El esperado Fin de Semana (2/5)

Ellas.

Planta superior: Habitación de las chicas.

En la habitación estaban Irene y Ágata. La primera salía de la ducha con una toalla envolviendo su cuerpo, mientras Ágata había empezado a pintarse las uñas de los pies.

Irene miró los vestidos que había sobre la cama y frunció el ceño; miraba el rojo y luego el verde, volvía otra vez al rojo y una más al verde.

  • Ay, no sé cuál coger… – comentaba mientras los miraba por enésima vez.

  • ¿Quién los ha elegido? – preguntó Ágata con curiosidad, sin quitar la vista de su pie.

  • ¡Yo! – contestó entusiasmada Irene – Bueno, con Toni… Pero me dijo que había que comprar vestidos para todas y pensé: "¡Mira, uno de cada color, tendrá su gracia!"

Ágata no contestó, simplemente sonrió a Irene.

  • Bueno, al menos a mí me hace gracia… - corrigió Irene - Pero ahora no sé cuál ponerme

  • Yo he ido rápida, me encanta el amarillo, ¡Ja, ja! – contestó Ágata, volviendo a su labor.

  • Es que el rojo parece superexplosivo… - decía Irene para sí, buscando pros y contras - pero el verde me destaca más con el pelo

Como un huracán, Eva entró en la habitación, con cara de pocos amigos y se desplomó sobre la cama, cayendo sobre el vestido verde. Intentaba asimilar lo que acababa de ocurrir unos minutos antes en la planta de abajo, con ellos; "jugar a dos bandas", había dicho Sergio

Irene, al ver que estaba aplastando el vestido, se acercó a ella:

  • Perdona… - dijo Irene, intentando sonar amigable con la nueva - ¡Perdona! ¡Hola, chica nueva! Es que… ¡Ja, ja! Te has sentado sobre el vestido

Eva la miró con cara de mala ostia y cogiendo el vestido verde, se lo lanzó a la cara. Irene, manteniendo la compostura y el buen rollo, insistió:

  • ¡No! Si no es que me lo quiera poner… de hecho, aún no me he decidido si me pongo éste o el rojo

  • Para lo que te va a durar puesto… - contestó Eva, altiva – Ponte el que te salga del coño.

  • ¡Vaaale, vaaale! – exclamó Irene, flipando con el carácter de Eva – ¡Guarda las uñas, guapa, que sólo es un vestido!

Ágata levantó la vista de su pie izquierdo y miró a Eva, con curiosidad. Se preguntaba por qué la habían hecho quedar y qué habría pasado abajo. Eva le lanzó una mirada fulminante:

  • ¿¡Y a ti qué te pasa!? – preguntó Eva, soberbia – ¿Quieres algo?

  • No, no… - dijo Ágata con un hilo de voz, bajando la mirada – Sólo… no sé, no estés tan así… estamos todas en el mismo barco

  • A mí no me metáis en vuestro grupo, – contestó Eva, levantándose y quedando frente al espejo, arreglándose el pelo – ni penséis que me voy a hacer amiga vuestra.

  • Déjala, Ágata… - contestó Irene, mirando de reojo a Eva y echándole un par de huevos – Hay algunas que siguen siendo unas perras aunque no estén a cuatro patas.

Ágata soltó una risita y Eva se giró hacia Irene como un ciclón.

  • Perdona, ¿¡qué me has llamado!? – preguntó Eva, encarándose a Irene.

  • Ya me has oído – contestó Irene, chulita – Tanto Ágata como yo hemos sido amables, pero está claro que tú de eso no entiendes

  • ¡Te he preguntado que QUÉ me has llamado! – insistió Eva, quedando a pocos centímetros de Irene.

  • Te he llamado P-E-R-R-A – dijo, pronunciando lentamente, ante la mirada de asombro de Ágata – Y ahora, si quieres, vas y te chivas. ¡Ja, ja, ja! Aunque me gustaría ver la cara de Sergio cuando su zorrita aparezca por la puerta haciendo morritos y le diga: "Ehh… ésa chica me ha llamado perra" ¡Ja, ja, ja! – concluyó, dándole la espalda a Eva y volviendo a mirar los vestidos.

