El esperado Fin de Semana (3/5)

Tras tener que ir a buscarlas, continua el fin de semana.

Ya estaba anocheciendo. En el salón, todas las chicas esperaban de pie, excepto Susana que en cuanto había bajado se había sentado, o mejor dicho, se había espachurrado en el sofá. Al instante, ellos bajaron la escalera, uno tras otro. Pedro miró a Susana seriamente al ver la actitud de la chica. Estaba claro que había venido con ganas de guerra. Toni y Sergio se sentaron en el sofá y Pedro se puso frente a Susana con cara de mosqueo y le preguntó:

  • ¿¡Te importa!? – dijo, dándole a entender que se levantara de allí.

  • ¡No, no, en absoluto! Puedes sentarte. – contestó ella, sarcásticamente, dando un toquecito en el sofá, al lado suyo.

Irene y Eva soltaron una risita por el comentario de su compañera. Pedro se giró y las miró seriamente, consiguiendo callarlas al instante. Sergio hizo un gesto para que Irene y Ágata se sentaran. Cuando Eva se dispuso a hacer lo mismo, él le soltó:

  • Shh, shh, shh… Tú no.

  • De acuerdo – dijo Eva, poniéndose nerviosa al instante.

  • Señores, señoritas – empezó a decir Sergio, solemnemente – Aquí tenéis el motivo de nuestra reunión.

Las chicas la miraron fijamente, pero ella levantó la cabeza orgullosa sin devolverles la mirada.

  • Nuestra querida Eva lleva un mes conmigo y durante este tiempo, ya ha dado bastante guerra. – dijo Sergio, sonriente - ¿Verdad, Eva?

  • Supongo que… sí – dijo ella, colocándose el vestido, inquieta.

  • Bueno – dijo Pedro – Cuéntanos exactamente qué estuviste haciendo durante la última semana.

  • Yo… bueno, yo… - decía, con las mejillas coloradas – No hice caso de algunas instrucciones que me dio Sergio.

  • De ninguna – anotó Sergio.

  • De ninguna… - corrigió ella.

  • Irene… - interrumpió Toni, sin dejar de mirar a Eva - ¿Por qué no vas con Ágata y preparáis la cena? En la cocina lo tienes todo listo

Ése comentario hizo temblar a Eva. ¿¡Quedarse a solas con ellos tres!? ¿Tan pronto? ¡Pero si acababan de llegar! ¡No le había dado tiempo ni a mentalizarse!

Irene, la mar de sonriente, asintió con la cabeza, satisfecha de que la primera en recibir fuese a ser Eva. Se levantó y al pasar justo por delante de Eva, le dedicó una sonrisa cínica a su compañera del vestido rojo. Ágata, sin decir ni una palabra también se dirigió hacia la cocina. Pedro dirigió la mirada hacia Susana, que seguía espachurrada en el sofá, con un codo apoyado en el reposabrazos. Ella se hizo la sorprendida:

  • ¿¡Qué pasa!? ¡A mí no me ha nombrado…! - dijo, con una actitud pasota – Pensé que me dejabais quedarme para ver cómo puteabais a la chica

Pedro hizo un esfuerzo por no darle una hostia allí mismo. Ese carácter le estaba molestando muchísimo. Apretó los puños y solamente contestó:

  • Susana: VE con las otras chicas.

  • ¿Ves? Así sí que me ha quedado clarito – contestó con una sonrisa hipócrita, levantándose del sofá – Suerte, "ficha roja"… – concluyó, dándole un codazo a Eva y saliendo por la puerta.

Eva quedó sola, de pie ante ellos tres. Su respiración comenzó a agitarse. Sergio se sentó en el filo del sofá y sacó de su bolsillo una venda negra.

  • Supongo que no hace falta que te explique cómo funciona – dijo, ofreciéndosela.

  • ¿Quieres… que me la ponga en los ojos? – preguntó, nerviosa.

  • Eso es – contestó escuetamente.

Eva cogió la venda la puso alrededor de su cuello, sin quitar la vista de ellos tres. Estaba muy asustada, sólo había estado una vez con los ojos vendados, con Sergio. ¡Pero nunca delante de tres tíos! Con las manos temblorosas, la ató y luego la subió hasta taparse los ojos. De repente, empezó a temblar como una niña asustada. Sergio se levantó y acercándose a ella, le susurró:

  • Muy bien, preciosa… A partir de este momento no dirás nada si no te pregunto, ¿está claro?

