El esperado Fin de Semana (5/5)

El final.

FIN DE SEMANA (5/5)

Pedro y Toni entraron en el garaje. En él había un armario de metal, una mesa metálica y unas poleas que colgaban del techo. Prácticamente no había nada más y eso hacía que sus voces sonaran con un cierto eco. Los fluorescentes que iluminaban la sala le daban un ambiente frío e incómodo.

Allí estaban las dos chicas, cuchicheando nerviosas y abrazadas. Aunque Irene era la que estaba más alterada, Susana era la que parecía más preocupada. En cuanto Irene vio entrar a Toni, exclamó con un tono suplicante:

  • ¡Toni! ¡Yo no te he mentido! ¡Te lo juro!

  • ¡Irene, POR-FAVOR! – dijo Toni, apretando los puños, intentando controlarse.

  • De verdad, de verdad que no. ¡No te he mentido! – decía ella una y otra vez – ¡Tienes que creerme! Toni, yo no te he mentido...

Toni hizo la intención de acercarse a ella con rabia, pero Pedro lo frenó. Sabía cómo se sentía ahora su amigo y sabía que no era el mejor momento para discutir.

  • ¡Toni! – dijo Pedro, haciendo un gesto para que se tranquilizara.

  • Lo preguntaré de otro modo, entonces – añadió Toni, sin gritar, pero con una voz amenazante – Irene, ¿Tú ahora mismo me prometerías que me lo has contado todo?

Irene lo miró con los ojos llenos de impotencia y no contestó. Giró la cabeza, mirando a Susana y ella le hizo un gesto para que se lo dijese, pero Irene negó rotundamente con la cabeza y bajó la mirada. Toni se dio por contestado.

  • No explicar algo y mentir son cosas bastante similares, guapita – concluyó, con prepotencia.

  • Nunca habéis coincidido en casa de Toni, ni en la mía. – empezó a decir Pedro – No trabajáis juntas, ni sois parientes; vivís una en cada punta de la ciudad, así que no os cruzáis todos los días para comprar el pan… - Se acercó más a ellas – Y supongo… bueno, ¡Ja, ja, ja! Quiero pensar que no habéis estado enrolladas

Irene negó enérgicamente con la cabeza.

  • Entonces, ¿quién nos lo explica? – preguntó Pedro.

Las dos permanecieron calladas. Irene no parecía tener ni la más mínima intención de explicar nada, pero Susana parecía dudar. Pedro se dio cuenta:

  • ¿Susanita? – preguntó directamente - ¿Algo que contar?

  • Pedro, anda, dejad a Irene en paz… – dijo Susana, con confianza – No lo digo con chulería ni nada, os lo pido de buenas. No tiene nada que ver con vosotros, ni con ella. – luego se dirigió a Toni - Toni, no te ha mentido. Pero me prometió que no diría nada y

  • ¡Ah! ¡Te lo prometió! ¡Qué bonito! – exclamó Toni, entrando en la conversación, nervioso, y dando una palmada con energía - Susanita, si Irene se va o se queda, lo decido yo, no tú.

  • ¡No seas tozudo, joder! – insistió Susana - ¿Qué no ves que la niña no tiene nada que ver con esto?

  • Oh… - dijo Toni, con sorna y un tono de voz de cabreo – "La niña" no tiene nada que ver… Parece que le tienes mucho cariño a esta "niña"… - añadió con un tono amenazante, mirando a Irene.

Susana agarró fuertemente a Irene.

  • Pues ya veremos quién canta antes, si "la niña" o tú.

Irene no aguantó más. Su cara de inocencia y su temor hacia Toni quedaron a un lado y levantando la cabeza dio un par de pasos, acercándose a Toni.

  • ¿Es que tienes que saberlo todo? – dijo, mirándolo desafiante.

  • ¿Qué? – exclamó Toni, sorprendido – Pero bueno, ¿tú donde crees que estás?

  • ¡Sólo digo que no entiendo por qué te lo he de contar todo! – insistió ella, subiendo el tono de voz y encarándose a Toni - ¿No crees que si fuera importante ya te lo habría contado?

  • ¿¡Y esa actitud!? ¿Qué pasa? ¿¡Me estás chuleando!? – dijo él, acercándose a ella con los ojos llenos de rabia – Hace dos días, ni siquiera sabía que perdías el control con los juegos y

  • ¿¡Cómo coño iba a saber que eso te interesaba!? – dijo Irene, alterada – Yo he vivido siempre con eso y ya no le doy importancia. ¡Para mí, eso es una idiotez!

