerne de Paula sobre mi falo hacían que mis ganas de eyacular fuesen eminentes, intenté aguantar lo que pude y me derramé dentro de su culo de manera ineludible, inevitable pero con consciencia, Paula volvió a su orgasmo hendida en sus jadeos, la cama estaba tan mojada con nuestro sudor que parecía que le habían regado con agua, pero nos giramos y nos quedamos los dos allí callados después de la contienda de sexo, quizá pensando en nada, o quizá pensando en todo.

El ocaso, los últimos rayos de sol ya casi ni siquiera lograban atravesar la puerta oeste del establo, Sofía me mandó un mensaje de texto que no había leído aún.

-          Cariño vamos a cenar pronto esta noche, no tardes.