Eva asintió con la cabeza, asustada.

  • Eva, ¿confías en mi? – preguntó Sergio, susurrando cerca de su oreja.

Eva volvió a asentir, temblorosa.

  • Entonces, simplemente pórtate como una buena chica y ya está – dijo él, besándola en los labios – Demuéstrame que vales la pena, tesoro

Ella no pudo evitar estremecerse al oirlo tan cariñoso. Sergio deslizó los tirantes del vestido hacia abajo, dejando sus pechos a la vista de todos. Eva tragaba con dificultad y respiraba profundamente, intentando mantener la calma. Unas manos empezaron a acariciar sus pechos

  • Hombre, tiene buenas tetas – dijo Toni desde el sofá – ¡Y seguro que tiene un culo de gimnasio…!

Notó como bajaban más su vestido, dejándolo caer a sus pies. ¡Pero las manos que acariciaban sus pechos seguían haciéndolo! ¿¡Era Pedro el que la estaba tocando!? Soltó un suspiro de lo nerviosa que estaba, un suspiro que fue malinterpretado:

  • Vaya… - dijo Sergio, sorprendido.

  • ¡No, no…! - dijo ella, intentando explicarse.

Una palmada en el culo hizo callarla.

  • Eva, no te he preguntado – comentó él.

  • Buenas tetas, preciosa – dijo Pedro a pocos centímetros de ella y apartando sus manos de sus pechos.

Sergio la giró y la puso de espaldas a ellos, consiguiendo que Eva bajara la cabeza.

  • Lo que yo decía… - añadió Toni, distendido – ¡Un culo de gimnasio! Estás tremenda, chica

  • Gracias… – contestó Eva, deseando que la tierra se la tragase.

Una mano se puso en su hombro, haciendo presión para que se pusiese de rodillas. Ella, con la cara colorada, se agachó y miró al suelo.

  • Tiene que ser extraño ser tú la que se agacha como una perrita, ¿no? – dijo Pedro con sorna.

Eva apretó la mandíbula y no contestó. Otra palmada en el culo la alertó, haciéndola soltar un gritito.

  • Ahora es cuando tienes que hablar. – aclaró Sergio – Cuando te preguntan.

  • Creía que era una pregunta retórica para abochornarme – contestó ella con sinceridad.

  • Bueno, un poco sí, ¡Ja, ja! – dijo Pedro, animado – Pero contéstame igualmente

  • Sí, es bastante humillante… - dijo Eva, con la voz entrecortada.

  • Pero te gusta… – dijo Sergio, pasando una mano por su entrepierna y sorprendiéndose de la notable humedad de su chica - ¡Vaya si te gusta!

  • ¿Y qué le hacías hacer a la tal Laura? – preguntó Toni, intentando descolocarla.

  • ¿¡Qué!? – dijo ella, levantando la cabeza, nerviosa.

  • ¡Va, estamos en confianza! Cuenta, cuenta… - dijo Toni, mientras Sergio sin decir nada se ponía tras ella.

  • Bueno… yo… también le hacía hacer esto… - explicó, ruborizada – Y más cosas

  • Ya he visto como tenías cogida del pelo a mi pelirroja allí arriba… - comentó Toni – Llevando las riendas tienes que ser una buena hija de puta.

Eva, sin poder evitarlo, soltó una risita. Al oirla, ellos se echaron a reír a carcajadas, consiguiendo que todavía se sintiera más avergonzada. ¡Menuda cagada! ¿Por qué coño había tenido que reirse?

  • Me lo tomaré como un sí – dijo Toni, poniéndose de pie – Bueno, y ahora… ¡Que comience el espectáculo!

Eva movió su cabeza hacia ambos lados, confundida, intentando saber qué significaba eso. Una mano la cogió y la ayudó a levantarse, llevándola hasta otra parte de la casa, y volviendo a ponerla de rodillas en el suelo. Se oyeron pasos ir y venir, ya no sabía quién era quién, ni dónde estaba Sergio. Alguien estaba pasando algo sobre su cabeza, colocándolo sobre sus orejas. Al instante, una música salvaje empezó a sonar a todo volumen, consiguiendo que Eva no sólo no viese nada, sino que tampoco pudiese escuchar nada más. Quería controlar sus sentidos, intentar saber qué ocurría a su alrededor, pero era imposible pensar con esa música, taladrando en su cabeza.

