El espíritu de la Navidad

Siempre había odiado la Navidad hasta que entendí que era un tiempo para que seamos generosos y entonces recibí mi recompensa.

Siempre había odiado la Navidad, creía que era la época más fastidiosa del año y no era el único, porque hay mucha gente que la odia especialmente, como yo... Pero esto era antes, hasta que ocurrió algo que cambió completamente mi idea de la Navidad, y ahora pienso en ella como algo positivo, incluso siento cierta nostalgia recordando la inolvidable experiencia de la que quiero hablarles. Porque es en Navidad cuando ocurren los milagros y solamente entonces pueden suceder cosas como ésta.

Sin embargo, aquélla parecía que iba a ser una Navidad como todas las anteriores: el gasto continuo, los villancicos, la programación navideña con los casposos de siempre... y para alegrar este panorama me veía con apuros económicos. Tanto gasto y regalo era un problema porque yo había estado una temporada sin trabajo y estando casado y con dos hijos difícilmente me salían las cuentas para que nadie se quedase sin regalos. La situación estaba tan complicada que decidí buscar otro empleo para las tardes y acabé trabajando nada menos que de rey mago (Melchor en concreto) en unos grandes almacenes, con lo poco que me gustaba la Navidad. Una verdadera paradoja, créanme. Estaba ridículo con el traje hortera, la gran barba y la barriga de relleno. Pero lo peor no era eso sino tener que oír pacientemente lo que pedían los niños y ser amable con ellos: un verdadero fastidio. De todas formas era el último de una serie de empleos temporales y mal pagados y estaba ya más que acostumbrado.

Menos fastidiosas eran mis dos pajes (pajas suena muy mal...) que me acompañaban: dos chicas jóvenes que se encontraban igualmente apuradas de dinero porque eran universitarias y vivían en un piso compartido. Beatriz era morena y con el pelo largo. Alicia tenía el pelo más corto y castaño tirando a rubio. Las dos eran muy simpáticas y guapas, y reconozco que ese estilo Papa Noel (nunca entendí cómo los pajes de los reyes magos podían utilizar ese estilo pero pregúntenselo a la empresa) que llevaban las hacía más encantadoras, con sus gorritos y sus minifaldas rojas tan cortas... La relación era cordial y, antes y después del trabajo, tuvimos ocasión de charlar un poco, aunque nunca se me habría ocurrido que iba a poder haber algo más entre ellas y yo.

Con todo esto, no sorprende que los ojos de los padres fueran detrás de las chicas y también los de sus hijos porque los niños salen cada vez más espabilados y más guarros. Una tarde, estando ya harto de escuchar a los chavales pidiendo consolas, coches teledirigidos y móviles de última generación, se le ocurrió a un mocoso meter mano a la pierna de Alicia. Le agarró todo el muslo el muy caradura y ella se enojó muchísimo y con razón. Le dio una bofetada al chaval, que no tendría más de diez años, y le llamó cochino. Claro, el niñato se echó a llorar y la madre enseguida se enfadó y quiso defender a su hijo. Por supuesto no se creyó que su adorable niño pudiera hacer tal cosa y provocó un escándalo en el que Beatriz y yo nos pusimos de parte de Alicia. Además yo le dije muy claramente a la buena señora que tenía un mocoso pervertido y que ya podría haberlo educado. ¡Vaya que sí se irritó entonces la mujer! Sin dejar de chillarme quiso hablar con los responsables del centro y lo consiguió: perdimos aquella mierda de trabajo y con él el dinerillo que tanto necesitábamos.

Mis compañeras estaban desconsoladas. Andaban muy justas de dinero y aunque pagaban el piso compartido con lo que les daban sus padres, esperaban sacar algo de dinero para regalos y fiestas. Lo sentía mucho por ellas y olvidé mi propio problema hasta el punto de que, ¡diablos!, decidí ser generoso. Les pedí que me esperaran un instante y fui al cajero a sacar trescientos euros. Aquel dinero era muy importante para mí pero estaba conmovido y nunca había hecho ningún favor así por Navidad. Les dije que nos íbamos de compras. Ellas se negaban a aceptarlo pero yo insistí hasta que me dejaron hacer y fuimos a un supermercado. Llenamos el carrito de comida y bebida para las navidades. A la salida estaban más alegres y no dejaban de darme las gracias. Ahora fueron ellas las que insistieron en que las acompañara un rato a su casa.

Accedí y allí pasamos el rato charlando mientras nos tomábamos unos dulces. Debían ser las siete o las ocho de la tarde cuando quise volver a casa; el tiempo pasaba rápidamente en una conversación muy agradable. Ellas insistieron, sin embargo, en que me quedara y esperé un ratito más. Beatriz fue entonces a la cocina a por algo para beber y volvió con una botella de cava que habíamos comprado. Con la bebida nos fuimos animando y empecé a sentirme cada vez más excitado con la compañía de aquellas bellezas.

