El esperado Fin de Semana (4/5)

Poco queda para que termine el fin de semana...

Pedro reapareció en el comedor arremangándose las mangas de la camisa que estaban algo mojadas y con una expresión de seriedad en su rostro.

Allí estaban Sergio y Eva, que estaba sentada sobre el regazo de Sergio, haciendo compañía a Ágata mientras charlaban. Pedro se desplomó en el sofá e hizo un gesto a Ágata para que se acercase hasta él. Ella sin dudar un segundo fue hasta quedar frente a él, pero al ir a arrodillarse en el suelo, él la cogió de la mano y la invitó a sentarse en el sofá junto a él. Ágata tomó asiento y se acurrucó entre sus brazos con una sonrisa algo forzada. Todavía parecía tocada por lo que había ocurrido antes.

  • ¿Cómo estás, nena? –dijo él, cariñosamente, acariciándole una mejilla.

  • Bueno… - contestó Ágata, dudando – bien, supongo

Pedro sabía que Ágata siempre procuraba ser correcta en sus formas. Y que, por mucho que le preguntase, ahora mismo sólo recibiría esa sonrisa y esa respuesta correcta y formal.

  • Oye… - comentó Pedro, acercándose a su oreja, susurrando – Si estás mal y quieres ir a

  • No se preocupe, Señor. Sólo ha desahogado conmigo, pero a quien quería gritar era a Mario. – contestó sinceramente, con un hilo de voz – Aunque lo que me ha dicho

  • Shh, shh, shh – dijo Pedro, poniendo un dedo en sus labios – No la excuses. Lo que te ha gritado lo ha dicho sabiendo que te iba a hacer daño. Eso no tiene disculpa.

  • Ya lo sé, Señor. No es que la excuse, – contestó Ágata, con sinceridad – pero tampoco tiene que ser muy agradable lo que le está pasando con Mario.

Pedro volvió a abrazarla con fuerza y notó como ella se aferraba a él, necesitaba su cariño más que nunca. Sin embargo, Pedro empezó a pensar en las palabras que acababa de decir Ágata. Quizá no se había parado a pensar en cómo estaba afectando esa semana y todos esos sucesos a Susanita.

Toni reapareció desde la puerta de la terraza, animado y sonriente.

  • ¿¡Qué hora es!? – preguntó, desconcertado.

  • Las doce menos diez – contestó Sergio, mirando el reloj.

  • Genial – añadió Toni. Al ver a Ágata acurrucada en los brazos de Pedro y no ver a Susana preguntó – Pedro, ¿todo bien?

  • Psé – contestó Pedro, con un movimiento de cabeza – Qué os he de contar que no podáis imaginar

En efecto, tanto Sergio como Toni eran capaces de recordar las trifulcas que podían haber entre Susana y Pedro. Sí, es cierto, en aquel entonces Susana era sumisa y una muy buena sumisa… hasta que se le cruzaban los cables. Entonces, en esos momentos puntuales en los que su carácter salía a la luz, podía arder Troya.

  • ¡Bueno, esto hay que reanimarlo! – dijo Toni, enérgico – La pelirroja tardará unos veinte minutos en volver

Sergio levantó una ceja, intrigado.

  • ¿Veinte minutos? – exclamó sorprendido - ¡Joder, qué control!

  • ¡Ja, ja, ja! Juégate algo con Irene y ya verás si controla o no… – dijo Toni de cachondeo – Bueno, necesito vuestra colaboración. – miró a las chicas, que parecían algo apagadas y, como si fuese un animador de fiestas, añadió con energía - ¡La de las chicas también!

Ágata sacó la cabeza de debajo del brazo de Pedro y lo miró con curiosidad. Eva también se sorprendió, aunque un tanto desconfiada.

  • Os cuento: Tenía pensado en que sólo participaseis vosotros – comentó a sus amigos – pero estas chicas necesitan divertirse un poquito. – Las miró y les sonrió simpáticamente - ¿Qué os parece, tíos?

  • Bueno… por mí no hay problema – dijo Sergio, levantándose y sirviéndose una copa.

  • Por mi… - Pedro miró a Ágata – Ágata, ¿seguro que estás bien?

  • Sí, Señor – contestó ella, sonriente – Ahora mismo, quedarme a solas sería peor

  • Bien – dijo Pedro, dándole un beso en la frente – ¡Pues a ésta también la tienes disponible!

  • ¿Y qué… qué tenemos que hacer? – preguntó Eva, con desconfianza.

  • Tranquila, a ti te va a encantar – comentó Toni, guiñándole un ojo – La ficha verde

  • ¿Quién? – preguntó Pedro, desubicado.

  • Irene. Mi pelirroja… - contestó Toni, intentando que Pedro pillase el chiste – El vestido… Va de verde… Llevan los colores del parchís… "Ficha verde…"

  • No, si desde luego… tú e Irene sois tal para cual – dijo Pedro, soltando una risita.

  • Bueno, pues eso – como un niño con un exceso de azúcar, Toni empezó a explicar a toda velocidad - El otro día fuimos a cenar y le prohibí usar la letra a. Según el número de aes que dijese, tendría un castigo u otro. Bueno… eso antes de saber que había reunión. El caso es que hice una tabla. ¡Ay, la tabla! ¡Ja, ja, ja! ¡Voy a buscarla! – dijo, saliendo del comedor.

  • Pero bueno… ¿Tú estás entendiendo algo? – preguntó Sergio a su colega, entre risas.

  • Creo que la hiperactividad de Irene se le ha pegado…, ¡Ja, ja, ja! – rió Pedro.

Toni apareció de nuevo, con una pequeña pizarra en la que había dibujada una especie de tabla.

  • ¡Joder, tío! - exclamó Sergio – Pensaba que era una broma pero, ¡has hecho una tabla de verdad!