  • ¡Serás hija de…! – gritó Eva.

  • Chicas, chicas… - interrumpió Ágata, interponiéndose entre las dos – Vamos a llevarnos bien… Nos vamos a tener que ver todo el fin de semana… ¿Qué me decís? ¿Podéis intentarlo?

Irene y Eva, cada una mirando en una dirección, contestaron entre dientes.

  • Vale… - dijo Irene, cruzándose de brazos.

  • Lo intentaré… - dijo Eva, sonriendo forzadamente – aunque no sé si sabré – añadió con ironía.

  • Gracias – dijo Ágata – y no me hagáis volver a levantarme, porque así no acabaré de pintarme las uñas nunca.

Quedaron todas en silencio. Ágata volvió a sentarse y continuó pintándose las uñas. Irene, intentando poner paz en la habitación se acercó a Eva.

  • Si quieres… puedes elegir vestido antes que yo – digo, sonriéndole.

Eva levantó una ceja y estuvo a punto de soltarle otro corte, pero intentó mantener la tregua.

  • Gracias… pero sinceramente, me da igual.

  • ¡Venga, mujer! ¡Anímate! – insistió Irene, entusiasmada - ¿Qué color quieres?

  • No sé… me da igual… el rojo mismo.

  • Mmm... – dijo Irene entre dientes. Pese a no haberse decantado todavía por uno u otro, le dio cierta rabia tener que conformarse con el verde – Sí, sí…pues venga, el rojo para ti.

Eva cogió el rojo y miró el resto de vestidos, un tanto extrañada.

  • ¿¡Quién coño se habrá entretenido eligiendo uno de cada color!? – preguntó - ¡Vamos a parecer las putas fichas del parchís!

  • ¡¡Ja, ja, ja, ja!! – rió Irene, eufórica - ¡Lo has pillado! – Miró a Eva, que la miraba seriamente - ¡Va, reconoce que tiene su gracia!

  • Claro… no podía haber sido otra – dijo, contestándose a sí misma, mirando al techo y suspirando.

Irene decidió pasar por alto ese comentario de su compañera y siguió a lo suyo, intentando no volver a chocar con Eva.

  • Aunque, qué raro… Toni me dijo que seríamos cuatro – dijo, pensativa.

  • ¡Cuatro!? – preguntó Ágata, un tanto alterada. – Mierda, mierda, mierda…el fin de semana no… - dijo para sí misma.

  • ¡Si no somos cuatro perderá la gracia! – insistió Irene.

  • Sí, sería una pena… - contestó Eva, con sarcasmo.

Ágata rió el comentario de Eva. Irene las miró y se dio por aludida:

  • ¡Vale, vale! Me ha quedado claro: Lo de los colores NO os ha hecho gracia. ¡Entendido!

Se quitó la toalla y empezó a vestirse. Ágata guardó la laca de uñas en un neceser y movió los pies en el aire, para secarse las uñas. Eva, un tanto desubicada, miraba a las dos chicas; si normalmente sentía que no encajaba con el resto de chicas, con aquellas dos directamente se sentía como un bicho raro. Miró el vestido rojo con desprecio, pero se encogió de hombros y empezó a desnudarse para arreglarse.

  • Bueno… - volvió a hablar Irene, en un tono dicharachero - ¿Alguna sabe por qué nos han juntado? ¡Siempre hay un motivo!

  • ¿¡No te callas nunca!? – preguntó Eva retóricamente, empezando a desesperarse - ¡Madre mía! ¡Lo tuyo es de juzgado de guardia, tía! ¡Bla, bla, bla, bla, bla, bla!

Ágata volvió a reír. Eva sabía perfectamente que ella era el por qué de esa reunión, pero no pensaba decir nada a sus compañeras. Si sus Amos no se lo habían explicado, no era problema suyo.