Susana hizo un intento de volver a poner paz, pero Pedro le hizo un gesto para que no se entrometiera. Toni se acercó hasta Irene y la cogió del mentón con fuerza, quedando uno frente a otro mirándose a los ojos.

  • ¿De quién coño eres? – preguntó Toni, secamente, empezando a dudar de su chica.

  • Tuya – contestó, enfadada.

  • ¿Seguro? – tanteó él, levantando una ceja.

  • ¡Sí, joder! – dijo cabreada, soltándose de él con un movimiento seco - ¡Y deberías darte cuenta que estoy volcada contigo al cien por cien! ¡Pero me cansa que desconfíes tanto de mí, porque no sé que esperas encontrar! ¡Soy lo que soy! ¡No hay más! ¡Ni trampas, ni nada!

  • ¡Claro, ni trampas ni nada! – dijo él, alzando la voz de nuevo y mirando a su alrededor - ¿¡Y cómo llamarías a esto, entonces!?

  • ¿¡Lo ves!? ¡A eso me refiero! – grito Irene, histérica - ¡No confías en mí! ¡Si te digo que esto NO puedo contártelo, deberías entenderlo! – se quedó callada por un momento, mirándolo con odio, de una forma que jamás había mirado a Toni – Yo te adoro y haría lo que fuera por ti, pero si esto va a ser siempre así… sinceramente, APESTA – concluyó, intentando no llorar.

Toni sin contestarle, se giró y le dio una patada al armario metálico. ¿Realmente Irene estaba tan harta? ¿Acaso era una pérdida de tiempo estar con ella? Toni cogió la puerta y salió tras ella durante un instante. Pedro, viendo lo descontrolado que estaba, decidió tomar partido de nuevo.

  • Irene, preciosa ¿seguro que no quieres explicarnos de qué os conocéis? – dijo él, acercándose tranquilamente a ella – Seguramente, debe ser una tontería. Y esto no te va a beneficiar mucho con Toni.

Irene volvió a negar con la cabeza.

  • Lo siento, Señor, pero no puedo contarlo – dijo ella, bajando la mirada

  • Irene – insistió Pedro, intentando ayudarla – Sabes que Toni, cuando se enfada...

  • Lo sé – contestó ella, seriamente – pero, sabiendo que nunca pido nada, debería entender que si ahora digo que no, es porque realmente no puedo. Y si no lo puede entender... no sé qué más puedo hacer, Señor.

Pedro también quería saber de qué narices se conocían, pero por un instante, comprendió las palabras de Irene. Entonces Toni entró de nuevo, acompañado de Sergio y Eva. Toni y Sergio terminaban de comentar algo en voz baja. Eva entró en el garaje algo incómoda, sabiendo que esa situación era culpa suya. Irene, al verla entrar, no pudo controlarse:

  • ¡Cómo no! – gritó, cabreada - ¡La perra chivata vuelve a la acción!

Pedro hizo un gesto a Irene para que frenase, pero a ella ya le daba igual.

  • Irene, por favor – dijo Eva, con una sonrisita – Deja de llamarme así, te lo avisé ayer en la habitación y...

  • ¡Perra, perra, perra y perra! – gritó Irene enfurismada - ¡Qué cosas! ¡Cuanto más lo digo, más me gusta!

Toni no dudó un instante. Se acercó hasta Irene y le cruzó la cara, sin darle más explicaciones y sin dirigirle la palabra. Sergio, más apartado del resto, cogió a Eva y susurrándole al oído le dijo:

  • Bueno... ahora veremos si lo que me has contado es cierto...

  • ¿Cómo? – pregunto Eva, descolocada.

Toni abrió el armario sacó una fusta de madera. La expresión de Irene y Susana cambió de repente, mirando con temor a Toni y a Pedro, esperando saber quién sería la víctima... y quién el verdugo. Toni estiró el brazo y le ofreció la fusta a Eva. Ella abrió los ojos, incrédula. Al verla, Sergio preguntó, con desconfianza:

  • ¿No te habrás marcado un farol con esto, no? – preguntó, un tanto mosqueado.

La actitud de Eva cambió al instante, aceptando la fusta y girándose a Sergio, con una mirada altiva.

  • No. Solamente me ha sorprendido... – dijo, con una sonrisa malévola – Pero si quieres verlo, será un placer...

Sergio sonrió satisfecho. En cambio, las caras de Susana e Irene estaban desencajadas, sin entender a qué venía eso.

  • Bueno, como ninguna habla... – comentó Toni a Eva – Habrá que probar con esto. Eva, preciosa: ¿a cuál de las dos eliges?

Antes de que dijera nada, Irene abrió los ojos como platos. Eva, como una hiena, clavó sus ojos en Irene. Ambas sabían cuál era la elección.