  • Hombre, claro. ¿Qué esperabas? – Sergio miró a Pedro y ambos rieron. Toni siguió con la explicación – El caso: Con esta tabla podría castigarla sin más, pero quiero que la veáis jugando. Nos reiremos un rato de la ficha verde

  • ¡Genial! – exclamó Eva en un acto reflejo – Em… perdón.

  • No si… desde luego, le tienes ganas a Irene, ¿eh, pendón? – susurró Sergio a Eva con sorna.

Ella soltó una risita, un tanto abochornada pero no protestó. ¡Vaya si le tenía ganas! ¿Entre la discusión de arriba y la mirada de hija de puta que le había echado cuando fue a hacer la cena? ¡Jugar a putear a Irene sonaba a gloria!

  • Tiene un total de doce aes – continuó Toni, mirando la tabla – Eso quiere decir… ¡Ah! ¡El juego de las bolitas!

Todos lo miraron sin entender nada de nada. Esa imagen le hizo mucha gracia a Toni, que empezó a reírse:

  • ¡Que no cunda el pánico, que no me he vuelto loco! – comentó con sarcasmo – Voy a por las bolitas y os acabo de explicar.

Toni volvió a salir de la habitación a toda prisa, parecía que se lo estaba pasando bomba. Al poco volvió a entrar con un neceser en la mano. De él sacó una pequeña bola que iba unida a una cuerdecita, como si fuese un adorno navideño.

  • ¡Las bolitas! – dijo Toni, presentándolas al grupo.

  • ¡Ja, ja, ja, ja! - rió Sergio, viendo por dónde iban los tiros.

  • Doce faltas corresponden a doce bolitas. Las escondemos por el comedor y que las busque.

  • ¡Madre mía! Parece una gincana… - dijo Pedro con sorna - ¿Y tiene un tiempo establecido? Porque si no, puede pasarse el día entero buscando pelotitas

  • Hombre, sí… - comentó Toni - Como mucho le daría diez minutos. Señoritas, ¿me ayudáis a esconderlas?

  • ¿Sólo es eso? – preguntó Eva, confundida - ¿Esconder pelotitas?

  • Ni siquiera es esconderlas, preciosa… - dijo Toni, con complicidad – Tú ponlas donde quieras del comedor. Piensa que cuanto más fácil lo pongas, más pelotitas conseguirá. Y eso le restará puntos de cara al castigo

  • ¡Ja, ja, ja! ¡Cómo te gusta complicarte la vida! - dijo Pedro, soltando una carcajada.

  • ¡Ja, ja, ja! – rió Toni – Hombre, la podría azotar y ya está, pero no nos reiríamos tanto.

Eva se levantó y se acercó hasta Toni, alargando su mano para que le diera una de las bolitas. Toni no pudo evitar soltar una carcajada al ver la predisposición de Eva. Le dio una de las bolitas y Eva se puso a observar el comedor, buscando el lugar apropiado. Toni cogió otra bolita y se la ofreció a Ágata con una sonrisa. La chica sonrió a Toni y se levantó, empezando a buscar otro sitio. Mientras las chicas seguían colocando las pelotitas, Toni se sentó junto a Pedro, disfrutando del juego.

  • Y lo que más gracia me hace – añadió – Es el cascabel que llevan dentro.

Agitó una de las pelotitas para enseñar el tintineo del cascabel a sus compañeros. Pedro sonrió pero a Sergio se le iluminó una luz en la cabeza:

  • ¡Joder, qué bueno! - dijo, incorporándose del sillón de un salto - ¡Dame una!

  • ¡Ja, ja, ja! ¿Ahora te vas a animar a colocar pelotitas tú también? – preguntó Pedro, levantándose a por una copa.

  • ¡Sí, ya verás tú qué bien!

Sergio se aproximó hasta Eva y la hizo detenerse en su búsqueda de lugares estratégicos.

  • ¡Abre la boca, ficha roja! – dijo en tono de broma.

Eva abrió la boca sin entender sus intenciones y Sergio metió la pelotita dentro de su boca, haciendo que la lamiera bien. Acto seguido, metió la mano bajo su vestido y colocó la pelotita dentro de su coño, arrancándole un gemido.

  • ¡Ja, ja, ja! ¡Tú sí que sabes! – exclamó Toni - ¿Hora?

  • Doce y dieciocho – dijo Pedro.

  • Pues tiene que estar al caer… - contestó Toni – En cuanto estéis, sentaos todos, por favor. Será un rato entretenido

Las chicas acabaron de colocar las pelotitas y se sentaron junto a ellos en el sofá. La visión del comedor era la mar de simpática: Pelotitas en el perchero, en una planta, sobre la televisión, en la pata de una silla… pero la mejor de todas, sin duda, era la que Eva llevaba dentro de ella. Toni se fijó en la que pendía colgada de una de las lámparas:

  • Pero, ¡ja, ja, ja! ¿Quién coño ha puesto esa ahí? – preguntó, sorprendido.

  • Yo – contestó Eva, sonriente - ¿La cambio?

  • No, no… - dijo él, echándose a reír – Será como ver a un delfín saltando.

Todos estallaron en una gran risa. Desde la puerta de la terraza se escucharon tres toques un poco torpes.

  • Ya está aquí – dijo Toni, levantándose a abrir.

Abrió la puerta y ese momento entró Irene, excitada y nerviosa.

  • ¿¡He acertado con la hora!? – preguntó, con esa actitud competitiva.
  • Sí, sí… - dijo Toni, sin prestar atención a ese tema – Lo has hecho muy bien

Los demás la miraban alucinados. Irene tenía las manos atadas a la espalda con unas bridas y los pies sujetos por una cuerda que sólo le permitía dar unos pasos diminutos. Ella los miró a todos y de repente preguntó, preocupada:

  • ¿Dónde está Susana?