  • ¡Pues algo tendremos que decirnos! – contestó Irene, alterada – No vamos a estar aquí en silencio… Ni siquiera sabemos cuánto rato hemos de estar aquí

  • ¿Cómo me queda? – preguntó Ágata, dando una vuelta sobre sí misma, con el vestido amarillo ya puesto.

  • ¡Estás muy guapa! – contestó Irene, mientras miraba a Eva sonriente - ¿Lo ves? –comentó, con retintín - No es tan difícil hablar como personas

  • Vale, lo intentaré… ¿Os conocíais? - preguntó Eva, un tanto seca, pero intentando ser amable – Veo que os lleváis más o menos bien

  • Sí – contestó Ágata – Pedro y Toni hicieron una reunión cuando me trasladé a vivir aquí...

  • y ésa vez coincidimos – explicó Irene, contenta – ¡Fue mi primera reunión!

  • Ah, qué "diver"… – dijo Eva, escuetamente. De repente, sintió cierta curiosidad por su Amo – Y… ¿¡con Sergio… habéis coincidido alguna vez!?

  • Yo no – dijo Irene.

  • Yo una vez – contestó Ágata.

Eva miró a Ágata con rabia. No sabía por qué, pero eso de que aquella chica tan pánfila hubiese estado con Sergio… le molestaba.

Volvieron a quedar en silencio… hasta que, una vez más, Irene volvió a hablar:

  • ¿Y tú? – preguntó a Eva - ¿De dónde sales?

  • No es asunto tuyo. – contestó Eva secamente.

  • Vale… ¿Llevas mucho tiempo con Sergio?

  • ¡Eso tampoco es asunto tuyo…! - volvió a decir Eva.

  • ¡Joder, tía! ¿Te suena una cosa llamada Terapia de grupo? ¡Te iría que ni pintado…!- contestó Irene irónicamente.

Eva la miró con cara de odio. Ágata, viendo que la situación se repetía por segunda vez, volvió a interceder:

  • ¿¡Vais a estar así todo el rato!? – exclamó, incómoda – Con este ambiente, casi prefiero estar a solas con ellos tres

Irene se sentó sobre la cama, ya vestida. Eva se sentó en un sillón que había al lado de una cómoda, con su vestido rojo. Ágata las miró sonriente. Vale, la tensión se podía cortar con cuchillo y tenedor… pero había conseguido que se callaran. Y eso, le hizo ilusión.

  • ¡Gracias! – concluyó Ágata, satisfecha.

Se sentó junto a Irene y las tres quedaron en silencio de nuevo, cada una sumida en sus pensamientos. Eva tenía una expresión de preocupación, no sabía lo que le esperaba… o mejor dicho, aunque no lo sabía, todo lo que podía imaginar la ponía nerviosa. Ágata simplemente miraba al suelo, esperando lo que estaba por venir. Irene, con el ceño fruncido miraba de vez en cuando el vestido azul que había encima de la cama.

  • Somos tres chicas – dijo Irene, rompiendo el silencio de nuevo – Y ellos son tres… ¡No entiendo que haya un cuarto vestido!

Eva se echó las manos a la cabeza y dio un suspiro de desesperación.

  • ¿Alguna sabe si ha de venir alguien más? – insistió Irene - Tenía entendido que ellos eran tres… siempre han sido un grupo de tres

  • Creo que yo lo sé… - dijo Ágata, tragando saliva y poniéndose de nuevo de pie, nerviosa.

  • ¿Sí? – preguntó Irene, curiosa - ¡Cuenta, cuenta! ¿Y quién es la….?

La puerta de la habitación se abrió, interrumpiendo a Irene. Ágata, dirigió la mirada hacia allí y, sin pensarlo ni un segundo, se largó al baño a toda pastilla, cerrando la puerta tras ella.

Irene abrió los ojos como platos y Eva simplemente levantó una ceja, con curiosidad. Irene se puso de pie.