Una mano la cogió del mentón y la obligó a abrir la boca. Eva, sin poder controlar la situación, lo hizo sin más. Y en ese momento, una polla entró hasta el fondo de su garganta, apretando su cabeza con fuerza. Ella quiso llevar las manos hasta la persona que tenía delante para intentar apartarlo, pero una mano la azotó en el culo y cogió sus manos por detrás, inmovilizándola. ¡Seguían estando todos allí! ¡Mierda, ni siquiera podía pensar quién sería cada uno! ¡¡Ni siquiera sabía a quién se la estaba chupando!! ¿Sería Sergio? ¡Deseaba con todas sus fuerzas que fuese Sergio! Sacaron la polla y cogió aire con todas sus fuerzas, intentando tragar la saliva que caía por sus labios. Pero no tuvo mucho tiempo. La polla volvió a entrar dentro de su boca, quien fuera que estaba frente a ella agarraba su cabeza sin dejar que se moviera y follaba su boca con energía. Seguía teniendo las manos agarradas por detrás y la música no dejaba de sonar, poco a poco sentía que perdía el control

Sacó la polla de su boca y la hicieron agacharse, poniéndola a cuatro patas. Mientras alguien le acariciaba el pelo, tras ella, alguien la agarró las tetas, presionándolas con fuerza. ¡Eva no pudo evitar sonreír al notar esas manos agarrándola de ese modo! ¡Supo sin dudas que ése era Sergio! Sin esperarlo, notó como una polla entraba en su coño sin ningún tipo de esfuerzo y empezaba a moverse como un animal. Ella empezó a sentir cómo su cuerpo no podía reprimirse por más tiempo. La oscuridad y la música ensordecedora estaban ganando la batalla a la vergüenza de disfrutar como una puta. Y entonces, sin poder escuchar ni siquiera sus propios gemidos, Eva se dejó llevar, disfrutando de las embestidas que estaba recibiendo, que la estaban volviendo loca, sin importarle lo más mínimo que los demás la estuviesen observando.

Desde fuera, la situación era muy diferente. En una de las habitaciones de invitados, silencio era sepulcral y excepto los jadeos discretos de Sergio, los gritos exagerados de Eva, totalmente cachonda y entregada, llenaban la habitación. Pero ya no quedaba nadie más allí. Toni y Pedro, tras aguantarle las manos en la espalada, colocarla a cuatro patas y acariciarle el pelo, habían ido a la cocina a preparar la cena con el resto de chicas. Un plan que ya había funcionado en alguna otra ocasión y que, sin duda, conseguía descolocarlas por completo, creyendo ser utilizadas por todos cuando en realidad, simplemente hacían lo mismo que los otros días.

Sergio, como ido, la bombeaba una y otra vez, sonriente, sabiendo que su chica rubia estaba disfrutando como una perra aun y creyendo que sus compañeros seguían allí. No sería él quién le diría la verdad.

El poder de la sugestión era más grande que cualquier orgía forzada. No era un mal castigo después de todo: La pija soberbia supuestamente follada por o delante de sus amigos, sin tener muy claro a quién se la había chupado… Eso le bajaría los humos y le haría ser consciente de dónde estaba y qué era. Eva era suya y de momento, no pensaba compartirla… sólo que ella no lo iba a saber.


En la cocina, el resto terminaban de preparar la cena. Pedro no podía evitar mirar de vez en cuando a Susana, que seguía con el mismo comportamiento, chulesca y prepotente. Quizá demasiado y todo

Toni empezó a llevar cosas al comedor junto con Irene, preparando la mesa para la cena. Toni se acercó a ella y la besó en los labios apasionadamente. Irene lo miró con sorpresa:

  • ¡Vaya, gracias! – dijo ella, contenta - ¿Y esto?

  • ¿Es que necesito un motivo? – dijo él sarcásticamente, rodeándola en sus brazos.

  • No… ¡Ja, ja, ja! Perdona, sólo me ha sorprendido que

  • ¿Te cuento un secretito? – dijo Toni, juguetón.