Todos quedaron callados. En realidad, no sabían nada sobre ella. Pedro contestó a Irene:

  • En el baño – aclaró, secamente- La "ficha azul" tiene mucho en qué pensar

  • Ah… - contestó escuetamente, para luego dirigirse a Toni, susurrando – Toni, por favor, ¿no podrías soltarme? Ya he estado haciendo lo que me has pedido

  • Pelirroja, estar controlando los veinte minutos de pie sobre la silla era sólo por tenerte entretenida un rato…¡Ja, ja, ja! - al oir eso, ella frunció el ceño, sin entender nada – Ya te avisé: bien prontito, tú serás la siguiente.

  • ¿Qué? – dijo desconcertada - ¡Pensé que sería mañana!

  • ¡Ya es mañana! – exclamó Toni, canturreando - ¡Bienvenida al domingo!

  • ¡No es justo! – exclamó.

Los demás, sin decir nada, miraban la escena con una sonrisa en sus labios. Sin duda, eran la pareja cómica de la reunión.

  • Doce aes – dijo Toni, alegremente – Doce pelotitas.

En ese instante, Irene cambió la actitud, y como una actitud más agresiva preguntó:

  • ¿Cuánto tiempo tengo?

  • Diez minutos – contestó Toni.

  • ¿Y si al terminar me falta alguna? – preguntó seriamente.

  • Procura que no te falten – dijo él, apretándole una mejilla – Pero antes de empezar, elige a alguien de los que estamos aquí.

Ella miró a su alrededor. Los chicos parecían observar la escena distendidos, Ágata la miraba con ternura y Eva sonreía cínicamente. Volvió a mirar a Toni y dijo:

  • A ti.

  • Ah, muy bien – dijo él.

  • ¿Qué he elegido? – preguntó, intranquila.

  • Tenías que decir a la persona que se encargaría de elegir a quien te vaya a poner un castigo – contestó Toni.

  • ¿Cómo? ¡No he entendido nada!

  • Verás. Alguien tendrá que ponerte un castigo… - empezó a explicar.

  • Tú – anotó ella.

  • No, yo no. – dijo, sonriente – Y alguien tiene que elegir a esa persona. Como me has elegido a mí, yo elijo quién te pondrá el castigo. Y elijo… ¡A Pedro!

  • ¿Qué? – exclamó Irene, asustada de Pedro - ¡No es justo!

  • ¿Cuántas veces repite eso al día? – comentó Sergio, entre risas.

  • Demasiadas… - anotó Toni – Bueno, tienes diez minutos. ¡A la una, a las dos…!

  • ¡Espera, espera, espera! – gritó ella - ¿Sin manos? ¿Sin pies?

  • Que yo sepa, no te los he cortado, sigues teniendo dos de cada. – dijo él sarcásticamente – Y una boquita preciosa… - concluyó, sonriente - ¡Y a las tres!

Dicho y hecho. Como una posesa, Irene intentó salir corriendo hacia el perchero pero con la cuerda, sus movimientos eran lentos y torpes. Así que, sin ningún problema, avanzó por la habitación dando saltos como un canguro. Cogió la primera pelotita con la boca y se la llevó a Toni, escupiéndola en sus manos. Volvió hacia la televisión y cogió la segunda. Ni siquiera pensaba en lo ridícula que podía estar haciendo eso. ¡Tenía que conseguir las doce malditas pelotas! Ya tenía cuatro. Miró hacia arriba y vio la de la lámpara.

  • ¡Eh! – se quejó, frunciendo el ceño - ¡Eso es imposible!

  • Siempre puedes saltar… - anotó Eva, con un tono detestablemente alegre.

Irene la miró con cara de odio, pero volvió rápidamente a su labor, no tenía tiempo que perder. Intentó alcanzarla, pero el hecho de ser la más bajita del grupo no la favorecía en absoluto.

  • Pelirroja, ¡cómo se te mueven las tetas cuando saltas! – dijo Toni, intentando abochornarla – No hay nada que me ponga más cachondo que una chica bajita con unas tetas enormes.

Ella fingió no prestarle atención y siguió a lo suyo. Avanzando a saltos, se puso de espaldas a una silla y con las manos la fue arrastrando hasta quedar bajo la lámpara.

  • ¡Joder! ¡Qué apañada! – dijo Pedro, asombrado - ¡Parece que haya hecho esto toda la vida!

Irene se subió a la silla y cogió la pelota con la boca. Bajó de nuevo y se la dio a Toni, no sin antes devolverle la mirada chulesca a Eva. Todos aplaudieron la hazaña de Irene. Mientras ella seguía saltando por la habitación, entre las risas de Pedro y Sergio, Toni volvió a mirar el reloj: quedaban cinco minutos. Toni hizo un gesto con la cabeza a Sergio, señalando a Eva con complicidad. Entonces Sergio, entendiendo a su colega dijo:

  • Eva, ¿puedes ir a por hielo, por favor? Esto se está calentando por momentos – dijo, señalando su copa.

  • Sí, ahora voy – contestó ella seriamente, sin pensar.

Estaba tan empanada mirando cómo Irene hacía el idiota, que se olvidó por completo de su pelotita. Al ponerse de pie para ir a la cocina, el tintineo del cascabel la delató. Irene, giró la cabeza como una hiena al acecho y clavó su mirada en ella. Se acercó y metió su cara por su cuello, intentando ver si llevaba una pelotita en el pelo. Nada. Bajó su cara, buscando por su escote y con la boca palpó sus pechos.

  • ¡Eh, eh! – protestó Eva, mirando a Sergio, alterada - ¿Esto puede hacerlo?

  • Um… yo creo que sí – contestó Sergio, sonriente, disfrutando de la imagen.

Irene la empujó hasta hacerla sentar en la silla que había arrastrado sin ningún tipo de tacto.

  • ¡Abre las piernas! – gritó Irene, como una energúmena.

  • ¿Qué? – dijo Eva.

  • ¡No me hagas perder tiempo! – gritó, con una mirada fulminante - ¡O las abres tú, o te las abro yo a bocados!