  • ¿¡Qué…!? – dijo, totalmente alucinada - ¿¡Qué coño… haces tú aquí!?

Se acercó y le dio un gran abrazo. Parecía que no sólo se conocían sino que se tenían mucho aprecio. Irene se separó de ella y la miró anonadada.

  • Ya ves… - contestó Susana, encogiéndose de hombros - ¿Ese vestido es para mí? – dijo, mirando el vestido azul que quedaba sobre la cama.

  • Em… sí, sí… - dijo Irene, incrédula.

Susana se acercó y como si fuera un deportista en el vestuario de un gimnasio, se puso manos a la obra, cambiándose rápidamente. Irene volvió a caminar hacia ella, pasmada. Eva observaba la escena sin intervenir.

  • Susana… ¿qué haces aquí? – volvió a preguntar Irene, cogiéndola del brazo.

  • Bueno… - Susana miró con rabia la puerta del baño y gritó - ¡No estaría aquí si no fuera por la JODIDA ZORRA EMBUSTERA que está ahí escondida! – Al oír eso, Eva sonrió divertida. Susana cambió su tono de voz y habló con tranquilidad – A parte de eso, todo bien. ¿Y tú qué tal guapa? Oye, el pelirrojo te queda genial

  • Gracias… supongo – contestó Irene desconcertada, mirando a Susana y luego a la puerta del baño, que seguía cerrada.

  • ¡Anda, fíjate! Como nos pongamos todas juntas parecemos fichas del parchís… ¡Ja, ja, ja! - comentó Susana, divertida – Esto es cosa tuya, ¿a que sí?

  • Sí… - contestó Irene, aún sorprendida – Pensé que tendría su gracia

Susana cogió la cara de Irene con las dos manos y acercándose a ella le dijo:

  • No pierdas nunca eso – dijo con dulzura – Si a ti te hace gracia, eso es lo que cuenta. No te corrompas y dejes morir esa parte tan infantil y divertida… Porque me encanta.

Irene le sonrió y volvió a abrazarla, mientras Eva miraba a Susana prácticamente sin pestañear. La puerta del baño se abrió y Ágata, temerosa, salió de allí con la mirada clavada al suelo. Cogió unas sandalias azules de tacón que había en el suelo y se las acercó a Susana.

  • Toma… - dijo con un hilo de voz, sin mirarla – Éstas son las tuyas

  • Ágata, no me jodas… - contestó Susana, muy cabreada – No me hagas la pelota, ni me hables… porque la vamos a tener.

Ágata dejó los zapatos en el suelo al lado de Susana y volvió a sentarse en la cama, cabizbaja. Desde detrás, Susana notó un toquecito en la espalda. Al girarse, se encontró a Eva, muy sonriente.

  • Hola, soy Eva – dijo, simpática, dándole dos besos – ¡Encantada!

  • Susana – contestó Susana, presentándose - ¿Eres nueva?

  • Sí, llevo un mes con Sergio – explicó amablemente – Pero es la primera vez que vengo a una reunión de estas

Irene, alucinada con el carácter de Eva, interrumpió la conversación:

  • ¡¡Ehh!! – protestó Irene - ¡No es justo! ¿¡Por qué con ella eres tan maja!?

  • No lo sé – dijo, mirando a Susana sonriente – Me cae bien

  • ¿¡Y yo no!? – exclamó Irene - ¡Si te he dejado elegir vestido!

  • Creo que eres la única a la que le importa lo de los malditos vestidos – anotó Ágata.

  • ¡¡Tú te callas!! – contestó Susana, mirando a Ágata, cabreada - ¡Las zorras traidoras no opinan!

  • ¡¡Uuuuhh!! – dijo Irene, alucinada – ¡¡Menudo panorama!!¡Ja, ja, ja! ¡Sois todas unas perracas!

Irene rió nerviosa y Eva caminó un par de pasos hacia ella, con cara de cabreo.

  • ¿¡Y por qué tú te excluyes de esa afirmación!? – dijo Eva, altiva - ¡Que yo sepa, tú has sido la primera en llamarme "perra"!