  • ¡Sí, sí! – contestó Irene, muerta de curiosidad.

  • Mañana, bien prontito, tú serás la siguiente – anunció, con una sonrisa enorme, dándole un beso en la frente y volviendo hacia la cocina.

El semblante de Irene cambió y frunció el ceño, preocupada. Toni se la había vuelto a jugar.

  • Vaya mierda… - dijo entre dientes.

Toni se giró y con ironía preguntó:

  • ¿¡Qué has dicho!?

  • ¡No! – contestó Irene, haciéndose la loca – Decía que… "¡Vaya CENA!" ¡Tiene una pinta estupenda!

  • Ah… Pues entonces este comedor tiene una acústica malísima.- comentó él, con sarcasmo – Porque pensé que habías dicho otra cosa.

Ella bajó la cabeza y cruzándose de brazos volvió a la cocina.


Once de la noche. Sentados en una mesa larga todos cenaban tranquilamente. Bueno, eso de tranquilamente es un decir, los únicos que parecían tranquilos eran Sergio, Toni y Pedro, que presidía la mesa. Cada uno de ellos tenía a su chica sentada enfrente, excepto Pedro, que tenía a Ágata sentada a su derecha y a Susana delante, presidiendo la otra punta de la mesa. No era habitual que una chica ocupara ese lugar, sin embargo, al ser la única desparejada, decidieron colocarse así.

Ágata, como una buena chica, tomaba su cena en silencio, sin levantar la vista del plato.

Irene, más inquieta de lo habitual, intentaba buscar constantemente a Toni con la mirada, tratando de saber más sobre lo del día siguiente por la mañana. Eso de saber exactamente cuándo iba a ser su turno la estaba matando. Quizá ése era el motivo por el que Toni la había informado

Eva, en cambio, prácticamente ni se movía, estaba como ida. De nuevo con el vestido, el cabello y el maquillaje perfecto, no podía borrar de su cabeza aquella música que la había acompañado durante su sesión y ni siquiera era capaz de mirar a Pedro ni a Toni. Los recuerdos eran algo borrosos y no tenía demasiado claro qué habría ocurrido, pero la frase de Pedro de "Tiene que ser extraño ser tú la que se agacha como una perrita, ¿no?" pasaba por su cabeza una y otra vez.

Susana, por el contrario, cenaba tranquilamente con la cabeza apoyada en una de sus manos. Seguía la conversación entre Toni y Sergio sin perder detalle, observándolos con la mirada altiva. Aunque tiempo atrás les había tenido miedo, ahora los veía como dos individuos que usaban a esas chicas para sentirse mejor con ellos mismos. Más que desprecio, los miraba sintiendo cierta pena por todos ellos, chicas incluídas.

Quien sabía perfectamente lo que reflejaba esa mirada era Pedro, cada minuto que pasaba deseaba abofetear a Susana con más ganas. Veía como los observaba y sentía ganas de echarla de allí a patadas. Si Susana había sido su objeto de deseo durante muchos años, ahora mismo no podía mirarla más que con rabia.

Ya disfrutaban del postre cuando en medio de la habitación sonó una alarma. Como dos linces, Ágata y Susana levantaron la cabeza alertadas. Pedro sacó su móvil, apagó la alarma y sonrió a Susana.

  • Susanita… la alarma – dijo con retintín.

  • Mario no está – contestó orgullosa, lanzándole una sonrisa hipócrita y volviendo a tomar el postre.

  • Susanita… LA ALARMA – repitió él, moviendo el móvil como si fuese un juguete.

  • Mario NO ESTÁ – repitió ella, enfatizando cada palabra - ¡Podemos estar repitiéndolo toda la noche! ¡Ja, ja, ja! No tengo prisa

  • ¿Pero quién es Mario? – preguntó Irene en voz baja.

  • Su novio, idiota – contestó Eva secamente.

Toni y Sergio dejaron de hablar para observar la escena. Las otras chicas, dejaron de tomar el postre, mostrando su atención a lo que sucedía en ambos extremos de la mesa. Pedro arrastró su silla ruidosamente, echándola para atrás, dejando vía libre para moverse.

  • Susanita… - dijo él, intentando no perder los nervios - ¿Por las buenas?