  • ¡No! ¡No! – gritó Irene, nerviosa, cogiéndose a Susana - ¡No es justo! Me tiene ganas desde que ha llegado... ¿¡Desde cuando.... desde cuando hacen esto las sumisas!?

  • ¡Ay...! – dijo Toni, con cinismo – Se nos había olvidado explicaros ese detallito. Es que Eva, antes de estar con Sergio, pasaba el rato domando zorritas como vosotras.

  • ¿¡Qué!? – dijo Irene, cagada de miedo, viendo lo que se le avecinaba - ¡¡No puede ser verdad!! ¡¡Mierda, mierda, mierda!! ¡¡No puede ser verdad!!

Eva miró a Sergio, esperando su aprobación. El asintió y entonces ella, con una sonrisa de hija de puta se acercó a Irene, altiva, prepotente.

  • ¿Cómo era eso...? – dijo Eva, acariciando el pelo de Irene, mientras ella la miraba con los ojos brillantes, asustada - ¿"Chivata de mierda"? ¿"O abres las piernas o te las abro a bocados..."?

  • Oye, oye... – dijo Irene, intentando suavizar la cosa – Eva... yo no quería...

Eva le pegó un tirón de pelo, haciéndole torcer la cabeza. Susana y el resto de ellos la miraban asombrados.

  • O... ¡No, espera! ¿Cómo fue aquella frase? – dijo, fingiendo hacer memoria - ¿"Hay algunas que siguen siendo perras aunque no estén a cuatro patas"?

  • ¿¡Cuándo le has dicho tú eso!? – exclamó Toni, alucinado - ¡Esa frase es de hija de puta total!

  • En la habitación, Toni – contestó Eva – Creo que me ha llamado más veces "perra" que Eva.

  • Bueno – dijo Toni, de una forma cómplice con Eva – Parece que sabes lo que haces, así que, tú misma.

Al oír eso, Eva cogió a Irene del pelo con fuerza y la colocó apoyada en la mesa con brutalidad. Levantó su vestido, dejando sus nalgas descubiertas. De un golpe de rodilla, la obligó a abrir más las piernas. Susana ni siquiera miraba la escena, tenía la vista perdida, respiraba con nerviosismo y movía las manos sin parar. ¿De verdad Irene se iba a dejar azotar por no contarlo?

Eva no dudó ni un segundo. Con todas sus fuerzas, estrelló la fusta contra el culo de Irene, consiguiendo hacerla gritar.

  • ¡Ahhh! ¡Joder! – gritó Irene - ¿¡Pero de qué vas!? ¡Tan fuerte no, por favor!

Eva sonrió ampliamente. Sus ojos brillaban y su cara delataba las ganas que le tenía a su compañera. Le dio otro azote, todavía con más fuerzas.

  • ¡Ahhhh! ¡Maldita perra! – dijo sin pensar - ¡No, no! ¡No te lo he dicho... ! ¡Lo siento...!

Un tercer azote cayó sobre sus nalgas, y luego un cuarto. Eva, como ida, no le daba ni un segundo de tregua. Toni la hizo frenar y se acercó a Irene:

  • ¿Ya te han entrado ganas de cantar? – preguntó seriamente.

  • Sí, "La cucaracha"... – dije, entre sollozos – Es divertidísima...

Toni hizo un gesto a Eva dándole vía libre para seguir. Eva levantó la fusta y entonces Susana gritó:

  • ¡Mira que llegáis a ser cabrones, hostia! – dijo seriamente, acercándose a Irene y acariciando su mejilla – Y tú eres una tozuda, tonta... ¿Cómo eres capaz de dejarte azotar por eso?

  • Sé que no querías que supieran nada. – dijo Irene, sonriéndole, con algunas lágrimas en su rostro – Pues no les digas nada, Susana. Ya se cansarán. No pueden estar azotándome toda la vida.

El resto prestaban total atención a las palabras de las dos chicas. Toni escuchaba a Irene sin dar crédito a lo que oía. ¿En serio era capaz de dejarse hacer todo eso por guardar un secreto? Pedro frunció el ceño, confundido e inquieto. ¿Qué cojones escondía "doña recatada"?

  • Pues yo no puedo con esto, Irene – dijo Susana, negando con la cabeza – No puedo dejar que te revienten a hostias.

Luego se dirigió a ellos, intentando no mirar a Pedro. Respiraba nerviosa y le sudaban las manos. ¡Temía tanto la reacción de Pedro a lo que estaba a punto de explicar! ¿Y si la malinterpretaba? ¿Y si pensaba que ella...? Tomó aire y dijo:

  • ¿Cómo... cómo se supone que he de explicar esto? ¿Tengo que empezar con "Érase una vez..." o qué?