  • ¡Porque lo eres! – contestó Irene, con chulería – Y si lo eres, ¿cómo voy a llamarte, si no?

  • ¡¡Llámame perra una vez más y te enteras!! - gritó Eva, dándole un empujón a Irene.

  • "Perra, perra, perra, perra" – canturreó Irene, con sarcasmo – Ale, no te lo he dicho una vez más, te lo he dicho cuatro. ¡Ja, ja, ja, ja!

  • Irene, frena… – dijo Susana al ver la cara de Eva, intentando poner paz – Ya estamos todas suficientemente nerviosas como para añadir más leña al fuego

Eva volvió a darle otro toquecito en el hombro a Susana.

  • ¿Así que vienes con Pedro? – preguntó con interés.

La expresión de Susana cambió al instante.

  • No… La que va con Pedro es esa puta de ahí – dijo tranquilamente, señalando a Ágata – Yo vengo… bueno es una historia muy larga. En resumen, estoy en este rollo desde hace cinco días… dos más y se acabó.

  • ¡¿En serio?! – exclamó Ágata, que SÍ sabía de qué iba el tema.

Susana apretó la mandíbula, y miró hacia abajo, rabiosa.

  • Eva, ¿me podrías hacer un favor? ¿¡Podrías decirle a esa puta que YA le he dicho que no me hable?

  • ¡Ja, ja! ¡Sí, claro! ¡Será un placer! – contestó Eva, la mar de contenta – Tú, la puta amarilla: dice que no le hables. – quedó pensativa durante un momento – Oye, pues no está tan mal esto de los colores… ¡Ja, ja, ja!

  • ¡Claro! – comentó Irene, con retintín – Ahora te gusta porque le gusta a Susana… - levantó sus manos hasta el pecho, imitando a un perrito y con la lengua fuera soltó – "¡Guau!" "¡Guau!"

  • Bueno, hasta aquí puedo aguantar… – dijo Eva, lanzándose contra Irene y cogiéndola del pelo - ¡¡Tengo doscientas faltas por cumplir, como mínimo!! Creo que si te pego una buena hostia, como mucho me subirán una más. ¡Y la verdad, vale la pena…!

Susana intentó frenar a Eva, cogiéndola de un brazo.

  • ¡Eva, cálmate…! – exclamó Susana - ¡No ves que lo hace por…!

  • ¡¡Me da igual por qué lo haga!! – contestó Eva, rabiosa - ¡Me tiene harta!

  • Uhh… qué miedo… - dijo Irene, encarándose a Eva. - ¡Pues yo he sumado doce "aes" así que también me importa bien poco sumar trece…!

  • ¡Irene, coño, para ya! – gritó Susana.

  • ¿Doce "aes"? – preguntó Ágata a lo lejos, sin entender nada - ¿Qué quiere decir eso?

  • ¡Tú, cállate! – gritó Susana, girándose hacia Ágata – Llevo cinco días viendo tu cara y estoy hasta el coño

  • ¡¡Y yo te he pedido disculpas mil veces!! – contestó Ágata, con la voz llorosa - ¡¿Qué quieres… que haga?!

  • Venga va… - dijo Susana, con una risa nerviosa – Ahora no me hagas otro numerito como el del coche "Buaá… buaá… eres mi mejor amiga… Buaaaá" – decía Susana, imitando a Ágata.

Eva e Irene dejaron de pelearse. Seguían teniéndose cogidas violentamente la una a la otra, pero la curiosidad les invadió. Aún cogidas, giraron sus cabezas y atendieron a la discusión de sus compañeras.

  • ¡Ya te lo he explicado! – dijo Ágata, con voz nerviosa – No fue ningún número… ¡Lo siento, joder! Pero ahora no puedo hacer nada más

  • Por tu puta culpa estoy metida aquí… ¡Y mira que al principio te disculpé, pensé que en el fondo, no podías hacer nada! – gritaba Susana, alterada - ¡Pero luego me despierto al día siguiente y te veo de cachondeíto con Mario! ¡Eres una hija de puta!