Ella también arrastró su silla ruidosamente, poniéndose de pie, alterada.

  • Ni por las buenas, ni pollas – dijo con chulería – Mario no está. ¡Y si Mario no está, la puta alarma no sirve para nada!

  • ¡Ja, ja, ja! – rió Pedro, negando con la cabeza – Claro que sirve, Susanita. Claro que sirve

Pedro se puso de pie y al instante, ella se apartó un par de pasos hacia atrás. Pedro caminó hasta ella, pero Susana corrió en dirección contraria, quedando cada uno en el lugar del otro. El resto no decían ni una sola palabra: las chicas ni siquiera se atrevían, aunque miraban a Susana con asombro, alucinadas de la actitud que tenía frente a Pedro.

Ellos, en cambio, no hicieron ni el amago de participar. La experiencia les decía que en un enfrentamiento Pedro/Susana lo mejor era mantenerse al margen.

  • Veo que por las buenas no va a ser posib… - dijo Pedro, con una sonrisa cínica.

  • ¡Pedro, déjame en paz, joder! – gritó Susana, interrumpiéndolo – Estoy aquí por Mario. ¿Que Mario no está? Pues entonces yo no juego. Y tú no puedes hacerme nada, ni obligarme a nada.

  • Nena, la palabra "obligar" suena feísima – dijo él, volviendo a caminar hacia ella y quedando a medio camino, entre Toni y Sergio – No digas obligar, Susanita

  • ¡Tú tampoco eres quién para decirme lo que puedo o no puedo decir! – dijo Susana con prepotencia, consiguiendo borrar la sonrisa de Pedro – ¿Qué pasa? ¿Ahora que te interesa te vas a saltar tus propias normas? Soy la novia de Mario. ¡Y las mujeres de los demás no se tocan!

Pedro vio por dónde iban los tiros. Susana se aferraba a esa ley no escrita que él siempre había tenido: las mujeres de los demás no se tocaban. Cierto, seguía pensando igual, aunque a ésa frase le faltaba una coletilla que siempre solía recalcar. "A no ser que me den vía libre…" . Así era como terminaba esa frase. Miró a Susana desafiante y sacó de su bolsillo un sobre, que estaba abierto. Lo tiró sobre la mesa sin dejar de mirarla.

  • Uy, casi lo olvido – dijo falsamente, mirándola con un semblante serio – Eso es para ti.

Susana lo miró con desconfianza. Luego dirigió su mirada hacia Sergio y Toni, intentando saber qué ocurría. Sin embargo, no le sirvieron de mucho, ni uno ni otro sabían nada sobre aquello. De hecho, sobre la visita de Susana sabían más bien poco. Con un movimiento rápido, Susana se coló entre Irene y Eva, cogió el sobre y lo abrió. Sin haber empezado a leerlo, tan sólo viendo la letra, notó cómo las piernas le fallaban.

  • No, Mario, no… - dijo con un hilo de voz, mientras leía la carta.

En efecto, aquella era la letra de Mario. Era una carta que informaba a Pedro de que no aparecería por allí hasta el domingo por la tarde. Una carta en la que decía que la semana le había superado y necesitaba tiempo para él. Una carta en la que decía que de todos modos, quería que Susana pasara ese fin de semana como una más de las chicas. Una carta… en la que daba vía libre a Pedro para lo que fuese.

Al leer esa última parte, la cara de Susana cambió por completo. Comprendiendo lo que eso significaba, abrió los ojos como platos y perdió los nervios por completo, mientras sujetaba la carta con tanta rabia que la empezaba a romper.

  • ¡Maldito imbécil! – gritó Susana, mirando todavía la carta. - ¡Eres un cabrón de mierda!

Todos la miraban un tanto preocupados. Sin saber qué era lo que acababa de leer, se percataban de lo peliguda que se estaba poniendo la situación. Ágata, que aparte de Pedro era la única que estaba al corriente de la situación, se puso de pie y se acercó hasta ella:

  • Susana… - preguntó con un hilo de voz - Susana, tía, ¿estás bien? Si quieres puedo

Y entonces Susana, fuera de sí, pagó su rabia contenida con quien menos lo merecía.