  • ¡Me da igual! – dijo Toni, ansioso - ¡Como si quieres explicárnoslo con sombras chinas! Pero canta ya.

*

**







Tras dos días completos, volvía de casa de mi madre, totalmente saturada. Me había puesto la cabeza como un bombo diciéndome lo mala novia que era con mi chico. ¡Claro, mi madre es una ama de casa de la antigua escuela, dejó de trabajar para atender las necesidades de mi padre y ser una esposa y madre ejemplar! Le parecía mal que siguiese trabajando y que, encima, ganase más dinero que él. ¡Qué más dará eso!, pregunto yo. Y encima, ahora que tenía novio, siempre se ponía de su parte, pasara lo que pasara. Podría clavarme un hacha en la cabeza, que mi madre al verlo se preguntaría qué habría hecho yo para cabrearlo de ese modo.

Conducía de camino a casa con la cabeza a punto de explotar, no podía volver con mi madre y lo último que me apetecía era volver a casa con él. Quería mandarlo todo y a todos a la mierda, desaparecer y estar sola. En ese momento, pasé por delante de una tienda de colchones gigante. Seguí conduciendo, extrañada, me sonaba de algo. Poco después, pasé por delante de un edificio particular, naranja y azul. Conocía ese sitio. ¡Ya sabía dónde estaba! Sin pensar siquiera, di un volantazo y cambié de sentido, ganándome un par de pitadas bien merecidas. Cerca de allí tenía que haber un desvío a la derecha… tenía que estar por ahí… ¡Sí! Cogí el desvío y continué por ese camino, como una autómata.

Aparqué el coche antes de llegar y continué mi trayecto caminando. No quería que nadie viese mi coche o supiera de mi presencia en aquel lugar. Tras un rato, llegué a mi destino: Allí estaba la casa. Corría una brisa agradable, se oía el chirrido de los grillos y podía oler el aroma que desprendían las flores de la entrada. Un olor familiar… Nada había cambiado: el banco en la entrada, la misma puerta, las mismas cortinas asomando por las ventanas… Sin poder evitarlo, me eché a llorar. Todo me traía tantos recuerdos, unos recuerdos que hacía un tiempo me negaba a recordar, ahora los veía con otros ojos. Parecía que hiciese mil años que no estaba en ese lugar, como si fueran recuerdos de una vida pasada.

Se encendió la luz de la terraza y me acerqué hasta la verja que delimitaba la casa, sigilosamente. En la terraza estaba una chica, más o menos de mi edad, con el pelo negro. Llevaba un pantaloncito corto y una camiseta de tirantes, como si fuera vestida de andar por casa. La imagen que vi me sorprendió por completo. ¡Esa chica estaba haciendo el pino, con los pies apoyados en la pared! ¡Mira que había visto cosas en casa de Toni, pero ésa era la última que esperaba ver!

  • ¡Hola! – dijo la chica al verme, boca abajo.

  • Hola… - contesté, con desconfianza, secándome las lágrimas - ¿Qué… estás haciendo?

  • El pino – contestó risueña – Es divertido.

Sonreí. No parecía muy peligrosa, no

  • Hace años que no lo hago, – le dije - creo que si lo intentara, no sabría.

  • ¡Claro que sí! – contestó, bajando las piernas y acercándose un par de pasos hasta mí. - ¡Eso no se olvida!

  • ¿Está Toni? – pregunté en voz baja, mirando alrededor un tanto asustada.

Ella cambió su expresión y frunció el ceño. Creo que había malinterpretado mi pregunta… y mi visita.

  • Tranquila, yo no… - titubeé, intentando explicarme – Bueno, la verdad es que preferiría que no estuviera.

  • Ha salido, volverá en un ratito – aclaró ella, dejándome algo más tranquila - ¡Ha ido a comprarme un regalo!

  • ¿Un regalo? – pregunté incrédula, levantando una ceja - ¿Y qué has hecho para que Toni te premie con un regalo?

Al usar el término "premiar", ella comprendió que sabía qué tipo de relación tenían. Sonrió y dio otro paso hacia mí.

  • Le he dicho lo que pensaba SIN TAPUJOS. – aseguró, contenta – Dice que igual que me castiga cuando hago una falta, me va a premiar cuando hago algo bien.