Pedro se incorporó del sofá, y puso una mano sobre el hombro de Toni:

  • Tío, tenías razón – dijo, sin dar crédito a lo que estaba viendo – Tremendo

Toni soltó una carcajada y volvió a mirar el reloj.

  • Pelirroja, tres minutos – avisó con una tonadilla graciosa.

Irene, sin pensarlo más, levantó el vestido de Eva con los dientes, dejándola totalmente expuesta ante todos. Sus mejillas empezaron a sonrosarse. ¿Por qué tenía que estar ella expuesta si la prueba era de Irene? Irene se giró y con las manos a la espalda, se acercó hasta Eva, intentando alcanzar el cordón de la pelotita con los dedos, pero lo único que estaba consiguiendo con eso era toquetear simpáticamente el coño de Eva.

  • Irene, preciosa…No es momento para ponerse a juguetear con tu amiguita – dijo Toni, cachondeándose en su cara.

  • ¡No te rías de mi, Toni! – dijo, sin dejar de intentarlo - ¡No puedo cogerla!

  • ¿No? Yo creo que sí que puedes… - comentó con sorna - Aunque me parece que con las manos… es mala idea.

Irene miró a Toni comprendiendo lo que quería decir. Aunque era lo último que le apetecía hacer, tenía que coger esa pelota como fuese. Volvió a girarse y sin pensarlo, hundió su cabeza entre las piernas de Eva, lanzándose a conseguir su deseada pelotita.

  • ¡Madre mía! – exclamó Sergio.

  • ¡Dí que sí, pelirroja! – la animó Toni, entusiasmado - ¡A por ella!

Irene, con la cara metida en el coño de Eva, buscó el cordón para poder tirar de él. Su nariz rozó el coño de Eva y entonces Irene se despegó de ella, mirándola fijamente:

  • Pero… ¡Serás perra! – gritó, enfurecida – ¡Estás cachonda!

Los chicos estallaron en una gran carcajada y Eva, muerta de vergüenza, la miró con rabia. Irene le sonrió con prepotencia y volvió a meter su cabeza entre sus piernas. Agarró el cordoncito con los dientes y, tirando de él, consiguió su ansiada pelota.

  • ¡Bravo! - dijo Sergio, aplaudiendo la actuación de Irene.

  • ¡Un minuto! – dijo Toni.

  • ¿Cuántas me faltan? – dijo Irene como loca.

  • Tres.

  • ¡Mierda! – gritó ella.

Temiendo que hubiesen hecho lo mismo con Ágata, se dirigió hasta ella, poniéndose de rodillas frente a ella. Se abalanzó sobre ella, examinando su cuerpo con el suyo y con la boca.

  • Irene… - dijo Ágata, con la intención de avisarla.

  • Shh… - dijo Pedro, tapándole la boca con un dedo y guiñándole un ojo – "No le des pistas, ficha amarilla… eso sería hacer trampas"

Irene siguió investigando a Ágata, haciendo lo mismo que con su otra compañera. Esta vez prescindió de levantarle el vestido ni de buscar con las manos y directamente, metió la cabeza bajo su vestido, hundiendo la cabeza en su coño. El resto, aguantándose la risa, miraban a Ágata, que poco a poco se iba poniendo más y más colorada. Veían la cabeza de Irene moverse bajo el vestido, intentando encontrar algo… que no había.

  • ¡No la encuentro! – gritó Irene, con la cabeza escondida entre las piernas de Ágata.

  • Nadie te ha dicho que Ágata tuviese un pelotita metida… ¡Uy, tiempo! – anunció Toni, con alegría.

  • ¡EH! – dijo Irene, agitada, con la cabeza todavía metida bajo el vestido.

  • Anda, pelirroja… saca ya la cabeza de ahí o empezaré a pensar que lo haces por vicio… - dijo Toni con sarcasmo.

  • ¡No es justo! ¿Por qué nadie me ha dicho que Ágata no tenía ninguna?

  • Bueno… - dijo Pedro, con ironía – Quizá hubiese sido más fácil agitarla para ver si tintineaba o no

Irene bajó la cabeza, enfurismada. Pedro tenía razón. Ni siquiera había pensado en eso. ¿¡Cómo no podía haber pensado en eso!?

  • Bueno, te han faltado tres por encontrar. Como me has elegido a mi, y yo elijo a Pedro… "Lo que diga Pedro multiplicado por tres".

Irene abrió los ojos como platos, temiendo lo que pudiese decir Pedro. Su cabeza funcionaba a toda velocidad, de rodillas en el suelo, con las manos y los pies atados sólo pudo pensar en que ellos eran tres

  • Vaya, - comentó Pedro – No esperaba este honor… Va, como ha sido toda una jugadora y no se ha andado con remilgos… ¡15 azotes para la ficha verde!

Irene suspiró aliviada. Obviamente, no le gustaba que la azotaran, pero mejor eso que las cosas que habían pasado por su cabeza. Toni se levantó y la ayudó a incorporarse.

  • Veamos… ahora sólo nos falta el verdugo – comentó Toni, acariciándole el pelo – ¡Elige a alguien, pelirroja!

¡Otra vez tenía que elegir! Estaba claro que quería que fuese Toni. ¿Cómo debía hacerlo entonces? La vez anterior había elegido a Toni para que decidiese. Así que no podía decirlo a él. ¿Sergio? ¡Sí, si elegía a Sergio, puede que él eligiese a Toni! ¡Estaba claro! ¡Por fin lo había entendido!

  • ¡Sergio! - anunció ella, decidida y sonriente.

  • ¿Sergio? – dijo Toni, sorprendido – ¡Vaya, esperaba que me eligieras a mí! Pero nada, si quieres que te azote Sergio, pues entonces que lo haga Sergio.

Pedro, al ver la jugarreta de Toni, se echó a reir a carcajadas. Irene, en cambio, miró a uno y otro, descolocada.