De un empujón, apartó a Ágata y le gritó:

  • ¡Déjame en paz! – gritó Susana - Antes de saber que estabas con él me parecías una tía majísima pero ahora…¡Joder, mírate! ¿Se puede saber qué estás haciendo? Ser el perrito faldero de un tío al que le das igual. ¡Sólo sirves para que te use a su antojo hasta que se canse de ti! ¡Te has mudado hasta aquí para nada! ¡Porque de esto no sale NADA!

Todos quedaron en silencio, alucinados de las palabras de Susana. Ágata, sin decir nada, bajó la cabeza y volvió a sentarse en su sitio. Cogiendo la cuchara para continuar tomando su postre, empezó a llorar en silencio.

Pedro, con los ojos fuera de sus órbitas, ya había tenido suficiente. Sin pensarlo un segundo, se dirigió como una fiera a por Susana. Ella intentó volver a esquivarlo, pero él se había dejado de jueguecitos, tirando una silla al suelo, saltó por encima y se abalanzó sobre Susana, agarrándola con fuerza.

  • ¡Me tienes hasta los cojones! – dijo él, con los ojos llenos de rabia - ¡Tú y yo vamos a charlar un rato! Toni, ¿en esta planta tienes bañera, verdad?

Al oír eso, Susana empezó a forcejear con él como una posesa, pero no le valió de nada.

  • Em… sí, sí… bañera – contestó Toni, sabiendo qué pretendía.

  • Cuídadmela, por favor – dijo Pedro a sus colegas, señalando a Ágata con la cabeza.

Sin decir nada más, Pedro cogió a Susana y la llevó hasta el baño, metiéndola dentro de la bañera. Susana daba manotazos e intentaba librarse de él, pero todos los intentos fueron en vano.

  • ¡Suéltame! – gritó Susana, nerviosa - ¡No me toques ni un pelo o…!

  • ¿¡O qué!? – dijo él, desafiante, aguantándola con fuerza dentro de la bañera.

  • ¡No soy tuya! – volvió a gritar Susana, asustada de las intenciones de Pedro - ¡No puedes hacerme nada!

  • ¿De qué tienes tanto miedo? – preguntó Pedro, acercándose a ella - ¿De que te folle? Te aseguro que ahora mismo es lo último que me apetece hacer contigo

Pedro abrió el grifo de la bañera a máxima potencia. El agua fría empezó a caer sobre Susana, empapando su vestido y a ella, que soltó un grito ahogado al notar el agua helada sobre ella.

  • ¡Pedro…! – dijo, con la voz entrecortada – Por… por favor… sácame

  • ¡Cállate! – gritó él, cogiéndola del pelo – No serás mía, pero eres una persona adulta y si te portas como una gilipollas tengo derecho a cagarme en tu puta madre igualmente.

  • ¿Qué… estás… diciendo? – preguntó Susana, con la voz ahogada por el frío – Por favor… no soporto… el agua helada… por fav

  • ¿¡Cómo te atreves a hablarle así a Ágata!? – dijo él, dejando de gritar pero con una voz fría y cortante - ¿¡Quién coño te has creído que eres!?

  • Yo… - intentó hablar, pero Pedro la hizo callar, tapándole la boca con la mano.

  • Cállate, ya has hablado suficiente. He intentado controlarme, he procurado no decirte nada, te has estado comportando como una gilipollas desde que has llegado. ¡Pero lo que acabas de hacer me ha dado vergüenza ajena! ¿Te crees mejor que nosotros? ¿Nos vas a dar lecciones de moralidad?

Susana, con los ojos empañados, asustada, negó con la cabeza.

  • ¡Eres una hipócrita! Tú, la misma que era capaz de correrse en un probador, de trajinarse a tres tíos a la vez, la misma que era capaz de lamer una corrida del suelo

Susana dio un grito ahogado, intentando que Pedro dejase de hablar de eso.

  • ¿Qué pasa? – preguntó él, cabreado - ¿Te avergüenzas de eso? Pues que sepas que me parecía mucho más digna la Susana que lamía una corrida del suelo que la que tengo delante.

Sin decir nada, de los ojos de Susana empezaron a caer lágrimas.

  • Sabes de sobras lo que pasa en estas reuniones y aún así te has presentado. – continuó Pedro - ¿A qué has venido? ¿A decirnos lo mierdas que somos?

  • No… - consiguió decir ella.