Premios…faltas… todas esas sensaciones volvieron a mi cabeza y consiguieron hacerme sentir un pinchazo en el estómago. La miré y, por un momento… envidié no ser yo la que estaba al otro lado de la verja. Al darme cuenta de lo que acababa de pensar, no pude evitarlo y de nuevo, me eché a llorar desconsoladamente. La chica, alterada, se acercó corriendo hasta mí, quedando agarrada a la verja que nos separaba.

  • ¡Tranquila! Tranquila… - dijo con tristeza – No llores

  • ¡Ni siquiera sé qué coño hago aquí! – dije histérica – Soy gilipollas.

  • No, no lo eres… - contestó con dulzura – Llorar no es malo. ¡Al revés!

  • ¡Pero yo no me derrumbo nunca, joder! – dije, entre lágrimas.

  • ¡Por eso has explotado, porque las cosas hay que soltarlas! – me sonrió y, pasando su brazo a través de la verja, alargó la mano – Soy Irene.

  • Susana – dije, dándole la mano – Siento montarte este número

  • Susana, ¿a qué has venido? – preguntó, preocupada.

  • No lo sé… - contesté, nerviosa – Necesitaba un respiro de todo… ¡Y de todos! No sabía… vi la tienda de colchones y… no lo sé, ha sido un acto reflejo.

  • ¿Habías estado aquí antes, no? – preguntó con doble intención.

  • Sí… pero no con Toni – aclaré, mirando de nuevo la casa – Hace muchos años

  • ¿Y qué ocurre? – preguntó preocupada - ¿Te echaron?

  • Me fui yo – aclaré, con un hilo de voz.

  • Ya. Y te arrepientes… - dijo ella, intentando entenderme.

  • ¡No, no! – exclamé yo, dudando – No es eso… Bueno… yo… no lo sé. Creía que este no era mi sitio… pero en el que estoy ahora… tampoco me hace

  • Si fuiste tú la que lo decidiste, sería porque realmente querías dejarlo. – dijo ella, intentando calmarme – Una no deja esto así sin más, hay que tenerlos bien puestos. Porque esto engancha muchísimo

  • Sí… - dije yo, recordando lo mal que lo había pasado al dejarlo.

  • Así que por eso, estate tranquila… ¿vale? – dijo, sonriéndome.

Le devolví la sonrisa, quedando un instante en silencio.

  • ¿Cómo está Toni? – pregunté, con cariño.

  • Em… bien, supongo – dijo ella, intentando buscar algo que contarme - ¡Está muy alto!

No pude evitar echarme a reír.

  • ¡Ja, ja, ja! Sí, Toni siempre ha sido muy alto… - contesté, sintiendo ternura por esa chica - ¿Puedo hacerte una pregunta?

  • ¡Sí, claro! – contestó.

  • ¿Eres feliz, Irene? – pregunté con delicadeza.

  • Mucho – contestó, con una expresión de felicidad en su rostro – No sé imaginar mi vida sin Toni… - en este instante, le tembló la voz - ¡Ay, no sé! Sólo pensar en estar sin Toni me coge de todo… ¡Ja, ja, ja! La verdad es que no me cambiaría por nadie. Y tú… ¿eres feliz?

  • No – respondí – Digamos que… no acabo de encontrar mi sitio.

  • ¡Ya lo encontrarás, tú no te preocupes!

¡Qué palabras más esperanzadoras venían de una total desconocida! Dentro de la casa sonó el teléfono e Irene me hizo un gesto para que me esperase allí. Al rato, volvió:

  • Era Toni, que ya viene – me informó - ¡Ah! ¡Y te he traído un helado de la nevera! Ten.

Lo cogí y volví a sonreír.

  • Gracias – dije, no sólo por el helado, sino más bien por toda esa extraña conversación.

  • Es de fresa, a mí los helados de fresa me animan mucho – añadió, intentando animarme.

¡Qué delicia de niña! Debía tener mi edad, pero la veía como una cría adorable. Sin conocerme, había sido la única que me había arrancado una sonrisa desde hacía días.

  • Tengo que irme… - dije, deseando que Toni no apareciera – Ni siquiera sé qué por qué he venido

  • De acuerdo, Susana – dijo ella.

Escuchar mi nombre en su boca me alertó.

  • Irene, tienes que hacerme un favor: No le expliques nada de esto a Toni… ¡Ni a nadie! – dije, nerviosa – Ni que he venido, ni lo que hemos hablado… ¡¡¡Y sobretodo, no menciones mi nombre!!!

Como respuesta, ella me ofreció su dedo meñique. ¡Vaya, una promesa de amigas, como en el colegio! Sonreí y acerqué mi meñique, juntándolos.

  • Y por cierto, te contaré un secretito: no hay ningún premio, – le expliqué, sintiéndome como un viejo zorro - es un regalo con trampa.