  • Oye, ¿quién es Mario? – preguntó en voz baja Irene a Eva, que la tenía agarrada por el pelo.

  • Ni idea… - contestó Eva, encogiéndose de hombros.

  • ¡No me estaba riendo de ti! – dijo Ágata, reculando hacia el cabecero de la cama, apartándose de Susana – ¡Sí, me estaba riendo con Mario! ¿¡Y qué!?

  • ¿¡Y qué!? – exclamó Susana, tirándose sobre la cama y agarrando a Ágata

  • ¡¿Tú sabes cómo me sentó la mierda de emboscada que me hicisteis?! ¡Yo te lo diré! ¡Como una mierda, Ágata! ¡Eso sienta como una puta mierda!

  • Susana… yo… - dijo Ágata, alterada.

  • ¡Ni Susana, ni pollas! – gritó de nuevo - ¡¿Y sabes qué sienta peor?! Despertarse al día siguiente con las risitas de tu novio y la zorra de tu amiga. ¡Así que no me jodas!

  • Susana, tía… - dijo Irene – No sé qué ha pasado entre vosotras, pero cálmate… ¡Te va a dar algo!

  • ¡Déjala que suelte todo lo que tenga que decir y se quede a gusto! – le contestó Eva, mientras Susana y Ágata seguían discutiendo a voces, una sobre la otra – ¿O eso te fastidia el "fin de semana de los colorines"? – añadió cachondeándose en su cara.

  • ¡Ehh! ¡Que yo ahora no he dicho nada de los vestidos! – gritó Irene, cabreada - ¿¡Lo ves como eres una perra!?

  • ¡Tu puta madre! – gritó Eva, tirando a Irene al suelo.

En medio del jaleo la puerta se abrió. Todas se callaron al instante y miraron hacia la puerta en un acto reflejo, con los ojos como platos.

Allí, Sergio, Toni y Pedro asomaban la cabeza sin dar crédito a lo que veían. Sobre la cama, Susana estaba encima de Ágata, agarrándose de los brazos la una a la otra. Frente a la cama, en el suelo estaban Irene y Eva, que cogía fuertemente del pelo a Irene.

Tranquilamente, dieron un par de pasos hasta quedar todos dentro de la habitación. En sus caras se reflejaban unas sonrisas y miraban a las chicas con la boca abierta.

  • Pero… - dijo Toni, incrédulo - ¿Qué coño estáis haciendo?

  • ¡Uala…! ¿Ves? Ya te dije que oía jaleo… - contestó Sergio, con los ojos como platos.

  • Es que… ¡Ja, ja, ja! ¡Joder, en serio! ¿¡Qué coño estáis haciendo!? – insistió Toni, soltando una carcajada - ¡Esto es muy fuerte!

  • ¿Tenemos que vigilaros mientras os cambiáis de ropa? – dijo Pedro - ¿Qué es esto? ¿Un patio de escuela?

  • Yo… - dijo Irene, intentando empezar a hablar.

  • Irene, primer aviso. ¡Cierra la puta boca! – sentenció Toni.

  • Poneos de pie – dijo Pedro.

Las chicas se levantaron y se pusieron de pie, quedando una al lado de la otra, haciendo una fila. Toni y Sergio no pudieron evitar poner cara de asombro al ver a Susana. Ni siquiera la habían visto llegar, pero ahí estaba, tan increíble como siempre.

Pedro avanzó y fue pasando por delante de ellas:

  • No suelo ponerme vestidos… – empezó a hablar, con sarcasmo – pero imagino que no debe ser muy difícil: Una llega, se quita su ropa, se arregla, se pone el puto vestido, los zapatos y ya está. ¿Es así?

Todas bajaron la mirada, sin responder.

  • ¡He hecho una pregunta! ¿Es así?

  • Sí… - dijeron todas con un hilo de voz.