  • ¿¡Cómo!? – dijo ella, sin entender nada otra vez - ¡No! ¡Pensaba que él elegiría…!

  • ¿Qué pasa? – la interrumpió Toni, sabiendo perfectamente que la había vuelto a liar - ¿No has dicho Sergio?

  • Em… bueno sí, porque creía que

  • Pues entonces. – Toni se giró hacia su amigo - Sergio, ¿querrías…?

  • ¡Uy, sí! Por supuesto. – dijo él, levantándose y acercándose a ella – Es todo un detalle que me hayas elegido, preciosa. Muchas gracias.

  • Bueno, yo no… -dijo entre dientes – No… no hay de qué.

De repente, se escuchó un ruido desde el fondo de la casa. Las risas desaparecieron y todos se giraron en dirección al pasillo. Caminando con unos pasos lentos y torpes apareció Susana, todavía mojada, con el vestido enganchado al cuerpo y el pelo pegado sobre su cara. No era la mejor imagen de ella. Pedro se tensó al instante, el resto simplemente la miraron alucinados.

  • ¡Coño, qué susto! – dijo Toni, intentando quitarle hierro a la situación – ¡Si parece aquella peli de la niña del pozo…! ¡Ja, ja, ja! No, en serio Susanita, te veo aparecer así estando solo en casa y me cago del susto

Sergio le rió el chiste, pero las chicas parecían preocupadas al ver su aspecto. Toni volvió a intervenir:

  • Irene, a ver si porque ha entrado "Carrie" en escena, crees que te vas a quedar sin "premio"… ¡Al garaje!

Irene, con una mirada de tristeza miró a Susana y empezó a salir del comedor a saltos. Era chocante ver una imagen tan graciosa en una situación tan tensa. Toni, seguido de Sergio y Eva fueron a marchar también cuando Susana dijo:

  • ¡Esperad! – gritó – Esperad un momento… por favor.

Todos volvieron a entrar, quedando de pie al lado de la puerta. Ágata se colocó el vestido, incómoda y Pedro prácticamente no pestañeaba, expectante. No tenía ni idea de las intenciones de Susana.

  • Ágata – dijo Susana, con todo el cuerpo tenso y apretando la mandíbula – Quiero pedirte disculpas delante de todos por lo que te he dicho antes… me he pasado cuatro pueblos.

Pedro asintió levemente con la cabeza, pero seguía sin saber qué habría decidido.

  • Tranquila… - dijo Ágata, sin mirarla a la cara.

  • Bueno, – dijo Susana secamente, mirando a Pedro – tú dirás.

Él levantó una ceja, extrañado y permaneció sin mover ni un solo dedo. Toni, viendo que ya no hacían falta allí, dijo:

  • Irene, ve contando. – dijo, dándole una palmada en el culo, para volver a marchar - ¿Cuántos son quince por tres?

Salieron por la puerta y los dejaron solos. Pedro siguió sentado, y preguntó con prepotencia:

  • ¿Te refieres a mí? – dijo él seriamente, intentando entenderla.

  • Sí. – contestó ella escuetamente - Tu dirás.

  • Qué cosas… - dijo él, con prepotencia – Justamente ahora no se me ocurre nada que decirte

Susana, bajando la cabeza, apretó su mandíbula y cerró los puños con rabia. Había estado tanto rato sacando el valor suficiente para cambiar el chip y decirlo delante de todos… ¡Y ahora le soltaba eso! Empezó a respirar con fuerza, intentando no desmoronarse allí mismo.

  • Entonces… me quedaré aquí hasta que se te ocurra algo que decirme – dijo ella, intentando ser fuerte – o que pedirme.

  • Me parece bien – añadió él, con chulería.

Cogió a Ágata de la mano y la puso sobre él.

  • Ven aquí preciosa – dijo a Ágata – Quítate el vestido.

Sentada sobre él, Ágata levantó el vestido y se lo quitó, dejándolo caer al suelo. Pedro la rodeó con sus brazos y la atrajo hasta él, empezándo a lamerle los pechos con suavidad. Susana, sin mover ni una pestaña, permanecía de pie, mirando a Pedro, esperando. Pedro jugaba con los pezones de Ágata que, poco a poco empezaba a respirar torpemente. Sin dejar de lamer uno de sus pezones, pasó una mano hacia delante, acariciando su vientre y bajando la mano hasta llegar a su coño.

  • Vaya, niña… - dijo Pedro, con una sonrisa – Te gusta, ¿verdad?

  • Sí… Señor… - contestó ella, con la respiración agitada.

  • ¿Quieres que siga? – dijo él, chupándole el cuello mientras con una mano seguía jugando con su coño – Pídemelo, ficha amarilla

  • Por favor, Señor… - dijo Ágata, entre gemidos – No pare de tocarme… por favor

Mientras Ágata seguía suplicando con los ojos cerrados y él chupaba y succionaba su cuello, Pedro clavó sus ojos en los de Susana. ¡No es que estuviera cachondo, es que estaba a reventar! Sobre él tenía a su bellísima sumisa, desnuda, entregada y cachonda. Frente a él, el caballo percherón de Susanita, en silencio, mirándolo fijamente, esperando una maldita orden. Pedro cogió a Ágata por la nuca y le dijo:

  • ¿Quieres que te folle, preciosa?

  • Sí, sí, sí… Señor – dijo ella, entre gemidos.

Susana miraba con rabia a Pedro. Él le dedicó una leve sonrisa prepotente. Haciendo levantar a Ágata, se puso de pie y cogiéndola de la mano dijo:

  • No me gusta eso del exhibicionismo… - le dijo a Ágata, pero mirando a Susana - Mejor vamos a la habitación, preciosa.

Susana apretó los dientes, intentando aparentar que no le estaba molestando en absoluto lo que estaba viendo. No entendía para qué coño le había pedido que cambiase el chip si no tenía ninguna intención de hacerle ni caso. ¿Y ese carácter prepotente? ¿Quién se estaba comportando ahora como un gilipollas?