Ella frunció el ceño y se cruzó de brazos.

  • ¡Mierda! – exclamó – Para una vez que creí hacer lo que tocaba

Me eché a reír. Pobrecita, realmente Toni había conseguido tomarle el pelo con lo del regalo. Me despedí de ella y me alejé de aquella casa confundida, alterada y con un helado de fresa en la mano.







**

*

  • ¡Joder, Susana! – dijo Sergio, con ironía - ¡Que bien explicas las historias!

Eva, con la fusta en la mano, miraba a las chicas, anonadada. Tal vez porque no esperaba una historia como ésa, o tal vez porque, con su carácter, eso era algo que ella nunca podría vivir.

  • Creo que tienen mucho de qué hablar… - comentó Sergio - ¡Eva, a la cocina a preparar combinados! Ágata te ayudará – de repente, se dio cuenta de que Ágata no sólo no estaba allí, sino que además, había apagado las luces del comedor al marchar – Bueno, te ayudará si es que todavía sigue allí

Al ver que la chica no reaccionaba, Sergio la cogió de la mano y la sacó de la habitación. Los cuatro permanecieron callados por unos instantes, hasta que Irene rompió el silencio:

  • Y tenía razón. – añadió Irene dirigéndose a Toni, todavía nerviosa – Me trajiste una fusta con mi nombre escrito en ella.

Toni la miró y sin poder evitarlo, se echó a reir. ¡Recordaba ese día y la cara de sorpresa que puso Irene al ver la fusta! Ahora entendía que la cara de sorpresa que puso fue porque confirmó lo que aquella desconocida le había explicado. Su enfado monumental, tal como apareció, desapareció.

  • Es que Susana es como el clip de Word, aparece cuando menos te lo esperas para echarte una mano – dijo Toni sarcásticamente, guiñándole un ojo con picardía a Susana.

Susana sonrió por la estupidez que había dicho Toni, pero evitó mirar directamente a Pedro. Notaba su presencia frente a ella, sin decir ni una palabra ni hacer ni un solo gesto. No sabía qué estaría pensando.

  • Siento no habértelo contado… - dijo Irene, sin levantarse – Pero entiéndelo: no era nada mío, era un tema personal de

  • Shhh, shhh, shhh… - dijo Toni, acercándose a ella – Ya está, preciosa.

Sí, le molestaba que no le hubiese contado nada, pero como siempre, Toni conseguía pasar del cabreo a la tranquilidad en cuestión de segundos. En ese momento, pesaban mucho más dos cosas: Lo orgulloso que se sentía de su chica por comportarse de ese modo y el hecho de saber que Irene se sentía realmente feliz con la vida que llevaba junto a él.

Toni levantó la cabeza y vio a Pedro, con la mirada perdida y una expresión neutra. Miró a Susana y la vio con una actitud similar, como ida. Quizá era el momento de dejarlos a solas, aunque temía que si los dejaba allí solos pudiera estallar una tercera guerra mundial. Ver a dos personas con un carácter tan fuerte sin hacer un solo movimiento era perturbador.

  • Pelirroja – llamó Toni a Irene, con un movimiento de cabeza – Vamos al salón. Quiero probar uno de ésos combinados de Eva

Irene se incorporó y de un salto, se abalanzó sobre Toni, abrazándolo con todas sus fuerzas. Antes de salir por la puerta, Irene miró hacia atrás y su mirada se encontró con la de Susana. " Lo siento " – gesticuló Irene con los labios, con cara de tristeza. Susana le sonrió y gesticuló: " Gracias ".

Salieron por la puerta y de nuevo, el silencio invadió la sala. Pedro intentaba encajar todo lo que había escuchado y Susana, aunque no hubiese deseado jamás que Pedro se enterase de la historia, ahora se sentía como si se hubiese quitado un gran peso de encima.

Pedro se sentó sobre la mesa. Sin dirigirse la mirada, dio un toquecito a su lado y Susana se sentó junto a él. Uno sentado junto al otro y con los pies colgando, miraban fijamente hacia delante con una expresión neutra. En la mente de ambos no sólo daba vueltas la historia de Susana, ni todo el fin de semana, ni toda la semana que llevaban juntos desde que se encontraron en casa de él… sino toda su relación. Parecía que el tiempo se hubiese parado, como si ya no les quedaran ganas de pelear. Como si, de hecho, ya no tuviesen nada por lo que pelear.

  • Recuerdo la vez que fuimos a aquel hotel de la costa – dijo Pedro dulcemente – Cuando la del servicio entró y te encontró sobre la cama, atada de pies y manos y con aquello metido

  • Y le dije, sin inmutarme: "¿No tendrá por ahí una chocolatina? ¡Es que ya me he comido todas las del mini-bar!" – dijo Susana, terminando la anécdota.