  • Y, que yo sepa, en ese proceso no hay ninguna parte en la que os comportéis como perras rabiosas

Al oír esa expresión, Irene miró a Eva de reojo y soltó una risita.

  • ¡Irene! – volvió a recriminarle Toni – ¡Segundo aviso! ¡O te callas… o te callo!

  • Lo siento… - dijo ella, poniéndose como un tomate.

  • Lo que me sorprende es que tengamos que venir hasta aquí para que no os matéis… - volvió a decir Pedro – Y si no venimos, ¿cuándo paráis? ¿Cuándo la sangre llegue a la piscina?

Ellas seguían mirando al suelo, aunque Susana no pudo evitar apretar los puños con fuerza. Pedro se dio cuenta y caminó hasta quedar justo en frente de ella.

  • Te vas a clavar las uñas si sigues apretando, Susanita… - dijo con burla.

Susana lo miró con rabia, apretando la mandíbula, intentando controlarse.

  • Está claro que no os podemos dejar solas… – continuó recriminándolas Toni – Ahora mismo, os vais todas al salón cagando hostias.

  • Yo… - volvió a decir Irene, levantando la mano, como si estuviese en el colegio.

Toni fue hasta ella y cuando quedó frente a frente, le pegó un bofetón que sonó en toda la habitación. Las otras chicas se enderezaron de golpe al oír la bofetada, aunque Eva sonreía levemente. Aunque no se la hubiese dado ella misma, esa torta en la cara de Irene le sonó a gloria.

  • ¡Al salón, ya! – gritó Toni, secamente.

Todas las chicas salieron una detrás de otra sin rechistar. Susana iba la última. Cuando fue a cruzar la puerta, Pedro se puso delante cortándole el paso. Susana lo miró con chulería:

  • ¿Voy al salón o me quedo aquí? – preguntó Susana, con sarcasmo – A ver si nos ponemos de acuerdo

Sergio y Toni se acercaron a ella, quedando los tres frente a Susana, sonrientes como hienas.

  • ¡Madre mía, Susanita! - preguntó Toni, con ironía - ¿Qué haces tú por aquí?.

  • ¡Anda, Los Panchos! – contestó Susana, con chulería - ¿Dónde os habéis dejado las guitarras?

Los tres se echaron a reir.

  • En serio Susanita, siempre me haces reir. – dijo Pedro, animado - Me encanta

  • ¡Qué bien! – contestó ella – Me podéis poner un taburete y un micrófono y voy haciendo chistes mientras os las folláis

  • ¡Ja, ja, ja! – rió Toni – También podemos hacer un pase de fotografías, recordando viejos tiempos… - dijo, intentando intimidarla.

  • ¡Claro! Y luego cantaremos canciones alrededor de una hoguera. Va ser "super-chuli" – dijo Susana, dedicándoles una sonrisa hipócrita.

Sergio se acercó un poco más a ella y acarició su cabello, pero Susana hizo un gesto seco, apartándose de él. Sergio sonrió al ver que la actitud de la chica no había cambiado.

  • O quizá podrías enseñarles cómo trabajarse a tres tíos al mismo tiempo… – dijo Sergio mirándola fijamente, consiguiendo borrar la sonrisa de su cara – Se te daba muy bien

Susana se cruzó de brazos y apretó los dientes abochornada, dirigiendo su mirada hacia un lado, evitando mirarlos.

  • Anda. – concluyó Pedro – Para abajo.

Susana, sin pensarlo ni un segundo, salió por la puerta y corrió escaleras abajo. Tras Susana, caminaron ellos, entre risas.

  • Mira qué bien… - dijo Pedro, soltando una carcajada – Es la primera vez que juntamos a nuestras chicas y se llevan mal. Normalmente, suelen hacer piña

  • Un minuto más y en vez de cuatro zorras, tenemos cuatro cadáveres… - dijo Toni, todavía flipado.

  • Sí, pero de colorines… - concluyó Sergio, con ironía.


¡¡Muchas gracias por leerme!!

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¡¡Un saludo!!

Susana.