Pedro avanzó hacia el pasillo y antes de marchar preguntó a Susana:

  • ¿Te vas a quedar ahí? – dijo él, con chulería.

Ella bajó la cabeza y con la mirada clavada al suelo contestó:

  • Sí. – dijo, con la voz temblorosa – Ya te lo he dicho: me quedaré aquí hasta que se te ocurra algo que decirme.

  • Entonces… buenas noches, ficha azul. – concluyó él con un tono prepotente, marchándose con Ágata.


4:07 de la madrugada. No se oía ni un alma. Las luces de la casa estaban apagadas y todos ya hacía rato que descansaban en sus habitaciones. Pedro, totalmente despejado, salió de la habitación descalzo y solamente con el pantalón puesto, intentando hacer el menor ruido posible. Avanzó por el pasillo y se asomó antes de entrar al comedor. Negando con la cabeza, avanzó un paso más. No podía creerlo. Realmente, Susanita tenía unos huevos acojonantes. ¡La muy cabezota seguía allí! Con el peso apoyado en una pierna y los brazos cruzados, continuaba de pie en medio del comedor, tal y como Pedro la había dejado.

Se acercó más y ella se giró lentamente. Parecía que había estado llorando, tenía los ojos rojos e hinchados. Pedro se llevó un dedo a la boca, indicándole que no hiciese ningún ruido y la cogió de la mano, llevándola hasta la terraza.

  • Mira que llegas a ser testaruda… - dijo él, susurrando.

  • No te entiendo… - dijo ella, también susurrando – Me dices que cambie el chip y, ¿para qué? Para nada

  • No, pequeña – dijo él, cariñosamente – Para nada, no

  • ¡Pero no me has pedido…!

  • Shh – dijo él, haciéndola bajar el tono de voz – Susanita, ya deberías saber que no me hace falta follarte para saber si estás o no con el chip cambiado.

Ella no contestó. Miró a su alrededor y dio un suspiro. Se quitó los zapatos para no hacer ruido y caminó hasta la verja que delimitaba la casa. Se agarró a ella con fuerza y de sus ojos cayeron un par de lágrimas. Pedro la miró extrañado, sin saber exactamente qué hacía. Caminó hasta ella y apoyó las manos en sus hombros, bajándolas lentamente, acariciando sus brazos con ternura.

  • Deberías irte a dormir – dijo él.

Susana asintió con la cabeza. Se giró y se encontró con Pedro a pocos centímetros de ella. Su respiración se agitó y sus ojos se empañaron. Él, al ver cómo estaba reaccionando Susana, apartó sus manos de ella y volvió a caminar hacia el interior de la casa. Antes de volver a entrar, Susana dijo:

  • ¿Podrías dejarme tu móvil?

El se giró y, la miró con desconfianza, levantando una ceja.

  • ¿Por qué quieres mi…? – dijo él, susurrando.

  • Porque si llamo desde el mío, no me lo va a coger – le interrumpió Susana, con la voz entrecortada, mirándolo fijamente.

Después de pensarlo durante un instante, él asintió con la cabeza y volvió a entrar a la casa en busca de su teléfono.


13:26 del mediodía. Un día radiante. Ni una sola nube en el cielo. Durante la mañana, las chicas habían disfrutado del día, tomando el sol y dándose un chapuzón en la piscina, incluida Susana, que ahora parecía algo más tranquila.

Desde el despacho de Toni, ellos habían estado charlando de sus cosas, poniéndose al día en temas personales. Pedro, mucho más tranquilo y con la cabeza más despejada, había explicado con todo detalle lo sucedido con Susana en el baño la noche anterior. También les había informado de la pequeña charla que habían tenido de madrugada.

Había sido, en resumen, una mañana agradable y tranquila. Sin peleas, sin discusiones, ni malos rollos. Después de comer, mientras las chicas habían ido a hacer la siesta, ellos salieron a tomar algo a la terraza. Charlaban distendidamente cuando Susana apareció ante ellos.

  • ¡Si es una broma de mal gusto, creo que ya es suficiente! – dijo ella seriamente.

Los tres dejaron de hablar y dirigieron sus miradas a la chica.

  • ¿Qué no tienes sueño? – preguntó Toni, alegremente.

  • No – contestó ella, secamente.

Pedro, sonriente, miró a sus colegas y luego volvió a mirarla.

  • La verdad… no tengo muy claro qué es lo que esperas – dijo él, cachondeándose – De hecho, llevas desde las doce y pico esperando y esperando… ¡Pero no sé a qué!

  • ¿Qué se supone que hago aquí? – dijo ella, desconcertada.

  • ¿A mí me lo preguntas? – comentó Pedro, entre risas – ¡Ja, ja, ja! Pues si tú no lo sabes

  • Me da igual. – dijo Susana – No puedo más. Llevo una semana desquiciante y ahora estoy aquí, dispuesta, lista, a punto para lo que sea, con el chip cambiado. ¡Pero lo único que he hecho es tomar el sol y darme un chapuzón en la puta piscina!

  • ¡Eh! – exclamó Toni, fingiendo seriedad - ¡Un respeto a mi piscina!

  • Nos vamos de aquí pocas horas y no pienso irme sin haber hecho nada de nada así que, – dijo Susana, respirando hondo y acercándose un paso más a ellos - aunque no me lo ha pedido nadie

Y entonces, frente a los tres, se quitó el vestido y lo tiró al suelo quedando totalmente desnuda ante ellos. Los tres la miraban, con una sonrisa pronunciada, sin decir nada. Sergio se puso de pie y se acercó hasta ella:

  • ¿Creéis que nos está intentado decir algo haciendo esto? – dijo con sorna a sus colegas, señalándola.

Susana no contestó, pero tenía la cara como un tomate.

  • Hombre, como número en sí, ha estado bien… - añadió Toni, aguantándose la risa.

  • Un poco dramático para mi gusto, pero bonito. – concluyó Pedro.