Los dos sonrieron con una expresión de nostalgia. La tensión estaba desapareciendo. Allí estaban, dos individuos tan particulares, con un largo historial conjunto, sentados sobre la mesa de un garaje mirando al frente.

  • Oye – dijo Pedro, con una voz neutra – Lo que acabas de explicar

  • Déjalo, anda – interrumpió Susana, algo incómoda, temiendo que la hubiese malinterpretado.

  • Sé que no me echabas de menos a mí – anotó él.

  • ¿¡Lo sabes!? – preguntó Susana, sorprendida.

  • Sí. Sé ver más allá de mis narices. - dijo Pedro, con un tono de voz cercano – Siento que lo hayas pasado mal… No sólo por lo de ayer, ni por lo que ha pasado esta semana, sino por

  • Lo sé – contestó Susana, escuetamente, intentando controlar sus emociones.

  • Te debo una explicación – comentó Pedro – Aunque hayan pasado seis años, quizá no sea tarde para hacerlo

Susana, con los ojos clavados a la pared que tenía enfrente sin pestañear siquiera, dudó antes de contestar.

  • Pedro, no tienes que decirme nada…- contestó, algo nerviosa.

  • No te rechacé a ti – volvió a interrumpirla, sonando más sincero que nunca. – Rechacé tu oferta. Me pedías algo que no podía darte.

Susana, sin dejar de mirar al frente, tragó saliva con dificultad, afectada. Estaba recibiendo lo que seis años atrás hubiese deseado: una explicación desde la verdad, sin corazas ni prepotencia.

  • ¿Cómo iba a rechazarte a ti? – continuó explicando - ¡Eras asombrosa! Y lo sigues siendo

  • ¿Aunque sea una gilipollas? – dijo Susana refiriéndose a la conversación del baño e intentando quitarle hierro a la situación.

  • No dije que FUERAS una gilipollas, sino que te estabas comportando COMO UNA gilipollas, que es muy diferente – aclaró Pedro, con ironía – Pero bueno, todos tenemos un poco de eso… ¿O acaso yo no he tenido mis momentos de gilipollas estos días?

  • ¡Sí, sí que los has tenido! – contestó Susana, asintiendo con la cabeza – Tu actitud cuando salí del baño fue bastante gilipollas. Pero tenías razón. No soy mejor que ellas. Irene me pareció un encanto la primera vez que la conocí… y, bueno, con lo de ahora ha quedado claro que es una tía de puta madre. Eva es… ¡Bueno, es Eva! – dijo soltando una leve carcajada, mientras Pedro asentía con la cabeza, dándole la razón – No sé, cada una es maravillosa tal y cómo es. Incluso Ágata, supongo

  • Ay, Ágata… - dijo Pedro, con un suspiro – Mi chica silenciosa

  • Entregada, atenta… - comentó Susana, con la mirada perdida.

  • La sumisa perfecta. - añadió Pedro.

  • Te aburre, ¿no? – dijo Susana sin tapujos.

  • No es que me aburra… - contestó Pedro, dándole un codazo e intentando explicarse – Digamos que Ágata me da una estabilidad que en esta etapa de mi vida, es de agradecer

  • O sea que te aburre – insistió Susana, sin cortarse un pelo.

  • Susana… - dijo él, frenándola un poco.

  • Vale, vale… no te aburre – corrigió ella, sin estar muy convencida de lo que decía e imitándolo – "Te da una estabilidad que en esta etapa de tu vida…"

  • Bueno… – la interrumpió Pedro, con una sonrisita - quizá es que en el fondo me gusta que me den un poco de guerra.

  • ¡Qué me vas a contar! – dijo Susana, algo más distendida – La verdad, reconozco que me encantaba hacerte rabiar.

  • ¡No! ¿¡En serio!? – dijo él, sarcásticamente - ¿Como la primera vez que te dije que vinieras sin ropa interior y…?

  • ¿Y… aparecí con dieciocho braguitas de algodón puestas, una sobre otra? – dijo ella, volviendo a terminar la anécdota, consiguiendo hacer sonreír a Pedro – Sí, a eso me refiero. Eran idioteces… pero suficientes para molestar un poquito.

Los dos sonrieron. En sus caras se reflejaba una nostalgia extraña de explicar con palabras, era más bien como observar una vida pasada que daba sus últimos coletazos antes de difuminarse por completo.