Ellas debían sentir lo mismo cuando Beatriz me dijo:

-Se ha portado usted muy bien con nosotras, no sé cómo podríamos agradecérselo.

  • Te equivocas, Bea. Yo sí sé qué podríamos hacer... – corrigió Alicia, dirigiendo un gesto lleno de intención a su amiga.

Entonces Alicia alzó la botella y dejó caer un chorro de cava hasta su boca, aunque la mayor parte resbaló por su cara, su cuello, su cuerpo... Me dio un vuelco viéndola así, como una verdadera diosa. Beatriz se le acercó y recogió algo de ese cava, que humedecía su cuello, con su lengua. Empezó a acariciarla, primero por el cuello y luego introduciendo sus manos por el jersey. Aquello era demasiado para mí. Eché otro trago porque me estaba poniendo realmente malo... pero cuando entre risas se quitaron una a otra el jersey y luego los pantalones, hasta quedar desnudas, ya no aguanté más. Empezaban a acariciarse y besarse. Alicia comía los pezones de Beatriz mientras ésta la masturbaba con los dedos. Luego se colocó a sus espaldas para que pudiera admirar los pechos perfectos de Beatriz y siguió masturbándola en esa posición. Yo quise intervenir pero Alicia me dijo que esperara un poquito.

Siguieron jugando hasta que se fueron a la cama y se metieron desnudas bajo las sabanas. Desde luego no aceptaba quedarme fuera del juego y me desnudé rápidamente para meterme con ellas. Lo hice y entré debajo de las mantas con un calentón que apenas aguantaba. Bajo esas sábanas empezamos todo tipo de juegos. Con mi boca intentaba lamerlas y morderlas por donde podía, pues estábamos hechos un revoltijo. Buscaba sus cuerpos, sus tetas, sus culos mientras ellas trataban de encontrar mi pene, y cuando lo hacían lo chupaban con ganas. Yo no sabía en qué boca estaba pero ninguna se quedaba atrás tragándose mi polla y acariciándola con sus lenguas.

Imposible describir cómo disfruté en aquella cama. ¡Cómo nos reímos mientras nos magreábamos! Hasta que ya no pude más y quise eyacular ya. Agarré la manta y la eché al suelo para poder verlas otra vez. Tenían el cabello revuelto y estaban hermosísimas allí desnudas delante de mí.

  • Dios, cómo estáis... necesito follar a una de vosotras.

  • ¿Y a cuál quieres?

No tuve que pensarlo mucho aunque me gustaran las dos.

  • A Alicia... Date la vuelta.

Ella se dio la vuelta y, a cuatro patas sobre la cama, le metí mi pene por entre sus nalgas. Noté las suaves manos de Beatriz masajeando de forma muy agradable mis testículos mientras embestía el culo de su amiga una y otra vez.

  • No te creas que te voy a perdonar esto, Alicia – dijo ella medio en broma. – La próxima vez me toca a mí.

Alicia se rió, antes de seguir gimiendo, y yo tomé nota del comentario sin dejar de penetrar el coño muy húmedo que se me abría entre las piernas de su amiga. Cuando eyaculé me sentí realmente bien. Descargué el semen con alegría y gran parte cayó sobre las también blancas sabanas. No importaba. Nos dejamos caer los tres sobre la cama. Nunca me había divertido tanto teniendo sexo.

Desperté un rato después. Eran las nueve y media y tenía que volver pronto a casa. Había terminado y no me lo habría creído de no verlas allí, ya vestidas y con una sonrisa. Beatriz me pidió que fuera otro día a visitarlas y me recordó que le debía una. Por supuesto prometí volver y resolver esa deuda...

Volvía muy tarde a casa y tuve que inventarme una excusa para disculparme. Desde luego no me arrepentí porque había comprendido el sentido de la Navidad. Había ayudado a las dos chicas y ellas habían agradecido mi generosidad de la mejor manera posible, porque la Navidad es tiempo para solidarizarse y ser generosos con los demás. Luego tendría muchos problemas en casa porque los regalos fueron bastante escasos, por decirlo de una forma suave, pero no sentía culpa porque había una buena causa, si bien me abstuve de contar nada porque temo que mi mujer no lo habría entendido.

Cumplí la promesa que había hecho y me pasé por su piso tres tardes más: antes de Nochebuena, Nochevieja y Reyes, para pasar un buen rato con ellas y pudimos probar nuevos juegos. ¡Las cosas que se pueden hacer entre tres! Alguna vez me he pasado a verlas después para hablar de nuestras cosas y algo más. En fin, ésas fueron las mejores navidades de mi vida y espero que éstas sean las de su vida. ¡Felices y lujuriosas navidades para todos ustedes!