Susana bajó la cabeza, furiosa y abochornada, y dio media vuelta para irse, pero Pedro la detuvo:

  • ¡Espera, espera…! – dijo, entre risas - ¡Susanita, te estamos tomando el pelo! ¡Ja, ja, ja, ja!

  • ¡Es increíble las ganas que le pones a todo! Tanto para bien como para mal – añadió Sergio.

  • Sois unos cabronazos – dijo ella, tratándolos como si fueran antiguos compañeros.

  • ¡Lo sabemos! – contestó Toni, mostrándole una sonrisa abierta y perfecta.

  • Susanita – dijo Pedro, dando un toque a la silla que quedaba a su lado – Aunque a ti no te lo parezca, ya has hecho bastante… Has conseguido cambiar el chip y no vernos como lo peor que ha pasado en tu vida, ¿no crees que ya es mucho?

Susana, sin saber exactamente qué contestar, se encogió de hombros. Cogió el vestido del suelo y fue a la mesa con ellos, sentándose junto a Pedro. Él le quitó el vestido de las manos y lo lanzó a la piscina.

  • Mujer, ya que has hecho la gracia… - dijo, sonriente, mirándola de arriba abajo – Hazla del todo y quedate así. ¿Nunca te han dicho lo bien que te queda no llevar ropa?

Siete de la tarde. Últimas horas en compañía. Reunidos todos de nuevo en el comedor, ellos sentados en el sofá y ellas en el suelo, sobre unos cojines, charlaban distendidamente con sus chicas. Pero lo que no esperaban es que, en las últimas horas, después de un día tan alegre y tranquilo, les esperase una sorpresa inesperada.

  • Creo que a todos nos ha hecho mucha ilusión volver a verte, Susanita – dijo Sergio.

  • Hombre, la hemos visto... ¡Y mucho! ¡Más de lo que esperaba! - añadió Toni, sarcásticamente, abochornando a Susana.

  • ¡Ja, ja, ja! Es que seis años son muchos años… - añadió Pedro, mirando a Susana con sorna.

  • Hablando de años… - interrumpió Toni – De aquí tres meses es el cumpleaños de Irene, va a ser el primer cumpleaños desde que somos… bueno, ¡Ja, ja! Lo que quiera que seamos

Irene soltó una risita, mientras Eva, con la mirada perdida, levantó una ceja, extrañada.

  • Así que – continuó diciendo Toni - ¿por qué no hacemos otra quedada para entonces?

  • ¡Ah, por mí estupendo! – contestó Pedro.

Eva, con cara de incomprensión, levantó el brazo, pidiendo la palabra. Sergio la vio:

  • Eva, tu cumpleaños fue hace dos semanas, no te vamos a hacer una fiesta ti también…¡Ja, ja, ja! - comentó son sarcasmo.

Todos rieron el comentario de Sergio, pero Eva ni siquiera se inmutó.

  • Ya, ya lo sé… - dijo, seriamente, poniéndose de pie - ¿Puedo… puedo preguntar una cosa? Es que hay algo que no entiendo.

  • Dispara – dijo Sergio.

Eva dio un par de pasos hasta quedar frente a Toni.

  • ¿Has dicho que es el primer cumpleaños que vas a celebrar con Irene? – preguntó, ensimismada.

  • Sí, eso he dicho – respondió Toni.

Eva asintió y continuó sumida en sus pensamientos, caminando de un lado a otro de la habitación.

  • ¿Qué narices le pasa a ésta? – preguntó Toni, señalándola con la cabeza.

  • Ni idea… - dijo Sergio – pero ahora mismo, esto parece una novela de detectives. Eva, ¿qué estás haciendo?

Eva levantó un dedo, pidiendo solamente un minuto más. Volvió a hablar, esta vez dirigiéndose a Pedro:

  • No sé si le he entendido bien… pero, ¿ha dicho que Susana llevaba seis años sin venir?

  • Sí, Sra. Fletcher – contestó Pedro, levantando las manos burlonamente – "Pero no me detenga, ¡Yo no le maté!"

Los tres se echaron a reír. Eva, sin embargo, no les prestó demasiada atención. Levantando la cabeza, intrigada, se giró hacia Irene y Susana.

  • Entonces – dijo, señalando a las chicas - ¿cómo es que vosotras dos os conocíais?

Boom.

Esa pregunta había caído como una bomba en mitad del salón. Se hizo un silencio sepulcral. Pedro y Toni miraron a las chicas con los ojos como platos, mientras ellas cambiaban su semblante a una actitud de espanto.

  • ¡Eva! – gritó Toni, poniéndose de pie, exaltado - ¿¡De qué coño estás hablando!?

  • En la habitación… - dijo Eva, dirigiéndose a Irene – Te quedaste pasmada cuando viste entrar a Susana… y os disteis un abrazo.

Toni miró a Irene con una mirada fulminante. Ella, con voz temblorosa dijo:

  • No… no es verdad… - dijo, temblando como un flan al ver a Toni acercarse a ella - Bueno sí que le di un abrazo… pero yo no

Mientras seguía hablando, Pedro observó a Susana cómo escuchaba a Irene. Y vio como, de repente, negó levemente con la cabeza y bajó la mirada. Ese gesto confirmó a Pedro que Eva no iba desencaminada.

  • Eva – dijo Pedro levantándose, mientras seguía observando cada uno de los movimientos de Susana – Dices que Irene reaccionó así… ¿Y Susana? ¿Correspondió con el mismo trato?

  • Eh, eh, yo… no sabía que esto iba a crear esta situación… – dijo Eva, un tanto incómoda.

  • ¡Eva, te han hecho una pregunta! – gritó Sergio, tenso - ¡Así que contesta!