  • Míranos, Susanita… – comentó Pedro, con una voz cariñosa – Te juro que nunca hubiese pensado que volveríamos a encontrarnos, pero mucho menos que acabaríamos así

  • Yo tampoco acabo de creérmelo. Incluso me lo dices ayer por la noche y no te creo - dijo Susana, como ida – Es extraño… cómodo, pero extraño.

  • Sí pero, fíjate: después de tantos años, seguimos congeniando igual que siempre… ¡No dirás que no!

  • Sí, es verdad. Congeniamos y hablamos el mismo idioma – dijo ella, apoyando su mano sobre la de él - Pero yo estoy a un lado de la verja y tú al otro. Y nunca podremos cenar en la misma mesa. – confirmó Susana, con una sonrisa.

Volvieron a quedar en silencio durante un momento.

  • Llamaste a Mario – comentó Pedro – Lo vi en el registro de llamadas.

  • Le dije que no viniera… - contestó Susana, sin inmutarse.

  • Ah – dijo él, sin saber exactamente si seguir hablando de esto o no.

  • Aunque ahora no sé cómo me iré de aquí… - comentó Susana con ironía – Bueno, supongo que si llamo a un taxi

  • ¿Vas a dejarle? – preguntó Pedro de repente, con la mirada perdida.

  • Sí – contestó Susana escuetamente.

  • Vaya… Creí que querías el pack completo y

Susana giró la cabeza y miró a Pedro con cara de consecuencia.

  • ¡Vamos…! ¡Sabes tan bien como yo que eso no va a ninguna parte! – dijo Susana, hablando con Pedro como si fuesen antiguos compañeros de batalla y volviendo a mirar al frente – Uno oye campanas y cree que ser Amo es tan fácil como gritar "puta" o pegar azotes… Los dos sabemos que no es eso.

  • Estoy de acuerdo – dijo Pedro. – Pero quizá, con el tiempo

  • Lo únicas cosas que me llevaron a decir el famoso "SI" fueron mi amor ciego por él… ¡Y el lingotazo que me metiste! – comentó con ironía – Pero en frío, me di cuenta de que era imposible. Si realmente me quisiera, no me habría hecho eso. Sólo miró por él y no pensó en cómo podía afectarme a mí. Antes que un Amo que me azote y me llame puta, necesito alguien que me quiera. Y Mario no me quiere.

  • Entiendo – dijo Pedro, de un modo comprensivo.

  • Y ayer, cuando me diste la carta, lo acabé de ver claro. Me duele mucho, más de lo que te vaya a demostrar, pero sinceramente, cuanto antes mate el tema mejor. – añadió – Quiero el tipo de vida que he tenido estos años, sólo que Mario no es la persona con quién compartirlo.

  • Y si dejas a Mario… - tanteó Pedro - ¿Seguro que no vas a querer…?

  • No – contestó con dulzura, entendiendo su propuesta – pero gracias por preguntar.

Una vez más, quedaron callados. Ambos habían recibido las respuestas que necesitaban y no quedaba mucho más por decir.

  • Y ahora… - preguntó Pedro, con incertidumbre - ¿Qué se supone que hemos de hacer? Me siento… como si la partida hubiese terminado.

  • No lo sé – dijo Susana, encogiéndose de hombros y balanceando sus piernas – Supongo que deberíamos subir y dar señales de vida

  • ¿Qué deben estar pensando los demás? – comentó Pedro, bromeando – Creo que lo último que pensarán es que estamos aquí charlando como dos jubilados

  • Deben pensar que nos estamos matando… - contestó Susana, siguiéndole la broma – O que me estás ahogando en… ¡ah, no! Que aquí no hay bañeras…- añadió, sacándole la lengua con descaro.

  • ¡Ja, ja, ja! Pero qué hija de puta… – contestó él entre risas, negando con la cabeza.

Pedro se levantó de la mesa de un saltito. Miró a Susana y le alargó la mano.

  • Susana, ¿un combinado de Eva? – la invitó, sonriente.

Susana agarró su mano y bajó de la mesa.

  • Si los sabe preparar sin alcohol... – matizó, devolviéndole la sonrisa.

Apagaron las luces del garaje y se dirigieron hacia la puerta.

  • ¿Sabes? – comentó Pedro, con un tono de voz más animado, pasando un brazo por encima del hombro de Susana - No tengo ni puta idea de qué película es "Memoria Letal".

Los dos soltaron una carcajada.

  • Da igual, es una mierda – concluyó Susana.

Agarrando el pomo con energía, Susana cerró la puerta.

¡Muchas gracias a todos! En especial a aquellos que me habéis apoyado, animado y valorado.

¡¡¡HASTA SIEMPRE!!!