  • ¿A qué has venido entonces? – volvió a preguntar él, poniendo su mano en el estómago de ella, haciendo presión para mantenerla dentro del agua.

Pedro quitó la mano de su boca y ella, tiritando, intentó hablar.

  • Porque… porque Mario… - dijo ella, tiritando.

  • ¡No me jodas, Susanita! Mario no está. Tú misma lo has dicho treinta veces – acercó su cara a la de ella y preguntó susurrando - ¿Para-qué-coño-has-venido?

Susana, con los ojos llorosos, clavó su mirada en la de él sin saber qué contestar. Pedro dio un suspiro y negó con la cabeza.

  • Me arrepiento tanto de haberte vuelto a encontrar… – dijo, sonando terriblemente sincero – Dime una cosa, doña recatada: Si todo esto te repugna tanto, ¿por qué dijiste que sí?

  • Yo no he dicho… - intentó hablar Susana.

  • No deberían darte tanta pena ésas chicas – dijo Pedro, señalando la puerta – Al menos, son sinceras con ellas mismas. ¿Les gusta jugar a esto? ¿Disfrutan comportándose así? Pues lo hacen. Y punto. Tú, en cambio… - calló un instante, mirándola con desprecio – te mueres de ganas por volver a pegarte una fiesta y eres incapaz de reconocerlo. A mi no me la das. Por eso has venido.

Susana no dijo nada, quizá Pedro no iba tan desencaminado.

  • ¿Sabes? Ya me da igual el juego tuyo y de tu novio – dijo él, soltándola y dirigiéndose hacia la puerta – Coge tus cosas y lárgarte.

  • ¡No…! - dijo Susana en un acto reflejo, sorprendiéndose a sí misma por haberlo dicho.

  • ¿Perdona…? – dijo él, girándose de nuevo.

Susana, ayudándose con los brazos, salió de la bañera tiritando y con la respiración entrecortada, con el vestido pegado a su cuerpo y el pelo empapado tapándole una parte de la cara. En el suelo del baño, hecha un asco, Susana dijo con un hilo de voz.

  • No… no me digas… que me vaya

En otra ocasión hubiese sentido lástima por ella y hubiese sido cariñoso pero, dejando a un lado los roles, Susana se había pasado de la raya.

  • ¿Qué pasa? – preguntó Pedro secamente - ¿Quieres quedarte?

Ella sin mover ni un dedo, permaneció en el suelo, sin saber qué decir. Su cabeza no le permitía decir en voz alta lo que pasaba por su mente.

  • Te voy a dar dos opciones – dijo Pedro, secamente – Si quieres irte, o si no eres capaz de entrar en el juego, coge tus cosas y vete. Si decides quedarte…cambias el chip YA. No quiero chulerías, ni miradas prepotentes ni nada.

Susana no contestó. Tenía la mirada clavada en el suelo y la cabeza a mil revoluciones por minuto. Pedro, viendo que estaba totalmente saturada, se agachó y la cogió del mentón con suavidad, buscando su mirada. Cuando sus ojos encontraron los de ella, dijo:

  • No vas a volver a las andadas – aclaró, intentando hacerla comprender – Ni vas a volver a ser mía. Aquello terminó hace seis años. Por el motivo que sea estás aquí otra vez, pero el juego es otro. Un bonus track. Un fin de semana, bueno… menos, un día y se acabó.

Susana asintió con la cabeza, entendiendo lo que Pedro le explicaba. Él se puso de pie y abrió la puerta. Antes de salir, dijo:

  • Estáte aquí el rato que quieras, pero cuando salgas, haznos un favor a todos y sal con las ideas claras.

Cerró la puerta dejándola sola, pero al instante volvió a abrir.

  • Ah, una cosa más. Elijas lo que elijas…te lo pido por favor: pídele disculpas a Ágata. Seguramente lo que le has dicho la habrá hecho sentir más rastrera de lo que ninguno de nosotros la podamos hacer sentir. – La frialdad con la que hablaba era estremecedora - Ya no te lo pido como Amo, ni como ex-Amo ni te digo esto porque sea mi sumisa. Te lo pido porque, al margen de lo que haga con su vida, es una persona. Y tú la has tratado como una mierda.

Cerró la puerta de nuevo y dejó a Susana sola, tirada en el suelo del baño.