  • Bueno… - dijo Eva, mirando a Susana con incomodidad – Le dijo que el pelirrojo le quedaba bien

Al decir eso, Irene empezó a lloriquear, nerviosa y la expresión de Pedro y Toni cambió, sacando una actitud de ataque. Esa frase acababa de confirmar que sí se conocían. Eva, sin saber qué decir, miró a Susana con una cara de consecuencia y añadió:

  • Lo siento Susana… no tenía ni idea que

  • ¡Eres una perra! – gritó Irene - ¡Has hecho esto para jodernos!

  • ¡Irene, cállate! – gritó Toni, cogiéndola del cuello.

  • Lo siento, pero es que esta tía me tiene harta – contestó Irene, perdiendo los nervios y girándose de nuevo hacia Eva - ¿¡Me has oído!? ¡Me tienes harta! ¡Eres una puta amargada!

Susana apretó sus labios con fuerza, viendo cómo la situación se estaba desmadrando. Pedro seguía observándola, era consciente de que su querida Susanita callaba algo. Eva, sin perder los nervios, aguantó estoicamente los gritos de Irene frente a Sergio. Esa actitud aún sacó más de quicio a Irene.

  • ¿Qué pasa? ¿Ahora te haces la buena? – dijo Irene, encarándose a ella - ¡Pues no engañas a nadie! ¡Eres una perra y una chivata de mier…!

Un bofetón la interrumpió, consiguiendo girarle la cara. Toni sacudía su mano, esta vez le había pegado con fuerza. Susana no pudo evitar llevarse una mano a la boca. Estaba sufriendo la situación de Irene como si la estuviese viviendo en su piel.

  • ¡Al garaje! – sentenció Toni, con los ojos llenos de rabia.

Irene fue a discutirle, pero al ver sus ojos y su expresión, simplemente bajó la cabeza y llorosa dijo:

  • Sí, Señor.

Irene comenzó a caminar hacia el garaje, con la mirada clavada al suelo y lloriqueando. Susana se incorporó y miró a Pedro, preocupada.

  • Creo que deberías ir tú también Susanita… - dijo Pedro, un tanto mosqueado – Intuyo que esta situación te concierne tanto a ti como a ella.

Sin decir nada, Susana se levantó rápidamente y corrió tras Irene, alcanzándola antes de salir por la puerta y cogiéndola de la mano. Toni y Pedro se apartaron del resto y se fueron a una habitación durante un instante:

  • ¡No entiendo nada! ¿Qué mierda está pasando? Había ido todo perfecto... Todo el jodido día ha sido estupendo. ¿Y ahora esto? – decía Toni, cabreado
  • ¡Irene y Susanita nunca han coincidido, joder!

  • Tranquilízate. Dudo que hayan sido novias… – dijo Pedro con ironía, intentando suavizar la cosa.

  • ¡No estoy para bromas, Pedro! – exclamó Toni – Tú lo ves de otra manera, porque eso no ha pasado con Ágata. Pero imagina que esa situación pasara con ella. – Pedro asintió, comprensivo - O con Susanita cuando era tuya

Ese comentario sí que hizo cambiar la actitud de Pedro. Era consciente de que si eso hubiese pasado unos años atrás, hubiese perdido el control.

  • Estoy muy quemado… – dijo Toni, sincerándose con su amigo – El otro día descubrí lo animal que se pone al jugar a algo… intento tomármelo bien y pensar que no es nada. Pero ahora esto... ¡Joder, a saber qué más esconde!

  • Toni, tranquilízate – dijo Pedro, conociendo los cambios de humor drásticos de su compañero – No creo que Irene

  • ¿Y si estoy perdiendo el tiempo con ella? – preguntó Toni, alterado – Sí, creo que estoy perdiendo el tiempo con ella

  • Tú mismo lo has dicho, estás muy quemado – dijo Pedro, intentando calmarlo – No es momento para pensar en esas cosas.

  • No sé… - comentó Toni, frotándose las manos – Me gusta tenerlo todo controlado, pero con Irene, últimamente parece que se me escape

  • Está bien. – dijo Pedro, cogiéndole del hombro – Las haremos cantar. Yo me encargo.

Toni asintió con la cabeza. Pedro hizo la intención de salir de la habitación, pero Toni lo frenó y sin mirarlo, comentó:

  • Irene… - decía Toni, con una expresión ausente, lleno de rabia – Irene es más débil, si tienes que hacer algo, házselo a ella. Hablará antes

  • Estoy de acuerdo en que Irene es más débil… - dijo Pedro, abriendo la puerta de la habitación – pero creo que no será ella la que cante

Los dos pasaron por el comedor, caminando hacia el garaje. Toni, con una mirada de rabia, miró a Sergio y le hizo un gesto con la mano para invitarlos a ir. Sergio asintió justo antes de que sus colegas saliesen por la puerta. Sergio se levantó y se acercó a Eva.

  • No sé si esto lo has hecho sin querer o si lo has hecho a propósito para joderlas… - comentó Sergio - pero gracias a tu buen ojo, ahora están metidas en un buen lío, sobretodo Irene.

  • ¿Por qué sobretodo Irene? – preguntó Eva extrañada, aunque con una leve sonrisa en sus labios.

  • Porque Susana no es de nadie. Ya no. – explicó Sergio seriamente – Pero Irene sí pertenece a Toni… y una sumisa mentirosa es lo peor que se puede ser. – Sergio tiró de Eva hacia él - Espero que eso te quede bien claro a ti también.

  • Yo no te he… - dijo Eva, sorprendida.

  • Ya lo sé – añadió Sergio – Te lo digo para el futuro, así no podrás decir que no te avisé.

  • Entiendo – contestó Eva, escuetamente.

  • Y ahora, vamos. – concluyó Sergio - ¡Sígueme!

Agarró a Eva del brazo, apagó la luz del comedor y ambos cruzaron la puerta en dirección al garaje. En medio de la oscuridad del comedor, una voz rompió el silencio:

  • ¿Y yo tengo que quedarme aquí, o…? – dijo Ágata, con un hilo de voz - ¿Hola?